0 calificaciones 0% encontró este documento útil (0 votos) 118 vistas 39 páginas Caminos Los Ascetas (Tito Colliander)
El documento presenta la obra de Tito Colliander, quien, tras abandonar Rusia en 1918, se convirtió en profesor de la iglesia ortodoxa y escribió sobre la enseñanza de los Padres de la Iglesia. Se enfatiza la importancia de la acción y la fe en la vida espiritual, así como la necesidad de renunciar a la propia voluntad y cultivar el corazón como un jardín para alcanzar la vida eterna. El texto también destaca la lucha interna del ser humano y la necesidad de confiar en Dios para obtener la victoria en este combate invisible.
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Guardar Caminos Los Ascetas (Tito Colliander) para más tarde 1110 COLLIANDER, nocd en San Peersburgo
en ef aia 1904, hijo do padres fnandeses
Abandond Rusia on 1918. No es socerdote ni
‘mona; es un lneo casado y pare de Famili
Después del ittina guerra fue profesor dere
igi ortodoxa on las escveas suecas de Het
Siki y sus obras fueron traducides 2 varios
idiomas.
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Oriente y# Occiente. porque es simplemente
Tito Colliander
Camino
de los ascetas
Ediciones
Paulinasistribuyen:
EDICIONES PAULINAS
‘+ Avda. Sen Martin 4360, 1602 PLO:
RIDA (Bs, As), Argontina. Teléfo
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nto gue ordene In ley 1-723 / Titulo ote
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‘astgues, Prana / Traducein del franc
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Decision inicial y perseverancia
SI quieres salvar tu alma y conseguir la vida
eterna, sacude tu modorra, haz la seal de la Cruz y df:
“En el nombre del Padre y del Hijo y del Espiritu Santo.
Amen",
La fe no se consigue con la reflexién sino con la
accién. No son las palabras y la especulacién las que nos
ensefian quién es Dios, sino ia experiencia. Para dejar en-
trar el aire fresco, es necesario abrir la ventana; para
adquirir un tinte bronceado hay que exponerse al sol. Es
igual para adquirir la fe. Los santos Padres dicen que no se
consigue el fin quedandose tranguilamente a la espera.
Imitemos al hijo prédigo: “Y levanténdose, partié hacia su
padre” (Le. 15, 20).
Cualquiera sea el peso y el ntimero de las cadenas
que os atan a la tierra, jamas ser demasiado tarde para
empezar. No sin motivo esté escrito que Abraham tenia
sesenta aflos cuando se puso en viaje, y los obreros de
la hora undécima recibieron el mismo salario que los que
habian trabajado desde la maiana.
Nunca es demasiado pronto, tampoco. El incendio
de un bosque se puede extinguir cuando todavia no se ha
extendido. ;Querrias ver tu alma quemada y asolada?
En el bautismo has recibido la orden de comprome-
terte en una lucha invisible contra los enemigos de tu
alma, Pon manos a la obra. Hace mucho que lo estés pos-
tergando, Sumido en el descuido y la pereza, has despil-
farrado un tiempo precioso y no queda otro camino que
6comenzar por el principio, pues, lamentablemente, has
dejado empafar la pureza que habias recibido en el bau-
tismo,
Empieza este trabajo ya mismo, sin demora. No pos-
tergues tu decisién para esta tarde, para mafiana, para
més tarde o para “cuando haya terminado lo que estoy
haciendo ahora”. Un retraso puede ser fatal.
Es ahora, en el mismo instante de tomar la decisién,
que debes demostrar con tus actos que has dejado para
mpre tu antiguo “yo” y que acabas de empezar una
nueva vida, con miras a un nuevo objetivo y siguiendo ca-
minos nuevos. Levantate sin demora y df: “Seftor, coneé-
deme el empezar ahora mismo, ;Ayddame!”. Pues, sobre
todo, necesitas de la ayuda d2 Dios.
Persevera en tu decisién y no te vuelvas atrés. Que
el ejemplo de la mujer de Lot te sirva de leccién: ella fue
transformada en estatua de sal por haber mirado hacia
atras (cfr. Gn. 19, 26). Has abandonado el hombre viejo,
no vuelvas a lo de antes. Lo mismo que Abraham, ta esc
chaste la voz del Seftor que te dijo: “Véte de tu tierra y de
tu patria y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostra-
ré” (Gn. 12, 1). De ahora en adelante, es en ese pais que
debe concentrarse toda tu atencién.
Insuficiencia
de las fuerzas humanas
‘Los santos Padres nes dicen al unisono: “Lo
primero que hay que inculear en el espfritu es que jamas
debe uno apoyarse en s{ mismo. El combate que vas a
afrontar es extremadamente arduo y las solas fuerzas hu-
manas son absolutamente insuficientes para luchar. Si te
fias de ti mismo, serés vencido inmediatamente y perderés,
todo empuje para continuar el combate. S6lo Dios puede
darte la victoria, segin tu deseo”.
La resolucién de no confiar en las propias fuerzas,
es para muchos, un serio obstaculo que les impide comen-
zar de una vez por todas. Sin embargo, es necesario man-
tenerse hasta el final, bajo pena de tener que abandonar
toda esperanza de seguir adelante. En efecto, ,c6mo un
hombre podra recibir consejos, formacién y ayuda si cree
que sabe todo, puede todo y no tiene ninguna necesidad de
ser aconsejado? A través de semejante muro de suficien-
cia no hay posibilidad de que penetre ningtin rayo de luz.
“Ay de los sabios a sus propios ojos, y para s{ mismos dis-
cretos!” (Is. 5, 21-22). San Pablo nos aconseja: “No os
complazeéis en vuestra propia sabidurfa” (Rom. 12, 16).
El reino de los cielos ha sido revzlado a los mas pequefios y
escondido a los sabios y grandes (cfr. Mt. 11, 25).
Debemos, entonces, despojarnos de la exagerada
confianza que tenemos en nosotros mismos pues a menu-
do esta tan enraizada, que no nos apercibimos del poder
que ejerce sobre nuestro corazn. Es nuestro egoismo, la
7preocupacién por nosotros mismos, el amor propio, las
causas de todas nuestras dificultades, de nuestra falta de
libertad interior en la prueba, de nuestras contrariedades
y de los tormentos de nuestra alma y de nuestro cuerpo
Una mirada sobre ti mismo te hard ver hasta qué
punto estés ligado por el deseo de complacer a tu “yo” y
s6lo a él. Tu libertad est atada por los lazos estrechos del
amor a ti mismo y asf te balanceas al azar como un cadé-
ver, de la mafana a la noche. “Ahora tengo ganas de be-
, “ahora tengo ganas de salir”, “ahora tengo ganas de
leer el diario...". Poco a poco tus propios deseos te llevan
como de la mano y si algtin otstéculo se pone en el cami-
no, te ofuscas inmediatamente bajo el golpe de la contra-
riedad, y sobrevienen la impaciencia y la célera.
i examinas la profundidad de tu conciencia, descu-
brirés las mismas cosas. El sentimiento de disgusto que
experimentas cuando alguno te contradice te permite
constatarlo facilmente, y asf vivimos como esclavos. Pero
“donde esté el Espiritu del Seftor, alli esté la libertad”
(2 Cor. 3, 17)
{Qué beneficio te repcrta estar constantemente
pendiente de tu “yo”? ;Acaso el Sefior no nos mandé
amar al préjimo como a nosotros mismos y amar a Dios
sobre todas las cosas? Pero, {Jo hacemos? ,No estamos,
més bien, siempre ocupados en pensar en nuestro bienes-
tar?
Convéncete de que nada bueno puede venir de ti
mismo y si tienes algdn pensamiento desinteresado, segu-
ro que no viene de ti sino que deriva de la Fuente de la
Bondad que lo ha depositado ea ti, es un don de Aquel que
da la vida. Asimismo, el poder realizar este buen pensa-
miento te lo concede la Santisima Trinidad.
El jardin del coraz6n
La nueva vida que acabas de comenzar ha sido,
frecuentemente, comparada a la de un jardinero. El suelo
que cultiva es un don de Dios como las semillas, el calor del
sol, la llavia y la fuerza que hace crecer las hierbas. Pero el
trabajo le esté confiado a él
Si el jardinero quiere tener una cosecha abundante,
deberé trabajar de la mafana a la noche, escardar, cavar,
regar, podar, pues sus cultivos estan amenazados por mu-
chos peligros que comprometen la cosecha. Deberd traba-
jar sin desfallecer, estar siempre alerta, siempre vigilante,
siempre dispuesto a intervenir y a pesar de todo esto, al fin
de cuentas, la cosecha depende enteramente del tiempo y
de los elementos, es decir de Dios.
E] jardin que debemos cultivar y sobre el que debe-
mos velar, es nuestro propio coraz6n, y la cosecha, la vida
eterna.
Ella es eterna, pues no puede ser medida ni por el
tiempo ni por el espacio, no esté ligada a las circunstancias
exteriores sino que es la vida verdadera, vida de libertad,
de amor, de misericordia y de luz. No tiene limites y por
eso es eterna. Es una vida espiritual que transcurre en una
esfera espiritual, es una nueva dimensién de la existencia
Comienza aqui abajo y no tiene fin. Ninguna autoridad te-
rrestre tiene poder sobre ella y se la descubre en el fondo
del corazén.
“Persiguete a ti mismo —dice san Isaac el Sirio—, y
tu enemigo seré derrotado con s6lo aproximarse. Haz la
°paz contigo mismo, y el cielo y la tierra harén la paz conti-
go. Moléstate para entrar en tu celda interior, y veras la
morada celestial, pues ambas no son sino una misma cosa
penetrando en una, se contemplaré la otra. La escala del
reino esta en vosotros, escondida en tu coraz6n. Descar-
gate del fardo de tus pecados y descubrirés en tiel sendero
que hard posible tu ascension”.
La'morada celestial de la que habla el santo, es otro
nombre de la vida eterna. Se la llama también reino de los,
cielos, reino de Dios o simplemente Cristo. Vivir en Cristo
es vivir la vida eterna.
10
Un combate silencioso e invisible
AHORA que sabemos dénde debe librarse el com-
bate que acabamos de emprencer y lo que esté en juego,
nos resta comprender por qué se le llama “combate invisi-
ble”. Es que se desarrolla todo entero en nuestro coraz6n,
en silencio, en el fondo de nosotros mismos. Esto es igual-
mente importante y los santos Padres insisten sobre ello
con fuerza: “;Tened los labios sellados sobre vuestro se-
creto!"’ Si se abre la puerta de un bafio de vapor, el calor
se va y el tratamiento pierde su eficacia.
Asi pues, no habléis a nade de vuestra reciente deci-
si6n; no digdis nada de vuestra nueva vida ni de vuestr
experiencias o de aquello con Ip que esperdis, algin dia,
ser favorecido. Esto no debe tratarse sino entre Dios y vo-
sotros, exclusivamente. La Gnica excepci6n debe hacerse
con el padre espiritual.
El silencio es necesario, porque el hablar de los pro-
pios asuntos no conduce sino a preocuparse de s{ mismo y
de alimentar la confianza en las propias fuerzas. Ante to-
do, hay que reprimir estas tendencias. Gracias al silencio,
nuestra confianza aumenta en aquel que ve lo que esta
escondido. Gracias al silencio, hablamos con aquel que oye
sin necesidad de palabras. Td sélo lo buscas a él, y es en él
en quien debe estar tu confianza. Estés anclado en la eter-
nidad, y en la eternidad toda palabra enmudece.
En adelante debes pensar que todo lo que te ocurre,
ya sea 0 no importante, te ha sido enviado por Dios para
ayudarte. El solo conoce lo que te hace falta y lo que nece-
nsitas en el instante presente: adversidad o prosperidad,
tentacién o caidas. Nada ocurre por casualidad; no hay
ningtin acontecimiento del que no puedas aprender algo.
Esto hay que comprenderlo desde ahora, pues asi tu con-
fianza aumentaré en el Seftor a quien has decidido seguir.
Los santos nos dan otro consejo para el camino
considérate como un nifo que apenas comienza a hablar y
a dar los primeros pasos. Toda tu sabiduria segin el mun-
do y todos sus conocimientos, son intitiles para el combate
que te espera, lo mismo que tu situacién social y tus
bienes,
‘Todo lo que se pose y que no esta empleado en el
servicio del Sefior es un fardo, y todo conocimiento que el
corazén no comparte es estéril y por lo tanto presuntuoso.
Debes abandonar, pues, toda tu ciencia, y llegar a ser un
ignorante para ser sabio. Debes llegar a ser pobre para ser
rico, y débil para ser fuerte.
El renunciamiento de s{ mismo
y la purificacié6n del coraz6n
DEsARMADO, débil e impotente, ta emprendes el
més dificil de los trabajos: vencer tus propios deseos egols-
tas. Es precisamente de la “persecucién de si mismo" de la
‘que depende, finalmente, el resultado del combate, puesto
que en tanto tu voluntad egoista domine, no podrés decir
al Sefior con un coraz6n puro: "Que se haga tu voluntad”,
Sino puedes desembarazarte de tu propio valer, no podras
abrirte a la verdadera grandeza. Si te apagas a tu propia
voluntad, no podrés tener parte en la libertad verdadera
que es el reinado de una Gnica voluntad.
El secreto més profundo de los santos es éste: no
busquéis la libertad y la libertad os sera dada.
La tierra no produciré sino cardos y espinas, dice la
Escritura, y el hombre debe cultivarla con el sudor de su
frente y mucho sufrimiento. Esta tierra es el hombre, su
propia naturaleza. Los santos Padres aconsejan comenzar
Por cosas pequefias, pues como dice san Efrén el Sirio:
iCémo podras extinguir un voraz. incendio antes de ha-
ber aprendido a apagar un fuego incipiente?”. Si quieres
ser capaz de resistir a las tentaciones mas violentas, dicen
los santos Padres, aniquila tus pequefios deseos. No creas
que pueden separarse unos de otros pues ellos estén enla-
zados como los anillos de una cadena 0 los puntos de un
tejido.
