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Trazos de Guadaña - Axel Amarista (Editorial Giral - 250410 - 135649 - 015707

El documento es una obra narrativa titulada 'Trazos de Guadaña' de Axel Amarista, publicada en 2023, que explora temas de dolor, muerte y la complejidad de las emociones humanas a través de varios personajes y situaciones. A través de relatos interconectados, se abordan experiencias de sufrimiento, violencia y la búsqueda de significado en un mundo caótico. La narrativa se caracteriza por un estilo poético y oscuro, reflejando la lucha interna de los personajes con sus propios demonios.

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Trazos de Guadaña - Axel Amarista (Editorial Giral - 250410 - 135649 - 015707

El documento es una obra narrativa titulada 'Trazos de Guadaña' de Axel Amarista, publicada en 2023, que explora temas de dolor, muerte y la complejidad de las emociones humanas a través de varios personajes y situaciones. A través de relatos interconectados, se abordan experiencias de sufrimiento, violencia y la búsqueda de significado en un mundo caótico. La narrativa se caracteriza por un estilo poético y oscuro, reflejando la lucha interna de los personajes con sus propios demonios.

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1

2
Axel Amarista

Trazos de Guadaña
(Narrativa)

3
Reservados todos los derechos, el contenido de esta obra está
protegido por la ley, que establece penas de prisión y/o multas,
además de las correspondientes indemnizaciones por daños y
perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o
comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria,
artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución
artística, fijase en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de
cualquier medio, sin la respectiva autorización.

Trazos de Guadaña
© Axel Amarista
© Editorial Giraluna Latinoamericana
Primera edición: 2023
Derechos Reservados

Edición al cuidado de:


Rey D’ Linares
[email protected]

Coordinación de Publicaciones
Ricardo Eliécer Godoy
[email protected]

Coordinación de Diseño Gráfico


Carolina Linares
[email protected]

Imagen y diseño de portada:


Juliana Urbáez

Publicado en Venezuela por:


Editorial Giraluna Latinoamericana
J-29614384-6
[email protected]
Teléfono: (+58) 0212-524.25.33

Depósito Legal: DC2023001544

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Dedicatoria:
A los viejos Dioses, espero esta ofrenda sea de su agrado.

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Luna

El hombre se apoyaba pesadamente sobre el escritorio,


inseguro que la silla fuese suficiente para mantenerlo lejos del
suelo, tomó el lápiz que estaba a su lado y comenzó a
garabatear cualquier cosa en una página, escribir era para él
casi un instinto, pero le daba igual lo que fuera con tal de
distraerse.
Si fuera tan fácil - Pensó amargamente a la vez que otro
estremecimiento de dolor le paralizaba el cuerpo.
Era imposible luchar contra él, no tenía un punto de
origen definido, solo una vaga sensación de profundidad en el
pecho, un abismo que sentía, se extendía hasta el infinito sin
atravesarlo del todo, reverberando por todo el cuerpo.
Vagamente se preguntó si así se sentiría se apuñalado por una
espada o algún arma similar, pero desechó la idea con desdén,
no importaba cuanto quisiera embellecerlo, o como lo razonara,
la sensación era la misma, brutal y desgarradora. Conteniendo
apenas un sollozo, se aferró a la mesa concentrándose en su
respiración, el aire era la única tregua que conseguía entre
oleadas, dejó caer su cabeza en la madera jadeando, frente a él
reposaban folios y otro material de oficina y más allá la ventana
que mostraba un cielo lleno de estrellas; los ojos del hombre se
posaron a medio camino, justo sobre el abrecartas, miró el brillo
que se deslizaba sobre el erótico filo de la hoja, quizás eso fuera
mejor, era imposible que le doliera más, y aun si así fuera al
menos podría dejarse llevar, reconfortado por la calidez de su
propia sangre. Permaneció ahí por lo que pareció una
eternidad, oleada tras oleada, tonteó con el destino y su
cordura, las manos le temblaron y espesas lagrimas escapadas
6
entre sollozos silentes le turbaron la visión, sentía que se
derretía, que su cuerpo finalmente no podía más, y que este,
que todo a su alrededor se hacía añicos, todo excepto el dolor
frio e incólume que con ahínco se aferraba a su alma.
Finalmente, el hombre tomó la carta y el abrecartas, solo en el
último instante devolvió este último al escritorio. Antes de salir
dedicó unos instantes a mirar por la ventana.
―Si te soñé, una vez más… ― dijo tarareando su
nostálgica canción
El hombre miraba a un espacio donde debió estar la
Luna…

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Éxtasis

La sangre cargada de veneno goteaba lentamente


mientras el cuerpo se debilitaba y la calaca se preparaba para
destejer otra alma, “Era inevitable” pensó Lifania con una
sonrisa; desde aquella vez en que asesinó al gordo que intentó
violarla y presenció el cauce rojo, supo que no podría vivir el
resto de su vida alejada de esa sensación, del peso del cuchillo
escarlata y las ansias de más. Por eso en el mismo momento de
encontrarlo su corazón saltó en el pecho y el deseo inundó su
ser, no solo quería matarlo, no, necesitaba hacerlo suyo, que
cada gota de sangre estuviese dispuesta a brotar y bañar su
rostro, sus senos, cada centímetro de su cuerpo, aunque ella no
hiciese nada.
Hubo una época en que no poseía esas ambiciones e
incluso tuvo que repetirse incontables veces que lo que ella
había hecho era en defensa propia y el obeso Fausto buscó su
propia muerte, pero conforme pasó el tiempo la necesidad la
desbordó, llevando la sangre a la calle en más de una ocasión,
más tarde como el borracho que se convierte en catador de
vinos comenzó a desear “Botellas” especificas, y no cualquier
bebida que se cruzase en su camino. El primero fue un
aristócrata de unos treinta años con el cabello rubio y los ojos
negros, el cual tras ser seducido recibió al sol con un puñal
atravesado en la garganta. Desde entonces todo se fue cuesta
abajo (O cuesta arriba según su perspectiva) uno tras otro, la
atracción por su belleza llevó a la muerte a muchos hombres y a
algunas mujeres (Cómo aquella chica de labios tan rojos como
su sangre y con un aroma dulce que la hacía relamerse al
recordarla), pero no conforme con esto, empezó a idear formas
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cada vez más intrincadas de asesinatos lo que la llevó a conocer
el uso de más de 15 armas y de cien venenos diferentes.
No solo era la única mujer que conocía que dominase la
espada, sino que era la única persona capaz de desafiarle en el
uso de la misma, fue esa rivalidad, y no la turgencia de su
pecho lo que le hizo perseguirla, fue esa incapacidad de
vencerla lo que la amarró a sus pensamientos, fue su risa
divertida al esquivar el filo lo que lo perdió completamente.
Ella sonrió ante la sangre, había sido la intensidad del cortejo, el
saberse enamorada, lo que hizo ese momento más sublime, el
motivo por el cual lo dopó esa noche en su lecho y chocó con
tanta intensidad el filo de su arma contra el sable de su amado,
así, estaba en éxtasis a tal punto que cuando él cometió un error
y ella lo aprovechó, no notó que era la punta de su espada la
que se había roto y atravesado su cuerpo, como no notó que el
venenoso cauce rojo le pertenecía, o que aún ahora su amado
registraba todas sus posesiones en busca de un antídoto que
quizás no hallaría a tiempo…

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El yelmo

Un viento cálido azotaba las colinas, mientras la sed hacía


su trabajo en el anciano que arrastraba su espada por el suelo; el
escudo pesaba en su brazo y la armadura lo hacía sentir torpe.
Había hecho ese recorrido en incontables ocasiones de ida y
vuelta, pero jamás le pareció tan extenso como ahora. Mientras
avanzaba se distraía observando su alrededor, aún estaba en la
parte atractiva del campo, aquella que ocultaba la verdad y
mostraba como solía ser el suelo antes que toda la locura
comenzara: la hierba ―aunque un poco amarillenta por la
estación― se mecía suavemente con el viento, estaba alta y tan
tupida que no dejaba ver la tierra, con algunos árboles de
escaso follaje que invitaban al viajero a dormitar en su sombra.
De pronto todo desapareció y el suelo se presentó negro y
agrietado. A lo lejos se veía un único árbol carbonizado. El
anciano siguió avanzando ahora metido en su mente, las ideas
y los recuerdos se agolpaban, su juventud, volver a su casa, su
hijo muerto hace tiempo ya en alguna guerra sin nombre. Antes
de darse cuenta estaba junto al árbol, ahora lo sabía: estaba en la
peor parte, los esqueletos poblaban la zona, espadas, armaduras
hachas, infinidad de trastos dejados tras décadas de muerte y
sangre. Entonces algo llamó su atención: era ese esqueleto que
ya tantas veces había visto sentado a los pies del árbol. Y que
había presenciado tantas cosas, siempre le había gustado su
yelmo con el emblema de un cráneo atravesado por una espada
y las palabras, Vita Vincit Mors: se acercó con cuidado y lo
tomó en sus manos, era muy ligero y con muchos detalles, de
un brillante color azul que sobrevivió al paso de los años.

