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Caminos Los Ascetas (Tito Colliander)

El documento presenta la obra de Tito Colliander, quien, tras abandonar Rusia en 1918, se convirtió en profesor de la iglesia ortodoxa y escribió sobre la enseñanza de los Padres de la Iglesia. Se enfatiza la importancia de la acción y la fe en la vida espiritual, así como la necesidad de renunciar a la propia voluntad y cultivar el corazón como un jardín para alcanzar la vida eterna. El texto también destaca la lucha interna del ser humano y la necesidad de confiar en Dios para obtener la victoria en este combate invisible.
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Caminos Los Ascetas (Tito Colliander)

El documento presenta la obra de Tito Colliander, quien, tras abandonar Rusia en 1918, se convirtió en profesor de la iglesia ortodoxa y escribió sobre la enseñanza de los Padres de la Iglesia. Se enfatiza la importancia de la acción y la fe en la vida espiritual, así como la necesidad de renunciar a la propia voluntad y cultivar el corazón como un jardín para alcanzar la vida eterna. El texto también destaca la lucha interna del ser humano y la necesidad de confiar en Dios para obtener la victoria en este combate invisible.
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1110 COLLIANDER, nocd en San Peersburgo en ef aia 1904, hijo do padres fnandeses Abandond Rusia on 1918. No es socerdote ni ‘mona; es un lneo casado y pare de Famili Después del ittina guerra fue profesor dere igi ortodoxa on las escveas suecas de Het Siki y sus obras fueron traducides 2 varios idiomas. £1 presente ltr se basa sobre la ensosanza de os Patres dela Iglesia ortodoxay se compo- ‘na, prncipalmente, de extracts de sus ese: tos, tradactos eral o Wbremente; of autor ‘adi algunas exalicaconesy las aplicaciones pricicas necesrias {as obras de a mayor parte de los Paes cits dos on astas pias, oncuantcan on lo FI LOCALIA, La doctring expuesta, ropresenia fieimeate ls enseanza espirtual de f Iglesia rtodexa. Ela es. fandamentalmente, comin @ Oriente y# Occiente. porque es simplemente Tito Colliander Camino de los ascetas Ediciones Paulinas istribuyen: EDICIONES PAULINAS ‘+ Avda. Sen Martin 4360, 1602 PLO: RIDA (Bs, As), Argontina. Teléfo nos (01) 760-0426/0628, Naren 4249, 1419 BUENOS Ar RES, Argentina. Teléfonos (01) 72-2928/4810. (Gon ins debian ieneins / Queda noche el de nto gue ordene In ley 1-723 / Titulo ote ‘al "La chemin des aretes", © Raitons Mo ‘astgues, Prana / Traducein del franc "© BDICIONES PAULINAS, Avda. Sar ‘Marsn 4980, 1602 Florida (Bs, As) Argest LSB, 960-09-0086-0 Decision inicial y perseverancia SI quieres salvar tu alma y conseguir la vida eterna, sacude tu modorra, haz la seal de la Cruz y df: “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espiritu Santo. Amen", La fe no se consigue con la reflexién sino con la accién. No son las palabras y la especulacién las que nos ensefian quién es Dios, sino ia experiencia. Para dejar en- trar el aire fresco, es necesario abrir la ventana; para adquirir un tinte bronceado hay que exponerse al sol. Es igual para adquirir la fe. Los santos Padres dicen que no se consigue el fin quedandose tranguilamente a la espera. Imitemos al hijo prédigo: “Y levanténdose, partié hacia su padre” (Le. 15, 20). Cualquiera sea el peso y el ntimero de las cadenas que os atan a la tierra, jamas ser demasiado tarde para empezar. No sin motivo esté escrito que Abraham tenia sesenta aflos cuando se puso en viaje, y los obreros de la hora undécima recibieron el mismo salario que los que habian trabajado desde la maiana. Nunca es demasiado pronto, tampoco. El incendio de un bosque se puede extinguir cuando todavia no se ha extendido. ;Querrias ver tu alma quemada y asolada? En el bautismo has recibido la orden de comprome- terte en una lucha invisible contra los enemigos de tu alma, Pon manos a la obra. Hace mucho que lo estés pos- tergando, Sumido en el descuido y la pereza, has despil- farrado un tiempo precioso y no queda otro camino que 6 comenzar por el principio, pues, lamentablemente, has dejado empafar la pureza que habias recibido en el bau- tismo, Empieza este trabajo ya mismo, sin demora. No pos- tergues tu decisién para esta tarde, para mafiana, para més tarde o para “cuando haya terminado lo que estoy haciendo ahora”. Un retraso puede ser fatal. Es ahora, en el mismo instante de tomar la decisién, que debes demostrar con tus actos que has dejado para mpre tu antiguo “yo” y que acabas de empezar una nueva vida, con miras a un nuevo objetivo y siguiendo ca- minos nuevos. Levantate sin demora y df: “Seftor, coneé- deme el empezar ahora mismo, ;Ayddame!”. Pues, sobre todo, necesitas de la ayuda d2 Dios. Persevera en tu decisién y no te vuelvas atrés. Que el ejemplo de la mujer de Lot te sirva de leccién: ella fue transformada en estatua de sal por haber mirado hacia atras (cfr. Gn. 19, 26). Has abandonado el hombre viejo, no vuelvas a lo de antes. Lo mismo que Abraham, ta esc chaste la voz del Seftor que te dijo: “Véte de tu tierra y de tu patria y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostra- ré” (Gn. 12, 1). De ahora en adelante, es en ese pais que debe concentrarse toda tu atencién. Insuficiencia de las fuerzas humanas ‘Los santos Padres nes dicen al unisono: “Lo primero que hay que inculear en el espfritu es que jamas debe uno apoyarse en s{ mismo. El combate que vas a afrontar es extremadamente arduo y las solas fuerzas hu- manas son absolutamente insuficientes para luchar. Si te fias de ti mismo, serés vencido inmediatamente y perderés, todo empuje para continuar el combate. S6lo Dios puede darte la victoria, segin tu deseo”. La resolucién de no confiar en las propias fuerzas, es para muchos, un serio obstaculo que les impide comen- zar de una vez por todas. Sin embargo, es necesario man- tenerse hasta el final, bajo pena de tener que abandonar toda esperanza de seguir adelante. En efecto, ,c6mo un hombre podra recibir consejos, formacién y ayuda si cree que sabe todo, puede todo y no tiene ninguna necesidad de ser aconsejado? A través de semejante muro de suficien- cia no hay posibilidad de que penetre ningtin rayo de luz. “Ay de los sabios a sus propios ojos, y para s{ mismos dis- cretos!” (Is. 5, 21-22). San Pablo nos aconseja: “No os complazeéis en vuestra propia sabidurfa” (Rom. 12, 16). El reino de los cielos ha sido revzlado a los mas pequefios y escondido a los sabios y grandes (cfr. Mt. 11, 25). Debemos, entonces, despojarnos de la exagerada confianza que tenemos en nosotros mismos pues a menu- do esta tan enraizada, que no nos apercibimos del poder que ejerce sobre nuestro corazn. Es nuestro egoismo, la 7 preocupacién por nosotros mismos, el amor propio, las causas de todas nuestras dificultades, de nuestra falta de libertad interior en la prueba, de nuestras contrariedades y de los tormentos de nuestra alma y de nuestro cuerpo Una mirada sobre ti mismo te hard ver hasta qué punto estés ligado por el deseo de complacer a tu “yo” y s6lo a él. Tu libertad est atada por los lazos estrechos del amor a ti mismo y asf te balanceas al azar como un cadé- ver, de la mafana a la noche. “Ahora tengo ganas de be- , “ahora tengo ganas de salir”, “ahora tengo ganas de leer el diario...". Poco a poco tus propios deseos te llevan como de la mano y si algtin otstéculo se pone en el cami- no, te ofuscas inmediatamente bajo el golpe de la contra- riedad, y sobrevienen la impaciencia y la célera. i examinas la profundidad de tu conciencia, descu- brirés las mismas cosas. El sentimiento de disgusto que experimentas cuando alguno te contradice te permite constatarlo facilmente, y asf vivimos como esclavos. Pero “donde esté el Espiritu del Seftor, alli esté la libertad” (2 Cor. 3, 17) {Qué beneficio te repcrta estar constantemente pendiente de tu “yo”? ;Acaso el Sefior no nos mandé amar al préjimo como a nosotros mismos y amar a Dios sobre todas las cosas? Pero, {Jo hacemos? ,No estamos, més bien, siempre ocupados en pensar en nuestro bienes- tar? Convéncete de que nada bueno puede venir de ti mismo y si tienes algdn pensamiento