Por eso, de nada sirve atacar a los vicios principales
y alos malos habitos que te oponen una fuerte resistencia,
sino te esfuerzas, al mismo tiempo, en vencer tus “inocen-
18tes” debilidades: glotonerfas, abuso de la palabra, curiosi-
dad, costumbre de mezclarse en los asuntos ajenos, ete.
Todos nuestros deseos, en efecto, grandes o pequefios, tie-
nen el mismo origen: el hébito constante de satisfacer
nuestra propia voluntad.
Entonces, es la propia voluntad a la que hay que
condenar a muerte, Después de la caida original, esta al
servicio exclusivo de nuestro propio “'yo"; por eso el obje-
tivo de nuestro combate es la muerte de la voluntad pro-
pia. Es necesario hacerlo sin demora y seguir la lucha sin
descanso. {Tienes curiosidad por saber algo? No pregun-
tes. ; Tienes muchas ganas de seber dos tazas de café? To-
ma solo una. ;Tienes la tentacién de mirar por la venta-
na? No mires. ‘Tienes muchos deseos de hacer una visita?
Quédate en casa.
Esto es la persecucién de si mismo. Por este medio y
con la ayuda de Dios, se hace callar la voz. ruidosa de la
propia voluntad.
iTe preguntas si esto es realmente necesario? Los
santos Padres te responden con otra pregunta: Crees que
es posible llenar un vaso de agua clara sin antes haberlo
vaciado del agua turbia que ecntenfa? ; Querrias recibir a
un huésped amado en una habitacién lena de cosas enve-
jecidas y fuera de uso? No. “El que tiene la esperanza de
ver al Sefior tal cual es, que se purifique a s{ mismo”, dice
el apéstol Juan (1 Jn. 3, 3).
Entonces, ;purifiquemos nuestros corazones! Arro-
jemos todas las vejeces polvorientas que se acumulan, la-
vemos el piso, limpiemos los vidrios y abramos las venta-
nas para que el aire y la luz entren en la habitacién donde
queremos hacer un santuario para el Seftor. Cambiernos
de vestidos para que el viejo olor a humedad huya de noso-
tros y para que no seamos arrojados fuera (Le. 13, 28).
He aqui el trabajo nuestro de cada dia y de cada mo-
mento.
“4
Con esto, no hacemos sino cumplir lo que el Sefior
nos mand6 por su santo apésto. Santiago: “..Limpiad los
corazones" (Sant. 4, 8). El apéstol Pablo nos pide “purifi-
carnos de toda mancha de la carne y del espiritu” (2 Cor.
7, 1). “Pues —dice el Sefior—, es del interior del coraz6n
que salen los pensamientos perversos, fornicaciones, ro-
bos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, li-
bertinaje, envidia, injuria, insclencia, insensatez. Todas
estas perversidades salen de dentro y hacen impuro al
hombre” (Mc. 7, 21-23). Por eso, exhorta asi a los fariseos:
“Purificad antes el interior de la copa y del plato, para que
su exterior también sea puro” (Mt. 23, 26).
Poniendo en préctica este precepto de comenzar por
el interior, debemos tener presente en nuestro espiritu,
que no es, de ningGn modo, por nosotros mismos que puri-
ficamos nuestro coraz6n. No es para nuestra satisfaccién
personal que limpiamos y ordenamos la habitacion del
huésped, sino para complacerio. Nos preguntamos: “;La
encontraré a su gusto? {Querré quedarse?”. ¥ todo nues-
tro pensamiento es para él. Luego nos retiramos, perma-
neciendo fieles a nuestro primer plan sin esperar res-
puesta.
Nicetas Stéthatos explica que para el hombre hay
tres estados: el hombre carnal que vive para su propio pla-
cer aun en detrimento de los otros; el hombre natural, que
quiere, a la vez, complacerse a s{ mismo y a los demas; el
hombre espiritual, que quiere agradar s6lo a Dios, aun en
detrimento propio.
EI primero esté por debajo de la naturaleza, el se-
gundo conforme a la naturaleza y el tercero por encima de
Ja naturaleza: es la vida en Cristo.
El hombre espiritual piensa espiritualmente; su
esperanza es ofr un dia a los Angeles que se regocijan “por
un pecador que se arrepiente” (Le. 15, 10), un pecador que
no es otro que él mismo. Que sean estos tus sentimientos,
18trabaja animado por esta esperanza, pues el Seftor nos dio
este precepto: “Sed perfectos como vuestro Padre Celes-
tial es perfecto” (Mt. 5, 48), y “buscad primero el reino de
Dios y su justicia” (Mt. 6, 33).
No te des ningtin reposo, no te concedas ninguna
tregua hasta que no hayas dado muerte a esa parte de ti
mismo que viene de la naturéleza carnal. Resuélvete a des-
cubrir en ti toda manifestacién del hombre animal y perse-
guirla implacablemente. “Pues la carne lucha contra el
Espiritu y el Espiritu contra la carne” (Gal. 5, 17).
Mas si temes creerte justo a tus propios ojos traba-
jando por tu salvacién, si temes ser vencido por el orgullo
espiritual, examinate a ti mismo y di a ti mismo que el que
teme volverse justo a sus propios ojos, peca de ceguera. El
no ve que realmente ya se esta considerando justo a sus
propios ojos.
Es necesario extirpar
el deseo de gozar
Dice la Escritura que s6lo un pequefio niimero
encuentra el camino estrecho que conduce a la vida y de-
bemos esforzarnos por entrar en él, “pues muchos preten-
derdn entrar en 61 y no podrén” (Le. 13, 24)
Debemos buscar la causa, precisamente, en nuestra
repugnancia a perseguimos a nosotros mismos. Quizés
dominamos los vicios mas graves y més peligrosos pero
nos detenemos alll, Dejamos que las pequefias fantasias se
desarrollen libremente y como quieran. No cometemos ro-
bos ni estafas pero los comentarios hacen nuestras deli-
cias, No nos embriagamos pero abusamos del té o del café.
Nuestro coraz6n permanece lleno de deseos. Las rafces no
han sido extirpadas y erramos a la ventura en el bosque
virgen que ha crecido en el suelo fértil de nuestro amor por
nosotros mismos.
‘Ataca de frente esta ternura por ti mismo, pues es la
raiz de todos los males que sufren. Sino estuvieras leno de
piedad por ti mismo, te darfas cuenta, en seguida, que eres
{ii la causa de tu desdicha porque te niegas a comprender
que los males que nos vienen son, en realidad, una buena
cosa. Tu ternura por ti mismo oscurece tu vista. No com-
padeces a nadie sino a ti mismo y por lo tanto el horizonte
esté muy préximo. Tu amor esta preso en ti, Libéralo y ce-
saras de ser desdichado.
Renuncia a tus debilidades y a tu sed insaciable de
bienestar; jataca en todos los frentes! Condena a muerte
17tu apetite de placer, no lo dejes respirar. Sé riguroso conti-
go mismo y rehtisa a tu “yo” carnal las migajas de placer
que continuamente reclama. Pues un habito se fortalece
por la repeticién de actos, pero muere sino se lo alimenta.
Sin embargo, cuida al cerrar al mal la puerta grande, que
no quede entreabierta una puerta de atras por donde pue-
a deslizarse facilmente bajo otra forma.
De qué serviria, por ejemplo, dormir en el suelo si
al mismo tiempo, buscas tu satisfaccién en un bano calien-
te? {De qué serviria dejar de fumar si dejas libres tus
ansias de charlar? ;Qué beneficio resultarfa sino conver-
saras y te dedicaras a leer novelas cautivantes? ,¥ de qué
utilidad serfa dejar de leer sidejas libre curso a tu imagina-
ci6n y te meces por duces suefios?
Estas son las diferentes formas de una sola y Gnica
realidad: tu insaciable sed de satisfacer tu deseo de gozar.
Debes extirpar el simple deseo de poseer objetos
agradables, de gozar de un sentimiento de bienestar, de te-
ner tus comodidades. Debes aprender a amar la contrarie
dad, la pobreza, el sufrimiento, las privaciones. Debes
aprender a seguir los preceptos del Seftor, no hablar cosas
intitiles, no vestirse con demasiado refinatniento, obedecer
siempre a la autoridad, no mirar a ninguna mujer con con-
cupiscencia, no estallar en eélera, etc.
Todos estos preceptos nos han sido dados para que
los practiquemos y no para actuar como si no existieran,
pues si no Dios no nos log hubiera dado, “Si alguno quiere
seguirme, que se niegue a si mismo” (Mt. 16, 24). Sin
embargo, el Sefor respeta la libertad de cada uno (“si
alguno quiere”), y el esfuerz personal (“que se niegue a si
mismo
18
See keke ltl ketkttetEttkfttktCttEtteEEedltetteeld ketkeeet kee le eeel teed leet eee
Es necesario transferir el amor
de nosotros mismos a Cristo
“SI salimos de nosotros mismos, ,qué encontra-
remos?”, pregunta el obispo Teéfano el Recluso. Y él mis
mo nos da la respuesta: “Encontraremos a Dios y a nues
tro préjimo". Esta es la verdadera raz6n por la cual la
renuncia de s{ mismo es una condicién —y la prineipal—
que debe llenar aquel que busca en Cristo su salvacién,
desplazando el centro de gravedad hacia Cristo, que es a la
vez, Dios y nuestro préjimo.
Esto significa que toda la solicitud, todo el cuidado,
todo el amor que nos prodiguemos a nosotros mismos,
estar4n, sin que nos demos cuenta, total y naturalmente
dirigidos a Dios y por ende hacia nuestro préjimo. Enton-
ces podréis hacer el bien de tal manera que “tu mano
izquierda ignore lo que hace la derecha’ que “tu limos-
na se haga en secreto’ (Mt. 6, 3-4)
Hasta que esto no se realice, no podréis “ser colma-
dos de la plenitud de la ciencia, capaces de rendiros servi-
cio mutuamente” (Rom. 15, 14), de una manera real, no
puramente material, Todas nuestras tentativas en este
sentido fallan por la base porque son “nuestras” y proce-
den de nuestro deseo de complacernos a nosotros mismos.
Es necesario comprenderio bien sino corremos el riesgo de
extraviarnos, comprometiéndonos en un camino, por asi
decirlo, de dedicacién a los demés y en obras bien intencio-
nadas, pero que terminarfan por conducirnos indefectible-
mente al pantano de nuestra propia satisfaccion
19Absténte, por consiguiente, de promocionar las ven-
tas de caridad, reuniones y otras actividades semejante
La actividad, en todas sus formas, es un temible veneno.
Sondea tu corazGn, examfnate cuidadosamente y recono-
cerds que muchas de estas actividades en las que parece
que uno se da a los otros, prceeden en realidad de la nece-
sidad de aturdir nuestra conciencia; su verdadero origen
es nuestra invencible tendencia a buscar lo que nos gusta
y satisface (Rom. 15, 1).
No, el Dios del amor, de la paz y del total sacrificio
no se encuentra allf donde se busca la propia satisfaccién
en el ruido y la actividad aun bajo nobles pretextos. He
aqui un principio de discernimiento: si la paz de tu espfritu
se turba, si estés desanimado o un poco irritado porque,
por cualquier raz6n has tenido que renunciar a una buena
obra que proyectabas, esto demuestra que su origen era el
desorden.
‘Te preguntarés quiz4s, ;por qué? Los hombres que
tienen experiencia en la vida espiritual te responderan que
los obstéculos y las dificultades exteriores no aleanzan si
no a aquellos que no han entregado su voluntad a Dios. Es
impensable que Dios encuentre un obstaculo. Un acto
realmente desinteresado no es “mio” sino de Dios y no
puede ser trabado. Son solamente mis propios planes,
mis propias voluntades —estudiar, trabajar, descansar,
comer, hacer un favor al préjimo— que pueden ser contra-
riados por circunstancias exteriores, entonces me enttris
tezco, pero para aquel que ha descubierto el camino estre-
cho que conduce a la vida, es decir a Dios, no hay sino un
solo obstaculo posible: su propia voluntad pecadora, Si
quieres hacer cualquier cosa pero no puedes Ilevarla a ca-
bo con éxito, {por qué afligirse? Por lo demas él no hace
demasiados proyectos (cfr. Sant. 4, 13-16).
Pero este es otro secreto de los santos.
No te hagas muchas ilusiones, un cristiano debe
conducirse como Cristo se conducfa (1 Jn. 2, 6). El que ja-
més buscé cumplir su voluntad (Jn. 5, 30), sino que nacié
sobre paja, ayuné cuarenta dias, pas6 largas noches en
oracién, curé enfermos, eché los demonios, no tuvo lugar
donde reclinar su cabeza y finalmente, fue cubierto de sa-
livazos, flagelado y crucificado.
iQué lejos de esto estas! Pregtintate sin cesar
pasado alguna noche orando y velando? ;He ayunado un
solo dia? ;He echado algtin demonio? {Me he dejado insul-
tar y golpear sin resistirme? ;He crucificado realmente mi
carne? (efr. Gal. 5, 24). He renunciado a buscar mi vo-
luntad? Ten siempre esto muy presente en tu espiritu.
«Por qué es necesario negarse a si mismo? ;Por qué
el que verdaderamente se niega a si mismo ya no se
pregunta: {Soy dichoso? {Soy feliz? Tales preguntas no
tendran raz6n de ser cuando te hayas negado verdader:
mente a ti mismo. En efecto, haciendo esto, habrés aban-
donado al mismo tiempo todo deseo de buscar tu satisfac-
cidn en la tierra o en el cielo
Esta voluntad obstinada de encontrar la propi
tisfaccion, es la causa de la inquietud y de la division de tu
alma. Aband6nala y lucha contra ella y todo lo dems se te
dara sin esfuerzo.Es necesario mantenerse
en guardia contra los
repetidos ataques del enemigo
Las primeras victorias sobre ti mismo deben tener
para ti el valor de un signo: ahora ests en el buen camino
pero no te consideres virtuoso, sino da gracias a Dios que
es quien te dio la fuerza y no te alegres demasiado, més
bien aprestrate a seguir tu camino, sino el demonio venci-
do levantaré su cabeza y te atacaré por la espalda.
