Caminito de Los Andes
Caminito de Los Andes
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CAMINITO DE LOS ANDES
Novela de aventura sobre tres hermanos con edades diferentes y modos de
comportamiento muy distintos entre sí; es una historia que invita a vivir la vida y andar por
largos caminos que motiven a las personas a defender la vida por muy dura que parezca. Es
una obra de la literatura en idioma español que se imprime por primera vez en México el
31 de enero de 2025. Debido al lenguaje explícito o soez, y a los temas de la sexualidad que
se desarrollan dentro de la trama, no es una narrativa para niños, es una historia dirigida al
público juvenil mayor a 18 años de edad.
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Queda estrictamente prohibida, sin autorización escrita, del titular de derechos de autor,
bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra
literaria por cualquier medio o procedimiento, comprendidos, el tratamiento informático,
así como la distribución de ejemplares de la misma.
ISBN 978-607-29-6522-5
03-2024-062812175000-01
Impreso en México.
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CAPÍTULO 1
EL COMPROMISO
Se había organizado un evento en la noche del 13 de julio del año 2007 para
anunciar un compromiso de boda. Allí, en la terraza del restaurante Beretzko,
lugar bastante exclusivo de las Lomas de Chapultepec, se celebraba el
compromiso en medio del glamour y la distinción social, allá en la Ciudad de
México. Andrés San Román Martínez, quien estaba muy nervioso; veía en su
reloj que ya eran las 10:00 de la noche y no llegaba uno de sus hermanos, de
pronto, Sebastián entró por la recepción del restaurante un tanto apresurado, era
el hermano menor de Andrés, un joven elegantemente vestido, con un traje de
saco azul obscuro sport, que ingresó buscando la recepción de los anfitriones.
Subió hacia la terraza, lugar donde se encontraba el bar y todos los invitados al
evento especial.
Los dos sonrieron, Sebastián se acercó a su hermano para abrazarlo y le pidió
una disculpa por la tardanza, después se sentó en la mesa de sus padres y ordenó
un coctel de bienvenida al mesero, les saludó a ambos, les dio un beso y les dijo
que estaba muy contento de verlos tan guapos; también su madre estaba feliz al
ver a Sebastián muy bien vestido, con la barba arreglada y el pelo largo bien
peinado; ya que siempre lo miraba como un hippy universitario. Era la noche
perfecta, no había lluvia, aunque se sentía un poco de frescura nocturna, razón
por la que todos los invitados estaban bien abrigados. Seguía llegando los
invitados en una pasarela de alfombra roja con sus lujosos carros en el
estacionamiento. Aunque la puntualidad en México es bastante flexible, el
evento comenzó a la hora exacta, todo estuvo bien organizado por parte de los
dueños del restaurante. Más tarde, llegaron los amigos de Sebastián y se
sentaron en otra mesa, cerca de la terraza principal, con vista a hacia la calle,
para mirar a las asistentes y admirar las panorámicas de la ciudad capital.
Comenzó a tocar una orquesta los temas de bienvenida en el salón del
restaurante, después un DJ amenizó con los temas del momento de la música
electrónica. Las conversaciones de los invitados se abrían entre el humo de los
cigarrillos, las bebidas y los bocadillos. Rafael, el hermano mayor de Andrés,
primero estaba sentado en la mesa de sus padres, pero, después se cambió de
mesa para estar solo y fumarse un cigarrillo. Rafael era un hombre callado y
poco sociable, bastantes burlas había sufrido a lo largo de su vida por su
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sobrepeso; aunque sus padres siempre lo trataban de forma estricta porque había
sido el primero de sus hijos, él se sentía hostigado e incomprendido por sus
progenitores, por esa razón; él solía pasar el mayor tiempo de su vida encerrado
en su soledad, contando con muy pocas amistades que verdaderamente le tenían
aprecio. Era un hombre muy ocupado en su profesión, un excelente ajedrecista
y siempre tenía buena conversación con todas las personas porque además de
ser un cirujano, era un hombre culto y conocedor de las artes plásticas y la buena
música.
A Rafael no le importaba las habladurías y críticas de los invitados, solo miraba
y escuchaba todo lo que veía en el evento de su hermano, él disfrutó tanto la
noche desde su mesa como los demás, se la pasaba saludando desde su asiento
a sus conocidos y familiares. No acostumbraba vestir trajes, el sastre le hacía
pantalones a la medida y las camisas que fueran holgadas para que no se
reventara el hilo de los botones; ponerse la corbata era muy incómodo debido a
su papada. Le costaba trabajo vestirse de traje elegante porque pensaba que iba
romper el saco o el pantalón con sus más de 135 kilos. La madre se la pasaba
con la mirada dándole órdenes para que se sentara en una postura correcta, que
se arreglara el saco, que no colocara sus codos sobre la mesa y que no comiera
con rapidez sin cubiertos. Se miraba en ella a una madre controladora, muy al
pendiente del que dirán y que sentía vergüenza por las burlas de los invitados
hacía su hijo obeso de 42 años.
Los padres de Andrés, llegado antes de que comenzara el evento, se sentían un
tanto incómodos en la fiesta, realmente era una recepción de un ambiente
juvenil; de pronto, Andrés tomó la tribuna y el micrófono para anunciar su
compromiso de boda con Elisa Garza Gaytán; hija de un empleado de almacén
de prestigio que gozaba de un buen sueldo y procedía de la ciudad de Monterrey.
Como era de esperarse, Andrés sacó una caja de cristal con el anillo de
compromiso, se hincó ante la chica, tomó del bolsillo de su saco una cajita; y
en medio de toda la concurrencia, declaró su amor. Elisa, con una sonrisa
discreta aceptó ser la mujer de Andrés y en ese momento, se besaron
públicamente, se tomaron de la mano y los dos comunicaron a los invitados que
el 27 de noviembre de ese mismo año, iban a celebrar su boda en el pueblo
pintoresco de Malinalco.
Los meseros dieron la cena, sirvieron sopa de crema de betabel, pierogis con
ensalada, carne de pato al estilo polaco y buen vino blanco espumoso del Rhin,
los invitados sacaban fotos para sus redes sociales luciendo sus mejores galas y
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también se tomaban fotos con los anfitriones del evento. La fiesta continuó hasta
las tres de la mañana, varios invitados eran gente de la burguesía capitalina,
riquillos que se mantenían dentro de sus cerrados círculos sociales de evento en
evento como si fuera un espacio para conformar nuevos matrimonios en donde
se protegieran los intereses económicos, políticos y culturales de una sociedad
que vivía de apariencias y de presunciones, familias mexicanas herederas de un
abolengo criollo europeo o del Medio Oriente; descendientes de políticos, de
comerciantes, de militares, de empresarios, de académicos y de artistas.
Rafael ya había disfrutado del evento, sabía que sus padres deseaban irse a la
media noche, así que se despidieron de los anfitriones y se fueron a descansar.
Sebastián estaba bastante borracho en compañía de sus amigos de infancia,
salieron del restaurante a las dos de la mañana para seguir la fiesta en otros
establecimientos, mientras que Andrés y Elisa se quedaron para despedir a todos
sus invitados. El hijo más descontrolado era Sebastián, quien se perdía en sus
borracheras solo o con sus amistades, lo cual no le simpatizaba en nada a sus
padres y hermanos, por llevar una vida de excesos y de máximo riesgo debido
a su juventud.
Esa noche, Sebastián y sus dos amigos jugaban arrancones sobre la avenida
Reforma sintiendo el vértigo, muy cerca del Bosque de Chapultepec, salieron
del restaurante de las Lomas en el carro deportivo de Renato hacia un motel de
lujo, cerca de Tacubaya. El motel contaba con catalogo electrónico para ordenar
a las habitaciones, tenía una piscina con tobogán, mesa para preparar bebidas y
ricos manjares como camarones gratinados en salsa de mango, alambre de
arrachera, frutas, bocadillos, dedos de queso con jalea, una champaña francesa
y un jugo de uva. La villa del motel tenía cuatro habitaciones privadas, cada una
con potro, tubo de acero inoxidable, jacuzzi y una regadera con cristal hacia la
cama; era un concepto bastante erótico de luces rojas con cierta elegancia de
art-pop y colores frescos en los muros, se podía poner música desde el teléfono
celular para escuchar los temas de moda y se pedían las cosas por tableta o
teléfono de la recepción, los camareros servían todo lo que desearan los clientes,
desde manjares de mar y tierra, bebidas, condones, juguetes sexuales u objetos
de aseo personal en aquellas largas horas de pasión y diversión.
Renato, Arturo y Sebastián se instalaron cada uno en su habitación para quitarse
la ropa elegante y ponerse las batas con pantuflas que ofrece el hotel. Renato se
comunicó con dos de sus amigas menos recatadas para invitarlas y convencerlas
a seguir la fiesta de fin de semana; y para que ellas se desplazaran a ese motel.
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En poco tiempo, cuatro chicas llegaban al hotel de veinticinco habitaciones
exclusivas; les dieron el pase de acceso y continuaron la fiesta hasta la
madrugada de aquel sábado. Fue un fin de semana de alcohol, buena comida
gourmet, diversión en la alberca en completa desnudez, risas, bromas,
canciones, cigarrillos de marihuana, poppers, tabacos y brindis, eran momentos
de una sexualidad desenfrenada con todas las medidas de higiene.
Sebastián pasó la mayor parte del tiempo con Erika, una amiga de Arturo que
conoció en ese momento, a él le gustó porque ella tenía un tatuaje muy
elaborado de un unicornio en su espalda que llegaba hasta el coxis, tuvieron
besos y caricias como si se conocieran de toda la vida, Sebastián estaba
impactado de la alegría y del poco recato de Erika, ella era bastante seductora y
quería que probaran ambos experiencias nuevas, así que invitaron a la cama a
Arturo para hacer un trío, a ella le gustaba el doble placer y tenía que hacer a un
lado la timidez y el miedo para convencer a Sebastián y a Arturo. Después
llamaron a Casandra para tener un cuarteto y hacer cambios de pareja en una
misma cama, mientras que Renato tenía un trío en la alberca con otras dos
chicas. Así eran las noches de orgías en aquellos hoteles exclusivos que
guardaban discreción.
Andrés notó que su hermano Sebastián no había llegado a dormir a su
departamento de la Colonia Roma, él ya estaba bastante enojado porque no
había rastro de Sebastián en todo el día y aún, él seguía en la fiesta. Andrés
sabía muy bien que estaba en una de sus borracheras, solo esperaba que llegara
al departamento para regañarlo, decirle que ya estaba harto y que además tenía
que buscar otro departamento o regresar a la casa de sus padres. Andrés San
Román era ese joven treintañero sensato, responsable y muy trabajador,
Sebastián San Román solo vivía su vida al máximo, pero en el fondo también
era un buen muchacho como sus otros dos hermanos.
Por la tarde, llegó Sebastián bastante alcoholizado ese día sábado, no vio a
nadie, se quedó dormido en su habitación hasta el día domingo sin ponerse el
pijama, Andrés regresó al departamento por la noche y miró a su hermano
durmiendo; no dijo nada y se fue a descansar, esperaba al día siguiente para
reprenderlo.
Sebastián despierta a las 9:00 de la mañana, con una fuerte resaca y con dolor
de cabeza. Andrés estaba en la cocina preparando el desayuno y guardaba
silencio para mostrar enojo, estaba vestido de ropa deportiva porque salía por
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las mañanas con su bicicleta a ejercitarse entre esas arboladas calles de la
Colonia Roma, de la Colonia Condesa y de la Avenida Reforma. Sebastián se
metió a la regadera de pena, se aseó y se perfumó, después fue a la cocina con
Andrés.
Sebastián saludó a Andrés y él no le contestó, Sebastián se disculpó con su
hermano y en ese momento inició la discusión.
—Ya basta de tus fiestas, llegas borracho entre semana y los fines de
semana, guarda el dinero de tu beca universitaria y el que te da mamá
para comprar cosas más útiles; o bien, invierte tu dinero en un negocio
propio—.
Sebastián le respondió:
—Lo que yo haga con mi vida te importa un bledo, es mi vida y vivo
como yo quiero, me salgo a donde se me dé la gana y con quien me dé la
gana —.
Andrés respondió:
—Por lo menos avisa donde estás para que podamos recoger tu cadáver
y nos ahorres el tiempo y la desesperación de buscarte. Mi madre ha
estado preguntando por ti porque no le respondes a su teléfono —.
Luego Sebastián empuja a Andrés y le dice en voz alta;
—Pues ya estuvo suave, vente, te estoy esperando pendejo, vamos a
darnos unos putazos. No seas puto —.
Andrés responde:
—Eso es lo único que aprendes, ser un aborigen que solo vive su vida de
forma egoísta y que no tiene planes en la vida, eres un fracaso social y
me avergüenzas mucho por ser mi hermano —.
Sebastián responde:
—No me interesa seguir tu rutina de vida, llevas una vida robotizada
trabajando día y noche todo el tiempo para que otros pendejos que te
sacan provecho, a lo que tú llamas experiencia profesional —.
Andrés responde:
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—También trabajo para ayudar a mis padres a mantener a un huevón de
mierda como tú que solo sabe gastar el dinero y no produce nada positivo
a la sociedad —.
Sebastián responde:
—Ahora quieres casarte y vivir en pareja para que tengas hijos, para ser
un consumidor del neoliberalismo que creó a la familia como un medio
de control social donde tienes todos los privilegios de préstamos y
créditos con facilidades de pago porque ya eres un hombre casado,
mientras que los solteros somos desechados por la mercadotecnia porque
no les damos a ganar a sus bancos con una deuda —.
Andrés responde:
—Te equivocas, el que más gasta eres tú, eres mucho más consumidor
con tus despilfarros desenfrenados, amas el socialismo pero te gusta vivir
como capitalista, sin embargo; tampoco me interesa tu vida de estudiante
psedo-comunista, ese tipo que viste como hippy y que también vive a
costillas del dinero de las becas y del dinero de nuestro honrado padre,
probando de todo y llevando una vida de excesos, no tengo duda de que
las mujeres no aguantarían vivir contigo porque eres egoísta, el único que
se tiene que chingar soy yo porque no quieres vivir en casa con papá y
mamá y no te gusta vivir con Rafael porque lo consideras como otro papá
en vez de un hermano como yo. Cálmate y vente a desayunar, porque si
me haces enojar, si te daré un buen putazo en la boca por majadero y por
no alimentarte bien. Por cierto; me debes el pago de luz, el pago de
internet y el pago de tu ropa de la lavandería, es un total de 6,860.00 pesos
—.
Sebastián se salió mal encarado del departamento, azotó la puerta y se fue a
desayunar en una de las cafeterías del parque Río de Janeiro de la Colonia Roma
que bordean el monumento de El David, afuera de los condóminos residenciales
de fina arquitectura neo-renacentista de principios del siglo XX, como la iglesia
de la Sagrada Familia y de otros bellos edificios de tendencia minimalista recién
construidos. La Colonia Roma, sin duda, es muy hermosa, rodeada de
arboledas, galerías de arte, gimnasios, colegios privados, despachos, clínicas,
estudios, casa de moda, salones de fiesta, bancos, comercios especializados,
fondas, restaurantes, cafeterías, panaderías de prestigio y confiterías, sin la
menor duda, la Roma es un pedacito de Europa muy bien conservado en la
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Ciudad de México, tal vez el lugar más céntrico de la capital y el más bohemio;
y por ende, una de las urbanizaciones más caras para vivir cerca de todo lo que
tiene a sus alrededores y por su plus valor.
A pesar del rico aroma del café y los panes recién horneados, Sebastián se quedó
pensativo, caminando y hablando solo como un loco y maldiciendo a su
hermano Andrés, se sentía incomprendido, pero ya no contaba con mucho
dinero, sus gastos habían sido excesivos en menos de una semana y el pago de
la beca se había retrasado una semana, por ajustes de la contraloría universitaria.
En ese momento, le llegaron bonitos recuerdos de su infancia, la presencia de
su madre siempre marcaba esos minutos de delirio, él recordaba cuando jugaba
en el parque de la mano de su madre, ella lo besaba y lo mimaba hasta que se
quedaba dormido en sus brazos. También recordaba que su padre lo cargaba en
sus hombros, cuando le había comprado un carro de pedales color rojo mientras
él jugaba por todo el patio de la casa sin descanso golpeando las macetas;
grandes momentos de felicidad estaban repletos los recuerdos de Sebastián. En
una navidad le habían regalado una llama de lana que él montaba en la sala y
en el comedor, su padre pasaba largas horas de juego al lado de sus hijos, pero
el más pequeño era su adoración, solapaba todos los llantos y caprichos del
pequeño Sebastián.
Llegó a la cafetería de su preferencia, allá en frente del monumento de El David,
se sentó y pidió una chapata de jamón serrano y un café expreso, se tocaba la
barba porque ya le había crecido bastante por no rasurarse el fin de semana, su
camisa de manga corta era la misma de hace dos semanas, su pantalón de
mezclilla ya empezaba a desgastarse y sus tenis estaban muy viejos; ya ni qué
decir de sus calzoncillos ajustados, empezaban a romperse.
Sebastián tomó el periódico para leer un poco lo que ha pasado, se había
desconectado de las noticias. España estaba entrando a una fuerte crisis
económica, Colombia empezaba a tener un auge económico, Perú se abría al
mundo de las exportaciones de minerales, Bolivia tenía estabilidad política y
económica con un presidente de origen aimara, Siria empezaba a tener
problemas con su Kurdistán, la izquierda estaba ganando en Argentina con
Cristina Kirchner y Michoacán era un polvorín por la pelea de plazas del
narcotráfico en ruta a los Estados Unidos. El mesero le lleva su desayuno y le
hizo la plática a Sebastián, ya que lo veía bastante mal encarado.
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El café estaba lleno de jóvenes burgueses con aires de intelectuales, algunos
leyendo, otros conversando y otros simplemente comiendo sus alimentos, las
conversaciones se tornaban sobre comunismo, parecía que eran discípulos del
Che Guevara o de Castro Ruz mientras que se escuchaban canciones de protesta
de Violeta Parra o Víctor Jara; todos ellos, unos conocedores de teorías y
doctrinas económicas desde su plataforma burguesa, temas que escasamente los
pobres sin estudios universitarios solían conversar o entender.
Sebastián desayunó lo más rápido posible y dejó su propina para no verse mal
educado. Luego se fue al departamento después de que Andrés se saliera a
trabajar; él quería pensar en su realidad, tomó un cigarrillo y se lo fumaba
lentamente en la terraza de su habitación, empezó hacer limpieza de todo el
apartamento por cruda moral. Sebastián no quería vivir en aquél departamento
de su hermano Rafael porque le llevaba veinte años y como ya era sabido, sus
normas de orden eran similares a las de su padre, por eso prefería vivir con su
hermano Andrés que solo le llevaba cuatro años de diferencia.
Siempre ha sido un verdadero placer disfrutar de las calles y jardines de la
Colonia Roma, remanso porfiriano donde se respira un aire de añoranza
afrancesada que sentían las ciudades latinoamericanas. Pero, estar cerca de la
estatua de El David, es toda una experiencia mirar la réplica de su musculatura
para recordar a los grandes escultores del Quinquecento italiano, El David es
todo un ícono de la Colonia Roma y marca un pasado de prosperidad económica
en medio de la miseria de las periferias.
¿Cómo no pensar en tomarse un café o comerse una chapata en uno de aquellos
cafés de la Colonia Roma? la finura de los platillos huele por doquier, comida
gourmet que sabe a pasta italiana con vinos muy caros u oler el aroma del pan
más rico de las recetas francesas como el pan negro o probar un pedazo de
baguette mientras sale el aroma de las máquinas de café expreso entre las calles
adoquinadas, mirando el paisaje urbano que deleita miradas con edificios muy
eclécticos y ver los nuevos apartamentos que nos recuerda la importancia de
vivir la ciudad desde otros contextos poco accesibles a la mayoría de las
personas que viven en México.
Se quedó buen rato en la sala fumando otro cigarrillo pensando en todo lo que
había hecho en su vida hasta ese momento, estaba arrepentido de muchas
experiencias, pero de otras no, en realidad solo quería vivir su vida al máximo,
pero él sabía que su vida debía tomar otro rumbo y bajarle a sus desenfrenos.
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Para Andrés, más que su hermano menor, era como un hijo sin rumbo fijo y
completamente desorientado que no se adaptaba a vivir como un ser humano
común y corriente dentro de una vida rutinaria, veía a un muchacho que no
conocía de orden o disciplina y que era un completo rebelde sin causa alguna.
Los padres de los tres hermanos, realmente estaban más ocupados en sus
negocios familiares, en sus fiestas o en sus eventos sociales, trataban muy aparte
su vejez y su vida plena para darle a sus tres hijos la libertad que deseaban y
seguirles dando un financiamiento paternal para estar en espera de mirar si
despegaban pronto hacia la vida de los negocios o se quedaban estancados, solo
Sebastián era el hijo que daba mayores dolores de cabeza, Rafael y Andrés se
dedicaban de tiempo completo a sus profesiones y en ayudarles a los negocios
familiares en sus fines de semana como la tienda de blancos en un local de Paseo
de la Reforma y una mueblería en el centro histórico de la ciudad.
Los domingos en la Ciudad de México son excepcionales, todas las tiendas
abren, los museos, los parques urbanos se llenan de actividades y espectáculos
callejeros, el centro histórico es el mejor lugar para visitar espacios antiguos de
tendencia barroca y renacentista y para salir de la rutina de los aburridos
edificios modernos, así como un lugar idóneo para comprar muebles, artesanías,
ropa, alimentos en los mercados, electrodomésticos, instrumentos musicales,
objetos de última generación, papelería a precios de mayoreo, libros con
verdaderas ofertas, joyas, maletas o mochilas, baratijas y novedades; la gente
lleva a sus hijos fuera de casa y disfruta la ciudad comiendo fuera, yendo a salas
de teatro, iglesias, auditorios, cines o bibliotecas. Pero el fin principal del
domingo es no estar encerrado en casa, es para disfrutar de una convivencia
sana y familiar.
Mientras tanto, Andrés y Elisa paseaban en sus bicicletas con ropa deportiva
por las mañanas como ya era costumbre, luego llegaron al local del Paseo de la
Reforma para comer con la madre de Rafael y Andrés y para platicar sobre los
preparativos de su boda; realmente todos estaban preocupados, pero, por otro
lado, estaban haciendo los planes de emprender un nuevo negocio entre Andrés
y la bella Elisa, solo que ellos no tenían un local para rentar y estaban viendo
una posibilidad de unirse en inversión con la señora Sofía.
La ciudad capital se mantiene en constante dinamismo, eso es agradable a todo
ciudadano que le gusta romper con la rutina, es mirar los cambios sociales y
políticos que no suelen ocurrir en pequeños pueblos, es ver que todos los días
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aparece un edificio remodelado, un edificio demolido o un edificio recién
construido; es escuchar la música del momento, oír el ruido del transporte
público, las largas filas de automóviles y el ajetreo de la gente gritando o
hablando de lo que pasa a diario. La ciudad es de todos, nadie se queda excluido
de ser capitalino; sin olvidar los comunes asaltos violentos, los atracos en
automóviles y los robos a mano armada por el simple hecho de ser una urbe
extremadamente millonaria y poderosa donde impera cierta impunidad.
Pero también la Ciudad de México, es esa urbe de vidas que se pierden por la
promoción de un estilo de vida, que promueve la delincuencia organizada, se
mira en las periferias a jóvenes que dejan de estudiar y se convierten en aliados
del crimen organizado porque su pago es mayor al de un empleo lícito, jóvenes
que creen ser grandes narcos, que presumen su revolver al colocarlo en las
mesas o despachadores, que presumen sus camionetas de lujo y que creen no
tener miedo a nada, siempre acompañados de bellas mujeres, un cambio radical
de estilo de vida completamente distinto al que vive en el centro de la gran
capital.
Al día siguiente; Sebastián salió a caminar por la tarde hacia el cajero
automático del banco que estaba en la esquina de su calle, metió su tarjeta de
débito y sacó la cantidad que le debía a su hermano, pero notó que su saldo era
de 2,420.00 pesos. Lo que empezaba a preocuparle sobre su situación
financiera, eran un momento crítico para él, pero la realidad de otros habitantes
de la Ciudad de México era mucho peor quedarse sin dinero por unos días.
Sebastián resolvía sus problemas con solo hablarle a su madre.
La madre de Sebastián le marcó al teléfono, Sebastián respondió de inmediato;
—Hola Cariño, ¿Cómo has estado?, no has hablado por teléfono para
saludar a tu madre —. Responde doña Sofía.
Contestó muy contento Sebastián:
—He estado muy bien mamá, tú sabes, las clases de la universidad, las
tareas, los trabajos de investigación, el aseo del departamento, los pagos,
los gastos familiares, la despensa y todas esas cosas, pero ¿Cómo ha
estado papá y tú? —
Doña Sofía le dice:
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—Hemos estado muy bien, gracias a Dios, tú sabes, tú padre siempre con
sus achaques; por cierto, te extraña mucho porque no has venido a la casa
para comer o cenar con nosotros —.
Sebastián respondió:
—Pues iré este fin de semana a pasarla con ustedes y platicamos con más
calma —.
—Te mando un beso mamá y otro para papá —.
Responde su madre:
—Cuídate mucho cariño y no te olvides de esta mujer que te extraña
mucho —.
Se despidió la señora de su hijo.
Al llegar al edificio, subió por el elevador al departamento, Andrés y Elisa
estaban sentados viendo el televisor, en ese momento llegó Sebastián un tanto
apenado con una bolsa de pan de diferentes sabores, Andrés le dice:
—Mi rey, te estamos esperando para cenar —.
Sebastián le respondió:
—Gracias, yo traje algo de pan y mermelada de fresa artesanal —.
En ese momento apagaron el televisor y se sentaron en la mesa. Colocaron los
cubiertos, tomaron la mermelada para untarla en el pan que había traído
Sebastián, empezaron a platicar los tres sobre los pagos de la renta del
departamento, sobre los gastos de despensa y telefonía para el internet, sobre el
aseo y el pago de servicios como agua, luz y portería, echaban un chascarrillo y
comentaban también que Elisa ya iba a vivir con Andrés, para que Sebastián se
hiciera a la idea de compartir espacio también con su cuñada.
Sebastián no dijo nada, se sentía celoso por el cariño de su hermano, como era
lógico; Andrés pasaba más tiempo con su futura esposa que con sus hermanos,
eso le causaba ansiedad, tristeza y un desplazamiento de sobreprotección. Él
estaba haciéndose a la idea que ya no podía vivir a expensas de su hermano y
que era necesario buscar un empleo para terminar con el ocio y las largas horas
improductivas que desperdiciaba viendo su teléfono celular y durmiendo.
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Renato y Arturo solo eran sus amigos de ocasión, lo buscaban todos los fines
de semana; y a veces, entre semana con la intención de emborracharse, fumar o
buscar ociosidades para matar el tiempo. Se la pasaban en los bares, en los
burdeles, en los centros nocturnos, en las casas de citas, en los hoteles y en
eventos en casas de campo de las familias de sus amistades en Cuernavaca,
Valle de Bravo o en Acapulco. No había duda, eran sus compadres de briagas y
experiencias fuera del límite tolerado, no eran tan buenas compañías, pero
compartían muchas anécdotas que mantenían en discreción. Al final, en la vida
se necesita tener todo tipo de amistades; ya que en la economía juegan un papel
importante dentro de las relaciones sociales para facilitar la búsqueda de empleo
o la formación de negocios.
Sebastián se quedó recostado en su recámara meditando y pensando en sus
problemas financieros, sabía él que había llegado demasiado lejos con sus
gastos y sus deudas bancarias. Era un momento en su vida para tomar decisiones
que le convengan, buscar generar ingresos económicos y cumplir sus sueños,
metas o expectativas sin evadir las responsabilidades a base de una disciplina
en inteligencia sobre finanzas personales.
Andrés y Elisa salieron a conocer a sus nuevos vecinos, les llevaron un pastelillo
para romper el hielo y conocerse un poco más. Los vecinos del departamento
de al lado, eran chilenos que trabajaban en una aseguradora bancaria, habían
colocado su bandera chilena en el balcón de su departamento con gran orgullo,
no saludaban casi a nadie, pero eran una pareja bastante agradable como
vecinos. En zonas urbanas de Chile no se acostumbra saludar o ser amables con
todo mundo, salvo haya algo importante que tratar o se tenga una relación de
amistad muy estrecha.
La pareja de mexicanos estaba disfrutando mucho su conversación con la pareja
de chilenos recién llegados. Los chilenos sacaron vinos de su tierra con algunos
quesos y frutas para disfrutar de la conversación vecinal, mientras que Elisa les
llevó un pastel muy fino de sabor a durazno y piña. Chilenos y mexicanos dentro
de sus pláticas eran mucho más cercanos de lo que ellos imaginaban, casi una
misma idiosincrasia y las mismas costumbres, no había temas que no se
conocieran como la política, las costumbres cotidianas, la religión, la cultura y
la economía; dos acentos muy distintos pero una historia compartida.
Pasaron varias horas de larga conversación, el vino había hecho que el hielo se
derritiera, la visita estaba llena de chistes, bromas, canciones y pláticas muy
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amenas de la vida cotidiana y sencilla; tanto los chilenos cantaban canciones de
José Alfredo, como los mexicanos cantaban canciones de Inti Illimani. Santiago
de Chile no era nada distinto a la Ciudad de México; mismos problemas y
mismas satisfacciones económicas.
La capital chilena era esa urbe metropolitana pegada a la Cordillera de los
Andes, en donde se podía esquiar en la nieve e ir a la playa el mismo día; centro
político andino con un carácter muy fuerte en la economía global, ciudad capital
que controla el comercio, la minería y la logística portuaria del sur del
Continente Americano. Para los vecinos chilenos era bastante normal platicar
de opulencias y vanidades, un estilo de vida compartido con la clase media y la
clase más acomodada de la Ciudad de México; ya que la capital mexicana
fungía en ese momento, como un vínculo entre Norteamérica y Sudamérica,
parecía que se cumplía el sueño bolivariano de unificar a todo un continente
desde lo más profundo de las montañas andinas.
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CAPÍTULO 2
LA CIUDAD QUE NO DUERME
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vida andina y las antiguas civilizaciones del Tahuantinsuyo; los compañeros
chilenos y peruanos eran bastante eruditos de la cultura incaica; y los profesores,
como los demás alumnos, quedaban maravillados de estudiar a las sociedades
sudamericanas de costa a costa sin olvidarse del espinazo montañoso de los
Andes, unido por el mar con el resto del continente.
El anciano profesor chileno Alberto Pérez Donoso hacía estremecer a sus
alumnos con la cantidad de documentos escritos por él mismo, desde una visión
de estudio antropológico, geográfico, sociológico, cultural y económico de la
vida andina y su vida personal, así como mostrar una numerosa bibliografía de
los estudios latinoamericanos sobre los países de Los Andes durante el siglo
XX. Una gran historia de distintas realidades que parten desde las dictaduras
del Plan Cóndor, pasando por el Neoliberalismo, hasta las complejidades
urbanas y rurales de los pueblos andinos en la izquierda latinoamericana.
Pedro y Sebastián siempre hacían equipo de trabajo para exponer sus temas,
ambos habían hecho muy buena integración interdisciplinaria, se iban a
desayunar, a comer y a beber cerveza en los locales del callejón de la Salmonela
cerca a la estación Copilco, Pedro hacía que su amigo se quitara lo acartonado
y se expresara con libertad y confianza, en las reuniones estudiantiles siempre
había cerveza y jóvenes de diversos países contando experiencias de sus
familias y de sus naciones de origen. La hermandad latinoamericana era más
visible en la Ciudad Universitaria que en las unidades habitacionales, las
oficinas y empleos de la ciudad capital. Y pensar, ¿Cuántos cambios surgieron
en la ciudad, después del movimiento estudiantil del 68?
Pasar por las calles y callejones de Copilco es comerte una guajolota con atole,
una quedilla o una chapata callejera, es visitar los pequeños restaurantes para
tomar un jugo de naranja, comer una torta gigante y un licuado o tener un
desayuno de ensalada dietética, probar una simple rebanada de pizza napolitana
o una crepa de jamón serrano al estilo francés con un rico café capuchino
mientras vas a las papelerías, imprentas, estudios de fotografía y librerías; por
la tarde y noche, las calles de Copilco se llenaban de bares con cierto aroma a
marihuana entre los pasillos, lugar de ventas de artesanías, libros viejos, discos
de LP, litografías, cartelones o ropa étnica. Copilco es un barrio de ambiente
universitario donde los jóvenes tienen diversas experiencias de vivir lejos de
casa y hacer grupos de amigos de distintas carreras.
17
Después de clases, Pedro invitó a Sebastián y al peruano a tomar cerveza,
empezaron en uno de los bares de Copilco y se siguieron la fiesta hasta la Plaza
Garibaldi del centro de la ciudad; entre la música de mariachis y la borrachera
de aquellas cantinas tradicionales, los jóvenes reían, se albureaban y se hacían
bromas hasta la media noche. La plaza Garibaldi es un lugar obligado para oír
mariachis, conjuntos norteños, huapangueros y jaraneros entre un kiosco
rodeado de papel picado de colores, puestos de comida y andadores llenos de
borrachos y bohemios cantando canciones mexicanas tradicionales. Como ya
era muy noche, Pedro llevó a sus amigos a dormir a su casa en el Barrio de
Tepito, le marcó por teléfono a su madre que iba a llevar invitados que se les
habían pasado las copas y que ya era peligroso que regresaran a sus casas en
esas condiciones.
Los jóvenes se fueron caminando y cantando entre las calles del centro
histórico, llevaban la protección de San Felipe de Jesús en el zócalo, de la
Virgen de Guadalupe en las calles aledañas y de San Juditas Tadeo al llegar a
Tepito; según el santo es el nivel de seguridad por donde se transita, y como
eran las calles preferidas de Pedro, nadie peligraba en uno de los barrios bravos;
entre estructuras de puestos comerciales, patrullas policiacas y edificios
habitacionales de viejas fachadas deterioradas, se miraba reuniones de jóvenes
en las calles, tomando, jugando y drogándose, pasaban cerca de las cantinas y
tugurios donde las prostitutas invitaban a todos los jóvenes a pasar al
establecimiento; la noche era para todos, sin importar si se era rico o se era
pobre. Así es Tepito de noche, es de todos y es de nadie.
Al entrar al edificio del departamento de Pedro Lugo, su madre los estaba
esperando, había preparado un poco de café. Subieron las escaleras hasta el piso
tres, entre barandales y tanques de gas como en las vecindades de edificios
coloniales, al llegar al departamento, una perrita chihuahua los recibe con
ladridos, la madre de Pedro invitó a pasar a los jóvenes a su hogar, ella estaba
haciendo cuentas e inventario de sus ventas mientras esperaba al vago de su hijo
Pedro. Francisco y Sebastián saludaron a la señora y le agradecieron que los
haya recibido en su hogar, la señora dijo que no había problema, ella siempre
tenía un lugar para todas las personas que convivieran, amaran, admiraran y
respetaran a su hijo, ella les sirvió un café con pan a cada muchacho mientras
Pedro colocaba música, bajándole el sonido a la consola modular para escuchar
un poco de rock alternativo.
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Se les fue bajando la borrachera con el café, pero ya estaban muy cansados,
dejaron sus mochilas, chamarras y libros en el sillón de la sala y los tres pasaron
a la habitación de Pedro, donde había una cama matrimonial y un sillón grande
lleno de bastantes cobijas y ropa del muchacho. Sebastián le mandó un mensaje
a su hermano Andrés de que no iba a llegar a dormir porque estaba en Garibaldi.