desinteresado, segu- ro que no viene de ti sino que deriva de la Fuente de la Bondad que lo ha depositado ea ti, es un don de Aquel que da la vida. Asimismo, el poder realizar este buen pensa- miento te lo concede la Santisima Trinidad. El jardin del coraz6n La nueva vida que acabas de comenzar ha sido, frecuentemente, comparada a la de un jardinero. El suelo que cultiva es un don de Dios como las semillas, el calor del sol, la llavia y la fuerza que hace crecer las hierbas. Pero el trabajo le esté confiado a él Si el jardinero quiere tener una cosecha abundante, deberé trabajar de la mafana a la noche, escardar, cavar, regar, podar, pues sus cultivos estan amenazados por mu- chos peligros que comprometen la cosecha. Deberd traba- jar sin desfallecer, estar siempre alerta, siempre vigilante, siempre dispuesto a intervenir y a pesar de todo esto, al fin de cuentas, la cosecha depende enteramente del tiempo y de los elementos, es decir de Dios. E] jardin que debemos cultivar y sobre el que debe- mos velar, es nuestro propio coraz6n, y la cosecha, la vida eterna. Ella es eterna, pues no puede ser medida ni por el tiempo ni por el espacio, no esté ligada a las circunstancias exteriores sino que es la vida verdadera, vida de libertad, de amor, de misericordia y de luz. No tiene limites y por eso es eterna. Es una vida espiritual que transcurre en una esfera espiritual, es una nueva dimensién de la existencia Comienza aqui abajo y no tiene fin. Ninguna autoridad te- rrestre tiene poder sobre ella y se la descubre en el fondo del corazén. “Persiguete a ti mismo —dice san Isaac el Sirio—, y tu enemigo seré derrotado con s6lo aproximarse. Haz la ° paz contigo mismo, y el cielo y la tierra harén la paz conti- go. Moléstate para entrar en tu celda interior, y veras la morada celestial, pues ambas no son sino una misma cosa penetrando en una, se contemplaré la otra. La escala del reino esta en vosotros, escondida en tu coraz6n. Descar- gate del fardo de tus pecados y descubrirés en tiel sendero que hard posible tu ascension”. La'morada celestial de la que habla el santo, es otro nombre de la vida eterna. Se la llama también reino de los, cielos, reino de Dios o simplemente Cristo. Vivir en Cristo es vivir la vida eterna. 10 Un combate silencioso e invisible AHORA que sabemos dénde debe librarse el com- bate que acabamos de emprencer y lo que esté en juego, nos resta comprender por qué se le llama “combate invisi- ble”. Es que se desarrolla todo entero en nuestro coraz6n, en silencio, en el fondo de nosotros mismos. Esto es igual- mente importante y los santos Padres insisten sobre ello con fuerza: “;Tened los labios sellados sobre vuestro se- creto!"’ Si se abre la puerta de un bafio de vapor, el calor se va y el tratamiento pierde su eficacia. Asi pues, no habléis a nade de vuestra reciente deci- si6n; no digdis nada de vuestra nueva vida ni de vuestr experiencias o de aquello con Ip que esperdis, algin dia, ser favorecido. Esto no debe tratarse sino entre Dios y vo- sotros, exclusivamente. La Gnica excepci6n debe hacerse con el padre espiritual. El silencio es necesario, porque el hablar de los pro- pios asuntos no conduce sino a preocuparse de s{ mismo y de alimentar la confianza en las propias fuerzas. Ante to- do, hay que reprimir estas tendencias. Gracias al silencio, nuestra confianza aumenta en aquel que ve lo que esta escondido. Gracias al silencio, hablamos con aquel que oye sin necesidad de palabras. Td sélo lo buscas a él, y es en él en quien debe estar tu confianza. Estés anclado en la eter- nidad, y en la eternidad toda palabra enmudece. En adelante debes pensar que todo lo que te ocurre, ya sea 0 no importante, te ha sido enviado por Dios para ayudarte. El solo conoce lo que te hace falta y lo que nece- n sitas en el instante presente: adversidad o prosperidad, tentacién o caidas. Nada ocurre por casualidad; no hay ningtin acontecimiento del que no puedas aprender algo. Esto hay que comprenderlo desde ahora, pues asi tu con- fianza aumentaré en el Seftor a quien has decidido seguir. Los santos nos dan otro consejo para el camino considérate como un nifo que apenas comienza a hablar y a dar los primeros pasos. Toda tu sabiduria segin el mun- do y todos sus conocimientos, son intitiles para el combate que te espera, lo mismo que tu situacién social y tus bienes, ‘Todo lo que se pose y que no esta empleado en el servicio del Sefior es un fardo, y todo conocimiento que el corazén no comparte es estéril y por lo tanto presuntuoso. Debes abandonar, pues, toda tu ciencia, y llegar a ser un ignorante para ser sabio. Debes llegar a ser pobre para ser rico, y débil para ser fuerte. El renunciamiento de s{ mismo y la purificacié6n del coraz6n DEsARMADO, débil e impotente, ta emprendes el més dificil de los trabajos: vencer tus propios deseos egols- tas. Es precisamente de la “persecucién de si mismo" de la ‘que depende, finalmente, el resultado del combate, puesto que en tanto tu voluntad egoista domine, no podrés decir al Sefior con un coraz6n puro: "Que se haga tu voluntad”, Sino puedes desembarazarte de tu propio valer, no podras abrirte a la verdadera grandeza. Si te apagas a tu propia voluntad, no podrés tener parte en la libertad verdadera que es el reinado de una Gnica voluntad. El secreto més profundo de los santos es éste: no busquéis la libertad y la libertad os sera dada. La tierra no produciré sino cardos y espinas, dice la Escritura, y el hombre debe cultivarla con el sudor de su frente y mucho sufrimiento. Esta tierra es el hombre, su propia naturaleza. Los santos Padres aconsejan comenzar Por cosas pequefias, pues como dice san Efrén el Sirio: iCémo podras extinguir un voraz. incendio antes de ha- ber aprendido a apagar un fuego incipiente?”. Si quieres ser capaz de resistir a las tentaciones mas violentas, dicen los santos Padres, aniquila tus pequefios deseos. No creas que pueden separarse unos de otros pues ellos estén enla- zados como los anillos de una cadena 0 los puntos de un tejido. Por eso, de nada sirve atacar a los vicios principales y alos malos habitos que te oponen una fuerte resistencia, sino te esfuerzas, al mismo tiempo, en vencer tus “inocen- 18 tes” debilidades: glotonerfas, abuso de la palabra, curiosi- dad, costumbre de mezclarse en los asuntos ajenos, ete. Todos nuestros deseos, en efecto, grandes o pequefios, tie- nen el mismo origen: el hébito constante de satisfacer nuestra propia voluntad. Entonces, es la propia voluntad a la que hay que condenar a muerte, Después de la caida original, esta al servicio exclusivo de nuestro propio “'yo"; por eso el obje- tivo de nuestro combate es la muerte de la voluntad pro- pia. Es necesario hacerlo sin demora y seguir la lucha sin descanso. {Tienes curiosidad por saber algo? No pregun- tes. ; Tienes muchas ganas de seber dos tazas de café? To- ma solo una. ;Tienes la tentacién de mirar por la venta- na? No mires. ‘Tienes muchos deseos de hacer una visita? Quédate en casa. Esto es la persecucién de si mismo. Por este medio y con la ayuda de Dios, se hace callar la voz. ruidosa de la propia voluntad. iTe preguntas si esto es realmente necesario? Los santos Padres te responden con otra pregunta: Crees que es posible llenar un vaso de agua clara sin antes haberlo vaciado del agua turbia que ecntenfa? ; Querrias recibir a un huésped amado en una habitacién lena de cosas enve- jecidas y fuera de uso? No. “El que tiene la esperanza de ver al Sefior tal cual es, que se purifique a s{ mismo”, dice el apéstol Juan (1 Jn. 3, 3). Entonces, ;purifiquemos nuestros corazones! Arro- jemos todas las vejeces polvorientas que se acumulan, la- vemos el piso, limpiemos los vidrios y abramos las venta- nas para que el aire y la luz entren en la habitacién donde queremos hacer un santuario para el Seftor. Cambiernos de vestidos para que el viejo olor a humedad huya de noso- tros y para que no seamos arrojados fuera (Le. 13, 28). He aqui el trabajo nuestro de cada dia y de cada mo- mento. “4 Con esto, no hacemos sino cumplir lo que el Sefior nos mand6 por su santo apésto. Santiago: “..Limpiad los corazones" (Sant. 4, 8). El apéstol Pablo nos pide “purifi- carnos de toda mancha de la carne y del espiritu” (2 Cor. 7, 1). “Pues —dice el Sefior—, es del interior del coraz6n que salen los pensamientos perversos, fornicaciones, ro- bos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, li- bertinaje, envidia, injuria, insclencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y hacen impuro al hombre” (Mc. 7, 21-23). Por eso, exhorta asi a los fariseos: “Purificad antes el interior de la copa y del plato, para que su exterior también sea puro” (Mt. 23, 26). Poniendo en préctica este precepto de comenzar por el interior, debemos tener presente en nuestro espiritu, que no es, de ningGn modo, por nosotros mismos que puri- ficamos nuestro coraz6n. No es para nuestra satisfaccién personal que limpiamos y ordenamos la habitacion del huésped, sino para complacerio. Nos preguntamos: “;La encontraré a su gusto? {Querré quedarse?”