Recuerda el mandamiento que los israelitas habian
recibido de Dios para que te sirva de leccién: “Cuando ha-
yais pasado el Jordan, haydis entrado en el pais de Ca-
haan, arrojaréis delante de vosotros a todos los habitantes
del pals. Destruiréis todas sus imagenes pintadas, destrui:
réis sus estatuas de fundicién, saquearéis todos sus altos,
Os apoderaréis de la tierra y habitaréis en ella, pues os doy
a vosotros todo el pafs en propiedad, Repartiréis la tierra
por medio de un sorteo entre vuestros clanes. Al grupo
mas numerosos le aumentaréis la herencia y al mas peque-
fio se la reduciréis. Donde le caiga a cada uno la suerte, alli
ser su propiedad. Haréis el reparto por tribus. Pero sino
dispersdis delante de vosotrosa los habitantes del pais, los
que dejéis se os convertirén en espinas de vuestros ojos y
en aguijones de vuestros costados y os oprimirén en el pais
en que vais a habitar” (Nam. 33, 51-55).
La importancia aparente de esta victoria sobre ti
mismo cuenta poco. Puede tratarse de suprimir el cigarri-
22
llo de la mafiana o algo insignificante, como no volver la
cabeza o evitar un cambio de miradas. Lo que importa, no
es lo que se ve exteriormente porque las cosas pequefias
pueden ser grandes y las grandes, pequefias.
Pero siempre es necesario esperar una nueva va~
riante en el combate. Bs necesario estar siempre listo. No
hay tiempo para descansar.
Ademés, guarda silencio todavia una vez més, que
nadie sepa lo que ocurre en ti, Tt trabajas para el Ser invi-
sible, pues que tu trabajo sea invisible. Los santos nos di-
cen que si arrojamos las migasa nuestro alrededor, seran
recogidas 4vidamente por las aves que envia el diablo.
Manténte en guardia contra la vanagloria pues de un bo-
cado puede devorar el fruto de tanto trabajo.
Por eso los Padres nos aconsejan actuar con discer-
nimiento. De dos males, elige ¢l menor. Si estés solo, elige
Jo mas humilde, pero si alguno te observa, elige un camino
intermedio para no atraer demasiado la atencién. Perma-
nece escondido e inadvertido lo més posible, que ésta sea
tu regla en toda circunstancia, No hables de ti mismo, no
cuentes como has dormido, qué has sofiado, qué te ha ocu-
rrido, no des consejo si no te lo piden, no hagas confiden-
cias sobre tus preocupaciones ¢ problemas. Tales temas no
serviran sino para incitarte a ocuparte més de ti mismo,
No cambies nada en tu casa, en tu trabajo ni en
otras cosas. Recuerda que no hay lugar, ni ambiente, ni
ninguna circunstancia exterior que no sea propia del com-
bate que has emprendido. La sola excepci6n serfa una ocu-
pacién que favoreciera directamente tus vicios.
No busques posiciones ni titulos; cuanto més humil-
de sea tu estado que te ponga al servicio de los demas, mas
libre seras. Permanece satisfecho en tu condicién presen-
te. No te apresures a hacer valer tus conocimientos y
“savoir-faire”. Resérvate tus observaciones; no digas:
“No, asi no, ni asi, hagan asi o de esta otra manera”. No
23contradigas a nadie, deja que los dems siempre tengan
raz6n. No prefieras jamés tu voluntad a la de los otros, eso
te ensenara el dificil arte de la sumisiGn, y al mismo tiem-
po, la humildad. Esta es indispensable.
Recibe las advertencias sin recriminaciones. Agra-
dece cuando seas despreciado, olvidado, ignorado, pero no
te crees ocasiones de humillazi6n, pues ellas te seran da-
das a lo largo de la jornada y cuando las necesites. Hay
personas, a veces, que tienen siempre la cabeza inclinada y
que molestan buscando ubicarse en el diltimo lugar.
Quizs puedas decir: “Qué humilde es!”, sin embar-
go, el verdadero humilde posee el arte de pasar inadverti-
do. E] mundo no lo conoce (1 Jn. 3, 1). Para el mundo, es a
menudo un “cero”.
Cuando Pedro, Andrés, Santiago y Juan dejaron sus
redes y siguieron a Jestis, ,qué habran pensado sus com-
paneros de trabajo a quienes abandonaban a orillas del la-
g0? Para ellos, los otros discipulos no existian, se habian
ido. No dudes, no temas desaparecer tt también, lejos de
“esta generacién pecadora y adiiltera”. {Qué quieres: ga-
nar el mundo o tu alma? (cfr. Me, 8, 34-38). ;Desgraciado
de ti si todo el mundo te alata! (Le. 6, 26).
La victoria sobre el mundo
San Basilio el Grande dijo: “Es imposible apro-
ximarse al conocimiento de la verdad con un corazén
inguieto”. Por eso, debemos evitar todo lo que agite nues-
tro corazén, todo lo que cause dispersién, sobreexcitacién,
todo lo que despierte las pasiones o nos inquiete. Debemos
liberarnos en la medida de lo pesible, del ruido, de la agita-
cién y preocupacién que se producen por objetos vanos.
Pues si servimos al Seftor no debemos “‘nquietarnos por
muchas cosas” sino siempre recordar que una “sola cosa
es necesaria” (Le. 10, 41).
Para bafiarse hay que desvestirse, y 1o mismo pasa
con respecto a nuestro corazén, debemos despojarnos de
todos los revestimientos exter.ores de este mundo, para
que aquel que debe purificarlo lo pueda alcanzar. Los ra-
yos bienhechores del sol no pueden actuar sobre la piel s
no se la expone al descubierto. As{ pasa con la virtud salu-
dable y vivificante del Espiritu Santo.
Debes, entonces, desvestirte, Rehtisa —sin que sea
demasiado visible— todo aquello que te procure placer y
g0z0, bienestar y diversion, todo lo que entretiene o agra-
da a los ojos, 10s ofdos, el paladar o los otros sentidos. “El
que no esta conmigo esta contra mt” (Mt. 12, 30). Desp6-
jate dia tras dia de tus necesidades y de tus costumbres en
el émbito de tus relaciones sociales; haz todo con calma,
con reflexidn, sin rupturas demasiado bruscas pero, sin
embargo, radicales. Deshdcete poco a poco de los lazos
que te atan al mundo exterior: invitaciones, conciertos, re-
cepciones y de un modo general de “todo lo que esta en el
25mundo: la concupiscencia de carne, la concupiscencia de
los ojos y Ia soberbia de la vida" pues todo eso “no viene
del Padre sino del mundo” y va contra nuestra alma (1 Jn
2, 16)
{Qué es, entonces, el mundo? No lo imaginemos co-
mo una realidad exterior y tangible que lleva la marca del
pecado, “El mundo —dice san Macario de Egipto— es la
cortina de llamas que rodea el coraz6n y cierra el acceso al
bol de la vida. El mundo es todo aquello a lo que estamos
apegados y que nos da satisfacciones terrenas; es lo que,
en nosotros “no ha conocido a Dios” (cfr. Jn. 17, 25)
Nuestros deseos e impulsos forman parte del mun-
do, San Isaac el Sirio los enumera: la atraccién por las ri-
quezas y propensién a acumtlarlas y a apropiarnos de to-
da clase de cosas; inclinacién hacia las alegr{as sensibles;
deseo de honores, de donde grocede la envidia; deseo de
dominar sobre los demas y d2 hacerse ofr; sed de alaban-
zas; preocupacién por nuestro bienestar corporal. Todas
estas cosas vienen del mundo y se juntan contra nosotros
para confundirnos y encerrarnos entre pesadas cadenas,
Si quieres liberarte, examtnate con la ayuda de esta
lista y observa claramente contra qué debes luchar para
aproximarte a Dios. Pues “la amistad para el mundo es
enemistad contra Dios”, y “‘el que quiere también ser del
mundo, se hace enemigo de Dios” (Sant. 4, 4). Los amplios
horizontes no se descubren si no se abandonan los valles
estrechos, con las ocupaciones y los placeres que les son
propios. “Nadie puede servir a dos sefiores" (Mt. 6, 24), es
imposible permanecer, al mismo tiempo, en el valle y en las
alturas,
A fin de poder subir con més facilidad para descar-
gar el pesado fardo lo més répidamente posible, pregtinta-
te a menudo: {No es acaso por mi propio placer, més que
por el de otros, que voy a este concierto o a esta funcién de
cine? ;Es para crucificar mi carne que voy a esta fiesta?
268
GEs vender todo lo que poseo, hacer este viaje, comprar
este libro? {Es mortificar mi cuerpo, reduciéndolo a servi-
dumbre (1 Cor. 9, 27), recostarme para leer? Esta lista de
preguntas puede ser modificaca o agrandada en funcién
de tus costumbres y su relaci6n con la manera de vivir que
manda el Evangelio. ¥ recueréa que “aquel que es fiel en
Jo poco lo es también en lo mucho y el que es infiel en lo po-
co...” (Le. 16, 10). No temas: el sufrimiento es el que ayu-
dard a salir de este valle estrecho donde vives segin tus
concupiscencias, siguiendo los caprichos de la carne y los
pensamientos culpables (cfr. Ef. 2, 3).
Pregiintate todo esto sin deseanso, pero s6lo a ti
mismo. En ningtin caso, jams, ni aun en pensamiento, lo
hagas con respecto a otros. En el momento en que ast sea,
te erigiras en juez y por eso serds juzgado. Serds despoja-
do de todo lo que habfas ganado con tu esfuerzo. Habfas
dado un paso adelante, pero acabas de retroceder diez.
Entonces tienes raz6n de lorar por tu obstinaciGn, por el
fracaso de tus progresos y por tu orgullo.El pecado de los otros
y el nuestro
AHORA has tomado conciencia de tu miseria, de
tu pobreza y de tu maldad. Por eso exclamas como el pu-
blicano: “jh Dios, sé propicic conmigo que soy pecador!”
(Le. 18, 13). ¥ afhades: "Yo soy mucho peor que el publica-
no, pues no puedo dejar de mirar con desprecio al fariseo y
mi coraz6n se enorgullece diciendo: ‘Te doy gracias por-
que no soy como él!”
Pero segtin nos dicen los santos, cuando hayas cons-
tatado la negrura de tu corazén y la debilidad de tu carne,
perder4s todo deseo de juzgar a tu hermano. Mas allé de tu
propia oscuridad, verds la luz celestial brillar en todas las
criaturas que resplandecen con su reflejo, y asino podrés
notar el pecado de los demas puesto que los tuyos son mu-
cho mayores. En efecto, cuando empieces a tender con
ardor a la perfeccién, comenzaras a descubrir tus imper-
fecciones, y solamente cuando hayas visto hasta qué pun-
to eres imperfecto, la perfecci6n llegar a serte accesible
La perfecci6n, entonces, surge de la debilidad.
De ese modo, obtendrés lo que san Isaac el Sitio pro-
meti6 a los que se persiguen a s{ mismos: “Tu enemigo hui-
ré cuando te acerques”.
4De qué enemigo habla el santo? Evidentemente,
del que un dia tomé la forma de serpiente y que, desde
entonces, excita en nosotros el descontento, la insatisfac-
ci6n, la impaciencia, la precipitacién, la e6lera, la envidia,
el miedo, la ansiedad, el odio, el abatimiento, la indolencia,
la tristeza, la duda y todo lo que envenena nuestra exis-
28
tencia y se enraiza en nuestro amor propio y en la piedad
por nosotros mismos.
{Como puede pretender que le obedezcan el que
constata, con el sufrimiento profundo que inspira el amor,
que 61 jams obedece a su Maestro? ;Cémo entonces, pue-
de turbarse, impacientarse, encolerizarse si las cosas no
van segiin sus deseos? Ese hombre se acostumbré con lar-
ga practica ano desear nada y, como explica el abad Doro-
teo, a aquel que no tiene desecs, todo le sucede segin su
deseo. Su voluntad esté ajustada exactamente a la de Dios
y todo lo que pide lo obtiene (cfr. Mc. 11, 24)
éPuede sentir envidia aquel que, bien lejos de querer
elevarse, es consciente de sus propias deficiencias y piensa
que los otros merecen ms que é! la estima y la considera-
cién? Puede sentir miedo, angustia o ansiedad, aquel
que, como el ladr6n en la cruz, ve en todo lo que le sucede
el justo salario de sus actos? (Le. 23, 41). La negligencia lo
abandona porque él la desenmascara persiguiendo sus
més leves huellas en si mismo. El abatimiento desaparece,
porque, ,c6mo podré dejarse caer en tierra aquel que esté
constantemente prosternado en espfritu? Su odio, en ade-
lante, se volverd hacia el mal que esté en él y que le impide
ver claramente al Seftor; odia su propia vida (Le. 14, 26)
No es ms sensible a la duda puesto que ha gustado y visto
cudn bueno es el Sefior (Sal. 34, 8), el Sefior s6lo lo sostie-
ne, Su amor y su fe se dilatan sin cesar. Recoge el fruto de
la humildad, pero todo esto se encuentra en la via estrecha
y son pocos los que la encuentran (Mt. 7, 14)
29El combate interior
no es mds que un medio
al servicio de un fin
AL desembarazarte de las cadenas exteriores, tam-
bién te libras de los lazos interiores. Cuando te liberes de
los cuidados de fuera, aligererés tu coraz6n de las penas
de dentro, En consecuencia, el rudo combate que estés
obligado a luchar no es sino un medio, y como tal no es
bueno ni malo, por eso los santos lo han comparado fre-
cuentemente a un tratamiento médico aunque sea penoso.