En la cama de Pedro se quedó Francisco con Sebastián y en el sillón durmió
Pedro. Todo quedó en silencio, mientras que afuera, en las calles tepiteñas, se
oía las sirenas de patrullas, ambulancias y disparos; pero los tres jóvenes
dormían como bebés con padre y madre.
La otra Ciudad de México despertaba, la gente salía de los edificios
multifamiliares y de vecindades viejas muy temprano para trabajar largas
jornadas en las oficinas, en las fábricas o en las dependencias gubernamentales;
por otro lado, también los comerciantes se levantaban muy temprano para abrir
sus locales en los edificios del Centro Histórico, en los mercados populares y
en las ajetreadas calles tepiteñas, había bastantes estructuras móviles y toldos
para puestos callejeros con lonas de colores, en las que rezumba el sonido de
los merolicos, mientras se preparaba el café matutino y se arregla la ropa o los
uniformes de los escolares y estudiantes.
El Centro Histórico de la capital mexicana siempre ha sido un sector urbano
rodeado de varios barrios antiguos que tuvieron un pasado esplendoroso antes
de la llegada de los ibéricos; aún se conservan las piedras de bastantes
edificaciones mexicas por debajo de imponentes edificios coloniales; aquí no
podía faltar las campanadas de la catedral metropolitana, el aroma de las
panaderías y de las fondas con sus guisados matutinos, el olor a florerías y cafés,
escuchar como levantan las cortinas de los locales, oír el pitazo de los carros en
las estrechas calles, oír a los vendedores ambulantes, oír a los tambores y a las
cornetas de la banda de guerra del ejército anunciando el izamiento de la
monumental bandera nacional frente al palacio, allí en gran Plaza de la
Constitución de Cádiz. Calles con los nombres de los países americanos, como
República de Guatemala, República de Colombia, República de Uruguay,
República de El Salvador, República de Argentina, República del Perú o
República de Chile.
Sin duda, es una gran experiencia despertar y salir en las primeras horas del día
a las calles del Centro Histórico de la ciudad capital para desayunar un tamal
con atole, alimentos callejeros que relativamente cuestan muy poco y que llenan
el estómago para soportar las largas jornadas de trabajo. Calles recién lavadas
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por el servicio de limpieza de la ciudad y por los empleados de los locatarios,
así quedaba atrás el aroma de los orines, los gritos de los borrachos, el sonido
de las sirenas de las patrullas y ambulancias, la música de los bares y cantinas,
las riñas callejeras y los arrancones de carros y motocicletas. Ciudad llena de
comercios, edificios civiles restaurados, iglesias, museos y palacios; de viejos
edificios multifamiliares, de plazas y plazuelas, de monumentos, de puestos
callejeros o estanquillos y de vecindades coloniales con la armoniosa música de
los cilindreros que suena a melancolía y viejos recuerdos porfirianos.
Debajo de la ciudad existe otra ciudad formada por vías ferroviarias para trenes
urbanos llevando a miles de personas de un extremo a otro de la metrópoli y de
drenajes subterráneos que todos los días sacan las aguas negras de los
capitalinos hacia el Gran Canal. Contando con un cielo contaminado por las
emisiones de gases de los automóviles particulares que van hacia los
estacionamientos capitalinos; la polución atmosférica no permite mirar cielos
azules con un sol resplandeciente todos los días; pero a pesar de todo esto, el
centro de la ciudad no pierde su encanto, es un lugar atrayente y bullicioso desde
tiempos prehispánicos; es una ciudad que no conocía Sebastián, a pesar de haber
vivido aquí toda su vida desde su nacimiento. El Centro Histórico no es la
ciudad de los pobres, pero es esa otra ciudad que desconocen los niños
burgueses capitalinos como parte de su vida cotidiana; ya que a muchos no les
interesa mucho lo que aquí sucede hasta que los sorprende.
Pedro estaba dispuesto de hacer turismo con sus amigos por esos barrios viejos
y barrios bravos de los que todos los periódicos amarillistas y nota roja hablan
todos los días; realmente es la ciudad que nació de una leyenda fundacional
mexica pero que se convirtió en el centro de comercio internacional y de
negocios más importante de América Latina por su cercanía con los Estados
Unidos y sus dos océanos de cada lado. A pesar de los terremotos y su
destrucción, la ciudad no para de crecer y enriquecerse; es una de las ciudades
más caóticas del planeta, pero es de las que más atrae a personas de todo el
Continente Americano y de todos los rincones del país.
Los tres amigos salieron muy temprano a caminar por las calles tepiteñas para
buscar productos a bajo precio o a precio de mayoreo aprovechando las
primeras horas, tomar un desayuno continental en las terrazas de un restaurante
libanés para admirar la ciudad desde arriba, mirar fachadas de edificios, visitar
bellos museos y estudiar comportamientos sociales de tipo urbano tanto en las
calles como en las estaciones del metro, conocer multitudes que cruzan calles
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en todos los sentidos con el fin de hacer compras o trabajar. Finalmente, los tres
terminaron en las viejas librerías para buscar autores relacionados a sus temas
de interés antes de despedirse con un abrazo y agradeciendo la experiencia de
vivir el centro capitalino en la casa de Pedro, con la condición de repetir la
experiencia en otros sitios.
Luego Sebastián tomó el metro en la estación Copilco para llegar hasta la lejana
estación Polanco, iba hacia la casa de una de sus profesoras de sociología. En
la estación Polanco lo esperaba la doctora Elizabeth Roth, le llevaba 25 años de
diferencia al joven Sebastián, los dos caminaron hacia la calle de Presidente
Masaryk, la doctora quería comer y platicar con su alumno, luego fueron al
departamento de Elizabeth para estar más cómodos y pasar un rato de charla y
bebiendo vino tinto, entre risas y bromas.
Ella era una mujer casada, pero su marido siempre estaba fuera del país,
viajando de un país a otro, cómo era de esperarse, ella era una mujer olvidada
que discretamente sabía tener encuentros sexuales con algunos de sus alumnos,
a pesar de su edad, ella se mantenía en forma y con una dieta estricta para tener
un cuerpo espectacular que lucía con sus canas y su bello rostro sin maquillaje,
el cual ya empezaba a mostrar algunas arrugas, era una mujer sin hijos con quien
Sebastián mantenía una amistad secreta, largas horas de plática y pasión
candente como si fueran novios. El hecho es que él sentía mucha confianza de
que Elizabeth fuera su confidente y que además compartían toda una relación
similar a la de una pareja de novios, en medio de la discreción.
El marido de Elizabeth solo estaba un corto tiempo en México, él se dedicaba
al negocio de una marca de productos ecológicos que vendía en diversos países,
un hombre apegado a su comunidad y que mantenía una unión civil y religiosa
con su prima hermana lejana, para conservar una herencia familiar y una
estabilidad económica que no se compartiera con otras familias, más que la
propia; así era esta extraña pareja que no podía guardarse fidelidad hasta la
muerte, jamás se platicaban sus aventuras sexuales.Para Sebastián, era toda una
experiencia de adrenalina pura estar con su maestra más querida, al grado de
tener conversaciones dulces y románticas, en las que se hablaba de grandes
filósofos y poetas de la literatura universal, le recitaba fragmentos de novelas
románticas mientras ella se bañaba junto a él al vaciar un poco de vino tinto y
suaves fragancias del medio oriente en la bañera. La mujer gozaba al mirar
desnudo a su joven enamorado mientras él le susurraba al oído poemas de
Neruda o Benedetti; ella lo acariciaba con suavidad. Dos locos viviendo al
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extremo sus emociones más carnales que nadie se pudiera imaginar, era una
amistad entre dos personas cultas que siempre tenían conversaciones
interminables.
Sebastián dijo:
—Muy bien, todo normal —.
Contesta Sebastián:
—¡Qué pena!, he estado pensando en ir hoy a la casa a dormir contigo y
papá —.
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—Aquí te espero, tendremos una noche larga de conversación —.
Se despide de su madre;
—Está bien —.
Entre semana, Sebastián solía visitar la Biblioteca Central para hacer sus tareas
y leer un buen rato en la sala de lectura, realizaba recorridos con amigos por
nuevos barrios bastante pobres que surgían entre los terrenos de los ejidos o en
los desfiladeros de los cerros llenos bosques de pinos muy cerca de Santa Fe,
urbanizaciones clandestinas sin servicios básicos como agua corriente, drenaje,
gas o energía eléctrica. Urbanizaciones entre las barrancas, con acceso peligroso
e incómodo bordeando caminos cerca de las presas de oxidación de aguas
residuales con olores fétidos a desechos del drenaje, basura acumulada o
animales muertos; barios de humildes casitas de madera y techos de lámina con
cables jalados de la alta tensión sin piso y sin banquetas sobre las calles de lodo
o calles recién asfaltadas por algún programa político, meca de las iglesias
evangélicas y los tianguis clandestinos. Era necesario que Sebastián y sus
amigos conocieran la gran ciudad desde sus complejidades sociales; eso le
deprimía bastante pero solo así, a través de sus galerías de fotografías podían
entender el fenómeno de la miseria.
Los jóvenes caminaban por casi todos los barrios y colonias de la gran capital
descansando en los parques urbanos, comiendo en fonditas o en los restaurantes
de comida rápida, visitando centros comerciales de lujo y andando entre calles
antiguas empedradas de viejos pueblos de la Ciudad de México que se juntaron
a la mancha urbana al paso de las décadas del siglo XX como el caso de San
Ángel o Coyoacán. Entre visitas a iglesias, conventos, museos, plazas, sitios
naturales como Xochimilco y manejar entre grandes avenidas para buscar ocio
o perder el tiempo conociendo la complejidad de la sociedad capitalina que
tanto se quejaba de todo sin valorar lo allí tenían a sus alrededores.
Por la tarde, los tres jóvenes amigos buscaron en un diario de circulación
nacional un establecimiento para masaje erótico, encontraron uno cerca de la
estación del metro Sevilla. Acudieron los tres, los recibieron con discreción, era
un negocio de masajistas coreanas, se pagaba primero, luego le asignaban a cada
chico una habitación con una cama de masaje para que se denudaran y se
pusieran sobre la cama y la sábana, con la toalla sobre los ojos, mientras que
una chica, con vestimenta tradicional coreana se subía sobre el cuerpo para
empezar el masaje mientras la chica comenzaba a desnudarse y quedarse en
23
pantaleta, iniciando la sesión con masajes estilo tailandés y chino desde la
cabeza hasta los pies, logrado colocar los pechos descubierto de las chicas sobre
el cuerpo del cliente boca abajo mientras les colocan en silencio, bálsamos de
esencias como aceites aromáticos sobre el cuerpo desnudo mientras el cliente
relaja. Es una sesión de una hora donde a los hombres les es permitido tocar y
besar los cuerpos desnudos de las chicas orientales que poco hablan español.
Las chicas desnudas estimulan los genitales de los clientes, los tocan con
suavidad y les hacen felaciones para terminar su trabajo, luego con la
excitación, la chica sale de la habitación para que el cliente se vista su ropa y
pague sus consumos adicionales en la recepción del establecimiento antes de
salir, al bajar los escalones del lobby, allí Sebastián esperaba a sus dos amigos
antes de salir, para después caminar por las calles arboladas de oficinas,
edificios multifamiliares, hoteles, bancos y restaurantes coreanos.
Los chicos salieron de allí con discreción, después se fueron a una cafetería
cerca de la Glorieta de Cibeles para contar las experiencias de los días
transcurridos; así es la vida de los jóvenes universitarios ociosos que gastan el
dinero de sus becas en experiencias al máximo dentro de la gran ciudad.
Cenaron ese miércoles entre semana unos chilaquiles con café, después se
despidieron y regresaron a sus casas para dormir y pensar en que otras
ocurrencias se pueden distraer por la ciudad.
Muchas aventuras son solo un pasatiempo conociendo la ciudad, se vive
caminando y visitando sus parques, museos, avenidas, tiendas, plazas y
monumentos, pero otras aventuras son de riesgo por la falta de seguridad y por
la salud, muchos de estos establecimientos son controlados por el crimen
organizado o por fanáticos millonarios de las experiencias extremas, allí se
consume alcohol, drogas, se tienen experiencias sexuales con gente
desconocida, se da la trata de blancas y se despierta la lujuria o el libido
promoviendo la desnudez humana en secreto, pero cuando se es joven, no se le
tiene miedo a asumir riesgos o peligros. Finalmente, la Ciudad de México con
todos sus espacios del culto a los placeres, termina siendo un atractivo turístico
sexual para el resto del país.
Sebastián se levantó temprano, lavó su ropa en la tintorería, pagó el gas, compró
pan y postres que dejó en el refrigerador del departamento de su hermano,
limpió los pasillos y la sala, lavó el baño y la cocina, y después salió en bicicleta
hasta Ciudad Universitaria para tomar sus clases, entregar sus trabajos de
investigación, enviar sus notas y exámenes a sus profesores y descansar por la
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tarde sobre las islas de los jardines sin hacer absolutamente nada, escuchando
pasar gente por los andadores, allí en el estacionamiento de bicicletas dejó en
resguardo su bicicleta personal y al salir de las últimas clases de la noche, tomó
camino hacia la estación Copilco para regresar por metro camino a su casa.
Ese jueves en la noche no llegó a casa nuevamente, Sebastián decidió ir a la
Zona Rosa para buscar otras nuevas aventuras, salió hacia los bares LGTLB de
la calle Amberes; pues como era de esperar, en los bares, la mayoría de los
asistentes eran personas de tendencia homosexual y bisexual, pero eso no
significaba que heterosexuales no asistieran a esos bares citadinos para
divertirse los fines de semana. Sebastián quiso visitar discretamente aquellos
lugares solo para no escandalizar a sus amistades y familiares; ya que en la urbe
de asfalto se vive de muchas maneras que poco se conoce.
Pues en los bares había bastante gente; lo de bares gays, es solo un concepto
diferente de promoción, los jóvenes capitalinos se divierten allí sin ser
obligatoriamente homosexuales, pero con una mentalidad más abierta a
diferencia del ambiente nocturno de otros estados del país; a pesar de ello, en
estos establecimientos se vive con discreción. Sebastián decidió ir solo para
probar sus límites; como era de esperarse acudió a los bares más fresas y caros,
se sentó en su mesa y pidió su botella de vodka con jugo de uva, después pidió
que le cambiaran de mesa y lo subieran a la sala VIP, para ver mejor el
espectáculo de travestis y comediantes, donde bailan y hacen teatro urbano para
divertir a los asistentes heteroflexibles.
Obviamente Sebastián se la estaba pasando bien, hasta que un chico se subió a
la sala VIP y le pidió a Sebastián un cigarro, Sebastián se lo dio y luego le dijo
el joven si podía fumarlo con él, Sebastián no se negó y aceptó que se sentara
en su mesa; terminó el espectáculo a las 12 de la noche, los dos bebieron
bastante y pidieron otra botella más, terminaron bastante borrachos y platicaron
dos horas más. Ya era viernes en la madrugada y se sentía frío; se hicieron
amigos de ocasión; el chavo le confiesa a Sebastián que era abiertamente
bisexual y que se llamaba Joseph; pero Sebastián no le tomó importancia y le
comentó que se la estaba pasando bien.
Joseph le dijo que conocía un bar gay con regaderas y vapor tipo sauna, este
establecimiento estaba ubicado en Polanco, que el lugar era mucho más fresa y
su acceso era más restringido; como ya estaban borrachos, pues a Sebastián no
le parecía mala idea conocer otros lugares. Así que pagaron su consumo y
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tomaron un taxi sobre la avenida Reforma, cerca del Ángel de la Independencia
hacia el dicho bar con sauna en Polanco. El taxi se dirigió hacia la avenida de
Leibniz, en un discreto lugar, atrás de una iglesia y rodeado de edificios de
departamentos, pagaron y tocaron el timbre del lugar. Pasaron un filtro de
seguridad excesiva antes de pagar, la policía los revisó a detalle mientras los
chavales bromeaban, luego les dieron un kit de limpieza en el que incluía toalla,
bata, pantuflas, condones y jabones, después les dijeron que el pago era solo por
tarjeta y cada uno pagó su acceso, después entraron a un lugar extremadamente
limpio, con olor a flores fragantes, luego ingresaron a los vestidores para
desvestirse y ponerse las batas de baño para cubrir solo sus genitales. Luego les
dieron en su boleto, una promoción de cinco cervezas o jugos en la barra del
bar con la compañía de meseros extranjeros semidesnudos.
Entraron a los cuartos oscuros, y allí estaba un ambiente homosexual poco usual
en el país, hombres desnudos bebiendo mientras un DJ tocaba música
electrónica para amenizar. Sebastián sinceramente estaba sorprendido de su
aventura del día, un lugar que él no imaginaba que existiera en su ciudad. Joseph
empezaba a abrazar a Sebastián, pero eso le incomodaba, sin embargo; a pesar
de estar alcoholizado; no decía nada ni se mantenía distanciado porque estaba
en un ambiente distinto a lo habitual. En la sala había un espectáculo de
regaderas, donde los strippers se bañaban desnudos presumiendo sus cuerpos
atrás de vitrinas en las que limpiaban el vapor con sus cuerpos, los asistentes
solo bebían en las mesas; en ese lugar no había travestis ni chicos afeminados,
era otro tipo de homosexualidad que prevalecía en la burguesía capitalina, una
mariconería más masculina entre los chavos de familias millonarias, por eso el
acceso al club era con membrecía y con restricciones de ingreso. En ese lugar
estaban actores de las televisoras, reporteros, empresarios, universitarios y una
élite intelectual que ocultaba sus más bajos placeres sin perjuicios.
Dentro del club había un gran jacuzzi en el que los clientes se bañaban en orgías
al ritmo de música electrónica y se ligaba sin poner resistencia con la persona
que se dejara o que quisiera tener experiencias sexuales al máximo, eso
recordaba mucho a la Roma Antigua y su decadencia, había saunas de vapor y
regaderas sin puertas para que el morbo, la curiosidad y el ocio dejara salir la
lujuria. Tenían cuartos oscuros con camas acolchonadas en varios niveles para
sus orgías, para lugar para los que deseaban masturbarse o para los que deseaban
tener felaciones; también había habitaciones privadas para dos personas con
horarios cortos, tenía una terraza minimalista de fumadores en la azotea y un
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cuarto para fiesta de espuma; sin duda alguna, no era un lugar para enamorar a
las personas sino para probar experiencias con la gente de la élite y con los
turistas nacionales o extranjeros. Este lugar tipo baño turco con bar era
semejante a los numerosos establecimientos que había en los Estados Unidos y
en Europa para los homosexuales, bisexuales y heterosexuales curiosos; por
eso, no era raro que extranjeros de muy diversas nacionalidades acudieran al
lugar e hicieran su reservación.
Era un lugar del pecado, similar a los tiempos de la Roma Imperial. Sebastián
trataba de disfrutar su desnudez compartida con otros asistentes, pero se negaba
a tener sexo con los demás, se bañaba varias veces en el sauna y en las regaderas
para bajar el alcohol y disfrutar de los espectáculos sexuales en vivo. Aunque
siempre se negó tener sexo con toda persona que se le acercaba, no mostraba
rechazo o asco por el lugar ni por los asistentes, simplemente se adaptaba a un
ambiente diferente a lo que la mayoría de personas no estaban acostumbrados,
él solo trataba de hacer amistad y conversación con las numerosas
personalidades que acudían a ese lugar, pero en paños menores. Hasta en el
nivel socioeconómico hay desigualdades entre los homosexuales, mientras los
maricas con mejor nivel adquisitivo se divierten en clubs privados de acceso
controlado en completa discreción, los homosexuales pobres, mayoritariamente
transexuales o afeminados, sufren discriminación y son violentados o son
asesinados en el peor de los casos, no se pueden dar el lujo de afrontar una
sexualidad plena en las calles o en su vida cotidiana, son asociados a debilidad
humana y a fantoches afrontando la moral religiosa. En cambio, los
homosexuales ricos son socialmente aceptados por su masculinidad y porque
pagan lo suficiente para hacer suyos a quien les venga en gana en completa
discreción.
Sebastián decidió pasar las primeras horas del sábado sin ver la luz del día, ya
que allí se podía desayunar, comer y cenar, aparte de beber haciendo uso de sus
tarjetas bancarias. Se despidió de Joseph en el jacuzzi, se tomó una ducha, se
vistió y salió del lugar. Tomó un taxi y le habló a una de sus amigas de Polanco
que le había estado marcando durante el día, así que él decidió seguir la fiesta,
pero ahora con Sharon, ya que ella estaba en su día de descanso dentro de su
departamento para comenzar su rutina el día domingo. Así que no dudó estar el
resto del fin de semana con Sharon para que su padre dejara de preocuparse en
donde había estado y también para darle más espacio a su hermano Andrés.
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Los roles sociales habían cambiado mucho en el siglo XXI, de una sociedad
capitalina más religiosa y conservadora a pasar a una sociedad capitalina mucho
más abierta. Tampoco era necesario presumir el noviazgo a la vista de todos,
los jóvenes tenían las redes sociales y la discreción para tener el mayor número
de contactos y encuentros sexuales posibles vía internet. Tanto en las familias
acomodadas como en las familias humildes se empezaba romper los esquemas
tradicionales que la influencia e incidencia de la iglesia católica que había
impuesto como un control social durante varios siglos y que fue un fracaso total
en los primeros años del siglo XXI, sobre todo con la gente universitaria.
Los padres de Sebastián veían en menos ocasiones al hijo menor, el muchacho
visitaba a sus padres solo para comer, para charlar, para tratar asuntos familiares
y para atender los asuntos de los negocios de su padre, aunque sea de forma
forzada, pero su madre y su padre estaban contentos de que sus hijos se habían
desprendido a una corta edad del seno familiar, eso les permitía observar que su
familia semejaba a las familias europeas o estadounidenses bastante alejadas de
los hijos a diferencia de las familias mexicanas de clase media, que a pesar de
que sus hijos ya están casados o tienen hijos, el vínculo entre padres e hijos
perdura, así como las reuniones familiares siguen siendo numerosas y más aún,
la dependencia económica se da porque viven con sus padres; ya sea que estén
casados o solteros.
Una de las razones por lo que los hijos se iban de la casa familiar, era el no estar
acatados a las abrumadoras reglas morales de los padres, entre hermanos se
solían encubrir y tolerar, pero en la casa paterna los comportamientos cambian
y la forma de vivir la vida durante la juventud. Sin embargo; se notaba que, en
esas familias de clase media alta, había una fuerte presión por estudiar y tener
una carrera universitaria, razón por la que Sebastián San Román estaba
estudiando la carrera de sociología casi de forma obligatoria, mientras que sus
hermanos ya ejercían su profesión sin dejar de atender los negocios familiares
de su padre y su madre. Ya era entendible, que cuando no había trabajo
profesional, los hijos debían atender los comercios y enrolarse en el mundo del
negocio para agradecer a sus padres el coste de sus carreras universitarias.
Al salir de clases, a las diez de la noche en Ciudad Universitaria, los tres amigos
nuevamente decidieron ir al centro de la ciudad para continuar con sus nuevas
aventuras, esta vez los esperaba una noche diferente con música viva en el salón
de baile más popular de la capital mexicana, allí donde el proletariado y todos
los trabajadores humildes gastaban sus quincenas en bailar y conocer gente en
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una mesita de copas y orquestas. Sebastián siempre avisaba, aunque lo
regañaran, él marcó primero a su madre y después a Andrés para avisar que iba
a estar en la casa de su amigo Pedro y con la compañía del joven peruano
haciendo tarea de grupo y tomando cervezas. Los tres jóvenes abordaron el
metro de la línea tres hacia el famoso salón de baile. Llegaron a la hora justa en
la que multitudes deseaban entrar para disfrutar de las orquestas de música
popular; gente adulta muy bien vestida, con cierta elegancia se veía por todos
lados, era el lugar para presumir sus atuendos de pachucos o sibaritas con
sombrero y pluma al costado, cadenas y medallas de oro, playeras entalladas,
pantalones bombachos, sacos holgados de colores chillantes y zapatos de baile
llegando con sus acompañantes que vestían zapatilla de tacón dorado, vestido
de lentejuelas y estola de colores.
A Francisco le recordaba un poco las noches de la capital peruana, en donde
vedettes, cantantes, animadores, bailarinas y músicos se ganaban la vida
divirtiendo a los habitantes de los barrios obreros. Dicho salón concurrido era
el principal atractivo para escuchar música de antaño como el son cubano, la
guaracha, el danzón, la cumbia, la balada o el mambo, rincón idóneo para beber
licor y disfrutar de la música afroantillana con sus mejores intérpretes. Las luces
de cabaret, las mesas bien decoradas y la pista de baile relucían entre cada artista
y orquesta mientras los comensales se paraban a bailar los distintos ritmos. El
salón era un establecimiento casi museístico para retratar la vida nocturna del
cabaret chilango, en donde la música latinoamericana de Cuba, Colombia y del
Perú, con un toque de mexicanidad entre los grupos, noche de plumas y
lentejuelas entre las vedettes y los pachucos, de señoras con trajes de salón y
bailarines de guayabera y sombrero con vistosos zapatos luciéndose en la pista
del salón mientras que otros se emborrachaban hasta el amanecer. También era
noche de comediantes y animadores circenses, noche de excelentes cantantes
de música popular que se engalanan con las orquestas de músicos cubanos bien
trajeados mientras la audiencia se emocionaba con los temas de antaño y de
moda de décadas pasadas.
Que bello lugar, era un pedacito de las noches habaneras, con cierta elegancia
de jubilados y del proletariado, escenario de los mejores artistas de la capital
mexicana que honran a la buena música de las primeras décadas del siglo XX.
Esa Ciudad de México del pasado que dejaba de ser la sede revolucionaria de
los políticos para convertirse en la ciudad de todos los mexicanos, allí donde
nadie duerme y la urbe de la diversión donde abunda por doquier. Ciudad
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atrayente de actores y actrices del cine mexicano y de artistas de la vida nocturna
que engalanaban los teatros, los restaurantes, las cantinas, los bares, las calles y
los salones de baile. Ocio para todos los presupuestos, eso era lo que se extraña
de la capital mexicana cuando se viaja a otras ciudades del país, tal vez lo más
parecido a la vida chilanga, son las ciudades fronterizas con Estados Unidos y
las ciudades costeras.
Los tres amigos ya estaban por terminar su carrera universitaria, ellos sabían
que eran los dos últimos semestres para disfrutar de las becas y el ocio,
empezaban a planear nuevamente sus vidas para seguir disfrutando de todo
aquello que les ofrecía la capital mexicana durante el día y durante la noche.
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CAPÍTULO 3
LA VIDA FORZADA
31
—Si claro, el servicio incluye preservativos, trato de novios y toda
aquella fantasía que usted desee, ¿Usted está aquí en la Ciudad de
México? —
El cliente respondió:
—Así es, me gustaría tener el servicio completo por la noche hasta la
madrugada —.
Ella respondió:
— Sí señor, no tengo nada agendado, el costo es 3,500.00 pesos
mexicanos sin habitación, usted me dice en que hotel lo espero —.
El cliente contesta:
—entiendo, me parece bien, yo reservo la habitación del hotel —.
¿Y él preguntó?
—¿De dónde viene usted, mamita? —
Ella contesta:
—De Cali, Colombia, bebé —.
El cliente contestó:
—Me parece excelente, lo intuí por su acento; bueno, yo le marco más
tarde si me interesa el servicio esta noche —.
Ella respondió:
—Sí señor, claro, espero le haya gustado mi oferta, seguro no se va
arrepentir, usted me dice a qué hora, solo que va tener que pagarme
servicio taxi electrónico para llegar a su hotel —.
Él responde:
—Claro que sí —.
Terminó la conversación, la chica guardó el número por si le vuelve a marcar el
cliente, mientras que ella seguía revisando los mensajes de su teléfono móvil
para ver si otros clientes le concretan otra cita de encuentros. Se dio un baño
con agua tibia y se puso ropa deportiva para ir una hora al gimnasio de la
esquina, allá cerca de su departamento, tomó la mochila y bajó por el elevador
32
hacia la recepción del edificio, se despidió del policía en curso y salió de prisa
para provechar el día ejercitándose.
Diana no quería que se le comparara con una prostituta, ella trataba de dar una
imagen de niña mimada de familia pudiente para poder tener clientes de una
solvencia económica, como si en realidad el estatus de vender su cuerpo y sus
experiencias fuera un trabajo distinto a la prostitución. Entraba a la recepción
del gimnasio, saludando de beso a sus compañeras de rutina, saludaba
coquetamente a su entrenador y trataba de sentirse la chica más guapa,
empezaba el calentamiento en la caminadora, después pedía la rutina del día,
usaba las halteras para tonificar sus brazos y al final realizaba ejercicios de peso,
los caballeros no dejaban de mirarla, pero ella aparentaba que no los miraba o
no se daba cuenta que atraía miradas lascivas.
Algunas chicas le miraban con cierto celo y envía, las cuales no soportaban
verla en el gimnasio. Diana disfrutaba de sus 25 años de juventud, creía que el
mundo estaba a sus pies y podía hacer en la vida lo que viniera en gana.
No solo era dama de compañía de hombres solterones, ancianos adinerados o
de hombres infieles, ella disfrutaba de los viajes, de eventos sociales de alto
nivel como bodas o fiestas en salones lujosos, le gustaba las compras en centros
comerciales recién construidos, también vivía de su imagen como edecán en
eventos comerciales y ejecutivos, era pareja sexual y sentimental por fines de
semana o acompañante de viaje de sus clientes solitarios y pudientes. Realmente
ella disfrutaba del presente y escasamente se detenía a pensar en el futuro.
Colombia le traía malos recuerdos, pensaba en la muerte de su madre y la
negación de conocer a su verdadero padre, tampoco olvidaba la violación sexual
que tuvo después de la muerte de su madre por el marido de su tía, así como los
golpes y nalgadas que le daba su tía. Terminó su profesión como psicóloga en
la Universidad Nacional de Colombia y en cuanto pudo salirse del país, se
prometió a sí misma, nunca volver a su tierra.
Diana no ganaba mucho dinero en su natal Cali, se desesperó y emigró a Bogotá
para trabajar como edecán en eventos comerciales, la belleza de la chica
deslumbraba a cualquier varón. En Bogotá había tenido contacto con Ana Karen
y mantuvieron una amistad por redes sociales y mensajes de texto, hasta que
finalmente decidió vender sus pocas pertenencias y regalar algunas cosas,
compró un billete aéreo para viajar a la Ciudad de México.
33
Cuando llegó a la Ciudad de México, un 27 de noviembre del año 2004, en un
vuelo procedente de Bogotá, entró al país por la puerta grande del aeropuerto
internacional Benito Juárez de la capital mexicana. Una de sus amigas, Ana
Karen y su novio le esperaban en el andén de arribos para llevarla a vivir a su
departamento, su amiga Ana Karen, otra colombiana, quien la convenció de
emigrar hacia México, era una escort que formaba parte de una discreta red de
tratante de blancas y que se encargaba de reclutar nuevas trabajadoras sexuales
en suelo mexicano. El negocio de la sexualidad era tan antiguo como la vida de
los seres humanos en el planeta; y el siglo XXI no era la excepción.
Diana estaba deslumbrada por la belleza de la Ciudad de México, todo le
parecía hermoso, no había duda de que era una de las ciudades más bellas y
millonarias de América Latina, si los propios mexicanos venidos de otros
estados se deslumbran con la magnificencia de la capital mexicana, los
extranjeros latinoamericanos también se quedaban bastante impactados con los
edificios vanguardistas de última generación, palacios antiguos, barrios de
tradición, lindos parques, grandes avenidas y la vida nocturna de una ciudad que
nunca duerme.
Ana Karen y Marco Alejandro le ofertaron un cuarto de departamento en una
de las colonias más exclusivas de la ciudad, el cual lo compartía con otras dos
chicas, una provenía de Venezuela y la otra de Brasil, el pago del alquiler era
caro y Diana Catalina debía conseguir muchos clientes como fuera posible para
pagar un 20% de sus ganancias a la pareja. Como todo extranjero, solo podía
tener una estancia en el país por cuatro meses, en calidad de turista, Diana
Catalina se veía obligada a salir de México cada cuatro meses con destino a la
Ciudad de Panamá o la Ciudad de Guatemala, para después regresar a México.
Obviamente a Diana le iba muy bien consiguiendo clientes opulentos en las
redes sociales, en catálogos de escorts, en páginas de sexo-servicio y en clubes
privados de la Colonia Condesa. Ser una escort no era camino fácil, las
desveladas, el consumo de alcohol, drogas y las impertinencias de malacopa de
algunos clientes, eran muy comunes en dicho empleo, ella debía aguantar ascos
y desilusiones de viejillos adinerados y de arrogantes caballeros empresarios.
Diana tenía que pagar la renta de forma continua, debía comprar sus artículos
de belleza e higiene personal, pagar sus consultas con el ginecólogo, hacerse
exámenes regulares en los laboratorios, consumir fármacos para evitar
embarazos y comprar su ropa de vestir. Ser una golfa parecía sencillo, pero
realmente no lo era. Sin embargo; ella aguantaba todo, aunque en algunas
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ocasiones tenía clientes que eran de su agrado y la trataban como toda una
princesa, lo cual le permitía acceder a lugares poco comunes y a contar con un
capital adicional evadiendo impuestos.
La Ciudad de México, la capital de los placeres y los excesos era el lugar
idóneo para vivir ese estilo de vida que solo lo disfrutaban los empresarios, los
académicos, los políticos y algunos miembros de la vida artística o cultural del
país, vivir entre lujos a cambio de su cuerpo era lo que Diana Catalina había
soñado, después de vivir muchas malas experiencias en su Cali natal. Aunque
Polanco solo es un barrio residencial, un barrio de lujos y excentricidades,
donde vive una parte importante de la comunidad judía y comunidad libanesa,
donde también los sábados y domingos son lugares de culto y tradición, un
barrio caro para vivir, pero accesible al comercio, a las cafeterías y restaurantes
gourmet, a lujosas oficinas y clubes deportivos, rodeados de colegios privados
y universidades de alta competitividad educativa y empresarial; a pesar de sus
edificios habitacionales y su acceso al transporte urbano, el barrio es bohemio
con una fuerte oferta cultural, bastante arbolado y enverdecido, con calles que
semejan a las del Reino Unido o de los Estados Unidos donde se vive con clase
y con esperanza de vida alta, en medio de una gran seguridad pública.
Diana Catalina era obligada a cumplir cualquier fantasía sexual, no le quedaba
otra que sentir placer y disfrutar de sus múltiples parejas sexuales, algunas veces
se veía en la necesidad hacer actos lésbicos con sus compañeras para cubrir los
fetiches de sus enfermos clientes, otras veces era swinger o compartía pareja
sexual con otros clientes, tenía que acostumbrarse a bañarse con todo tipo de
caballeros, algunos jóvenes y otros muy ancianos, se le hizo común estar
desnuda en hoteles, departamentos, casas de campo y eventos sociales, ir a la
playa, bañarse en piscinas o jacuzzis y beber bebidas alcohólicas era parte de la
rutina de nueva vida.
Cierto día, Diana Catalina estaba pasando un momento de trabajo estresante y
cansancio excesivo que se atrevió a rechazar a un importante cliente banquero
de Japón, de manera inmediata le llamó Ana Karen para que cumpliera con
asistir a la cita con el banquero japonés, ella se negó a la cita y esa noche conoció
la ira de Marco Alejandro porque perdió una fuerte cantidad de dinero por el
servicio.