. ¥ todo nues- tro pensamiento es para él. Luego nos retiramos, perma- neciendo fieles a nuestro primer plan sin esperar res- puesta. Nicetas Stéthatos explica que para el hombre hay tres estados: el hombre carnal que vive para su propio pla- cer aun en detrimento de los otros; el hombre natural, que quiere, a la vez, complacerse a s{ mismo y a los demas; el hombre espiritual, que quiere agradar s6lo a Dios, aun en detrimento propio. EI primero esté por debajo de la naturaleza, el se- gundo conforme a la naturaleza y el tercero por encima de Ja naturaleza: es la vida en Cristo. El hombre espiritual piensa espiritualmente; su esperanza es ofr un dia a los Angeles que se regocijan “por un pecador que se arrepiente” (Le. 15, 10), un pecador que no es otro que él mismo. Que sean estos tus sentimientos, 18 trabaja animado por esta esperanza, pues el Seftor nos dio este precepto: “Sed perfectos como vuestro Padre Celes- tial es perfecto” (Mt. 5, 48), y “buscad primero el reino de Dios y su justicia” (Mt. 6, 33). No te des ningtin reposo, no te concedas ninguna tregua hasta que no hayas dado muerte a esa parte de ti mismo que viene de la naturéleza carnal. Resuélvete a des- cubrir en ti toda manifestacién del hombre animal y perse- guirla implacablemente. “Pues la carne lucha contra el Espiritu y el Espiritu contra la carne” (Gal. 5, 17). Mas si temes creerte justo a tus propios ojos traba- jando por tu salvacién, si temes ser vencido por el orgullo espiritual, examinate a ti mismo y di a ti mismo que el que teme volverse justo a sus propios ojos, peca de ceguera. El no ve que realmente ya se esta considerando justo a sus propios ojos. Es necesario extirpar el deseo de gozar Dice la Escritura que s6lo un pequefio niimero encuentra el camino estrecho que conduce a la vida y de- bemos esforzarnos por entrar en él, “pues muchos preten- derdn entrar en 61 y no podrén” (Le. 13, 24) Debemos buscar la causa, precisamente, en nuestra repugnancia a perseguimos a nosotros mismos. Quizés dominamos los vicios mas graves y més peligrosos pero nos detenemos alll, Dejamos que las pequefias fantasias se desarrollen libremente y como quieran. No cometemos ro- bos ni estafas pero los comentarios hacen nuestras deli- cias, No nos embriagamos pero abusamos del té o del café. Nuestro coraz6n permanece lleno de deseos. Las rafces no han sido extirpadas y erramos a la ventura en el bosque virgen que ha crecido en el suelo fértil de nuestro amor por nosotros mismos. ‘Ataca de frente esta ternura por ti mismo, pues es la raiz de todos los males que sufren. Sino estuvieras leno de piedad por ti mismo, te darfas cuenta, en seguida, que eres {ii la causa de tu desdicha porque te niegas a comprender que los males que nos vienen son, en realidad, una buena cosa. Tu ternura por ti mismo oscurece tu vista. No com- padeces a nadie sino a ti mismo y por lo tanto el horizonte esté muy préximo. Tu amor esta preso en ti, Libéralo y ce- saras de ser desdichado. Renuncia a tus debilidades y a tu sed insaciable de bienestar; jataca en todos los frentes! Condena a muerte 17 tu apetite de placer, no lo dejes respirar. Sé riguroso conti- go mismo y rehtisa a tu “yo” carnal las migajas de placer que continuamente reclama. Pues un habito se fortalece por la repeticién de actos, pero muere sino se lo alimenta. Sin embargo, cuida al cerrar al mal la puerta grande, que no quede entreabierta una puerta de atras por donde pue- a deslizarse facilmente bajo otra forma. De qué serviria, por ejemplo, dormir en el suelo si al mismo tiempo, buscas tu satisfaccién en un bano calien- te? {De qué serviria dejar de fumar si dejas libres tus ansias de charlar? ;Qué beneficio resultarfa sino conver- saras y te dedicaras a leer novelas cautivantes? ,¥ de qué utilidad serfa dejar de leer sidejas libre curso a tu imagina- ci6n y te meces por duces suefios? Estas son las diferentes formas de una sola y Gnica realidad: tu insaciable sed de satisfacer tu deseo de gozar. Debes extirpar el simple deseo de poseer objetos agradables, de gozar de un sentimiento de bienestar, de te- ner tus comodidades. Debes aprender a amar la contrarie dad, la pobreza, el sufrimiento, las privaciones. Debes aprender a seguir los preceptos del Seftor, no hablar cosas intitiles, no vestirse con demasiado refinatniento, obedecer siempre a la autoridad, no mirar a ninguna mujer con con- cupiscencia, no estallar en eélera, etc. Todos estos preceptos nos han sido dados para que los practiquemos y no para actuar como si no existieran, pues si no Dios no nos log hubiera dado, “Si alguno quiere seguirme, que se niegue a si mismo” (Mt. 16, 24). Sin embargo, el Sefor respeta la libertad de cada uno (“si alguno quiere”), y el esfuerz personal (“que se niegue a si mismo 18 See keke ltl ketkttetEttkfttktCttEtteEEedltetteeld ketkeeet kee le eeel teed leet eee Es necesario transferir el amor de nosotros mismos a Cristo “SI salimos de nosotros mismos, ,qué encontra- remos?”, pregunta el obispo Teéfano el Recluso. Y él mis mo nos da la respuesta: “Encontraremos a Dios y a nues tro préjimo". Esta es la verdadera raz6n por la cual la renuncia de s{ mismo es una condicién —y la prineipal— que debe llenar aquel que busca en Cristo su salvacién, desplazando el centro de gravedad hacia Cristo, que es a la vez, Dios y nuestro préjimo. Esto significa que toda la solicitud, todo el cuidado, todo el amor que nos prodiguemos a nosotros mismos, estar4n, sin que nos demos cuenta, total y naturalmente dirigidos a Dios y por ende hacia nuestro préjimo. Enton- ces podréis hacer el bien de tal manera que “tu mano izquierda ignore lo que hace la derecha’ que “tu limos- na se haga en secreto’ (Mt. 6, 3-4) Hasta que esto no se realice, no podréis “ser colma- dos de la plenitud de la ciencia, capaces de rendiros servi- cio mutuamente” (Rom. 15, 14), de una manera real, no puramente material, Todas nuestras tentativas en este sentido fallan por la base porque son “nuestras” y proce- den de nuestro deseo de complacernos a nosotros mismos. Es necesario comprenderio bien sino corremos el riesgo de extraviarnos, comprometiéndonos en un camino, por asi decirlo, de dedicacién a los demés y en obras bien intencio- nadas, pero que terminarfan por conducirnos indefectible- mente al pantano de nuestra propia satisfaccion 19 Absténte, por consiguiente, de promocionar las ven- tas de caridad, reuniones y otras actividades semejante La actividad, en todas sus formas, es un temible veneno. Sondea tu corazGn, examfnate cuidadosamente y recono- cerds que muchas de estas actividades en las que parece que uno se da a los otros, prceeden en realidad de la nece- sidad de aturdir nuestra conciencia; su verdadero origen es nuestra invencible tendencia a buscar lo que nos gusta y satisface (Rom. 15, 1). No, el Dios del amor, de la paz y del total sacrificio no se encuentra allf donde se busca la propia satisfaccién en el ruido y la actividad aun bajo nobles pretextos. He aqui un principio de discernimiento: si la paz de tu espfritu se turba, si estés desanimado o un poco irritado porque, por cualquier raz6n has tenido que renunciar a una buena obra que proyectabas, esto demuestra que su origen era el desorden. ‘Te preguntarés