GLACIARISMO
GLACIARISMO
EL RELIEVE GLACIAR DE LA
CORDILLERA CANTÁBRICA
RESUMEN
La contÍnua alineación montaii.osa que se extiende paralelamente a la costa desde
los Ancares hasta los Montes Vascos ofreció, durante el enfriamiento pleistoceno, un buen
soporte a masas de hielo glaciar alojadas en distintos macizos. La labor morfogenética que
ejercieron dichas masas ha dejado múltiples huellas derivadas de la sobreexcavación, la
abrasión y de la acumulación de material morrénico.
Hace ya bastantes años que venimos realizando un rastreo sistemático de estas hue
llas desde un 'Punto de vista geográfico, bajo la perspectiva del estudio de los paisajes geo
morfológicos de alta montaña heredados de la pretérita actividad del hielo. El trabajo que
aquÍ presentamos pretende caracterizar del modo más sistemático posible tales paisajes;
concretamente los comprendidos entre el puerto de Leitariegos, al oeste, y Castro Valnera,
al Este, enmarcándolos en la variada trama morfoestructural de las montañas cantábricas
y tratando de deducir a partir de ellos la variable extensión de los hielos pleistocenos du
rante los procesos de glaciación y deglaciación. Pensamos que todas estas operaciones pue
den ayudar a centrar y resolver progresivamente los problemas que se han ido suscitando
a lo largo de más de un siglo de estudios glaciomorfológicos en la Cordillera Cantábrica.
Palabras clave: glaciares cuaternarios, Pleistoceno reciente, gcom0rfología glacial ,
Cordillera Cantábrica, morfoestructuras.
ABSTRAeT
During the Pleistocene cooling phases, the Cantabrian Mountains, which extend
from the Ancarcs to th e Basque Mountains, ofTcred good sUpp0rt to the ice masses cove-
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Cordillera Cantábrica
ring individual massifs. The morphogenetic work done by these masses has left numerous
landforms derived from glacial overdeepening, abrasion and deposition of moraines.
In the last fifteen years, we have systematicalIy studied these landforms from a ge
ographical point of view, in terms of the geomorphologicallandscapes generated by the
action of the ice in the pasto This paper aims to characterize these landscapes, especialIy
those between the Leitariegos pass, in the west, and the Castro Valnera, in the cast, to set
them in the varied morphostructural framework of the Cantabrian Mountains and to at
temp to deduce from this the changes in extent of the Pleistocene ice during the glaciation
and deglaciation. We think that this research can help to focus and gradually resolve the
questions posed by the glaciomorphological studics carried out on the ( :antabrian Moun
tains over the last hundred years or more.
Key words: Quaternary glaciers, Upper-Pleistocene, glacial geomorphology, Canta
brian Mountains, Cantabrian morphostructures.
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escamas de rumbo genérico vV-E, que originan una sucesión de frentes esca rpa
dos hacia el sur y dorsos de pendientes regulares hacia el norte. Su continuidad es
tá frecuentemente interrumpida por fracturas oblícuas, que han favorecido la ela
boración de altas depresiones cerradas, los jous, y por las profundas incisiones
que han generado los ríos Sella, Cares, Duje y Deva al atravesar de sur a norte el
macizo calcáreo. Al sur de este conjunto, contrastan con él los macizos funda
mentalmente silíceos que articulan la divisoria de aguas o que incluso se integran
en la cuenca del Duero. Los más occidentales, las sierras de Cebolleda (2.078 m)
y el Coriscao (2.234 m), en la divisoria, y la Sierra de Riaño (2.012 m) al sur de
ella, son alineaciones simples, de rumbo genérico W-E y NW-SE, producto de la
disección en las areniscas, conglomerados y pizarras carboníferas en las que las
formas estructurales se encuentran muy difuminadas. Sin embargo, hacia el este
los macizos ganan en complejidad yen altura. El predominio litológico aún se co
rresponde con las pizarras y areniscas carboníferas que configuran culminaciones
romas, amplios puertos, como los de Riofrío, y valles de marcada disimetría en la
disección al sur y norte de la divisoria. Pero los macizos más elevados están la
brados en las rocas más resistentes. ASÍ, Peña Prieta (2.536 m) se corresponde con
una pequeña intrusión de granitoides en la serie carbonífera que constituye el
flanco norte de un sinclinal con rumbo WNW-ESE y que está formada por cali
zas y, sobre todo, por los potentes conglomerados carboníferos a cuyas expensas
está labrada, en el meridional del mismo pliegue, la elevada cresta del Curavacas
(2.525 m) . Aún más hacia oriente el macizo antiguo se hunde bajo la cobertera
mesozoica y terciaria hasta enlazar con las montañas pirenaicas. El sector de con
tacto se articula por medio de entrantes sinclinales de la cobertera hacia occiden
te en cuyos flancos los tegumentos de conglomerados y areniscas triásicas ocasio
nan restringidos pero vigorosos macizos, como el de Peña Sagra (2.046 m), inte
grado en la vertiente cantábrica y a escasa distancia de la costa, o el de las monta
ñas de Reinosa (2.145 m), en las que la terminación perisinclinal del alto Hijar
configura las crestas del nudo hidrográfico entre las vertientes cantábrica, atlán
tica y mediterránea. A partir de estas montañas y hasta el Pirineo, el país plegado
vascocantábrico no proporciona macizos de gran altitud. Únicamente destacan
entre ellos algunos macizos urgonienses de la divisoria de aguas, como el de las
montañas del Asón (Castro Valnera, 1.718 m). Su morfología está determinada,
en primer lugar, por la disimetría en la incisión de las vertientes cantábrica y me
diterránea, con valles de fuertes pendientes hacia el norte, como el del Miera, y
suaves hacia el SUl', como el del Trueba. Y en segundo lugar, por el cambio l~teral
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de las facies silíceas, constituidas por un roquedo areniscoso deleznable, a las cal
cáreas, lo que genera grandes contrastes entre la incisión lineal y las formas en
hueco derivadas de la karstificación.
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pulida por los hielos (primera glaciación), y que, a su vez, están parcialmente des
manteladas por nuevos glaciares e incorporadas como material morrénico (se
gunda glaciación). Estos son argumentos que se utilizarán reiteradamente como
modelo en las hipótesis elaboradas para el resto de la Cordillera Cantábrica.
Posteriormente se va delimitando mejor el fenómeno glaciar y un buen
avance en este sentido lo proporciona Stickel (1929), al situar muchos de los lí
mites de la glaciación en las montañas asturianas y leonesas, dejando de lado los
ya estudiados Picos de Europa. Casi todas estas montañas están próximas a los
2.000 m y los frentes morrénicos de los glaciares que en ellas se instalaron se sitú
an por encima de los 1.300 m.
Son más tardías las primeras observaciones realizadas acerca del glaciaris
mo en la montaña vascocantábrica. En una breve nota, C. Saenz (1935) da cuen
ta de la presencia de circos de tipo alpino en las proximidades del Portillo de la
Sía, en el macizo de Valnera, remarcando el hecho de su baja altitud (1.500 m).
Casi diez años más tarde, F. Hernández Pacheco (1944) estudia las montañas de
Reinosa, siendo este el primer trabajo detallado sobre el glaciarismo de un maci
zo completo de la montaña vascocantábrica. Además de ajustar la extensión de los
glaciares en estas montañas, propone la distinción de tres niveles morrénicos a di
ferentes altitudes que varían según la orientación, derivados de los tres últimos
períodos glaciares de la cronología alpina. Los más bajos, en torno a 1.250 m en
la vertiente norte, tienen sus formas desdibujadas y son atribuidos a la glaciación
Mindel, mientras que los intermedios y altos muestran siempre unos anfiteatros
morrénicos muy típicos, que se corresponderían con las glaciaciones Riss y Würm.
Extendiendo más hacia el este el fenómeno glaciar, Gómez de L1arena (1948) su
pone la existencia de un modelado propio de los hielos en la Sierra de Aralar, a pe
sar de su baja altitud.
De esta manera se entra en la segunda mitad del siglo XX con la casi com
pleta localización, aunque con descripciones incompletas, de los focos glaciares
cuaternarios, ceñidos a las montañas que sobrepasan o se aproximan a los 2.000
m, salvo casos excepcionales, y cuyos frentes morrénicos se sitúan a alturas muy
variables, pero con frecuencia por encima de los 1.100 m. Con esta información,
Nussbaum y Gygax (1953) realizan una síntesis de los trabajos realizados a los que
añaden ciertas revisiones, constatando la marginalidad de la glaciación cantábri
ca y planteando lo dudoso de los argumentos proporcionados por Hernández Pa
checo sobre los testigos de una glaciación Mindel en la Montañas de Reinosa, cu
yos depósitos son asimilados por estos autores a dos glaciaciones, Riss y Würm,
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al igual que había hecho Obermaier en los Picos de Europa. Por su parte, Llopis y
Jordá (1957) localizan las áreas afectadas por los glaciares cuaternarios en una
cartografía de síntesis muy esquemática.
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1.2.3. La revisión reciente de los tres grandes problemas: extensión, límites altitu
dinales y cronología del glaciarismo cantábrico
Durante los últimos quince años, las interpretaciones sintéticas y los estu
dios detallados se han centrado tanto en proporcionar particulares visiones de
conjunto, como en resaltar los diferentes aspectos que aún tienen polémicas in
terpretaciones, referidos esencialmente a la glaciación de macizos de baja altitud
y a la edad de los fenómenos glaciares.