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Cuando estaba por devolverlo oyó un ruido de aleteo,
sintió un cambio en la brisa, y se vio rodeado de una gran
sombra. Observo una última vez a su amigo, él ya no
necesitaría más su celada, se acercó murmuró un:
― Gracias te lo devolveré del otro lado―.
Levantó la espada, el escudo, se bajó la visera y volteó
para encarar a la rugiente bestia que se abalanzaba con furia…

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Lluvia

Se adormece la lluvia sobre la madera, las gotas perlan tu


vestido, todavía recuerdo ese vestido negro, tan diferente ahora
de la primera vez que lo usaste. La mirada se niega a apartarse
de una escena que, a todas luces se sale de lo que tenía
planeado, y mientras mi ánimo desciende supongo que debo
conformarme, estás aquí y la última vez que nos vimos me
odiabas, ahora organizaste todo esto. Mientras la tierra se
apelmaza y los hipócritas se marchan no puedo sacar mi mente
de esa última vez que hablamos: Me dijiste que te envenenaba,
sin embargo, soy yo quien está muerto.

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Futuro Gris

Un hombre que murió un día se encontró de nuevo en el


mundo de los vivos tras dos meses de vagar sin sentido en los
caóticos y atiborrados campos de la muerte, sin saber que hacer
regresó al último lugar que recordaba: Un paredón frente a
la vieja biblioteca de la cuidad, sin importarle el viento o la
lluvia permaneció allí, apenas moviéndose para encender los
cigarrillos que parecían inagotables; el tiempo pasó en un
chasquido mientras trataba de reconstruir su fragmentada
memoria, hasta un día cualquiera en que un coche se detuvo
frente a él, lo había visto pasar varias veces antes: un acabado
Mustang de los ochenta. Con el motor aun rugiendo, su chofer
(Una Mulata de jeans y blusa morada) se le acercó, no estaba
seguro de ello, pero le parecía conocerla de algún lugar.
Observó con facilidad el contorno de la pistola al sacar la mujer
sus propios cigarrillos.
―Buenas ¿Me presta el yesquero? ― Julia encendió su taco
de nicotina y se recostó a su lado en el muro, estuvo
detallándolo varios minutos hasta que finalmente explotó-
¡¿Estás jugando conmigo?! ¡Yo te mate hace más de dos meses y
tire tu cuerpo al monte!
Sidgurd permaneció impávido ante la reacción de su
asesina, aun cuando ésta le apuntó con la mágnum, tres veces
sintió el plomo mordiendo su carne, pero no tenía vida que
escapase de su cuerpo y sus heridas chorreaban solo ceniza,
escuchó la carrera al auto de su horrorizada asesina y el
estruendo del motor al perderse en la lejanía, realmente no le
importó, ahora recordaba todo, movió por fin sus entumecidos
músculos y mientras se alejaba observó el paredón: su silueta
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había quedado dibujada en el muro como si en lugar de una
persona hubiese estado allí una estatua o un cuadro.
Fueron meses enteros los que estuvo de gira, apareció en
todos los programas de televisión, no hubo país en el mundo
entero que dejase de colocarlo a dar discursos en un podio,
fama y fortuna no se conformaron con tocar su puerta, la
derribaron cómo si de un ariete se tratase, aun así, estuviese
donde estuviese, su semblante permanecía inalterable: Una
máscara de piedra sosteniendo el cigarrillo entre los labios. Era
el hombre que había que había muerto y regresado con miles de
respuestas que la humanidad se había cansado de esperar,
volvió para decir que todos los dioses existían pero que
expiraban cuando se dejaba de creer en ellos, que al morir no
eras juzgado porque no hacía falta, que había más de mil
mundos de los muertos y a cualquiera podías entrar, pero a
pesar de todo la felicidad no anidaba en su pecho, porque sabía
otra cosa, una verdad que temía contar: La muerte ya se había
llenado. Pronto no sería solo él sino cientos, miles de los
inmortales que llenarían el mundo todos comiendo y bebiendo
aunque no lo necesitaran, gastando lo que era de los
vivos en un espiral decadente que consumiría al planeta,
transformándolo en una pesadilla viviente, una fría roca donde
día a día sufrirían hambre sin poder comer, sed sin poder beber,
donde se asfixiarían por la falta de árboles, un tormento
desgarrador qué por mucho que pasase no acabaría con ellos y
estaban condenados a sufrir por la eternidad.

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El roble

Nací, hace ya más de doscientos años en el corazón


mismo de una exuberante arboleda llena de vida, hijo de uno
de los primeros robles del lugar, conforme fui creciendo, pude
observar lo variado de la vida en mis alrededores, miles de
pájaros diferentes se la pasaban cantando todo el día en un
melodioso estruendo, pequeñas lagartijas correteaban por el
lugar detrás de bichos y a veces delante de las aves que
intentaban comerlos, no he de decir cuántas veces estuve punto
de ser devorado por un ciervo o un carpincho, y debo acotar
que su apetito es insaciable, son pocas las ocasiones que se han
paseado por esta zona sin que los vea con la cabeza baja
engullendo toda matita que se cruce en su camino.
Mi estación favorita eran las lluvias, esos seis meses del
año bien distribuidos donde el cielo se venía abajo y todos los
animales buscaban refugio, era como si los dioses forzasen al
mundo a dormirse, en esa época era muy raro ver movimiento
y el único sonido lo hacia el agua chocando contra el suelo o
contra nosotros, con el tiempo terminaba por convertirse en una
nueva forma de silencio, según mi padre la lluvia y los
relámpagos no eran la peor temporada que los dioses habían
diseñado, él recordaba que en la tierra de donde había venia no
habían dos, sino cuatro estaciones totalmente distintas y la peor
de toda era la primera de ellas, era él apenas una semilla
cuando lo presenció pero aun lo recordaba: El mundo se helaba
a tal punto que las aves se iban volando, los osos morían sólo
para revivir cuando las flores tenían sus primeros brotes, una
masa blanca y fría caía del cielo en la misma manera que aquí
cae la lluvia, amontonándose sobre las ramas de todos los
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árboles y cubriendo el bosque, entonces si se hacía un silencio
que apenas era perturbado por la caída de una de esas moles
blancas cuando cargaban demasiado las ramas, o el clamor
nocturno del animal que era el rey de aquellos lugares.
Para mí era fascinante oír esas historias de otras tierras,
según mi padre una gran ave lo había agarrado antes de que
pudiese enterrarse y lo dejo tirado aquí, yo nunca le creí del
todo, pero cuando narraba aquellas aventuras usaba un tono de
voz que no dejaba lugar a dudas, era algo que no se podía fingir
o inventar: El recuerdo de los lugares amados.
Cuando cumplí los veinte años mi progenitor murió,
bueno fue asesinado, mejor dicho, durante una tormenta el
bosque se incendió, nunca supe lo que sucedió exactamente,
aunque se supone que fue un relámpago el causante de todo,
nosotros lo descubrimos cuando era ya demasiado tarde, y
aunque nos hubiésemos enterado desde temprano ¿Qué
podíamos hacer? No es que pudiésemos salir corriendo, pero
volviendo a lo que decía, supimos del incendio ya muy tarde,
gracias a los animales que huían despavoridos, y aunque no nos
lo dijeron directamente si escuchamos cómo se gritaban unos a
otros
― ¡Fuego! ¡Huid, huid el bosque está condenado! ―.
Al principio pensamos que eran exageraciones, pero
cuando las llamas nos alcanzaron pensé que tenían razón, era
un muro, no, un océano caliente y rojo el que se nos aceraba,
jamás había presenciado tal cosa, las flamas llegaron a él
primero que ninguno de nosotros, y aunque nunca gritó o se
quejó, toqué su raíz y pude sentir su dolor, es algo
indescriptible, lo único parecido que puedo decir es que es
como sentir toda tu corteza arrancada de cuajo, pero el dolor