quiz4s, ;por qué? Los hombres que tienen experiencia en la vida espiritual te responderan que los obstéculos y las dificultades exteriores no aleanzan si no a aquellos que no han entregado su voluntad a Dios. Es impensable que Dios encuentre un obstaculo. Un acto realmente desinteresado no es “mio” sino de Dios y no puede ser trabado. Son solamente mis propios planes, mis propias voluntades —estudiar, trabajar, descansar, comer, hacer un favor al préjimo— que pueden ser contra- riados por circunstancias exteriores, entonces me enttris tezco, pero para aquel que ha descubierto el camino estre- cho que conduce a la vida, es decir a Dios, no hay sino un solo obstaculo posible: su propia voluntad pecadora, Si quieres hacer cualquier cosa pero no puedes Ilevarla a ca- bo con éxito, {por qué afligirse? Por lo demas él no hace demasiados proyectos (cfr. Sant. 4, 13-16). Pero este es otro secreto de los santos. No te hagas muchas ilusiones, un cristiano debe conducirse como Cristo se conducfa (1 Jn. 2, 6). El que ja- més buscé cumplir su voluntad (Jn. 5, 30), sino que nacié sobre paja, ayuné cuarenta dias, pas6 largas noches en oracién, curé enfermos, eché los demonios, no tuvo lugar donde reclinar su cabeza y finalmente, fue cubierto de sa- livazos, flagelado y crucificado. iQué lejos de esto estas! Pregtintate sin cesar pasado alguna noche orando y velando? ;He ayunado un solo dia? ;He echado algtin demonio? {Me he dejado insul- tar y golpear sin resistirme? ;He crucificado realmente mi carne? (efr. Gal. 5, 24). He renunciado a buscar mi vo- luntad? Ten siempre esto muy presente en tu espiritu. «Por qué es necesario negarse a si mismo? ;Por qué el que verdaderamente se niega a si mismo ya no se pregunta: {Soy dichoso? {Soy feliz? Tales preguntas no tendran raz6n de ser cuando te hayas negado verdader: mente a ti mismo. En efecto, haciendo esto, habrés aban- donado al mismo tiempo todo deseo de buscar tu satisfac- cidn en la tierra o en el cielo Esta voluntad obstinada de encontrar la propi tisfaccion, es la causa de la inquietud y de la division de tu alma. Aband6nala y lucha contra ella y todo lo dems se te dara sin esfuerzo. Es necesario mantenerse en guardia contra los repetidos ataques del enemigo Las primeras victorias sobre ti mismo deben tener para ti el valor de un signo: ahora ests en el buen camino pero no te consideres virtuoso, sino da gracias a Dios que es quien te dio la fuerza y no te alegres demasiado, més bien aprestrate a seguir tu camino, sino el demonio venci- do levantaré su cabeza y te atacaré por la espalda. Recuerda el mandamiento que los israelitas habian recibido de Dios para que te sirva de leccién: “Cuando ha- yais pasado el Jordan, haydis entrado en el pais de Ca- haan, arrojaréis delante de vosotros a todos los habitantes del pals. Destruiréis todas sus imagenes pintadas, destrui: réis sus estatuas de fundicién, saquearéis todos sus altos, Os apoderaréis de la tierra y habitaréis en ella, pues os doy a vosotros todo el pafs en propiedad, Repartiréis la tierra por medio de un sorteo entre vuestros clanes. Al grupo mas numerosos le aumentaréis la herencia y al mas peque- fio se la reduciréis. Donde le caiga a cada uno la suerte, alli ser su propiedad. Haréis el reparto por tribus. Pero sino dispersdis delante de vosotrosa los habitantes del pais, los que dejéis se os convertirén en espinas de vuestros ojos y en aguijones de vuestros costados y os oprimirén en el pais en que vais a habitar” (Nam. 33, 51-55). La importancia aparente de esta victoria sobre ti mismo cuenta poco. Puede tratarse de suprimir el cigarri- 22 llo de la mafiana o algo insignificante, como no volver la cabeza o evitar un cambio de miradas. Lo que importa, no es lo que se ve exteriormente porque las cosas pequefias pueden ser grandes y las grandes, pequefias. Pero siempre es necesario esperar una nueva va~ riante en el combate. Bs necesario estar siempre listo. No hay tiempo para descansar. Ademés, guarda silencio todavia una vez més, que nadie sepa lo que ocurre en ti, Tt trabajas para el Ser invi- sible, pues que tu trabajo sea invisible. Los santos nos di- cen que si arrojamos las migasa nuestro alrededor, seran recogidas 4vidamente por las aves que envia el diablo. Manténte en guardia contra la vanagloria pues de un bo- cado puede devorar el fruto de tanto trabajo. Por eso los Padres nos aconsejan actuar con discer- nimiento. De dos males, elige ¢l menor. Si estés solo, elige Jo mas humilde, pero si alguno te observa, elige un camino intermedio para no atraer demasiado la atencién. Perma- nece escondido e inadvertido lo més posible, que ésta sea tu regla en toda circunstancia, No hables de ti mismo, no cuentes como has dormido, qué has sofiado, qué te ha ocu- rrido, no des consejo si no te lo piden, no hagas confiden- cias sobre tus preocupaciones ¢ problemas. Tales temas no serviran sino para incitarte a ocuparte més de ti mismo, No cambies nada en tu casa, en tu trabajo ni en otras cosas. Recuerda que no hay lugar, ni ambiente, ni ninguna circunstancia exterior que no sea propia del com- bate que has emprendido. La sola excepci6n serfa una ocu- pacién que favoreciera directamente tus vicios. No busques posiciones ni titulos; cuanto més humil- de sea tu estado que te ponga al servicio de los demas, mas libre seras. Permanece satisfecho en tu condicién presen- te. No te apresures a hacer valer tus conocimientos y “savoir-faire”. Resérvate tus observaciones; no digas: “No, asi no, ni asi, hagan asi o de esta otra manera”. No 23 contradigas a nadie, deja que los dems siempre tengan raz6n. No prefieras jamés tu voluntad a la de los otros, eso te ensenara el dificil arte de la sumisiGn, y al mismo tiem- po, la humildad. Esta es indispensable. Recibe las advertencias sin recriminaciones. Agra- dece cuando seas despreciado, olvidado, ignorado, pero no te crees ocasiones de humillazi6n, pues ellas te seran da- das a lo largo de la jornada y cuando las necesites. Hay personas, a veces, que tienen siempre la cabeza inclinada y que molestan buscando ubicarse en el diltimo lugar. Quizs puedas decir: “Qué humilde es!”, sin embar- go, el verdadero humilde posee el arte de pasar inadverti- do. E] mundo no lo conoce (1 Jn. 3, 1). Para el mundo, es a menudo un “cero”. Cuando Pedro, Andrés, Santiago y Juan dejaron sus redes y siguieron a Jestis, ,qué habran pensado sus com- paneros de trabajo a quienes abandonaban a orillas del la- g0? Para ellos, los otros discipulos no existian, se habian ido. No dudes, no temas desaparecer tt también, lejos de “esta generacién pecadora y adiiltera”. {Qué quieres: ga- nar el mundo o tu alma? (cfr. Me, 8, 34-38). ;Desgraciado de ti si todo el mundo te alata! (Le. 6, 26). La victoria sobre el mundo San Basilio el Grande dijo: “Es imposible apro- ximarse al conocimiento de la verdad con un corazén inguieto”. Por eso, debemos evitar todo lo que agite nues- tro corazén, todo lo que cause dispersién, sobreexcitacién, todo lo que despierte las pasiones o nos inquiete. Debemos liberarnos en la medida de lo pesible, del ruido, de la agita- cién y preocupacién que se producen por objetos vanos. Pues si servimos al Seftor no debemos “‘nquietarnos por muchas cosas” sino siempre recordar que una “sola cosa es necesaria” (Le. 10, 41). Para bafiarse hay que desvestirse, y 1o mismo pasa con respecto a nuestro corazén, debemos despojarnos de todos los revestimientos exter.ores de este mundo, para que aquel que debe purificarlo lo pueda alcanzar. Los ra- yos bienhechores del sol no pueden actuar sobre la piel s no se la expone al descubierto. As{ pasa con la virtud salu- dable y vivificante del Espiritu Santo. Debes, entonces, desvestirte, Rehtisa —sin que sea demasiado visible— todo aquello que te procure placer y g0z0, bienestar y diversion, todo lo que entretiene o agra- da a los ojos, 10s ofdos, el paladar o los otros sentidos. “El que no esta conmigo esta contra mt” (Mt. 12, 30). Desp6- jate dia tras dia de tus necesidades y de tus costumbres en el émbito de tus relaciones sociales; haz todo con calma, con reflexidn, sin rupturas demasiado bruscas pero, sin