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Esta unidad de alta montaila, presente en cada uno de los macizos de los Pi
cos de Europa, aunque con distinta envergadura, tiene un desarrollo máximo en
los Urrieles, o Macizo Central, donde alcanza una extensión próxima a los 80
km 2 . Las altas torres y jous se desarrollan entre los 2.600 y los 2.000 m de altitud,
y su complicada red de circos, de muy variada disposición, constituye el área de
acumulación glaciar pleistocena. Allí, las escarpadas paredes calcáreas son de al
gunos centenares de metros, y bajo ellas, si la vertiente no está recubierta por de
rrubios, se desarrollan los Ilambriales, extensas e inclinadas superficies rocosas
pulidas por los hielos, aunque actualmente, en detalle, son una superficie de co
rrosión, surcada por ellapiaz y horadada por pozos y dolinas nivales. En orienta
ciones de umbría y bajo los escarpes que adquieren mayor altitud, como en To
rrecerredo, Llambrión o Peña Santa de Castilla, se alojan neveros permanentes
que incluso llegan a ocultar hielo fósil (J.]. González y V. Alonso, 1994; M ho
choso y J.e. Castañón, 1995), a veces remarcados por morrenas heredadas de la
Pequeña Edad del Hielo. Los llambria les y taludes de derrubios enlazan con los
fondos de los jous, situados por encima de los 1.900 m. Son formas de origen
mixto, glaciokárstico, que suelen tener planta elíptica simple o coalescente y que
no llegan a alcanzar el kilómetro en ninguno de sus ejes, colmatados en casi toda
su extensión tanto por derrubios procedentes de las vertientes como por morre
nas heredadas. Con frecuencia se presentan hundimientos en este relleno a causa
de la existencia de pozos y dolinas de karst cubierto, conocidos en la región como
boches. Entre unos jous y otros, en los espacios no ocupados por torres y picos,
aparecen elevados umbrales también pulidos en su momento por la acción glaciar
y, después, corroídos por el karst niva\. En ocasiones se presentan parcialmente re
cubiertos por material morrénico, como ocurre entre el Jou Negro y el Jau de los
Cabrones o entre éste y el Jau del Agua, procedente de glaciares capaces de recu
brir y fluir en un sistema de depresiones cerradas que en raras ocasiones se con
centraban dando lugar a una lengua nítida (Figura 2).
Las altas torres y jous enlazan al norte con una nueva barrera, la de los gran
des dorsos, constituida por otro frente de escama y también abierta por numero
sas depresiones, los jous /luengos. Allí, los diferentes picos de forma triangular de
sarrollan hacia el norte amplios espaldares, siendo ejemplares los de los Cuetos
del Trave (2.241 m) y el Albo (2.414 m), en los Urrieles. Entre unos y otros picos
se encuentran los jous /luengos, amplias depresiones rocosas inclinadas que se es
trechan hacia abajo a medida que se amplía la base de los grandes dorsos que las
flanquean, y que canalizaron el hielo hasta una altitud próxima a los 1.300 m. El
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Fig. 2: Esquema geomorfológico de las cuencas glaciares de Amuesa y Bulnes (Macizo Central de los
Picos de Europa) Leyenda: Formas glaciares: 1. Pared de circo; 2 Pared de artesa; 3. Cubetas glacio
kársticas; 4. Umbra l rocoso (en barra o en esca lón); 5. Huel las de abrasión; 6. Rocas aborregadas; 7.
Acumulación morréni ca; 8. Loma en acumulación morrén ica; 9. Cordón morrénico. Formas nivales y
nivoglaciares: 10. Nicho de nivación o circo in cipiente; 11. Morrena de nevero. Formas de otro origen:
12 . Derrubios de ladera; B . Dol in as; 14 . Pozos cársticos; 15. Boches; 16 . Incisión debida a las aguas
corrientes; 17 . Huellas de arroyada difusa .
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Manuel Frochoso Sánchez y Juan Carlos Casta ñán Álvarez
2.1.2. Las montañas del Asón forman un complejo que posee una serie de
indudables testigos glaciomorfológicos en la vertiente norte, situados en los nive-
Fig. 3: Vista desde los Cuetos del Trave hacia el Pico Albo (Macizo Central de los Picos de Europa). Sec
tor de transición entre la unidad de las Altas Torres y Jous (a la derecha) y la de Grandes Dorsos y Jous
Lluengos. Estos últimos están ca racter iza dos por la g e nerali zacip ~ de las huellas de abrasi ón glaciar en
los llambriales (parte inferior izquierda de la imagen).
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les más bajos de todo el sistema cantábrico y, por extensión, dd conjunto de la Pe
nínsula Ibérica. Es parte del macizo glaciado qu e se corresponde con las cabece
ras del Miera, en la vertiente cantábrica , y Trueba, en la vertiente mediterránea,
culminantes en Castro Valnera (1.718 m ), aunque sólo son las montañas de la ca
becera del río Asón las que ofrecen una morfología característica de este tipo gla
ciokárstico. Ello se debe a que los cambios laterales de las facies urgonienses ha
cia el sureste hacen pasar de los materiales detríticos silíceos de Valnera y el valle
del Miera, al oeste, a los bancos calizos con intercalaciones silíceas del macizo del
Picón del Fraile y Bustalveinte, en la cuenca del Asón, y, más al este de ellos, a las
margas detríticas de Soba, drenadas por el río Gándara. La deformación del con
junto denota un buzamiento suave generalizado hacia el ESE, aunque localmen
te los buzamientos pueden ser más marcados en las proximidades de algunas frac
turas.
Como ya señalaron Rat (1959) y Mugnier (1969), previamente a la acción
glaciar existía un red hidrográfica subaérea que elaboró una serie de valles que
han sido fosilizados por la activiuad kárstica posterior. La profundización de las
gargantas y las variaciones en el nivel de base local favorecieron el desarrollo de
redes subterráneas alimentadas a partir de diversas formas de absorción kársticas
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Manuel Frochoso Sánch ez y Juan Carlos Castañán Álvarez
que interrumpieron esta red inicial. De esta manera, la topografía previa a la ins
talación de las masas glaciares fuera de los valles agargantados, era la de alinea
ciones de depresiones cerradas kársticas que, en el caso de las qu e partían del Pi
cón del Fra ile, Bustalveinte y la Ca nal, adoptaban una disposició n ortoclinal se
gún un rumbo NE.
La escasa altitud de! conjunto no parece que favoreci era una alimentación
importan te; si n embargo, la mo rfología derivada de la excavación glaciar y la pre
sencia de material morrénico atestiguan lo cont rario. Existen circos, orientados
hacia el norte, cuya culmi nación escasamente sobrepasa los 1400 m (Alto de la
Mina, 1.41 4 m; Cerro de las Piza rras , 1.472 m ), cota extremadam ente inusual en
la montai1a cantábrica. Pero fue ron los apa ratos orientados hacia el no reste los
que mej or elab oraron las fo rmas de excavación. Así, en altitudes sim ila res, al p ie
del Alto de la Colina (1 458 m) se prolonga un lecho glaciar de 2,5 km , con ru m
bo E hacia e! Asón, en el que se suceden hasta cuatro cubetas glaciokársticas es
calon adas. Po r su parte, la m ayo r co ntin uidad en las for mas glaciares de este ma
cizo se da a partir de las crestas que dominan Bustalveinte, entre el Picón del Frai
le (1637 m) y el Ce rro Las Pizarras (1472 m). Desde allí, un a serie de depresiones
cerradas se encuen tran arrumbadas hacia oriente remarcando, en las pa redes la
terales, la artesa glaciar. Esta última es nítida hasta el sector en que, a través de un
graderío, por su margen derecha confluye la artesa elaborada por su tributario, el
glaciar de Canal (o de Hojón). Desde este punto, comienzan a predominar las for
mas·de acumulación frente a las de excavación y pulido, especialmente en la cul
minación del fondo de saco de los Collados de Asón, aunque éstas se prolonguen
algo más siguiendo la actual garganta del Asón (Figra 5) .
Por su parte, la estructura en bancos de buzamiento suave hacia el ESE tam
bién tiene implicaciones morfológicas. Por un lado, da lugar a áreas CUlminantes
de leve inclinación estructural, más o menos karstificadas, que difieren enorme
mente, por su menor vigor, de las escarpadas torres, aristas y cabeceras de circos
de los Picos de Europa. Por otro, las cubetas glaciokársticas también tienen sus pe
culiaridades morfológicas derivadas de hechos estructurales; sobre todo en aque
llas elaboradas por los glaciares mejor desa rrollados en e! macizo calcáreo, Bus
talveinte y su tributario el de la Canal. Sus dimensio nes son algo más reducidas
que las de los jous de los Picos de Europa, especialmente la profundidad que al
canzan, ya que pocas de ellas sobrepasan los 40 m desde los umbrales que las cie
rran aguas abajo, llegando algunas a tener hasta un kilómetro de desarrollo lon
gitudinal. El perfil transversal que presentan se resuelve en unas vertientes inter-
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Fig . 5: Esquema Geomorfológico del Alto Asón. 1. Curvas de nivel cada 100 m. Formas estructurales y
kársticas: 2. Escarpes en los frentes de capa; 3. Dorsos de las capas; 4. Depresi ones kársticas; 5. Sumi
dero; 6. surgencia. Formas y depósitos glaciares: 7. Circo glaciar; 8. Umbral; 9 . Pared de valle glaciar;
10. Cubeta glacio-kárstica; 11 y 12. Difluencias; 13. Cordón morrénico; 14. Acumu lación morrénica.
nas en graderío y en unos fondos muy planos, reflejo directo de la disposición es
tructural en bancos de escaso buzamiento.