Es un simple medio de recotrar la salud.
Recuerda siempre que no realizas ninguna hazana
al tratar de dominarte. ;Qué hay de virtuoso, en efecto, en
tratar de salir de una galerfa subterrdnea donde se ha cai-
do por distraccién, tomando la pala y el pico para abrirse
camino? ;Acaso no es natural utilizar las herramientas
gue te alcanzan los que estan fuera para escapar de esa
atmésfera sofocante y de esas tinieblas? ;No seria lo con-
trario una estupidez?
Esta pardbola te ensefa la sabidurfa. Los iitiles son,
los instrumentos de salvacién, los mandamientos del
Evangelio, los santos sacramentos de la Iglesia que han si-
do puestos a disposicién de cada cristiano en el santo Bau-
tismo. Inutilizados, no servirin de ningin provecho pero
empleéindolos a conciencia, te permitiran abrirte el camino
hacia la luz y Ia libertad.
“Debemos pasar por muchas tribulaciones para en-
trar en el Reino de Dios” (Hech. 14, 22). Asi como el hom-
30
bre aprisionado en el subterréneo renuncia a descansar, a
dormir y pasarlo bien, asi debemos permanecer despiertos
y utilizar lo mejor posible todos los instantes que los otros
emplean en dormir o en bagatelas. No debemos dejar ni el
pico ni la pala que representan a oracién, el ayuno, las vi-
gilias y todas las otras actividades por las que ponemos en
practica todo lo que el Sefior nes ha mandado (Mt. 28, 20).
Y si nuestro coraz6n se resiste a aceptar esa disciplina, de-
bemos usar de toda nuestra fuerza de voluntad para for-
zarlo a someterse si queremos llegar a lo que nos propu-
simos,
{Qué recompensa obtendré nuestro prisionero?
4Podra decirse que obtendré alguna recompensa?
El mismo trabajo seré su recompensa y ella consiste
en el amor a la libertad que experimenta en si mismo en la
esperanza y la fe, las cuales le hacen tomar los ttiles en
sus manos. A medida que trabaja la esperanza, el amor y
la fe se agrandan, Cuanto més activo sea y menos mani-
fieste su sufrimiento, més aumentaré su recompensa. El
se considera como un prisionero entre otros prisioneros; a
sus propios ojos no se separa de sus compaiieros, es un pe-
cador entre los pecadores, en las entraias de la tierra. Pe-
ro mientras los otros, resignados y sin esperanza, duer-
men o juegan a las cartas para pasar el tiempo, él va ade-
lante con su trabajo. Ha encontrado un tesoro y lo ha
escondido de nuevo (cfr. Mt. 13, 44); lleva escondido en si
el reino de Dios, es decir, el amor, la fe, la esperanza de Ik
gar un dia al aire libre, afuera. Por el momento, cierta-
mente, él no entrevé la verdadera libertad sino en un espe-
jo (1 Cor. 13, 12), pero en cuanto ala esperanza, élya es li-
bre: “Fuimos salvados en la esperanza" (Rom. 8, 24). Sin
embargo, el apéstol afiade: “Pero ver lo que uno espera no
es esperar”, con el fin de que comprendamos mejor el
alcance de lo que antecede. En efecto, cuando el prisionero
ha obtenido la libertad y la mira cara a cara, ya no es un
a1prisionero entre los otros, sobre la tierra, Se encuentra,
entonces, en el mundo de la libertad, de esta libertad en la
que Adan fue creado y que nos ha sido dada en Cristo.
Como el prisionero, ya somos libres en la esperanza
pero el conseguir nuestra salvacién esta més allé de nues-
tra vida terrena. Seré recién entonces, que podremos decir
definitivamente: “Estoy salvado!”. En efecto, el mand
miento de ser perfectos como nuestro Padre celestial es
perfecto (cfr. Mt. 5, 48), no encuentra su total cumpl
miento en el hombre mientras dura esta vida. Entonces,
ipor qué nos ha sido dado? Los santos nos responden: pa-
Ta que podamos comenzar nuestro trabajo, desde ahora,
pero teniendo la eternidad delante de los ojos.
“La libertad es el fin del hombre pero él no puede
darsela a sf mismo ni recibirla de los demés; la obtendra
solamente de Dios”, nos dice el santo obispo Teéfano,
En efecto, la invitaci6n a la libertad toma la forma
de arrepentimiento: “Arrepentios”. Y el Sefior nos hace
este llamado: “Venid a mf todos los que estais cargados
yo 08 aliviaré” (Mt, 11, 28ss.). ;De qué sufrimiento se tr
ta? {Del que proviene para asegurarse el bienestar tempo-
ral? ¢De los cuidados y preocupaciones terrenas? De nin-
guna manera, responden los santos. ¥ el Seflor agrega:
“Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mf que ja-
més pensé en mi bienestar temporal, ni llevé el peso de las
preocupaciones de este mundo, durante mi vida terrena’
Pero iqué obtendrén los que sufren por su salva-
ci6n, los que se doblan bajo el fardo de la oposicién del
mundo, a la vez interior y exteriormente? ;Cual ser la
herencia de los que toman sobre sf el yugo de Cristo, que
viven como él vivi6, y que no siguen la escuela de los hom-
bres ni de los angeles ni de los libros, sino la del mismo Se-
flor? ¢Que son instruidos en la vida de Cristo, por su luz y
por su accién en el fondo de ellos mismos? {Que pueden
decir, también ellos, soy dulce y humilde de corazén, no
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tengo una buena opinién de mini de lo que puedo decir 0
hacer? Todos ellos encontrarén el reposo para sus almas,
se lo daré el mismo Seftor. Sern librados de las tentacio-
nes, de las penas, de las humillaciones, del desaliento, de la
ansiedad y de todo lo que turba el corazn del hombre.
Esta es la interpretacién de san Juan Climaco (Es-
cala, Grado 25, 4). Al proponerla, habla de cristiano a cris-
tiano, pues la experiencia revela cada dia més, a un cora-
z6n recreado por la gracia, que el yugo de Cristo es ligero
para los que le aman.
Pero solamente “el que llega al final” seré salvado
(Mt. 10, 22) y no aquellos que se descorazonan o permane
cen negligentes. La promesa del Sefior no es para ellos.
Jamés, entonces, debemos dejarnos estar. Seamos
firmes, inquebrantables, siempre adelantados en la obra
del Sefor, sabiendo que nuestra labor en éI no es en vano
(1 Cor. 15, 58). Una vez que hemos comenzado, no cese
mos de cumplir las obras de una sincera conversién. Dete
herse seria retroceder.La obediencia
La obediencia es otro instrumento indispensable
en la lucha contra la propia voluntad. Segin san Juan Cli-
maco, la obediencia es la condenacién a muerte de los
miembros de nuestro cuerpo en beneficio de la vida del
espiritu. Es la tumba de la voluntad propia, y la resurrec-
ci6n de la humildad (Escala, Grado 3, 3)
Recuerda que te diste al Sefior voluntariamente co-
mo esclavo y debe recordartelo la cruz que llevas al cuello.
Por esta esclavitud accederdsa la verdadera libertad. Pero
tun esclavo, gpuede tener voluntad propia? Debe aprender
a obedecer
Quizés preguntes: ;A quién debo obedecer? Y los
santos responden: Obedece a tus superiores (Heb. 13, 17)
Pero insistes: ;Quiénes son mis superiores? {Donde
encontraré uno, hoy que es tan dificil descubrir un supe-
rior auténtico? A esto los Padres responden: La Iglesia to-
do lo ha previsto. Desde el tiempo de los apéstoles, ella nos
ha dado un maestro que supera a todos los otros y que
puede aleanzarnos en todas partes, sea en la circunstancia
que sea. Ya estemos en el campo o en la ciudad, siendo ca-
sados 0 solteros, pobres o ricos, este maestro esta siempre
con nosotros y nosotros tenemos siempre ocasién de obe-
decerlo. ;Quieres conocer su nombre? Es el santo ayuno
Dios no tiene necesidad de nuestro ayuno, tampoco
tiene necesidad de nuestra oracién. El es perfecto, no le
falta nada y no necesita de le que nosotros, sus criaturas,
34
podamos ofrecerle. No tenemos nada para darle pero, nos
dice san Juan Criséstomo, é1 desea que le presentemos
nuestras ofrendas para nuestra propia salvacién.
Y la mejor ofrenda que podemos presentar al Seftor,
es la de nosotros mismos, abandonéndole nuestra volun-
tad. Esto lo aprendemos por la obediencia y aprendemos a
obedecer por la prdctica. La mejor manera de practicar
la obediencia es la que la Iglesia nos propone, prescribien-
do dfas y perfodos de ayuno. Nos dice, entonces, de alguna
forma como Dios le dijo a Adén: “Puedes comer de todos
los rboles del jardin pero del fruto del arbol que esté en el
medio, no comerés” (Gn. 2, 16; 3, 3)
‘Adem4s del ayuno, tenemos otros maestros a quie-
nes obedecer. Los encontramos a cada paso, en el detalle
de nuestra vida cotidiana, basta reconocer su voz. Tu mu-
jer te pide que lleves el impermeable: haz como ella quiere
y estarés practicando la obediencia. Uno de tus compafte-
ros de trabajo te invita a caminar juntos, acompafialo y
estarés obedeciendo. Sientes que un nifio tiene necesidad
de que se ocupen de é1 y de que le hagan compaia, hazlo
tanto como puedas y estards practicando la obediencia
Un novicio en su monasterio no tiene més ocasiones que
ta en tu casa para obedecer. Y encontraras otro tanto
en tu trabajo o en tus relaciones con tus vecinos.
La obediencia derriba muchas barreras. Llegarés
ala libertad y a la paz en la medida que tu corazén practi-
que la no-resistencia. Muéstrate obediente y los cercos de
espinas caerdn ante ti. Entonces el amor tendré lugar para
dilatarse. Con la obediencia destruirds tu orgullo, tu espiri-
tu de contradicci6n, tu pretendida sabidurfa y tu obstina-
cién que te aprisionan en una espesa caparazén. Si te reco-
ges en ella, no podrés encontrar al Dios del amor y de la li-
bertad,
Toma, entonces, la costumbre de alegrarte cuando
se te presente una ocasién de obedecer. Es totalmente su-
38perfluo querer crearla porque podrias caer en un servilis-
mo artificial y perderte en la complacencia por tu virtud.
Estate seguro de que encontrarés tantas ocasiones
de obedecer como sean necesarias y serén exactamente
las que te hagan falta. Si adviertes que has dejado escapar
alguna, repréchate esta negligencia porque has actuado
como el marino que no supo aprovechar el viento favo-
rable,
Progreso y profundidad
DESPUES de las nociones elementales y aun exte-
riores que preceden, llegamos ahora al combate que se li-
bra en las profundidades de nuestro ser. Cuando se pela
una cebolla, se desprénden, una tras otra, las capas que la
recubren y finalmente, se llega al coraz6n del bulbo, donde
aparece el tallo que surge a la laz. Cuando hayas llegado a
morar en tu celda interior, entzeverds la morada celestial,
pues las dos no son sino una, segin san Isaac el Sitio
Cuando te esfuerces por entrar en tu celda interior,
advertirés ademas de tu verdadero rostro, lo que san Hesi-
quio llama el rostro sombrio de los etiopes, es decir, los me
Jos pensamientos. San Macario de Egipto los compara a
tuna serpiente, agazapada en tu coraz6n, que ha herido los
6rganos més vitales de tu alma. Si has dado muerte a esa
serpiente, dice, puedes enorgullecerte de tu generosidad
con Dios pero si no, entonces, péstrate humildemente, co-
mo un pobre pecador, y ruega a Dios pues el enemigo est
siempre al acecho,
Pero, jcomo podremos empezar la lucha sini siquie-
ra hemos penetrado en nuestro corazén? Estamos a la
puerta pero es necesario golpearla con el ayuno y la ora-
cién como el Seftor nos lo manda: “"Llamad y se 08 abriré”
(Mt. 7, 9). Golpear es actuar, y si permanecemos firmes en
Ja palabra del Senor, en la potreza, la humildad y todo lo
que nos manda el Evangelio, sinoche y dfa golpeamos a la
puerta del Seftor, podremos obtener io que buseamos. El
que quiera salir de la cautividaa y de las tinieblas, debe en-
trar en la libertad por esta puerta. Alll, dice san Macario,
recibiré la libertad espiritual y podré alcanzar a Cristo,
rey celestial
37Humildad y vigilancia
EL que entable el combate interior, necesita en
todo momento de cuatro cosas: la humildad, una gran vi-
gilancia, la voluntad de resistir y la oraci6n. Se trata de
vencer, con la ayuda de Dios a ios “etfopes de los pensa-
mientos”, expulsdndolos fuera del coraz6n y estrellando
inmediatamente a sus pequefios contra la roca (cfr. Salmo
137, 9).
La humildad es una condici6n previa pues el hombre
orgulloso es eliminado del combate de una ve7. por todas.
La vigilancia es necesaria para reconocer inmediatamente
a los enemigos y para guarda’ el coraz6n libre con respec-
to a los vicios. La voluntad de resistir debe estar presente
cuando el enemigo es reconocido. Pero como ‘‘sin mf nada
podéis hacer” (Jn. 15, 5), la oracion es el mayor triunfo de
la cual depende todo el comtate.
Un rapido examen te eyudaré a comprender: gra-
cias a la vigilancia adviertes que el enemigo se acerca a la
puerta de tu coraz6n: ests tentado de pensar mal de uno
de tus hermanos. Al mismo tiempo, tu voluntad de resistir
se pone en guardia y rechazas la tentacion pero al diltimo
momento, te asalta un pensamiento de amor propio:
“Vencl gracias a mi vigilancia!”, y tu aparente victoria
llega a ser una terrible derrota. La humildad ha naufra-
gado.