embargo, radicales. Deshdcete poco a poco de los lazos que te atan al mundo exterior: invitaciones, conciertos, re- cepciones y de un modo general de “todo lo que esta en el 25 mundo: la concupiscencia de carne, la concupiscencia de los ojos y Ia soberbia de la vida" pues todo eso “no viene del Padre sino del mundo” y va contra nuestra alma (1 Jn 2, 16) {Qué es, entonces, el mundo? No lo imaginemos co- mo una realidad exterior y tangible que lleva la marca del pecado, “El mundo —dice san Macario de Egipto— es la cortina de llamas que rodea el coraz6n y cierra el acceso al bol de la vida. El mundo es todo aquello a lo que estamos apegados y que nos da satisfacciones terrenas; es lo que, en nosotros “no ha conocido a Dios” (cfr. Jn. 17, 25) Nuestros deseos e impulsos forman parte del mun- do, San Isaac el Sirio los enumera: la atraccién por las ri- quezas y propensién a acumtlarlas y a apropiarnos de to- da clase de cosas; inclinacién hacia las alegr{as sensibles; deseo de honores, de donde grocede la envidia; deseo de dominar sobre los demas y d2 hacerse ofr; sed de alaban- zas; preocupacién por nuestro bienestar corporal. Todas estas cosas vienen del mundo y se juntan contra nosotros para confundirnos y encerrarnos entre pesadas cadenas, Si quieres liberarte, examtnate con la ayuda de esta lista y observa claramente contra qué debes luchar para aproximarte a Dios. Pues “la amistad para el mundo es enemistad contra Dios”, y “‘el que quiere también ser del mundo, se hace enemigo de Dios” (Sant. 4, 4). Los amplios horizontes no se descubren si no se abandonan los valles estrechos, con las ocupaciones y los placeres que les son propios. “Nadie puede servir a dos sefiores" (Mt. 6, 24), es imposible permanecer, al mismo tiempo, en el valle y en las alturas, A fin de poder subir con més facilidad para descar- gar el pesado fardo lo més répidamente posible, pregtinta- te a menudo: {No es acaso por mi propio placer, més que por el de otros, que voy a este concierto o a esta funcién de cine? ;Es para crucificar mi carne que voy a esta fiesta? 268 GEs vender todo lo que poseo, hacer este viaje, comprar este libro? {Es mortificar mi cuerpo, reduciéndolo a servi- dumbre (1 Cor. 9, 27), recostarme para leer? Esta lista de preguntas puede ser modificaca o agrandada en funcién de tus costumbres y su relaci6n con la manera de vivir que manda el Evangelio. ¥ recueréa que “aquel que es fiel en Jo poco lo es también en lo mucho y el que es infiel en lo po- co...” (Le. 16, 10). No temas: el sufrimiento es el que ayu- dard a salir de este valle estrecho donde vives segin tus concupiscencias, siguiendo los caprichos de la carne y los pensamientos culpables (cfr. Ef. 2, 3). Pregiintate todo esto sin deseanso, pero s6lo a ti mismo. En ningtin caso, jams, ni aun en pensamiento, lo hagas con respecto a otros. En el momento en que ast sea, te erigiras en juez y por eso serds juzgado. Serds despoja- do de todo lo que habfas ganado con tu esfuerzo. Habfas dado un paso adelante, pero acabas de retroceder diez. Entonces tienes raz6n de lorar por tu obstinaciGn, por el fracaso de tus progresos y por tu orgullo. El pecado de los otros y el nuestro AHORA has tomado conciencia de tu miseria, de tu pobreza y de tu maldad. Por eso exclamas como el pu- blicano: “jh Dios, sé propicic conmigo que soy pecador!” (Le. 18, 13). ¥ afhades: "Yo soy mucho peor que el publica- no, pues no puedo dejar de mirar con desprecio al fariseo y mi coraz6n se enorgullece diciendo: ‘Te doy gracias por- que no soy como él!” Pero segtin nos dicen los santos, cuando hayas cons- tatado la negrura de tu corazén y la debilidad de tu carne, perder4s todo deseo de juzgar a tu hermano. Mas allé de tu propia oscuridad, verds la luz celestial brillar en todas las criaturas que resplandecen con su reflejo, y asino podrés notar el pecado de los demas puesto que los tuyos son mu- cho mayores. En efecto, cuando empieces a tender con ardor a la perfeccién, comenzaras a descubrir tus imper- fecciones, y solamente cuando hayas visto hasta qué pun- to eres imperfecto, la perfecci6n llegar a serte accesible La perfecci6n, entonces, surge de la debilidad. De ese modo, obtendrés lo que san Isaac el Sitio pro- meti6 a los que se persiguen a s{ mismos: “Tu enemigo hui- ré cuando te acerques”. 4De qué enemigo habla el santo? Evidentemente, del que un dia tomé la forma de serpiente y que, desde entonces, excita en nosotros el descontento, la insatisfac- ci6n, la impaciencia, la precipitacién, la e6lera, la envidia, el miedo, la ansiedad, el odio, el abatimiento, la indolencia, la tristeza, la duda y todo lo que envenena nuestra exis- 28 tencia y se enraiza en nuestro amor propio y en la piedad por nosotros mismos. {Como puede pretender que le obedezcan el que constata, con el sufrimiento profundo que inspira el amor, que 61 jams obedece a su Maestro? ;Cémo entonces, pue- de turbarse, impacientarse, encolerizarse si las cosas no van segiin sus deseos? Ese hombre se acostumbré con lar- ga practica ano desear nada y, como explica el abad Doro- teo, a aquel que no tiene desecs, todo le sucede segin su deseo. Su voluntad esté ajustada exactamente a la de Dios y todo lo que pide lo obtiene (cfr. Mc. 11, 24) éPuede sentir envidia aquel que, bien lejos de querer elevarse, es consciente de sus propias deficiencias y piensa que los otros merecen ms que é! la estima y la considera- cién? Puede sentir miedo, angustia o ansiedad, aquel que, como el ladr6n en la cruz, ve en todo lo que le sucede el justo salario de sus actos? (Le. 23, 41). La negligencia lo abandona porque él la desenmascara persiguiendo sus més leves huellas en si mismo. El abatimiento desaparece, porque, ,c6mo podré dejarse caer en tierra aquel que esté constantemente prosternado en espfritu? Su odio, en ade- lante, se volverd hacia el mal que esté en él y que le impide ver claramente al Seftor; odia su propia vida (Le. 14, 26) No es ms sensible a la duda puesto que ha gustado y visto cudn bueno es el Sefior (Sal. 34, 8), el Sefior s6lo lo sostie- ne, Su amor y su fe se dilatan sin cesar. Recoge el fruto de la humildad, pero todo esto se encuentra en la via estrecha y son pocos los que la encuentran (Mt. 7, 14) 29 El combate interior no es mds que un medio al servicio de un fin AL desembarazarte de las cadenas exteriores, tam- bién te libras de los lazos interiores. Cuando te liberes de los cuidados de fuera, aligererés tu coraz6n de las penas de dentro, En consecuencia, el rudo combate que estés obligado a luchar no es sino un medio, y como tal no es bueno ni malo, por eso los santos lo han comparado fre- cuentemente a un tratamiento médico aunque sea penoso. Es un simple medio de recotrar la salud. Recuerda siempre que no realizas ninguna hazana al tratar de dominarte. ;Qué hay de virtuoso, en efecto, en tratar de salir de una galerfa subterrdnea donde se ha cai- do por distraccién, tomando la pala y el pico para abrirse camino? ;Acaso no es natural utilizar las herramientas gue te alcanzan los que estan fuera para escapar de esa atmésfera sofocante y de esas tinieblas? ;No seria lo con- trario una estupidez? Esta pardbola te ensefa la sabidurfa. Los iitiles son, los instrumentos de salvacién, los mandamientos del Evangelio, los santos sacramentos de la Iglesia que han si- do puestos a disposicién de cada cristiano en el santo Bau- tismo. Inutilizados, no servirin de ningin provecho pero empleéindolos a conciencia, te permitiran abrirte el camino hacia la luz y Ia libertad. “Debemos pasar por muchas tribulaciones para en- trar en el Reino de Dios” (Hech. 14, 22). Asi como el hom- 30 bre aprisionado en el subterréneo renuncia a descansar, a dormir y pasarlo bien, asi debemos permanecer despiertos y utilizar lo mejor posible todos los instantes que los otros emplean en dormir o en bagatelas. No debemos dejar ni el pico ni la pala que representan a oracién, el ayuno, las vi- gilias y todas las otras actividades por las que ponemos en practica todo lo que el Sefior nes ha mandado (Mt. 28, 20). Y si nuestro coraz6n se resiste a aceptar esa disciplina, de- bemos usar de toda nuestra fuerza de voluntad para for- zarlo a someterse si queremos llegar a lo que nos propu- simos, {Qué recompensa obtendré nuestro prisionero? 