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San Agustin

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San Agustín

(Aurelius Augustinus o Aurelio Agustín de Hipona; Tagaste, hoy Suq Ahras,


actual Argelia, 354 - Hipona, id., 430) Teólogo latino, una de las máximas
figuras de la historia del pensamiento cristiano. Excelentes pintores han
ilustrado la vida de San Agustín recurriendo a una escena apócrifa que no
por serlo resume y simboliza con menos acierto la insaciable curiosidad y la
constante búsqueda de la verdad que caracterizaron al santo africano. En
lienzos, tablas y frescos, estos artistas le presentan acompañado por un
niño que, valiéndose de una concha, intenta llenar de agua marina un
agujero hecho en la arena de la playa. Dicen que San Agustín encontró al
chico mientras paseaba junto al mar intentando comprender el misterio de
la Trinidad y que, cuando trató sonriente de hacerle ver la inutilidad de sus
afanes, el niño repuso: "No ha de ser más difícil llenar de agua este agujero
que desentrañar el misterio que bulle en tu cabeza."

San Agustín de Hipona

San Agustín se esforzó en acceder a la salvación por los caminos de la más


absoluta racionalidad. Sufrió y se extravió numerosas veces, porque es
tarea de titanes acomodar las verdades reveladas a las certezas científicas
y matemáticas y alcanzar la divinidad mediante los saberes enciclopédicos.
Y aún es más difícil si se posee un espíritu ardoroso que no ignora los
deleites del cuerpo. La personalidad de San Agustín de Hipona era de hierro
e hicieron falta durísimos yunques para forjarla.

Biografía
Aurelio Agustín nació en Tagaste, en el África romana, el 13 de noviembre
de 354. Su padre, llamado Patricio, era un funcionario pagano al servicio del
Imperio. Su madre, la dulce y abnegada cristiana Mónica, luego santa,
poseía un genio intuitivo y educó a su hijo en su religión, aunque,
ciertamente, no llegó a bautizarlo. El niño, según él mismo cuenta en
sus Confesiones, era irascible, soberbio y díscolo, aunque
excepcionalmente dotado. Romaniano, mecenas y notable de la ciudad, se
hizo cargo de sus estudios, pero Agustín, a quien repugnaba el griego,
prefería pasar su tiempo jugando con otros mozalbetes. Tardó en aplicarse
a los estudios, pero lo hizo al fin porque su deseo de saber era aún más
fuerte que su amor por las distracciones; terminadas las clases de
gramática en su municipio, estudió las artes liberales en Metauro y después
retórica en Cartago.

A los dieciocho años, Agustín tuvo su primera concubina, que le dio un hijo
al que pusieron por nombre Adeodato. Los excesos de ese "piélago de
maldades" continuaron y se incrementaron con una afición desmesurada
por el teatro y otros espectáculos públicos y la comisión de algunos robos;
esta vida le hizo renegar de la religión de su madre. Su primera lectura de
las Escrituras le decepcionó y acentuó su desconfianza hacia una fe
impuesta y no fundada en la razón. Sus intereses le inclinaban hacia la
filosofía, y en este territorio encontró acomodo durante algún tiempo en el
escepticismo moderado, doctrina que obviamente no podía satisfacer sus
exigencias de verdad.

Sin embargo, el hecho fundamental en la vida de San Agustín de Hipona en


estos años es su adhesión al dogma maniqueo; su preocupación por el
problema del mal, que lo acompañaría toda su vida, fue determinante en su
adhesión al maniqueísmo, la religión de moda en aquella época. Los
maniqueos presentaban dos sustancias opuestas, una buena (la luz) y otra
mala (las tinieblas), eternas e irreductibles. Era preciso conocer el aspecto
bueno y luminoso que cada hombre posee y vivir de acuerdo con él para
alcanzar la salvación.
San Agustín de Hipona en su celda (c.1480),
de Sandro Botticelli
A San Agustín le seducía este dualismo y la fácil explicación del mal y de las
pasiones que comportaba, pues ya por aquel entonces eran estos los temas
centrales de su pensamiento. La doctrina de Mani o Manes, fundador del
maniqueísmo, se asentaba en un pesimismo radical aún más que el
escepticismo, pero denunciaba inequívocamente al monstruo de la materia
tenebrosa enemiga del espíritu, justamente aquella materia, "piélago de
maldades", que Agustín quería conjurar en sí mismo.