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persiste y aumenta en lugar de desvanecerse lentamente, ese
día no me alcanzó el fuego, mi padre y los demás ancianos lo
desviaron y al final el aguacero de una tormenta terminó por
sofocarlo, pero para nosotros había sido un día gris: miles
habían muerto. Tiempo después supimos que las cenizas de
nuestros padres, habían ayudado a crecer a nuestros hermanos
(Las ultimas semillas de la temporada pasada), a pesar de que
el bosque estuviese debilitado pronto en unos treinta años se
había recuperado, me asombraba nuestra propia fuerza en casi
nada de tiempo reparamos el daño de tan inmensa llamarada.
Mientras mis hermanos y yo crecíamos, pasaron muchas
cosas muy interesantes, apareció en el bosque una nueva
especie de ave, algunos árboles tuvieron sus primeras semillas,
fui testigo de la guerra de las hormigas y las termitas, y la
marabunta pasó arrasando con todo animal por el bosque, ¿Eh?
¿Qué dices? ¿Qué quieres oír más sobre esa guerra? Pues te
diré, tenía ya cerca de cincuenta y tantos años, cuando enfermé
de termitas, yo aun no lo sospechaba por supuesto, hasta el
momento todos los bichos que se habían paseado por mi cuerpo
eran inofensivos, pero un par de meses después me descubrí
con un panal en una de mis mejores ramas, luego de hacer el
panal a partir de mi corteza exterior comenzaron a taladrar mis
ramas y el tronco haciendo caminos por todo mi cuerpo, pero tú
ya debes saber lo horrible que es ¿No lo sabes? ¿Es que nunca
has tenido termitas? O ya veo a ti no te atacan, que curioso llevo
tanto tiempo conociéndote y nunca se me ocurrió preguntarte
eso, déjame decirte que era una sensación espantosa esa
de experimentar como la muerte te viene desde adentro
consumiéndote poco a poco, de a mordisquitos, pasados un par
de años me di por condenado, esos pequeños demonios habían

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invadido mucho de mí, pero un día no sé por qué razón unas
hormigas que habían hecho su nido no muy lejos se acercaron y
comenzaron a atacar a las termitas, durante días esos valientes
insectos asaltaban los caminos destruyéndolos y matando a
cientos de ellas, pero sabía que la cosa era difícil sobre todo
cuando la reina envió a los soldados, unas termitas gordas y tan
grandes como las mismas hormigas, la guerra fue horrible, duró
meses, unos días las hormigas ganaban terrero y otros eran las
terminas quienes se alzaban con la victoria, sin embargo, poco a
poco mis esperanzas fueron creciendo cuando me di cuenta que
ya las termitas habían perdido la mitad de sus viejos hogares y
las hormigas los ocupaban, noté también que estas nunca se
comían a sus oponentes, eso me dio curiosidad y descubrí que
lo que buscaban no era la carne sino que se bebían la savia que
salía de los agujeros que hacían las termitas ¿Así que les
gustaba? Me esforcé por hacerla tan dulce como pude y al cabo
de tres meses más me habría librado de mis molestas invasoras,
las hormigas no me hacían daño, no hacían túneles con mi
madera, sino que cargaban tierra para hacerlos, ni siquiera
arrancaban mi corteza para extraer mi savia, sino que
aprovechaban lo que manaba de forma natural en las
intersecciones de las ramas, las adopte como mi seguro contra
termitas, mi propia guardia personal. Fue curioso el efecto que
tuvo el vivir sobre mí para ellas, cuando llegaron eran
totalmente negras y caminaban casi arrastrándose sobre el
suelo, con el tiempo se fueron alargando sus patas (De hecho,
su cuerpo en general) el trasero se les puso verde y el cuerpo
muy rojo, estuve muy orgulloso de mi creación.
Finalmente cuando cumplí los noventa, se corrió un
rumor por el bosque, un nuevo animal había llegado y tenía la

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fuerza para partir los árboles por la mitad, aunque nadie sabía
exactamente para que lo hacían, nosotros tomamos la historia
como el cuento de algún ratón listillo o un carpintero juguetón
(Que por cierto los carpinteros son los mejores para inventar
historias), pero el tiempo nos mostró lo equivocados que
estábamos en un par de años esos animales talaron cientos de
árboles e hicieron retroceder el bosque. Supimos que se
llamaban a sí mismos humanos y que usaban nuestra madera
para casi todo, desde construir a quemarla para generar calor,
en vano nos defendimos como pudimos, eventualmente
llegaron a donde yo estaba, talaron a muchos de mi amigos y
vecinos, sólo unos pocos fuimos perdonados, o al menos eso
creímos, fueron años muy duros donde empecé a odiar al
hombre y a la mujer, a sus horribles creaciones, mientras más
años pasaban, más de mis amigos desaparecían, hasta que
quedé solo, la rabia me consumió por mucho tiempo, mientras
los observaba cubrir con una espesa y muerta capa todo excepto
un círculo de tierra alrededor de mí. Y entonces fue cuando te
vi nacer a un par de metros de distancia, te tomó años llegar a
donde estas ahora, y aunque al principio nuestras relaciones
fueron poco menos que catastróficas me alegra que hoy
doscientos cincuenta y tantos años después, mientras siento el
hacha que aporrea mi corteza y la sierra que corta mis entrañas,
hayas al fin decidido escuchar lo que fue para mí lo más
importante de mi vida, y te dejo con una misión, quizás no te
guste la idea o no la quieras hacer pero el punto es que con
estar donde estas ahora la estas cumpliendo, te guste o no, yo
con mis casi trescientos años no fui capaz de sobrevivirlos y
aunque ellos me necesitan aun no lo saben, creen que tú les
haces más falta por eso te pido a ti y a todos que luchen y

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resistan que les ganen en supervivencia porque ellos, no
duraran para siempre. Ya está, ya me quedan mis últimos
segundos puedo sentir como me desplomo, nos veremos en la
otra vida si es que queda alguna, mi querido amigo.
En un último instante de rebeldía, el viejo árbol no se
desplomó como fue planeado y terminó cayendo sobre algunas
maquinarías, apenas retrasando “El progreso” del hombre.

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El primero

Sonreía mientras un lamento montañoso enterraba al


automóvil, como sonrió al ver bajar el barco al Tártaro, como
estaba segura que pronto sonreiría al verse libre de la prisión
del trono. Desde hace eras venía haciendo un trabajo tan
preciso que los dioses no lo notaban, tan constante que las
hormigas le envidiaban, pronto el mundo no le necesitaría,
pronto no habría tiempo y ella sería libre.
Sólo sintió el peligro cuando ya tuvo al invasor encima,
quiso defenderse, pero no encontró con que: “Recuerda, que fui
yo el primero en blandirla” Dijo el extraño antes de arrancar de
su cuerpo la guadaña.

21
El grito

Un sutil “clink” metálico fue lo único que delató su


llegada, de hecho, nadie se percató de su existencia hasta bien
entrada la tarde cuando mi hermana entró tambaleante con el
pequeño rectángulo blanco metido en la boca.
Los llamaban los cuervos, pero no era por sus oscuros
ropajes o la ligereza de su andar que recordaba al vuelo, sino
por su papel como mensajeros de la muerte, nadie sabía a quién
servían, cuál era su propósito o por qué lo hacían. Tan solo
se limitaban a distribuir las invocaciones: unos pequeños
rectángulos blancos que se teñían de rojo revelando una imagen
cuando la persona escogida lo tocaba. Una vez “marcado”
tenías hasta media noche para abandonar todo y adentrarte en
la oscuridad pues aquellos que decidían ignorarlos aparecían
muertos junto a toda su familia al despertar el sol.
De modo que estaba justificado el primitivo lamento que
soltó mi madre, un grito que estaba destinado a aparecer, a
estremecer los huesos, mucho antes de que yo arrebatara el
papel de los labios de mi hermana tiñéndolo de rojo, aun antes
de mi nacimiento, y que seguiría resonando mucho después de
que se enterase de las desgarradoras pruebas que imponían los
cuervos en busca de un elegido, un grito que me hacía vestirme
de negro para ocultarme y moverme con una ligereza de ave,
por el miedo de encontrarlo de nuevo cada noche cuando
dejaba en casa la invocación que habría de encontrar en la
mañana.