También hay ciertos rasgos de convergencia entre los Picos de Europa y el
macizo calcáreo del Asón en cuanto a que, una vez que las lenguas de hielo reali
zaron buena parte del recorrido a través de los valles que constituyen las alinea
ciones de depresiones cerradas, caían hacia un fondo de saco con el que se inician
pequeñas artesas. Esto ocurría en la canal de Amuesa (Picos de Europa) yen la
garganta del Asón, donde el glaciar de Bustalveinte, sobrealimentado por su tri
butario el glaciar de la Canal, se precipitaba en cascada, depositando en los colla
dos de su cabecera un complejo morrénico con marcada forma de arco, resaltan-
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Manuel Frochoso Sánchez y Juan Carlos Castañón Álvarez
do así la forma de anfiteatro. Pero, a pesar de esto, no puede decirse que la cabe
cera del Asón sea una típica artesa glaciar, a diferencia de la Canal de Amuesa en
los Picos de Europa, ya que los siguientes restos morrénicos se encuentran a po
ca distancia, :-epresentados por una morrena lateral alojada en la vertiente de la
margen derecha (450 m), que permite deducir un frente situado a unas altitudes
excepcionalmente bajas (340 m) ya unos 9 km de la cabecera.
A este tipo, representado por los macizos de Peña Prieta y San Isidro, co
rresponde un desarrollo significativo de las formas glaciares, gracias a un dispo
sitivo morfoestructural de crestas que superan los 2.000 m y amplios surcos or
toclinales situados en torno a los 1.600, dispositivo que, sin alcanzar la idoneidad
de los conjuntos glaciokársticos, también favorecía la acumulación de nieve y hie
lo, y el desbordamiento de éste tanto en dirección a la vertiente cantábrica como
hacia la del Duero. No obstante, se extienden en mayor medida las artesas desa
rrolladas hacia el sur, como consecuencia de los valles de suave inclinación exis
tentes aguas abajo de aquellos surcos preglaciares en las cabeceras de la red de!
Duero.
Gracias a estas y a otras condiciones especialmente favorables, se observa en
tales conjuntos una herencia glaciomorfológica de caracteres alpinos. En las cres
tas, es significativo el recorte de las aristas por circos de orientación variada, don
de aparecen auténticos horns, aunque sólo en las cumbres más elevadas, especial
mente en Peña Prieta. Aguas abajo de las aristas, los circos y artesas afluentes pre
sentan frecuentemente un perfil longitudinal caracterizado por una sucesión de
cubetas escalonadas. Por su parte, las artesas colectoras que drenan hacia el Due
ro tienen perfiles longitudinales continuos y tendidos de origen abrasivo, aunque
ocasionalmente desarrollen cubetas de sobreexcavación que pueden estar ocupa
das por lagos (lago lsoba, en San Isidro).
En general, los restos morrénicos jalonan los valles en un estado de conser
vación relativamente bueno, desde los frentes máximos hasta las cabeceras, don
de abundan los glaciares rocosos, especialmente en los circos orientados al norte
bajo cres tas si líceas, y las morrenas de nevero.
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das lomas morrénicas; por debajo, un tramo más encajado en las cuarcitas de la
formación Murcia finaliza con el estrechamiento del perfil del valle, acompañado
de restos morrénicos difusos. Y por último, también es independiente de los an
teriores sectores el que se inicia en los circos abiertos al este del Pico Murcia y que
enlaza con el surco ortodinal de Mazobres, inmediatamente al norte del Espigüe
te. En el imponente muro calcáreo que del lado septentrional forman las calizas
c~rboníferas de esta última elevación, un conjunto de encajados circos da paso a
un sistema de pequeñas artesas sobreexcavadas en cubetas glaciokársticas y puli
das en su fondo por la acción de los hielos. Tras su apertura al surco ortodinal, en
éste y en el valle principal al que desemboca ya sólo se detecta una indiferenciada
labor de desgaste glaciar, que ha modelado una dara artesa. El límite inferior de
este conjunto morfológico glaciar se encuentra notablemente más bajo que en los
dos sectores antes descritos, a 1.250 m, señalado por un cierre morrénico que ya
fue citado por Nussbaum y Gigax (1953) (Figura 7).
Fn el alto Esla, las crestas de pudingas carboníferas que enmarcan los sur
cos ortoclinales de Naranco, Lechada y Valponguero muestran en gran parte de su
desarrollo hacia el oeste una umbría regularmente esculpida e!1 circos. Pero con
Fig . 7 Peña Prieta desde los Pu ertos de Riofrío . Circos glaciares con umbrales de confluencia en la unión
con la artesa glaciar de Riofrío, cuyo fondo está salpicado de depósitos morrénicos.
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2.2.2. Las montañas de San Isidro-Tarna forman parte del reborde suro
riental de la Cuenca Carbonífera Central. Dicho reborde está compuesto por tres
importantes franjas cabalgantes, en las que se suceden repetidamente las cuarci
tas, calizas y pizarras paleozoicas: son las escamas de Laviana y de Rioseco y el
Manto de Tarna, replegadas transversalmente de tal manera que han llegado a di
bujar amplios pliegues de rumbo W-E. En el núcleo pizarroso de uno de ellos, el
anticlinal de San Isidro, ha sido labrado el surco ortoclinal del puerto homónimo,
en torno al cual se organizan las crestas calcáreo-cuarcíticas que constituyen las
principales elevaciones. Surcos y crestas han sido recortadas transversalmente en
los bordes septentrional y meridional por los ríos cantábricos y los afluentes del
Duero, respectivamente.
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Es en las umbrías de las crestas que limitan por el norte)' el sur el amplio
surco ortoclinal de San Isidro, )' especialmente en la segunda, donde los recuen
cos nivales y glaciares aparecen con mayor frecuencia, yuxtaponiéndose regular
mente y presentando un modelado de excavación y acumulación asociado a las
cabeceras. Por lo general, éstas se disponen anaclinalmente sobre los flancos cuar
cÍticos y son de carácter elemental, aunque bajo las principales cumbres se forman
circos compuestos por coalescencia de varios menores: es el caso de los de Riopi
nos y del Alba, bajo la cumbre del Nogales; de los de Cebolledo y Respina, en tor
no al Pico Agujas; y el del circo de Contorgán, al pie del Pico Torres. En todos
ellos, simples o compuestos, aparecen ocasionalmente cubetas de sobreexcava
ción, ocupadas casi siempre por lagunas (Respina, Ubales, Ausente), si bien es más
frecuente la presencia de ligeros rellanos en gradería. Pero en casi todos los casos
tales fondos aparecen rellenos por depósitos de bloques que pueden adquirir dos
formas: unas veces, la de un simple arco de morrena de nevero, que puede apare
cer escalonado con otros o, por coalescencia con arcos adyacentes, dar lugar a pe
queñas guirnaldas; en otras ocasiones, una más compleja y caótica, la de glaciar
rocoso.
En las solanas de las crestas, si bien pueden observarse algunos pequeños re
cuencos, que presentan las características típicas de los nichos de riivación, inclu
ye:ldo a su pie pequeños arcos de morrenas de nevero, es significativo que bajo las
principales cumbres aparezcan formas que indican una moderada actividad gla
ciar (circos sr del Nogales y del Remelende, circo S de la Peña del Viento, circo W
de Peña Agujas). Esto da lugar a un recorte de las crestas e incluso a la formación
de incipientes horns (cuernas) sob:c las cuarcitas paleozoicas, en cuyo contacto
con ~as calizas o con las pizarras suelen estar labrados los fondos de los recuencos.
En las umbrías, aguas abajo de los circos, las márgenes descienden de nivel
y limitan valles y vallejos más o menos abiertos, en muchas ocasiones incluso des
dibujados (sector central del cordal del Ajo), cuyo tendido perfil longitudinal ape
nas aparece roto por algunas pequeñas cubetas y rellanos, y que presentan un per
fil transversal en artesa. Su fondo y las márgenes, modelados casi siempre sobre las
pizarras carboníferas, aparecen surcados por abarrancamientos y salpicados por
bloques erráticos de naturaleza cuarcítica y calcárea, cuando no recubiertos por
acúmulos morrénicos en manto o en arista. Algunos de estos valles afluentes que
dan colgados sobre los principales y separados de ellos por cierres morrénicos que
marcan el límite del modelado glaciar (a 1.200 m en el valle del Alba, sobre el río
San Isidro, p.ej.), pero la mayor parte de los labrados en la cresta meridional COI1
fluyen con artesas colectoras, en cuyo fondo tienen continuidad las huellas de los
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Cordillera Cantábrica
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El relieve glaciar de la Cordillera Cantábrica
Manuel Frochoso Sánchez y Juan Carlos Castañón Álvarez
y cuyo núdeo ha quedado colgado por encima de los surcos ortodinales periféri
cos. Es en este sector colgado donde se encuentran una serie de plataformas que,
accidentadas por cuetos calcáreos y depresiones cerradas, descienden progresiva
mente de altitud hacia el noroeste.