San Agustín de Hipona (c. 1637), de Rubens

Tal concepto crearía dificultades y dudas en San Agustín a la hora de


establecer el origen del alma (siempre rechazó la noción platónica de la
preexistencia) y conciliarlo con el dogma del pecado original. Si el alma era
generada por los padres al igual que el cuerpo (generacionismo), se
entendía que el pecado original se transmitiese a los descendientes, pero,
siendo simple e indivisible, ¿cómo podía el alma pasar a los hijos? Y si el
alma era creada por Dios en el instante del nacimiento (creacionismo),
¿cómo podía Dios crear un alma imperfecta, manchada por el pecado
original?

Para San Agustín, fe y razón se hallan profundamente vinculadas: sus


célebres aforismos "cree para entender" y "entiende para creer" (Crede ut
intelligas, Intellige ut credas) significan que la fe y la razón, pese a la
primacía de la primera, se iluminan mutuamente. Mediante la sensación y
la razón podemos llegar a percibir cosas concretas y a conocer algunas
verdades necesarias y universales, pero referidas a fenómenos concretos,
temporales. Sólo gracias a una iluminación o poder suplementario que Dios
concede al alma, a la razón, podemos llegar al conocimiento racional
superior, a la sabiduría. Por otra parte, un discurso racional correcto
necesariamente ha de conducir a las verdades reveladas.
De este modo, la razón nos ofrece algunas pruebas de la existencia de Dios,
de entre las que destaca en San Agustín el argumento de las verdades
eternas. Una proposición matemática como, por ejemplo, el teorema
de Pitágoras, es necesariamente verdadera y siempre lo será; el
fundamento de tal verdad no puede hallarse en el devenir cambiante del
mundo, sino en un ser también inmutable y eterno: Dios. Dios posee todas
las perfecciones en grado sumo; Agustín destaca entre sus atributos la
verdad y la bondad (por influjo de la idea platónica del bien), aunque
establece la inmutabilidad como el atributo del que derivan lógicamente los
demás. La influencia de Platón se hace de nuevo patente en el
llamado ejemplarismo de San Agustín: Dios posee el conocimiento de la
esencia de todo lo creado; las ideas de cada ser en la mente divina son
como los modelos o ejemplos a partir de los cuales Dios creó a cada uno de
los seres.
Ética y política

El hombre aspira a la felicidad, pero, conforme a la doctrina cristiana, no


puede ser feliz en la tierra; durante su existencia terrenal debe practicar la
virtud para alcanzar la salvación, y gozar así en la otra vida de la visión
beatífica de Dios, única y verdadera felicidad. Aunque para la salvación es
necesario el concurso de la gracia divina, la práctica perseverante de las
virtudes cardinales y teologales es el camino que ha de seguir el hombre
para alejarse de aquella tendencia al mal que el pecado original ha impreso
en su alma.
Agustín de Hipona entiende el mal como no-ser, como carencia de ser.
Siguiendo la tesis ejemplarista, el mundo y los seres que lo forman son
buenos en cuanto que imitación o realización, aunque imperfecta, de las
ideas divinas; no podemos culpar a Dios de sus carencias, ya que Dios les
dio el ser, no el no-ser. Del mismo modo, las malas acciones son actos
privados de moralidad; Dios no puede sino permitir que se cometan, pues lo
contrario implicaría retirar al alma humana su libre albedrío.