Diana Catalina estaba cansada de tantas citas y eventos, que se quedó dormida
en el sillón con el teléfono sin contestar y cancelando algunas citas, de pronto
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Marco, un hijo de un afamado narcotraficante entró al apartamento de las chicas
en Polanco con tal ira y abrió la puerta, tomó a Diana Catalina del pelo y empezó
a golpearla con fuerza contra la pared, se quitó el cinturón piteado y la golpeó
sin piedad por la espalda y las piernas, Diana lloraba desesperadamente y
suplicaba que la dejara de golpear, que ella ya estaba arrepentida de no haber
ido a la cita, mientras las demás chicas estaban encerradas con mucho miedo en
sus habitaciones, mientras se escuchaba la golpiza que Marco le daba a Diana
Catalina, el resto de los vecinos no hacían absolutamente nada para reportar la
agresión porque sabían que Marco era un persona de temer. De pronto, Marco
tomó del cuello a Diana e intentó tirarla por el balcón de sexto piso del
departamento, pero Diana pidió piedad y volvieron adentro de la sala, Marco le
dio de plazo el día siguiente para que se largara del departamento y no hiciera
escándalos con los vecinos.
Marco salió del departamento y Diana Catalina se quedó muerta de miedo al
verle la mirada de un hombre con el alma de un demonio, la compañera
brasileña salió a consolar a Diana y llevarla a su habitación para que esa noche
durmiera con ella, le dio una pastilla para tranquilizarla y le ayudó a empacar
sus maletas. La chica brasileña le dio la dirección de un amigo para que Diana
se fuera a vivir con él unos días y lo hiciera con mucha discreción; además, le
recomendaba que tratara de pedir la naturalización mexicana lo antes posible
para que le fuera fácil vivir en el país. No pudo descansar esa noche, pero se
mantuvo quieta en la cama de su compañera con el temor de que Marco
Alejandro regresara y la volviera a golpear.
Por la mañana, ella se metió a la regadera, se bañó y empezó a mirarse en el
espejo, vio que su rostro estaba bastante maltratado, sus lindos ojos grises
estaban hundidos por un dolor interno, las cicatrices y los hematomas de los
golpes eran evidentes, empezó a llorar y quería morirse por verse maltratada
por la vida, luego entró la chica brasileña y la ayudó a vestirse consolándola de
aquel dolor interno que no era de golpes, se tranquilizó y le dio un refrigerio
antes de que se fuera, también le entregó su número telefónico privado para
mantener el contacto con ella. Se despidieron tristemente, se colocó unos lentes
oscuros, se puso la gorra de una sudadera, tomó sus maletas y bajó por las
escaleras del apartamento, los vecinos la miraban con asombro, pero no decían
absolutamente nada de lo sucedido, el guardia la despidió con amabilidad y le
abrió la puerta del taxi con rumbo a la Colonia del Valle, cerca del Parque
Hundido, en avenida Insurgentes Sur.
36
Con la mirada perdida, sin hacer muchos comentarios, llegó a la casa del amigo
de la brasileña y bajó del taxi, tocó el timbre y nadie le habría, luego preguntó
si Daniel estaba en su apartamento, una vecina le dijo que no, que él estaba en
su negocio dentro del centro comercial del World Tride Center, a un costado
del Polifórum, zona arbolada rodeada de bancos, oficinas y elegantes
restaurantes, ella decidió ir hasta el negocio de Daniel Martínez, pues al entrar
al centro comercial, notó que una estética de lujo decía Daniel Martínez y vio
allí a un joven alto de barba de candado, con arete en el lado izquierdo, vestido
con camisa, pantalón negro y zapatos de charol, estaba dando órdenes a otros
estilistas y pedicuristas para atender a sus clientas exigentes. Diana se acercó
con cierta timidez al local y entró sin decir palabras.
Daniel le preguntó:
—¿Adelante, desea usted algo?, ¿Tiene cita? —
Y le dijo:
—No, busco a Daniel Martínez —.
Y el joven le dice:
—A claro, ya entiendo, tranquila, pasa, no muerdo ni como, toma asiento
y luego hablamos preciosa. Relájate un poco y espérame a que termine
con mis citas. Tú debes ser Diana Catalina, ¿Verdad? —.
Ella responde:
—Sí señor, ella es —.
Terminó con su trabajo y Daniel llevó a comer a Diana Catalina cerca del centro
comercial para conocerla y platicar un poco.
Daniel le respondió:
—No tengas miedo, Tamara me dijo lo sucedido, pues puedes quedarte
conmigo y compartimos renta, tengo una pieza, tú y yo viviremos juntos
y olvídate de aquel lugar—.
Ella estaba muy atemorizada por la golpiza y casi se quedaba sin habla.
37
Daniel le dijo:
—No te preocupes preciosa, si no lo sabré yo —.
Diana Catalina ya sabía de la vida de aquel joven, Tamara le había contado
sobre él, por eso ella se fue tranquilizando poco a poco y sintió confianza de
inmediato con Daniel.
Daniel y Diana llegaron al apartamento por la tarde, fueron de compras y gastó
un poco de sus reservas de dinero, le dio dinero para cubrir la mitad de la renta
y le invitó a salir por la noche a beber algo en un centro comercial de la colonia
del Valle, Daniel quedó encantado con ella.
Bajó del internet toda la reglamentación para empezar su naturalización
mexicana, con frecuencia visitaba la Secretaría de Relaciones Exteriores, cerca
de la Alameda Central para agilizar los trámites y apostillar su documentación.
Diana necesitaba un trabajo fijo con un contrato seriamente establecido, para
que el gobierno de México le otorgara la residencia temporal o permanente, de
entrada, era difícil que una institución seria le otorgara un empleo digno; por
esa razón, su estancia permanente podría demorar para que se le diera la
residencia. Ella solo contaba con sus documentos colombianos oficiales.
Le comentó que ella iba a seguir con el servicio de escort por un tiempo mientras
encontraba un trabajo fijo en la ciudad y legalizaba su ciudadanía mexicana.
Daniel le dijo que no había problema con eso, solo que no llevara a sus parejas
al departamento. Diana aceptó la condición y empezó a trabajar en hoteles,
moteles y centros nocturnos bailando en el tabledance de jueves a domingos en
un bar de Insurgentes Sur. Un tanto decepcionada por no tener un contrato de
trabajo de un empleo decente, encendió nuevamente su teléfono celular y
continuó con su oficio de sexoservidora, pero ahora por su cuenta. Si para las
prostitutas mexicanas era difícil conseguir buenos clientes, para las extranjeras
era mucho más difícil contactar con prospectos solventes.
Al día siguiente, casi fue atropellada por aquel hombre llamado Rafael San
Román Martínez, él se bajó del auto y le asistió de inmediato porque ella se
encontraba perdida y desorientada con la mirada al intentar cruzar la calle en el
momento que no se podía pasar, él la subió a su automóvil y la llevó al hospital
para que fuera atendida por un especialista. Rafael estaba preocupado por
aquella joven, a pesar de ser un médico, el pobre hombre padecía de diabetes
mellitus e hipertensión arterial y eso le afectaba.
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Un colega de Rafael revisó a Diana Catalina y determinó que ella estaba bien,
solo era el susto y un moretón en la pierna pero que ella estaría muy bien al día
siguiente. Rafael estaba preocupado y ordenó que se quedara mientras se
recuperaba del golpe en una habitación de aquel hospital privado y además él
absorbía los gastos; al mirarla un poco temerosa, él se acercó a la chica, se
presentó de forma muy amable y empezó conversar con Diana, después ella
también se presentó y le dijo a Rafael que estaba muy agradecida por la atención
que había tenido hacia ella.
La enfermera le checó los signos vitales y le dijo que él iba a ser su doctor, que
esa noche se quedara hospitalizada y que mañana la daría de alta. Mientras
tanto, ella miraba a un hombre cuarentón de pelo entre cano y negro con
corpulencia prominente, él estaba vestido de traje médico de color azul con una
bata blanca y un cubre-bocas de tela. Luego los dos estaban solos, se sonreían
mutuamente y conversaban de anécdotas personales, estaba comenzando allí,
una amistad a raíz de un accidente. El médico le dio la mejor atención y la invitó
a salir al otro día, ella aceptó porque se sintió agradecida y comprometida con
esas atenciones, ningún hombre la había tratado con tanta delicadeza y tampoco
le habían dado la atención que ella necesitaba.
Llegó el compañero de apartamento al hospital para saber sobre la salud de
Diana, le dieron el pase y conversó con Diana, de pronto, ella le comentó que
había conocido a un hombre muy generoso. Ambos se volvieron amigos íntimos
entre varias pláticas y caricias tímidas.
Rafael San Román batallaba mucho con su hermano Sebastián, aparte de
atender a Diana Catalina, él estaba buscando a su hermano menor para que su
madre no siguiera preocupada. Le marcaba a Sebastián, pero él tenía el teléfono
móvil apagado, además le había quedado a deber 2,500 pesos que
supuestamente eran para completar el pago de su renta.
Sebastián estaba con Renato y Jacobo, dos viejos camaradas, aquellos con quien
había entrado a un centro nocturno de mala fama en la capital, allí don estaban
las mujeres más cotizadas, todas ellas estaban al servicio de los clientes, mujeres
mexicanas y extranjeras trabajaban en esos lugares de giros negros. En una mesa
especial de sillones acolchonados se encontraban los tres chicos, las mujeres de
zapatillas con plataforma, pelucas rubias, trajes entallados y muy perfumadas
con lociones penetrantes, se acercaban a tomar copas de cortesía con ellos,
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mientras las manoseaban y acariciaban, Victoria se sentó en las piernas de
Sebastián, él la besaba en el cuello y ella lo estimulaba para que se viera
obligado a pagar un privado. A Sebastián le gustaba el olor del fino perfume de
Victoria, la chica más elástica del tabledance y la que seducía con su cuerpo al
joven Sebastián. Los otros chicos también estaban bastante excitados con sus
amigas de ocasión bebiendo vodka y acariciándolas en todo el cuerpo sobre el
sillón y sobre la mesa, besos y risas se escuchaban mientras que entraban y
salían los clientes de ese lugar.
Entre la oscuridad, se miraban las luces de neón proyectando una noche de
espectáculo, en la pasarela desfilaban las chicas que se subían al tubo cromado
para deslizarse sensualmente haciendo acrobacias y giros suaves al ritmo de la
música sensual en desnudez total, mostrando sus partes nobles sin dejarse tocar
por los clientes, el presentador emocionaba a los clientes con chicas de la
pasarela iluminando los cuerpos sensuales para deleite masculino.
Mientras tanto; Sebastián fue a orinar para bajar la excitación, mientras otro
cliente borracho adinerado le estaba reclamando a Sebastián que Victoria era su
mujer de esa noche y que debía dejarla sola y no tocarla sino él iba a matarlo
porque no sabía con quien se estaba metiendo, en eso entró Jacobo al baño y le
dio un beso en el cachete a Sebastián y lo acarició en la espalda mientras
Sebastián se subía el cierre del pantalón.
Jacobo le dijo:
—Bebé, no te tardes, no me gusta que platiques con gente extraña, me
dejaste solo con esas chicas —.
Sebastián entendió el mensaje y respondió:
—Claro bebé, voy enseguida, es que me dieron ganas de vomitar —.
El borracho se rio y solo dijo:
—Pinches jotos de mierda—. y se salió del baño.
Los tres muchachos siguieron tomando, pero les decían a las chicas que ya no
tenían dinero, solo se quedaron a mirar la pasarela de bailarinas una vez más y
admirar a las chicas semidesnudas mientras les aventaban su ropa interior a los
clientes que a ellas les gustabas entre la oscuridad del local.
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Luego llegaron otras chicas en minifalda y empezaron a cotorrear con los
muchachos, se la estaban pasando bien entre risa y risa, bromas y bebidas
alcohólicas, eran buenos clientes y los chicos despilfarraban el bastante dinero
en asistir a esos lugares. Dos de ellas eran venezolanas y querían que los chicos
las llevaran fuera del centro nocturno para hacer una fiesta de alberca en un
hotel de lujo, pero los muchachos se las olieron muy mal y pensaron que podrían
ser enganchadoras para un secuestro exprés.
Así que pagaron los jóvenes y salieron sin problema, agradecieron al del ballet
parking que les cuidara su automóvil deportivo. Jacobo era el menos borracho
y tomó el volante para llevar a sus amigos hasta su casa. Eran las tres de la
mañana y sus familias estaban bastante preocupadas porque no se sabía nada de
los tres hasta que Jacobo llamó a su padre y le marcó a la familia de Sebastián
que lo traía dormido y borracho en el asiento trasero. Se quedó de ver con Rafael
y le entregó a Sebastián, luego Rafael le marcó a su madre que ya estaba con él
y que no se preocupara por Sebastián.
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CAPÍTULO 4
LA TRAJEDIA
Como ya era bien sabido, Sebastián estaba con Renato en otro club nocturno
muy discreto de la colonia Polanco, al que solo acudía gente acaudalada de gran
poder, hombres de negocios con sus clientes cerraban contratos, entre caricias
falsas de mujeres mucho más jóvenes que sus esposas, admiraban una pasarela
de baile erótico de tabledance. Como era habitual, Allí estaban sentados
Sebastián y Renato en una sala VIP con una ronda de botellas de whisky y tres
chicas del club que bebían y carcajeaban con ellos, Natasha posaba en las
piernas de Sebastián bebiendo un coctel de margarita mientras se bajaba el
sostén y le colocaba sus senos en la cara para seguir emborrachándolo mientras
se esparcía el fragante perfume de su piel en los labios del muchacho; en el otro
sillón estaba Renato con Samantha, hermosa argentina muy rubia y de linda
sonrisa provocativa; obviamente las chicas solo cobraban el consumo de
bebidas a cambio de que les manosearan y les besaran su cuerpo, Natasha
observó que Sebastián estaba bastante excitado, ella le bajó el cierre del
pantalón mientras le acariciaba su genitales y empezó hacerle una felación, los
muchachos se dejaban llevar por los placeres y por calor del orgasmo, pero no
se percató Sebastián que la chica rusa le había robado su cartera.
Sus padrotes, disfrazados de meseros, no las dejaban hacer más de lo permitido
si no pagaban los privados, solo que los clientes estuvieran dispuestos a pagar
más; la penetración a las chicas estaba prohibida y a los clientes impertinentes
los echaban a la fuerza, se gozaba el sexo en vivo en la mesa de la pasarela, pero
se daban las felaciones en los sillones para obligar a los clientes a pagar
privados. Había cuartos oscuros para tener sexo en un cuarto oscuro y llegar a
otro nivel de caricias con las chicas, así como estar con más intimidad en la
desnudez total, dejando llevar la imaginación y el libido de una relación de
éxtasis. También se encontraba un área más privada con regaderas, para ver a
las chicas bañarse en las vitrinas mientras los mirones beben cerveza o bebidas
preparadas, aquí los clientes presumen a sus chicas y revalidan por tener a las
mujeres más bellas del club en sus piernas.
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En otra zona del club, hay jacuzzi donde los viejos adinerados ya no tienen
vergüenza de mostrar su cuerpo, con tal de estar dentro del agua bañándose con
las chicas en una fiesta de espuma y orgías en la piscina en un ambiente oscuro
rodeado de luces de neón y películas pornográficas para que los hombres
mayores de edad logren tener erecciones a través de las imágenes en pantallas
de lett mirando sexo en vivo de otros clientes. Se vale de todo en esas fiestas
del pecado, pero no se puede tener sexo sin condón o forcejear a las mujeres;
allí hay personal del club que cuida a las chicas de no ser jaloneadas o forcejadas
por los borrachos clientes.
Sebastián y Renato, pagaron su kit de bata, sandalias y condones para meterse
desnudos al jacuzzi con las chicas contratadas y tener un momento intenso, allí
se dejaban llevar por mirar a otros en pleno baño de lujuria, de todos modos no
se permitía grabar con celular nada de lo que sucediera al interior del club, era
la regla de oro para guardar la discreción de los clientes; el nivel de acceso a los
distintos espacios del club, dependía del nivel adquisitivo, entre más pagaban,
más ambiente había. Toda una red de corrupción y de esclavitud moderna entre
políticos y bandas del crimen organizado para que los clientes más exigentes
disfrutaran de las chicas más bellas del mundo, sin importar su raza,
nacionalidad e idioma. La Ciudad de México estaba a la vanguardia de las
ciudades del mundo como Buenos Aires, Río de Janeiro, París, Barcelona, Las
Vegas, Bogotá, Tokio, Nueva York, San Francisco, Vancouver, Ámsterdam,
Berlín o Dubái; todos los placeres sexuales los ofertaba la capital mexicana de
la forma más discreta posible; nada diferente a lo que no suceda en las grandes
capitales del mundo.
Después de beber, besar, follar y reír, los chicos salían del afamado club para
platicar sus hazañas nocturnas en una tradicional taquería de tacos al pastor y
bajar la borrachera, comer para recuperar energía y beber agua de horchata con
canela espolvoreada para quitar el sabor de los besos a sudores reprimidos.
Aunque la capital mexicana es un centro turístico, la gente guarda la compostura
porque el sexo se vive con intensidad en la discreción, aunado a un machismo
misógino con el que las feministas deben pelear todos los días para obtener
mayores beneficios legales a favor de la mujer, aunque a veces son demandas
bastante radicales por el simple hecho de que los varones no salen embarazados
después de una intensa vida sexual.
Pues la Ciudad de México no solo es ampliamente visitada por su vida nocturna
y sus fines de semana intensos, es de las pocas capitales latinoamericanas con
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una amplia oferta cultural, artística y educativa, en la que no se necesita mucho
dinero para tener acceso a ello de forma gratuita o a precios accesibles. Una
razón por lo que la juventud mexicana se enamora de su capital, es la cantidad
de cosas que puede hacer en sus ratos de ocio, como leer un buen libro y tomar
un café, hasta encontrar trabajo y tener ofertas de crecimiento profesional;
ciudad de un diseño urbanístico impresionante desde tiempos prehispánicos a
la actualidad.
En la mañana del sábado 13 de octubre de 2007, salieron hacia el pueblo de
Malinalco. Andrés, Elisa, doña Sofía y don Carlos San Román quienes se
alistaban para dar seguimiento a los preparativos de la boda, Andrés tomó la
avenida de las Palmas hacia Santa Fe, puso un poco de música para no hacer
tan pesado el viaje, cruzaron en medio de los bellos corporativos y empezaron
a subir por la ruta de Acopilco, en el tramo de la caseta de peaje, se incorporaron
a la Autopista México-Toluca cruzando los bellos bosques capitalinos, tomaron
la ruta hacia La Marquesa.
Cruzaron la carretera libre que los llevaba hasta Santiago Tianguistenco en
medio de bosques húmedos y llanuras frías de pastizales con la espesura de la
niebla, bajaron a tomar un atole de fresa con unos ricos tamales sobre un puesto
a orilla de la carretera, siguieron su ruta hacia Tenango del Valle para intentar
llegar por la tarde a Malinalco, la carretera era una recta con excelentes vistas
del Nevado de Toluca, al llegar al crucero hacía Joquicingo, dieron vuelta para
continuar por la escarpada carretera estatal, poco a poco se deja de ver los
sembradíos y las casitas de los campesinos, después llegaron a la sierra
nuevamente llena de bosques de pinos y encinos pero no se miraba que cruzaran
carros; en ese momento; Andrés notó que una camioneta de vidrios polarizados
los venía siguiendo, todos empezaron a alterarse mientras Andrés se ponía
nervioso con el volante.
Andrés comenzó a subir la velocidad del carro deportivo y su padre le gritaba
que no parara hasta llegaran a Joquicingo para que se metiera a una casa del
poblado, en eso se abrió una ventanilla polarizada y les pedían que se pararan,
porque era un asalto, pero Andrés subió más la velocidad entre las culebreras
carreteras mexiquenses llena de escarpadas barrancas de la serranía, al ver que
no se detenían, los maleantes empezaron a disparar por la ventanilla para cundir
el pánico con los viajeros. Andrés esquivó muy bien las curvas, debido a que no
se miraba ser una carretera transitada, mientras que otra camioneta obstruía el
camino sobre la carretera, en eso Andrés pensó en meterse en una vereda del
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bosque sin bajar la velocidad al ver que otros maleantes tratan de obstruir el
paso para quitarle el carro deportivo.
Andrés se encomendó a Dios y siguió manejando entre los caminos de terracería
del bosque, allí vio otra vereda hacia una propiedad, pero le dio mala espina
entrar a esa propiedad privada, mientras que su novia, su padre y su madre
gritaban de miedo y desesperación de estar en la encrucijada de caminos sin
rumbo fijo en medio del bosque, tratando de esconderse cuando dos camionetas
con vidrios polarizados y gente armada los buscaban entre las terracerías.
Andrés pensó en ocultar el carro y bajar la velocidad, se metieron a otra
terracería y bajaron del carro los cuatro para esconderse; ya muertos de miedo,
al escuchar los balazos y las camionetas se quedaron tirados entre los arbustos
del bosque por dos horas sin hacer ruido y sin hablar mientras se les ocurría una
idea para escapar sin regresar a la carretera.
Nuevamente, se subieron al carro y encontraron una vereda que los llevaría
hasta Joquicingo, bajaron la velocidad y poco a poco comenzaron a mirar casitas
y parcelas, así siguieron hasta que llegaron al pueblo de Joquicingo.
Al llegar se tranquilizaron un poco, Andrés sacó sus cigarros y empezó a fumar
desesperadamente uno tras otro, se quedaron en una tienda a comentar de que
los iban a asaltar en la carretera, los padres de Andrés empezaron a llamar por
teléfono pero no entraban las llamadas en esa zona serrana; ya por la tarde,
decidieron los cuatro tomar el camino hacia Malinalco, continuaron manejando,
pasaron a la gasolinera y Andrés manejó hacia dirección a San Simón el Alto,
pero nuevamente la camioneta que les había puesto el cerco los reconoció y
comenzó a seguirlos, Andrés decidió subir nuevamente la velocidad entre la
carretera sinuosa y comenzó a bajar de altitud entre el bosque, él buscaba
veredas o caminos para no perder la ruta, pero la camioneta los seguía, cada vez
más, subía la velocidad, empezaron a bajar hacia Malinalco, pero el exceso de
velocidad y los gritos de sus familiares descontrolaban a Andrés, hasta que
perdió el control y se salió de la carretera hacia el desfiladero, antes de llegar al
Club de Golf; tuvieron una caída mortal al llegar a Malinalco, los cuatro
fallecieron al instante del impacto, quedaron calcinados y el carro quedó
irreconocible.
En ese momento, la policía del estado comenzó a acordonar la zona del
accidente, las ambulancias se acercaban y un sinfín de curiosos que veían con
asombro el impactante accidente, a raíz de intentar evadir un atraco armado,
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mientras que los asaltantes se dieron a la fuga. La policía estuvo una tarde y una
noche larga para llevar a los fallecidos al tanatorio de la ciudad de Toluca y
continuar con las investigaciones. Se identificaron a los fallecidos y el
investigador continuó con la búsqueda de los familiares para que se pudiera
trasladar a los cadáveres hasta su lugar de origen lo antes posible, los curiosos
observaban como se recogían a las personas entre los escombros sin
comprometerse a dar opiniones al respecto.
Rafael recibe en la madrugada una llamada telefónica de la policía de estado del
México para avisarle que urgía el reconocimiento de los cadáveres de sus cuatro
familiares; en ese momento aventó el teléfono celular y empezó a gritar de dolor
y desesperación, se acostó en su cama y no dejada de llorar como un chiquillo
y decía;
—Ya me quedé solito, mejor me hubiera muerto yo y no mi hermano, su
pareja y mis padres —.
—¿Ahora cómo le voy a decir a mi hermanito Sebastián, que su mamá y
su papito están muertos? —
Diana, su nueva pareja, quedó conmovida al ver a Rafael destrozado y trataba
de consolarlo mientras que a ella también se le salían las lágrimas al acariciar
el pelo de Rafael. En ese momento le marcó a Sebastián para intentar dar con
su paradero, hasta que finalmente contestó la llamada.
Diana le dijo:
—Urge que vengas al departamento de tu hermano Rafael —.
—Qué pasó? ¿Pasó algo malo? —
—Sí, algo muy grave, pero es necesario que vengas con Rafael —.
—No tardo, ando cerca. Allí nos vemos, bye —.
Sebastián se apresuró en un taxi para llegar al departamento de su hermano, él
ya estaba muy desesperado, mientras que no entraban las llamadas a su madre
y veía que tenía varias llamadas de teléfonos desconocidos sin contestar. En eso
le pagó al taxista que había reservado en su teléfono móvil al llegar al
departamento de Rafael.
Sebastián habló con el portero y subió el elevador con rapidez, en eso, entró al
departamento de Rafael y vio a su hermano en el sillón sedado por una inyección
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que le colocaba una enfermera y Diana envuelta en lágrimas se acercó a
Sebastián y lo abrazó muy fuerte. Sebastián preguntó:
—¿Qué le hiciste a mi hermano? —
Diana respondió:
—Escúchame primero; tú hermano está así porque hace dos horas recibió
una llamada de la policía, tienes que ser fuerte y si quieres has lo que
quieras, pero debe saber que ya no verás más a tu papá, a tu mamá, a tu
hermano Andrés y a tu cuñada —.
En ese momento respondió;
—¿Qué es lo que pasó, pero por qué fallecieron? —
Gritó Sebastián y se golpeó en la pared con tristeza. Diana respondió;
—Tu hermano y tus padres tuvieron un fatal accidente al llegar a
Malinalco, se salieron de la carretera y cayeron a un desfiladero porque
iban a exceso de velocidad. La policía acaba de hablar para que vayas con
tu hermano hasta Toluca y recoger los cadáveres de tu familia o hacer los
trámites funerarios —.
Sebastián gritaba de dolor y lloraba muy fuerte al saber que sus padres estaban
muertos y se acercó a Rafael, mientras que Rafael comenzaba a reaccionar de
la anestesia, él llamaba a Sebastián con su mano, los dos hermanos se abrazaron
para consolarse mutuamente, no dejaban de llorar juntos, apenas si se decían
alguna palabra.
Al llegar la policía, los dos hermanos se subieron a la patrulla y se fueron en
camino hacia la ciudad de Toluca durante la madrugada. Diana les subió un par
de chamarras y ella se quedó en el departamento de Rafael para empezar los
trámites con la agencia funeraria o para avisar a la familia de Elisa que también
ellos debían partir para la ciudad de Toluca. Eran largas horas de trámites, los
hermanos no tenían cabeza para firmar y decidir, sin embargo; lo hacían y se
serenaban, luego; llegaron los de la funeraria para poder sacar a los fallecidos
de la jefatura de policía y de la procuraduría del estado.
Se llevaron a los cuatro finados a una funeraria de la Ciudad de México, allí se
velaron y se dio el servicio religioso para despedir a los familiares, un cortejo
fúnebre de amigos y familiares se dirigieron al Panteón de Dolores para inhumar
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a los fallecidos en una capilla de varios niveles subterráneos y entregar la urna
de cenizas a los familiares de Elisa.
Sebastián, después del sepelio de sus padres y de su hermano Andrés, duró una
semana completamente alcoholizado y encerrado en su habitación, era una
forma de mitigar su dolor. Aunque él no era culpable de nada, la pérdida de sus
familiares le hacía sentir culpable, día y noche lloraba como un chiquillo, su
dolor era intenso, no soportaba quedarse solo en el mundo.
Diana Catalina sentía un fuerte dolor en su garganta y abrazaba a Rafael al ver
a Sebastián lleno de sufrimiento y mirarlo como una piltrafa humana ahogado
de alcohol y en un sueño intenso para no pensar en la soledad; Rafael tomo un
medicamento para inyectarlo y le dio un calmante ante sus gritos de dolor
interno, el cual venía de su corazón y de sus recuerdos familiares.
El dolor de Sebastián era muy fuerte, no pudo soportar lo que sus pensamientos
le mostraban de su realidad. Al décimo día del duelo, él se metió a la bañera
con la mirada perdida y los ojos hinchados de tanto llorar, se desnudó, se rasuró
y se colocó dentro de la bañera con agua tibia, tomó una navaja y se cortó las
muñecas para desangrarse mientras que comenzaba a desmallarse y perder la
noción del tiempo con el hormigueo de las heridas.
De pronto, se levantó en la madrugada Rafael por escuchar que se escurría el
agua del baño por debajo de la puerta, tocó la puerta y nadie le contestó, luego
rompió con fuerza la puerta y botó el pasador del seguro y encontró a Sebastián
desangrándose en la bañera, gritó Rafael a Diana, y Diana Catalina se levantó
de inmediato para llamar una ambulancia de emergencia y llevarse a Sebastián
al hospital. Todo ocurrió tan rápido, que nadie se percató del largo camino hacia
la sala de urgencias en el que Rafael reaccionó de inmediato para detener la
sangre en el trayecto, usó vendas y le colocó una inyección para cuajar la sangre
de las manos.
Al llegar a la sala de urgencias, de inmediato bajaron la camilla y lo llevaron a
una habitación para colorarle la sangre de donación que había perdido mientras
que Sebastián se mantenía inconsciente pero vivo. Pasaron las horas, Rafael y
Diana estaban desesperados hablando con la policía mientras que esperaban un
veredicto médico. Finalmente, un médico de guardia, anunció por la mañana
que Sebastián estaba muy débil pero que ya se encontraba fuera de peligro. En
ese momento Rafael y Diana se abrazaron entre mucha tristeza y se mostraban
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sentimientos encontrados por la buena noticia de que seguía vivo el muchacho
incomprendido.
Pasó cuatro días internado en una habitación de hospital hasta que lo dieron de
alta con la condición de que debía tener una terapia con un psiquiatra que le
asignarían los médicos en su proceso de sanación. Sebastián estaba muy
silencioso, en todo momento y con la mirada perdida, se vistió y se bañó con
las muñecas vendadas mientras se rasuraba la barba nuevamente. Apenas
probaba bocado alguno y no se le volvió a ver su sonrisa en aquellos días,
dormía como un bebé con los ojos hundidos de mucho sufrimiento, sus visitas
familiares y amigos no se atrevían a preguntarle cuales eran los motivos de su
suicidio fallido, solo lo abrazaban y lo besaban en la frente como un sentimiento
de apoyo para superar la depresión y el dolor del alma.
No deseaban regañarlo ni maltratarlo moralmente, bastante dolido estaba el
pobre muchacho que era lógico que reaccionara como un desquiciado, Diana y
Rafael esperaban que él mismo fuera evolucionando y resignándose, solo le
dejaban un emparedado con un vaso con agua en el tocador. Rafael llevó a su
hermano a su departamento para vigilarlo un poco más, subieron al taxi y no se
mencionó nada durante el viaje a casa; Sebastián estaba con la mirada perdida
mirando fijamente por la ventana.
Al llegar al departamento, Rafael instaló a su hermano menor en su habitación
de visitas y le dejó en el buró un pan tostado con mermelada y agua de limón
con pepino, Sebastián se quedó acostado y abrazó a su hermano y le dijo:
Sebastián dijo:
—Hermano mío, soy un lastre en la vida, no sirvo para nada, no merezco
seguir viviendo, soy una carga, no entiendo por qué no morí para dejarte
hacer tu vida independiente con tu pareja y no ser una carga para ustedes
dos —.
Rafael contestó:
—No eres una carga, no digas eso, aquí se te ama como si fueras mi
propio hijo y por alguna razón tú debes seguir viviendo, tienes que
cumplir una meta en la vida que aún no has cumplido; y por eso, yo creo
que debes pelear por vivir y aferrarte a la vida para cumplir tus metas,
eres muy joven y sé que vas a ser un hombre exitoso, pero aún no te ha
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llegado tu momento. Ponte a trabajar y estudiar, verás que las cosas serán
más sencillas —.
Rafael lo dejó dormido, le dio un beso en la frente y cerró un poco la puerta de
su habitación mientras que él se quedó en la sala con Diana Catalina
descansando y platicando lo sucedido, si ellos no hubieran reaccionado de
manera oportuna, otra vida se habría perdido.
Por la mañana, al estar abierta la ventana de la habitación, dos colibríes entraron
a la habitación, revoloteaban y se acercaron a tocar a Sebastián, en ese momento
él despertó y miró a los dos colibríes muy contentos revoloteando, se detuvieron
un poco sobre él y después se marcharon de la recámara del departamento,
Sebastián se levantó y salió hacia el balcón para verlos como se alejaban
aquellas aves diminutas que se perdían en el cielo de la ciudad.
De momento, él pensó que aquellos animalitos le traían un mensaje de sus
padres para decirle que ellos estaban muy bien y que él siguiera con su vida, se
despabiló, se desnudó y se metió a la bañera, se quitó las vendas, se miró en el
espejo, tomó su rasuradora, se aseó y se quitó la barba y el bigote, se enjuagó y
se puso la bata de baño y las pantuflas; se dirigió a la cocina y abrió el
refrigerador, sacó una jarra de agua de limón y se la bebió toda, tomó un pedazo
de pan y se sentó en la sala para encender el televisor, él quería ver qué día era
y cuáles eran las noticias del día, estaba completamente fuera de la noción del
tiempo y del espacio.
Decidió salir, tomó su cartera y se dirigió hacia la estación del metro de la
ciudad para ir hacia la casa de sus padres y posteriormente ver a un abogado
para legitimar su herencia con el único hermano que tenía vivo, pensó de
inmediato, que debía retomar una recontratación de empleados en los negocios
familiares; ya había pasado la hora pico y los vagones se encontraban un tanto
más despejados, se sentó en un asiento libre mientras iba con la cabeza llena de
cosas por hacer en silencio y con una seriedad poco habitual en Sebastián.
De pronto, subió al vagón un grupo de dos músicos de folklore andino con sus
ponchos de alpaca y chullos, eran los Mexicandinos que iniciaron con la canción
argentina de El Humahuaqueño, que popularmente en México se le conoce
como El Carnavalito; posteriormente tocaron la canción boliviana de Los
Caporales, luego tocaron un Sanjuanito ecuatoriano y terminaron con el Cóndor
Pasa. Los músicos alegraron un poco el día de Sebastián, después él, en
agradecimiento, les dio diez pesos, la agrupación se bajó en la siguiente
50
estación, mientras que Sebastián esperaba dos estaciones más para llegar a la
Estación Hidalgo del tren metropolitano.
Al bajar a la bulliciosa estación de Hidalgo, salió hacia la calle y tomó camino
en dirección a la Alameda Central para caminar primero a donde era la
mueblería que atendía su madre y su padre, allí en el centro histórico de la
ciudad; entre el trayecto, sintió tristeza y los ojos se miraban humedecidos por
los lindos recuerdos de su amada madre que le llegaban a su mente, mientras él
cruzaba por los senderos de la Alameda Central, hacia el Palacio de Bellas
Artes, allí donde él caminaba por aquellos lares de su infancia. Era necesario
que él tomara fuerza y recorrer los lugares que solía visitar de niño con su madre
para ir cerrando un ciclo de su vida en relación con sus seres queridos.
Llegó a la calle de República de Paraguay, vio que las cortinas estaban abajo y
solo una empleada de confianza se había quedado en la administración
esperando a que sus nuevos patrones se presentaran mientras ella realizaba el
inventario correspondiente y dio la liquidación de los empleados por orden de
Rafael, era hasta ese momento la única empleada que recibía su nómina
mientras todos los demás acababan de perder su empleo. La Señora Sara le abrió
las puertas a Sebastián mientras que él se presentaba como el segundo empleado
del negocio y socio de la misma; obviamente ella ya sabía que era hijo menor
de su antiguo patrón y lo recibe cálidamente para darle las condolencias y
ponerlo al tanto de las actividades administrativas empresariales que estaban
ahora a su cargo conjuntamente con su hermano Rafael. Sebastián entró al
despacho de su padre y nuevamente le vino los recuerdos de la infancia, se sentó
en su escritorio, cruzó sus brazos y se puso a llorar de nuevo como un chiquillo,
mientras que doña Sara no sabía cómo consolarlo. Finalmente, ella comprendió
que era muy reciente lo sucedido y le dijo que se encontraba en la
administración si requería algo.