La gran extensión caliza de Las Duernas queda envuelta al sur por el amplio
reborde marginal de la alineación de Peña Orniz, que subraya el cierre perisincli
nal, y muestra en su fondo una peculiar morfología de arrasamiento de las dis
continuidades estructurales menores por la abrasión glaciar. En tal contexto mor
fológico, las cubetas de sobreexcavación desempeñan un papel secundario y se
disponen de modo caótico, aunque éstas sí estén casi siempre modeladas sobre el
cruce de las juntas de estratificación con líneas de fractura transversales. En el
conjunto de la plataforma de Camayor, por el contrario, las huellas de abrasión
muestran una distribución más irregular y un menor peso. Así, en su extremo SE
abundan las superficies desgaStadas y las cubetas de sobreexcavación al pie de los
circos modelados en el resalte de los Picos Albos, estando acompañadas estas for
mas por manchones morrénicos, que localmente adoptan la disposición en cor
dón. Pero el modelado glaciar va desapareciendo en dirección al Noroeste, para
lelamente al descenso de altitud de la plataforma, hasta que ésta sólo muestra hue
llas de naturaleza nivokárstica. El predominio de las formas de escorrentía glaciar
difusa en las plataformas culminantes acaba bruscamente hacia el noroeste y el
noreste, direcciones en las que, coincidiendo con sendas fl exiones, una serie de
importantes escalones dan paso a las cubetas de sobreexcavación en cuyo seno se
alojan respectivamente el lago del Valle y el conjunto formado por los de Calaba
zosa, Cerveriz y La Cueva, iniciándose a partir de aquí sendos valles en artesa de
disposición ortodinal, los de Lago y Saliencia. Además, todo el cierre peridinal ca
lizo que bordea por el sur la alta plataforma de Las Duernas ofrece una larga so
lana regularmente mordida por circos glaciares anaclinales, abiertos pero bien di
bujados en su mayoría y con fondos de sobreeXcavación salpicados de morrenas
de nevero (Figura 8).
Todo este conjunto de plataformas y valles marginales definitorios del con
junto de Saliencia, aparece rodeado por los conjuntos glaciares alojados en las
crestas y surcos que bordean este conjunto, partícipes también de la gran estruc
tura sindinoria. Así, en las umbrías de los crestones que dominan aquellos valles
aparecen circos glaciares limpiamente dibujados, con fondos sobreexcavados, in
cluso dispuestos en gradería, abundantes muestras de abrasión en los umbrales y
cierres morrénicos que, pese a su reducido tamafío, poseen una gran nitidez. Una
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LAS HUELLAS GLACIARES DE LAS MONTAÑAS ESPAÑOLAS
Cordillera Cantábrica
Fig. 8: Esquema geomorfológico del macizo de Saliencia (véase leyenda de la fig . 10).
mención especial merecen los valles drenados hacia Babia y excavados sobre el
sector más marginal del Sinclinal de Saliencia: éstos presentan un sector superior
más o menos adaptado de modo ortoclinal a la estructura y en el que , si las cres
tas superan los 2.000 m, aparecen bien representadas las formas glaciares. Predo
minan concretamente las formas de excavación asociadas a la acumulación de
hielo (circos con fondos sobreexcavados, fundamentalmente), dispuestas por lo
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El relieve glaciar de la Cordillera Cantábrica
Manuel Frochoso Sánchez y Juan Carlos Castañán Álvorez
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LAS HUELLAS GLACIARES DE LAS MONTAÑAS ESPAÑOLAS
Cordillera Cantábrica
No obstante, existe una diferencia entre ambas plataformas, puesto que los
rebordes que cierran por el sur los respectivos conjuntos de absorción tienen una
naturaleza litológica distinta: mientras que en Valdeteja se trata de una alineación
silícea, en Polvoredo es un crestón calizo el que se levanta sobre el conjunto de de
presiones cerradas. Pero a pesar de ello, sobre el roquedo de las vertientes septen
trionales han sido modelados circos glaciares de características muy similares,
bastante abiertos y de fondos escasamente sobreexcavados. Dichas vertientes son
mucho más tendidas hacia las plataformas kársticas, por lo cual, y a causa tam
bién de la orientación más favorable, las formas glaciares están representadas de
este lado en ambas sierras, especialmente en la de Valdeteja. En ella aparecen cu
betas sobreexcavadas, afloramientos rocosos pulidos y aborregados y bloques
erráticos sobre los sectores más llanos, formas que se continúan hacia los claros
boquetes de perfil en U abiertos en los rebordes calizos septentrionales y orienta
les. En la caída de estos boquetes hacia las paredes que marcan el fin del aflora
miento calizo y dan paso a los impermeables materiales silíceos del surco de Val
deteja, se hallan sendos nichos cuyo origen primitivo es muy verosímilmente
kárstico, pero que también muestran las señales características del paso del hielo,
enlazando con los conjuntos morrénicos del surco de Valdeteja que más adelante
comentaremos. En el sector culminante de la sierra de Polvoredo, sin embargo, las
formas glaciares son más escasas, pese a la ligeramente superior altitud de su cul
minación, ya que, aparte de los propios circos, de carácter muy incipiente, sólo
aparece la acumulación de bloques que ha formado un glaciar rocoso al pie de la
cumbre principal. No obstante, a su pie, y tras un marcado codo hacia el este,
también aparece un estrecho paso en las calizas con forma en artesa.
En las vertientes de umbría, principalmente en la de la Sierra de Valdeteja,
los sedimentos glaciares constituyen aristas muy próximas entre sí en varios de los
vallejos, formando hasta tres cierres distintos, el más bajo de los cuales alcanza los
1.400 m de altitud. Especial mención merece el valle más oriental, que desembo
ca en el pueblo de Valdeteja y que tiene su cabecera en la cumbre principal dd
macizo. Desde ésta hasta las cercanías del citado núcleo se extiende en dirección
noreste el principal conjunto de formas glaciares, que comunican con el sector
culminante a través de un corto valle en artesa modelado sobre la barrera calcá
rea nororiental, a cuya salida comienzan a aparecer los principales conjuntos mo
rrénicos, especialmente desarrollados a unos 1.480 y 1.280 m de altitud. Por el
contrario, en la vertiente septentrional de la sierra de Polvoredo, apenas si se en
cuentran algunas formas de nivación y delgados recubrimientos periglaciares.
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El relieve glaciar de la Cordillera Cantábrica
Manuel Frochoso Sánchez y Juan Carlos Castañón Álvarez
2.4.1. El relieve del maciw del Cornón se organiza alrededor del sinclinal
NW-SE de Vega de los Viejos, especialmente en torno a su cierre periclinal sep~
tentrional, y está articulado por crestas areniscoso-cuarcíticas separadas por sur
cos pizarrosos ortoclinales en cuyo interior destacan, hacia el SE, las cresterías in
ternas de calizas devónicas. Marginalmente, las dos crestas silíceas principales, a
partir de las cercanías de ViIlar de Vildas, dan paso, hacia el noroeste (Rabo de As
no, 1.894 m) y el suroeste (Chao de los Bueyes, 1.932 m), a dos apéndices monta
ñosos modelados sobre las areniscas cámbricas y las pizarras precámbricas aflo
rantes en la margen occidental del sinclinal.
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El relieve glaciar de la Cordillera Cantábrica
Manuel Frochoso Sánchez y Juan Carlos Castañón Álvarez
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Cordillera Cantábrica
Fi g. 9: Valle glacia r de Riolago (sierra de Villa ban dín): umbrales de conflu encia entre los valles gl aciares
afluentes por la margen derecha y el va lle principal.
el límite inferior del lecho glaciar a unos 1.350 m, aunque el valle no alcanza la
complejidad del de Riolago. Pero en los demás valles, el conjunto morfológico
glaciar está peor delimitado, y sólo aproximadamente definido por los
estrechamientos de los perfiles transversales a unos 1.300-1.400 m de altitud. De
hecho en el valle de Villasecino, sobre el umbral coincidente con tal estrecha
miento, aparecen algunos depósitos confusos y de difícil identificación. No obs
tante, no cabe descartar que los depósitos situados en las inmediaciones de Pie
drafita de Babia, interpretados por algunos autores como morrenas (Hoja 101, Vi
llablino, del mapa geológico nacional 1:50.000) y por otros como depósitos flu
vioglaciares (Vidal Box, 1957), tengan que ver con el límite inferior de los con
juntos glaciares más occidentales. En cualquier caso, tal límite quedaría por enci
ma de los 1.100 m.
Desde el valle de Riolago (Figura 10) hacia el oeste, las vertientes septen
trionales mordidas por los recuencos glaciares, contrastan con las tendidas y re
gulares culminaciones de las solanas. Sólo al este de Riolago presentan estas ver
tientes meridionales alguna huella glaciar: pese a la característica forma del perfil
transversal de todos los valles (Abelgas, La Güeriza, Salce), constituido por un
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El relieve glaciar de la Cordillera Cantábrica
Manuel Frochosa Sánchez y Juan Carlos Castañón Álvarez
LEYENDA
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Fig . 10: Esquema geomorfológico del valle de Riolago (Sierra de Vill abandín) Leyenda Formas glacia
res: 1. Pared de circo; 2. Pared de artesa; 3. Cubetas de sobreexcavación; 4. Umbral rocoso (en barra o
en escalón); 5. Huellas de abrasión; 6. Rocas aborregadas; 7. Acumulación morrénica; 8. Loma en acu
mu lación morrénica; 9. Cordón morrénico. Formas nivales y nivoglaciares.· 10. Nicho de nivación o ci rco
incipiente; 11 . Morrena de nevero ; 12 . Glaciar rocoso. Formas de otro origen: 13. Derrub ios de ladera;
14. Vertiente regularizada por acumulación; 15. Nicho de deslizamiento; 16. Movimientos en masa; 17 .
Vertiente regularizada por erosión (en calizas); 18. Porrones cuarcít icos; 19. Dol inas; 20. Pozos cá rsticos;
21 . Incisión fluviotorrencia l amplia en rocas resistentes; 22. Idem en rocas deleznables; 23. Incisiones
menores; 24. Huell as de arroyada difusa; 25 . Cono de deyección; 26. Depósitos aluvia les y borde de
terraza .