4Podra decirse que obtendré alguna recompensa? El mismo trabajo seré su recompensa y ella consiste en el amor a la libertad que experimenta en si mismo en la esperanza y la fe, las cuales le hacen tomar los ttiles en sus manos. A medida que trabaja la esperanza, el amor y la fe se agrandan, Cuanto més activo sea y menos mani- fieste su sufrimiento, més aumentaré su recompensa. El se considera como un prisionero entre otros prisioneros; a sus propios ojos no se separa de sus compaiieros, es un pe- cador entre los pecadores, en las entraias de la tierra. Pe- ro mientras los otros, resignados y sin esperanza, duer- men o juegan a las cartas para pasar el tiempo, él va ade- lante con su trabajo. Ha encontrado un tesoro y lo ha escondido de nuevo (cfr. Mt. 13, 44); lleva escondido en si el reino de Dios, es decir, el amor, la fe, la esperanza de Ik gar un dia al aire libre, afuera. Por el momento, cierta- mente, él no entrevé la verdadera libertad sino en un espe- jo (1 Cor. 13, 12), pero en cuanto ala esperanza, élya es li- bre: “Fuimos salvados en la esperanza" (Rom. 8, 24). Sin embargo, el apéstol afiade: “Pero ver lo que uno espera no es esperar”, con el fin de que comprendamos mejor el alcance de lo que antecede. En efecto, cuando el prisionero ha obtenido la libertad y la mira cara a cara, ya no es un a1 prisionero entre los otros, sobre la tierra, Se encuentra, entonces, en el mundo de la libertad, de esta libertad en la que Adan fue creado y que nos ha sido dada en Cristo. Como el prisionero, ya somos libres en la esperanza pero el conseguir nuestra salvacién esta més allé de nues- tra vida terrena. Seré recién entonces, que podremos decir definitivamente: “Estoy salvado!”. En efecto, el mand miento de ser perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto (cfr. Mt. 5, 48), no encuentra su total cumpl miento en el hombre mientras dura esta vida. Entonces, ipor qué nos ha sido dado? Los santos nos responden: pa- Ta que podamos comenzar nuestro trabajo, desde ahora, pero teniendo la eternidad delante de los ojos. “La libertad es el fin del hombre pero él no puede darsela a sf mismo ni recibirla de los demés; la obtendra solamente de Dios”, nos dice el santo obispo Teéfano, En efecto, la invitaci6n a la libertad toma la forma de arrepentimiento: “Arrepentios”. Y el Sefior nos hace este llamado: “Venid a mf todos los que estais cargados yo 08 aliviaré” (Mt, 11, 28ss.). ;De qué sufrimiento se tr ta? {Del que proviene para asegurarse el bienestar tempo- ral? ¢De los cuidados y preocupaciones terrenas? De nin- guna manera, responden los santos. ¥ el Seflor agrega: “Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mf que ja- més pensé en mi bienestar temporal, ni llevé el peso de las preocupaciones de este mundo, durante mi vida terrena’ Pero iqué obtendrén los que sufren por su salva- ci6n, los que se doblan bajo el fardo de la oposicién del mundo, a la vez interior y exteriormente? ;Cual ser la herencia de los que toman sobre sf el yugo de Cristo, que viven como él vivi6, y que no siguen la escuela de los hom- bres ni de los angeles ni de los libros, sino la del mismo Se- flor? ¢Que son instruidos en la vida de Cristo, por su luz y por su accién en el fondo de ellos mismos? {Que pueden decir, también ellos, soy dulce y humilde de corazén, no 32 tengo una buena opinién de mini de lo que puedo decir 0 hacer? Todos ellos encontrarén el reposo para sus almas, se lo daré el mismo Seftor. Sern librados de las tentacio- nes, de las penas, de las humillaciones, del desaliento, de la ansiedad y de todo lo que turba el corazn del hombre. Esta es la interpretacién de san Juan Climaco (Es- cala, Grado 25, 4). Al proponerla, habla de cristiano a cris- tiano, pues la experiencia revela cada dia més, a un cora- z6n recreado por la gracia, que el yugo de Cristo es ligero para los que le aman. Pero solamente “el que llega al final” seré salvado (Mt. 10, 22) y no aquellos que se descorazonan o permane cen negligentes. La promesa del Sefior no es para ellos. Jamés, entonces, debemos dejarnos estar. Seamos firmes, inquebrantables, siempre adelantados en la obra del Sefor, sabiendo que nuestra labor en éI no es en vano (1 Cor. 15, 58). Una vez que hemos comenzado, no cese mos de cumplir las obras de una sincera conversién. Dete herse seria retroceder. La obediencia La obediencia es otro instrumento indispensable en la lucha contra la propia voluntad. Segin san Juan Cli- maco, la obediencia es la condenacién a muerte de los miembros de nuestro cuerpo en beneficio de la vida del espiritu. Es la tumba de la voluntad propia, y la resurrec- ci6n de la humildad (Escala, Grado 3, 3) Recuerda que te diste al Sefior voluntariamente co- mo esclavo y debe recordartelo la cruz que llevas al cuello. Por esta esclavitud accederdsa la verdadera libertad. Pero tun esclavo, gpuede tener voluntad propia? Debe aprender a obedecer Quizés preguntes: ;A quién debo obedecer? Y los santos responden: Obedece a tus superiores (Heb. 13, 17) Pero insistes: ;Quiénes son mis superiores? {Donde encontraré uno, hoy que es tan dificil descubrir un supe- rior auténtico? A esto los Padres responden: La Iglesia to- do lo ha previsto. Desde el tiempo de los apéstoles, ella nos ha dado un maestro que supera a todos los otros y que puede aleanzarnos en todas partes, sea en la circunstancia que sea. Ya estemos en el campo o en la ciudad, siendo ca- sados 0 solteros, pobres o ricos, este maestro esta siempre con nosotros y nosotros tenemos siempre ocasién de obe- decerlo. ;Quieres conocer su nombre? Es el santo ayuno Dios no tiene necesidad de nuestro ayuno, tampoco tiene necesidad de nuestra oracién. El es perfecto, no le falta nada y no necesita de le que nosotros, sus criaturas, 34 podamos ofrecerle. No tenemos nada para darle pero, nos dice san Juan Criséstomo, é1 desea que le presentemos nuestras ofrendas para nuestra propia salvacién. Y la mejor ofrenda que podemos presentar al Seftor, es la de nosotros mismos, abandonéndole nuestra volun- tad. Esto lo aprendemos por la obediencia y aprendemos a obedecer por la prdctica. La mejor manera de practicar la obediencia es la que la Iglesia nos propone, prescribien- do dfas y perfodos de ayuno. Nos dice, entonces, de alguna forma como Dios le dijo a Adén: “Puedes comer de todos los rboles del jardin pero del fruto del arbol que esté en el medio, no comerés” (Gn. 2, 16; 3, 3) ‘Adem4s del ayuno, tenemos otros maestros a quie- nes obedecer. Los encontramos a cada paso, en el detalle de nuestra vida cotidiana, basta reconocer su voz. Tu mu- jer te pide que lleves el impermeable: haz como ella quiere y estarés practicando la obediencia. Uno de tus compafte- ros de trabajo te invita a caminar juntos, acompafialo y estarés obedeciendo. Sientes que un nifio tiene necesidad de que se ocupen de é1 y de que le hagan compaia, hazlo tanto como puedas y estards practicando la obediencia Un novicio en su monasterio no tiene més ocasiones que ta en tu casa para obedecer. Y encontraras otro tanto en tu trabajo o en tus relaciones con tus vecinos. La obediencia derriba muchas barreras. Llegarés ala libertad y a la paz en la medida que tu corazén practi- que la no-resistencia. Muéstrate obediente y los cercos de espinas caerdn ante ti. Entonces el amor tendré lugar para dilatarse. Con la obediencia destruirds tu orgullo, tu espiri- tu de contradicci6n, tu pretendida sabidurfa y tu obstina- cién que te aprisionan en una espesa caparazén. Si te reco- ges en ella, no podrés encontrar al Dios del amor y de la li- bertad, Toma, entonces, la costumbre de alegrarte cuando se te presente una ocasién de obedecer. Es totalmente su- 38 perfluo querer crearla porque podrias caer en un servilis- mo artificial y perderte en la complacencia por tu virtud. Estate seguro de que encontrarés tantas ocasiones de obedecer como sean necesarias y serén exactamente las que te hagan falta. Si adviertes que has dejado escapar alguna, repréchate esta negligencia porque has actuado como el marino que