Sebastián se secó las lágrimas y abrió los cajones para checar la agenda de su
padre, empezó a leer todos los informes allí existentes de forma detallada y
comenzó a escribir su propia agenda, luego tomó el teléfono y empezó a marcar
a los proveedores de su padre para reanudar las compras y activar lo antes
posible la mueblería. Obviamente el cierre repentino, había dado paso a una
reducción del capital para reinvertir, de momento solo se entregaban los
muebles liquidados en abonos de sus clientes, así que decidió recontratar a un
chofer para realizar las entregas de los saldos pendientes.
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Por primera vez en su vida, empezó a ordenar su horario de trabajo, sus últimas
horas de estudio en la universidad y redujo ampliamente sus horas de ocio por
la ciudad. Luego sabía que no podía tener carro propio de momento porque era
necesario activar la flota de carros para entrega de los muebles y la compra de
nuevos productos, debía empezar de cero de forma obligatoria y comenzó con
el inicio de una nueva apertura para contratar nuevamente a un vendedor para
el remate o las ofertas; y acordar una fecha de reinauguración con su hermano
Rafael lo antes posible. Esos eran los pendientes de los cuales, casi nunca se
involucraba, pero nunca era tarde para reanudar las ventas y tratar de recuperar
los negocios familiares.
Mientras tanto, Sebastián tenía el plan de renovar el gran local, pero no contaba
con recursos para contratar un arquitecto o diseñador de interiorismo, empezó
a ver proveedores para muebles minimalistas pero se encontró con diseñadores
que cobraban extremadamente caro sus productos; así inició e indagó más en el
tema, y de entrada, los viejos diseños coloniales y de antigüedades que vendía
su padre no podían ser desplazados por muebles de última generación, él decidió
tener un apartado del mueble tradicional, retomar a sus carpinteros veracruzanos
para iniciar una pequeña compra, mientras que estaba pensando en buscar
artesanos michoacanos para vender muebles tradicionales sin perder la calidad,
así como los carpinteros y forradores de telas de Ciudad Nezahualcóyotl que
tenía su padre en su agenda. Por internet comenzó su investigación del cambio
de imagen de la mueblería, pero el trabajo tenía que ser sobre la misma calle
con los clientes de a pie.
Sebastián salió del trabajo hacia la casa de la profesora Elizabeth, tomó el metro
en hora pico en la estación Balderas, posteriormente se dirigió a Chapultepec y
de allí hacia Polanco. Le marcó a su teléfono y Elizabeth lo estaba esperando,
le había preparado unos pierogis que mucho le gustaban y un café con
chocolate.
Sebastián tocó el timbre de la casa, luego ella salió a recibirlo con su perrita
chihuahueña, entró Sebastián a la bella casa y le dio un beso en la mejilla, él
estaba callado, más que una noche de sexo, él necesitaba que lo abrazaran, lo
mimaran y le dieran consejos; así que Elizabeth entendió en mensaje al ver al
pobre muchacho con un ramo de rosas y un pastelillo.
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Ella le dijo:
—Mírame a los ojos bebé hermoso —. Él se apenó y bajó la mirada.
Ella dijo:
—Tú tienes una tristeza profunda cariño y yo lo comprendo, la pérdida
de tus familiares no es cualquier cosa —.
Ella lo abrazó con fuerza y lo besó en frente; en ese momento soltó las flores y
comenzó a llorar mientras ella lo abrazaba y lo acariciaba.
Ella dijo:
—Veo en tus ojos una tristeza muy profunda y un corazón que arde de
amor con lágrimas de sangre que empañan tu mirada, sé que estás
sufriendo mucho en silencio y tus heridas no han sanado —.
Elizabeth respondió:
—Mi hermoso niño, usted necesita un verdadero amor para sanar las
heridas del dolor y el sufrimiento, yo soy una mujer mayor para ti y no
podría darte ese amor que tú necesitas, pero conozco una chica hermosa
que podría ser una gran amiga para ti, es la hija de una amigo violinista
de la orquesta sinfónica de la universidad, una chica casi de tu edad y que
podría darte unos hijos hermosos, Se llama Adie Hartmann, quien estudió
en los Estados Unidos, escuela de violín, canto y solfeo, sin duda, canta
ella como los mismos ángeles del cielo y toca el violín como su padre,
practica natación y podría tener grandes conversaciones contigo cariño
—.
Ella dijo:
—No dudes de que yo te amo con toda mi alma, pero esta mujer anciana
no puede ser tu compañera de la vida, tú mereces una mujer más joven
que pueda darte hijos y largas horas de compañía; en tus ojos veo que has
probado de todo en los placeres de la vida, pero eso no significa que
conozcas de todo al verdadero amor —.
Sebastián respondió:
—¿Y qué me recomiendas?
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Ella contestó:
—Yo te recomiendo que esta noche te quedes a dormir con esta mujer
solitaria y le digas a tu hermano que no llegarás a descansar, pero estás en brazos
de tu hada madrina —.
En se momento, Sebastián sonrió y dijo:
—De acuerdo, trato hecho —.
Cenaron los dos en la sala un rico salmón ahumado acompañado de pimentones
con salsa de perejil, abrió Sebastián una botella de vino espumoso español y ella
colocó un poco de música clásica de Vivaldi, después quería enseñarle a bailar
un vals al muchacho; esa noche los dos bailaron juntos un vals vienés y
mazurcas polacas; herencia de la vieja Europa de la posguerra mundial que
trajeron los inmigrantes a México. Ella bailó esa noche como una princesa a
lado de su amado príncipe, sin duda, una señora que necesitaba una compañía
juvenil para disfrutar sus largas noches de locura. El joven exalumno añoraba
la dulzura y las enseñanzas de su maestra, era como otra madre, pero con la
comprensión y cariño de una amiga íntima.
Rafael le hacía mirar el amor de pareja desde una forma distinta, completamente
alejado de conceptos morales y éticos de una sociedad que solo mira los
noviazgos y el matrimonio como un símbolo de vanidad y de poder económico
que afiance el futuro de una prosperidad y estabilidad en la pareja, avalada por
los conceptos de grupos religiosos para su manutención, bajo preceptos de una
transliteración de libros sagrados, en relación al rito matrimonial.
Para Rafael, el noviazgo representa el amor de dos personas que se aman y que
no necesitan legitimar su amor ante ningún grupo de amistades o ante la
sociedad misma, para él solo basta que la pareja tenga tiempo, dedicación de
conversar, de compartir, de disfrutar el momento, de apoyarse mutuamente y de
mantener una relación íntima bastante intensa en relación al respeto.
Obviamente él creía en las leyes y en el orden social, solo le bastaba un contrato
matrimonial que avale un juez para que su pareja tenga la seguridad de que el
amor que tienen esté respaldado, así platicó con Diana Catalina y le confesó su
amor haciéndole una propuesta de matrimonio a través de un contrato civil. Para
Rafael era un tanto difícil mostrar sus sentimientos y declarar su amor, pero
venció los miedos y la respuesta que él esperaba fuera aceptada por la chica.
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Fue un momento espontáneo, sin los protocolos que utilizó su difunto hermano,
le entregó a Diana Catalina un anillo de oro como símbolo de su compromiso
para oficializar después legalmente la ceremonia de contrato matrimonial en el
que su hermano Sebastián sería su único testigo de dicho enlace, así como la
presencia de su amiga la brasileña y el estilista que le dio asilo. Diana estaba
muy emocionada porque formalmente ya sería la compañera de Rafael, fue en
realidad uno de esos amores fugaces que se consolidó con rapidez y sin tantos
contratiempos. Allí se demostró que no era necesario hacer alarde del amor
cuando verdaderamente dos seres se aman.
Los dos salieron a un centro comercial cercano a su departamento para festejar
el acontecimiento del enlace y las vísperas de la boda civil, fueron a un
restaurante italiano llamado La Forquetta, en el que pasaron una larga tarde de
conversación y de preparativos para la boda, luego entraron a una sala de cine
para ver una película infantil que trataba de dibujos animados en la cordillera
de los Andes, con personajes de animales de la selva amazónica como de la
región montañosa, se veía a las llamas, las alpacas, las guacamayas, el oso
frontino, el tapir, los armadillos, el puma, el jaguar y pasajes de los cuentos
quechuas donde el cóndor era el rey de la historia. Quedaron ambos fascinados
por recordar la belleza de la cordillera de los Andes a través de historias
infantiles, comentaron sobre los animalitos andinos en los pasajes del centro
comercial y luego regresaron caminando hasta el apartamento para comunicar
la noticia a las personas más cercanas a ellos.
Finalmente, la pareja organizó su modesta boda sin tanto alarde social,
compraron su ropa de gala, mandaron hacer sus invitaciones y buscaron en
internet algunos locales de festejos para gastar lo menos posible. Ese amor que
sentía Rafael, era el verdadero amor de un hombre a una mujer, donde no
importa si ella ejercía la prostitución, cuando existe un verdadero amor
desinteresado, al varón le importa un bledo, el pasado de su pareja.
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CAPITULO 5
EL VIAJE INESPERADO
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Rafael invitó a Sebastián a cenar en su departamento, el joven fue a cenar con
su hermano para platicar más como familia y Sebastián le llevaba una quena
que le había traído su amigo peruano para su hermano Rafael; ya que él estaba
muy obsesionado con las artesanías de Sudamérica y de los pueblos indígenas
de México. El departamento estaba decorado con pinturas y litografías de
paisajes andinos, las habitaciones tenían colores vivos y su cocina siempre olía
a café colombiano, los manteles y muebles eran con diseños indígenas. Como
era ateo, en vez de tener a la última cena, tenía un gran cuadro de Machu Picchu,
figurillas de cerámica oaxaqueña y tapetes mayas de Chiapas.
El departamento de Rafael contaba con un cuarto lleno de artesanías traídas de
diversas partes de México, Cuba, Ecuador, Bolivia, Chile y Perú que le traían
sus amigos y sus seres queridos, pero en especial, él tenía una llama de peluche
que le había regalado su padre, la cual le trajo de un viaje que hizo al Perú en
sus giras de trabajo como empresario cuando Rafael era un niño, esa llama era
el recuerdo más apreciado que tenía de su infancia y que era un gran obsequio
de su fallecido padre. Pero su lugar más apreciado era su estudio, un cuarto lleno
de libros de medicina y de literatura latinoamericana, un esqueleto y un feto de
plástico, una pantalla para ver radiografías y diversos instrumentales de
medicina muy caros.
Se sentaron todos en la sala para charlar y Diana empezó a poner la losa y los
manteles sobre la mesa principal, Sebastián estaba contento de ver al gordo de
su hermano a quien no dejaba de abrazarlo, le dio un beso en la frente al llegar,
luego le pasó el reporte que se estaba haciendo cargo de la contabilidad de la
mueblería que tenían sus padres, pero que no entendía varías cosas fiscales
sobre impuestos;
Rafael en tono de broma le responde:
—Yo tampoco entiendo mucho de contaduría —.
Sebastián sonrió y le dijo:
—Pues vas a tener que ayudarme —.
Rafael respondió:
—Claro que sí, aquí tenemos una contadora que va empezar a hacer su
chamba para asesorarnos con los pagos, el seguro social, las compras y las
utilidades —.
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Diana respondió:
—Claro que sí—.
En tono de broma, les contestó, solo que la contadora va cobrar altos honorarios.
Todos se rieron de su situación, novatos en los negocios, pero con las mejores
intenciones de enderezar el barco.
Luego Rafael le hizo una invitación con todos los gastos pagados a su hermano
Sebastián para visitar Colombia y otros países por dos meses. Sebastián se
quedó sorprendido y sin habla, se quedó pensativo, luego comprendió y aceptó.
Rafael respondió:
—No te preocupes de los negocios, vamos a dejar todo pagado y
tendremos contacto con los empleados durante el viaje, yo deseo que nos
acompañes para que tratemos de hacer familia después de nuestra
tragedia, ayer renuncié en mi empleo para poder ayudar a los negocios
que dejó papá y también para intentar poner mi propia clínica
hospitalaria—.
—Así que déjenme descorchar esta botella de vino tinto bajacaliforniano
para celebrar un nuevo paso en mi vida y en la vida de mis dos amores
que son ustedes, hoy reúno a mi familia para brindar por la felicidad y la
vida —.
Diana y Sebastián se quedaron sin habla, tomaron sus copas, brindaron por la
felicidad y por las ganas de aferrarse a la vida. Entonces empezaron los
preparativos para iniciar un viaje de aventura por la unificación familiar.
Sebastián dejó pendiente sus trámites de titulación y de tesis para dedicarse y
enrolarse en los negocios familiares, y también; para empezar a organizar su
vida con ayuda de su único hermano y su cuñada.
Sebastián dejó el departamento que rentaba con Rafael para evitar malos
recuerdos y se fue vivir solo a la casa de sus padres en el centro de Tlalpan,
contrató a una señora de limpieza para que se quedara en su casa mientras él
salía de vacaciones con su hermano. Sus tíos y primos vivían en el pueblo de
Malinalco y la familia de su madre era del pueblo de Arandas, Jalisco, así que
le quedaba bastante lejos contactar a los primos y tíos maternos.
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El 18 de junio, Rafael y Diana se levantaron de madrugada para esperar el taxi
que los llevaría al aeropuerto capitalino, su vuelo salía a las 8:20 de la mañana.
Apresurados, tomaron su taxi por vía electrónica y llegaron a la terminal dos a
las 6:00 de la mañana, allí también iba llegando el taxi de Sebastián y se
encontraron en la sala de la línea aérea, se formaron en la fila de los pasajeros
con destino a la Ciudad de Panamá, apenas si se saludaron, checaron su vuelo y
sacaron su documentación oficial en el despachador, subieron maletas y los tres
se fueron a el área de control y aduana para después sentarse en el área de
abordaje con los demás pasajeros.
Rafael ya iba vestido con una guayabera y un sombrero panamá, su esposa
trataba que otras colombianas no le quitaran el glamur de acompañar a su
marido con las mejores ropas y Sebastián iba de saco blanco con sombrero
panamá, lentes oscuros y pantalones de mezclilla. Abordaron el avión y los tres
quedaron cerca del ala de la aeronave, escucharon las indicaciones de abordaje
mientras el avión tomaba la pista de despegue. Sin duda, lo que mejor les queda
a los gordos son las guayaberas, parecen gobernadores con elegancia.
De pronto, con los primeros rayos del sol se elevaron, pasando en medio del
Popocatépetl y el Iztaccíhuatl con sus nevadas cumbres, luego la aeronave se
fue inclinada hacia el Istmo de Tehuantepec y bordeando la costa
centroamericana, el viaje duró más de tres horas, hasta que descendió la
aeronave en el aeropuerto internacional de Tocúmen en Panamá, después de
admirar sus bellos rascacielos a orilla del mar. Al aterrizar, salieron hacia otra
sala de embarque para tomar otra aeronave que los llevaría con destino final a
Cartagena de las Indias, en territorio colombiano. Sebastián llevaba su teléfono
móvil con todas las aplicaciones, así que no se aburría durante el trayecto.
Rafael y Diana estaban viendo las lujosas tiendas Dutty Free mientras
abordaban el otro avión.
Un sobrecargo anunció el vuelo a las 11:30 con destino a Cartagena desde
Ciudad de Panamá; Diana estaba muy contenta de regresar a casa, pero ahora
como una mujer casada y en otro contexto diferente. Era para ella, la primera
vez que disfrutaría de su país como una turista extranjera. Para los otros
compañeros solo era una aventura que les ponía nerviosos.
A la 2:00 de la tarde, del horario colombiano, el avión llegó a tierras
sudamericanas con sus tres aventureros; todos salieron muy contentos y
bastante acalorados por el clima tropical de la costa caribeña; cruzaron la
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aduana y les sellaron el pasaporte a los mexicanos mientras que la colombiana
entró a casa por la puerta grande como toda una señora, después cambiaron
algunos dólares americanos por pesos colombianos; Sebastián parecía un
millonario por las cifras de las denominaciones. Tomaron un taxi local para
hospedarse en uno de los mejores hoteles del Centro Histórico de Cartagena, se
registraron y se instalaron en su hotel para vivir de las comodidades que les
ofertaba. Como era el primer día, era obvio que tenían que gastar a lo grande
como unos verdaderos marqueses fuera de su casa.
Rafael y Sebastián notaron la hospitalidad del pueblo colombiano, gente cálida
y de gran corazón, Diana Catalina estaba feliz de ver a sus paisanos y mirar la
bandera colombiana por doquier, por la tarde salieron a apreciar las hermosas
calles cartagineras empedradas rodeadas de viejos edificios coloniales,
abordaron una carreta de caballos para salir hacia el malecón y sentir la brisa
del mar entre los baluartes y el golpeteo de las olas con la frescura del viento
tropical del casco antiguo. Al llegar de nuevo al hotel, cenaron lo mejor de la
cocina gourmet de Cartagena.
Rafael no era ostentoso, sabía disfrutar de las cosas sencillas de la vida, pero
también sabía que era necesario motivar a su pareja y a su hermano. Sebastián
traía un cuaderno de viajero, iba anotando sus recuerdos del viaje, mientras que
Diana se pavoneaba del brazo de su esposo comprando recuerdos y accesorios
en las tiendas del rehabilitado centro histórico. Por la mañana se fueron a la
playa para estar en contacto con los colombianos nativos del puerto, para
degustar los platos locales a bajo costo y para sentir la fina arena bajo las
palmeras comprando frutas con las vendedoras cartagineras.
Por la noche se fueron a bailar y a cenar en los llamativos locales nocturnos,
Diana no dejaba de sonreír al igual que Rafael, era la mejor noche de luna de
miel y los esposos bailaron como nunca y disfrutaron de los espectáculos
nocturnos a ritmo de cumbia, salsa, vallenato y merengue, Rafael no sentía la
sofocante altura, se movía con más rapidez. Mirar a una ciudad amurallada con
fieles testigos de la historia, vínculo de Cartagena con otros continentes, nos
muestra sus buganvilias floreando entre los balcones de aquellos edificios con
aire andaluz entre baluartes y puertas fortificadas desde donde mira la moderna
ciudad portuaria con actividad logística con rascacielos esperando al turista.
Ciudad añeja con forma de corazón de maderas finas que deja entrever las
mansiones de otros tiempos entre cortinas y yeserías de ángeles y querubines
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que nos anuncian los cánticos de su bella catedral. Después de cuatro días en
las playas caribeñas, tomaron un autobús con destino a Medellín.
Al llegar a la terminal de autobuses, abordaron su autobús, aún se miraba las
cúpulas de las iglesias virreinales y los rascacielos de los hoteles. Dejaron las
cálidas aguas del Caribe para empezar culebrear por las carreteras colombianas
llenas de montañas verdes exuberantes hacia Sincelejo. Eran muchas horas de
viaje, Sebastián se entretenía con su tableta mientras que Diana abrazaba a
Rafael, los dos iban dormidos. El autobús paró en Sincelejo para comer, allí
probaron los patacones con carne molida, sabrosos jugos de frutas y un buen
café, abordaron nuevamente para cruzar toda la noche la sierra y llegar por la
madrugada a la ciudad de Medellín.
Al llegar en la terminal de autobuses, se desplazaron hacia el centro de la ciudad
para reservar un hotel sencillo y conocer a la ciudad de la eterna primavera todo
el día. Se instalaron en su habitación, desayunaron una rica bandeja paisa con
jugo de uchuvas, salieron a deambular por las calles del barrio de la Candelaria
en medio del bullicioso ajetreo del comercio con su espina dorsal de tren
metropolitano entre las típicas casas coloridas del pueblo paisa, rematado por
modernos edificios, y de fondo, humildes barrios sobre los cerros, después
decidieron visitar las esculturas de Botero, el jardín botánico, el funicular hacia
el parque.
Definitivamente, Medellín tenía mucho que mostrar a los viajeros, pero después
de una noche de rumba y vida cultural se fueron a descansar para salir por la
mañana en autobús hacia la ciudad de Bogotá. Sebastián escribía en su libro de
viajes sobre el verdor de las ciudades colombianas, su rica fauna y sus coloridas
flores por doquier, no tuvo tiempo de visitar los barrios pobres de las faldas de
los cerros, pero en Bogotá no iba a perderse la oportunidad de estar en los
barrios bravos de la capital colombiana.
El autobús serpenteaba por las carreteras sinuosas de la bella Colombia, se
miraban los paisajes más halagadores rodeados de volcanes y montañas con
pueblitos pintorescos en medio de valles y colinas de campos de cultivo de café,
maíz, papa, legumbres y frutas. Se miraba una Colombia cotidiana de gente muy
trabajadora y orgullosa de su patria. Las fotografías de Sebastián eran bellas
postales de aquél país que tiene muchas sorpresas para los turistas. Por la noche,
se acercaban a la terminar de autobuses de la ciudad de Bogotá para después
61
quedarse en la casa de un amigo doctor de Rafael que vivía cerca del parque
metropolitano Simón Bolívar.
Rafael empezaba a notar en su cuerpo cada vez que había una mayor altitud
desde que partieron desde el nivel del mar Caribe hacia los Andes centrales del
Altiplano Cundino-boyacense. Rafael marcó a su amigo José Benito, un médico
bogotano que había hecho una especialidad en México y que era un gran colega.
Rafael le presentó a su esposa Diana y el doctor José Benito se quedó
sorprendido de la visita de su amigo mexicano; José Benito llevó a Rafael,
Diana y Sebastián a su departamento con su esposa y su hija.
Cenaron en casa de José Benito, platicaron cosas de la vida y se instalaron allí
tres días. Sebastián era como un hijo para Rafael, sentía curiosidad por conocer
la vida de su hermano mayor y de conocer sus amistades, se durmió en la sala
mientras que Rafael y Diana se quedaron en la recamara de visitas.
Por la mañana, José Benito preparó su camioneta eurovan para turistear con su
familia y con la familia de su amigo Rafael, salieron hacia el cerro de
Montserrat, abordaron el funicular y llegaron a la cima, después caminaron
hasta la parroquia de Monserrate para admirar las mejores vistas de la capital
colombiana. Sebastián sacó su cámara fotográfica para deleitarse con las vistas
urbanas y con las quebradas de las serranías, era como un niño que no había
vivido su vida conociendo el mundo que lo rodeaba, además el viaje le servía
como ilustración para su tesis de la carrera universitaria.
Sebastián era el fotógrafo del grupo de turistas. Después bajaron del funicular
y partieron hacia el centro histórico de Bogotá para conocer la plaza, la catedral,
el palacio nacional, el palacio del congreso y sus calles empinadas del barrio de
la Candelaria rodeadas del abolengo de sus edificios. Calles llenas librerías,
fondas, restaurantes, galerías de arte, tiendas de artesanías y una arquitectura
colonial de cantera amarilla que caracteriza a la capital del resto de las ciudades
del país.
Caminando entre los adoquines y las viejas fachadas, el grupo de visitantes se
deleitaban con unos tamales de arroz y un extraño champurrado de chocolate
con queso, admirar la plaza principal, la sede del gobierno rodeado de iglesias
y balcones. Era una ciudad llena de contrastes, mirar una opulencia excesiva y
la pobreza extrema en convivencia, ver a niños y ancianos pidiendo dinero en
las calles mientras que pasan los automóviles más lujosos por las calles
centradinas. No solo así es Bogotá, toda la América Latina padece de las mismas
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desigualdades, un fenómeno social de extrema pobreza y de extrema riqueza
concentrada en pocas manos.
Realmente era más lo que los noticieros exageraban de retratar a Colombia
como un país de asesinatos, de narcotraficantes y de violencia, que ver en los
noticieros a un país de gente trabajadora y gentil que luchan por salir a delante
en medio de un paraíso natural de montañas, de valles y de costas doradas.
Diana Catalina ya había vivido en Bogotá cuando estudiaba en la Universidad
Nacional de Colombia, pero su experiencia era diferente, era otra realidad la
que estaba viviendo, por eso miraba a su gente con otros ojos, tratando de
entender las dificultades que ella vivió en su país y la que viven sus paisanos en
carne propia por no ser turistas extranjeros.
Bogotá se vive de día y de noche, una ciudad de lujos a bajo costo, en
comparación a Buenos Aires, Ciudad de México o Santiago; tardes soleadas con
el frescor de las montañas, gente más sonriente que la de la Ciudad de México,
visitar los museos, como el museo del oro es toda una experiencia para después
admirar sus rascacielos muy iluminados al anochecer con sabor salsa y
vallenato, sin olvidar los hits del momento de la música en español, ciudad de
parques y grandes ejes viales muy bien trazados y arbolados, con el último grito
de moda del urbanismo internacional, ciudad presumida y arrogante que
también nos muestra barrios pobres sobre las faldas de los grandes cerros y
quebradas de Cundinamarca, humildes casitas de tabique sin castillos
esquinados que surgen como manchas rojas en medio de las faldas de los cerros
arbolados, casitas de techo de lámina donde se asoman los moradores que
huyeron de guerrillas y persecuciones, casitas de donde suena el sabor de las
bandas viento de los Andes y la cumbia caribeña, casitas sin calles
pavimentadas donde agua sale de los veneros de manantiales por miles
mangueras de plástico y postes de luz con cables colgados entre borrachitos,
prostitutas, vendedores ambulantes, raterillos y drogadictos, hijos de humildes
mujeres que salen a lavar ropa ajena y limpiar fincas lujosas mientras los
maridos reparan los drenajes, tuberías de agua y construyen los rascacielos
bogotanos.
Diana era como una guía de turistas, llevaba al grupo por los mejores lugares
de la ciudad para recordar momentos del pasado en medio del presente, ella
estaba muy emocionada al igual que José Benito; ya que los colombianos se
enamoran de su ciudad capital y la muestran al mundo con orgullo. Bella ciudad
de abolengo español y alemán que se levanta inquebrantable entre la bruma de
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las montañas y arboledas rodeadas de universidades públicas y privadas de
niños rolos de alta sociedad gozando de una de las ciudades más hermosas de
los Andes. Rafael estaba cansado de tanto caminar, hasta que decidió ir a comer
los mejores cortes de carne con un café colombiano y ricos postres de la región
en honor y agradecimiento a sus guías de viaje y anfitriones, que le mostraron
la capital colombiana desde otra óptica. Una ciudad que avanza y prospera a
pasos agigantados, de grandes rascacielos en medio de las montañas andinas.
Por la mañana, del día sábado, salieron hacia Boyacá, llegaron hasta el acceso
del Puente de Boyacá para iniciar el día de excursión, desayunaron refrigerios
caseros cerca del monumento nacional que recuerda una de las gestas de la
historia de la independencia de Gran Colombia, después José Benito se trasladó
manejando su camioneta hacia Tunja la capital boyacense, para luego tomar la
carretera hacia el poblado de Villa de Leyva. Al llegar a la plaza principal de
Villa de Leyva, se quedaron admirados todos con las imágenes coloniales del
pueblo pintoresco, la gran plaza y su iglesia de una sola torre, haciendo un
recordatorio de estar en un pueblito europeo de Extremadura o de Andalucía,
con sus casas de tejas y balcones de calles empedradas rodeadas de capillas y
monasterios.
En el fondo, se miraba el bello cielo de intenso azul que remataba con los cerros
llenos de minerales que datan la historia del planeta, los arcos de cantera
amarilla con vigas de madera, rodeados de hortensias, buganvilias y geranios
con el verdor de los campos boyacenses. El pueblito colombiano retrataba la
vida de los colonizadores y daba un remanso de tranquilidad cruzando
riachuelos con puentes de cantera con balconeras y bellos portones de color
verde que invitan a curiosear por el interior de las viviendas del pueblo.
Por la tarde, en el ocaso, antes de regresar a Tunja para dormir, José Benito
decidió llevar al día siguiente a sus invitados, pasar por los bordes del lago de
Tota, el lago de agua dulce más alto de Colombia, en donde se subieron a una
lancha para remar parte de sus playas de arena blanca. Después llegaron al
pueblecito de Monguí, conocieron sus talleres de balones y sus artesanías como
las típicas ruanas de lana, se veía las casas blancas con balcones verdes sobre
las calles empedradas entre puentes y ríos de agua limpia cruzando por el
pueblo, los campesinos con su ganado.
Monguí no estaba en la lista de viajeros, era uno de aquellos lejanos lugares de
la geografía boyacense con cierto encanto natural y arquitectónico; mirar las
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vacas entre las empedradas calles con su dueño vestido de ruana y sombrero era
un atractivo de un viajero inusual. Luego, los mexicanos destaparon una botella
de tequila para regresar cantando hasta la ciudad de Bogotá. Al llegar por la
noche, se pusieron a tomar en la sala de José Benito hasta que amaneció.
Al día siguiente, la señora del departamento, junto con Diana, ambas prepararon
el desayuno, un rico mute de garbanzo y panza de res, una ensalada con chuleta
y elote fresco, al despertar los varones, todo estaba listo para continuar los
recorridos, Rafael y Sebastián limpiaron la camioneta de José Benito, subieron
unos emparedados y jugos de botella; luego despertó José Benito de la resaca;
ya aseado y listo para continuar el viaje hacia Zipaquirá, José Benito quería
mostrarles la catedral de la sal y el museo del pueblo tairona y muisca, atracción
afamada en los pueblitos de Cundinamarca antes de dejar el centro del país.
Pasaron por las parcelas de las fincas de los millonarios bogotanos, lugar donde
suelen estar los fines de semana hacia Tocancipá, después vieron las parcelas
cultivadas de papa, maíz, cebolla y zanahoria, dignos alimentos para un buen
ajiaco bogotano, a lo lejos se miraba el pueblo de Zipaquirá; en las faldas del
cerro de sal y carbón estaba construida una catedral bajo las entrañas de la tierra,
con equipo de mineros, todos bajaron hasta las salas de la catedral, las galerías
estaban oscuras y escasamente iluminadas con luces de color neón, solo
enfocando a ciertos relieves escultóricos con motivos religiosos y a las
columnas.
Regresaron de nuevo para Bogotá, allí su amigo José Benito les preparaba una
despedida a aquellos visitantes mexicanos con caña y vallenato en su lujoso
departamento; Rafael y su familia estaban muy agradecidos por la hospitalidad
colombiana. En la mañana siguiente, fueron a dejarles a la terminal de autobuses
de Bogotá con destino al Eje Cafetero, salieron a las ocho de la mañana hacia
Armenia, en un autobús que tomó la autopista hacia Ibagué.
Por la ventanilla del autobús se despedían de Bogotá, pasaron por los pueblos
conurbados más humildes y pobres del altiplano como Usme y Soacha que se
desprendían hacia los desfiladeros de los Andes colombianos entre calles llenas
cables y avenidas sin pavimentar sobre los cerros, pueblos humildes llenos de
montañas nevadas y hermosos bosques húmedos. El camino se tornaba
culebrero, subían comerciantes ambulantes a vender plátanos fritos, frutas,
gaseosas, dulces típicos y amenizaban con un poco de música de acordeón.
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Llegaron a un primer retén del ejército colombiano y del ejército
estadounidense, bajaron a los pasajeros y les pidieron sus pasaportes, revisaron
a cada persona y dejaron continuar el autobús hacia la terminal de autobuses de
Ibagué. De momento, dejaron de sentir frío y empezaban a sentir bochorno por
el calor tropical ecuatorial, Diana y Sebastián sentían mareos por tantas curvas
que pasaban sobre la carretera, hasta que finalmente llegaron a Ibagué,
realmente no era un cuidad que les interesara conocer y solo bajaron para
caminar un poco y comer en un modesto restaurante de cocina local, en ese
momento Diana empezaba a sentir malestar por la comida, pero su doctor de
cabecera le dio un fármaco para evitar infecciones estomacales.
Abordaron nuevamente su autobús y siguieron su camino hacia la ciudad de
Armenia para evitar llegar por la noche; ya que los deslaves de tierra sobre
carretera y los retenes militares eran frecuentes, lo cual paraba el autobús de una
a dos horas si era necesario. Catalina veía por la ventanilla los paisajes húmedos
de su país, al igual que el compañero Sebastián, eran aquellos paisajes nunca
vistos de la cordillera andina, se miraba a la gente trabajando en el campo, veían
las humildes casitas de los campesinos en las quebradas y la venta de productos
del campo de los comerciantes andinos a pie de carretera, sobre las escarpadas
barrancas o quebradas de las altas montañas colombianas con diminutos ríos
que descienden hacia los valles fértiles, se miraba a la gente, trasportándose en
mulas y burros para cruzar los caminos húmedos y sinuosos de un pueblo a otro,
descender hacía los valles centrales era toda una proeza. Colombia, en sí, era
como una mujer virgen y desnuda a los pies de quienes la descubrieron.
La niebla, apenas si dejaba mirar las escarpadas montañas nevadas, parecía que
era un viaje por las nubes, de pronto la tormenta se apoderó del camino y andaba
más lento el autobús por el aguacero, los pasajeros empezaron a desesperarse
un poco, pero dejó de llover y se miró un arcoíris rodeado de palmeras únicas
en Colombia, con tallos extremadamente altos, era todo un espectáculo de la
naturaleza mirar las palmeras entre las verdes montañas del Quindío, los
pasajeros del autobús sacaban sus teléfonos y cámaras fotográficas para tomar
las mejores fotos de la tarde, antes de llegar a la ciudad de Armenia.
Realmente todos los pasajeros estaban fascinados con las vistas de los parajes
colombianos, de pronto, el autobús ingresó a la terminal y allí bajaron Rafael,
Diana y Sebastián con un recibimiento de música callejera que interpretaban al
salir de la terminal, luego, Rafael pidió un taxi para que los llevaran a un hotel
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céntrico de la ciudad para descansar y empezar a organizar una travesía por el
Eje Cafetero al día siguiente.
Por la mañana, salieron a conocer la plaza principal, junto a la catedral y sus
exóticos edificios mandados a construir por algunos narcotraficantes que
miraban la opulencia desde otra perspectiva; construcciones salidas de la
imaginación más loca de los arquitectos locales en medio de las montañas
andinas, un lujo abigarrado de buen gusto, pero que mostraban a quienes tienen
el poder. Visitaron el museo del oro del Quindío y salieron impresionados por
la cantidad de objetos de orfebrería que realizaron los pueblos originarios antes
de la conquista española.
Armenia era única, el verdor de las avenidas se notaba por doquier, era como
un Culiacán colombiano. Las joyerías del centro de la ciudad remataban en
gangas a algunas joyas de oro y de esmeralda para los paseantes, luego salieron
hacia Calarcá para conocer el mariposario más grande del mundo, un lugar para
admirar a la mariposa morpho, única en su tipo en libertad natural y en
cautiverio. Por la tarde salieron hacia las fincas de café para ver al mítico Juan
Valdés con su mula y su cargamento de cerezos de café entre las montañas y
cultivos. Valía la pena visitar las montañas del Quindío, era una fiesta de aromas
y opulencia al estilo latinoamericano. Es uno de los secretos mejor guardados
del país sudamericano para aquellos viajeros que quieren dejarse sorprender
antes de salir hacia la gran Cali, la última ciudad colombiana con dirección a la
frontera ecuatoriana.
Una enorme caseta de peaje carretero, hecha con bambú, despedía a los viajeros
para continuar el trayecto hasta la ciudad de Cali y llegar allá por la noche, para
seguir disfrutando de sus veladas de rumba y sus grandes vistas naturales para
admirar la sierra costera y los rascacielos urbanos. Ya estaban bastante cansados
al abordar el autobús, que despertaron hasta llegar a la terminal de autobuses de
la ciudad de Santiago de Cali.
Se fueron a un buen hotel para asearse y relajarse un poco, por la tarde,
emprender la marcha por los centros nocturnos de la ciudad y bares, el hotel era
bastante elegante y cómodo, Rafael quería estar solo por esa noche con su
amada Diana Catalina, a Sebastián le reservó otra habitación. El gordito
bonachón de Rafael se puso una fina guayabera y sombrero panameño mientras
que Diana se bañaba y se vestía con sus mejores galas para una noche caleña
llena de rumba, fiesta, vino y un rico sexo en la mejor habitación a la luz de las
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velas, dentro de un jacuzzi. Diana estaba tan contenta que no iba a desperdiciar
esa noche con su marido.