fondo plano y márgenes bastante abruptas, la acción glaciar sólo ha dejado hue
llas claras en torno a las cabeceras. En el valle de Salce es donde estas huellas re
flejan una acción glaciar de mayor envergadura; concretamente, en la margen de
recha, sobre la que se suceden hacia el este una serie de circos y nichos glaciares
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Cordillera Cantábrica
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El relieve glaciar de la Cordillera Cantábrica
Manuel Frochasa Sánchez y Juan Carlos Castañán Álvarez
tacan los pequeños pero bien definidos cierres que se sitúan a unos 1.600 m de al
titud al pie de los foyos de Colines, Cuevapalacios y Llongo. En la propia depre
sión de Agüeria ocupan una menor extensión los depósitos de origen glaciar, apa
reciendo fundamentalmente al este del collado de Lingleo, más concretamente en
las embocaduras de las faces Grande y Pequeña, donde forman voluminosos de
pósitos, especialmente claros en la citada en último lugar. Estos se sitúan muy cer
canos a la desembocadura de los valles calcáreos de Cheturbio y Siegalavá, pero
entre los valles más occidentales y los depósitos situados sobre la embocadura de
la Foz Grande media una considerable distancia, a lo largo de la cual sólo algunos
bloques y cantos calizos, aislados o formando parte de estrechos cordones poco
definidos, testimonian el paso de las corrientes de hielo. No obstante, éste queda
reflejado en la clara morfología de la artesa que ocupa este sector, cuyas márgenes
aparecen jalonadas de modo local por restos morrénicos aterrazados, fundamen
talmente en la vertiente m eridional de Peña Rueda . Pese a abrirse bajo la princi
pal cumbre del macizo, las formas de origen glaciar presentan en e! valle de Tui
za una distribución bastante selectiva, predominando en la cabecera y en la um
bría de Peña Cerreos, pero escaseando sin embargo en la vertiente suroriental de
la alineación secundaria El Siete-Tapinón. En esta última, las huellas dejadas por
los hielos sólo aparecen en los recuencos orientados al este, de regular perfil lon
gitudinal que apenas queda interrumpido por algunos depósitos morrénicos ais
lados, que inician pequei10s cierres. Sólo en la cabecera de! valle entre Peña Ubi
ña y los Portillines y en la umbría de Peña Cerreos, alcanzan gran importancia las
huellas de origen glaciar, pero éstas muestran distintos caracteres en uno y otro
sector. Así, mientras en el primero aparecen una serie de circos m enores, conti
nuados aguas abajo por pequeños valles con fondos localmente sobreexcavados y
salpicados de restos morrénicos, bajo Peña Cerreos la morfología glaciar presen
ta ciertas peculiaridades. Entre ellas destaca e! hecho de que no hay circos claros,
sino tres pequei1as plataformas escalonadas, en cuyo borde septentrional se abren
valles de reducidas dimensiones pero claro perfil en artesa, jalonados de restos
morrénicos y con muestras de abrasión en algunos sectores. Hacia e! sur no apa
recen valles, pero parte de los bordes acusa también los efectos de la abrasión,
apareciendo localmente un pequeño cordón detrítico que parece indicar una
completa ocupación por el hielo de las plataformas, y especialmente de la inter
media.
En la vertiente occidental los depósitos glaciares heredados son por e! con
trario muy escasos, y presentan además en su mayor parte un carácter mixto, ni-
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Cordillera Cantábrica
2.4.4. El relieve de agudas <'.ristas que compartimenta los circos y valles la
brados sobre los afloramientos calcáreos del Mampodre acusa de un modo claro
la impronta de los hielos pleistocenos, presentando ciertas similitudes con el mo
desto conjunto glaciokárstico del Macizo de Ubiña. La mayor diferencia estriba en
que las depresiones cataclinales, que también aquí se inscriben con orientación
NE sobre un haz de escamas NW-SE, no adquieren tanto desarrollo debido a la
mayor inclinación de las capas calizas. Además, hay que añadir la existencia de
sendos valles ortoclinales en los extremos noroccidental y suroriental, donde las
capas calizas se incurvan violentamente hacia el suroeste, permitiendo la apertu
ra de surcos NE-SW.
Los valles de la vertiente nororiental se presentan como artesas con un fon
do casi ininterrumpidamente inclinado hacia el valle de Maraña, y con impor
tantes sectores convertidos en llambriales, principalmente en algunos de dichos
valles, como en la artesa del Canalizo. Pero gran parte de esas superficies calizas
lamidas y localmente aborregadas por el hielo aparecen recubiertas por volumi
nosos depósitos de ladera. En los circos de las cabeceras, el pie de estos derrubios
da paso localmente a pequeños glaciares rocosos. Son asimilables a estos valles sep
tentrionales calcáreos los dos marginales de Valverde y Acebedo que, aunque só
lo estén labrados parcialmente sobre el sustrato calizo carbonífero, tienen un
rumbo similar y características muy parecidas, salvo en lo referente a la presencia
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El relieve glaciar de la Cordillera Cantábrica
Manuel Frochoso Sánchez y Juan Carlos Castañán Álvarez
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LAS HUELLAS GLACIARES DE LAS MONTAÑAS ESPAÑOLAS
Cordillera Cantábrica
bres principal, la cual alcanza su máxima altitud en el Pico (;ildar (2.078 m ), des
de donde las cotas descienden progresivamente hacia los extremos.
Dos de aquellos valles, ambos orientados al N, los del Cable y de Lalambres,
constituyen los principales conjuntos de morfología glaciar, seguramente gracias
a la topografía tendida de los perfiles transversal y longitudInal de sus amplios cir
cos y al hecho de encontrarse bajo las principales cumbres de la sierra. Sus secto
res más elevados acusan un marcado predominio de las formas de abrasión, que
en el Cable ocupan una amplia superficie rocosa en la que las cubetas y rellanos
de sobreexcavación son de pequeilo tamaño y se distribuyen de modo desorde
nado, aunque coincidiendo con entrecruzamientos de fracturas . Tanta o mayor
presencia que las formas de abrasión tienen en estos sectores más elevados las mo
rrenas de nevero o los glaciares rocosos. Todos sus frentes se encuentran en torno
a los l.600-l.700 m, estando compuestos por grandes bloques cuarcíticos arran
cados a las cortas paredes culminantes. Los depósitos morrénicos propiamente
dichos están sin embargo prácticamente limitados a la desembocadura del valle
del Cable en la cuenca de Valdeón, y se corresponden aguas arriba con un tramo
de valle en artesa de unos 2 km., alcanzando un gran volumen en la margen iz
quierda, donde una aguda arista detrítica desciende desde los 1.350 m hasta casi
los 1.000 m de altitud, pero estando sin embargo casi completamente ausentes de
la margen derecha. Al oeste del valle del Cable, no sólo no se vuelven a repetir de
pósitos morrénicos como aquéllos, sino que las propias formas de excavación,
aun sin perder nitidez y frescura, se ven circunscritas a espacios mucho más re
ducidos, de forma directamente proporcional al descenso de las cumbres que for
man las cabeceras de los valles respectivos. Así, en los de Frañana y La Iglesia, di
chos sectores superiores forman circos sobreexcavados y de clara orientación pre
ferente al primer cuadrante, cuyas paredes son prolongadas aguas abajo por las de
sendas artesas estrechas y de corto desarrollo, ya que mueren a más de 1.400 m de
altitud, sin superar el kilómetro de recorrido.
Esa misma degradación de las formas desde la cumbre principal hacia los
extremos se repite en la vertiente meridional, aunque en este caso afecta a las for
mas de carácter nival o nivo-glaciar, que sólo están representadas por nichos bien
dibujados al este del Pico Cebolleda, coincidiendo con el aumento de importan
cia que en esta misma dirección experimentan las formas glaciares sobre la ver
tiente septentrional.
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Manuel Frochoso Sánchez y Juan Carlos Castañón Álvarez
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Cordillera Cantábrica
del sinclinal, en torno a los 1.700 m, desde donde una estrecha artesa sigue níti
damente el eje fracturado del sinclinal en direcció n ESE. El conjunto de formas
glaciares presenta de este modo un desarrollo longitudinal próximo a lus 6 kiló
metros.
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Manuel Frochoso Sónchez y Juan Carlos Costañón Álvarez
- -~,
Fig. 11: Esquema geomorfológico del conjunto de Valgra nde (véase leyenda de la fig. 10).
Por el contrario, los valles que drenan hacia el Duero constituyen en su ca
becera surcos o rtoclinales m ás favorables para el desarrollo glaciar, que se pro
longa incluso en algunas artesas N-S transversales a la estructura. Entre esos sur
cos ortoclinales, el valle del Brañillín , el más septentrional de todos ellos, nace en
un conjunto de circos o rientados al E, NE y N, Yqueda enmarcado a poca distan
cia por una clara lom a morrénica adher ida al crestón cuarcítico-areniscoso que
co nstituye el Alto de la Cerre, que exagera considerablemente el volumen de la
morrena pro piamente dicha. En los valles que se sitúan hacia el sur del Brañillín,
las acumulaciones de origen glaciar son aún m enos importantes, limitándose a los
circos de las cabeceras, dond e aparecen algunos arcos y pequeñas guirnaldas fo r
mados po r morrenas de nevero, que se deben correspo nder co n las interp retadas
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LAS HUELLAS GLACIARES DE LAS MONTAÑAS ESPAÑOLAS
Cordillera Cantábrica
por Nussbaum y Gigax (1953) como morrenas de retroceso. En los valles que de
sembocan más al sur en el Bernesga, no aparecen circos glaciares propiamente di
chos; sólo nichos de bordes muy difuminados. Así pues, entra dentro de la lógica
el que no hayamos podido encontrar en las inmediaciones de Busdongo los su
puestos restos morrénicos que Nussbaum y Gigax ( 1953) mencionan, haciendo
referencia a Sticke! (1929).