Las ideas políticas de Agustín de Hipona deben situarse en el contexto de la


profunda crisis que atravesaba el Imperio romano y de la acusación lanzada
por los paganos de que el cristianismo era la causa de la decadencia de
Roma. San Agustín respondió trazando en La ciudad de Dios una filosofía de
la historia; la palabra "ciudad" ha de entenderse en esta obra no como
conjunto de calles y edificios, sino como el vocablo latino civitas, es decir, la
población o habitantes de una ciudad. Entendiendo el término en tal
sentido, para San Agustín la historia de la humanidad es la de una lucha
entre la ciudad de Dios y la ciudad terrena, la ciudad del bien y la del mal.
Entre los moradores de la ciudad terrenal impera "el amor a sí mismo hasta
el desprecio de Dios"; en la ciudad de Dios, "el amor a Dios hasta el
deprecio de sí mismo".
Remontándose a los ángeles y a Adán y Eva y descendiendo por la Biblia
hasta llegar a Jesucristo y a su propia época, Agustín de Hipona expone el
desarrollo de esta constante pugna. La ciudad de Dios se inició con los
ángeles, y la terrena, con Caín y el pecado original. La historia de la
humanidad se divide en dos grandes épocas: la primera, desde la caída del
hombre hasta Jesucristo, preparó la redención; la segunda, desde Jesucristo
hasta el fin del mundo, cumplirá y realizará la redención, pues el conflicto
entre ambas ciudades proseguirá hasta que, ya en el fin de los tiempos,
triunfe definitivamente la ciudad de Dios.

Desde tal amplia perspectiva, la situación crítica del Imperio romano (en el
que San Agustín ve un instrumento de Dios para facilitar la propagación de
la fe) es solamente otro momento de esa lucha, y más debe atribuirse su
crisis a la pervivencia del paganismo entre los ciudadanos que a la
cristianización; una Roma plenamente cristiana podría pasar a ser un
imperio espiritual y no meramente terrenal. Junto al núcleo que la motiva,
se halla en esta obra su concepto de la familia y la sociedad como positivas
derivaciones de la naturaleza humana (no como resultado de un pacto), así
como la noción del origen divino del poder del gobernante.

Por su vasta y perdurable irradiación, puede afirmarse que Agustín de


Hipona figura entre los pensadores más influyentes de la tradición
occidental; es preciso saltar hasta Santo Tomás de Aquino (siglo XIII) para
encontrar un filósofo de su misma talla. Toda la filosofía y la teología
medieval, hasta el siglo XII, fue básicamente agustiniana; los grandes
temas de San Agustín -conocimiento y amor, memoria y presencia,
sabiduría- dominaron la teología cristiana hasta la escolástica
tomista. Lutero recuperó, transformándola, su visión pesimista del hombre
pecador, y los seguidores de Jansenio, por su parte, se inspiraron muy a
menudo en el Augustinus, libro en cuyas páginas se resumían las
principales tesis del filósofo de Hipona.

ChatGPT

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Dijiste:

El problema de dios según Agustín de Hipona

ChatGPT dijo:

El problema de Dios según Agustín de Hipona (354-430 d.C.) se refiere a


la cuestión de la existencia de un Dios omnipotente, omnisciente y
benevolente en un mundo donde hay mal y sufrimiento. Esta es una de
las grandes preguntas filosóficas y teológicas que Agustín aborda en su
obra “Confesiones” y en “La ciudad de Dios”.

El problema central es cómo puede un Dios absolutamente bueno


permitir la existencia del mal. Agustín plantea que el mal no es una
entidad o sustancia propia, sino la privación del bien. Es decir, el mal es
la ausencia o deficiencia del bien, al igual que la oscuridad es la
ausencia de luz. Según esta visión, Dios creó un mundo bueno, pero el
mal surge cuando las criaturas libres (como los humanos) desvían su
voluntad del bien hacia el mal.

Agustín también introduce la idea de que el libre albedrío, que Dios


otorga a los seres humanos, es fundamental para que haya amor
genuino y una relación auténtica con Él. El mal, entonces, es resultado
del abuso del libre albedrío y de la desobediencia humana, no de una
imperfección en la creación divina.
En resumen, el problema de Dios según Agustín es cómo conciliar la
existencia de un Dios bueno y todopoderoso con la presencia del mal en
el mundo, y su respuesta es que el mal es una falta de bien, y el libre
albedrío es necesario para la verdadera moralidad y relación con Dios.

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