no supo aprovechar el viento favo- rable, Progreso y profundidad DESPUES de las nociones elementales y aun exte- riores que preceden, llegamos ahora al combate que se li- bra en las profundidades de nuestro ser. Cuando se pela una cebolla, se desprénden, una tras otra, las capas que la recubren y finalmente, se llega al coraz6n del bulbo, donde aparece el tallo que surge a la laz. Cuando hayas llegado a morar en tu celda interior, entzeverds la morada celestial, pues las dos no son sino una, segin san Isaac el Sitio Cuando te esfuerces por entrar en tu celda interior, advertirés ademas de tu verdadero rostro, lo que san Hesi- quio llama el rostro sombrio de los etiopes, es decir, los me Jos pensamientos. San Macario de Egipto los compara a tuna serpiente, agazapada en tu coraz6n, que ha herido los 6rganos més vitales de tu alma. Si has dado muerte a esa serpiente, dice, puedes enorgullecerte de tu generosidad con Dios pero si no, entonces, péstrate humildemente, co- mo un pobre pecador, y ruega a Dios pues el enemigo est siempre al acecho, Pero, jcomo podremos empezar la lucha sini siquie- ra hemos penetrado en nuestro corazén? Estamos a la puerta pero es necesario golpearla con el ayuno y la ora- cién como el Seftor nos lo manda: “"Llamad y se 08 abriré” (Mt. 7, 9). Golpear es actuar, y si permanecemos firmes en Ja palabra del Senor, en la potreza, la humildad y todo lo que nos manda el Evangelio, sinoche y dfa golpeamos a la puerta del Seftor, podremos obtener io que buseamos. El que quiera salir de la cautividaa y de las tinieblas, debe en- trar en la libertad por esta puerta. Alll, dice san Macario, recibiré la libertad espiritual y podré alcanzar a Cristo, rey celestial 37 Humildad y vigilancia EL que entable el combate interior, necesita en todo momento de cuatro cosas: la humildad, una gran vi- gilancia, la voluntad de resistir y la oraci6n. Se trata de vencer, con la ayuda de Dios a ios “etfopes de los pensa- mientos”, expulsdndolos fuera del coraz6n y estrellando inmediatamente a sus pequefios contra la roca (cfr. Salmo 137, 9). La humildad es una condici6n previa pues el hombre orgulloso es eliminado del combate de una ve7. por todas. La vigilancia es necesaria para reconocer inmediatamente a los enemigos y para guarda’ el coraz6n libre con respec- to a los vicios. La voluntad de resistir debe estar presente cuando el enemigo es reconocido. Pero como ‘‘sin mf nada podéis hacer” (Jn. 15, 5), la oracion es el mayor triunfo de la cual depende todo el comtate. Un rapido examen te eyudaré a comprender: gra- cias a la vigilancia adviertes que el enemigo se acerca a la puerta de tu coraz6n: ests tentado de pensar mal de uno de tus hermanos. Al mismo tiempo, tu voluntad de resistir se pone en guardia y rechazas la tentacion pero al diltimo momento, te asalta un pensamiento de amor propio: “Vencl gracias a mi vigilancia!”, y tu aparente victoria llega a ser una terrible derrota. La humildad ha naufra- gado. Si, por el contrario, abandonas el combate en las manos del Sefior, no tendrés raz6n, entonces, de estar contento de ti mismo y permanecerés libre, notando bien pronto que no hay arma més poderosa que el nombre del Seftor. 38 Este ejemplo demuestra que debe combatirse sin descanso. Las malas sugerencias penetran en nosotros co- mo una répida corriente y es necesario atrancar el camino con rapidez. Son los “tiros inflamados del Malvado” (Ef. 16), de los que habla el apéstoly que llueven, sin descanso, sobre nosotros. Sin descanso, también, y en consecuencia debemos clamar al Seftor. “No son contra adversarios de carne y hueso que debemos luchar sino contra los Princi- pados y las Potestades, los Dominadores de este mundo de tinieblas, contra los espfritus del mal que habitan en los aires” (Ef. 6, 12). El combate comienza por la sugestién, como lo ex- plican los santos. Luego viene la relacién, cuando penetra- mos més adentro de lo que la sugestién nos ha aportado. La tercera etapa es el consentimiento y la cuarta el pecado cometido exteriormente. El pasaje, de una a otra, de estas cuatro etapas, puede ser instanténeo pero también puede ocurrir que ellas se sucedan como otros tantos grados, lo que permite distinguirlas. La sugestién llama a la puerta como un vendedor ambulante que nos ofrece su mercan- cia. Si se lo deja entrar, empieza a charlar y es dificil de- sembarazarse de él, aun sabiendo que lo que ofrece no vale nada, Sigue el consentimiento,y por fin la compra, en con- tra de la voluntad. Ha vencido el enviado del Maligno. ‘A propésito de la sugestin, David dijo: “Desde la mafiana destruyo todos los pecadores de la tierra” (Salmo 101, 8) pues “‘no hay lugar en mi casa para el embustero” (Ib.'7). Con respecto al consentimiento, Moises ha dicho “No pactes con ellos” (Ex. 23, 32). El primer versiculo del Salmo 1 habla de la relaci6n, segén la interpretacién de los Padres: “Dichoso el hombre que no asiste al consejo de los, impfos”. En efecto, es muy importante sujetar los enemi- gos “a la puerta” (Sal. 127, 5), sin permitirles entrar. Pero puede ocurrir que la multitud que se agolpa a la puerta sea numerosa; sabemos también que “el mismo 39 Satands se transforma en Angel de luz” (2 Cor. 11, 14). Por eso, los santos Padres nos advierten que guardemos nuestro corazén libre de toda sugesti6n, sensacién o ima- ginacién de cualquier naturaleza que sea. En efecto, no est en nuestra mano separer las sugestiones buenas o malas, s6lo el Seftor lo puede. Debemos, pues, abandonar- nos con confianza sabiendo que "si el Sefor no guarda la ciudad, en vano velan quienes la cuidan” (Sal. 127, 2) En cambio, de nosotros depende que no haya en nuestro coraz6n ningun pensamiento malvado (cfr. Deu- teronomio 15, 9), y velar para que no se transforme en un mercado donde una turba desatada se mueve en continuo tumulto de tal manera, que nos es imposible saber qué es lo que pasa. Ladrones y malhechores pueden ahora darse cita pero buscarias en vano a los angeles de la paz. La paz y el Seftor de la paz, huyen ce un lugar ast Por eso, él nos dijo por boca de sus apéstoles: “Puri- ficad vuestros corazones” (Sant. 4, 8), y él mismo nos advierte: “Estad alerta, velad y orad” (Me. 13, 33). Pues si viene y encuentra nuestro corazén impuro y a nosotros dormidos, diré: "jNo te conozco!” (Mt. 25, 12). Y la hora de su venida es siempre inminente: sino es en el momento presente, seré en el siguiente y si no es en el instante si- guiente, entonces sera ahora mismo. Pues, como el Reino de los Cielos, la hora del juicio esté siempre presente en nuestro coraz6n. As{ pues, si el que cuide no vela, el Sefor tampoco velaré, pero si el Seftor no vela, es en vano que vele el que cuida. Por lo tanto, velemos a la puerta de nuestro cora- z6n pero sin cesar jams de llamar al Seflor en nuestra ayuda No mires hacia el enemigo. No entres jamés en dis- cusién con él porque no podrés resistirlo. Gracias a su experiencia milenaria, 61 sabe exactamente cémo hacer para vencerte de inmediato. Pero quédate en medio del 40 campo de batalla de tu corazén y levanta tu mirada a lo alto. Entonces tu corazén estard protegido por todas par- tes a la vez, y el mismo Seftor enviaré sus Angeles para que te guarden a derecha y a izquierda y para impedir, al mis- mo tiempo, que te ataquen po” la espalda. En otros términos, cuando estés acosado por la ten- tacién, no debes detenerte para examinarla y reflexionar, pesando el proy el contra. Actuando asi, manchas tu cora- z6n, pierdes el tiempo y ya es una victoria para el enemigo, Alcontrario, sin ninguna demora vuélvete al Seftor y dfle efior, iten piedad de mf, pecador!”