Lengua castellana y Literatura.
4º ESO
IES Malilla. Curso 2024/25
Prof. Andrés
SELECCIÓN TEXTOS PARA EL EXAMEN
(MODERNISMO Y GENERACIÓN DEL 98)
TEXTO 1. SONETINA
La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa está pálida en su silla de oro,
está mudo el teclado de su clave sonoro,
y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.
El jardín puebla el triunfo de los pavos reales.
Parlanchina, la dueña dice cosas banales,
y vestido de rojo piruetea el bufón.
La princesa no ríe, la princesa no siente;
la princesa persigue por el cielo de Oriente
la libélula vaga de una vaga ilusión.
¿Piensa, acaso, en el príncipe de Golconda o de China,
o en el que ha detenido su carroza argentina
para ver de sus ojos la dulzura de luz?
¿O en el rey de las islas de las rosas fragantes,
o en el que es soberano de los claros diamantes,
o en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz?
¡Ay!, la pobre princesa de la boca de rosa
quiere ser golondrina, quiere ser mariposa,
tener alas ligeras, bajo el cielo volar;
ir al sol por la escala luminosa de un rayo,
saludar a los lirios con los versos de mayo
o perderse en el viento sobre el trueno del mar.
[…]
Rubén Darío. Prosas profanas y otros poemas (1896)
TEXTO 2.
Lengua castellana y Literatura. 4º ESO
IES Malilla. Curso 2024/25
Prof. Andrés
Entre el velo de la lluvia
Que pone gris el paisaje,
Pasan las vacas, volviendo
De la dulzura del valle.
Las tristes esquilas suenan
Alejadas, y la tarde
Va cayendo tristemente
Sin estrellas ni cantares.
La campiña se ha quedado
Fría y sola con sus árboles;
Por las perdidas veredas
Hoy no volverá ya nadie.
Voy a cerrar mi ventana
Porque si pierdo en el valle
Mi corazón, quizás quiera
Morirse con el paisaje.
Juan Ramón Jiménez. Arias tristes (1903)
TEXTO 3.
Vino, primero, pura,
vestida de inocencia.
Y la amé como un niño.
Luego se fue vistiendo
de no sé qué ropajes.
Y la fui odiando, sin saberlo.
Llegó a ser una reina,
fastuosa de tesoros…
¡Qué iracundia de yel y sin sentido!
…Mas se fue desnudando.
Y yo le sonreía.
Se quedó con la túnica
de su inocencia antigua.
Creí de nuevo en ella.
Y se quitó la túnica,
y apareció desnuda toda…
¡Oh pasión de mi vida, poesía
desnuda, mía para siempre!
Juan Ramón Jiménez. Eternidades (1918)
Lengua castellana y Literatura. 4º ESO
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TEXTO 4.
[…]
Castilla miserable, ayer dominadora,
Envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora.
¿Espera, duerme o sueña? ¿La sangre derramada
recuerda, cuando tuvo la fiebre de la espada?
Todo se mueve, fluye, discurre, corre o gira;
Cambian la mar y el monte y el ojo que los mira.
¿Pasó? Sobre sus campos aún el fantasma yerra
de un pueblo que ponía a Dios sobre la guerra.
[…]
Antonio Machado. Campos de Castilla (1912)
TEXTO 5.
Ya hay un español que quiere
vivir y a vivir empieza,
entre una España que muere
y otra España que bosteza.
Españolito que vienes
al mundo te guarde Dios.
Una de las dos Españas
ha de helarte el corazón.
Antonio Machado. Campos de Castilla (1912)
TEXTO 6.
El jardín y el Palacio tenían esa vejez señorial y melancólica de los lugares por donde en
otro tiempo pasó la vida amable de la galantería y del amor. Bajo la fronda de aquel
laberinto, sobre las terrazas y en los salones, habían florecido las risas y los madrigales,
cuando las manos blancas que en los viejos retratos sostienen apenas los pañolitos de
encaje, iban deshojando las margaritas que guardan el cándido secreto de los corazones.
¡Hermosos y lejanos recuerdos! Yo también los evoqué un día lejano, cuando la mañana
otoñal y dorada envolvía el jardín húmedo y reverdecido por la constante lluvia de la
noche. Bajo el cielo límpido de un azul heráldico, los cipreses venerables parecían tener
el ensueño de la vida monástica. La caricia de la luz temblaba sobre las flores como un
pájaro de oro, y la brisa trazaba en el terciopelo de la yerba, huellas ideales y quiméricas
como si danzasen invisibles hadas.
Exhaló las últimas palabras como si fuesen suspiros, y apoyó una de sus manos sobre
los ojos. Yo la contemplé, sintiendo cómo se despertaba la voluptuosa memoria de los
sentidos. Concha tenía para mí todos los encantos de otro tiempo, purificados por una
divina palidez de enferma. Era verdad que yo había sido su maestro en todo. Aquella
niña casada con un viejo, tenía la cándida torpeza de las vírgenes. Hay tálamos fríos
como los sepulcros, y maridos que duermen como las estatuas yacentes de granito.
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¡Pobre Concha! Sobre sus labios perfumados por los rezos, mis labios cantaron los
primeros el triunfo del amor y su gloriosa exaltación.(...)Aquel capullo blanco de niña
desposada, apenas sabía murmurar el primero. Hay maridos y hay amantes que ni
siquiera pueden servirnos de precursores, y bien sabe Dios que la perversidad, esa rosa
sangrienta, es una flor que nunca se abrió en mis amores.