22
La visitante

Eran las seis treinta de la mañana cuando despertó algo


aturdido, acariciándose la espesa melena llegó al baño, se echó
agua en el rostro, y supo que ese día, no solo no le abandonaría
la asfixiante sensación que llevaba meses acosándolo, sino
que pasaría de murmullo a tormenta. Mientras desayunaba
intentaba deshacer mentalmente el nudo que sin querer había
creado, y tenía estancado a su último libro; el problema era que
había puesto al personaje principal en una situación donde no
tenía los recursos suficientes para salir adelante, pero tampoco
le era posible escapar o retroceder. Ya se le habían ocurrido
varias de las salidas “Convencionales” que ayudarían a seguir
con la trama, pero no era lo que quería y jamás recurriría al
Deus ex Machina, ninguna de esas cosas pertenecía a su estilo,
sin embargo, no se le ocurría un giro o salida sorpresa de esos
que resolviendo todo de manera justificada lo ayudaron a
construir su reputación.
Pensando acerca de su reputación recordó que estaba otro
detalle, uno al que le debía su fama como “El mejor escritor del
mundo” más de lo que hubiese querido admitir, era el hecho de
que algunos de los sucesos de sus libros y relatos se “hicieron
realidad” palabra por palabra justo después de que él los
publicase, en algunas ocasiones hasta los nombres de todos
eran iguales, muchas veces en entrevistas le preguntaban sobre
este hecho y contestaba que no eran más que coincidencias,
pero los casos seguían ocurriendo y la gente optó por tomar lo
que decía como un acto de protección o misticismo, durante un
tiempo incluso llegó a recibir peticiones o propuestas serias

23
para ayudar a resolver casos criminales con sus “Habilidades
especiales”
―Cómo si yo fuese alguna clase de psíquico o chiflado
extravagante con voces en su cabeza. ―
Imaginarse así lo hizo enojar y la sensación cobró fuerzas,
suspirando salió de la habitación: Hoy no tenía la paz mental
para enfrentarse a la inmensa blancura del papel.
Intentando distraerse de su molesta acosadora encendió
la televisión, pero estaba abarrotada de programas malos o
repetidos, que no hicieron sino empeorar la situación,
desesperado huyó hacia uno de sus últimos bastiones: Starcraft;
todo un clásico y uno de sus videojuegos preferidos, a sus
ochenta y cuatro años lo seguía disfrutando tanto como la
primera vez que lo probó a los veinte, era un juego de guerra
que necesitaba enormes cantidades de concentración y
últimamente una de las pocas cosas que evaporaban a su
enemiga. Treinta minutos después entraba en la ducha sudando
y completamente agotado, media hora, jamás le habían vencido
tan rápido.
―He quedado como todo un pichiruchi ― dijo citando a
su caricatura favorita ― no sé exactamente que eres, y no me
quieres dejar en paz, no me queda de otra sino aceptarte
¿Verdad?
El crepúsculo había desaparecido hacia horas cuando
tocaron a su puerta, incrédulo aguardó un poco antes de
levantarse de su cama, pero el llamado se repitió varias veces
hasta que dio respuesta, en la puerta se encontraba una
hermosa joven de unos veinticinco años, dijo querer hablar con
él así que le dejo pasar.
―Y bien señorita ¿Qué la trae por aquí?

24
―¿No puede una vieja amiga pasar a saludar?
―Con el debido respeto, jamás la he visto en mi vida y a
su edad no creo que pueda relacionarse con nadie tan viejo
como yo ― La joven puso una sonrisa muy suave sobre sus
labios- Y bien ¿Está escribiendo algo nuevo?
El anciano creyó comprender lo que sucedía, una fanática
suya le estaba jugando una broma, estuvieron bastante tiempo
conversando, hasta que él se levantó a traer algo para comer y
beber, en el justo instante que regresaba, la sensación lo asaltó
de nuevo con mucha más intensidad que nunca, no lo había
notado pero desde que esa mujer cruzó la puerta había
desaparecido, al parecer llevándose también su percepción de
los detalles, puesto que tampoco se había percatado de la leve
lluvia que estaba cayendo, feliz de haber encontrado algo
que disipase su pesar, continuó muy animadamente la
conversación. El viejo ya más tranquilo le preguntó de nuevo a
que había venido y cómo lo concia, si era fanática de sus libros,
la joven insistió: hacía un rato que eran amigos. Pero ahora dijo
algo que sacudió todo su ser:
―Tus libros no los he leído, pero sí sé que has escrito
varias veces sobre mí. ―
Junto con la destructora premonición vino a su mente el
nudo que no había podido resolver temprano, el momento justo
en que el protagonista se encuentra acorralado con la muerte
enfrente suyo repitiendo esas exactas palabras, asustado
comenzó a detallar a la mujer, cabello negro como la sombra
misma, unos ojos grises inescrutables, la piel que al principio le
había parecido de un bonito color bronceado, ahora la veía
blanca como las nubes, entretanto la mujer había puesto una
sonrisa en su rostro como si supiese lo que él pensaba.

25
―Has tardado en notarlo.
―No, no es posible
La joven se levantó con suavidad a la par que él
retrocedía, antes que diese el primer paso él ya le había arrojado
cuanto tenía a mano, huyó tan rápido como pudo, y
encerrándose en el estudio empezó a revolverlo todo, buscando
lo que sea con lo que pudiese escribir, tanto tiempo negándolo,
tanto menospreciarlo para depender ahora de ello, pero no
tenía otra opción, si era verdad lo probaría, era este el momento
definitivo, finalmente cuando la puerta volaba en pedazos y el
tétrico ángel entraba cargando su temida arma, encontró un
bolígrafo, sintió como el filo se levantaba mientras escribía.
Morana riendo lanzó su poderoso golpe, que se detuvo en
explosión de chispas contra una simple pluma plateada, frente
a ella se hallaba un joven de veinte años, con los ojos grises que
le hablo con la misma voz del anciano:
―Ahora es a ti a quien toca sufrir los terrores del fin.

26
El Viaje

La brisa apenas mitiga el calor, pero esto siempre es así,


gracias a los conductores cargando muy por encima de lo
sensato, compitiendo unos con otros por el premio del
trabajador más imprudente. Dos paradas menos y el aire se
torna ácido, allá en la puerta apretujados entre perfectos
extraños se hallan unos ojos alegres, les cedería el asiento si no
fuera por mi vieja herida de guerra, espera ¿No había sido en
otra vida el flechazo en la rodilla? ¿Entonces que me ata al
cojín? Supongo que una apatía indolente, resignado le dedico
una sonrisa empática, de todos modos, no hay forma de cruzar
la muralla de gente hasta mí. Tres paradas más, estoy perdido,
mareando sin cartas en la frágil embarcación que otros llaman
pensamiento, una leve sacudida a mi lado me regresa a la
realidad: los ojos alegres me alcanzaron, les dedico mi mejor
sonrisa mientras, mentalmente, agradezco a mi buena suerte.
Las siguientes dos paradas marcan el fin de nuestra
conversación, el mayor contribuyente de la acidez del aire toma
sitio a mi lado, rozando la indiscreción giro la cabeza e intento
agigantar la distancia entre nosotros mientras me concentro en
los restos de perfume que dejaron los ojos alegres en su
despedida. Finalmente, tras 4 horas (¿O fueron paradas?) el
ácido es reemplazado por unos ojos cansados, esta vez no hay
conversación, más bien un silencio elocuente, una sonrisa
fugaz, y una despedida que, a pesar de dejarme un número
celular, me ahueca, como si tuviese la certeza de que no se
repetirá, con ese alto el lugar se ha vaciado, me arrebujo en mi
asiento entrecerrando los ojos, a partir de aquí, tan solo podré
dormitar mientras espero la última parada.
27
La Cena

Como un cometa bajó por su cuello, Tadeo escuchó el


resonar de los cubiertos en el suelo mientras se llevaba las
manos a la garganta, tambaleante se levantó resistiéndose a
pensar que estaba sucediendo, quería imaginar que estaba
soñando, pero el mundo se había convertido en remolino frente
a sus ojos, con la muerte recorriendo sus venas quiso llegar al
botiquín, pero tan solo logró chocar contra el suelo y empezar a
escuchar campanadas ¿Tan pronto estaba alucinando? ¿Qué
podía ser tan poderoso? Más importante aún, si él mismo había
hecho su comida ¿Quién lo había envenenado? Alcanzó a mirar
un retrato y a sentir a su difunta esposa sujetándolo contra el
suelo, murió sin entender nada mientras a su lado el reloj daba
su doceava campanada.