Es la bien definida crestería caliza que forma la pared meridional del con
junto de Valgrande la que, rozando los 2.000 m, incluye las formas glaciares más
llamativas, aunque, tanto en lo que se refiere a su importancia como en lo tocan
te a su tipología, dichas formas sean poco constantes. Así, mientras que sobre Pe
í1a Lasa (1.793 m ), en el extremo oriental, las huellas glaciares están completa
mente ausentes, y bajo las cumbres más elevadas del extremo occidental (PeI'la de
La Silla, 2.084 m) no llegan a dibujarse claramente, al norte de! cuchillar calizo de
Las Tres Marías (1.971 m) constituyen un conjunto morfológico que, aunque de
escasa extensión, se dibuja con una gran nitidez, principalmente en la cabecera del
Casares. En este sector, las formas aparecen sobre e! surco ortoclinal interno, dis
poniéndose de forma bastante disimétrica a ambos lados del collado de Carrió, de
tal modo que se contraponen las formas nivoglaciares del lado occidental (dos co
ladas rocosas bajo sendos nichos), al valle glaciar del sector que mira al este, jalo
nado de depósitos morrénicos y formas de abrasión. Todas estas formas se ex
tienden desde el nítido circo de la cabecera hasta el cierre morrénico de Casares
de Arbás (1.280 m), conectado con el conjunto superior por un boquete labrado
a favor de una fractura transversal en las calizas devónicas (Figura 12).
De disposición paralela al anterior, el valle de Viadangos sigue a la perfec
ción y de modo ortoclinal las pizarras del paleozoico inferior, enmarcado a iz
quierda y derecha por sendos crestones que forman respectivamente las areniscas
cámbricas y las cuarcitas ordovícicas. Pero este valle muestra sin embargo una
morfología más confusa que el de Casares: ni las cabeceras constituyen circos ní
tidos ni aparecen derrubios morrénicos claros; sólo algunos pequeí10s rellanos en
la vertiente de umbría, constituida por mantos de bloques y cantos cuarcíticos, in
sinúan algunos arcos morrénicos. No obstante, tanto en el sector superior como
aguas abajo, donde del tramo ortoclinal se pasa a otro que taja el crestón cuarcí
tico, la depresión presenta un perfil en U bastante cerrada. Lo anterior no supo
ne que el relieve del valle no plantee problemas de interpretación, sobre todo te
niendo en cuenta que sobre Viadangos de Arbás se conserva una loma detrítica
sobre la margen izquierda, al pie de los contrafuertes cuarcíticos de la Loma de los
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El relieve glaciar de la Cordillera Cantábrica
Manuel Frochoso Sánchez y Juan Carlos Castañón Álvarez
Fig. 12: Cordón morrénico de Casares de Arbás, baJo la crestería caliza de las Tres M arías, en el con
j unto de Va lgran de.
Celleros, desde donde desciende progresivamente hasta mori; a unos 1.300 m, pe
ro abriéndose en vez de cerrarse hacia esa parte inferior.
Co mo ya se ha dicho, y paradójicamente, sobre las cumbres más elevadas
del extremo occidental no aparecen huellas glaciares claras, ya que el circo orien
tal de Peña La Silla aparece engañosamente exagerado por el cierre perianticlinal
al que se adapta, y si bien es cierto que no faltan algunos rellanos en gradería so
bre el sector inferior de su respaldo, aguas abajo no existe un valle glaciar sino una
estrecha garganta (hoces de Caldas), ni tampoco aparecen testimoi1ios morréni
cos jalonando estas incipientes formas de erosión. Hacia el norte, sobre la ver
tiente septentrional de la Peña de La Silla, se mantiene la misma escasez de hue
llas glaciares, destacando únicamente algunas morrenas de nevero y un glaciar ro
coso alimentado por los bloques caídos desde el afloramiento de Calizas de Santa
Lucía que forman parte del escarpe superior.
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LAS HUELLAS GLACIARES DE LAS r~ONTAÑAS ESPAÑOLAS
Cordillera Cantábrica
ortoclinales que enlazan aguas abajo con artesas transversales a la estructura al
canzan un gran desarrollo, concretamente en los valles del Torío, al W, y del Cu
rueño, al E.
En el Torío, la disposición ortoclinal del surco de Piedrafita está más desdi
bujada en las inmediaciones de la div~soria, donde predominan las pizarras, pero
se hace más clara hacia el sur, especialmente en la cabecera del valle de Tablado,
formado por un recuenco efe abruptas paredes que es conocido con el expresivo
nombre de El Corralón y que se adapta perfectamente a las calizas carboníferas
que trazan el cierre perianticlinal de Piedrafita. En el Curueflo, sobre la umbría
del surco de Vegarada, un importante conjunto de circos anaclinales muy bien di
bujado se alarga de oeste a este bajo las peflas de Faro, compartimentado por cor
tos interfluvios en los que ocasionalmente aparecen las capas cortadas en ojivas
rocosas. Aguas abajo, la vertiente está formada por una serie de barras calizas cu
ya altura va disminuyendo progresivamente hacia el fondo del surco, alternando
con estrechas bandas pizarrosas sobreexcavadas, en las que no es fácil discernir
hasta dónde llega la importancia de la acción glaciar y hasta dónde la ejercida por
las corrientes de agua que se pierden en los sucesivos sumideros originados en las
barras calcáreas. Lo cierto es que en la actualidad estas formas constituyen doli
nas y pequeflos poljés, de los que los principales se encuentran en el sector más
elevado, constituyendo el fondo sobreexcavado de los circos.
Los fondos de los circos alojados en las umbrías de los surcos casi siempre
dan paso al tendido perfil longitudinal de los valles sin solución de continuidad,
aunque ocasionalmente median entre unos y otros algunos rellanos y pequeflas
cubetas separados por umbrales escalonados. En tales graderías puede encon
trarse algún pequeflo arco de morrena de nevero, apareciendo también formas si
milares al pie de algunas paredes calcáreas orientadas al N, donde represan los de
rrubios de ladera que orlan gran parte del pie de dichas paredes, pero en general
los depósitos glaciares o nivoglaciares apenas tienen importancia. En el Torío los
valles de la cabecera se incurvan bruscamente al abrirse al principal, orientado al
sur y que taja por tanto las estructuras plegadas de modo perpendicular. Por el
contrario, en el valle del Curueflo, tras el nítido surco ortoclinal de Vegarada, se
pasa al tramo medio progresivamente, debido a la inflexión de las capas calizas en
un incompleto cierre periclinal oriental, incurvándose el valle y adquiriendo un
rumbo hacia el sur. Pero aparte de estas peculiaridades, muchos de los rasgos
morfológicos de estos dos valles son comunes. A partir del paso de una cabecera
W-E a los valies principales dirigidos hacia el sur, la dependencia estmctural y la
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Manuel Frochoso Sánchez y Juan Carlos Castañón Álvarez
propia nitidez de las formas se pierde en gran medida, pasando a predominar las
formas resultantes del encajamiento de la red fluvial en los deleznables materia
les pizarrosos, aunque ello no obsta ?ara que en el valle principal sigan siendo fre
cuentes los testimonios de la acción glaciar. El del Curuei'io adopta un claro per
fi l en U, y el del Torío es también el de una estrecha artesa que no se adelgaza al
alcanzar las ocasionales barreras calizas que le salen transversalmente al paso.
Ta nto éstas como los aflo ramientos rocosos existentes aguas abajo de Vegarada
aparecen bastante arrasadas y pulidas po r el paso del hielo glaci ar. Los principa
les de estos conjuntos modelados por la abrasión glaciar se encuentran entre los
1.400 y los 1.500 m de altitud, ocupando siempre zonas cercanas al fondo de va
lle (p. ej., a 2 km ap roximadamente aguas arriba de Redipuertas, en el C uruei'io, y
junto a la casa del Puerto de Piedrafita, en el To río ).
Fren te a esta presencia de claras forma s glaciares en los valles principales,
dos grandes surcos o rtoclinales afluentes a ellos, los del Faro y el Riosol, apenas
muestran sin em bargo la hu ella del paso de los hielos, p ese a co n stitu ir sendos re
cuencos de gran amplitud, abiertos al este y rodeados por cumbres de altitudes
frecuentemente superiores a los 2.000 m. Aunque sus cabeceras adoptan una cla
ra disposición semicircular en planta y una ligera concavidad en la parte más ele
vada de su perfil en alzado, las pendientes hasta el estrecho fondo de los respecti
vos recuencos alcanzan con rapidez los 1.500-1.600 m de altitud, sin apenas re
llanos intermedios. En dichas pendientes predominan de forma clara los aba
rrancamientos modelados sobre la roca pizarrosa in situ, adoptando una caracte
rística disposición dendrítica sólo muy ocasionalmente rota por las intercalacio
nes areniscosas. Otras depresiones afluentes por la misma margen derecha y tam
bién ocasionalmente en la opuesta se repiten hacia el sur en a1mbos valles, no va
riando sustancialmente sus características con respecto a las principales, aunque
la altitud de las cumbres se va haciendo progresivamente menor y los contornos
de los circos y los nichos van difuminándose también cada vez más.
En los valles principales, también desaparecen las huellas glaciares inequí
vocas, aunque se mantiene en mayor o menor medida el perfil en artesa, que en
laza sin solución de continuidad con los valles de fondo plano que drenan hacia
el Duero. Sólo en el Curuei'io se conserva un depósito morrénico sobre Lugueros,
a unos 1.220 m. En el mismo valle del Torío, el cierre morrénico mejor conserva
do en ~odü el valle está situado más arriba, a unos 1.400 m, pero el modelado de
abrasión glaciar todavía está presente en las barras calizas transversales que se si
túan aguas abajo, por lo que los límites inferiores de este conjunto glaciar aún es
tán por precisar.