Si, por el contrario, abandonas el combate en las
manos del Sefior, no tendrés raz6n, entonces, de estar
contento de ti mismo y permanecerés libre, notando bien
pronto que no hay arma més poderosa que el nombre del
Seftor.
38
Este ejemplo demuestra que debe combatirse sin
descanso. Las malas sugerencias penetran en nosotros co-
mo una répida corriente y es necesario atrancar el camino
con rapidez. Son los “tiros inflamados del Malvado” (Ef.
16), de los que habla el apéstoly que llueven, sin descanso,
sobre nosotros. Sin descanso, también, y en consecuencia
debemos clamar al Seftor. “No son contra adversarios de
carne y hueso que debemos luchar sino contra los Princi-
pados y las Potestades, los Dominadores de este mundo de
tinieblas, contra los espfritus del mal que habitan en los
aires” (Ef. 6, 12).
El combate comienza por la sugestién, como lo ex-
plican los santos. Luego viene la relacién, cuando penetra-
mos més adentro de lo que la sugestién nos ha aportado.
La tercera etapa es el consentimiento y la cuarta el pecado
cometido exteriormente. El pasaje, de una a otra, de estas
cuatro etapas, puede ser instanténeo pero también puede
ocurrir que ellas se sucedan como otros tantos grados, lo
que permite distinguirlas. La sugestién llama a la puerta
como un vendedor ambulante que nos ofrece su mercan-
cia. Si se lo deja entrar, empieza a charlar y es dificil de-
sembarazarse de él, aun sabiendo que lo que ofrece no vale
nada, Sigue el consentimiento,y por fin la compra, en con-
tra de la voluntad. Ha vencido el enviado del Maligno.
‘A propésito de la sugestin, David dijo: “Desde la
mafiana destruyo todos los pecadores de la tierra” (Salmo
101, 8) pues “‘no hay lugar en mi casa para el embustero”
(Ib.'7). Con respecto al consentimiento, Moises ha dicho
“No pactes con ellos” (Ex. 23, 32). El primer versiculo del
Salmo 1 habla de la relaci6n, segén la interpretacién de los
Padres: “Dichoso el hombre que no asiste al consejo de los,
impfos”. En efecto, es muy importante sujetar los enemi-
gos “a la puerta” (Sal. 127, 5), sin permitirles entrar.
Pero puede ocurrir que la multitud que se agolpa a
la puerta sea numerosa; sabemos también que “el mismo
39Satands se transforma en Angel de luz” (2 Cor. 11, 14).
Por eso, los santos Padres nos advierten que guardemos
nuestro corazén libre de toda sugesti6n, sensacién o ima-
ginacién de cualquier naturaleza que sea. En efecto, no
est en nuestra mano separer las sugestiones buenas o
malas, s6lo el Seftor lo puede. Debemos, pues, abandonar-
nos con confianza sabiendo que "si el Sefor no guarda la
ciudad, en vano velan quienes la cuidan” (Sal. 127, 2)
En cambio, de nosotros depende que no haya en
nuestro coraz6n ningun pensamiento malvado (cfr. Deu-
teronomio 15, 9), y velar para que no se transforme en un
mercado donde una turba desatada se mueve en continuo
tumulto de tal manera, que nos es imposible saber qué es
lo que pasa. Ladrones y malhechores pueden ahora darse
cita pero buscarias en vano a los angeles de la paz. La paz
y el Seftor de la paz, huyen ce un lugar ast
Por eso, él nos dijo por boca de sus apéstoles: “Puri-
ficad vuestros corazones” (Sant. 4, 8), y él mismo nos
advierte: “Estad alerta, velad y orad” (Me. 13, 33). Pues si
viene y encuentra nuestro corazén impuro y a nosotros
dormidos, diré: "jNo te conozco!” (Mt. 25, 12). Y la hora
de su venida es siempre inminente: sino es en el momento
presente, seré en el siguiente y si no es en el instante si-
guiente, entonces sera ahora mismo. Pues, como el Reino
de los Cielos, la hora del juicio esté siempre presente en
nuestro coraz6n.
As{ pues, si el que cuide no vela, el Sefor tampoco
velaré, pero si el Seftor no vela, es en vano que vele el que
cuida. Por lo tanto, velemos a la puerta de nuestro cora-
z6n pero sin cesar jams de llamar al Seflor en nuestra
ayuda
No mires hacia el enemigo. No entres jamés en dis-
cusién con él porque no podrés resistirlo. Gracias a su
experiencia milenaria, 61 sabe exactamente cémo hacer
para vencerte de inmediato. Pero quédate en medio del
40
campo de batalla de tu corazén y levanta tu mirada a lo
alto. Entonces tu corazén estard protegido por todas par-
tes a la vez, y el mismo Seftor enviaré sus Angeles para que
te guarden a derecha y a izquierda y para impedir, al mis-
mo tiempo, que te ataquen po” la espalda.
En otros términos, cuando estés acosado por la ten-
tacién, no debes detenerte para examinarla y reflexionar,
pesando el proy el contra. Actuando asi, manchas tu cora-
z6n, pierdes el tiempo y ya es una victoria para el enemigo,
Alcontrario, sin ninguna demora vuélvete al Seftor y dfle
efior, iten piedad de mf, pecador!”. Y al retirar tu pensa-
miento de la tentaci6n, el socorro vendré
Nunca estés seguro de ti mismo. No tomes jama
en tu espiritu una resolucién de este tipo: “Oh si, estoy se-
guro de que lo haré muy bien”. No tengas confianza en tus
propias fuerzas para resistir a una tentacién cualquiera
‘que ella fuere, grande o pequefia, Piensa, por el contrario:
“Estoy seguro de que si viene, sucumbiré". La confianza
en si mismo es un aliado peligroso, cuanto menos te apo-
yes en ella, més seguro estaras. Reconoce tu debilidad y
{que eres totalmente incapaz de resistir a la menor insinua-
cién del demonio, y entonces, descubriras asombrado que
no tiene més poder sobre ti porque hiciste del Sefior tu re-
fugio; entonces, podrés proclamar que “el mal no tiene po-
der sobre ti" (Sal. 91, 10), porque el mayor mal que puede
sobrevenirle a un cristiano, es el pecado.
Si sientes amargura por haber cafdo de una forma u
otra, si te llenas de reproches y si multiplicas las resolucio-
nes de “jams recomenzar”, es una sefial segura de que
estés en el mal camino y esto viene de que tu confianza en
ti mismo, se siente herida.
El que no confia en si mismo, se sorprende de no ha-
ber caido todavia més bajo y se siente lleno de reconoci-
miento. Agradece a Dios por haberle mandado socorro en
el momento oportuno sin el que hubiera fracasado. Se le-
avanta de nuevo répidamente y comienza su oracién con
un triple: “;Dios sea alabado!”
Un nifio mimado permanece gimoteando largo tiem-
po cuando cae al suelo para atraer una muestra de simpa-
tfa o una caricia que lo consuele, pero no te aflijas, poco
importa si te has hecho mal. Levéntate, y reemprende el
combate porque es natural que el que lucha reciba heridas,
S6lo los Angeles no pecan, més bien ruega a Dios que te
perdone y que no permita que seas sorprendido.
No imites el ejemplo de Adan achacando la falta a tu
mujer 0 al demonio o a cualquier otro motivo exterior. La
causa de tu cafda esta en ti mismo: mientras el Maestro
estuvo fuera de casa, ti dejeste entrar a los ladrones y
malhechores que la saquearon a su gusto. Ruega a Dios
para que eso no se repita
Se le preguntaba a un monje: “Qué haces aqui, en
el monasterio?”. El respondié: “Aqut, nos caemos y nos ie-
vantamos, nos caemos y nos levantamos, nos caemos y, a
pesar de todo, nos levantamos”
En efecto, en tu vida pasan pocos minutos sin que
caigas al menos una vez. Entonces ruega a Dios que tenga
piedad de ti
Ora para obtener el perdén y la gracia, suplica como
puede hacerlo un criminal condenado a muerte y recuerda
que solamente por la gracia somos salvados (Ef. 2, 5). No
puedes, de ninguna manera, reivindicar, como algo que se
te debe, la liberaci6n y la gracia. Considérate como un es-
clavo fugitivo que, prosternado ante su duefto, suplica que
lo libere. Asi debe ser tu oracién si quieres seguir la doctri-
na de san Isaac el Sirio y “ar-ojar el fardo interior de tus
pecados, a fin de descubrir dentro de ti mismo el sendero
ascendente que hace posible la subida”.
42
La oracién
DE to que precede, resulta que la oracién es el
primero y, sin comparacién, el més importante medio que
debes emplear en el combate. Aprende a orar y vencerés a
todos los poderes malignos que puedan asaltarte.
La oracién es una de las alas que nos elevan hacia el
cielo, la otra es la fe. Con una sola ala no se puede volar: la
fe sin la oraci6n, es tan instil como la oraci6n sin la fe. Pe-
ro si tu fe es muy débil, convendra exclamar: “Seftor, da-
me la fe!”. Es muy raro que tal oracién no sea escuchada
El grano de mostaza, como dijo el Seftor, llega a crecer
hasta ser un gran 4rbol.
El que quiere gozar del sol y del aire, debe abrir las,
ventanas. Serfa ridiculo permanecer con las cortinas corri-
das y gemir: “;Aqut, no hay luz ni aire!” Esta imagen te
muestra el rol de la oracién: el poder de Dios y su gracia
estén siempre y en todas partes al alcance de todos pero
no puede recibir cada uno su parte si no se la desea y se
acta en consecuencia.
Sin la oraci6n, no puedes encontrar lo que buscas.
La oraci6n es el principio y fundamento de todo esfuerzo
hacia Dios. Bs ella la que hace trillar el primer rayo de luz
gue te hace saborear, por antic;pado, lo que buscas y que
despierta el deseo de progresar.
La oracién es, segin san Juan Climaco, el funda-
mento del mundo, Otro santo ha comparado el universo a
un globo que debe su estabilidac a la Iglesia donde esta im-
plantado pero la Iglesia misma esta sostenida por la ora-
cién, La oraci6n es un intercambio y un encuentro entre
43la humanidad y Dios. Ella es el puente, gracias al cual, el
hombre pasa més allé de su “yo” carnal y de sus tentacio-
nes y accede a su verdadero “yo” espiritual y a su libertad
Es un muro contra los sufrimientos, un arma contra la du-
da, suprime la tristeza y pone freno a la célera. La oraci6n
es alimento del alma y luz para el espiritu; nos procura,
aqui abajo, algo de la gloria per venir. Para el que ora ver-
daderamente, la oracién es la sentencia, el tribunal, el tro-
no del juez; ella anticipa el juicio final, ahora en el presen-
te, en el fondo del corazén.
La oraci6n y la vigilancia son una sola y misma cosa
pues, debes estar a las puertas de tu corazén en compa-
fia de la oraci6n. Un ojo bien abierto percibe, inmediata-
mente, el mas minimo cambio que se produce dentro de su
campo visual, asf pasa con el coraz6n que ora sin interrup-
cién,
La arafia nos da otro ejemplo: ella est4 en el medio
de su tela, siente a la pequefia mosca que se enreda, la
atrapa y la mata, Del mismo snodo, la oraciGn debe ser el
centinela en medio de tu coraz6n que al més minimo estre-
mecimiento, le revele la presencia del enemigo para exter-
minarlo.
Abandonar la oracién, es desertar de su puesto
cuando se esté de guardia. La puerta, entonces, esté abier-
ta a las hordas destructoras y los tesoros que has acumu-
lado quedan librados al pillaje. Los asaltantes no necesitan
mucho tiempo para cometer su propésito: la eélera, por
ejemplo, puede destruir todo en un instante.
“4
La oracién
(continuacién)
Lo que antecede deja entender que, cuando los
antos Padres hablan de oracién, no se trata de oraciones
ocasionales ni de las oraciones de la mafana o de la noche,
ni de las que preceden y siguen a la comida; para ellos, ora-
cién es sinénimo de oracién incesante, de vida de oracién,
Han tomado al pie de la letra el mandamiento: “Orad sin
cesar" (2 Tes. 5, 17)
Comprendido esto, la oracién es la ciencia de las
ciencias y el arte de las artes. Elartista trabaja con la arci-
lia o los colores, las palabras o los sonidos y en proporci6n
de su talento les confiere armenia y belleza. La materia
sobre la que trabaja el hombre ¢e oracién, es materia viva,
es la misma naturaleza humane. Por su oraci6n, la forma
y le da armonia y belleza. Els el primer beneficiario, pero
a través de él esta transfiguracion se extiende a muchos
otros.
EI sabio estudia las cosas creadas y las apariencias;
el hombre de oracién se eleva hasta el Creador de todas las
cosas. Se interesa, no por el calor sino por el principio del
calor, no por las funciones vitales sino por el origen de la
vida, no por su propio “yo” sino por el que le da la concien-
cia de su “yo”, el creador.
Elartista y el sabio deben dispensar mucho esfuerzo
y sacrificio antes de llegar a la madurez de su arte o de su
ciencia y jams alcanzan la perfeccién que ambicionan. Si
para ponerse a trabajar esperan la inspiracién, no podrian
48nunca aprender siquiera los rudimentos de su oficio. Una
practica perseverante le es necesaria al violinista para ini-
ciarse en los secretos de su delicado instrumento. Haga-
mos lo mismo: jcuénto més delicado es el corazén hu-
mano!
“Acercaos al Seftor y él se acercaré a vosotros"
(Sant. 4, 8). Corresponde a nosotros poner manos a la
obra. Si damos un paso hacia él, él daré diez hacia noso-
tros; él, que divisando al hijo prédigo cuando todavia esta-
ba lejos, movido a compasi6n, corrié a arrojarse a su cue-
lio y lo abrazé largamente (cfr. Le. 15, 20).