Sebastián se arregló, se puso galán y emprendió la aventura en lobby del hotel
para hacer amistad, luego salió por su cuenta hacia la zona de la rumba para
conocer la ciudad hasta la madrugada. Mientras tanto, la pareja estaba lista para
ir a bailar merengue, bachata, salsa, cumbia y vallenato, beber unos wiskys y
disfrutarse el uno al otro. Un taxi los llevó al corazón de la música colombiana
y llegaron a un restaurante lujoso con sabor tropical para celebrar su luna de
miel, probaron un menú delicioso lleno de frutas, carnes y mariscos, luego
brindaron con una botella de vino tinto por su felicidad. En ese momento, Diana
Catalina comenzó a llorar y abrazó a Rafael muy fuerte;
le dijo en voz baja:
—Estoy tan feliz amor mío, que tengo miedo que esta intensa felicidad
que siento al lado tuyo no dure por muchos años —.
Rafael responde:
—Tranquila amor mío, que yo estaré contigo siempre, pase lo que pase,
no dudes de lo mucho que te amo —.
Luego guardaron silencio, él la besó en la frente, después se dieron un rico beso
de amor muy intenso.
Diana Catalina dijo:
—Nunca pensé que regresaría algún día a la tierra donde he nacido, salí
de Cali para nunca volver —.
—Sabes Rafael, en esta ciudad pasé mis primeros años al lado de papá,
después se divorciaron cuando tenía doce años y mi hermanita tenía tres
años, papá se fue a trabajar a una naviera de Japón y nos dejó solas, al
principio mandaba dinero desde lejos, pero ya no supimos de él, luego
mamá entró en problemas de alcoholismo y se consiguió otro marido. Yo
decidí trabajar desde pequeña en una tienda departamental como cajera
para ayudarme a mí y a mi madre, pero ella pedía más y más dinero para
solventar su alcoholismo, estábamos quebradas económicamente después
de que papá nos abandonó —.
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—Me fui para Bogotá para trabajar en casa de una tía, su marido me violó,
ella al principio se portó una buena persona, pero luego me corrió de su
casa, pensó que me había metido con su marido; al no poder seguirme
apoyando, no había tiempo para seguir estudiando, debía ayudar a mi
madre, a mi hermana y mandarles dinero —.
—Después conocí a una amiga y me ingresó al mundo de la prostitución
para poder estar más solvente, un padrote me ofreció a un millonario por
una fuerte cantidad y después me mantuvo como su pareja porque era la
chica más joven. Seguí estudiando, terminé el bachillerato con ayuda de
la venta de caricias y emborrachando hombres, algunos me daban buenas
cantidades de dinero o propinas, que mi situación económica mejoró
bastante, un porcentaje lo compartía con mi padrote, el resto para mí —.
—Ingresé a la universidad y empecé a estudiar la carrera de
administración arduamente por las mañanas y por las noches trabajaba de
dama de compañía o acostándome con hombres adinerados, me sobraba
plata para darle a mi padrote, a mi madre, para ir al gimnasio y para
comprarme ropa sexy de trabajo —.
—Éramos muchas jovencitas que vivíamos de la prostitución, sabíamos
cuidarnos saludablemente y también de los hombres impertinentes, nunca
teníamos sexo sin preservativos, hasta que un día la policía mató a mi
pareja y nos liberaron a todas de la prostitución —.
—Después empecé a trabajar de ayudante de mesera en un bello
restaurante de Teusaquillo, seguí dedicándome a estudiar mi carrera
profesional hasta que me gradué, pero cierto día, mi madre me llamó por
teléfono, me dijo que mi hermanita había sido intervenida
quirúrgicamente en el hospital civil por una apendicitis, regresé a Cali de
urgencia, y por no actuar con rapidez, mi hermanita falleció en el hospital.
Decepcionada de la vida, regresé a Bogotá, caí en alcoholismo al terminar
mi carrera. Me titulé como administradora, me costara lo que me costara,
hasta que lo logré, después nunca más quise volver a ver a mi madre —.
—Empecé hacer mis prácticas profesionales en el despacho de un cliente
que me daba trabajo mientras me acostaba con él en secreto, él era un
hombre casado y también era un empresario afamado, allí estuve
trabajando en su despacho; y en ocasiones, ganándome la vida como
escort, hasta que decidí irme para otro país y empezar una nueva vida.
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Afortunadamente no me contagié de ninguna enfermedad escandalosa,
porque siempre estuve en revisión con médicos de salud sexual debido a
que opté por vivir la vida fácil —.
—Después de esta larga plática, estoy liberada de todo y me encuentro
feliz a tu lado y de que tú conozcas mi vida, para mí, ha sido difícil
abrirme y contar mi historia, pero gracias a ti, amor mío, mi vida cambió
por completo—.
Rafael solo le sonrió y la abrazó muy fuerte mientras platicaban. Fue una noche
maravillosa para la pareja, disfrutaron del baile y bebieron de felicidad,
regresaron al hotel y tuvieron una noche de placeres intensos, su amor se había
consumado como el más puro y sincero, la pareja gozó como nunca y
terminaron cansados de tantos excesos y cariños. En la mañana siguiente;
Rafael le preguntó a Diana Catalina que si quería volver a donde ella vivía con
su madre o saber por lo menos que le sucedió, ella no respondió y se quedó
callada. Se metió a la bañera y le respondió a Rafael que si quería saber qué
pasó con su madre.
Sebastián regresó por la madrugada al hotel, después de una noche de rumba y
fiesta, estuvo en la Calle del Pecado, allí donde hay música de bachata, salsa,
merengue y cumbia hasta el amanecer, noche de colorido y buena música para
bailar con hermosas caleñas que visten sus mejores galas, noche de sudor y
pasos elegantes lentos para sentir la seducción de la pareja con quien se baila,
noche estrellada llena de jolgorio y bebida parao olvidar la rutina. Él sabía que
debía dejar solo a su hermano Rafael con su esposa, por eso no interrumpió la
noche perfecta de aquella pareja. Al amanecer se citó con su hermano en el
restaurante del hotel para desayunar y hacer un plan.
Al bajar al restaurante los esposos, se encontraron con Sebastián, tomaron las
cartas y ordenaron; le dijeron a Sebastián que se tomara el día libre porque
Rafael y Diana Catalina iban a visitar a una persona antes de continuar el viaje
hacia Popayán. Sebastián aceptó, tomó su cámara fotográfica y salió caminando
por las calles caleñas para buscar algo interesante de ver y apreciar; sin duda, lo
eran las bellas mujeres y el mirador en lo alto de la sierra.
Diana y Rafael tomaron un taxi y se fueron a un barrio a las afueras de Cali para
investigar el paradero de la madre de Diana, llegaron al lugar donde vivió su
madre y empezaron a platicar con las personas de un vecindario de Yumbo, se
toparon con la sorpresa de que ella, había sido despojada de su casita, le echaron
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a la calle a pedir limosna, vivió sus últimos días mendigando y no había muerto
de un accidente con su pareja, ella estaba bebiendo alcohol y durmiendo en las
banquetas con una botella de caña muy fuerte, hasta que un día encontraron su
cadáver en el basurero de una barranca, porque otros indigentes la había matado
y allí habían tirado su cuerpo, ella fue depositada en la fosa común del
cementerio municipal. Esa mujer era de pelo blanco con ojos verdes, se notaba
que era de bonitos rasgos faciales como los de su hija Diana Catalina, pero la
mugre y el mal olor mantenían escondidos sus encantos.
Diana lloró ese día en los brazos de Rafael, sabía que no podía buscar más
parientes porque no había relación estrecha debido a que ejerció la prostitución,
por ello decidió retirarse de aquel barrio caleño para no volver. Rafael entendió
de inmediato el mensaje y decidió seguir su viaje por la cordillera Andina.
Tomó a Catalina del brazo, llamó a Sebastián, entregaron las llaves de la
habitación y abordaron nuevamente por la noche el autobús con destino a la
ciudad colonial de Popayán. El autobús siguió entre valles y montañas hasta
llegar al centro de la ciudad capital del departamento del Cauca, allá por la
noche. En el centro se veía algo de movimiento nocturno entre las casitas de
tejados con muros de piedra y balcones floridos. Se dirigieron hacia un hotel de
arquitectura vernácula en la fachada, allí reservaron dos habitaciones, porque
por la mañana Rafael les tenía una sorpresa a sus acompañantes.
Una camioneta llegó muy temprano, los turistas abordaron en ella, iban con ropa
cómoda para dirigirse a la zona de la alta montaña y visitar a una comunidad
originaria del pueblo misak, durante el trayecto todo era exuberante de bosques
y de niebla espesa, algunas veces se atascaban las llantas de la camioneta entre
los lodazales del camino, vieron las primeras casitas con humo de sus fogones,
los lugareños salieron a recibir a sus invitados viajeros.
El patriarca de la comunidad y los niños realizaron una ceremonia en idioma
misak y llevaron a los turistas a la casa de una mujer que estaba preparando el
desayuno sobre su fogón, Rafael, Diana y Sebastián se sentaron en el suelo con
el chofer y otros dos acompañantes para recibir los alimentos, les sirvieron
platillos de papa con carne de conejo, un caldo de verduras y pan de maíz con
un pozuelo de leche de vaca. La vestimenta de los lugareños era muy colorida,
portaban su sombrero y sus gabanes de azul intenso, lo que les extrañaba a los
turistas, era el uso de falda y botas tanto hombres como mujeres.
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Entre parcelas de maíz y papa, los viajeros llevaban un guía local para conocer
unas cascadas impresionantes que partían la quebrada de la montaña entre la
espesa niebla; después de dos horas de caminata por el bosque, los viajeros
llegaron empapados de brisa a un lugar donde se apreciaban las cascadas y el
río en su afluente hacia el mar, luego regresaron al campamento durante una
larga caminata en ascenso para poder llegar en la camioneta y después
trasladarse hasta la comunidad misak.
Al volver de la excursión de las cascadas, se quedaron a comer en la casa de
una familia guambiana para compartir conversación y el pan de todos los días,
la cámara fotográfica de Sebastián se había saturado de muchas imágenes, las
pilas no habían sido recargadas y se frustró por no continuar sacando fotografías
de aquel bello lugar. En ese momento Diana le prestó a su cuñado, su teléfono
móvil para que continuara fotografiando bellas postales de sureste de la
Colombia Andina.
Con unas danzas tradicionales de la comunidad, se despidieron de aquella
aventura eco-turística y cultural; por la noche, regresaron a su hotel en la ciudad
de Popayán. Llegaron exhaustos y muy cansados que se levantaron, tarde para
poder entregar la habitación y salir a despedirse de la ciudad o comprar
recuerdos típicos de Popayán cerca de la catedral y de la plaza principal
colonial. Ya en la noche, volvieron a tomar otro autobús con rumbo a la ciudad
fronteriza de Ipiales.
Sebastián recargó bien sus pilas y bajó muchas imágenes del viaje a su laptop,
el autobús comenzó a serpentear por las escarpadas y frías carreteras con rumbo
a la ciudad de Pasto, no se veía nada durante el viaje, pero se sentían las curvas
y el frío que empañaban los cristales de la unidad de transporte, todos muy
abrigados, llegaron a la terminar de autobuses de Pasto a las cuatro de la
madrugada, algunas personas bajaron y otras personas abordaron el autobús con
rumbo a Ipiales. Entre los viajeros se escucha el idioma quechua de los antiguos
incas, eran algunas familias ecuatorianas que viajaban rumbo a la frontera de
Rumiñahui. De pronto, se despertó Diana, quien iba durmiendo junto a Rafael,
a las siete de la mañana se acercaban a la terminar de autobuses de la ciudad de
Ipiales, ella no dejaba de temblar de frío al igual que Rafael, mientras que
Sebastián roncaba muy abrigado en su asiento.
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El conductor anunció la llegada a Ipiales, en el extremo sur del departamento
de Nariño, bajaron de autobús muertos de frío y se acercaron a la sala de espera
de la terminal para esperar y organizar el plan del día.
Diana respondió:
—Rafita estoy muy cansada y han sido días muy fuertes para mí, quero
regresar a México, estoy muy feliz de regresar a mi país y ver con otros
ojos lo hermoso que es Colombia —.
Sebastián respondió:
—Hermano mío, estoy muy feliz de haber viajado con ustedes, pero yo
me adapto a lo que tú digas —.
Rafael respondió:
—Pues mi plan es el siguiente, quiero que descansemos un poco, tomar
un chocolate caliente y un caldito de pollo en el centro de la ciudad, luego,
quiero que vayamos a visitar el Santuario del Río de las lajas para admirar
su bella arquitectura y visitar a ese santuario católico como un
agradecimiento a la vida de que hemos llegado vivos y sanos hasta la
frontera con Ecuador rodeando la cordillera Andina, posteriormente;
quiero que los dos me acompañen a una nueva aventura en territorio
ecuatoriano. ¿Aceptan mi nuevo plan de viaje? —
Solo Sebastián respondió:
—Yo sí hermano —.
Entonces contestó Diana:
—Pues como ya no me dejaron opción de elegir, la democracia dice que
debo seguir el viaje con ustedes hasta donde se cansen y se les termine el
dinero —.
Todos sonrieron y tomaron un taxi para ir a una fondita del centro de Ipiales a
desayunar. Escuchando unos valsecitos y unos sanjuanitos ecuatorianos, les
sirvieron su caldito de gallito criollo con verduras y pan, luego pagaron la
cuenta y tomaron un minibús que los llevó al Santuario de las Lajas para admirar
el último rincón colombiano lleno de paisajes naturales; a pesar del ateísmo de
los viajeros, ellos disfrutaron de aquel lugar como verdaderos fieles devotos.
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El santuario está en un lugar privilegiado con su arquitectura neogótica, un
capricho de la naturaleza sobre la quebrada de una montaña que miraba a un río
de agua cristalina donde apareció la Virgen de las Lajas y que los lugareños
decidieron fortificarle un templo cristiano en un lugar de poco acceso, allí,
donde miles de peregrinos viajan de lugares muy distantes para pedirle a la
virgen y conocer aquél castillo sobre las riberas del río andino.
Fue un día maravilloso, en el que los tres viajeros dejaban Colombia y sus
encantos, el país de la sonrisa y la rumba quedaba atrás, la nación de la
naturaleza exuberante y la más verde de Sudamérica los dejó con un buen sabor
de boca.
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CAPÍTULO 6
LA NUEVA AVENTURA
75
su recorrido era lento y se detenía por los pueblos para bajar y subir pasajeros,
olía a todo, a animales de granja, a sudor de la gente y a humedad. No era el
mejor viaje de sus vidas, pero cuando se viaja, uno debe soportar todo.
Los asientos estaban viejitos y bastante incómodos, a Sebastián le daba risa ver
a los famosos carros choleros muy coloridos en pleno servicio. Los acompañaba
la música de la cumbia villera ecuatoriana y algunos sanjuanitos, muchos
pasajeros hablaban el quechua otavaleño, lo cual hacía atractivo el trayecto,
señoras y señores con traje regional que iban hacia Otavalo, tierra de grandes
textileros y artesanos ecuatorianos. Allí, donde la mitad del mundo toca el cielo
más puro del planeta.
Sebastián había escuchado la leyenda de Sácha entre los lugareños, él miraba el
cielo andino tratando de imaginar el paso de las llamas voladoras como si fueran
aves, se imaginaba que esos animalitos lo llevaban entre las nubes, mirando por
un lado la extensa selva de la Amazonía y por el otro los acantilados que se
vierten entre el Océano Pacífico, tocando la nieve perpetua de los volcanes y de
las altas montañas sudamericanas al sonido de la música de flauta de pan entre
la fuerza del viento de los mares del sur.
La leyenda de las llamas voladoras era un cuento de los antiguos incas, las
cuales se aventaban a los desfiladeros y tomaban el vuelo sobre las escarpadas
quebradas hasta llegar y sentirse ligeras sobre las nevadas montañas
perdiéndose entre las nubes al sonido de la quena; se escuchaba que Sácha, el
niño que montaba las llamas voladoras conocía la infinidad del cielo y tocaba
con sus dedos las nieves eternas de los Andes y las estrellas del firmamento, él
se escondía entre los arcoíris para descender de las llamas y llegar a las pampas
desde el cielo entre los colores del arcoíris como si fuera una resbaladilla.
Sebastián no dejaba descansar a su cámara fotográfica para grabar paisajes del
altiplano andino a través de la ventanilla del modesto autobús y de escribir en
su bitácora del viajero, mientras que Rafael y Diana dormían placenteramente
hasta llegar a Ibarra. Cuando el autobús llegó a la capital de Imbabura, los
pasajeros se preparaban para descender del camión, de la cima del bus bajaban
animales, verduras, frutas, mercadurías y ropa de diseños antiguos.
La familia bajó sus maletas y fueron a un hotel del centro histórico de Ibarra
para organizar su visita por la ciudad y hacer una visita a los mercados indígenas
de Otavalo, donde se deseaba comprar ropa étnica, artesanías y admirar la
esencia indígena del Ecuador. Al salir al centro histórico, se miraban bellas
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fachadas restauradas de edificios coloniales de abolengo español, los cafés y
restaurantes atendían a miles de turistas que venían a conocer el folklore
quichua otavaleño, por primera vez, en la cena, cenaron carne de cuyo, un
roedor andino, Diana y Sebastián quedaron horrorizados, que terminaron por
retirar al platillo, mientras que Rafael, como buen gordito mexicano, no dejaría
de degustar y saborear la tierna carne del cuyo con sabor a verduras, sacó de su
saco, una lata de chiles en vinagre y pidió al mesero que le diera un recipiente
para compartir sus jalapeños, sus plátanos fritos en salsa de mango y maracuyá.
Diana no dejaba de reír con las bromas de Rafael, estaba sorprendida de su
nueva familia y muy contenta de estar viviendo experiencias únicas.
Por la mañana, salieron a la plaza central de Ibarra para tomar un transporte
turístico hacia el pueblo de Otavalo, entre turistas alemanes, canadienses y
holandeses salieron en una camioneta van oyendo música ecuatoriana para
ambientar el trayecto, todos iban escuchando el sonido de la quena, la zampoña
y el charanguito, mientras que, por la ventanilla, se veían a los niños y jóvenes
campesinos correr entre sus llamas por las carreteras, como si sus llamas volaran
sobre los caminos de los Andes.
Al llegar a Otavalo, se admiraba el colorido de los textiles indígenas por
doquier, todos estaban sorprendidos, mientras que los lugareños los recibían con
música y cantos, era un verdadero festín de aromas y sabores entre los
mercadillos, todo era bello, desde los muebles, los juegos de ajedrez de incas
contra españoles, la cerámica, los vestidos, los textiles, la ropa de cuero, los
ponchos y diversos atavíos de la indumentaria nacional del Ecuador. El olor a
frutas exóticas de la selva o las montañas, con el sabor de un buen caldito de
gallina criolla bien calientito y una ensaladita con carne de cuy era el manjar
perfecto de los Andes, un festín de sabores que pocos turistas se atreven a
disfrutar.
Caminar por las calles de Otavalo, es llegar un lugar muy diferente lleno de
colorido por sus danzas, vestimentas, paisajes y la dulzura del idioma quechua
de los lugareños; ciudad de contrastes, ciudad donde los nativos indígenas son
mucho más ricos y prósperos que los mestizos y afro-descendientes. Sin duda,
Otavalo era el lugar ideal para ser un millonario indígena gracias a la venta de
muebles, artesanía y textiles por todo el mundo.
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Mirar a las señoras y señores charlar en su lengua andina a través de sus
ventanas, era un viaje al país de las nubes y las montañas. Lo que Rafael, Diana
y Sebastián veían, fue como una postal única e inolvidable para recordar toda
la vida. América Latina sorprende siempre a los propios y a los extraños, la
Patria Grande, como le llaman los latinoamericanos, Abya Yala o la Pacha
Mama, es la madre que espera y que arropa. Todos comieron ricos platillos de
la gastronomía ecuatoriana como la fritada, el pollo al horno, el caldito de
gallina con verduras y una rica chicha para paladear. Al volver después de la
comida, allá en los mercadillos, Rafael, vestido con poncho colorido y sombrero
ecuatoriano regresó con su familia a Ibarra para continuar el viaje hasta Quito,
la capital del Ecuador.
Aún no sentían el cansancio, porque la emoción de conocer lugares mágicos e
inolvidables, la incertidumbre invitaba a continuar sin descanso para conocer
más y más. Salieron de Ibarra en un autobús mucho mejor que el anterior, iban
hacia la capital ecuatoriana para llegar alrededor de las seis de la tarde.
Cantando y viajando con otros turistas, les hizo el trayecto muy corto entre la
ciudad de Ibarra y la ciudad de Quito.
Al arribar a Quito, sintieron mucho frío, estaban en la segunda ciudad más alta
de América, a más 2,800 metros sobre el nivel del mar, el autobús se acercaba
al bello centro histórico. Si con Ibarra estaban admirados, al llegar a Quito se
quedaron sin palabras al contemplar la hermosura de la capital ecuatoriana. Fue
la primera ciudad del mundo a la que su centro histórico se le otorgó el título de
Patrimonio Cultural de la Humanidad por la belleza de sus edificios coloniales
y neoclásicos. Al andar con sus maletas entre las calles quiteñas y abrigados con
sus ponchos otavaleños, llegaron finalmente a uno de los hoteles más bellos de
la capital, decorado al estilo vintage entre los muebles coloniales y una
arquitectura conventual de la orden franciscana, reservaron su estancia por tres
días, Diana Catalina quedó sorprendida de la limpieza y la decoración
interiorista, en el hotel había una discreta alberca de mármol con cristales
templados, una barra de bar y unas habitaciones lujosas entre las celdas de los
antiguos monjes franciscanos; se quedaron los tres en una suite con dos
dormitorios separados dentro de la misma habitación, la suite contaba con un
balcón hacia la calle y tenía las mejores vistas del centro histórico quiteño,
desde el balcón, la calle resplandecía con su discreto alumbrado entre las
fachadas de los edificios barrocos.
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Se ducharon y por la noche salieron a disfrutar del centro histórico más grande
del mundo, todos bien arreglados; bajaron al hall del hotel para recorrer las
estrechas calles, en la que se miraba a muchos turistas y jóvenes mochileros
disfrutando de los bares, cafés, finos restaurantes, plazuelas y andadores
comerciales que cerraban a altas horas de la noche, en algunos establecimientos
había muestras de folklore ecuatoriano y música en vivo, desde los tradicionales
sanjuanitos hasta el merengue y la bachata. No solo los turistas disfrutaban de
la bohemia capital ecuatoriana, también los quiteños, se mostraban orgullosos
de gozar de las veladas culturales en los establecimientos restauranteros, noches
de largas charlas y música ecuatoriana tradicional.
La Plaza San Francisco se miraba impresionante con sus desniveles, la ruta
seguía hacia la Plaza de Armas, con su catedral y su palacio nacional, rodeado
de terrazas y parianes en sus alrededores luciendo con gran iluminación en
medio de la bruma; entrar a los templos por la noche era toda una experiencia,
el exceso de oro en los interiores de las capillas y en los altares, fue un deleite
de opulencia y delirio al admirar esa compleja arquitectura barroca
churrigueresca que hacía pensar que la leyenda de El Dorado si existió. Cenar
en sus restaurantes coloridos con vista a las plazuelas era la experiencia de vivir
la fiesta andina con valsecitos militares ecuatorianos, cenar jugos de frutos
exóticos de la selva amazónica con ensaladas, caldos de pescados, cortes de
carnes y vinos tintos traídos de Chile y del Perú.
En la noche valía la pena, regresar ebrios, con aliento envinado de oír las
estudiantinas universitarias entre los callejones y escalerillas de los barrios más
antiguos de la ciudad que estaba a los pies del volcán Pichincha y del Cerro del
Panecillo, era sábado de fiesta y rumba. Al llegar nuevamente al hotel, se sentía
el placer disfrutar de los lujos a bajo costo, como cenar en la terraza de la
habitación, hasta encerrarse en el jacuzzi con esencias francesas para tomar un
baño relajante y después descansar hasta el amanecer.
Por la mañana del domingo, bajar a desayunar y visitar la piscina de cristal del
hotel y darse un chapuzón mientras, a lo lejos, vez el cerro del Panecillo con su
monumental Virgen del Panecillo. Sebastián, Rafael y Diana no dudaron en
meterse a la alberca y beber un coctel admirando al horizonte el centro histórico
lleno de cúpulas y torres de iglesias. Luego, salir de la piscina, tomar un baño
para después oír misa en la catedral quiteña o en algún otro bello templo
barroco. La guardia nacional, al interior de los templos, no dejaba sacar fotos
con flash a los turistas, debían ser cuidadosos si no querían ser multados.
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Al empezar a recorrer la Plaza de Armas, escuchaban desde el sermón de los
oradores evangélicos, hasta manifestantes en contra de los pésimos gobiernos
ecuatorianos, mientras que los ancianos simplemente se sentaban en una banca
para disfrutar ver pasar la gente y viajeros. Entrar al Palacio Nacional y observar
el cambio de guardia es todo un deleite marcial, mirar a los soldados portar la
bandera nacional con sus trajes de azul con blanco y botas negras; después dar
un recorrido por el interior del palacio nacional para gozar de las vistas de la
terraza y de los salones donde había piezas de artefactos militares del pasado y
cañones de guerra. Así como admirar la oficina del presidente de la república,
los salones de eventos y protocolos, mirar también las espadas, premios,
condecoraciones, armas y objetos de héroes o expresidentes ecuatorianos.
Al salir de la Plaza de Armas, valía la pena hacer un recorrido para subir al
Cerro del Panecillo y fotografiar el skyline de la ciudad de Quito, mirar el gran
monumento de la patrona de la ciudad protegiendo a su gente a los pies del
cerro. Después, tomar un tour hasta el Monumento de la Mitad del Ecuador,
donde supuestamente la latitud del planeta está al grado cero y divide los dos
hemisferios, el del norte y el del sur, allí se veía como el agua iba en dirección
opuesta según del lado donde se encontrara el espectador. Al llegar al
monumento de la Mitad Mundo, nuevamente se observan los bailes folklóricos
y la explicación de un guía al estar en el centro del planeta; sacarse las fotos del
recuerdo, donde puedes estar en ambos hemisferios, visitar el museo lúdico y
comprar en las tiendas de artesanías, así como ver las banderas de todas las
provincias ecuatorianas y al centro ven ondear a la bandera nacional. De regreso
al centro histórico, por la tarde, había tiempo para seguir recorriendo los lugares
secretos de Guayasamin entre los edificios de la nueva ciudad de Quito, hacia
el oriente se observa otra ciudad quiteña llena rascacielos con signos de
identidad propia al resto de las capitales latinoamericanas.
Por la tarde, se tenía el tiempo pasa subir en teleférico del volcán Pichincha y
mirar las panorámicas de la ciudad metropolitana, mientras que se recorre el
parque nacional con sus floridos caminos y arboledas únicas de este país, viendo
al fondo las nevadas montañas andinas en el horizonte. De regreso, por la noche,
valía la pena bajar para seguir caminando por la capital ecuatoriana bohemia,
sin duda, el más bello recuerdo jamás contado.
Entregaron por las llaves de su suite en la recepción del hotel y salieron con sus
maletas hacia la plaza de armas para esperar el taxi que los llevaría a la vieja
terminal de autobuses con destino a la ciudad de Guayaquil. A Sebastián le
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encantaba retratar los edificios del centro histórico desde diferentes ángulos,
hasta que de pronto, le robaron un maletín de sus cosas personales de aseo, lo
cual, por estar distraído, no se percató que los ladrones lo iban siguiendo.
Regresó con su hermano y le contó que le robaron el maletín de cosas personales
como su bitácora de viaje, cortaúñas, rastrillo, talco y un peine; ya no se fue a
otro lado, y se quedó decepcionado por el robo en aquella calle. El viaje en
avión a Guayaquil era muy caro y todavía no se inauguraba el nuevo aeropuerto
de Quito, así que decidieron viajar por las peligrosas y empinadas carreteras
nacionales. Mientras los viajeros esperaban el taxi, el cual se había demorado
bastante, Sebastián platicó con una mujer policía de lo sucedido, pero la policía
sonrió y también lamentaba mucho el robo, pero ella empezó a platicarle a
Sebastián y a Rafael de que el Ecuador era muy seguro, hace menos de diez
años había cárteles mexicanos y colombianos de la droga, los cuales estaban
destrozando el país, en las cárceles ecuatorianas había muchos mexicanos,
peruanos y colombianos detenidos por parte de la policía nacional por el delito
de tráfico de drogas y por financiar redes del crimen organizado entro los
propios ecuatorianos, los cuales atemorizan a la gente local y cometían
bastantes asesinatos cuando las bandas criminales pelean entre sí. Fue muy
fuerte escuchar a la señora policía, era muy lamentable escuchar eso y al mismo
tiempo saber que el país no deja de ser un paraíso natural y una tierra de
maravillas arquitectónicas. Al llegar el taxi, se despidieron de aquella amable
policía y salieron rumbo a la terminal de autobuses; allí compraron algunos
alimentos para seguir el viaje por carretera hasta el puerto de Guayaquil.
Abordaron el autobús y se sentaron casi al final, tenía de acompañante, a una
mujer peruana, que trabajaba de sirvienta en Quito, les comentó que muchas
mujeres peruanas iban al Ecuador para ganar en dólares americanos, que al
cambiarlos por soles peruanos el dinero era bastante redituable. El autobús
abandonaba Quito, iban rumbo a Ambato, el corazón del país y punto más alto
de la cordillera andina ecuatoriana.
Los oídos se tapaban durante el viaje y las curvas de la carretera empezaban a
marear a las personas que no estaban acostumbradas a viajar por autobús en
medio de la sierra escarpada y culebrera. Ya empezaba a oscurecer y no se
miraba nada, los cristales de las ventanillas se empañaban y poco se veía al
andar entre los caminos andinos, estaban cansados y Diana empezaba a sentir
nauseas durante el viaje. Se sentía que andaban entre los desfiladeros y
quebradas de la cordillera por los movimientos del autobús, empezaban a
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descender lentamente y en la madrugada Diana sintió ganas de vomitar. El
autobús se detuvo un poco, Rafael sacó su maletín y le dio un medicamento para
el mareo y la infección. Siguieron durmiendo un poco hasta que empezaba a
amanecer con un bochorno tropical al descender de la sierra andina.
A las siete de la mañana llegaron al puerto de Guayaquil, rápidamente Rafael
pidió un taxi para ir a un hotel del puerto ecuatoriano, se hospedaron cerca del
gran malecón y allí subió a Diana a la habitación para poder inyectarla y dejarla
descansar ante la fuerte infección estomacal que empezaba surtir efecto en su
cuerpo. Diana y Rafael tenían una discusión de pareja, ella estaba enojada por
sentirse enferma, con fuertes cólicos y le reclamaba a Rafael que ella no quería
continuar con el viaje por toda la Cordillera de los Andes. Rafael estaba bastante
frustrado y enojado con él mismo porque su pareja estaba enferma, con diarrea
y vómitos en una habitación de un hotel.
Salió por la mañana a fumarse un tabaco, esperando que su esposa reaccionara
ante los efectos de los medicamentos; luego Sebastián dejó su habitación y se
acercó a Rafael para abrazarlo y decirle lo siguiente:
—Si gustas hermano, nos regresamos para la Ciudad de México desde
aquí en Guayaquil, por mí no hay problema, que la salud de Diana es
primero —.
Rafael dijo que eso era lo que estaba pensando hacer, tomar un avión con
destino a Panamá y regresar a México, que en otra ocasión continuarían su viaje
más al sur.
Pero de pronto salió Diana de su habitación y dijo que ella;
—Los estoy oyendo, no van hacer ese viaje hacia sur sin mí, estoy lista
para seguir la aventura al lado de mi marido y mi cuñadito —.
Los hermanos sonrieron, y Diana dijo;
—Hoy estaré en la habitación del hotel, pero mañana continuamos el
viaje a donde nos lleve el destino. Ustedes dos salgan a conocer
Guayaquil, que hoy me quedo en la cama todo el día —
Eso hicieron los hermanos, se arreglaron y vistieron su ropa de guayaberas y
sombrero Panamá, tomaron su cámara y salieron rumbo al malecón para
recorrer la ciudad porteña y buscar algo de comer a orilla de las riberas de la
laguna para degustar platillos típicos como el tiradito de atún y un rico ceviche
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con plátano, escucharon música tropical y vieron los barcos y buques llegar al
puerto más grande del país desde el gran malecón guayaquileño. Después
fueron al parque central del bello centro histórico para admirar la arquitectura
de los viejos edificios de madera, latón y ladrillos de una época dorada del
pasado republicano del siglo XIX donde los ricos sacaron muchos recursos
naturales del país hacia otras naciones del planeta.
A diferencia de Quito, Guayaquil destacaba por sus modernos edificios y su
mayor dinamismo económico, una ciudad llena de lujo y vida vanguardista,
ciudad que competía con el puerto de Panamá por alcanzar el cielo con sus
modernos rascacielos bastante eclécticos. Cada ciudad era distinta, era más que
solo ver viejos edificios coloniales de gran valor arquitectónico, siempre
destacaba el malecón citadino como un punto de referencia con sus modernos
rascacielos y una bella noria, que al subirse en ella se miraba las mejores vistas
sobre el río Guayaquil que desemboca en el Océano Pacífico. En lo alto de noria
se miraban los cultivos de plátanos y las montañas andinas a lo lejos entre las
nubes, pero también la selva de las riberas del río Guayaquil donde entraban y
salían embarcaciones de gran tamaño, algunas embarcaciones iban hacia las
Islas Galápagos.
Los hermanos pasaron el día como padre e hijo juntos en la feria y en la calle
del gran malecón hasta que regresaron al hotel para descansar y salir al día
siguiente rumbo a Machala y cruzar la frontera hacia el Perú por la garita de
Tumbes.
Por la mañana, los tres abordaron otro autobús en la terminal, y en dos horas ya
estaban en Machala, allí desayunaron un rico plato de huevos fritos en hojas de
plátano con arroz y un rico licor de plátano para remediar los males, luego
fueron hacia Huaquillas, a un costado de la frontera ecuatoriana; debido a un
conflicto armado entre Ecuador y Perú, las garitas fronterizas estaban bastante
separadas. En Huaquillas, había muchos indocumentados colombianos,
venezolanos y cubanos que deseaban ingresar al Perú, eran huraños y poco se
comunicaban con las personas, no daban razón de nada y contestaban de forma
irrespetuosa si se les hacía preguntas, mientras que los motociclistas se
apuntaban para cruzar personas por el puente internacional sobre el río y
dejarles en la garita de la aduana peruana.
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Los tres viajeros sacaron sus pasaportes mexicanos, sellaron su salida del país
y se montaron a unas motocicletas que les llevó a la garita peruana para volver
a sellar el pasaporte nuevamente en el territorio del país vecino.
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CAPÍTULO 7
CRUZANDO EL PERÚ
Al cruzar el río y entrar del lado peruano, los conductores de las motos les
cobraron el pasaje en dólares y los dejaron en las puertas de la garita tumbesina.
Había muchos turistas de diversas nacionalidades que intentaban ingresar al
Perú, así como camioneros, peruanos expatriados que regresaban a su país desde
el vecino Ecuador, fruticultores, pescadores, obreros, y también, bandas
criminales que le robaban a los turistas o a los novatos a mano armada. La
frontera peruana tumbesina era más caótica que la frontera ecuatoriana.