28
La enfermedad

Todo comenzó con una gota de sudor, tan pequeña que


sólo ella no la confundiría con un punto de rocío, le causó tanta
curiosidad que se quedó inmóvil mirándola fijamente hasta que
desapareció, a cualquiera con el clima selvático le habría
parecido más que normal sudar a mares, para ella era la
primera vez que veía algo así y se le hizo muy hermoso,
esperaba que se repitiese pronto, pero por más que trató no
pudo volver a ver otra gota, pasaron los años y terminó
por olvidar lo sucedido, su trabajo y su reino eran
responsabilidades muy absorbentes, con frecuencia cualquier
pensamiento que no tuviese que ver con estas dos cosas
quedaba relegado a un rincón de su mente, que con los siglos se
había transformado en montaña de olvidos. Pasaron
innumerables décadas hasta que sucedió algo similar: un
resbalón. (El primero de su larga existencia) tan sutil como el
planeo de una hoja, se le hizo extremadamente divertida esa
sensación de vértigo corriendo por su cuerpo, pero de igual
forma por más que intentó y se descuidó no lograba repetirlo,
parecía que la naturaleza se confabulaba a su alrededor para
proporcionarle siempre un punto de apoyo fijo. Como estos,
varios sucesos habían acontecido en su existencia y jamás se
repetían eran casualidades, fallos del destino, en pocas palabras
resquebrajaduras del poder divino, la misma fuerza que la
había creado a ella y ahora disminuía.
No sabía por qué, pero los humanos conforme avanzaba
el tiempo se hacían más reacios a irse una vez finalizado su
plazo en el mundo, inventaban nuevas medicinas, técnicas y
trucos, todo con tal de alargar su existencia incluso un minuto
29
más, como sanguijuelas o garrapatas, incluso peor, el resto de
los animales aceptaba su plazo como estaba escrito, ninguno
quería morirse claro está, pero todos los seres vivos entendían
cuando su plazo había acabado, todos menos los humanos, le
fastidiaba tener que hacerse cargo de ellos personalmente, y
cada vez era más seguido, al principio fue divertido se
reservaba esos “huesos duros de roer” que no solo habían sido
destinados a una larga vida, sino que tenían el potencial para
alargarla y luchar por ella, que podían verla de frente sin
agachar la cabeza y desafiarla a atraparlos, pero luego se volvió
estresante la capacidad de resistencia de algunos seres inútiles y
pusilánimes que en nada apreciaban el honor de tenerla frente a
ellos, y solo intentaban rogar por su miserable existencia. Hubo
un día en el cual ocurrió algo que ella trató de repetir por un
motivo muy diferente, por un segundo al momento de acabar
con otro objetivo, su pulso titubeó, fue algo que debió ser
imperceptible, pero lo pudo sentir en el movimiento, si hubiese
sido un segundo más largo, quizás hubiese fallado el golpe, esto
llevó la alarma a la más profunda fibra de su ser, pasó siglos
desempeñándose a su máxima capacidad probando toda clase
de movimientos extraños y complicados, pero en ningún
momento titubeó, por lo que acabó convenciéndose a sí misma
de que aquello había sido solo una ilusión, sin embargo, la
preocupación quedo allí como una semilla que esperase las
lluvias del invierno.
Finalmente un día se mareó, la sensación que cualquier
humano podía soportar y reconocer la hizo sentarse en su trono
por más de una hora sin poder hacer nada, pasaron los días y
las sensaciones fueron empeorando pero al mismo tiempo ella
acostumbrada aprendió a desecharlas y pasarlas por alto a tal

30
punto que volvió a ser la misma de antes, de una forma u otra,
los años pasaron y para su pesar las cosas se agravaron,
comenzó a sudar bajo su túnica, a sentir frío donde sea que
estuviese, durante esos días reflejó su ira en el mundo
especialmente sobre la raza humana, fue tal el daño que hizo
que creó un desbalance, arrepentida se alejó brevemente y
partió en busca de alguien que supiera que le sucedía; visitó a
miles de médicos y magos pero ninguno daba razón de ser de
su dolencia, según ellos estaba perfecta, no tenía virus,
parásitos, bacterias, hongos, golpes o heridas que fuesen la
causa de sus males, por lo tanto su problema o no existía o era
psicológico. Comenzó a ver un psicólogo, sin que este supiera
quién era, el hombre la hacía sentarse en un sofá a contarle sus
sentimientos y pensamientos más profundos mientras asentía
con la cabeza sin darle ninguna solución
―¡Vaya una boludez, si quisiera desahogarme el mismo
trabajo podría hacerlo un mono, una rana o cualquier cosa! – se
quejaba.
Sin embargo, a la siguiente cita estaba puntual en el
consultorio, finalmente el médico le dijo que sufría de estrés por
exceso de trabajo, y que debía tomarse unas vacaciones, a lo que
ella contestó
―Pero doctor, estas son mis vacaciones. ―.
Y realmente las consideraba así, no había ido en busca de
nadie personalmente por meses tan solo se limitaba a vigilar
una actividad mínima que no podía agotarla, la conversación se
repitió muchas veces hasta que el especialista aburrido de la
situación le dijo que mientras ella no aceptase su problema no
podría ayudarla, y le recomendó que volviese cuando estuviese
lista. Ella lo ignoró, menuda pérdida de tiempo había sido todo

31
eso, la enfermedad seguía empeorando con mayor rapidez cada
día que pasaba, dificultándole aun más su trabajo hasta que
llegó un día, la primera vez desde la creación en que no pudo
cumplirlo, su tarea era simple: llevarse a una joven chica cuyo
tiempo se había cumplido. Estaba allí viéndola desde la sombra
del rincón en el cuarto, pero no podía acercase, no sabía
exactamente que era, si el hecho de que físicamente se parecía a
ella o que irradiaba esa misma aura épica de gloria y sangre que
tenían aquellos que la desafiaban a combates mano a mano hace
ya miles de años, era en realidad muy hermosa, daba lástima
que se hubiese cumplido su tiempo tan joven: a los veintitrés
años. El cabello negro le caía un poco por debajo de las nalgas y
sus rasgos delicados contrastaban con sus fuertes expresiones,
haciendo un esfuerzo salió de su ensueño se materializó por un
momento y se fue acercando a ella dispuesta a llevársela
consigo, su mano se encontraba ya a pocos centímetros del
cuello de joven cuando esta se volteó hacia ella, La muerte se
quedó observándola fijamente, sentía como si su materia se
desvaneciera, huyese de su cuerpo para unirse con el zafiro
liquido de esos ojos, sin saber por qué desvió la mano y la
sumergió en la negra melena, mientras con la otra acariciaba el
mullido algodón que era su mejilla, la chica no tenía idea de lo
que pasaba pero algo muy dentro de ella la impulsaba a dejarse
hacer, La muerte se fue acercando muy lentamente hasta
fundirse en un ardoroso y húmedo beso que a ella le supo a
fuego y vida, mientras que la joven saboreaba el olor a tierra
mojada y la luz de los relámpagos, percatándose que el eterno
temor de todo ser que exista o existirá, era blanda como las
nubes con olor a nieve y canela.

32
Nunca más supo de la chica, ni quiso averiguar de ella,
las ganas de verla, de buscarla la consumían, pero algo en su
interior se lo impedía, luego de su encuentro empeoró
rápidamente, llegó un punto en que la fiebre no la abandonaba
en ningún momento, cuando mucho se limitaba a descender un
poco, desesperada buscó la ayuda de Klepasios, el curandero de
los dioses, este tras mucho examinarla, le dijo que no podía
hacer nada por ella, no era que estuviese enferma era que
sencillamente estaba muriéndose, estas palabras fueron
dolorosas más que cualquier cosa, no había podido cumplir con
su trabajo por primera vez en toda su existencia pero a cambio
por fin había logrado comprender a los humanos y el deseo que
los consumía por permanecer en el mundo, Klepasios le dio
unos tónicos que la ayudarían a durar más tiempo pero ella los
desechó, no confiaba en él, aunque sabía que su diagnóstico era
el correcto, lo había sabido desde el segundo en que vio la
primera gota de sudor, pero se había negado a reconocerlo.
Incluso en sus últimos días siguió cumpliendo con su trabajo
como siempre, cuando estuvo muy débil para cargar sus armas,
se ideó otras formas de acabar con los mortales. El último
humano que reclamó (Un joven pelirrojo de patética
complexión y pobre actitud) se espantó al verla aparecer, pero
al observarla tan débil se burló de ella, pensando en escapar,
Morana sencillamente sonrió acercándose y lo abrazó, su fiebre
era tan intensa que convirtió casi instantáneamente al chico en
cenizas. En sus últimos momentos La muerte recordaba su vida,
no había sido mala, pero no le gustaría vivirla de nuevo, al
menos no de esa forma. Tuvo dos últimos pensamientos, el
primero fue para la chica
―¿Por qué no pude matarla?

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―Porque la amaba sin conocerla, ni haberla visto nunca
antes de esa única vez.
La amó, sin más razón o sentido que el mismo amor, y la
segunda fue al verse sentada en el trono con las brillantes gotas
de sudor corriendo por su cuerpo, seguían siendo hermosas,
tanto como las estrellas
―Moriré amándola y siendo estrellas ― pensó y allí se
esfumó dejando al mundo preguntándose
¿Qué sería de un jardín sin jardinera?
¿Qué sería de él sin Morana para que lo podase?