Llegué hasta su alcoba que estaba abierta.(...) Cauteloso y prudente dejé el cuerpo de
Concha tendido en su lecho y me alejé sin ruido. En la entrada quedé irresoluto y
suspirante. Dudaba si volver atrás para poner en aquellos labios helados el beso
postrero. Resistí la tentación. Fue como el escrúpulo de un místico. Temí que hubiese
algo de sacrílego en aquella melancolía que entonces me embargaba. La tibia fragancia
de su alcoba encendía en mí, como una tortura, la voluptuosa memoria de los sentidos.
Ansié gustar las dulzuras de un sueño casto y no pude. También a los místicos las cosas
más santas les sugestionaban, a veces, los más extraños diabolismos. Todavía hoy el
recuerdo de la muerta es para mí de una tristeza depravada y sutil . Me araña el corazón
como un gato tísico de ojos lucientes. El corazón sangra y se retuerce, y dentro de mí ríe
el Diablo que sabe convertir todos los dolores en placer.
Valle-Inclán. Sonata de otoño (1902)
TEXTO 7.
Muchas veces, cuando yo volvía a casa, una hora, media hora después de haber cenado
todos, se me amonestaba porque volvía tarde. Ya creo haber dicho en otra parte que en
los pueblos sobran las horas, que hay en ellos ratos interminables en que no se sabe qué
hacer, y que, sin embargo, siempre es tarde.
¿Por qué es tarde? ¿Para qué es tarde? ¿Qué empresa vamos a realizar que exige de
nosotros tanta rigurosa contabilidad de los minutos? ¿Qué destino secreto pesa sobre
nosotros que nos hace desgranar uno a uno los instantes en estos pueblos estáticos y
grises? Yo no lo sé; pero yo os digo que esta idea de que siempre es tarde es la idea
fundamental de mi vida; no sonriáis. Y si miro hacia atrás, veo que a ella le debo esta
ansia inexplicable, este apresuramiento por algo que no conozco, esta febrilidad, este
desasosiego, esta preocupación tremenda y abrumadora por el interminable sucederse de
las cosas a través de los tiempos.
He de decirlo, aunque no he pasado por este mal: ¿sabéis lo que es maltratar a un niño?
Yo quiero que huyáis de estos actos como de una tentación ominosa. Cuando hacéis con
la violencia derramar las primaras lágrimas de un niño, ya habéis puesto en su espíritu la
ira, la tristeza, la ira, la venganza, la hipocresía… Y entonces, con estos llantos, con
estas explosiones dolorosas de sollozos y gemidos, desaparece para siempre la visión
riente e ingenua de la vida, y se disuelve, poco a poco, inexorablemente, aquella secreta
e inefable comunidad espiritual que debe haber entre los que nos han puesto en el
mundo y nosotros, los que venimos a continuar, amorosamente, sus personas y sus
ideas.
Azorín. Confesiones de un pequeño filósofo (1909)
TEXTO 8.
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Prof. Andrés
-¿Has insinuado la idea de matarme? ¿Matarme?, ¿a mí?, ¿tú? ¡Morir yo a manos de una
de mis criaturas! No tolero más. Y para castigar tu osadía y esas doctrinas disolventes,
anárquicas, con que te me has venido, resuelvo y fallo que te mueras. En cuanto llegues
a tu casa, te morirás. ¡Te morirás, te lo digo, te morirás!
-Pero, ¡por Dios! … -exclamó Augusto, ya suplicante y de miedo tembloroso y pálido.
-No hay Dios que valga. ¡Te morirás!
-Es que yo quiero vivir, don Miguel, quiero vivir, quiero vivir…
-¿No pensabas matarte?
-Oh, si es por eso, yo le juro, señor de Unamuno, que no me mataré; que no me quitaré
esta vida que Dios o usted me han dado; yo se lo juro… Ahora que quiere usted
matarme quiero yo vivir, vivir, vivir…
-No puede ser ya, no puede ser…
-Quiero vivir, vivir… y ser yo, yo, yo…
-Pero si tú no eres sino lo que yo quiera.
-¡Quiero ser yo, ser yo!, ¡quiero vivir! Mire usted, don Miguel, por sus hijos, por su
mujer, por lo que más quiera… Mire que usted no será usted… que se morirá.
Cayó en mis pies de hinojos, suplicante y exclamando:
-Don Miguel, ¡por Dios, quiero vivir, quiero ser yo!
-No puede ser, pobre Augusto –le dije cogiéndole una mano y levantándole-, ¡no puede
ser! Lo tengo ya escrito y es irrevocable, no puedes vivir más. No sé qué hacer ya de ti.
Dios, cuando no sabe qué hacer con nosotros, nos mata.
-¿Con que no, eh? –me dijo-. No quiere usted dejarme ser yo, salir de la niebla, vivir,
vivir, vivir, verme, oírme, tocarme, sentirme, dolerme, serme: ¿con que no lo quiere?,
¿con que he de morir ente de ficción? Pues bien, mi señor creador don Miguel, ¡también
usted se morirá y se volverá a la nada de que salió!... ¡Dios dejará de soñarle! ¡Se morirá
usted, sí, se morirá, aunque no lo quiera; se morirá usted y se morirán todos los que lean
mi historia; todos, todos, todos, sin quedar uno! ¡Entes de ficción como yo; lo mismo
que yo! Os lo digo yo, Augusto Pérez, ente ficticio como vosotros, nivolesco lo mismo
que vosotros. Porque usted, mi creador, no es usted más que otro ente nivolesco y entes
nivolescos sus lectores.
Este supremo esfuerzo de pasión de vida, de ansia de inmortalidad, le dejó extenuado al
pobre Augusto. Y le empujé a la puerta, por la que salió cabizbajo. Luego se tanteó
como si dudase ya de su propia existencia. Yo me enjugué una lágrima furtiva.
Unamuno. Niebla (1907)