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LAS HUELLAS GLACIARES DE LAS MONTAÑAS ESPAÑOLAS
Cordillera Cantábrica
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El relieve glaciar de la Cordillera Cantábrica
Manuel Frochoso Sánchez y Juan Carlos Castañón Álvarez
ña Ten)' Peña Pileñes, donde constituyen pequeños valles glaciares que se estre
chan hasta dar paso sin solución de continuidad a las gargantas que atraviesan los
rebordes calizos meridionales de la gran cuenca de Beleño; y ,por otro lado, la del
Pozúa, en cuya vertiente septentrional un valle de fuerte pendiente longitudinal
presenta huellas glaciares más desdibujadas y sedimentos morrénicos bastante
desmantelados. Aparte d e éstos, sólo destacan sedimentos situados en torno a los
1.350-1.400 m, en el valle al W de Peña Pileñes y, a unos 1.150, flanqueando la es
trecha artesa del valle del Pedrero, al norte de la misma cumbre.
El mismo carácter tiene la herencia glaciar en los valles drenados al Duero,
donde quizá presenta una mayor claridad, pero una extensión de conjunto algo
inferior a la de la ver tiente cantábrica. En la parte superior, tanto las márgenes de
las cabeceras que miran al este como las orientadas a poniente muestran recuen
cos con trazas glaciares y nivoglaciares similares a las de la vertiente septentrional,
con fondo s sobreexcavados bajo las principales cumbres. Todos estos nichos se
abren directamente a los valles meridionales, salvo los existentes en la cara orien
tal de Peña Ten, que lo hacen sobre la pequeña plataform a que ocupa el fondo de
los puertos de la Fonfría, entre aquella elevación y el Pico La Mora: se trata de un
sector en el que la estructura aparece casi completamente arrasada, puesta sólo de
relieve por algunas depresiones glaciokársticas, de las que la principal es La Vego
dona, y que muestra huellas de abrasión glaciar, sobre todo en el escalón que
constituye su borde m eridional.
En el Pozúa, inmediatamente bajo la crestería cuarcítica que constituye la lí
nea de cumbres, se suceden varios circos bastante abiertos en planta pero con
fondos ligeramente sobrcexcavados en la mayor parte de los casos, quedando al
bergadas en los rellanos o cubetas correspondientes sendas morrenas de nevero,
que en algún caso se extienden hacia abajo para formar pequeños glaciares roco
sos. Por debajo del sector de los circos, se inician valles algo más desdibujados por
el fuerte acarcavamiento de las pizarras. Los interfluvios pizarrosos aparecen lo
calmente recubiertos por algunos bloques cuarcíticos o calizos, pero no llegan a
formar morrenas, salvo en el sector más septentrional, en el valle que desciende
del Pozúa, donde se encuentra el único conjunto de sedimentos glaciares sufi
cientemente significativo. El límite inferior de la morfología glaciar en este valle
es, no obstante, difícil de definir.
Pero a pesar de las huellas glaciares existentes en sus cabeceras, en los valles
meridionales propiamente dichos los rastros del paso de los hielos tienen un pa
pel morfológico casi siempre secundario, incluso en los valles de Carcedo, aguas
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LAS HUELLAS GLACIARES DE LAS MONTAÑAS ESPAÑOLAS
Cordillera Cantábrica
abajo de Pei'ia Ten, y de Mui'ie, al sur del Pozúa, donde del perfil en artesa y de los
ocasionales restos morrénicos (Mui'ie) puede deducirse un límite inferior de unos
1.300 m de altitud para la morfología glaciar, antes de la desembocadura de estas
depresiones en el valle del Esla.
1\ estas huellas labradas en torno a la divisoria de aguas principal, hay que
ai'iadir las que de un modo aún más esporádico pueden encontrarse en el cordal
de Ponga, una alineación montai'iosa totalmente integrada en la vertiente cantá
brica y formada por los crestones calcáreos que alternan con las pizarras carbo
níferas de la cuenca de Belei'io. Dichas huellas ocupan exclusivamente el pie de al
gunas paredes orientadas a umbría bajo las principales culminaciones (Maciédo
me: 1.899 m; Tiatordos: 1.950 m). En dichos enclaves, los depósitos forman sólo
pequei'ios arcos de morrenas de nevero, cuyo interior aparece relleno de grandes
bloques, que dan paso insensiblemente a los derrubios de ladera actuales. Sólo
aguas abajo del circo nororiental del Tiatordos, en torno a los 1.000 m de altitud,
aparece un conjunto de bloques desparramados sobre los interfluvios que flan
quean el curso del río y cuyo transporte glaciar es presumible pero difícil de com
probar.
En relación con la escasa importancia de los sedimentos morrénicos, las ca
beceras bajo las cuales aparecen éstos acusan sólo un modelado glaciar o nivogla
ciar incipiente, salvo en el caso del Tiatordos (1.951 m), donde la apariencia del
circo nororiental es espectacular y su fondo pizarroso, el más bajo de estas mon
tañas (1.250 m), aunque a ello no deben de ser ajenos los hechos estructurales;
más concretamente, el d e que tal recuenco se encuentre acogido al cierre perian
ticlinal que dibujan las calizas carboníferas en este sector.
2.6.3. La alineación del Coriscao, que forma parte del reborde meridional
de las cuencas pizarrosas de Valdeón y Liébana, se organiza en torno a un sincli
nal sólo traducido en el relieve a través de las delgadas intercalaciones calizas que
alternan con las pizarras. Tal predominio del roquedo pizarroso ha favorecido in
dudablemente la intensa disección protagonizada por los ríos cantábricos. Por el
contrario, en la vertiente meridional, la presencia de intercalaciones calizas y con
glomeráticas más espesas permite el desarrollo de crestas y surcos ortoclinales.
De forma acorde con las características del dispositivo morfoestructural, el
relieve de los sectores glaciados del conjunto del Coriscao presenta variaciones
importantes entre el simple retoque glaciar de las empinadas cuencas fluvioto
rrenciales que se abren en la verti ente ?'\ y la más completa morfología de la um
bría de Valllines, adaptada a la estructura.
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Manuel Frochoso Sánchez y Juan Carlos Costoñán Álvarez
Del lado norte del Coriscao, tanto el núcleo como el flanco septentrional del
sinclinal homónimo aparecen indistintamente mordidos por las empinadas ca
beceras fluviales que son drenadas hacia el Deva. No obstante, la intercalación ca
liza que bajo ia cumbre del (:oriscao dibuja el cierre perisindinal y arma todo su
flanco N, ha favorecido la aparición de un escalón que limita dos dominios mor
fológicos: por encima de él y hasta las cumbres, predominan las formas glaciares,
que aunque restringidas a este corto espacio, están bien representadas por los cir
cos con fondos pizarrosos sobreexcavados y umbrales de salida constituidos por
aquella barra caliza; por debajo, sin embargo, sólo puede distinguirse un modela
do de cauces fluviales progresivamente confluentes hacia el arroyo Canalejas,
afluente al Deva en las cercanías de Pido. Hacia el oeste, no obstante, se pierde es
ta diferenciación, trepando progresivamente la intercalación caliza hacia la línea
de cumbres y desapareciendo de este modo el freno estructural que más al este fa
vorecía la formación de cerrojos rocosos al pie de los circos. A causa de ello, los re
cuencos más occidentales dan paso insensiblemente aguas abajo a los cauces flu
viales modelados en las pizarras.
Por el contrario, la existencia de un surco ortoclinal entre las alineaciones de
Coriscao y Vallines ha determinado en la umbría de esta última la aparición de
una morfología glaciar que aunque poco extensa está cualitativamente más desa
rrollada que la antes descrita. ASÍ, los dos circos que se han encajado en el espal
dar calizo de la margen meridional dan paso aguas abajo al fondo del surco, mo
delado en artesa por los hielos hasta su desembocadura en el Yuso, en cuyas cer
canías, sobre la margen derecha del surco, se conserva un pequeño depósito mo
rrénico. Este marca aSÍ, a unos 1.400 m de altitud, el límite inferior del dominio
morfológico glaciar.
En la vertiente suroriental de Vallines, desde esta cumbre hasta la del Coris
cao, se suceden una serie de circos que, a diferencia de los existentes en la umbría,
guardan una desfavorable disposición anadinal con la estructura. Ello no impide
sin embargo, que en algunos recodos de la vertiente donde la disposición estruc
tural y paleodimática era más favorable (circo NE de Vallines), se generase un
completo aunque reducido modelado glaciar en cubetas, umbrales y llambriales
desgastados por la abrasión glaciar. En cualquier caso, todos los circos quedan
colgados por encima del indinado resalte conglomerático meridional, y sus bien
dibujados respaldos y flancos, erizados de torreones rocosos, dan paso en aquel
resalte a estrechos cauces torrenciales; sólo un pequeño cordón morrénico, que
llega hasta unos 1.700 m de altitud, testimonia al pie de Vallines una esporádica
invasión del pie de la pared por los glaciares albergados en aquellos circos.
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LAS HUELLAS GLACIARES DE LAS MONTAÑAS ESPAÑOLAS
Cordillera Cantábrica
2.6.4. En las respectivas umbrías de dos crestones silíceos que, con rumbo
NW-SE, forman la sierra de Riaño, se desarrollan una serie de circos que en oca
siones dan paso a cortos valles orientados al norte.
Las formas están mejor representadas en la alineación meridional, donde la
magnitud de las formas glaciares está claramente determinada por la altitud de las
cumbres dominantes, que aumentan hacia los extremos, culminando en el Pico
Redondo (2.012 m) yen el Pico Mura (1.970 m). Bajo ellos se encuentran los va
lles glaciares más nítidos, de fondos sobreexcavados, principalmente en el Pico
Mura, pero sin testimonios morrénicos claros, salvo algunas guirnaldas de neve
ro existentes en este último enclave. En los dos valles colectores se interrumpe la
continuidad de la morfología glaciar prácticamente desde el punto de confluen
cia con las cabeceras, pasando a predominar de forma clara el modelado fluvial.