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El monstruo de acero

Dando saltitos Gruush entró al claro donde la mole de


metal aguardaba, embargado de orgullosa nostalgia el guerrero
rodeó a la criatura, los años sin duda no habían pasado en vano,
la piel se le había oxidado, los ojos antaño transparentes estaban
ya opacos y más de un rapaz se había atrevido a pintarrajearle
obscenidades.
―Si tan sólo supieran ― Pensó Gruush tensando los
músculos con indignación, pero por supuesto eran muy
jóvenes.
Hacía cincuenta lustros, los pequeños rosados rompieron
el pacto y comenzaron a expandirse, piedra, sobre piedra en el
territorio neutral, en unas pocas décadas llegaron a la base
misma de las montañas que Gruush y los suyos llamaban
hogar. Peor aún osados y estúpidos decidieron cazarlos tan
pronto pudieron, aldeas enteras se tiñeron de verde mientras
los rosados celebraban. Los ancianos enviaron guerreros para
detenerlos, y tuvieron algún éxito, pero la guerra se prolongaba
y los rosados comenzaron a avanzar aun más profundo en las
montañas, en los pasos sagrados donde las crías eran
protegidas hicieron lo innombrable. La furia de Gruush al
enterarse no tuvo rival, él y sus juramentados bajaron como un
alud, sangre por sangre y muertos por muertos los hicieron
retroceder hasta las planicies donde esas grandes bestias que
surcaban caminos de metal fue lo primero que encontraron. Los
rosados las montaban, a veces disparando proyectiles a
montón, a veces ocultos en su interior. Algunos de los guerreros
más jóvenes fueron muertos por las ruidosas armas o
atropellados, Gruush martillo de Piedra era aquel que podía
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pararse junto a los árboles sin sentirse pequeño, y sobre su
gruesa piel rebotaban inútiles los proyectiles calientes. El Troq
tocó las marcas en el frente de la criatura de metal y recordó
como aquella primera noche se paró firme frente a esa misma
bestia y la detuvo en seco descargando a la vez un golpe de su
garrote y sus manos los ojos brillantes de la criatura habían
parpadeado y luego se apagaron, poco después seguirían sus
ocupantes.
Gruush dio unos golpecitos sonoros en el costado de la
criatura, después de la guerra los ancianos quisieron destrozar
el cadáver y aprovecharlo, pero Grussh se negó, todos los
rosados estaban muertos o escaparon más allá del mar, los
ancianos tenían un continente que aprovechar, pero esta
criatura fue la primera que él había matado y se quedaría
dónde estaba o Gruush volvería a declarar la guerra.

36
El Dios

La oscuridad se sacudía con rapidez, el poderoso dios


había despertado y ahora cayado en mano examinaba su idea,
con un movimiento del arma apareció una pequeña esfera
cristalina: Un universo en blanco. Comenzó con un pedazo de
tierra al cual dotó de una espesa vegetación, fantásticas
criaturas, enormes tesoros que ocultaban terribles abominacio-
nes y… Se detuvo no era ese el universo que quería para su
nuevo campeón, ni aquel donde los habitantes habían avanzado
sus conocimientos a velocidades desmedidas complicando e
inutilizando sus vidas en el proceso, tampoco ese otro donde
los moradores obsesionados con la inmortalidad habían
logrado revertir la muerte, únicamente para que unos seres en
el margen de ambas dimensiones se los comiesen vivos,
llevando su sociedad a la destrucción y la barbarie, no, no, él
quería algo especial para este algo diferente, algo que diese esa
sensación de… Si algo como eso con un poco de dificultad y un
tanto de espacio para que los filosos bordes de su elegida
pudiesen serle útiles, de colores apagados para que el rubio
cabello deslumbrara.
Ahora el pecho desnudo brillaba de sudor, había
trabajado en frenética actividad durante quien sabe cuánto
tiempo, aun así, lejos de agotarse continuó su labor apenas
pestañeando mientras tejía los hilos finales de esta nueva
dimensión; era padre de incontables realidades, todas ellas
confinadas en pequeñas esferas que como aquella, flotaban
ociosamente en la inmensa negrura de su propia y personal
dimensión, cada una de ellas poseía uno o varios campeones y
un propósito, sin embargo una vez terminada se afanaba en la
37
siguiente dejando a la anterior casi olvidada, aquellas que no le
servían (Cómo las rechazadas de ese día) las desaparecía con un
ademan. Estando ya a punto de colocar la pieza principal, sintió
un estremecimiento, una fuerza que lo lleva a la superficie de su
hogar, borrando su cayado, acortando su melena, moviéndolo a
velocidades vertiginosas, a punto ya de gritar.
―Oe Sig espabila, en media hora salimos y no estás listo,
El joven de la mirada nostálgica, con grandes ojeras
asintió suavemente, mientras su hermano, ofuscado, salía de la
habitación: Sabía que tendría que venir nuevamente a llamarlo.
Encogiéndose de hombros se resignó, después de todo su
hermano menor era un bicho raro, siempre lo había sido y
dudaba que algún día llegase a cambiar. En la habitación el
joven sacudió la cabeza con fuerza, su cabello se veía de alguna
forma más largo y sus ojos se habían vuelto filosos: Tenía una
gran historia y solo media hora para terminarla.

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El Espectro

Una por una las campanadas quebraron la calma, dejando


tras de sí un silencio infausto, los pocos que las escucharon se
enclaustraron, sabedores que como todas las noches la hora
funesta había llegado, y con paso calmado casi perezoso
acecharía las calles y las casas buscando completar el muñón
sangriento donde terminaba su cuello, no habían oraciones
suficientes para salvarse decían, por algo se había llevado ya al
viejo José, a Gastón el florero, e incluso al pobre Daniel que se
durmió frente a la iglesia, si algún transeúnte quedaba pasada
la medianoche, rogaban a San Tomé que no les fallasen pues la
última herradura que le quedaba al caballo era la única
advertencia antes de oír el relincho que acribillaba el alma y
sentir la sangrienta hoja en el cuello.
Cómo iban a saber… Cómo iban a saber si no salían de
noche los habitantes de Santo Tomé que era un asno con una
herradura de lata lo que les aterraba cada noche.

39
El Estrecho

Fui el primero que los vio venir, sus naves en perfecta


formación humillaban a las nuestras, incluso los viejos
marineros temblaban al ver los dedos persas extendiéndose
ante nosotros. Con horror descubrí que sus fuerzas eran tan
grandes que al entrar las primeras embarcaciones en el estrecho
las últimas acaban de aparecer en el horizonte, sin embargo,
ya era tarde para retroceder, solté un grito, los remos
enloquecieron y los birremes cobraron vida, sus ojos asesinos
profetizaban un embate, un dedo roto, un choque
Ese día abandoné la casa de Poseidón llena de escombros
y teñida de sangre…

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Pánico

Esa noche el bombillo se veía como el ojo de un cuervo,


tras un día jugando en los dominios de Mama Quilla nos
habíamos reunido en el palafito, y con el aullar del viento
dimos rienda suelta a la imaginación, historias cada vez más
macabras bailaban alrededor, lamiéndonos el cuello, felices de
sacudirnos, de convocar el sudor frío. Cómo si los dioses
quisieran participar en el juego, siniestros nubarrones cubrieron
el cielo al tiempo que la luz nos abandonaba, con gran
escándalo celebramos la nueva escenografía y de vez en cuando
lanzábamos sendas risotadas en un intento por enmascarar el
miedo que nos corroía. Al menos hasta el momento del golpe
seco y el ruido de pasos que acalló nuestras voces. Así tras una
eternidad, nos saludó la voz cavernosa de un hombre alto con
un libro carmesí en las manos…
El pánico no paró hasta el amanecer, mis padres dijeron
que había sido el vecino, pero yo estoy seguro de lo que vi, de
esa sonrisa de serrucho que me persigue en mis oscuridades…

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Arena y miedo

El ardiente viento agitaba sus ajadas ropas, oteó el


horizonte con cuidado no había ocasión de errores, con el
siguiente soplo el animal empezó a descender la montaña, a su
paso un escorpión solitario se escondió en la arena sabedor de
lo que se aproximaba; el jinete apenas podía dominar el palpitar
sombrío que lo embargaba a medida que el viento se hacía más
feroz. La tercera ráfaga arrastró tanta arena que casi lo derriba,
mientras el rugido se desataba, pasó como un suspiro junto a
las ruinas, al surgir las etéreas columnas intentó girar
inútilmente: Gruesas manos se habían cerrado sobre su
garganta, el animal siguió su camino al mismo tiempo que él
era arrastrado a las tórridas dunas.
Había sido inútil el dios de las arenas no puede
abandonar el desierto…

42
Dragón

Había sido en la hora más cerrada de la noche, cuando


parece que el silencio se tragará el fuego, llegaron como una
lluvia de cardo, miles de ellos contra un puñado de hombres a
los cuales no les alcanzaron flechas, guadañas fuego o aceite.
Su nombre era Almenac fue el único sobreviviente, le
decían dragón y con la luz del padre preparó las defensas: Los
dracos no abandonan su cueva. A su regreso lo encontraron
inmóvil en su puesto, desde la muralla los fantasmas de sus
amigos dispararon todas las flechas, cuando los alcanzaron
espadas intangibles lucharon y murieron nuevamente, él
sobrevivió a sus amigos una segunda vez.
Las viejas leyendas dicen que los dragones sangran
llamas, quizás por eso no se supo si fue fuego o sangre lo que
salió de su boca cuando le atravesaron el corazón, lo único
seguro es que encendió el reguero de aceite que despedazó el
muro, los invasores y los alrededores, dejando de testigo un
cráter calcinado que recordaba a reptiles de grandes alas
capaces de abrasar al mundo.