Es necesario resolverse, de una vez por todas, a dar
los primeros pasos, todavia inseguros, hacia Dios, si verda~
deramente queremos acercaros a él. Que la torpeza del
principio en el camino de la oraci6n, no te aflija. No cedas
al respeto humano, a la indecisi6n, a las risas burlonas de
los demonios que tratan de persuadirte de que tu conducta
es ridfcula y de que tu empefio no es sino el fruto de tu
imaginacion y una estupidez. Estate seguro que el enemi-
go nada teme tanto como la oracién
El interés del nifio por la lectura aumenta a medida
que hace progresos en ella, el que aprende un idioma ex-
tranjero disfruta habléndolo evando mejor lo domina. El
placer crece con el progreso y el progreso viene con la
practica. La préctica se hace més fécil con el progreso y lo
mismo puede decirse de la oracién, No esperes, entonces,
ninguna inspiracién extraordinaria para empezar.
EI hombre ha sido creado para orar, como lo ha sido
para hablar y para pensar. Pero més especialmente lo ha
sido para orar pues “el Seftor colocé al hombre en el jardin
del Edén para cultivarlo y guardarlo” (Gn. 2, 15). ¥ ;d6n-
de encontrarés t6, el jardin del Edén sino en tu propio co-
raz6n? Como Adan, debes llorar sobre el perdido Edén por
tu intemperancia. Ta estabas vestido de hojas de higuera
y de tiinica de piel (cfr. Gn. 3, 21), que son tu condicién
46
mortal con sus pasiones. Entre -i y la estrecha entrada al
sendero que lleva al arbol de la vida, se interponen las te-
rribles llamas de los deseos terrenos y solamente los que
han vencido estos deseos son admitidos a “comer del fruto
del Arbol de la vida que est en el medio del paraiso de
Dios” (Apoc. 2, 7). Adan no falté sino a un solo manda-
miento de Dios, y ta, como dice san Andrés de Creta, los
quebrantas todos, a cada momento. Desde tu. profundo
estado de pecado y desde tu endurecimiento, tu oracién
debe elevarse para ganar las alturas.
‘A menudo, un criminal endurecido no tiene concien-
cia de su culpabilidad, lo cual es propio del endurecimien-
to. Tales tu caso, Pero que no te asuste el endurecimiento
de tu coraz6n, la oracién lo ablandaré poco a poco.
aLa oracién
(continuacién)
CUANDO se decide a comenzar regularmente la
oracién de la mafiana, se lo hace, generalmente, no porque
se posea una tendencia natural hacia la oracidn sino mas
bien en vista a conseguir algo que atin no se posee. Pues el
que tiene algo, corre el riesgo de inquietarse por miedo a
perderlo y el que no lo posee, est ansioso de que sea suyo.
Por eso debes empezar a practicar la oracién sin esperar
nada de ti mismo, sin buscar “llegar a algo”.
Si tienes la comodidad de tener tu propia habitacién,
puedes seguir al pie de la letra y tranquilamente las indica-
ciones del Manual de Oraciones:
“Cuando te despiertes, antes de comenzar el dia, de-
lante de Dios que Io ve todo, 2on respeto haz el signo de la
cruz y di: En el nombre del Padre y del Hijo y del Espiritu
Santo. Amén’,
“Después de haber invocado asf a la Santisima Tri-
nidad, guarda unos instantes de silencio para que tus
pensamientos y sentimientos se desprendan de las preocu-
paciones de este mundo. Luego, recita las oraciones s
guientes, sin prisa y con todo tu coraz6n: ‘Dios mio, ten
piedad de mf, pecador".
En seguida vienen las demas oraciones comenzando
por la del Espiritu Santo, la de la Santisima Trinidad y el
Padrenuestro que precederan al conjunto de oraciones de
la mafiana. Més vale leer algunas sin precipitacién y con
tranquilidad que decirlas todas apresuradamente.
48
SSS See eee es eS ses
Estas oraciones son el fruto de la experiencia que la
Iglesia ha acumulado a través ce los siglos. Por ellas, en-
tras en la vasta comunién del Pueblo de Dios en oracién.
No estas solo, eres una célula en el cuerpo de la Iglesia que
es el Cuerpo de Cristo. La recitacién de estas formulas te
enseharé también la constancia y la paciencia que son ne-
cesarias, no solamente al cuerpo sino también al corazén y
al espiritu para que se afirme tu fe.
La verdadera oracién es equella en que el espiritu y
el corazén se ponen al unfsono con las palabras; la aten-
cién es, entonces, indispensable. No dejes que tus pensa-
mientos vaguen, recégelos sin descanso y cada vez que te
leven lejos de tu oracién, vuelve a ella en el punto en que
la dejaste. También puedes recitar el Salterio de la misma
manera. Aprenderds asi a practicar la perseverancia y la
vigilancia en la oracién.
El que est delante de una ventana abierta, oye los
ruidos de afuera, no podria ser de otro modo pero puede o
no prestar atencién a las palabras que le lleguen, eso de-
pende de su voluntad. El hombre en oraci6n, esté constan-
temente solicitado por oleadas ce pensamientos extrafios,
de sentimientos y de impresiones. Detener el fastidioso de-
senvolverse de este film interior, es tan imposible como
impedir que el aire circule en una habitaci6n con una ven-
tana abierta, pero depende de ceda uno prestar atencién o
no. Esto, dicen los santos, no se aprende sino con la préc-
tica
Cuando ores, tu "yo" dete guardar silencio. Ta no
rezas para ver realizarse tus deseos terrenos sino que di-
ces: "Que se haga tu voluntad”. No te sirvas de Dios como
de un comisionista; calla y deja hablar a la oracién.
Segén san Basilio, la oracién debe contener cuatro
elementos: adoracién, accién de gracias, confesién de los
pecados y pedido de salvacién.
No te preocupes por tus propios intereses y no pon-
49gas la oracién a tu servicio sino “busca primero el reino de
Dios y su justicia y todo lo demas se te dara por afiadidu-
ra" (Mt. 6, 33).
Z| que busea hacer su voluntad y cuya oracién no
coincide con la voluntad de Dios, encontraré muchos
obstaculos en su camino, y caeré continuamente en las
emboscadas del enemigo. Se volveré descontento, irasci-
ble, desgraciado, indeciso, impaciente o inquieto y cuando
el espiritu estd en este estadc, nadie puede permanecer en
oraci6n.
La oracién del que guarda rencor contra el hermano
es impura. No podemos ni debemos dirigir ningin repro-
che sino a una sola persona: nosotros mismos. Sin esta
acusaci6n de cada uno, la oracién seré tan inttil como si
los reproches, en tu coraz6n, se dirigieran al préjimo.
No te inquietes al sentir en ti, la sequedad, pues la
lluvia vivificante viene de lo alto y no de tu suelo ingrato
capaz solamente de producir zarzas y espinas. Por otra
parte, no esperes “estados de oracién” extraordinarios,
éxtasis, arrobamientos u otras experiencias en las que
encontrarias tu propia satisfaccién. No se ora para buscar
el propio placer: “Lamentad vuestra miseria, entristeceos
y llorad. Que vuestra risa se cambie en Manto y vuestra
alegrfa en tristeza. Humillaos ante el Sefior y é1 0s ensalz
r4” (Sant. 4, 9-10). Piensa en lo que eres y suplica al Seflor
que tenga piedad de ti, Lo demas depende de él
50
La oraci6n
(continuacién)
La oracién no debe detenerse cuando hemos
terminado las oraciones de la mafiana. Se trata de mante-
nerla presente a lo largo de la jornada, a pesar de la diver-
sidad y complejidad de nuestras ocupaciones cotidianas.
El obispo Tedfano el Recluso, aconsejaba a los prin-
cipiantes elegir un corto versiculo de los Salmos, apropia-
do a sus necesidades, por ejemplo: “Seftor, apresirate a
socorrerme”, o ‘Crea en mi un corazén puro”, 0 “Bendito
seas, Seftor”, ete. Los Salmos nos ofrecen una seleccién
abundante de estas oraciones més 0 menos cortas. A lo
largo del dia, debe conservarse esta oracién en el espiritu y
repetirla lo mas a menudo posible, sea mentalmente, sea
en voz baja, o mejor en alta voz si uno esta solo y si nadie
puede ofr. En el 6mnibus, en el ascensor, en el trabajo, en
Ja mesa, tan frecuentemente como se pueda, se retoma la
oracién fijando la atencién en el contenido de las palabras.
El dia se desliza asf hasta la tarde, en que se busca un mo-
mento de tranquilidad para leer la oraciGn de la tarde en el
Manual de Oraciones, antes d2 irse a acostar.
Estas plegarias cortas, convienen igualmente a los
que no disfrutan del aislamien:o suficiente para poder re-
zar las oraciones comunes de la mafiana y de la noche. En
efecto, ellas pueden acompafiarnos siempre y a todas par-
tes. En casos semejantes, la soledad interior suple a la au-
sencia de la soledad exterior.
61La repeticién frecuente es importante; con golpes
repetidos de sus alas, las aves se elevan por sobre las nu-
bes, el nadador debe repetir los mismos movimientos innu-
merables veces para llegar a la meta. Pero si el ave deja de
volar, debera contentarse con permanecer entre el polvo
de la tierra y el nadador que se detiene, est4 amenazado de
hundirse en el abismo que le acecha.
Reza de este modo, hora tras hora, dia tras dia, sin
abandonarte. Pero ora simplemente, sin énfasis, sin com-
plicaciones, sin hacerte ninguna pregunta: "No te inquie-
tes por el mafiana” (Mt. 6, 34). Cuando el tiempo llegue, te
seré dada una respuesta.
Abraham partié sin preguntar: ";Cémo es la tierra
que debes mostrarme?”’. “Qué es lo que me espera?”
Simplemente “partié como el Seftor le habia dicho” (Gn.
12, 4), “tomando todas sus posesiones consigo” (Ib. 5).
Entonces, haz como él, lleva contigo en tu viaje todo tu
ser, nada dejes detras que pueda retener una parte de tu
afecto en la tierra que has abandonado
Noé tard6 cien afios para construir el arca pieza por
pieza. Haz otro tanto, edifica palmo a palmo, paciente-
mente, en silencio, dia a dia y no te inquietes por lo que te
rodea. Acuérdate de que Noé estaba solo en el mundo para
“eaminar con Dios” (Gn. 6, 9), es decir, en la oracién.
Piensa también en las molestias, la oscuridad, y el hedor
en los que debian vivir en el interior del arca antes de po-
der salir al aire libre y elevar un altar al Seftor. El aire puro
y el altar, los descubrirés en ti, dice san Juan Crisstomo,
pero solamente cuando hayas consentido pasar por la mis-
ma puerta angosta que Noé.
Como él, “cumple todo lo que Dios te ha encomen-
dado" (Gn. 6, 22), y construye, “con plegarias y sGplicas””
(Ef. 6, 18), el navio que te permitiré pasar de tu “yo” car-
nal y de tus miltiples y egofstas intereses, a la plenitud del
Espiritu, Cuando el Gnico viene a nuestro corazén, dic
82
san Basilio el Grande, la multiplicidad desaparece, los dias
se deslizan en un gran sentimiento de plenitud, bajo la pro-
teccién de aquel que tiene la plenitud del universo en su
mano.
53FO
La sobriedad del cuerpo
y del espfritu,
condicién para la oracién
Es importante que, al entregarse de este modo a la
oracién, no se consienta nada al cuerpo. San Isaac el Sirio,
nos dice que una plegaria en la cual el cuerpo no sufre y el
coraz6n no padece, permanece en embrién y carece de
alma, llevando en s{ el germen de la confianza en si mismo
y del orgullo que conduce al coraz6n a la creencia de que
formamos parte, no s6lo de ‘os “Ilamados” sino del “pe-
quefio ntimero de los elegidos” (Mt. 22, 14).
Desconfia de esta clase de oracién pues es la raiz de
innumerables ilusiones. Mientras tu corazén est4 apegado
a lo carnal, tu tesoro permanece siendo carnal, y mientras
crees, quiz4s, alcanzar el cielo, no eliges sino lo que toda-
via es carnal. A la alegria que experimentas le falta pureza
y se expresa de manera exhuberante, te sientes apremiado
para hablar, experimentas el apuro de adoctrinar y de
convertir a los demés sin haber sido llamado por la Iglesia
aejercer el oficio de maestro. Interpretas la Escritura se-
gin tu mentalidad carnal y no soportas que se te contra-
He, te acaloras para defender tu punto de vista y todo esto
ocurre porque olvidaste disciplinar tu cuerpo, y por lo tan-
to, de humillar tu corazén.
El verdadero gozo es apacible y estable, por lo que el
apéstol nos manda “alegrarnos sin cesar” (1 Tes. 5, 16). El
verdadero gozo procede de ur. coraz6n que derrama légri-
mas sobre el mundo y sobre sf mismo, porque todos se han
54
apartado de la luz sin ocaso. El verdadero gozo se consigue
por medio de las légrimas, por eso est escrito: “Bienaven-
turados los que lloran” (Mt. 5, 4), y “Dichosos vosotros
que ahora llorais”, sacrificando vuestro “yo” carnal, “por-
que luego gozaréis”, en vuestre “yo” espiritual (Le. 6, 21).
El verdadero gozo es una alegria reconfortante, una ale-
gria que surge del conocimiento de la propia debilidad, y de
la misericordia del Seftor, y no necesita de ruidosas risas
para manifestarse.
Piensa también en esto: el que est apegado a las co-
sas de la tierra, puede encontrar alegria, pero también sen-
tir agitacion, sufrimiento y afliccién. Su espiritu esta
‘expuesto a continuas fluctuaciones. Por el contrario, el
“goz0 del Maestro” (Mt. 25, 21) es estable porque Dios es
inmutable.