Al ingresar con los agentes fronterizos, comenzó de nuevo el interrogatorio de
acceso al país, pero como no eran rubios ni hablaban idiomas diferentes, el
agente intentó extorsionar a los turistas acusándolos de narcotraficantes por el
pasaporte mexicano y colombiano; pero una mujer agente se dio cuenta de lo
sucedido y castigó a su subordinado. Pidió disculpas a la pareja y les selló a los
tres su pasaporte con un mes adicional para turistear por todo el país andino.
Luego salieron en taxi rumbo a la ciudad de Tumbes para planear el viaje y
sacar soles del cajero automático; ya que el destino era llegar a Machu Picchu,
pero ninguno de los tres tenía idea de lo lejos que estaba el Cuzco desde el
extremo norte peruano y de las maravillas que se iban a perder sin conocer los
lugares idílicos del norte peruano. Así empezaron a preguntar sobre lo que
podían hacer allí en Tumbes, platicando con los lugareños; como era muy
temprano, decidieron desayunar el típico ceviche y un pollo a las brasas con
arroz chaufa y patatas en un modesto local del centro de la ciudad fronteriza.
Todo parecía en perfectas condiciones, se tenía esa sensación natural de que, al
estar todo perfecto y planeado, pudiera venir alguna calamidad.
Sebastián tenía ganas de ir al baño, encontró un lugar, pero vio que era una
letrina muy sucia y sintió asco de hacer del baño, salió con la boca tapada y al
no aguantar, prefirió hacer sus necesidades afuera, luego se limpió y tomó una
cubeta con agua para tratar de limpiar el residuo, no dijo nada, regresó con
Rafael y Diana para abordar en la plaza central un autobús que los iba a llevar
a la ciudad de Piura.
De repente el clima cambió, de la exuberante selva, empezaron a ver tierras
cercanas al mar un tanto más áridas llenas de mezquitales o algarrobos y cerros
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de baja altura con menos vegetación, el cañaveral era el rey de las carreteras
norteñas; allí en el autobús conocieron a un italiano que se había casado con una
peruana y llevaban consigo a una bebé, todos viajaban hacia San Miguel de
Piura. El italiano les platicó que tenía un hotel en una playa llamada Máncora;
y que les recomendaba mucho quedarse en su hotel un día para que disfrutaran
de las cálidas aguas y las bellas playas peruanas del norte.
Rafael aceptó quedarse en el hotel del italiano en Máncora, pero Sebastián iba
muy incómodo en el autobús, en ese momento subieron vendedores ambulantes
al autobús a ofrecer comida y botanas, Sebastián decidió probar unas papas
porque sentía hambre y los demás solo tomaron una gaseosa. El italiano le dijo
a Sebastián que era mala elección, pero Sebastián se comió otro ceviche peruano
de corvina con camarón por la fama escuchada sobre la gastronomía peruana y
sus papas, él se quedó mirando por la ventanilla del autobús. Al llegar a Piura,
Sebastián sintió ganas de ir al baño nuevamente pero ya era demasiado tarde, la
diarrea era muy fuerte.
Esperaron a Sebastián; el italiano llamado Marco invitó el transporte hasta su
hotel en las playas de Máncora; en ese momento, Rafael sacó una pastilla para
el dolor de estómago y se la dio a Sebastián. Al llegar a la playa, Rafael pagó el
hospedaje y pensó que era buena idea, porque veía muy mal a Sebastián y miró
que lo más recomendable era quedarse en la habitación al cuidado de él.
Sebastián no salía del baño, entre el vómito y la diarrea el pobre muchacho
estaba exhausto. Rafael lo inyectó contra la infección estomacal que ya tenía y
lo dejó descansando en su habitación, Sebastián comenzó a sentir escalofríos y
dolor de estómago, sus ojos estaban hundidos, lloraba de dolor por los
calambres en los intestinos y se miraba bastante amarillento por la infección, el
glamour del plato nacional más famoso de la cocina peruana se terminó en ese
momento tan doloroso.
Rafael y Diana se quedaron acompañando al enfermo un rato, luego se vistieron
con traje de baño para disfrutar de las bellas playas de Máncora sin salir del
hotel. Hicieron platica con el dueño del hotel y su bella esposa peruana; pero
Diana no se quedaba atrás, se puso un diminuto traje de baño para mostrar sus
encantos y atributos al pasear entre la arena y el mar; mientras que Rafael se
acostó en un camastro playero bebiendo cerveza peruana con el italiano. De
pronto Rafael se quedó dormido de cansancio oyendo las olas del mar y
bronceándose con el sol de la costa de Piura. El italiano ordenó una rica comida
de alta cocina peruana para sus invitados y otra comida especial para el enfermo
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Sebastián después de su segunda inyección que Rafael le había dosificado.
Sebastián se paró de la cama para probar un poco de caldito de gallina con
zanahorias, brócoli y pan casero mientras que los demás estaban degustando,
sopa de arvejas o ejotes, un lomo saltado con papas a la huancaína y un rico
cabrito chiclayano, todo un banquete único en su tipo para los turistas.
Rafael y Diana estaban muy felices porque seguían celebrando su luna de miel
y por estar lejos de sus tierras natales cenando y cantando con sus nuevas
amistades. Rafael y Marco ya estaban muy tomados y borrachos en la barra de
bar, mientras sus esposas platicaban de todo viendo a sus maridos borrachos.
Diana llevó a su gordo marido a descansar, porque ya no se podía sostener por
sí solo y Sebastián estaba durmiendo como un muerto por el fuerte
medicamento que le había suministrado su doctor de cabecera. Diana se quedó
como enfermera de sus dos acompañantes.
Por la mañana, Sebastián amaneció muy mejorado, y Rafael, con una fuerte
resaca; Diana los dejó acostados y salió nuevamente con la bella esposa del
italiano para meterse a la playa nuevamente. Después Sebastián se despertó, se
rasuró y salió con traje de baño para conocer las playas del hotel, luego despertó
a Rafael para ir de nuevo a la barra del bar y seguir otra vez la fiesta.
Todos se bañaron y disfrutaron del mar norteño, estaban más tranquilos y
continuaron bebiendo y bailando con el dueño de aquel hotel otra vez. Sebastián
empezó a galantear con las huéspedes, estaba más repuesto, pero ya no comía
cualquier comida por temor enfermarse nuevamente. Conoció a una rubia
peruana llamada Alejandra, hija de un empresario limeño de logística; ella
estaba con sus amigas de la universidad de parranda en Máncora, ambos se
cayeron bien y empezaron a platicar con el circulo de aquellos jóvenes pitucos
que pasaban sus ratos de relax y ocio en las mejores playas peruanas, mientras
que Rafael y Diana bailaban bachata, bebían y estaban nuevamente en la fiesta.
En realidad, todos necesitaban un descanso por el largo viaje entre la cordillera
de los Andes. Por otro lado, la pareja deseaba perderse en una playa desconocida
lejos de todos los problemas de la vida cotidiana de la Ciudad de México.
Al día siguiente, se despidieron del anfitrión italiano, Rafael invitó a Marco a
visitar México con su familia, todos estaban muy complacidos por la
hospitalidad, Rafael pagó su cuenta de hospedaje y Marco los llevó para abordar
el autobús hacia Chiclayo, se abrazaron y se intercambiaron sus números de
teléfono para seguir en contacto. Todos habían cargado pilas para seguir el largo
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viaje hacia Trujillo. Abordaron el bus, llegaron a Chiclayo, solo bajaron de la
unidad móvil para sacar dinero en un cajero automático del centro de la ciudad,
allí frente a la catedral de Lambayeque, para después ir a la terminal de la
moderna línea de autobuses y continuar la ruta hacia Pacasmayo y por la bella
ciudad de Trujillo, un tesoro virreinal del norte peruano.
Llegaron al puerto de Pacasmayo por la tarde, el paisaje era árido, el autobús
iba rodeando las playas desérticas interminables de norte, la ciudad tenía un
fuerte aroma a pescado por ser un puerto pesquero importante, luego siguió el
autobús por una carretera recién renovada sobre un inmenso desierto de arena
hasta que finalmente, antes de oscurecer, llegaron a la ciudad de Trujillo.
Bajaron del autobús y pidieron un taxi con rumbo a Huanchaco, allí se
hospedaron en un hotelito frente a un parque urbano sobre la loma de la iglesia,
cerca del malecón huanchaqueño. Rafael volvió a inyectar a Diana como a
Sebastián, para darles un refuerzo antiviral y así contrarrestar la infección
estomacal y los cambios bruscos de temperatura.
En la mañana, desayunaron cerca del malecón, frente al mar estaban escuchando
las olas, notaron que las aguas del océano eran más frías a diferencia de
Máncora, pero se veían algunos bañistas con trajes de neopreno disfrutando de
las olas en los caballitos de totora o las tablas de surfing, se podía asegurar que
Perú también era cuna del surfing al igual que Hawái. Era una experiencia
nueva, imaginar a los nativos moches, cruzar los mares sobre embarcaciones de
totora y llegar a tierras remotas del Océano Pacífico.
Tomaron el taxi que los llevó a la zona arqueológica de Chan Chan, un sitio
emblemático que es Patrimonio Cultural de la Humanidad y que se desarrolló
hace miles años sobre las riberas del Océano Pacífico. Eran los primeros turistas
del día, entraron por senderos de muros de adobe con figuras de animales sobre
dichos muros arenosos, había allí grecas y varias figuras prehispánicas, era un
espacio sorprendente entre edificios de adobe a la orilla del mar, con tumbas de
sus gobernantes y destacaba un museo de cerámica y objetos antiguos entre
totora y escasa vegetación. Los patitos y los peces eran los pocos animales que
seguían viviendo en esas pozas artificiales hechas hace dos mil años atrás por
los mochicas. Coincidían las fotos de las revistas de viaje que invitaban a los
mexicanos a conocer el Perú, aún no se llegaba a la cereza del pastel que todo
turista desea vivir en carne propia.
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Después de visitar la zona arqueológica de Chan Chan, pasaron las horas de
visita por el centro histórico de la ciudad de Trujillo, admirando sus edificios
coloniales y comiendo nuevamente de su rica gastronomía, como el pescado
frito y diversos postres gourmet; al anochecer estaban acompañados de una
estudiantina universitaria, admirando los pocos museos y teniendo una velada
en la capital trujillana con un concierto de música virreinal y un espectáculo
folklórico de marineras y bailes a caballo para despedirse del departamento de
la Libertad y viajar durante la media noche hacia la ciudad de Los Reyes,
cruzando de madrugada el basto desierto costero, escaso de poblados o ciudades
y sin establecimientos comerciales. Los viajeros durmieron largas horas en
camas con vistas hacia la Carretera Panamericana. Sebastián estaba soñando
llamas de colores con ponchos de arcoíris, corriendo sobre las montañas andinas
y brincando entre las escarpadas barrancas con el sonido de la quena como un
acompañamiento de melodías que embrujaban con destellos de psicodelia a los
camélidos.
Estaban todos reanimados y descansando cómodamente en lujosos autobuses,
era un placer viajar muchas horas hasta despertar con los primeros rayos del sol
sobre las autopistas limeñas, mirando el mar a lo lejos de los acantilados y
playas interminables de arena desértica. Una vez más se observaban los áridos
cerros y las playas frías entre la bruma del mar, a lo lejos, estaba una hilera de
edificios modernos y coloniales por encima de los desfiladeros. Al llegar al
centro de Lima, bajaron sus maletas y decidieron hospedarse en el barrio
residencial de Miraflores, así que el taxi los llevó a su nuevo destino. Pasaron
unas horas en la alberca del hotel para después comer causa limeña, pescado
con chaufa, chicha morada con sabor a piña, deleitarse con unos picarones y
otros dulces finos de alta repostería mirando los verdes acantilados que
descienden al horizonte hacia el bravo mar como si estuvieran en un balcón
natural, donde el imponente Océano Pacífico mostraba la puesta del sol y la
vista de sus grandes buques del famoso Puerto del Callao. Nada que ver con los
puestos callejeros en las carretillas de la ciudad de Tumbes que enfermaron a
Sebastián, los restaurantes de Lima eran de otro nivel, los mexicanos dejaron
de sentir recelo por comer la comida peruana y empezaron a disfrutar nuevos
sabores en medio del lujo y acompañados de los típicos valsecitos peruanos.
Por la noche, visitaron una renombrada cafetería del centro histórico para seguir
probando delicias culinarias del Perú, se escuchaba la música de los negros al
ritmo de los timbales y cajones de madera y tríos cantando boleros de mesa en
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mesa, así amenizaban las terrazas en donde se apreciaban los bellos edificios
barrocos y neoclásicos con sus balconeras muy bien iluminados. Era noche de
fiesta y una vez más se encontraban en una metrópoli latinoamericana de gran
importancia; la vida urbana nocturna era tan similar, si no es que idéntica, a la
de la Ciudad de México. Lima los había conquistado con sus calles virreinales
y su vida bohemia, también con sus parques y alamedas, con sus edificios
coloridos de gran valor arquitectónico y con sus edificios vanguardistas que
muestran la cara de un Perú bastante desarrollado en arquitectura
contemporánea. Vivir el centro histórico de noche, nos da una experiencia
diferente, una ciudad donde nunca llueve pero que la bruma del mar se deja ver
entre las calles y alamedas, la capital peruana, también es otra joya que es
Patrimonio Cultural de la Humanidad, aquella que retrata bellas épocas cuando
los tlaxcaltecas eran traídos por los españoles para fundar la capital del nuevo
Virreinato del Perú. La presencia de la Tlaxcala del pasado hermanaba a Lima
y a Cusco con los mexicanos, no solo se hablaba durante el virreinato quechua
y castellano, también náhuatl.
Por la mañana, bien valía la pena tomar un cafecito y contratar un guía turístico
para recorrer el centro histórico de Lima, conocer sus plazas, sus museos, la
catedral metropolitana, sus bellos templos barrocos, sus casonas y galerías de
arte oyendo la música de boleros, ver las balconeras, las cuales son un ícono de
la identidad del centro limeño, los finos detalles de los edificios civiles
neoclásicos como el palacio nacional o el congreso que resaltaban al escuchar
la banda del ejército y ver ondear la bandera peruana en todo protocolo,
momentos para probar los tamales, herencia mexicana con su rico choclo o elote
tierno con queso, beber chocolate caliente y probar los tallarines. Conocer el
Barrio Chino es transportarse a los años dorados de la pesca y el comercio, mirar
los descendientes peruanos con ojos rasgados comerciar y mostrar la cultura
asiática como parte de la Lima Moderna.
En las cimas de los cerros y las montañas cercanas de la cordillera, se miraba la
pobreza en todo su esplendor, la otra cara de una economía llena de contrastes,
humildes casas de adobe y ladrillo sin calles pavimentadas se observaban por
doquier de arriba hacia abajo, nada que ver con el opulento barrio tradicional
de Miraflores o el de San Isidro y sus lujos. La Lima humilde se asoma sin
querer en Lurigancho, medio del desierto y las altas montañas con su gente
sencilla y trabajadora, mientras que los oasis cercanos al mar eran
urbanizaciones residenciales, como villas campestres en medio de la metrópoli.
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Lima estaba dividida entre la extrema pobreza y la extrema riqueza, los muros
dividen a ricos y a pobres.
No se daba crédito, que aquellos descendientes de una gran civilización como
los incas o la de Caral, vivían ahora en la miseria y la marginación extrema en
modestos barrios muy alejados hacia la periferia con escaleras empinadas en
vez de caminos y casitas en forma de cabañas sin agua potable y sin redes de
drenaje con marañas de cables eléctricos por doquier, caóticos asentamientos
humanos con ruidos excesivos por el transporte público que muchas veces era
improvisado y sin regulación del departamento de movilidad y transporte,
peligrosas camionetas cubiertas de lona y con banquitos y sillas para se siente
el pasaje, todo ello; en contraste al novedoso metro de la ciudad que se
desplazaba a gran velocidad llevando a miles de seres humanos de un extremo
a otro de la capital peruana. Pero lo más impresionante de Lima no eran sus
museos ni sus templos coloniales con fachadas barrocas, ni sus mercados
coloridos, ni sus barrios humildes, ni sus lujosos centros comerciales; en sí, era
la Gran Vía Expresa, una vialidad extremadamente ancha que corta la ciudad
en dos Limas muy distintas, un resultado del consumo excesivo de diésel y la
gasolina, poniendo al automotor por encima de los peatones, deshumanizando
a la urbe.
Sebastián gozaba del cielo limeño, volando en parapente desde lo alto de los
acantilados, mirando los rascacielos y el océano, hasta llegar a su descenso en
la playa, sobre el malecón florido que bordea el litoral limeño. Diana y Rafael
disfrutando de un brindis en el restaurante de un afamado centro comercial
bastante opulento con sus vistas hacia el océano. Era la mejor postal para
despedirse de la capital peruana y seguir el camino hacia lo alto de las montañas
andinas. Los tres viajeros descubrieron que llegar a Cuzco era a través de un
viaje de 36 horas por carretera, así que decidieron viajar en avión, de solo pensar
las largas horas cruzando la sierra a una altitud mayor a 3,000 metros era un
verdadero martirio que no se iba a disfrutar con solo bellos paisajes. Esa noche
decidieron dormir en un motel de paso en el Callao, muy cerca del aeropuerto
internacional Jorge Chávez, y así no perder su vuelo con destino a la ciudad
virreinal del Cuzco.
La noche fue larga, llena de gritos callejeros, ambulancias y gemidos de placer
de los cuartos vecinos, los tres no pudieron pernoctar bien, pero a las cinco de
la mañana ya debían estar en los despachadores de la terminal aérea para
abordar un vuelo nacional al corazón de los Andes. Checaron maletas y se
91
fueron a la sala de espera para intentar recuperar algo de sueño hasta abordar la
aeronave. Subieron al avión comercial, se abrocharon el cinturón, Diana se
recostó abrazando a Rafael y Sebastián se quedó del lado de la ventanilla
comiendo unos cacahuates mientras se elevaba el avión. Al tomar vuelo,
Sebastián estaba viendo una de las vistas más impresionantes de la Cordillera
Andina, él se quedó callado con la vista fija hacia las grandes montañas nevadas
y observó muchos desfiladeros que se miraban como hilos, era un verdadero
espectáculo mirar las montañas y volar por encima de ellas durante dos horas;
él no despegaba la vista de la ventanilla hasta que la aeronave empezó a
descender mientras el piloto anunciaba que se colocaran el cinturón de
seguridad nuevamente porque en cinco minutos empezaba el descenso en el
aeropuerto internacional del Cuzco.
Una vez más, fueron a recoger las maletas en la sala de equipaje para salir del
aeropuerto lo antes posible, y en la sala de llegadas, un grupo musical de
folklore andino los recibió con alegría en el soleado día, todos estaban muy
emocionados de escuchar las quenas, zampoñas y charangos en la melodía de
sanjuanitos; realmente se sabía que estaban en la capital de los Andes y que todo
era una maravilla de aquellas vacaciones improvisadas jamás olvidadas. Andar
por el centro de las empedradas calles de tejados y muros canteados era una
experiencia inolvidable, era el placer mirar bellos monumentos arquitectónicos
de la civilización inca y del periodo virreinal español. La ciudad del arcoíris,
sin duda, era hermosa por todos lados, una de las ciudades más bellas de
América Latina sin cuestionarlo. Bajaron del taxi y fueron a reservar su hotel,
que era en sí, una casona virreinal con un patio central, ocupada por turistas
extranjeros con cómodas habitaciones decoradas con muebles coloniales
artesanales, pinturas de paisajes andinos y con motivos prehispánicos.
Los anfitriones les daban la bienvenida, los vendedores de servicios turísticos
vendían los paquetes para conocer numerosos lugares de interés turístico en toda
la región y sus alrededores. Ellos programaron una salida a Machu Picchu por
tren y una excursión posteriormente a Sicuani. Los tres no dejaban de
maravillarse por caminar por las calles del Cuzco, por doquier se miraba miles
de turistas fotografiando la ciudad, sus edificios, plazas, callejones, templos y
museos.
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Ellos sabían que había valido la pena gastar el dinero conociendo la belleza de
la Región Andina, era un verdadero deleite de la vida ver los caminos perderse
entre las nubes y sentir la humedad en la cara mientras al ritmo de las quenas y
flautas se escuchan a los árboles cantarle al viento; Diana Catalina ya no estaba
molesta de tanto viajar por diversos medios de transportes con su pareja y su
cuñado, simplemente estaba dejándose llevar por el asombro y la curiosidad de
conocer lugares diferentes del mundo. Era un placer que pocos tenían la
oportunidad de disfrutarlo. Sebastián no dejaba de tomar fotos y de almacenar
fotografías, trataba de hacer conversación con los lugareños y de conocer más
sobre los pueblos quechuas que habían fundado la ciudad ancestral del Cuzco.
Rafael estaba un poco cansado por la altitud de la ciudad, pero con el semblante
muy feliz, al caminar por las empedradas calles. Llegaron a Corincancha al
palacio inca donde se edificó un bello convento cristiano católico; sin duda, uno
de los lugares más enigmáticos de la ciudad. Por la tarde, les tocó presenciar un
espectáculo folclórico de las diferentes danzas prehispánicas y andinas de la
ciudad en las terrazas del Corincancha. La música andina y los coloridos trajes
les volvían locos a los turistas, que se llevaban un buen sabor de boca de lo que
simulaba ser parte del Perú prehispánico. Cenaron y se fueron a pernoctar
porque por la madrugada los esperaba un viaje en tren, desde la estación del
Cuzco hasta la estación de Aguas Calientes, cruzando el Valle de Urubamba
para caminar una parte del camino del inca y llegar hasta la antigua ciudad
amurallada de Machu Picchu.
Salieron a las cinco de la mañana hacia la estación del tren muy bien abrigados,
se sentía el frío que calaba hasta los huesos, abordaron su vagón y esperaron la
salida, finalmente partió el tren. Sebastián llevaba un chullo azul para sentirse
más andino, el vagón tenía vidrios en el mirador del plafón para apreciar la
belleza de las altas montañas nevadas y sus acantilados, mientras que el tren
desciende hacia la selva cuzqueña por el Valle de Urubamba; tren en el que iban
disfrutando de un desayuno y de música folklórica a bordo.
Se miraba las casas de los campesinos, el ganado, se podía ver el afluente del
río Urubamba descender de los Andes hacia el Amazonas. Al arribar a Aguas
Calientes, un bullicioso mercado de artesanos los esperaba en la estación
ferroviaria. Allí en la estación, estaba un guía contratado para emprender la
caminata por un tramo del Camino del Inca, todos los viajeros se quitaron las
chamaras porque ya se sentía un calor tropical en el pueblo de Aguas Calientes;
se calzaron los tenis y emprendieron la caminata, aunque los paisajes eran
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hermosos, Rafael caminaba con dificultad, pero se sentía mejor a baja altitud a
raíz de su hipertensión.
Rafael veía a los colibríes volar sobre su cabeza, respiraba el fragante perfume
de las flores y sentía la humedad de aquel lugar, Diana seguía al guía para evitar
caer entre los empedrados del camino, mientras que Sebastián se colocó su
chullo, sus gafas oscuras y tomó su cámara para retratar el más mínimo detalle,
una vez más veían una pareja de colibríes guiarlos por el camino, hasta que
después de tanto cansancio, decidieron montarse sobre las llamas que les
llevarían hasta el Machu Picchu con su guía.
En dos horas más llegaría al recinto, las llamas daban la apariencia de volar
sobre los desfiladeros del viejo camino, cuando de repente, se miraba las
imponentes montañas Huayna Picchu y Machu Picchu. De pronto, Sebastián
bajó de la llama, se hincó, besó la tierra de Machu Picchu, todos los turistas
quedaron maravillados y boquiabiertos, ese día se miraba un sol resplandeciente
sin nubes sobre las laderas del río, de la espuma del río se miraba un gran
arcoíris y las majestuosas ruinas arqueológicas que fueron asignadas como una
de las maravillas del mundo ante sus pies; todos se quedaron callados y de
pronto Sebastián vio que los colibríes se alejaron hacia el cielo hasta perderse,
se sentó en una piedra mirando la ciudad y bajó la cabeza; Rafael pensó que su
hermano Sebastián se sentía mal y de pronto sacó una pastilla de su bolso, en
ese momento Sebastián cerró los ojos y le salieron las lágrimas de emoción por
admirar tanta belleza natural ante sus ojos, sintió una profunda alegría
desbordada y abrazó a su hermano Rafael con un llanto de chiquillo. Ni la mejor
cámara fotográfica podía detener el tiempo en una sola toma de todo lo que se
veía por doquier, era impresionante pensar en la grandeza humana sobre la faz
de la Tierra.
Otros turistas también soltaron las lágrimas de emoción al igual que Diana y
Rafael; era ese momento en el que sabían que la vida no era fácil vivirla, pero
que los caminos del día al día te llevaban a lugares impresionantes llenos de
belleza que valían la pena caminarlos para disfrutar del mundo y seguir
luchando para seguir viviendo. Machu Picchu provoca ese llanto de alegría por
solo admirar la mano del hombre y la mano de la naturaleza, todos entendían el
llanto desbordado de Sebastián, parecía que ese día se habían abierto las puertas
del mismo Cielo. Dejaron las llamas pastando y continuaron caminando entre
las ruinas de Machu Picchu con su guía, trataban de entender la complejidad de
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una gran civilización humana que maravilló a las nuevas generaciones y que a
pesar de los siglos y los terremotos; allí seguía en pie.
Vivir la experiencia de ser bendecidos por el mismo dios sol y la brisa de la
humedad de la selva, caminar entre los caminos empedrados como si se tocara
el cielo y mirar la profundidad de la selva amazónica entre las montañas o valles
interminables tocados por los arcoíris de la espuma del agua. Era una de las
mejores experiencias familiares que jamás iban a olvidar a su regreso a casa, se
podía oler las fragancias de la floresta, se andaba sobre numerosas sendas
estrechas sin rumbo fijo entre viejos muros y terrazas de la antigua ciudad.
De repente la niebla empezó a oscurecer el lugar, las nubes en forma de niebla
comenzaron a ocultar Machu Picchu; era ya el momento de regresar al tren de
Aguas Calientes con una repentina llovizna que tocaba sus rostros, bajando de
los desfiladeros en vagonetas hasta la estación del tren. Todos descendieron con
una alegría desbordada y con la ilusión de repetir la visita de ese enigmático
lugar. Abordaron nuevamente el tren, se abrigaron y disfrutaron el trayecto de
regreso al Cuzco con un espectáculo folklórico sobre el comedor de los vagones
para nunca olvidar haber estado allí, donde muchos turistas han logrado llegar
a las ruinas, invirtiendo su dinero en vivir la experiencia única de tocar el cielo
de los Andes entre el paisaje urbano de antiguas civilizaciones.
Por la noche, arribaron a la estación del Cuzco, sintieron nuevamente el frío y
caminaron hasta la plaza principal para seguir disfrutando del viaje, allí entraron
a un restaurante de alta cocina peruana mirando nuevamente bailes folklóricos
bebiendo un pisco y un wiski de cortesía hasta que decidieron regresar a su
hotel, a un costado de la catedral cuzqueña para descansar de la larga travesía.
Cuzco está lleno de sorpresas que rebasan a Machu Picchu, hay otros sitios
arqueológicos menos conocidos y con menos infraestructura turística que da la
apariencia de que son lugares naturales vírgenes como Choquequirao, con
fuertes muros y sus terrazas desafiando a la verticalidad de las montañas, en
donde la niebla baja lentamente hasta el infinito de la barranca; o bien; visitar
Ollataytambo, otro sitio de interés que también deja un buen sabor de boca entre
los visitantes que se atreven a llegar hasta lugares poco accesibles pero llenos
de unos paisajes extraordinarios que fueron modificados por la mano del
hombre y de supuestos seres venidos de otros planos de energía o de otras
latitudes del universo. Esa es la magia de visitar las altas montañas del Perú,
que se deslizan hacia el inmenso Amazonas.
95
Por la mañana, ya bastante sobrios, los tres viajeros abordaron su nueva ruta en
autobús con destino al mítico Puno, la mañana era fría y con cierta nostalgia se
despedían de la ciudad del arcoíris; el autobús era turístico y los llevó a conocer
las ruinas arqueológicas de Sacsayhuaman, conocieron un poco de ello, luego
visitaron el museo de sitio y siguió por la carretera hasta llegar al pueblo de
Andahuaylillas para bajar a conocer un iglesia de hermosas pinturas en su
interior, un templo único en todo Sudamérica; después el autobús siguió hasta
Raqchi, otro importante sitio arqueológico inca donde antiguamente vivieron
las vírgenes consagradas al sol, afuera estaba un mercado típico artesanal con
personas vestidas en trajes regionales vendiendo sus artesanías a los visitantes.
Ya descansados, después de comer un elote con queso cuzqueño y un chocolate
con pan andino, los turistas bajaron a conocer el sitio arqueológico de Raqchi,
un emplazamiento entre heredades y tierras de pastar para los corderos y llamas.
La guía anunciaba el paso del contingente con sus cámaras fotográficas para
mostrar el templo de las vírgenes del Sol y a Viracocha dividido por muros de
adobe y lo que alguna vez fueron columnas de piedra cantera para soportar las
cubiertas del recinto sagrado. Luego se pasa a una serie de construcciones
circulares llamadas colcas, las cuales servían para guardar granos como quinua,
maíz, papas y forrajes. Aquí se puede apreciar la importancia de la agricultura
entre los antiguos habitantes y su relación con deidades, te puedes perder entre
colcas y tapias de piedra para pasar al museo de sitio y ver la importancia del
sistema alimenticio y su distribución a lo largo y ancho de los caminos andinos
desde Colombia hasta Chile y Argentina.
Era como si llegara al ombligo de los caminos andinos, todo un sistema de
movilidad prehispánica que cruza la gran cadena montañosa; aquél espinazo de
un continente. Después, al salir de sitio arqueológico, se puede apreciar un
mercado donde las personas hablan quechua y visten sus trajes regionales a las
afueras de un templo católico bastante antiguo levantado con la misma piedra
de las colcas, hermosa iglesia con portón azul y sus dos torres dedicadas a San
Pedro, su interior es muy austero, pero no deja de ser bello en cuanto a su
arquitectura.
En la plaza principal de Raqchi se anunciaba el comienzo de una ceremonia, las
danzas de los nativos llenaron de colorido y algarabía aquella plaza con el
remanso de los instrumentos andinos, era otro recuerdo improvisado de la
cultura quechua con los colores del arcoíris al pasar por las calles empedradas
de los viejos pueblos cusqueños como si los visitantes se trasportaran al pasado
96
y tener una remembranza de lo que pudiera haber sido el mundo del gran
imperio inca. Era una fiesta de colores, listones en movimiento al ritmo de los
pasos de pasacalles, sanjuanitos, con el charanguito, las flautas y quenas que
marcan los pasos de las polleras negras con bordados de colores, mientras que
las máscaras hacen presencia en listones de arcoíris de lo fuera un rito para
antiguo dios Viracocha. Hermosas chicas danzan con atuendos antiguos de lana
de alpaca y joyas que emulan al sol entre sus huaraches que levantan polvo al
compás de la danza. En Perú no se baila porque se sea pobre, los habitantes
andinos bailan porque tienen las ganas de vivir con alegría la vida, se baila
descalzo o con huaraches, pero nadie se queda sentado sin sentir que el cuerpo
se mueve al ritmo de los huaynos que tocan las bandas de viento.
Era hora de decir adiós a Raqchi, los viajeros quedaron complacidos de haber
bajado del autobús, para seguir el viaje hacia Sicuani. Sebastián estaba
fascinado de mirar tanta belleza y algarabía del folklore cuzqueño como si fuera
un momento que se detiene en el tiempo para mostrar al mundo, lo imponente
que era la cultura inca. Al avanzar el autobús, se miraban las altas montañas del
Cuzco, allá en el horizonte, se pintaban de colores entre sus escarpados
desfiladeros llenos de nieve, aparentaba el cielo tocar a la tierra de donde
bajaban las nubes de brizna contemplándose el arcoíris, un símbolo muy
sagrado del imperio andino por ser la descomposición de la luz del sol en
diferentes colores para el dios Inti. Viajar sentado con la cámara en mano es un
cuento de imaginación que nos hace recordar historias mágicas de la infancia.
Al llegar a Sicuani, allí donde Cuzco toca el cielo con sus altas montañas a más
6 mil metros de altitud; Rafael se la pasó descansando y un tanto mareado al
interior del autobús, mientras que Diana y Sebastián bajaron a escalar las
montañas para tomarse fotografías a más de tres mil metros de altitud, el punto
más bello de los Andes Cuzqueños, antes de cruzar hacia el departamento de
Puno, el cual hace frontera con otro país andino.
Al ver a Rafael sentirse mareado por la altitud, decidieron no quedarse en
Sicuani y siguieron su camino en el autobús hasta llegar a la ciudad de Puno
como destino final. El autobús los llevó por la tarde a conocer el pueblo de
Pucará para admirar su iglesia, pasando rápido por Juliaca y llegando a Puno en
las primeras horas de la noche. Rafael y Diana se sentían mal, buscaron un hotel
económico y mandaron llamar a un médico para que atendiera al gordito.
97
En el hotel, llegó el doctor y revisó a Rafael, le puso mascarilla de oxígeno y lo
inyectó para controlar la presión arterial acelerada, Diana se quedó toda noche
con él y Sebastián trató de atender a la pareja; finalmente el doctor inyectó a
Rafael y le dio un medicamento para control de la presión sanguínea y otro para
el adormecimiento del cuerpo; pasó un día en completo reposo y bebiendo solo
agua para poder estabilizar su cuerpo a la altitud de la ciudad de Puno. En dos
días Rafael mejoró su estado de salud y decidieron salir a conocer un poco de
Puno, mientras que Diana canceló el vuelo de regreso a Lima al ver la mejoría
de Rafael.
En la mañana siguiente, después de su día de reposo, los tres salieron en un
barco de totora para navegar sobre el lago Titicaca y visitar las islas de los uros,
un pueblo precolombino que subsistió en casas de totora sobre el gran lago del
alto Titicaca que comparte Perú con el país vecino de Bolivia. Ese día vieron
uno de los cielos más limpios del mundo, resplandecía con un azul celeste muy
nítido en contrataste con el azul de las olas de aquel mar andino de agua dulce.
Fue un placer mirar la cuesta del Sol, ver al disco solar internarse en las aguas
del Titicaca desde la playa.
Viajar por el Perú, es tomarse todo el tiempo para desplazarse de una ciudad a
otra, sin duda alguna, los viajes son maravillosos por sus carreteras llenas de
contrastes y desfiladeros de la sierra, mirar altas montañas todo el tiempo con
sus capas de nieve perpetua, las carreteras nunca son rectas, siempre hay curvas
peligrosas en las que puedes perder la vida, allí miras la vida cotidiana de las
personas en sus pueblitos, sembrando la tierra y criando llamas, sus casa de
adobe muy resistente con muros encalados y tejados del más puro estilo
virreinal español; se come muy rico, se mira por las ventanillas de los autobuses,
interminables horizontes con un calor agobiador que te curte la piel y te pone
más moreno; cada día es distinto, ninguno se repite, por eso se logra vencer la
rutina en las altas montañas en autobús.
Luego llegaron al puerto de Puno en la tarde oscura para caminar por la ciudad
y admirar sus danzas puneñas en vísperas de un festejo religioso importante
para la gente de esta ciudad colonial, máscaras de diablos con la belleza de
hermosas chicas danzando al ritmo de bandas de viento y tamborazos. Sin duda
laguna, Puno era la capital peruana del folklore andino. Mientras cenaban un
pollo a las brasas, se miraba en el balcón un desfile de comparsas y morenadas
que deleitaban a los turistas al ritmo de las notas de una banda de música.