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La isla

En la montaña del ágora, la mujer admiraba la isla con


una sonrisa desde allí se veían en todo su esplendor los siete
pilares de Likos, las principales ciudades de un imperio que
cuando se levantaba hacía temblar al mundo. Kampaspe sabía
que hubo una época en donde no eran más de cuarenta
desterrados, viviendo en una aldea sin nombre, tras años
levantaron la muralla, formaron una buena guarnición e incluso
se las arreglaron para exterminar a esos desdichados bárbaros
que por tanto tiempo los molestaron. Luego vino la edad
oscura, aquella donde cinco reyes asolaron el reino durante
años hasta que los mismos dioses se opusieron. En la más
importante de las batallas las armas de los Likeanos brillaron
con un fulgor divino, dándoles un filo y resistencia jamás visto:
Ningún enemigo vio otro amanecer.
A partir de aquel día el país creció sin pausa, miles de
reinos se unieron a él y otros tantos desaparecieron por su
causa, el estandarte de la Escila, dominó al mundo. La mujer
suspiró, su imperio había recorrido un largo camino, y
seguramente le quedaba mucho más por recorrer, pero
mientras tuviesen a los dioses de su lado nada se interpondría.
¿Cómo iba a saber aquella mujer que era un avatar? Y todo su
mundo un videojuego…

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Sonido

Se paralizó junto al vibrar de la última cuerda, como una


estatua esperaba a que las notas se disipasen en la habitación,
no las oía pero estaba seguro que se encontraban allí, sentía la
dulce esencia del LA y el fuerte aroma del Do invadiendo su
nariz, estuvo varios minutos extasiado disfrutando del bacanal
que había creado su propia canción, al desaparecer el ultimo
rastro de ella abrió los ojos y comenzó a pensar con cual
seguiría, sin decidirse dejo que las cuerdas lo guiaran al
espectáculo de luces, sabores y sonidos que en él creaba la
música, a pesar de que jamás había oído (Ni oiría) una nota o
había visto (Ni vería) las cuerdas de su instrumento.

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X

Con un suspiro la pared se movió dejando a la vista un


pasillo tenuemente iluminado, lo recorrió sospechando que al
final estaba frente al corazón del complejo, la pequeña
habitación donde terminó tan solo tenía una pantalla y una
butaca, al sentarse comenzó a oír la historia de una civilización
antigua que avanzaba torpemente, pero con cada tropiezo se
hacía más grande, llegando a hollar los más profundos secretos,
sin embargo, en su clímax, implosionó. Llegado a este punto las
imágenes históricas, fueron reemplazadas por un hombre de
rostro demacrado:
―“Nuestro planeta se llamó Tierra, nuestra civilización
humanidad. En esta caja se encuentra todo lo que una vez
supimos, espero que les sirva, espero que no repitan nuestro
error.”
Así se apagó el monitor, atrás quedaron las planchas de
hierro, las trampas de ingenio, la incógnita; tras presionar un
botón el explorador dijo “Aquí X solo polvo y piedras, nada que
salvar”.

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Narciso

Con el rostro pegado en la roca maldice en voz baja


¿Cómo un artilugio tan simple era capaz de mantenerle allí, de
engañarle con tanta facilidad? Al inicio el blanco monolito se
limitaba a mostrarle lo que quería ver, sin embargo, mientras
pasaban los días, el ónix comenzó a invadirlo, y pronto, a
dominarlo, dejaba ver imágenes cada vez más irritantes:
machada de sol la nívea apariencia, esfumada la sonrisa
depredadora, extintos los relámpagos en sus ojos; pero no era
solo eso, sus acciones y forma de ser aparecían cambiadas,
irreconocibles, y, extrañamente de alguna manera más reales.
La gota que derramó el vaso fue cuando aquel guiñapo sonrió
negando, como si fuese él quien dijese la verdad y en su osadía
extendió la mano a través del cristal rocoso.
Fúrico arremetió contra el monolito, destruyéndolo.
Negando mi existencia…

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El bárbaro

Sus viejas paredes de roca no os protegerán. No importa


cuántos repetidores tengan, no serán suficientes, una espada
imitadora jamás le gana a una con experiencia, sus mofletudos
rostros se retuercen al pensar en vivir fuera de las ciudades,
siempre supe que son unos cobardes inútiles. Pero todo tiene
un propósito en el mundo y el suyo es producir riquezas,
mujeres, armas y armaduras finas para nosotros.
Mis hombres y mujeres me llamaron Ander, mis
enemigos: muerte, y aquellos lo bastante afortunados para
hallarse lejos del filo de mi espada: Salvaje, bárbaro. Tanto fue
el temor de los mofletudos que seis reyes juntaron a sus
repetidores y atacaron a mi tribu, seis reyes contra uno, sus
ejércitos desaparecieron, pero también mi gente. Pensaron que
eso era todo, que no habría venganza.
Con la sangre seca de los monarcas caídos poco a poco el
filo de Colmillo se fue tiñendo de un rojo eterno, cuando murió
el sexto, toda la hoja era carmesí, a partir de entonces me
llamaron “El colmillo sangriento” y le hice honor al apodo tras
completar mi venganza, saqueé, robé, maté, y violé hasta que
todo me supo a cenizas. Enterré a colmillo en el lugar de la
batalla, así tanto ella como mi pueblo podrían descansar, al
volver me topé con un enlatado jinete que osó atacarme. Con mi
nueva arma y montura me preparo para unirme a varios más en
espera de que no sean mofletudos y que no deba salvar sus
cuellos cada medio segundo mientras recorro las mazmorras
del mundo.

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Cúpula

Comenzaba a salir de su letargo, aquellos que se


cobijaban en su interior despertaban alertas mientras los
rápidos riachuelos le recorrían, poco importaba que los frescos
se destruyesen si el musgo creaba mejores trazos, o que, en la
sedienta carrera, sus habitantes desperdigaran aún más los
pocos tesoros sobrevivientes, si aquella lluvia incluso creaba la
belleza rústica del óxido, hacer resonar la orquesta de su cuerpo
bien valía sacrificar aquellos rotos recuerdos.
Fue en pleno concierto cuando un ataque de granítica
neumonía desprendió un pedazo del techo, silenciándolo todo
por un momento y recordándole que también ella era un
recuerdo a merced de la lluvia del tiempo…

49
Determinado

Habían sido días de tormenta y en el aire electrificado


flotaba una agresividad que la monotonía diaria no lograba
sofocar, tal vez por eso se internó en la estrecha bifurcación en
lugar de seguir de largo. Caminó empujando al viento hasta
que se halló rodeado, entonces percibió las sombras que pronto,
aquel hombre con un tirón y el rápido trabajo de un cuchillo
cerró sobré él. Fue una gota la que fracturó el silencio, en ese
instante el cielo descargó su furia, revelando la suave sonrisa
del apuñalado y el terror de su asesino. En la mañana no
quedaba más que polvo, la purga había comenzado.

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Silencio

Era él a quién buscaban cuando querían que el trabajo se


realizara, en la negociación o juicio por más fuertes argumentos
que tuviese el oponente, con el mundo en contra cumplía con
su cliente; nadie entendía cómo, el caso es que era intimidante,
tanto que corría el rumor de que podía vencer a una estatua en
un concurso de miradas y con pedirlo los árboles se apartaban
de su camino. Quizás lo que asustaba a la gente no era lo que
tenía sino lo que le faltaba: ruido; nadie nunca lo había oído
caminar o respirar, de hecho, las puertas más escandalosas se
callaban cuando las abría, la única manera de saber que estaba
allí sin verlo era el animal: un pequeño búho blanco de no más
de un palmo que constantemente se encontraba sobre sus
hombros o revoloteaba a su alrededor. Ocurrió un día que un
caso por divorcio se complicó demasiado en la corte, a pesar de
tener la razón la mujer iba perdiendo, su esposo (Un gigante de
temperamento volcánico) estaba usando todo su poder e
influencias para cambiar la opinión del jurado; desesperada la
mujer le contrató prometiendo la paga del dinero que le tocaba,
durante tres días el hombre no se dignó a aparecer, al cuarto
(Cuando tanto ella como su abogado original se habían
quedado sin uñas para morder) entró con total calma al recinto,
se disculpó por su ausencia en días pasados, presentó una
carpeta con evidencias y recitó un breve discurso (Como quién
habla casualmente) donde desmantelaba con suma facilidad
todos los trucos y artimañas de su oponente que, entre
tartamudeos y jadeos apenas pudo replicar; veinte minutos
después Valeria había ganado. Estaba a punto de subir al auto
cuando aquel hombre lo abordó gritando:
51
―¡¿Tienes alguna idea de lo que me has costado pequeño
gaznápiro?!
Marcel con un gesto se levantó el fedora y miró al hombre
al rostro, su oponente no dijo nada, aquellos ojos marrones no
eran normales, ni esa paz en su semblante ¿Olía ya a cementerio
antes de hablarle? El puño en la camisa del abogado se aflojó,
por primera vez en toda su vida Joan de Merló tuvo miedo.
―Le agradezco que me suelte – El puño se deshizo y el
automóvil se perdió en la lejanía dejando a su atacante
traumatizado de por vida con los ojos que te miran sin verte y
el olor a cementerio.