‘Asi entonces, vigila tu lengua y disciplina tu cuerpo
por el ayuno y por una vida austera. La charlataneria es la
gran enemiga de la oracién, por eso deberemos dar cuenta
de toda palabra desconsiderada (Mt. 12, 36). Cuando se
posee la propia casa, se vigila para no dejar entrar el polvo
del camino, Guarda tu corazén de la charla y de los co-
mentarios sobre los acontecimientos del dia.
“Mira e6mo un pequefic fuego basta para abrasar
un inmenso bosque; la lengua también es fuego" (Sant. 3,
5-6). Pero si no se alimenta la llama, ésta muere. No ali-
mentes tdi tampoco tus pasiones y ellas se extinguirén po-
co a poco. Si sientes que tu c6lera se inflama, calla y no de-
jes que nada trascienda al exterior. Habla solo con Dios,
extinguirés asf la mecha adn humeante. Si te afligen las
faltas de los dems, sigue el ejemplo de Sem y Jafet, y c-
brelas con el manto del silencio (Gn. 9, 23); sofocarés, ast
también, tu deseo de juzgar antes que las llamas aparez-
can. El silencio esta siempre listo para llenarse de oracién
atenta, como un vaso vacio est pronto para poder Ilenar-
lo de agua,
55===
Pero no solamente debe vigilar la lengua aquel que
quiere practicar el arte de la vigilancia espiritual sino que
debe velar sobre si mismo (Gn. 6, 1), de manera minuciosa
y extender su solicitud a las profundidades de su ser, don-
de descubrird espacios inmensos en que se agitan una mul-
titud de recuerdos, pensamientos, imaginaciones, que es
necesario reprimir. No despiertes un recuerdo que pueda
sepultar en el lodo tu oracién, no remuevas las impresio-
nes de viejos pecados que han permanecido en ti, no seas
como el perro “que retorna a su vémito" (Prov. 26, 11).
No dejes que tu memoria se demore en cosas que puedan
reavivar tus malos deseos, no permitas a tu imaginacin
invadir el campo. El bastién preferido del demonio es, pre-
cisamente, nuestra imaginacién, porque por medio de ella
nos arrastra a la “liaison”, es decir, a discutir con él y de
alli al consentimiento y al pecado. El siembra la incerti-
dumbre y la agitacién en tus pensamientos, sugiere toda
clase de razonamientos, de pruebas, de vanos problemas y
de respuestas que nos damos a nosotros mismos. Opone
t6, a todo eso, la palabra del salmista: “Apartaos de mf,
malditos, porque yo guardo los mandamientos de mi Dios"
(Sal. 119, 115).
El ayuno
UN ayuno proporcionado a tus fuerzas favoreceré
la vigilancia espiritual. No se pueden meditar las cosas de
Dios con el estémago leno, dicen los maestros espiritua-
les, Para el amigo de la buena vida, los secretos menos
misteriosos, si asi puede decirse, de la Santisima Trinidad,
permanecen escondidos. Cristo nos dio el ejemplo con su
largo ayuno; cuando triunf6 de! demonio, acababa de ayu-
nar cuarenta dias. ;Podrias ti llegar a esto? “Entonces
—pero solamente entonces— los angeles se acercaron y le
servian" (Mt. 4, 11). Ellos también te esperan para ser-
virte.
El ayuno pone freno a la charlataneria, nos dice san
Juan Climaco (Escala, Grado 14, 34), él te haré misericor-
dioso y dispuesto a obedecer destruyendo los malos pensa-
mientos y eliminando la insensibilidad del coraz6n. Cuan-
do el estémago esté vacio, el eorazén es humilde. El que
ayuna, ora con espiritu sombrfo, mientras que el espiritu
del intemperante, esta leno de imaginaciones y de pensa-
mientos impuros.
El ayuno es una forma de expresar el amor y la ge-
nerosidad, por él se sacrifican los placeres de la tierra para
obtener los goces del cielo, Una gran parte de nuestros
pensamientos esta acaparada por el cuidado de nuestra
subsistencia y por los placeres de la mesa; querriamos libe-
rarnos de esta preocupacién. El ayuno aparece asi, como
una etapa en el camino de nuestra liberacién y un aliado
indispensable en la lucha contra los deseos egotstas. Ade-
més de la oracién, el ayuno es uno de los dones mas precio
sos concedidos a los hombres, y muy apreciado por los que
han hecho la experiencia,
67Cuando ayunamos, sentimos crecer nuestro recono-
cimiento hacia Dios que concedié al hombre el poder ayu-
nar. El ayuno te da acceso a un mundo del cual apenas vis-
lumbras la existencia. Todos los detalles de tu vida, todo lo
que sucede en ti y alrededor tuyo, se ilumina con una nue-
va luz. El tiempo que pasa recibe una utilidad nueva, rica y
fecunda. Durante las vigilias, el amodorramiento y la con-
fusién de los pensamientos, can lugar a una gran lucidez
de espiritu y en vez de enconarnos contra lo que nos con-
trarfa, lo aceptamos apacitlemente en la humildad y
accién de gracias: los problemas que parecian graves
y complejos se resuelven por sf mismos tan simplemente
como la flor al abrir su corola, La oracién, el ayuno y las
vigilias son la manera de golpzar a la puerta que deseamos
‘que se nos abra.
Los santos Padres, a menudo han considerado el
ayuno como una medida de capacidad: si se ayuna mucho,
es que se ama mucho y si se ama mucho es que mucho ha
sido perdonado (cfr. Le. 7, 47). El que ayuna mucho, reci-
biré mucho.
Sin embargo, los santos Padres, recomiendan ayu-
har con mesura: no debe imponerse al cuerpo una fatiga
excesiva pues el alma misma puede perjudicarse. Tampo-
co hay que entregarse al ayuno de repente, pues cada cosa
exige un paulatino acostumbramiento y cada uno debe te-
her en cuenta su naturaleza y sus ocupaciones. Evitar
cierta clase de alimentos puede ser condenable, pues todo
alimento es un don de Dios, pero sera sabio abstenerse
de alimentos que traen pesadez y no sirven sino para hala~
gar el gusto: platos muy condimentados, carnes, alcohol,
ete. Por lo demas, se puede comer de todo lo que sea ba-
rato y pueda conseguirse con facilidad. Para los Padres,
sin embargo, ayunar con medida significa hacer s6lo una
comida al dia y otra suficientemente ligera evitando la
saciedad.
58
Es necesario
evitar la exageracién
La experiencia demuestra que si el artista toca el
piano con demasiado ardor, o e! escritor escribe demasiado
ligero, se expone a sufrir calambres. Descorazonado y re-
ducido a la impotencia, se ve obligado a interrumpir su tra-
bajo al que, hasta entonces, se entregaba con ardor y la
inaccién expone a malas influencias.
Este ejemplo encierra una lecci6n: el ayuno, la obe-
diencia, la austeridad de vida, la atencién, la oracién, cons-
tituyen un conjunto de précticas necesarias que, sin
embargo, no son més que précticas. Y toda practica debe
ponerse en marcha con naturalidad, con calma, midiendo
las propias fuerzas (cfr. Le. 14, 28-32), evitando toda exa-
geracién. “Sed sobrios y velad en la oraci6n” (1 Ped. 4, 7),
nos pide el apéstol Pedro, y por él, el Seflor mismo.
Uno puede llegar a embriagarse con algo més que el
alcohol. También es peligrosa la embriaguez que provoca
una excesiva confianza en s{ mismo y la actividad apresu-
rada que resulta de ella. Animado de un celo desbordante
que se traduce en exageracion2s y en falta de mesura, se
siembra en el terreno de la vida espiritual lo que se cree
que son sacrificios. Pero los frutos que se recogen son sos-
pechosos: una tensi6n excesiva, impaciencia con respecto
a los defectos del préjimo, justificacién de s{ mismo. Se
trata, entonces, de “no volverse nia derecha ni a izquier-
da” (Deut. 5, 32) y de no tener la més minima confianza
en si mismo,Si no vemos en nosotros frutos abundantes de amor,
de paz, de gozo, de moderacién, de humildad, de senci
llez, de rectitud, de fe y de paciencia, todo nuestro trabajo
es vano, como nos advierte sin Macario de Egipto. Debe-
mos trabajar en vista de la cosecha pero esta cosecha es
obra del Senior
Dirige la atencién hacia ti mismo y usa el discerni-
miento. Si notas que te vuelves irritable y exigente con los
demés, aligera un poco la carga. Si tratas de examinar la
conducta de los otros, de aleccionarlos, de hacerles obser-
vaciones, ests en un camino falso porque el que se renun-
cia verdaderamente, nada tiene que reprochar a su proji-
mo. Si ves que la gente que te rodea o las circunstancias
exteriores te molestan y alteran, es que todavia no has
comprendido en qué consiste tu trabajo. Todo lo que, al
principio, pueda molestarte, es para darte una ocasion de
practicar el esfuerzo de sostener al otro, ejercitar la pa-
ciencia y la obediencia. A un hombre humilde, jamés le
molestan los demas, s6lo 61 considera que puede ser moles-
to. Trata, entonces, de pasar inadvertido, evita ocupar el
primer puesto, escéndete. Entra en tu habitacién y cierra
la puerta (Mt. 6, 6), aun cuando estés obligado a estar en
tun tumulto. ¥ si esto, a veces, se hace muy dificil de sopor-
tar, sale, vé, no importa dénde, para poder estar solo,
ma con toda tu alma al Sefior para que te ayude, y él te
escucharé.
Considérate como una rueda, decfa el 'staretz” Am-
brosio. Cuanto menos toque tierra, més facilmente avan-
zara, No pienses en cosas tertenas, no hables ni te preocu-
pes mas de lo necesario, pero también recuerda que si la
rueda esta completamente en el aire, le es imposible rodar.
60
Del uso de las
realidades materiales
Nosotros estamos formados de un alma y un
cuerpo y no podemos hacer adstraceién de esta dualidad
en nuestro comportamiento. En consecuencia, aytidate de
realidades materiales. Cristo conoce nuestra debilidad, y 61
ha empleado como medios, para nuestro bien, las palabras
y los gestos, la saliva y el barro, Por nosotros quiso que su
poder vivificante se comunicara por la orla de su vestido
(MEt. 9, 20; 14, 36), por los lienzos y paiiuelos que tocaron
el cuerpo de Pablo (Hech. 19, 12) yhasta por la sombra del
apéstol Pedro (Hech. 5, 15).
De esta manera, a lo largo del rudo peregrinar por la,
via estrecha, apéyate en todas las cosas terrestres como
sobre un bast6n, utilizandolas para acordarte de Dios; la
blancura de la nieve y la limpidez del cielo, el ala irisada de
una mosea y el calor del fuego, y todas las criaturas que
perciben tus sentidos que te recuerden a tu Creador. Pero
sobre todo, recurre a los medios que la Iglesia te ofrece pa-
ra “ofrecer tus miembros a la justicia para santificarte”
(Rom. 6, 19). En primer lugar, la santa comunién del Se-
Aor, pero también los otros sacramentos y misterios, y
sagradas Escrituras. La Iglesia te ofrece también los san-
tos iconos de la Madre de Dios, de los angeles y de los
santos, la oracién ante ellos, los cirios y las lamparas, el
agua bendita, el brillo del oro, el canto. Recibe todo esto
con agradecimiento para tu edificacién y consuelo, paratu provecho y adelanto espiritual, mientras prosigues tu
camino hacia un fin més lejano.
No temas manifestar exteriormente tu amor por tu
Seftor misericordioso y leno de amor, besa la cruz y los
iconos, adérnalos con flores. Si impidiéramos al mal que
esta dentro de nosotros, expresarse exteriormente, nues-
tra buena voluntad podria respirar con més libertad. Si lo
que se nos da por amor es rec bido por nosotros con amor,
climpulso de nuestro amor seré mas grande y més podero-
50, y ese es el fin de nuestros esfuerzos. Cuanto més abun-
dante es el caudal de agua de un rio, mAs se ensancha su
desembocadura
Utiliza tu propio cuerpo como un auxiliar en tu com-
bate. Somételo y vuélvelo independiente de los caprichos
del hombre viejo, hazlo compartir tus sentimientos de
compuncién: si quieres aprender la humildad, humilla tu
cuerpo ¢ inclinalo hacia la tierra. Arrodillate, el rostro en
tierra, tanto como puedas y cuando estés solo, pero luego
levantate, pues toda cafda es seguida de nuestra elevacién
en Cristo.
Persfgnate con frecuencia, es una plegaria sin pala-
bras. En pocos momentos, sin estar sujeto a la lentitud de
la palabra, expresa tu voluntad de participar de la vida
de Cristo, de crucificar tu came y de aceptar sin murmu-
rar todo lo que la Santisima Trinidad te envia. Por otra
parte, el signo de la cruz es un arma contra los espiritus
malignos, utilizala a menudo, con atencién.
Para construir una casa es necesario una estructu-
ra. Solamente un hombre fuerte no necesita sostén exte-
rior. Pero, eres ta un hombre fuerte? {No eres, acaso, dé-
bil entre los débiles? {No eres acaso un nifio?
62
Los momentos de oscuridad
ASI como el cielo tan pronto esté nublado como
luvioso, asi ocurre con la naturaleza humana. Hay que te-
ner en cuenta que, de cuando en cuando, las nubes cubren
al sol, Los mismos santos han conocido horas, dias y se-
manas de oscuridad. Decian entonces, que “Dios los habia
abandonado", para que tomaran conciencia, verdadera-
mente, de la pobreza absoluta que tienen cuando son libra-
dos a s{ mismos y privados de su apoyo. Estos momentos
de oscuridad en los que todo parece desprovisto de sentido,
absurdo y vano, en los que uno se siente hostigado por las
dudas y las tentaciones, son inevitables. Pero, sin embar-
go, pueden ser fructuosamente utilizados.