98
Al terminar la fiesta folklórica, regresaron a su hotel para descansar. Sebastián
aún no se dormía, estaba meditando en silencio de todo aquello que había
grabado y fotografiado con su cámara, se puso sus audífonos para escuchar
música andina. Él no comprendía mucho el por qué un pueblo lleno de riqueza
cultural como el pueblo peruano, tuviera a sus pueblos originarios en la miseria
y padeciendo de muchas carencias. Sin embargo; la pobreza de los andinos era
una invitación a abandonar el consumismo, la mercadotecnia, la alimentación
industrializada y la vanidad, a cambio de una sociedad de distintos valores
ancestrales que nos muestra la importancia de la vida a través de la danza, la
artesanía, la vestimenta y su vida cotidiana trabajando en el campo, cuidando
sus animalitos, cocinando y compartiendo lo que tienen a sus alrededores, lejos
de una modernidad neoliberal que empobrece a los indígenas en las zonas
urbanas donde los españoles fundaron grandes ciudades.
A pesar de que no había, nada más hermoso que ver a los cóndores volar en
libertad en la inmensidad del cielo extendiendo sus largas alas entre los
desfiladeros de las montañas escarpadas. Esa libertad es la misma en la que
hombre nació alrededor del mundo antes de la codicia, la envidia, la guerra y la
división de las fronteras nacionales.
Ya de madrugada, Rafael no tenía mucha dificultad de respirar, su corazón latía
con tal velocidad intentando recuperar bastante aire para oxigenar su sangre
llena de colesterol, dormir en el alto Puno no era la mejor idea, una ciudad que
rebasa los 3 mil metros de altitud en donde la escasez de aire, asfixia a los
gorditos con poca condición, que a veces los lleva hasta la muerte por un paro
respiratorio. Su aventura le estaba costando la vida, por mentir que no sentía
nada o que nada le dolía.
Visitar el Perú, es una de las experiencias más fascinantes, observar los cerros
minados es la bendición de los dioses que al mismo tiempo es su desgracia,
ciudades puneñas como La Rinconada, la más alta del mudo, sacando oro, plata,
carbono y cobre de forma rapaz como sucedió en el periodo virreinal, pobreza,
crimen organizado e impunidad para lucrar con los metales preciosos.
Si se siente la nostalgia irse del Perú, su gente es muy cálida y muy hospitalaria,
sobre todo la más humilde, los mexicanos ya no son los mismos al visitar el sur,
son de los mejores turistas iberoamericanos que aprecian el arte, el folklore y
las culturas milenarias, además de compartir los mismos problemas, comparten
99
miles de años de antigüedad en este planeta, sin importar si la latitud y la falta
de oxígeno dañen el cuerpo por la hipertensión arterial como el caso de Rafael,
realmente tocar el cielo sobre sus montañas es de otro nivel. Dejar Perú es
querer regresar una y otra vez.
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CAPÍTULO 8
EL CORAZÓN DE LOS ANDES
101
lejos de casa, sin comodidades, caminando entre polvo y cruzando aguas
profundas para abordar otra vez el autobús que los llevaría hasta la capital
boliviana a más de tres mil metros de altitud, sin duda, era una travesía de
verdaderos locos.
Al mirar entre las ventanillas del autobús, se observaban los nevados muy cerca
de la carretera entre llanos llenos de vicuñas, luego se quedaron sorprendidos
de cruzar por las rectas calles de El Alto, un suburbio cercano al aeropuerto
paceño. Por la tarde, empezaron a descender hacia el centro de La Paz, caótica
urbe andina llena de tradición y abolengo español. Antes de ir a su hotel, fueron
a conocer la Plaza San Francisco para ingresar a bella catedral por la noche,
posteriormente se unieron a un meeting político de aimaras reclamándole a su
presidente algunos compromisos incumplidos.
Al día siguiente, fueron a conocer Tiahuanaco, el sitio arqueológico más extraño
y antiguo de toda Bolivia, el sitio está bastante cerca de la ciudad paceña.
Caminar por la estepa alta, viendo las ruinas arqueológicas de viejas
civilizaciones de la humanidad misma y ver el famoso arco que está alineado
con el movimiento solar como si fuera un portal a otro mundo. Toda una
experiencia que nos hace pensar en culturas primitivas que supuestamente
entraron en contacto con civilizaciones extraterrestres y muy avanzadas; cortes
tan perfectos en las rocas que difícilmente el esmeril más moderno del siglo
XXI puede lograr con tal precisión, extraño lugar donde los ardientes rayos del
sol queman la cara con una radiación tan fuerte a más de tres mil metros sobre
el nivel del mar. Abandonaron Tiahuanaco en su autobús turístico para seguir
descubriendo a un país lleno de misterios y sorpresas sobre el Altiplano
Boliviano.
Regresaron a conocer El Alto, la extraña ciudad habitada mayoritariamente por
los indígenas más adinerados de Bolivia, la nueva élite de Evo Morales que
revalida con los mestizos y criollos bolivianos. Se miraban algunos solares de
majestuosas casas en condominio con una arquitectura andina abigarrada y de
exagerados colores chillantes que nos muestran la riqueza de la cultura aimara,
pero que verdaderamente representa a los millonarios indígenas; cuidad del
siglo XX que nació en el Altiplano como un suburbio paceño que ahora compite
en impuestos con La Paz, aquella ciudad colonial que representa a la burguesía
criolla y mestiza de los bolivianos hispanos.
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Es muy grato recorrer a la desordenada ciudad de El Alto con torres de energía
eléctrica sobre calles bien trazadas pero algunas calles sin pavimento, llena de
taxis, carros oxidados de modelos antiguos, con casas de fachadas de modestas
tapias de ladrillo refractario sin castillos de concreto, pero que contrastan con
las lujosas viviendas indígenas llenas de murales con motivos prehispánicos y
luces de lett por doquier como si se ingresara a la casa de los espejos llenas de
yeserías y plafones de gran colorido con escaleras de caracol donde te viene el
mareo al subir mirando la cantidad de motivos arquitectónicos de los cholets
hechos por albañiles aimaras para burgueses aimaras de la industria textil. El
Alto es la típica ciudad latinoamericana poco planificada que está repleta de un
arraigo impresionante, en donde el rey del barrio no desea cambiar su residencia
a zonas de torres de vivienda bastante exclusivas con tendencias minimalistas y
jardines de un club de golf al estilo estadounidense. Es esa ciudad levantada por
los descendientes de los pueblos originarios en la periferia urbana, llena de
ruidos, bodegas y zonas industriales que contrasta con otras ciudades
bolivianas.
A más de tres mil metros de altitud surge esta metrópoli latinoamericana, una
ciudad no apta para personas cardiacas o con problemas de hipertensión como
el caso de Rafael. La ciudad de la Paz los esperaba con mucho frío por las tardes
y noches. Al regreso, disfrutaron de su estancia donde se hospedaron, siendo
uno de los mejores hoteles paceños, ya que la moneda boliviana, bastante
devaluada, permitía darse ese lujo de reservar de lo mejor al cambiar los dólares
americanos. Descansaron y por la mañana del otro día, les esperaba un paseo
por el centro histórico de la ciudad, visitando el mercado de las brujas, los
edificios civiles y el palacio de gobierno, andar por las escuetas calles coloniales
entre muchos comercios ambulantes; por la tarde, la morenada universitaria los
sorprendía, ya que los jóvenes paceños tenían el día folklórico más importante
de la ciudad para mostrarle al visitante las diferentes danzas bolivianas de
caporales, vicuñitas, diabladas, tinkus y tobas. Toda una fiesta llena de colorido
y bandas de viento tocando al ritmo de la morenada, lo mejor del patrimonio
cultural boliviano se apreciaba sobre las principales avenidas. Que alegría era
escuchar el sonido de los cascabeles en las botas de los muchachos,
acompañados del sonido de las bandas de viento y los instrumentos andinos,
lleno de comparsas y algarabía con serpentinas y cofetis al ritmo de la música y
la danza.
103
Bolivia entera es sin duda la capital sudamericana del folklore, en este país se
resume la identidad cultural de los pueblos andinos, del pantanal, del chaco y
los pueblos amazónicos, tanto, danzas amazónicas de cuerpos semidesnudos, el
salay cochabambino, la chacarera gaucha tarijeña, así como la cueca y los
carnavales orureños en sus morenadas afro-bolivianas, es la esencia de ser
sudamericano, tierra genuina que en el sentir universitario paceño se muestra la
diversidad cultural de los bolivianos a través de las comparsas en las calles
capitalinas como una fiesta del pueblo para el pueblo. Los diablos danzantes
eran monstruosamente bellos, sus máscaras y sus trajes abigarrados al ritmo de
la música de banda, se miraba lo finamente elaborado en la artesanía, colores
de diferentes tonos del arcoíris en medio de brincos y marchas, rodeados todos
de hermosas mujeres bailando con sus diminutas polleras, hasta que aparece
San Miguel Arcángel, con su traje metálico y su espada para derrotar a todos
los diablos que salieron de las minas del socavón. Con esas comparsas terminó
el desfile.
La Paz sorprende a los viajeros a pesar de ser una urbe andina más, en ella hay
un poco de todo Sudamérica en su esplendor, es el corazón de una civilización
que concentra lo andino como la exuberancia de colores y sabores de lo
amazónico. Tanto la brujería quechua y aimara como la brujería de pueblos de
la selva tropical nos muestran a La Paz como la farmacia popular de todo un
continente lleno de misterios y lugares inaccesibles a los humanos en donde la
cura a todas las enfermedades se vende en las calles y los callejones coloniales
de una ciudad que está viva de día y de noche. Orden y desorden conviven
juntos, modernidad y tradición definen a la urbe, riqueza y pobreza material es
la identidad del paceño, el Inti Illimani, es esa bella montaña que tiene como
telón, para lucir los atardeceres y las noches de luna llena.
Al día siguiente, los viajeros pasearon por el Valle Sagrado de la Luna, un viaje
de excursión por la mañana para descansar de tanta fiesta y del ruido del
carnaval universitario, allí es un majestuoso lugar lleno de paisajes fuera de este
mundo, formas de piedra pómez y de las rocas más antiguas del planeta que
muestran escenarios espectaculares y atardeceres rojizos de un lugar donde el
sonido de la quena nos genera cierta nostalgia, mirando entre las llamas y
alpacas que parecen que caminan entre el cielo y las nubes hacia las escarpadas
quebradas de caminos únicos en el país de las sorpresas. Sebastián no paraba de
fotografiar cada instante de aquél lugar, imaginando volar entre el universo
montado en camélidos, recorriendo caminos y más caminos sobre el lomo de
104
extraños animales del espacio, imaginando a las llamas y a las alpacas que eran
otros seres del universo.
De regreso a la urbe de asfalto, llena de luces de neón y escandalosas cantinas
y cervecerías, se escuchaba el son por doquier entre las ambulancias y el ruido
del claxon de los automóviles, ver los rascacielos paceños muy bien iluminados
sobre las barrancas. Al llegar al hotel, los tres viajeros subieron al restaurante
en la cima del gran edificio frente a la catedral, donde les esperaba una cena de
cortesía por su estancia en uno de los mejores hoteles de la ciudad metropolitana
más alta de todo Sudamérica. Se ducharon y luego subieron al último piso, allí
les esperaba de entrada una empanada boliviana, unas ricas brochetas de res y
cerdo con verduras asadas en parrilla, de bebida se ofrece un pisco, una ensalada
de papas moradas con un coctel de frutas tropicales como postre, mientras en la
televisión, pasaban películas en blanco y negro del cine mexicano.
Finalmente decidieron tomar el autobús que los llevara hasta la frontera con la
República de Chile, por la ruta de la ciudad de Desaguadero, allí donde el lago
Titicaca desagua sus aguas hacia las tierras llanas con menos altitud, muchos
pasajeros eran aimaras o collas que hablaban en su lengua materna y en
castellano, se miraba la elegancia de las cholitas paceñas con finos trajes y su
sombrero de bombín. Visitar Bolivia, es ir al corazón de América del Sur,
conocer sus montañas nevadas como el Inti Illimani, Illampu y el Sajama, el
moderno autobús continua el camino hacia Santiago de Machaca para
adentrarse a las montañas peruanas de Tacna y de allí hacia el Parinacota en el
territorio chileno, hasta llegar al poblado de Putre después de cruzar la frontera
boliviano-peruana.
Abordaron nuevamente el autobús en muchos puntos de inspección, durante
largas horas de viaje para poder ingresar por la frontera chilena, para Rafael fue
toda una hazaña por su estado de salud, en algunos lugares paraban para tomar
alimentos o refrigerios, ir al sanitario y comprar artesanías andinas en pequeños
estanquillos, lo que le recordaba a su padre cuando le traía juguetes y artesanías
andinas en su infancia. Por las ventanillas del autobús se miraba la vida
cotidiana de los pueblos indígenas de los Andes arreando su ganado de vacas,
ovejas, guanacos, llamas y alpacas, sembrando sus tierras altas donde se
apreciaban diminutas casitas de adobe con tejas de rojo terracota en bastas
planicies interminables rodeadas de volcanes, cerros y montañas de más de siete
mil metros de altitud. Al llegar a la garita fronteriza, los viajeros debían checar
el paso fronterizo más difícil de ingresar en todo Sudamérica, de forma forzosa
105
y de manera individual cruzaron la garita internacional, era bastante cansado y
engorroso viajar con frío y un aire seco, pero quienes tenían muchos sellos en
su pasaporte, se le facilitaba el ingreso al territorio chileno.
Los agentes chilenos eran más estrictos con el ingreso a su territorio nacional,
debido a los inmigrantes ilegales, al tráfico de drogas y productos alimentarios
ilícitos, les esperaba otro autobús que los iba a llevar hasta el puerto de Arica,
pasando por el pueblo chileno de Putre, ahora viajaban descendiendo la sierra
andina sobre un vasto desierto frío llamado el Gran Desierto de Atacama, muy
probablemente el desierto más árido del planeta, el cual tenía paisajes hermosos
similares a los de Marte o de otros planetas según la NASA. El autobús bajaba
con dificultad por las quebradas y grandes desfiladeros en camino al Océano
Pacífico, solo les refrescaba la brisa marina de las nieblas matutinas mientras
los viajeros veían parvadas de pelícanos y gaviotas antes de llegar al mar
nuevamente.
Chile era un país nuevo en este viaje de aventuras, un país con otras leyes y una
educación diferente a los países vecinos, pero los compañeros de viaje les
decían a los mexicanos que ese era territorio robado a Bolivia y a Perú por parte
de los chilenos, dejando a Bolivia sin salida al mar. También se oían muchas
leyendas andinas sobre las áridas poblaciones atacameñas como la de gigantes
y monstros que comen humanos y ganado. Los mexicanos y la colombiana
estaban muy cansados, pero prestaban atención escuchando a los habitantes
locales; ya que sus cuerpos no resistían las inclemencias del tiempo, la
diferencia de climas, pero habían cruzado un largo camino sin pensar el esfuerzo
que habían hecho ellos por ese trayecto, se miraban algunas minas a cielo
abierto que destrozaban a la naturaleza, los panteones casi dejaban ver a los
cadáveres sin llegar a la descomposición, los pueblos se mostraban cenizos
hasta que empezaba a enverdecer un poco a medida que se acercaban al mar de
Iquique.
Caminar es la mejor aventura de la vida, es sentir los pies cansados, el cuerpo
cortado y pesado, es sentir las heridas y sofocarse, es volver al cuerpo más
resistente; es pisar terrenos estables como inestables llenos de lodo, es soportar
caídas y raspones de rodillas, es rendirse y lamentar el dolor o continuar con
resistencia para llegar a lugares únicos que jamás llegarán otras personas. Viajar
es conocer a gente local y escuchar sus historias o anécdotas, es contemplar la
belleza de la naturaleza y decir que valió la pena hacer el esfuerzo y el ahorro
del dinero para después gastarlo en uno mismo. Correr, andar, comer, reír,
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llorar, sentir temor, sentir paz, sentir alegrías desbordadas y decir que estamos
vivos es la mejor de las experiencias de decir que hemos pasado por este plano
del mundo y del universo para trascender en vez morir como las piedras.
Al llegar a Iquique, después de un tedioso trayecto, ellos sabían que debían de
tomar otras vacaciones dentro de sus largas vacaciones por una de las rutas más
peligrosas del planeta, pero también una ruta de las más hermosas vistas del
Continente Americano. Nuevamente Rafael tomó condición porque se
encontraban al nivel del mar y no dudaba de ver que sus acompañantes de viaje
ya estaban extremadamente cansados de andar miles de kilómetros recorriendo
muchos países sudamericanos. Rafael mañosamente les invitó a tomar un
descanso de tres días en Iquique comiendo muy rica comida del mar, viendo los
diferentes miradores del puerto y escuchar a los lobos marinos; para pasar largas
horas durmiendo en el hotel y nadando en la piscina del mismo.
Iquique era una de las ciudades más bellas y más ricas del norte chileno,
destacaba por su centro histórico y sus modernos rascacielos bordeados de
playas. Para los chilenos, las aguas del mar eran una delicia para las vacaciones,
pero para los mexicanos eran bastante frías en comparación a las aguas cálidas
que bordean el litoral mexicano. Rafael admiraba la torre del reloj y se subió a
los tranvías turísticos para recorrer las viejas calles y avenidas de la ciudad, se
apreciaba los edificios de épocas pasadas con sus terrazas y arcadas. Sin duda
fueron las vacaciones jamás soñadas e indescriptibles de su vida en la que no le
importó los gastos económicos, ya que Rafael sabía rendir sus gastos viajando
por carretera y quedándose algunas veces en modestos hostales lejos del mundo
entero y sin comunicación, más que las recomendaciones de los propios
lugareños para entender cómo funcionan sus ciudades, pero ciudades como
Iquique, no solo era un puerto dinámico, era una ciudad para tomar fuerza y
continuar el viaje que aún faltaba más por conocer en los senderos del sur.
En Iquique disfrutaron mucho de sus largos días bebiendo vinos, conociendo la
industria pesquera y la logística de las ciudades portuarias para después seguir
por los caminos de la gran Cordillera Andina del sur. Al aburrirse de haber
fotografiado casi toda la ciudad porteña y tener almacenado en la nube y en una
memoria grande de USB sus miles de fotos por los caminos andinos;
nuevamente Rafael engañó a sus compañeros de viaje, y compró unos boletos
que los llevaría hasta Calama para regresar a la Sierra Andina; el autobús en vez
de ir hacia Santiago de Chile y terminar el viaje continuó nuevamente por las
carreteras desoladas del Norte Chileno. Se escuchaba canciones de la gran
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Violeta Parra durante el recorrido, el chofer era todo un guía de turistas,
disfrutaba mucho hablar de su bello país a los extranjeros, en su autobús no
podía faltar la trova latinoamericana como parte del folklore sudamericano,
Víctor Jara era otro de los grandes, así como Facundo Cabral y la Mercedes
Sosa; dignos representantes de la música andina es español.
Es necesario viajar a Chile, para entender la compleja realidad de todo un
continente, la pobreza de los mineros, campesinos y obreros, en contraste con
la opulencia de los millonarios sudamericanos, nadie comprende el fin de
aceptar como gobierno a las dictaduras; ya sean de extrema izquierda o de
extrema derecha. Nadie comprende el terror que vivieron los chilenos por creer
en el poder del pueblo, vivir los años de estar escondidos en iglesias o
embajadas fue muy duro, el ser golpeados por la policía o el ejército de tu propio
gobierno solo por pensar diferente, años de tortura y de injusticia social para los
soñadores y aspiracioncitas, vivir escondido y con una maleta para salvar la vida
misma, era ese camino andino que muchos caminaron por el sueño de seguir
viviendo y soñando con un país mejor.
El autobús se internó nuevamente a los Andes, allí regresaron al paisaje
desértico viendo el vuelo de los flamencos y el andar de las vicuñas en libertad
pastando con ganado de llamas y ovejas rumbo al pintoresco pueblito de San
Pedro de Atacama. Todos iban en dirección al paisaje lunar más hermoso en la
Tierra, cerca de la frontera argentina; De pronto, dejaron de bordear el mar y se
sentía nuevamente el escaso aire por la altitud, que los oídos se tapaban por la
presión. Sebastián se percató del engaño, pero se quedó callado respetando la
decisión de su hermano. Al llegar a San Pedro de Atacama, nuevamente
quedaron maravillados con los paisajes y la arquitectura del pueblo pintoresco
de adobe y muros encalados, el cual parecía a los pueblos del norte del México
o del Viejo Oeste Americano, sin olvidar el encanto de los caminos de terracota
y sendas de las montañas centrales de los Andes. Un Chile bastante diferente,
que comparte muchas cosas en común con los países vecinos, en donde las
barreras fronterizas son solo líneas imaginarias que dividen a la humanidad por
egoísmo y ambición.
Tomaron un tour para conocer otro Valle de la Luna, un paisaje único en nuestro
planeta para sentir la presencia de estar en otro lugar del cosmos, como si se
estuviera en el satélite natural de nuestro planeta o bien, en el planeta Marte,
terrenos donde la gente cree que se hicieron tomas de videos para engañar a la
gente, de que la humanidad pudo llegar al planeta Marte con su tecnología
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terrestre. Los suelos de arena roja con unas vistas impresionantes de la escasa
luz solar sobre las montañas; un lugar único en donde no funcionan los teléfonos
móviles ni existen contactos para energía eléctrica. Solo eres tú y la naturaleza.
Por la noche, regresaron a pernoctar en el pueblito de San Pedro de Atacama
con el cielo oscuro más nítido y estrellado de sus vidas.
Diana ya estaba desesperada de tanto viaje y se notaba su cansancio y enojo,
pero guardaba la compostura y se percataba de darle los cuidados médicos a
Rafael como si fuera su enfermera de cabecera; ya que ese viaje era el sueño
anhelado de Rafael. Mientras tanto, Rafael escribía sus memorias de viaje,
guardaba recuerdos pequeños que no le causaran mucho bulto, pegaba postales
y miraba fijamente en silencio el horizonte para llevarse en la mente el retrato
de esos Andes que tanto había soñado desde su infancia, porque su padre era un
hombre culto, le transmitía conocimientos y anécdotas de otros lugares del
mundo, pero en especial de la Región Andina.
Durante el viaje hacia la frontera argentina, Sebastián guardaba miles de
fotografías digitales en su laptop y en la nube para mostrar sus recuerdos a
familiares, amigos y para sus trabajos personales de la universidad. Una vez
más, cruzaron por última vez una garita fronteriza desde los rincones andinos
más áridos y de las largas carreteas del Desierto de Atacama hacia la frontera
de la República de Argentina, se suministraron de víveres durante el viaje del
autobús por los caminos agrestes del Norte Chileno de fronteras imaginarias,
creada por los hombres del siglo XIX, cuando en años pasados, los primeros
humanos que poblaron estas tierras andaban sin pasaportes libremente por esos
caminos milenarios que ellos consideraban su hogar. Chile es único, pero
bastante grande para recorrerlo de norte a sur.
Nuevamente subieron una gran altitud entre la sierra y cruzaron la frontera hacia
la Argentina con tal rapidez, ya que a los agentes aduanales les gustaba recibir
turistas aventureros para que no se olvidarán de conocer las bellas tierras de los
Andes Argentinos. Era casi imposible quedarse en ese lugar en donde se
empezaba a descender los escarpados caminos de la Provincia de Jujuy hacia el
pueblo de Humahuaca con escaso oxígeno. Día y noche sentados, bajando solo
a tomar alimentos e ir al sanitario, y para ahorrar hoteles, llegaron al pueblo de
Humahuaca, viendo las tierras secas con grandes cactos que simulaban
parecerse al Desierto de Sonora, pero con una gran belleza de altas montañas
nevadas que bajaban los caminantes entre las quebradas de las pampas. No es
fácil sobrevivir a tal altitud de la cordillera, se siente el cansancio por cruzar
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entre las altas montañas y se siente el vértigo al mirar entre las quebradas hacia
la profundidad de los desfiladeros entre los paisajes áridos fronterizos, cuesta
trabajo entender ¿Cómo es que sobrevive la fauna y la flora a gran altura?, los
lugareños se han adaptado desde tiempos milenarios, a vivir en zonas agrestes
con escasa agua potable y sentir un frío desgraciado.
La vizcacha era ese modorro animal que les era extraño y que lo observaban a
su paso por la cordillera. Gente muy amable y buena los recibió en el poblado
de Humahuaca, allí visitaron las montañas de vivos destellos marrones. Típico
pueblo norteño donde los viajeros se dejan seducir por el colorido de las
montañas y las lunas hermosas que podían apreciarse en las noches de días
despejados, que eran bastantes durante todo el año. Era la otra Argentina, la de
piel morena y de lenguas indígenas, una Argentina andina con muchos
contrastes sociales y culturales; pero con la calidez de su gente, que teje sus
ponchos y siembra la tierra en medio de barrancas llenas de fecundidad por paso
del agua.
En el hotel de Humahuaca, les esperaba un espectáculo de boleadoras para cazar
ñandúes mientras el fuego de la parrilla al más rojo vivo, mostraba el asado
argentino con carne de llama, res y embutidos de cerdo como el chorizo
argentino, aroma que perfumaba las mesas del restaurante durante la noche con
un lindo espectáculo de chacareras entre tambores y violines, mientras los
bailarines vestidos de gauchos bailaban con su pareja, al movimiento de los
pantalones bombachos y el sonido del tacón de las botas mientras se mueve el
pañuelo y el poncho de color marrón, en un cortejo de baile hacia las morenas
mujeres andinas. Toda una fiesta de folklore mientras sonaba las quenas
cantando la canción más famosa del norte argentino que se conoce en todo el
mundo hispano como el “El carnavalito humahuaqueño’’, al son de bailes
alegres y con un colorido de los trajes regionales se mostraba una velada para
alegrar a los viajeros de haber andado entre los caminos llenos de vida, arte,
cultura y una hermosura natural.
Rafael era un tramposo, supo engañar a sus compañeros de viaje para que lo
acompañaran hasta el final de su sueño anhelado que era cruzar por todos los
países andinos; además, él era un buen actor fingiendo tener un aparente cuerpo
sano, pero que, en verdad, su corazón ya estaba bastante desgastado por la
diferencia de alturas de la región andina, él sabía que en cualquier momento
podía sufrir un infarto. Afortunadamente, como médico que era, se quedaba
callado, bebía mucha agua, se alimentaba bien y no fumaba, pero el cansancio
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se notaba en su cuerpo. De Humahuaca se trasladaron a la ciudad de San
Salvador de Jujuy para conocer una de las últimas urbes andinas y convivir con
los lugareños.
Los gauchos se miraban por doquier con rostro moreno bebiendo mate, gente
de recio abolengo castizo que hacía notar su presencia con el sonido de sus
espuelas de plata al caminar. La moderna ciudad avanzaba pujantemente entre
vastas zonas agrícolas con el telón de fondo de la cordillera. Allí era donde se
conocía la historia de los mexicanos que sobrevivieron en las montañas andinas
al desplomarse su aeronave, una realidad que se volvió leyenda. Jujuy era esa
ciudad que evocaba un pasado colonial pero que no se dejó anclar en su pasado,
con la minería, la ganadería y la agroindustria se llena de rascacielos y bodegas.
Sin duda alguna, todas las ciudades latinoamericanas se parecen unas a otras, el
paisaje es lo único que las hace diferentes y el acento con el que se habla el
complejo idioma español que domina una gran porción de este mundo.
Al despedirse de San Salvador de Jujuy, siguieron el camino hasta llegar a la
ciudad de Salta, allí en Salta tomaron el ultimo descanso del viaje y se
hospedaron los tres en un buen hotel del centro de la ciudad. Se fascinaron con
los viñedos argentinos y las bodegas de vinos; el centro histórico de Salta
conservaba muchos más edificios coloniales que la ciudad de Jujuy, se respiraba
en la cercana Salta, otros aires andinos, sus edificios eran muy coloridos y los
tejados en los edificios se miraban por doquier, la capital salteña era mucho más
turística debido a su gastronomía, las empanadas y los vinos daban sabor único,
acompañado de carnes y embutidos, todo un deleite para los visitantes; además
la sonrisa de sus habitantes alegraba las tardes mientras se paseaba por la ciudad
llena de olores de comida por doquier. Subieron al teleférico para tomar las
últimas fotos panorámicas y disfrutar de los senderos naturales que bordean a
la ciudad, en ese momento Rafael se quedó dormido al sentarse por debajo de
un árbol. Diana y Sebastián platicaron sobre ese viaje, ellos acordaron que ya
debía tener un fin; ya que no iban a seguir exponiendo la vida de ese obeso
hombre que se niega a renunciar a sus sueños de la infancia.
Sebastián y Diana decidieron hablar con Rafael de la manera más seria, ellos
estaban muy contentos de haber viajado durante dos meses por cielo, mar y
tierra entre la larga cordillera andina, de haber vivido juntos muchas aventuras
y de compartir las mismas experiencias, así que tomaron una decisión tajante y
acordaron los dos que terminarían el viaje en Salta por la salud de Rafael. Ya
estaban todos complacidos y tenían que celebrar el final de la exitosa aventura
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por los caminos de las naciones andinas. Rafael sabía que había logrado cumplir
su sueño y no se mostró testarudo con sus acompañantes de viaje, él dijo que se
reservara ya los aviones para poder regresar a casa.
En ese momento, Diana y Sebastián saltaron de gusto porque pronto estarían
de nuevo en México. Noche de cervezas y empanadas de queso bañadas de
chimichurri, al ritmo de milongas y tambores, sonaron las cuerdas de los
violines, mientras revoloteaba su pañuelo sobre la cabeza una bella dama,
mientras que un apuesto gaucho con sombrero entró en escena, al ritmo de
chacarera con camisa de cuadros y corbatín de pañuelo rojo, cinturón de plata
bordado, bailaba alegre con sus bombachas y sus finas botas de cuero alrededor
de la bella dama que giraba con su pollera floreada y sus zapatillas de baile,
Rafael y su familia brincaban y aplaudían de emoción con el compás del
chillante sonido del violín y el hipnótico retumbo del tambor de cuero, en esa
noche de coplas, aplausos y cantos entre la gauchada más argentina de la media
noche con el olor de la asada al fuego lento.
En la ciudad de Salta reservaron un viaje aéreo para volar hasta la ciudad de
Lima. Ellos pasaron su último fin de semana en tierras argentinas y por la
madrugada del día lunes 28 de julio de 2008, llevaron todas sus pertenencias
hasta el aeropuerto internacional de Salta para checar nuevamente las maletas y
medir su peso antes de abordar el avión. Con cierta melancolía, dejaron atrás la
gran aventura cruzando por la gran cordillera sudamericana de un país a otro,
se despedían de su gente amable, de sus fiestas populares, de la tierra de poetas,
escritores y grandes cantantes, de sus caminos o sendas, de todos esos bellos
paisajes y de aquellos momentos especiales que habían vivido juntos; por la
mañana se encontraban dentro de la aeronave esperando que levantara vuelo en
la pista, quedaron enamorados del buen trato que recibieron por parte de los
salteños.
Mientras la aeronave volaba, se percataron de la belleza de las montañas debajo
de sus pies, estaban emocionados por realizar un viaje de aventura que pocas
personas lo pueden lograr y que ellos así lo hicieron, a pesar de las adversidades
de la diferencia de climas, la altitud de las carreteras, las enfermedades a las que
se enfrentaron, de las discusiones, de los robos que les ocurrieron, de los días
de hambre, de los días donde no podían disponer de efectivo y se las ingeniaban
para comer o dormir y de los días de soledad y ansiedad; todo eso quedaba atrás,
pero estaban llenos de una felicidad interna que llevaban en su alma, una
felicidad para no envidiar las vidas de otras personas; además era la única gran
112
experiencia de la vida que los tres que podían compartir en largas
conversaciones.
Era un vuelo de dos horas con destino a la ciudad de Lima, llegaron nuevamente
a la capital peruana para después tomar otro vuelo desde ese mismo aeropuerto
internacional hacia la Ciudad de México por la tarde. Bajaron del avión,
cruzaron la aduana nuevamente y tenían que esperar durante tres horas el
próximo avión con destino a la capital mexicana. En el interior del aeropuerto
peruano encontraron a algunas personas conocidas con quienes interactuaron
durante este viaje, los miraban en los sanitarios, en los pasillos de las tiendas de
Dutty Free, en los comedores y en las salas de espera. Los tres comieron por
última vez en el Perú, saboreando la afamada cocina gourmet y compraron
baratijas para regalar a los amigos; pagaron sus derechos aeroportuarios y sus
impuestos a la nación, una hora antes de abordar el último avión que los llevaría
a su destino final, se tomaron de las manos, cerraron los ojos y dieron gracias a
la vida. Subieron al avión mexicano y Rafael ya deseaba con entusiasmo
regresar a casa con la única familia que le quedaba, su mujer estaba batallando
con el peso de sus maletas sin perder el glamour de su belleza mientras que
Sebastián se quedaba callado con la mirada alegre, acomodando sus
pertenencias de equipaje dentro de la cabina del avión y sacaba sus audífonos
para escuchar música folklórica andina mientras llegaban al Aeropuerto
Internacional de la Ciudad de México por la noche.
Al estar la aeronave en la pista de despegue, Diana se persignaba para que todo
saliera bien de regreso a casa y se acomodó al costado de Rafael abrazándolo y
besándolo como una forma de agradecimiento por esa aventura y por ser su
única mujer en la vida. El viaje duró seis horas y se miraba en la ventanilla los
paisajes que bordeaba el avión por los cielos de América Central, al entrar al
territorio nacional por el cielo de Chiapas, viendo el trayecto se observaba en la
computadora de los asientos, se alegraron todos, ya que pronto estarían
aterrizando en Ciudad de México, su casa y la ciudad de su vida rutinaria.
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CAPÍTULO 9
EL FINAL DEL CAMINO
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debilitado y se fue como un borrachito hasta su cama, el azúcar le había bajado
y su hipertensión le estaba afectando por el sumo cansancio, mientras que Diana
le hablaba al oído, pero Rafael se quedaba dormido escuchando la conversación
de Diana en un sueño somero, luego se puso el pijama y se tapó con las sábanas,
Diana, al ver que se quedaba dormido, se calló, le dio un beso en la frente y
apagó la luz de la lámpara. La habitación quedó en total oscuridad con el
murmullo de los ronquidos de Rafael.
Diana se levantó muy temprano para arreglarse e ir a ver a su médico, mientras
que Rafael se quedó roncando sobre la cama. Ella le dejó su ropa en el baño
para que se diera una ducha y le dejó el desayuno en la cocina. Pidió un taxi
para ir al hospital y salió hacia la calle mientras llegaba el taxi. Sebastián salió
en calzoncillos hacia el baño para tomarse una ducha, pero su hermano seguía
durmiendo profundamente en su recámara. Salió del baño, se vistió y se arregló,
después despertó a Rafael para que hiciera lo mismo y ambos desayunaran
juntos mientras Sebastián freía unos huevos con jamón. Rafael entró a la
regadera, se duchó y se rasuró, luego se vistió y se sentó con Sebastián para
desayunar y platicar de sus gratas aventuras. Ambos estaban muy contentos y
comenzaron a platicar.
Rafael dijo:
—Hijo mío, yo quiero que seas feliz y nunca olvides que se te ama
demasiado, aún recuerdo cuando te cargaba en mis brazos mientras mamá
se apuraba a calentar la leche de tu biberón —.
Sebastián respondió:
—Me vas a apenar hermano, yo también te amo y no quiero que te apartes
de mí; ya estoy listo para emprender contigo los negocios de papá —.
Rafael le contestó:
—Eso era lo que yo quería escuchar, a un gran muchacho lleno de vida,
listo para sacar adelante los gastos de la mueblería y de la casa de nuestros
padres. Aquí siempre tendrás techo y comida en mi humilde
departamento, aquí viviré con mi mujer, pero tú debes buscar una pareja
para que la soledad no te amargue la vida, tengas una persona a tu lado
para conversar y vivir pequeños momentos de felicidad —.