52
El Vigilante

Estuve allí cuando sucumbió la torre de marfil, sentí al


lobo otear el aire esperando su cita, me escabullí por ciudades
llenas de muertos andantes, escuché el agradecimiento del
guerrero y el rugir de la bestia. He estado aquí desde hace tanto
que ya no me acuerdo, y aún después de los muertos y las
batallas, el veneno y los amores no logró escapar a esa
sensación de ser observado.

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El Asedio

El décimo día estaban encerrados en las últimas murallas,


la ciudad era una ruina humeante, los recursos no alcanzaban,
esas malditas maquinas no dejaban de disparar y cada día era
mayor la presión… pero… pero… Los estandartes aun
ondeaban altivos y ellos seguían respirando: no los habían
doblegado. El soldado intentó repetir por décima vez su
pregunta cuando lo detuvo una mirada de acero. ― Prevalecer
― Fue la única respuesta que ese día obtuvo del capitán.

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Metálico

Miraba aburrido las pantallas, siete meses con los ojos


derritiéndose frente al ordenador no era lo que esperaba
cuando se enroló, y con los largos años Novonios había sido
mucho peor, lo que era más todavía debía cumplir cinco más en
esa lata para poder optar al cambio. Antes de que terminara de
rumiar su descontento las alarmas estallaron, para su horror
todos los sistemas del lado este habían dejado de funcionar, sin
dejar de maldecirse empezó a correr deteniéndose solo para
tomar su arma mientras intentaba recordar toda su instrucción:
―Esto ― dijo el tutor señalando a un cuadrúpedo cubierto
de picos y escamas ― Es un Darga, son salvajes, feroces y más
rápidos en tierra que cualquier ser vivo conocido, pesan 70 kg
de promedio y pueden soportar tres rondas de un rifle antes de
caer, pero son estúpidos, un solo soldado con suficiente
munición puede con cien de ellos si está en un espacio cerrado.
No dejó de repetirse la última frase mientras disparaba
ronda tas ronda contra aquellas criaturas, terminó exhausto,
sudoroso y apestando a nitrocarga, estaba dando los primeros
pasos de regreso cuando un gruñido lo puso en alerta, había
algo que el instructor desconocía: La rapidez con que mutaban
aquellas cosas. Un rifle a medio masticar fue el único testigo de
su desesperada contienda.

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Una pausa en el camino

Luego de comer la última galleta, hizo bola la bolsa y la


dejó caer en el pequeño montón que había a sus pies, observó
como rodaba mientras se inclinaba para recoger otro paquete de
la máquina expendedora volcada sobre la que se sentaba, tardó
unos segundos en encontrar algo, este prometía “Con el
verdadero sabor de una sonrisa” el troquelado de un costado
declaraba que tenía al menos dos años caduco, sin darle
importancia rompió el empaque y comenzó a masticar el
bizcocho relleno con jarabe de sonrisas fosilizado; sabía que
esas cosas tenían químicos más que suficientes para durar
eternamente “No debes comer algo que ni las hormigas tocan”
le recordó desde alguna época feliz la voz de su abuela.
Durante años cumplió esa regla a pies juntillas, irónicamente
esa chatarra conformaba tres cuartos de la comida que
consideraba segura (Aun cuando las hormigas la ignoraban
incluso si la ponías junto al hormiguero)
―Muchas cosas cambiaron tras Los Días del Caos.
Pensó al inclinarse para recoger otro bocadillo, esta vez
una uva patinetera le sonreía desde el plástico; en aquel en
aquel entonces tampoco habría hecho un cúmulo de basura
como al que ahora se le unía la uva, y no sólo por la multa que
podría caerle sino por convicción propia, sentía que los
humanos y el planeta se encontraban en una guerra que los
primeros estaba ganando pero jamás esperó que degenerara en
algo tan grande como lo que ocurrió después, ahora los
humanos eran tan escasos que poco importaba si contaminaba o
no contaminaba: La tierra venció y pronto recuperaría el resto
de sus dominios.
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Se inclinó por tercera vez pasando la mano a través de los
restos de vidrio: en esta ocasión no hubo eslogan jocoso, ni
mascota divertida, solo aire. Segundos después sus ojos
confirmaron que en efecto la maquina estaba vacía, su bolso
estaba repleto de golosinas, pero en realidad no estaba
hambriento, ni siquiera cuando las encontró, comió simplemen-
te por no tener como cargarlas todas y por esa satisfacción
interna de recuperar el dinero que durante tantos años le
robaron le robaron las maquinuchas como esa, a fuerza de
tragarse los billetes, pero hasta esa sensación lo había
abandonado ya. Se levantó con pereza recogiendo la escopeta
que descansaba a su lado, “Sin duda hoy tuve suerte, estos me
durarán dos días mínimo” se dijo a su mismo mientras se iba,
tras de sí solo quedaban los paquetes que ya el viento
comenzaba a desbandar.

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Quizás

La belleza es interior, y si eso falla entonces es luz y calor,


o un frío sutil, una delicada elegancia, o cualquiera de las otras
cosas que usan para describirla y que francamente no puedo
esquivar, quizás porque es un concepto abstracto, quizá, porque
soy demasiado instintivo para salir de la hermosura "Clásica y
superficial" pero mientras pienso en esto, en mi mente se baten
ángeles y demonios, musas y duendes ¡Si hasta la muerte es
hermosa! Quizás por eso mi mente solo es una contradicción
que no puede decidirse entre los prados de verano y un
cementerio helado.

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Dos costas

Miraba a través de la ventana a la ciudad convertida en


borrones veloces, desde ese ángulo las luces mortecinas casi
eran engullidas por la sombra del cristal, en la radio una
trompera salsera quebró la atmosfera reinante; la cara de
aburrimiento del pasajero no varía un ápice , como si en
realidad no le importara, pero en su interior ya ha empezado a
cambiar, su sangre despierta fogosa, en un instante se esparce
por su piel un tono cobrizo; ya no siente la ropa, reemplazada
por un par de galas de plumas; y sus ojos, más marrones que
nunca, brillan con el deseo de tomar una mujer de cobre y
bailar toda la noche al son de trompetas y tambores hasta
perder la conciencia creando más gente de maíz. La canción
termina sin que haya movido un músculo, la imagen de la fiesta
se va apagando junto con ella mientras piensa que no es la
primera vez que esto le sucede, tampoco es solo la música lo
que lo afecta, en ocasiones un viento frío lo ha arrastrado hasta
un lugar donde lo desborda el olor a bosque, los copos de nieve
le humedecen la melena ahora de azabache, cuando abre los
ojos, sus pupilas brillan como plata fundida y frente a él una
hermosa mujer con gruesos abrigos y cabello de sol le saluda
sonriente.
Son mundos contradictorios (tanto como él mismo),
mundos que se desvanecen y le dejan preguntándose si mañana
será invierno o verano.

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Índice

Luna . . . . . . . . . 6
Éxtasis . . . . . . . . 8
El yelmo . . . . . . . 10
Lluvia . . . . . . . . 12
Futuro Gris . . . . . . 13
El roble . . . . . . . 15
El primero . . . . . . 21
El grito . . . . . . . . 22
La visitante . . . . . . 23
El Viaje. . . . . . . . 27
La Cena . . . . . . . 28
La enfermedad . . . . 29
El monstruo de acero . 35
El Dios . . . . . . . . 37
El Espectro . . . . . . 39
El Estrecho . . . . . . 40
Pánico . . . . . . . . 41
Arena y miedo . . . . 42
Dragón . . . . . . . 43
La isla . . . . . . . . 44
Sonido . . . . . . . . 45
X. . . . . . . . . . 46
Narciso . . . . . . . 47
El bárbaro . . . . . . 48
Cúpula . . . . . . . 49
Determinado . . . . . 50
Silencio . . . . . . . 51
El Vigilante . . . . . . 53
El Asedio . . . . . . . 54
Metálico . . . . . . . 55
Una pausa en el camino 56
Quizás . . . . . . . . 58
Dos costas . . . . . . 59

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Este libro se publicó
en el mes de octubre de 2023
por Editorial Giraluna Latinoamericana

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