El mejor medio para no dajarse abatir durante estos
dias sombrios, es seguir el ejemplo de santa Maria Egipcia-
ca, Durante cuarenta y ocho afios vivié en el desierto, del
otro lado del Jordan; cuando el recuerdo de su vida peca-
dora de Alejandria la solicitaba y la tentaba a renunciar a
su retiro voluntario en el desierto, se arrojaba al suelo, cla-
maba a Dios por ayuda y no se levantaba hasta que su co-
raz6n se volvia humilde. Los primeros afios fueron peno-
sos. Ella permanecfa en este estado durante largos dias,
pero al cabo de diecisiete afios, vino el tiempo del reposo.
En épocas semejantes permanece en calma. No te
dejes persuadir para mezclarte otra vez en la vida social ni
para buscar diversién. No te apiades de ti mismo, no bus-
ques més consuelo que exclamer al Sefior: “‘jOh Dios, vén
en mi ayuda! jSefior, aprestrate a socorrerme!” (Sal. 69,
1). “Estoy encerrado, sin salida” (Sal. 87, 9), y otras cosas
parecidas. Sélo de allf, vendré algan consuelo verdadero,
cyNo sea que, al buscar un consuelo pasajero pierdas todo lo
ganado, Ahora tu paciencia y tu constancia son puestas a
prueba. Si lo soportas, agradece a Dios que te dio la fuer-
za. Si sucumbes, levantate con presteza, pide perdon y di
“No tengo sino lo que merezco!”. Pues la misma caida ha
sido tu castigo. Tenfas demasiada confianza en ti mismo y
ahora compruebas a d6nde ze ha conducido. Hiciste una
experiencia: no te olvides de dar gracias.
A propésito de Zaqueo
A semejanza de Zaqueo, estés trepado a un Arbol
para ver al Seftor (cfr. Lc. 19). No lo has hecho usando
Unicamente de tus facultades ‘ntelectuales, ni solamente
en espfritu; eres un ser humanc provisto de un cuerpo, por
0, como Zaqueo, has empleaco el vigor de tus miembros
y las realidades terrestres para elevarte del suelo. Y sihas
actuado asf, con inteligencia y discernimiento, teniendo en
cuenta el peso de tu cuerpo y la medida de tus fuerzas pero
sin miedo al ridiculo, tuviste la suerte de elevarte por sobre
Ja agitacién de la multitud —es decir, de tus impulsos te-
rrenos— para recibir, por un instante, la mirada del Sefior
que te buscaba.
Ta Io has constatado: desde que tuviste conciencia
de tu propia oscuridad, no te sientes tan atraido como
antes por las distracciones ni per la vida social y has entre-
visto, como en un relémpago, tu hombre interior, tal como
es realmente. Quizés tienes la impresiOn de que tu corazén
se parece a una cAscara de nuez sacudida por las olas, sin
objetivo ni piloto, Ahora el viaje tiene un fin, y es aprecia-
ble. Sin embargo, td siempre eres la pequefia céscara de
nuez perdida en un océano desierto; si has navegado bien,
descubrirés ahora, por primera vez, hasta qué punto tu
nave es frégil y mindscula.
Basta que manifestemos nuestra buena intencién
—dice el arzobispo Teofilacto de Bulgaria— para que el
Sefor sea constantemente nuestro guia. Jess dijo a Za-
queo: “Date prisa, baja, es decir, humiliate, pues hoy debo
visitar tu casa” (Le. 19, 5). “Tu casa”, aqui puede inter-
65.pretarse: tu coraz6n. Esté bien, dice el Seftor, tt te has
subido a un arbol y has vencido una partede tus deseos te-
rrenos porque deseabas verme. Ta querias estar en condi-
ciones de percibirme cuando pasara por tu coraz6n pero
ahora apresirate a humillarte, en vez de quedarte ahi,
pensando que estas mejor ubicado que los otros, pues en el
coraz6n del humilde es donde debo morar. “Y él se apresu-
r6 a bajar... y le recibié con alegria” (Le. 19, 6).
Zaqueo, jefe de los pudlicanos, recibié entonces a
Cristo, y lo primero que hizo fue renunciar a todos sus bie-
nes, pues dio inmediatamente la mitad a los pobres y el
resto fue, por cierto, distribuido répidamente para resti-
tuir el cuddruplo de lo que habia robado. “El también es un
hijo de Abraham’ (Le. 19, 9): oyé la voz del Sefor y tam-
bién dej6 su pais y la casa de su padre (cfr. Gn. 12, 1), don-
de el egoismo y las pasiones reinaban como sefores.
Zaqueo descubri6 que un coraz6n que recibe a Cris
to, debe vaciarse de todo lo dems, debe dar todo lo que
posee injustamente adquirido: “La concupiscencia de la
carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida
(Jn. 2, 16). Comprendié que el que es rico en este mundo,
es pobre en el mundo futuro, pues ser rico materialmente,
es ser espiritualmente pobre, segin san Juan Criséstomo.
En efecto, si el rico no fuera tan pobre, no tratarfa de ser
tan rico,
As{ como es imposible que la salud esté unida a la
enfermedad, asi también, es imposible conciliar el amor y
la posesi6n, declara san Isaac el Sirio. Pues el que ama a
su projimo, abandona sin condiciones todo lo que posee,
tal es la naturaleza del amor. Pero sin amor, es absoluta-
mente imposible entrar en el Reino de Dios. Esto, Zaqueo
lo constaté igualmente.
Pero cuanto menos se Jose, mas se simplifica la vi-
da, Se rechaza todo lo superfiuo y el coraz6n se recoge en
su centro. Poco a poco el hombre espiritual se esfuerza por
66
penetrar en su celda interior donde se encuentran los gra-
dos que llevan al cielo.
La oracién también llega a ser més simple. Las ple-
garias se unen alrededor del centro del coraz6n y lo pene-
tran. Y en sus profundidades, se descubre la tinica oracién
que es verdaderamente necesaria: el llamado a la miseri-
cordia.
Qué puede desear un pecador, y el primero entre
ellos (cfr. 1 Tim. 1, 15), sino que el Sefior se apiade de é1?
iTiene algo para ofrecerle? ;‘Tiene fuerzas, voluntad, se~
guridad que le son propias? ;Puede emprender cualquier
cosa por s{ mismo? ;Puede saber cualquier cosa? ;Puede
comprender, aprehender algo, él, que no tiene nada pro-
pio, nada que pueda llamar suyo?
No hay nada, pues el pecado no tiene una existencia
positiva; el pecado no es sino una privaci6n, una opacidad,
una negacién. Ahi, en esa nada, se encuentra el pecador.
Else ve asf; cuanto menos posee, més rico es. Pues
la celda vacia que esté en su coraz6n, desborda, no de bie-
nes transitorios sino de la plenitud de la vida eterna, de su
luz y de sus certidumbres: el amor y la misericordia. Y eso,
porque el Sefior es el huésped de su casa.
Pero, ,c6mo el pecador puede merecer la venida del
Senor? ,C6mo puede él imaginar que el Sefior quiere verlo
sumergido en las tinieblas? Debe hacer esfuerzos para pu-
rificarse, combatir y trabajar, seguir los mandamientos
del Evangelio, velar, ayunar, aplicandose de todas formas
a renunciarse por el Sefior, y a pesar de todo eso, él se ve
sucumbir al mal humor y a la c6lera, a la falta de amor ya
la persona, a la impaciencia y a la ingratitud y a todos los,
vicios imaginables. ;Cémo puede esperar que el Sefor
venga a semejante morada?
Por eso, ruega en estos términos: “Seftor, ten pie-
dad, ten piedad de mi, pecador; pues en verdad he tratado
de hacer lo que est prescrito para servirte, he trabajado
67el campo de mi corazén del que me confiaste el cuidado, y
he guardado los animales (Le. 17, 7-10). Pero yo no soy
més que tu humilde servidor, y sin ti no puedo nada. Ten
piedad de mf y lléname con tu gracia”.
Por la accién de su libertad él aumenta su fe (cfr.
Le. 17, 5), y por la oracién obtiene la energfa necesaria pa-
ra actuar. Entonces, la actividad personal y la oracién se
unen estrechamente, hasta que sus aguas se mezclen por
completo, la actividad personal se haga oracién, y la ora-
cidn actividad. Esto es lo que los santos llaman actividad
espiritual, oracién del corazén u oracién de Jest.
68
La oracién de Jesis
ELL abad Isafas ha dicho que la oraci6n de Jestis es
tun espejo para el espfritu y una lampara para la concien-
cia. La compar6, igualmente, a una voz apacible que r
suena constantemente en una casa: los ladrones que tra-
tan de introducirse, huyen cuando oyen que hay alguien
despierto. La casa es el coraz6n, los ladrones son las sug
rencias malignas, la oracién esla voz del que esté montan-
do guardia pero el que vela no soy yo, es Cristo.
La actividad espiritual, encarna a Cristo en nuestra
alma, implica un continuo recuerdo de Dios: é! habita
escondido en ti, en tu alma, en tu coraz6n, en tu concien-
cia. “Yo duermo pero mi coraz6n vela” (Cant. 5, 2). Aun
cuando duermo, o si debo ocuparme de otra cosa, mi cora-
z6n permanece fijo en la oracién, es decir, en la vida ete
na, en el reino de los cielos, en Cristo. Las raices de mi ser
estén firmemente plantadas en el suelo que las alimenta.
El medio de llegar a esta oracién, es la invocacién:
“Jestis, Hijo de Dios, ten piedad de mi, pecador”. Repitela
enalta voz, sino mentalmente, apacible y lentamente pe-
ro con atenci6n, con el coraz6n lo mas libre que se pueda
de todo lo que no esté de acuerdo con ella. No s6lo las preo-
cupaciones terrenas son inconeiliables con la oracién, sino
toda otra preocupacién, toda esperanza de ofr una res-
puesta, toda visi6n interior, el sentimiento de experimen-
tar algo, los suefios roménticos, las preguntas curiosas y el
juego de la imaginacién. La sencillez es una condicién
indispensable, lo mismo que la humildad, la sobriedad del
69PO
cuerpo y del espfritu, y en general, todo lo que implica el
combate invisible.
Los principiantes, en particular, deben prevenirse
contra todo lo que tenga la més leve semejanza con el mis-
ticismo. La oraci6n de Jest, ¢s una actividad, un esfuerzo
prdctico y un medio que da la posibilidad de acoger y em-
plear esta fuerza que se llama la gracia de Dios —la que
esta siempre presente, aunque oculta en los bautizados—
a fin de que ella dé su fruto. La oracién hace fructificar
esta fuerza en nuestra alma; ella no tiene otro fin. Es un
martillo que rompe una caparaz6n y un martillo es duro y
sus golpes, duelen. Entonces, abandona toda idea de suavi-
dades, de arrobamientos, de voces celestiales: no hay sino
un camino que lleva al reino de Dios y es el camino de la
cruz, Estar suspendido y crucificado a un érbol, es un ho-
rrible suplicio. No esperes otro.
Ta has crueificado tu cuerpo clavéndolo firmemen-
te en un género de vida simple y uniforme imponiéndote
una estricta disciplina. Tu actividad mental y tu imagina-
cidn, deben estar, también estrictamente controladas. Clé-
valas fuertemente con las palabras de la oraci6n, con la sa-
grada Escritura, la lectura de los Salmos y las obras de los
santos Padres, donde todo esta prescrito. No permitas a
tu imaginacién vagar de un lado a otro, a su gusto. Las
ideas que entusiasman, no sor. en general, mas que evasio-
nes estériles al mundo de las ilusiones. Si tu pensamiento
no est utilmente ocupado por tu trabajo, recégelo en la
oraci6n.
Vela para que tu imaginacién y tu pensamiento te
obedezean tan décilmente como un perro bien entrenado a
quien no le permites saltar alrededor tuyo, ni husmear en
la basura ni revolearse en el arroyo. As{ también, debes
estar siempre en condiciones de recoger tus pensamientos
y tu imaginacién y debes hazerlo innumerables veces, a
cada instante. Si no lo haces, dice san Antonio, te parece-
70
rs a un caballo, a quien lo montan sucesivamente varios
jimetes sin darle descanso, hasta que finalmente, se de-
rrumba agotado y cubierto de espuma.
Si golpeas muy fuerte la cascara de una nuez, pue-
des aplastar la almendra. Es recesario proceder con pre-
‘caucin. No pases de golpe a la oracién de Jestis. No te des
prisa en comenzar a emplearla; al mismo tiempo pue-
des continuar con tus oraciones. No seas ansioso, no creas,
que, por ti mismo, puedes decir con atencién, un solo: “Se-
fior, ten piedad”. Tu oracién ser, necesariamente, inter-
mitente porque ests entre los hombres, solamente “los
Angeles del cielo contemplan, sin cesar, el rostro de mi Pa-
dre que est en los cielos”” (Mt. 18, 10). Ta, al contrario,
tienes un cuerpo terreno, que reclama todo lo que nece:
ta. No creas haberlo perdido todo si al principio te ocurre
que olvidas orar durante mucas horas o quizds durante
todo un dia o més. Témalo con naturalidad y simplemen-
te: eres un marino inexperto que est tan ansiosamente
ocupado en otra cosa que olvidé fijarse en el viento. Ast,
no esperes nada de ti mismo pero tampoco cuentes mucho
con los otros.
La concentracién es una cosa y la distraccién, otra.
La oracién volverd tu pensamiento vivo y claro y entonces
las cosas estardn en orden. Los que oran, ven todo lo que
los rodea, observan y notan ceda cosa pero la perspicacia
de esta mirada, viene de la oracién que derrama sobre todo
eso su luz penetrante.
‘Nuestro espfritu es activo cuando la pureza reina
dentro de nosotros. Mientras tratamos de hacer reinar el
despojamiento en nuestro corazén, nuestro ser espiritual
contintia creciendo.
La oracién produce la calma interior, una tranquila
paz en la tristeza, el amor, el reconocimiento, la humildad
Por el contrario, si estas tenso y agitado en un estado de
exaltacién o de desénimo, si experimentas abatimiento 0
n
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