Sebastián respondió:
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—Claro que sí, así lo hare hermano mío, es uno de mis planes en puerta,
me gustaría que seas mi padrino de bodas y me lleves al altar —.
Rafael contestó:
—Sin duda que lo haré, así será. Ve a donde tengas que ir, porque yo
necesito un largo descanso, el viaje afectó a mi corazón lleno de grasa,
estoy muy agotado y quiero relajarme para activarme —.
Los dos hermanos terminaron de desayunar después de esa bella conversación.
Sebastián le dio un beso en la frente como el que acostumbraba a darle a su
padre y salió muy apresurado hacia la calle, Rafael lavaba los trastes sucios del
fregadero de la cocina, para esperar a su mujer.
Diana estaba en espera de su consulta, estaba muy nerviosa, entró con su
médico, le tomó los signos vitales y empezó su exploración y la entrevista, luego
el médico le tomó muestras de sangre para enviarlas al laboratorio y le dijo que
estaba con dudas sobre su situación de fecundidad, por eso le estaba observando
con detenimiento y haciéndole más estudios para salir de dudas si estaba
embarazada o no. Diana salió de la consulta y más tarde regresó por sus
estudios.
Rafael se volvió a sentar en el mismo sillón, se quitó las sandalias y prendió la
televisión, mientras que Sebastián se salió para visitar a una amiga con quien
había quedado para comer y platicar de su regreso del viaje.
Diana Catalina regresó nuevamente al hospital a la hora fijada y entró con su
médico para la revisión de los estudios de sangre y de ultrasonido, en esos
estudios, el médico le reveló que estaba embarazada y llevaba aproximadamente
cinco semanas de embarazo, le entregó sus estudios y ella le agradeció por la
gran noticia. Diana Catalina estaba muy feliz por saber la nueva noticia sobre
su embarazo, la visita al ginecólogo la llenó de alegría porque finalmente estaba
esperando un bebé en cinco semanas de gestación, pero le preocupaba mucho
que Rafael no había llegado a la cita del ginecólogo. Tomó su diagnóstico
médico de ultrasonido y se despidió de su ginecólogo para ir con Rafael.
Al salir del hospital, le marcó a Rafael por teléfono móvil, entró la llamada,
pero no le contestó, salió rápidamente para tomar un servicio de taxi que la
llevara con rapidez a su departamento, ella empezó a preocuparse un poco. El
taxi llegó al apartamento de la pareja en la Colonia Condesa. Diana, llena de
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alegría entró a la recepción, saludó al portero y subió al levador de inmediato
para darle la buena noticia a su pareja.
Al ingresar al departamento, se percató que la televisión estaba encendida, pero
de pronto, miró a Rafael sobre el sofá con los ojos entreabiertos y los brazos
caídos. Diana Catalina se acercó e intentó despertar a Rafael a la fuerza, pero
era demasiado tarde, el hombre acababa de sufrir un infarto al estar sentado
mirando la televisión; ya era inevitable revivirlo, él murió sin saber que iba a
ser padre por primera vez. La chica estaba desesperada tratando de revivir al
amor de su vida; y con el escurrimiento de sus lágrimas, ella le gritaba a Rafael
que la escuchara y que no la dejara sola.
Algunos vecinos salieron de sus departamentos para auxiliar a la vecina que
gritaba con llanto, ella abrió la puerta mientras una de sus vecinas la abrazó
fuerte.
La mujer se desvaneció de dolor y sufrimiento a un lado de su pareja, y marcó
por teléfono a su único cuñado que le sobrevivía. Con la mirada perdida y la
voz quebrada respondió:
— Aló, aló, contesta Sebastián—.
Respondió Sebastián;
— Dime, ¿Qué pasó? —
Contesta Diana:
— Sebastián, acaba de sufrir un infarto tu hermano Rafael, lo encontré
muerto en el sofá mirando el televisor, ya no sé qué hacer, quiero que
marques a la policía para que podamos tener a Rafa entre nosotros el
menor tiempo posible, ya no aguanto más, anda cariño, estoy muerta en
vida —.
Con lágrimas en las mejillas, Sebastián contestó:
—Voy para allá, no te preocupes, quédate allí con él, yo llego enseguida
—.
Los vecinos tocaron la puerta del departamento para tratar de ayudar a la
inconsolable mujer, varios vecinos se acercaron, junto con el guardia de la
recepción, todos trataban de consolarla y darle el pésame, uno de ellos tapó con
una sábana blanca el cuerpo de Rafael sentado en el sofá mientras la mujer del
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vecino de enfrente llevó a la recámara a Diana Catalina para darle un té y un
calmante.
Al llegar Sebastián con la policía, subieron hasta el piso donde residía Rafael,
se soltó en llanto desesperado al ver a su hermano en el sofá, se hincó poniendo
sus brazos sobre las piernas del finado, sintió un fuerte nudo en la garganta y le
dijo en voz baja:
— Gracias por haber estado al pendiente de mí, vete tranquilo hermanito,
yo trataré de hacer las cosas lo mejor posible ahora que estoy
completamente solo, voy a incinerar tu cuerpo y lo colocaré en la capilla
de la casa de papá —.
El joven dejó que los agentes del ministerio público hicieran su trabajo, abrazó
muy fuerte a la inconsolable Diana, los dos vieron como el cadáver de Rafael
salía de su apartamento en una camilla hacia el tanatorio, para después ser
llevado al crematorio de la funeraria. Solo quedaban los recuerdos de una vida
llena de dicha en ese apartamento.
El corazón se le partía de tanto llanto, él creía que la muerte de sus seres
queridos era culpa suya, pero también recordaba a Elizabeth que le decía en sus
pensamientos:
—No te culpes de nada, la muerte llega sola cuando menos te lo esperas,
la muerte de los demás es el destino al que no pueden escapar los que van
a morir y Dios sabe por qué hace, así las cosas —.
El joven Sebastián había recibido varios golpes duros en la vida, su madurez
comenzaba a manifestarse al verse solo y triste; todas las personas que le daban
sentido a su vida, ya estaban muertos, él quería morir también pero su fortaleza
le decía que valía la pena seguir viviendo, que faltaban muchos más caminos
por recorrer en la vida.
Pasó la tarde solo en casa de sus padres bebiendo wiski y coñac, puso melodías
de violín y música instrumental andina en el reproductor de CD, se quedó
sentado en el sillón, muy callado con sus ojos húmedos por las lágrimas y con
la mirada perdida. No podía descansar, se metió a la bañera, se arregló y se puso
un traje azul marino para acudir a la fiscalía.
Al llegar al tanatorio, se llenó de fortaleza y firmó la documentación pertinente
para sacar al cadáver de su querido hermano; en eso pasó a una sala de espera
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para que el médico forense le diera el pase y la seña del ingreso de la funeraria.
Sacó un cigarrillo, lo encendió y se sentó en una banca al exterior del tanatorio,
se escuchaba el silencio, luego el médico forense diagnosticó que fue un infarto
y tuvo que pasar a la sala del anfiteatro para recibir el cadáver de su hermano,
le dijo que tenía que firmar la documentación correspondiente y posteriormente
la funeraria empezara su trabajo de inmediato, mientras él se desvanecía de
dolor con su llanto en soledad sobre el mostrador.
Salió la carroza fúnebre hacia la funeraria mientras Sebastián iba dentro de ella
en un profundo silencio con la cabeza en la ventanilla recordando a su hermano
con los ojos llorosos, luego se colocó unos lentes negros y bajó de la carroza
mientras que Diana estaba firmando el contrato para tener una capilla fúnebre
digna de su difunto marido. Sebastián abrazó a la pobre mujer que estaba
destrozada y le dijo que en una hora iba a estar en la capilla ardiente. Diana le
respondió que ella se quedaba dentro de la funeraria mientras Sebastián iba a la
casa de sus padres y realizara sus pendientes.
No se demoró mucho tiempo, se bañó nuevamente, se rasuró y se puso un traje
de color negro con una camisa blanca y corbata gris. Cerró su casa y se dirigió
hacia la funeraria en un taxi. Al llegar a la funeraria, muchas personas lo estaban
esperando para intentar consolarlo y darle ese apoyo en los peores momentos
de su vida; Sebastián ya no lloraba mucho, pero tenía el semblante triste y se
perdía de la realidad por algunos momentos.
Sus compañeros de la universidad estaban en la capilla ardiente, algunos de sus
profesores también, varios de los empleados de su padre y su madre, muchos
conocidos de los padres de Sebastián, doctores excompañeros de Rafael,
algunas enfermeras, camilleros y los pocos conocidos de Diana. Un momento
verdaderamente triste para los dolientes. ¡Qué desgracia! después de sentirse
animados por vivir la vida, no pasó por sus mentes la llegada de una nueva
tragedia en sus vidas.
Sebastián miró que los tanatólogos habían hecho un excelente trabajo, de la
estancia en la carnicería del mortuorio de la fiscalía, en nada se parecía a la
imagen del féretro de la capilla ardiente de la funeraria, se miraba a Rafael bien
vestido, rasurado y parecía estar durmiendo, rodeado de flores y dos
candelabros con velas de cada lado del ataúd de madera fina.
Obviamente, Sebastián respetó el ateísmo de Rafael y no colocó imágenes
religiosas, solo permitió la colocación de flores sobre su ataúd y se escuchaba
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en la capilla, los poemas de Pablo Neruda y Mario Benedetti, textos de Eduardo
Galeano y Facundo Cabral, música de protesta de Violeta Parra, de Mercedes
Sosa, de Víctor Jara y algunos trovadores cubanos que tanto le gustaban.
En ese momento, recibió la visita inesperada, parecía que era una coincidencia.
Sebastián la miró entrar con cierta ternura mientras su amiga profesora
preguntaba por Sebastián.
Él dijo:
—Hola soy yo a quien busca —.
Con los ojos enrojecidos. Elizabeth dijo:
—Hola, lamento encontrarte en un momento inoportuno —.
Sebastián dijo:
—Claro que no, necesito un abrazo —.
La profesora dijo:
—Si claro, claro, yo te doy el abrazo —.
Sebastián se quedó sorprendido de verla y lloró con más fuerza en el hombro
de su amada profesora.
Sebastián le dijo:
—Discúlpame, soy muy llorón, pero es necesario sacar mi tristeza, con
una gran amiga y confidente —.
Ella respondió:
—No te preocupes cariño, para eso estoy aquí, lamento lo ocurrido —.
En la noche más larga de los dolientes, cuando ya casi nadie estaba en la capilla
ardiente, solo se miraba a los del servicio funerario, Elizabeth estaba al lado de
su querido alumno, ella lo consolaba sin importar lo que se pensara, pero como
era una situación complicada, nadie pensaba mal de ellos.
Él dijo:
—Pues tengo que dejarle un momento; debo ir a la oficina de la funeraria
a realizar el pago y el servicio de cremación en las horas venideras.
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Gracias por estar aquí, eso me parte el alma, pero su visita me trae bonitos
recuerdos y me llena de vida —.
Ella dijo:
—Tengo que despedirme y recuerda que estoy contigo siempre, ya
platicaremos con calma de lo que te prometí —.
Se despidieron los dos amigos y en ese momento Sebastián se acercó a la oficina
con Diana para fijar la hora de cremación, por la tarde del día siguiente. Diana
y Sebastián platicaban de los nuevos planes. Como era de entenderse, Diana
había recibido dos desmayos por el embarazo y por las emociones fuertes.
Sebastián le dijo a Diana que él regresaría a la casa de sus padres para vivir allí
permanentemente e iniciar su nueva vida, le comentó que iba a terminar el
último semestre que le faltaba de su carrera de sociología y se iba a titular. Le
dijo que el departamento que había comprado Rafael se lo dejaba a Diana para
que viviera allí sin problemas con todos los derechos y obligaciones de su
legalidad. También le comentó que Sebastián reabriría los negocios de sus
padres con más empleados y que necesitaba ayuda con los contratos y nóminas;
finalmente; le dijo que él absorbía los gastos de la llegada de su sobrino.
Diana comprendió todo y miró que no estaba desamparada, que tenía el apoyo
total de Sebastián para dar a luz a su bebé, el apoyo total para naturalizarse
mexicana, el apoyo total para tener un empleo menos comprometedor y el apoyo
total para tener una residencia propia en una de las ciudades más grandes
mundo. Pero no entendió ella en su ingenuidad que Sebastián iba a iniciar una
nueva vida con una pareja. Después de la tormenta, había llegado la calma.
Pasaron la mañana en ayuno y muy pensativos en silencio, esperando que, a las
dos de la tarde, se retirara el ataúd de Rafael y lo llevaran a la incineradora,
posteriormente a las tres horas, se les hizo entrega de la urna con las cenizas de
Rafa. Todos se retiraron del lugar, Sebastián acompañó a Diana para darle la
entrega formal del departamento de Rafael y luego él se retiró para irse a su casa
en la Colonia Roma, era tiempo para descansar y emprender la reapertura de la
mueblería en el centro histórico y la tienda de blancos en la Avenida Reforma.
Fueron muchos días de abogados, de pagos, de compras, de renovaciones y de
estudios arduos en la universidad para Sebastián, eso lo mantuvo muy ocupado
para no caer en depresión. Decidió pintar su casa, limpiar impecablemente la
misma y hacer unas adecuaciones que él quería hacer años atrás para que se
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viera más minimalista y con un toque más contemporáneo con los pocos
recursos económicos de la caja fuerte y la herencia que recibió tanto de sus
padres como la de Rafael.
Un domingo 12 de marzo de 2008 se llevó a cabo la reapertura de la mueblería
del centro, allí estaba invertido todos sus ahorros, él hizo un gran evento de
reapertura e invitó a sus amigos y conocidos, la mueblería fue renovada como
Rafael le habría gustado para venta de muebles antiguos y muebles
contemporáneos, las hermosas edecanes que consiguió Diana amenizaban el
evento y repartían bocadillos. Sus competidores mexicanos, libaneses y judíos
estaban en dicho evento y miraban al joven emprendedor muy entusiasta.
El día del evento llegó la señora Elizabeth muy bien vestida con una bella chica
de ojos azules y pelo rubio de 23 años de edad que hablaba un fluido castellano
por los años vividos en México. Era la hija del afamado violinista húngaro de
la orquesta sinfónica de la universidad, un hombre que había llegado a México
en los años 70 para emprender como músico y que era amigo incondicional del
esposo de la señora Elizabeth.
Elizabeth saludó:
—Hola cariño, estoy aquí como te lo prometí, te presento a Adie
Hartmann Cohen la violinista mexicana más querida del colegio
Anglosajón de la Ciudad de México y la estudiante de música más erudita
de los Estados Unidos —.
Sebastián saludó:
—Es un gusto tener la presencia de tan hermosas damas —.
La chica respondió:
—Elizabeth me habló mucho de ti y quería conocerte en persona, pero
lamento mucho que haya sido en esta circunstancia, me apena mucho—.
Sebastián dijo:
—Claro que no, para nada —.
Y las besó en la mano como un gesto de caballerosidad.
Ella respondió;
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—Muchas gracias, sí, yo también lo imaginaba a usted así tan guapo y
bien vestido con ese traje azul que le va muy bien —.
Sebastián respondió;
—Me apena mucho, quisiera atenderles como se merece, por tan lindo
detalle de traerme noticias hermosas, pero me ha cogido en momentos de
asuntos de negocio familiar —.
Ella contestó;
—No se preocupe, ya tendremos tiempo de conocernos y conversar,
agradezco mucho que me permitiera conocerle. Tiene usted una mirada
dulce y unos ojos radiantes —.
Él dijo;
—Me pone usted nervioso, pero gracias, me levanta el ánimo, quiero que
anote usted mi número de teléfono para que nos pongamos de acuerdo
para charlar y salir por la ciudad. Claro que sí. Déjeme lo anoto y no me
despido, espero verle pronto —.
Elizabeth contestó;
—Cariño, andaré fisgoneando por tu negocio y después nos retiramos
para que charlemos con Adie —.
Sebastián las despidió de beso y quedó fascinado con la belleza de la violinista,
así que decidió verle lo antes posible para invitarlas a comer y salir a dar la
vuelta por la ciudad en su carro deportivo.
Él continuó con sus ajetreados días de trabajo y sus últimas clases de la
universidad, había saldado todas sus deudas y las ventas le daba para comer y
pagar la nómina de sus empleados. Un muchacho muy querido por sus amigos
y conocidos. Renato, el amigo de su infancia estaba también iniciándose en los
negocios de su padre; y sus amigos de la universidad ya estaban por concluir
sus estudios para iniciar el proceso de titulación.
Sebastián solo le quedaban algunos parientes en el pueblo de Malinalco y otros
que habían emigrado a los Estados Unidos, pero al no frecuentarlos, su vida
estaba hecha en la Ciudad de México, por ello; él se encontraba solo y decidió
retomar los caminos de su vida por su propia cuenta.
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Comenzó una relación seria con la bella violinista que le presentó su querida
profesora, Sebastián y Adie eran la pareja más alegre y más envidiable de la
capital mexicana. Casi todos los días, tenían tiempo para charlar y alimentar su
amor prematuro, veían la vida con mucha sencillez como caminar por las calles
y visitar lugares sencillos donde no se gastara mucho dinero, los fines de semana
iban al cine, a los museos, a los parques urbanos y a bailar con sus amigos en
las largas veladas hasta el amanecer.
La señora Elizabeth discretamente arregló esas diferencias entre los padres de
Adie y permitió que Sebastián fuera aceptado sin problemas por la familia
Hartmann, lo cual ayudó bastante que él ya contaba con negocios propios y una
casa propia que le heredaron sus padres finados; una situación muy similar a la
de otros jóvenes burgueses que ya tenían una estabilidad económica, solo les
quedaba dar continuidad a lo que sus padres habían dejado y aumentar su nivel
educativo para tener acceso a otros contextos.Sebastián estaba muy contento
porque Diana dio a luz a su sobrino Rafael, estaba perdurando su sangre en otra
pequeña persona, que a la vez tenía sangre de los Andes, como le habría gustado
a su padre. Nuevamente, el ciclo de la felicidad estaba llegando a esos osados
viajeros por la ruta de la Cordillera Andina. La hermosa Diana logró abrir una
escuela de yoga cerca de su departamento, aparte de ser una de las empleadas
de confianza de Sebastián, se dedicó a criar a su hijo de tiempo completo como
un gran motivo para vivir y luchar por la vida.
Sebastián se graduó como licenciado en Sociología en la máxima casa de
estudios del país, fue un gran evento para celebrar con sus amigos y sus nuevos
seres queridos. Adie le regaló un concierto de violín en la recepción de los
graduados, fue una noche de bonitos recuerdos. Los asistentes al evento
quedaron cautivados con el sonido del violín de la hermosa chica, fue el mejor
regalo de graduación de los dieciocho estudiantes que egresaron esa noche.
Sebastián y Adie iban por buen camino con una relación sólida y obviamente
tenían ya una fecha para su boda civil, en la que el novio estaba echando la casa
por la ventana; total, no era de todos los días casarse con una persona. El novio
sabía que era un compromiso social muy fuerte y que estaba a la lupa de los
suegros para hacer feliz a su hija.
Sebastián estaba sufriendo muchos cambios en su vida, era una especie de
catarsis, del joven hippy estaba pasando a ser un hombre educado y bien vestido
para no hacer quedar mal a su futura esposa; pero no cambiaba su buena vibra,
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ni su sonrisa eterna, ni sus ideas liberales, ni sus largas horas de lectura y
conversación, él seguía siendo el mismo de siempre, pero ahora era un hombre
muy formal que se estaba adaptando a nuevas costumbres.
Se tituló como sociólogo un 16 de junio del año 2009 en la máxima casa de
estudios del país y se inició en el mundo de los negocios como pequeño
empresario, era la llegada de los años que estaban sanando heridas profundas,
todo lo que estaba pasando era a favor de las bienaventuranzas y los primeros
frutos por esos años de estudio. El joven comenzaba a madurar muy rápido a
base golpes fatales y su vida empezaba a cambiar con días soleados llenos de
esperanza e ilusiones. No era necesario buscar la vida fácil tan llena de peligros
y de ilegalidades, tarde o temprano; llegan los mejores momentos a su debido
tiempo, así es el andar por el camino de la vida, se cumplen unos sueños y llegan
nuevos retos a vencer, pero con más pericia e inteligencia por los años vividos
entre las experiencias cotidianas.
No es fácil ser el rey del barrio, o hacer negocios en la gran ciudad si no cuentas
con el respaldo y el apoyo de una familia capitalina que ha fincado su vida en
la capital desde varias generaciones atrás. Aunque es la ciudad de las
oportunidades, todo capitalino debe sufrir al principio para poder hacerse de la
ciudad como parte de la misma; nadie recibe facilidades gratis, todos los
chilangos se tienen que esforzar por construir un patrimonio a lo largo del
camino de su vida, así es la regla; pero, la ventaja es, que es una ciudad
cosmopolita de gente que provino de muchos lugares del país y del mundo.
Un 27 de agosto del año 2010, se llevó a cabo la boda civil de la pareja,
Sebastián se había rasurado para verse más joven, su traje era negro con un
moño azul, mientras que la reina de la noche, iba de un radiante vestido color
blanco con su velo transparente y su corte de señoritas. La elegante recepción
se celebraba en un salón de fiestas bastante concurrido de Polanco. Llegó su
sobrino en una carriola al lado de su madre, también llegó el juez que iba
celebrar la boda. De pronto; todo se tornó en silencio, el juez de la alcaldía
empezó a leer el contrato civil e invitar a los novios a pasar con sus testigos. Se
dio comienzo a la ceremonia civil y posteriormente, Sebastián y Adie se juraron
amor hasta la muerte y se aceptaron como marido y mujer ante todos los
invitados, luego firmaron el contrato, Diana era una de las testigos del novio,
mientras Sebastián cargaba a su sobrino; finalmente los novios se tomaron de
las manos y se dieron el primer beso ante la sociedad allí presente, mientras el
juez daba dictamen de la boda civil y les entregaba su contrato.
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Al terminar la boda, se despidió el juez y comenzó la orquesta a tocar música
de klezmer para honrar a la familia de Adie y posteriormente un popurrí de
bailes como el payaso de rodeo, norteñas, bachatas, cumbias, merengue y las
tradicionales baladas. Rompieron el baile los novios y luego comenzó la víbora
de la mar, todos los ritos nupciales de una boda mexicana sin recepción
religiosa. Los novios bebieron, cantaron canciones mexicanas al llegar el
mariachi mientras daban la cena para dar paso de nuevo con la música de baile
hasta las tres de la mañana.
Fue otra de las noches más felices de Sebastián y su pareja, los dos estaban muy
contentos de su enlace y querían compartirlo con todos sus seres queridos, era
una nueva generación de parejas que tuvieron que hacer a un lado los perjuicios
sociales, las normas religiosas y los protocolos tradicionales. Una nueva
generación de parejas que buscaban más una conciliación con la sociedad que
abrumarse por las normas antiguas de un enlace matrimonial.
Sebastián sabía que necesitaba de la ayuda de su cuñada Diana para mantener
los negocios abiertos mientras él se daba un descanso para celebrar su luna de
miel con Adie. La pareja decidió pasar el inicio de su luna de miel en Cancún y
en la Riviera Maya, de allí decidieron volar hasta Buenos Aires para terminar
la ruta que Rafael ya no pudo concluir; ya que él quería cerrar su viaje desde la
capital argentina hasta la capital chilena, cruzando por el Cristo de los Andes.
Volaron desde el aeropuerto internacional de Cancún hacia la París de América,
la bella capital argentina que los recibió con un excelente clima y la elegancia
de los más bellos rincones de una metrópoli sudamericana para que la pareja
pasara bohemios momentos de amor, rodeados de tango y música clásica en los
mejores cafés porteños para degustar los aljofares y el té de mate. Se hospedaron
sobre la calle de 1 de mayo, les dieron una suite decorada con rosas y sabrosas
fragancias del sur del continente.
Aunque ya habían disfrutado mucho de los elegantes hoteles resorts del Caribe
Mexicano y sus aguas turquesas, la pareja estaba cerrando el ciclo del final del
camino en territorio argentino. Se deleitaron con las facturas, confites finos y la
música de murgas de los estadios porteños, todo un folklore argentino de la
euforia del futbol, después partieron hacia la ciudad de Córdoba en un autobús
con camastros para admirar la belleza agrícola de las pampas.
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En Córdoba pasaron unos días disfrutando de ranchos y las gauchadas, las
cuales terminaban en borracheras de vino tinto y jerez con una asada de carnes
de cortes finos; mientras la música andina sonaba con el baile de los gauchos
pampeños del chamamé; la pareja pasaba sus tardes de amor mirando la Mar
Chiquita y los bellos atardeceres. No dudaron en visar el centro histórico de
Córdoba y sus calles de arquitectura colonial andaluza con la alegría y
hospitalidad de la provincia austral.
Al entrar a la Cordillera Andina, en su camino hacia la ciudad de San Miguel
de Tucumán, los cerros se miraban más altos, mientras se percibía el silencio
del horizonte entre los viñedos, que a lo lejos se miraba manadas vicuñas y
llamas pastando entre los sinuosos caminos andinos por el que pasaron grandes
civilizaciones humanas como los quechuas, aimaras, atacameños, mbyas,
mapuches y guaraníes. Sebastián regresó a los Andes y allí entendió que el
camino no era solo el paso por lugares espectaculares, un camino es la
trayectoria diaria de los seres humanos al andar vivos sobre la tierra dejando su
huella. Ese era el mensaje que le transmitió su hermano Rafael antes de morir,
finalmente lo razonó correctamente y descifró el código con ayuda de su esposa,
lo cual le llenó de alegría.
Al llegar a San Miguel de Tucumán, vio que cinco colibríes revoloteaban por
su ventana en el hotel donde la pareja se hospedaba, él le explicó a Adie que
esos colibríes eran el alma de sus seres queridos fallecidos y que siempre lo
acompañaban en su largo peregrinar por los caminos difíciles de la vida misma.
Adie estaba bastante sorprendida al ver como los colibríes revoloteaban en el
jardín del hotel tucumano, en ese momento creyó que los familiares muertos
nunca se van de tu presencia cuando tú los recuerdas con tal aprecio, ellos
responden a ti y tratan de manifestarse desde otro plano.
Salieron a conocer la ciudad argentina, la cual tenía como telón de fondo la
hermosa cordillera, en una terraza de un restaurante, Sebastián le confiesa a
Adie, que en ese viaje traía consigo, las cenizas de su hermano Rafael, ella se
quedó sorprendida, pero comprendió el mensaje.
Sebastián tenía organizado el trayecto de cruzar la cordillera en pleno invierno
austral hacia Santiago de Chile, él estaba preparando a Adie para recibir el
intenso frío y las frecuentes nevadas de los picos altos de los Andes. Al salir de
San Miguel de Tucumán, abordaron el autobús más confortable con destino a la
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capital chilena, los mareos por la carreteras escarpadas y sinuosas empezaba a
sentirse al subir la cuesta hacia la frontera chilena.
Ambos sabían que ya no era un viaje de placer, era un viaje para terminar el
trayecto del sueño de Rafael. En un parador de la imponente estatua del Cristo
Andino, después de haber cruzado el paso fronterizo por un túnel entre las
montañas, Sebastián se abrigó ante el intenso frío y el agua nieve, salió del
autobús, abrió la urna de las cenizas y esparció lo que sobraba de Rafael sobre
aire puro de la cordillera y gritó con fuerza; —¡No me despido hermanito, un
día nos volveremos a ver! —.
El eco rebotaba sobre las quebradas de las montañas, Sebastián abordó
nuevamente el autobús, agradeció al chofer y se sentó al lado de su compañera
para llorar como un chiquillo y comenzar una vida nueva. Adie estaba
conmocionada por lo ocurrido mientras bajaban de la cordillera hacia la ciudad
de Santiago, no esperaba ver a su marido con gran fortaleza mental y emocional
para dejar el pasado y continuar nuevos senderos.
Entre aquellos caminos se veían centros de esquí con turistas, las vizcachas y
los vendedores de artesanías soportando el intenso frío, se veía también a lo
lejos las luces de la capital chilena. En Santiago terminaba el viaje de luna de
miel, no solo pretendían celebrar allí por concluir la travesía que se intentaba
realizar hasta el final, también querían celebrar por un largo y duradero
matrimonio, lleno de retos y satisfacciones en pareja.
Por la noche, llegaron a la helada ciudad, descendieron del autobús y tomaron
un taxi para ir al hotel donde habían reservado, allá en el centro de la capital
chilena, eran necesario darse un descanso los dos, un descanso para meditar
sobre el motivo del viaje y continuar con el regreso a México.
No se pueden ir de Santiago sin conocer la Casa de la Moneda, icónico lugar
donde fue asesinado el expresidente Salvador Allende, un verdadero líder que
luchó hasta el final de su vida, apoyando al sufrido pueblo chileno. Santiago es
una ciudad de abolengo europeo con recias raíces indígenas de la Patagonia,
una ciudad de opulencia y de miseria, su belleza no se encuentra a simple vista,
hay que deambular por sus calles y avenidas, escuchando anécdotas e historias
de los propios santiaguinos para entender a la capital chilena. Santiago es una
ciudad viva de día y de noche, se disfruta tanto de un rico cocido de res o una
sopa de cangrejo, y de postre, unos churros con chocolate, al suave sabor del
vino tinto para deleitar el paladar al calor de una velada con acordeón, después,
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una noche de sexo intenso en la intimidad de una habitación con escasa luz para
admirar al cuerpo del ser amado. Santiago de Chile huele a sexo, a sudor y a
fragantes flores andinas en medio del pudor. Ciudad de corrientes frías de aire,
ciudad de verdes arboledas donde las hojas se mueven entre las calles aislando
el ruido de los automóviles, ciudad opulenta y de elegancia discreta que se
escucha en el habla de un castellano poco entendible.
Allí se oye la trova y los cantos de grandes compositores mártires. Qué triste es
oír el llanto de sus habitantes, seguir buscando al ser amado entre las aguas del
rio Maule, se siente un nudo en la garganta escuchar entre el viento gélido de
los Andes, el clamor y el dolor de sus mártires asesinados como ratones del
campo corriendo y escondiéndose de su propio gobierno fascista.
Qué bueno que ya no queda nada de aquellos días de terror, de hambre y de
miradas de ojos hundidos llenos de miedo y tristeza, ahora la vibrante ciudad
de Santiago es otra Ave Fénix que abre sus alas hacia la prosperidad y la justicia
social que tanto necesita nuestra América olvidada y destrozada por la avaricia
humana. Ese recuerdo nostálgico se quedó en la pareja de aquellos turistas
mexicanos que se conmovieron con las historias de los santiaguinos.
El feliz matrimonio cerró un ciclo y le dio apertura al futuro, se fueron al puerto
de Valparaíso para concluir la travesía y brindar con suculentos vinos chilenos
el triunfo de la vida sobre la muerte, no había mejor escenario que los
panoramas de la ciudad porteña de Valparaíso y de Viña del Mar, para sentir el
viento frío que viene del mar y que choca con la cordillera o las serranías,
escuchando las gaviotas y pelícanos en las saladas dársenas del puerto chileno
a ritmo de klezmer, mirando hacia el horizonte, viendo salir y llegar a los
grandes navíos llenos de contenedores; al fondo, como telón rematando la
ciudad con sus callecitas empinadas, sus bellos edificios y sus coloridas casas
de latón entre los rincones de los cerros de los últimos días en un viaje por el
fin del mundo. Subir al funicular es toda una experiencia, mirar la bruma que
desciende de los cerros y que humedece los muros de metal latonado, ver las
gotas del rocío entre los vidrios de las ventanas y ver salir el humo de las
cocinas.
Nada como tomar una copa de vino tinto y brindar por la dicha de la vida,
mirando desde las casas de arriba los barrios de la ciudad portuaria que
descienden como casas amontonadas hasta la playa, sentir la humedad mientras
ves llegar los barcos de carga que viajan hacia el Estrecho de Magallanes y se
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pierden en el horizonte. Escuchar las gaviotas mientras te pones una boina
inglesa para sentir el abolengo europeo del puerto y mirar la realidad de
América Latina como el ruido de los automóviles y el pitido del camión de
pasajeros que baja entre las calles o el melodioso sonido de las notas de los
cilindreros, ciudad nostálgica que te hace llorar de alegría y te hace sentir el
nudo en la garganta por todo el largo camino tan difícil que has andado a lo
largo de la vida cotidiana.
Valparaíso, ciudad de los enamorados, ciudad de los bohemios artistas de la
pintura, del cine, de las letras, de la arquitectura, del teatro y de la música,
ciudad de melancólica música andina que topa con las fuertes olas. Que
hermoso es estar allí frente al Océano Pacífico en la ciudad porteña bañada de
vino tinto, buena música y brisa marina, dos días antes de tomar el vuelo con
destino a la Ciudad de México. Es como tomar un descanso dentro de otro
descanso, es hacer una pausa para llenar de aire los pulmones y continuar el
camino entre las montañas de los Andes, una vez más y otra vez, y otra vez; sin
parar de caminar para sentir que se está vivo.
Viajar por los Andes y encontrar caminos muy antiguos no es una experiencia
presumida para enaltecer las vanidades, o mostrar la miseria y las desigualdades
sociales que se sufren en todo un continente, tampoco es una experiencia para
conocer solo bellos paisajes jamás imaginados. Caminar a lo largo de la
Cordillera Andina, es vivir la vida y sentarse a disfrutar de las cosas más
sencillas que te ofrecen los pueblos andinos milenarios para suavizar el paso en
los años venideros y morir con dignidad.
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EL AUTOR
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Impreso en México.
Año 2024
03-2024-062812175000-01
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Caminito de los Andes es la segunda novela en la que el autor incursiona dentro de la
literatura contemporánea, el contexto de la obra está ubicado en los primeros años del
siglo XXI, la trama está dividida en los pasajes de la vida de tres hermanos de diferentes
edades, uno de los personajes principales es Sebastián San Román, el joven que camina
por la vida, descubre el amor a sí mismo, el amor a los seres queridos y el amor a la
pareja. Al tratar de vivir una vida plena, termina aceptando todo lo que a le toca vivir;
ya sean experiencias buenas o malas experiencias.
La novela trata sobre la trayectoria de la vida misma a través de diversos caminos que
se ponen en frente como una encrucijada, lo cual muestra la actitud humana de viajar,
conocer y descubrir a través de la experiencia, describe los secretos de aferrarse a la
vida y ser también un simple espectador de diferentes escenarios, así lograr un
parámetro de conocimientos para tratar de entender el mundo que nos rodea. Inicia
con la vida cotidiana de los habitantes de la Ciudad de México en donde se torna un
destino lleno de aventuras y sorpresas, una mirada sencilla en donde no se necesita ser
maduro para tener experiencias y decidir lo que uno quiere.
El camino de esta historia, son los relatos de tres personas de la misma familia que
experimentan un viaje largo a través de uno de los destinos más bellos de la Tierra, que
es la Cordillera de los Andes, un referente de escenarios hermosos y espectaculares,
llenos de una historia milenaria, de culturas ancestrales, de folklore y de calidez humana
que nos muestra el mundo hispano de Sudamérica, alrededor de los países andinos por
donde cruza la larga cordillera como el espinazo de un continente que se mantiene en
pie a pesar de sus adversidades, una tierra basta donde se vive otra realidad en
comparación al llamado Primer Mundo.
Viajar por los países andinos, era el sueño de Rafael San Román, el hermano mayor de
Sebastián, que, a través de su obsesión por conocer algún día esa región sudamericana,
envuelve a su familia, compartiéndoles aventuras en complicidad con su sueño
anhelado de la infancia.
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