En la alineación septentrional, los nichos existentes en la umbría tienen un
carácter aún más incipiente, y apenas retocan la parte superior de los embudos de
recepción fluviotorrenciales, a lo que sin duda no es ajena la escasa continuidad
que en esta elevación presentan las cumbres de altitud superior a los 1.900 m, ya
que la arista culminante desciende hacia el extremo oriental lo suficiente como
para que con condiciones topográficas muy similares desaparezcan casi comple
tamente las trazas de acción glaciar, o incluso nival, en las cabeceras.
La descrita morfología glaciar de las umbrías, allí donde existe, contrasta
con el modelado de la solana, sin apenas formas glaciares, pero en los sectores en
los que aquella morfología se desdibuja, como hacia el este de la alineación meri
dional, queda anulada la disimetría entre ambas vertientes, apareciendo la culmi
nación como una estrecha arista recortada por inclinados embudos fluviotorren
ciales que, al norte y al sur, muerden vigorosamente en las rocas silíceas.
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Manuel Frochoso Sánchez y Juan Carlos Castañón Álvorez
areniscas y pudingas triásicas. Las paredes de estos circos están labradas en los
planos de estratificación de estas mismas capas terminando en una sucesión de
pequeñas gradas escalonadas, que llegan hasta el fondo del circo remarcado por
un rellano más amplio o pequeñas cubetas que, por lo general, se encuentran col
matadas, aunque en particular alguna pueda estar aún ocupada por pequeños la
gos (Pozo de Peña Sagra) o por turberas. Los umbrales en barra, con contrapen
diente, suelen cerrar el fondo de los circos y, después de nuevos escalones que al
ternan gradas con un rellano más o menos amplio y dorsos de capas de mayor o
menor desnivel, el lecho adquiere una pendiente más regular y suele ir acompa
ñado en sus márgenes por morrenas laterales bien definidas, que en ningún caso
alcanzan el fondo de las depresiones que forman el piedemonte. Las morrenas
más bajas se encuentran a una altitud en torno a los 850 m y a algo más de 3 km
de las paredes del circo, en el caso del glaciar que descendía desde Peña Sagra.
3. Glaciación y deglaciación
l.as diferencias entre los conjuntos morfológicos que hemos descrito no só
lo reflejan la gran diversidad morfoestructural cantábrica, sino también las dife
rencias en el carácter y extensión de los glaciares instalados sobre los distintos ma
cizos montañosos. Hasta qué punto esas diferencias resultan de las condiciones
paleoclimáticas reinantes durante la glaciación y en qué medida responden a las
mayores o menores facilidades ofrecidas localmente por el relieve preglaciar, es
una cuestión problemática, en la que no hemos querido entrar más allá de lo que
parece razonable en función de lo que hasta ahora se conoce. Los más significati
vos entre los datos resultantes del análisis geomorfológico realizado aparecen re
sumidos en un cuadro que, combinado con los mapas que representan la super
ficie ocupada por el hielo durante la fase máxima, ofrece un panorama general de
la glaciación y deglaciación cuaternarias en las montañas cantábricas.
En un espacio de transición entre el clima oceánico y el continental como
el estudiado en este trabajo se ponen necesariamente de manifiesto los cambios
espaciales de las condiciones para la formación de hielo y para la aparición de un
drenaj e de tipo glaciar. En primer lugar, dos tipos de datos nos parecen muy sig
nificativos para tratar de desvelar cuáles fueron las condiciones mínimas para la
formación de glaciares. De uno de ellos, la altitud de la cumbre glaciada más ba
ja de cada macizo, se deduce que en buena parte de las montañas analizadas sólo
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Ma mpodle Pde lo (lUZ12.190 m) 1850/1550 1850/1.5 50 600/7. 250 1.150/1460 D-I 1440/1800
1.250/1 .350
Cebolledo P.Gi ldOl 12. 078 m) 1850/1580 1850/ 1580 350/ 4750 1040/1 .800 1 1600/1.700
S' de Rioño Re dondo (2.012 m) 1808/1600 1.808/ 1.600 2.000 1.400/1500 1 1600j?
(oliscoa (OIismo (2. 234 m) 1890/1600 1890/ 1600 ? 1.350/ 1700 D-I 1
(sin mOllenos) 158 0
Peño Prie to PPneto 12. 536 m) 1908/1800 2.050/1 .600 1600/ 17. 000 1.280/1590 D-2 1700/2.300
1400/ 1800
Volsul~o Pdel Flaile (2.025 m) 1850/1.750 1850/ 1750 500 1.500/1.600 - 1.6501
Peño Soglo (uem6n 12.024 m.) 1.640/1 400 1640/ 1400 1070/3.250 850/ 1.420 D-2 1.400/1850
980/ 1655
M.de Re inoso lresmOles (2 .175 m) 1710/ 1.640 I72D-14 20 600/ 2.750" 1.280/ 1670 (}2 1.650/ 1. 800
1425/1.500
(osho Volnelll'Asón C. ValnelO 11718 m) 1414/ 1050 1414/1050 600/9000 340/ 970'" I 950/ 1.100
800
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Cordillera Cantábrica
interpretados como morrénicos por este último autor, especialmente los que ob
turan el valle afluente de Ríoseco, refuerzan la hipótesis de Lotze; pero siguen
abiertas las interrogantes planteadas en cuanto a la morfología del valle. Los cir
cos modelados en las cabeceras son de escasa envergadura respecto a lo que po
dríamos suponer para un glaciar de aquellas dimensiones; las artesas no son más
que los amplios valles de escasa pendiente y fondo plano característicos de la ver
tiente meridional cantábrica; el fondo del valle del Trueba tiene un amplio y po
tente relleno fluviotorrencial; la molduración general del valle, a veces esgrimida
como prueba de la abrasión glaciar, no revela una clara acción de los hielos. Con
ello, la pregunta sigue abierta; es difícil pensar que un glaciar de aquellas dimen
siones no generara formas nítidas, y, sobre todo, cuando a escasos kilómetros sí las
originaron glaciares menores, como los de Bustalveinte y Hojón, a partir de unas
cabeceras con desniveles y pendientes similares. A pesar de estas observaciones, es
indudable que este macizo montañoso albergó amplios aparatos glachres que,
además, se desarrollaron entre los niveles más bajos de toda la Cordillera Cantá
brica (Figuras 15, 16 Y 17).
Igualmente importantes en las montañas cantábricas son los problemas re
lacionados con la cronología de la glaciación y del proceso de desaparición de los
hielos. Estamos entre quienes opinan que la sucesión altitudinal de restos morré
nicos en los lechos glaciares cantábricos ha de interpretarse como consecuencia
del proceso de deglaciación tras el máximo würmiense, proceso que en líneas ge
nerales ha constado de tres grandes estadios: una fase de máximo avance, con de
sarrollo muy variable en función de las condiciones locales; uno o dos estadios in
termedios, que frecuentemente coinciden con la disyunción de lenguas afluentes
en los glaciares que durante la fase de máximo avance adquirían la morfología de
aparatos alpinos compuestos, y un último estadio residual correspondiente con
una tipología muy elemental de heleros, glaciares rocosos o, en el mejor de los ca
sos, pequeños glaciares de circo o de ladera.
En los glaciares principales, entre los primeros restos, correspondientes al
periodo álgido, y los siguientes, depositados por las lenguas afluentes individua
lizadas, media una considerable distancia, lo que sugiere un retroceso rápido tras
una serie de pulsaciones menores reflejadas en los cierres yuxtapuestos o cercanos
a los de máximo avance. Si a ello añadimos el considerable volumen y nitidez de
contornos que suelen tener los depósitos más bajos, puede deducirse que aquel
rápido retroceso siguió a un periodo de notable estabilidad en los frentes.
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Desde los restos morrénicos intermedios, allí donde éstos se conservan, sue
le ser mucho menor que en el caso anterior la distancia a los testimunius de la fa
se residual, con mucho los mejor representados en todos los núcleos glaciados. Su
volumen suele ser considerable, y nítido su dibujo, frente a la escasa entidad de las
!11orrenas atribuibles a la fase intermedia, lo cual refleja posiblemente una nueva
demora en el proceso de deglaciación. No obstante, los frentes alcanzan en esta
etapa residual altitudes muy variables, tanto entre diferentes conjuntos como
dentro de un mismo foco glaciado, lo cual puede ser atribuido a la gran impor
tancia que en aquel momento tendrían las causas locales, bien las de naturaleza
pakoclimática o bien las topográficas (contención del hielo por umbrales, etc.).
A todo ello hay que añadir las peculiaridades dinámicas de algunos de estos cuer
pos de hielo residuales, como los glaciares rocosos, cuyo carácter viscoso contras
tI con la ausencia de movimiento en los heleros existentes en otros enclaves du
rante la misma fase.
Por otro lado, la frecuencia, durante la fase residual, de estas masas de hie
lo enterradas bajo los escombros periglaciares sería indicativa de unas escasas pre
cipitaciones nivales pero con una continuidad de las condiciones frías favorables
a la gelifracción. Tal tendencia supondría que en la deglaciación habría influido
un reseca miento de la atmósfera, aunque las ocasionales remisiones del frío sin
duda contribuyeron también a aquel proceso. La notable duración de las condi
ciones secas y frías explicaría por otro lado lo bien representadas y conservadas
que se encuentran las morrenas de la fase residual en casi todos los lechos glacia
res.
4. Conclusión
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5. Referencias bibliográficas
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