. Y al retirar tu pensa- miento de la tentaci6n, el socorro vendré Nunca estés seguro de ti mismo. No tomes jama en tu espiritu una resolucién de este tipo: “Oh si, estoy se- guro de que lo haré muy bien”. No tengas confianza en tus propias fuerzas para resistir a una tentacién cualquiera ‘que ella fuere, grande o pequefia, Piensa, por el contrario: “Estoy seguro de que si viene, sucumbiré". La confianza en si mismo es un aliado peligroso, cuanto menos te apo- yes en ella, més seguro estaras. Reconoce tu debilidad y {que eres totalmente incapaz de resistir a la menor insinua- cién del demonio, y entonces, descubriras asombrado que no tiene més poder sobre ti porque hiciste del Sefior tu re- fugio; entonces, podrés proclamar que “el mal no tiene po- der sobre ti" (Sal. 91, 10), porque el mayor mal que puede sobrevenirle a un cristiano, es el pecado. Si sientes amargura por haber cafdo de una forma u otra, si te llenas de reproches y si multiplicas las resolucio- nes de “jams recomenzar”, es una sefial segura de que estés en el mal camino y esto viene de que tu confianza en ti mismo, se siente herida. El que no confia en si mismo, se sorprende de no ha- ber caido todavia més bajo y se siente lleno de reconoci- miento. Agradece a Dios por haberle mandado socorro en el momento oportuno sin el que hubiera fracasado. Se le- a vanta de nuevo répidamente y comienza su oracién con un triple: “;Dios sea alabado!” Un nifio mimado permanece gimoteando largo tiem- po cuando cae al suelo para atraer una muestra de simpa- tfa o una caricia que lo consuele, pero no te aflijas, poco importa si te has hecho mal. Levéntate, y reemprende el combate porque es natural que el que lucha reciba heridas, S6lo los Angeles no pecan, més bien ruega a Dios que te perdone y que no permita que seas sorprendido. No imites el ejemplo de Adan achacando la falta a tu mujer 0 al demonio o a cualquier otro motivo exterior. La causa de tu cafda esta en ti mismo: mientras el Maestro estuvo fuera de casa, ti dejeste entrar a los ladrones y malhechores que la saquearon a su gusto. Ruega a Dios para que eso no se repita Se le preguntaba a un monje: “Qué haces aqui, en el monasterio?”. El respondié: “Aqut, nos caemos y nos ie- vantamos, nos caemos y nos levantamos, nos caemos y, a pesar de todo, nos levantamos” En efecto, en tu vida pasan pocos minutos sin que caigas al menos una vez. Entonces ruega a Dios que tenga piedad de ti Ora para obtener el perdén y la gracia, suplica como puede hacerlo un criminal condenado a muerte y recuerda que solamente por la gracia somos salvados (Ef. 2, 5). No puedes, de ninguna manera, reivindicar, como algo que se te debe, la liberaci6n y la gracia. Considérate como un es- clavo fugitivo que, prosternado ante su duefto, suplica que lo libere. Asi debe ser tu oracién si quieres seguir la doctri- na de san Isaac el Sirio y “ar-ojar el fardo interior de tus pecados, a fin de descubrir dentro de ti mismo el sendero ascendente que hace posible la subida”. 42 La oracién DE to que precede, resulta que la oracién es el primero y, sin comparacién, el més importante medio que debes emplear en el combate. Aprende a orar y vencerés a todos los poderes malignos que puedan asaltarte. La oracién es una de las alas que nos elevan hacia el cielo, la otra es la fe. Con una sola ala no se puede volar: la fe sin la oraci6n, es tan instil como la oraci6n sin la fe. Pe- ro si tu fe es muy débil, convendra exclamar: “Seftor, da- me la fe!”. Es muy raro que tal oracién no sea escuchada El grano de mostaza, como dijo el Seftor, llega a crecer hasta ser un gran 4rbol. El que quiere gozar del sol y del aire, debe abrir las, ventanas. Serfa ridiculo permanecer con las cortinas corri- das y gemir: “;Aqut, no hay luz ni aire!” Esta imagen te muestra el rol de la oracién: el poder de Dios y su gracia estén siempre y en todas partes al alcance de todos pero no puede recibir cada uno su parte si no se la desea y se acta en consecuencia. Sin la oraci6n, no puedes encontrar lo que buscas. La oraci6n es el principio y fundamento de todo esfuerzo hacia Dios. Bs ella la que hace trillar el primer rayo de luz gue te hace saborear, por antic;pado, lo que buscas y que despierta el deseo de progresar. La oracién es, segin san Juan Climaco, el funda- mento del mundo, Otro santo ha comparado el universo a un globo que debe su estabilidac a la Iglesia donde esta im- plantado pero la Iglesia misma esta sostenida por la ora- cién, La oraci6n es un intercambio y un encuentro entre 43 la humanidad y Dios. Ella es el puente, gracias al cual, el hombre pasa més allé de su “yo” carnal y de sus tentacio- nes y accede a su verdadero “yo” espiritual y a su libertad Es un muro contra los sufrimientos, un arma contra la du- da, suprime la tristeza y pone freno a la célera. La oraci6n es alimento del alma y luz para el espiritu; nos procura, aqui abajo, algo de la gloria per venir. Para el que ora ver- daderamente, la oracién es la sentencia, el tribunal, el tro- no del juez; ella anticipa el juicio final, ahora en el presen- te, en el fondo del corazén. La oraci6n y la vigilancia son una sola y misma cosa pues, debes estar a las puertas de tu corazén en compa- fia de la oraci6n. Un ojo bien abierto percibe, inmediata- mente, el mas minimo cambio que se produce dentro de su campo visual, asf pasa con el coraz6n que ora sin interrup- cién, La arafia nos da otro ejemplo: ella est4 en el medio de su tela, siente a la pequefia mosca que se enreda, la atrapa y la mata, Del mismo snodo, la oraciGn debe ser el centinela en medio de tu coraz6n que al més minimo estre- mecimiento, le revele la presencia del enemigo para exter- minarlo. Abandonar la oracién, es desertar de su puesto cuando se esté de guardia. La puerta, entonces, esté abier- ta a las hordas destructoras y los tesoros que has acumu- lado quedan librados al pillaje. Los asaltantes no necesitan mucho tiempo para cometer su propésito: la eélera, por ejemplo, puede destruir todo en un instante. “4 La oracién (continuacién) Lo que antecede deja entender que, cuando los antos Padres hablan de oracién, no se trata de oraciones ocasionales ni de las oraciones de la mafana o de la noche, ni de las que preceden y siguen a la comida; para ellos, ora- cién es sinénimo de oracién incesante, de vida de oracién, Han tomado al pie de la letra el mandamiento: “Orad sin cesar" (2 Tes. 5, 17) Comprendido esto, la oracién es la ciencia de las ciencias y el arte de las artes. Elartista trabaja con la arci- lia o los colores, las palabras o los sonidos y en proporci6n de su talento les confiere armenia y belleza. La materia sobre la que trabaja el hombre ¢e oracién, es materia viva, es la misma naturaleza humane. Por su oraci6n, la forma y le da armonia y belleza. Els el primer beneficiario, pero a través de él esta transfiguracion se extiende a muchos otros. EI sabio estudia las cosas creadas y las apariencias; el hombre de oracién se eleva hasta el Creador de todas las cosas. Se interesa, no por el calor sino por el principio del calor, no por las funciones vitales sino por el origen de la vida, no por su propio “yo” sino por el que le da la concien- cia de su “yo”, el creador. Elartista y el sabio deben dispensar mucho esfuerzo y sacrificio antes de llegar a la madurez de su arte o de su ciencia y jams alcanzan la perfeccién que ambicionan. Si para ponerse a trabajar esperan la inspiracién, no podrian 48 nunca aprender siquiera los rudimentos de su oficio. Una practica perseverante le es necesaria al violinista para ini- ciarse en los secretos de su delicado instrumento. Haga- mos lo mismo: jcuénto més delicado es el corazén hu- mano! “Acercaos al Seftor y él se acercaré a vosotros" (Sant. 4, 8). Corresponde a nosotros poner manos a la obra. Si damos un paso hacia él, él daré diez hacia noso- tros; él, que divisando al hijo prédigo cuando todavia esta- ba lejos, movido a compasi6n, corrié a arrojarse a su cue- lio y lo abrazé largamente (cfr. Le. 15, 20). Es necesario resolverse, de una vez por todas, a dar los primeros pasos, todavia inseguros, hacia Dios, si verda~ deramente queremos acercaros a él. Que la torpeza del principio en el camino de la oraci6n, no te aflija. No cedas al respeto humano, a la indecisi6n, a las risas burlonas de los demonios que tratan de persuadirte de que tu conducta es ridfcula y de que tu empefio no es sino el fruto de tu imaginacion y una estupidez. Estate seguro que el enemi- go nada teme tanto como la oracién El interés del nifio por la lectura aumenta a medida que hace progresos en ella, el que aprende un idioma ex- tranjero disfruta habléndolo evando mejor lo domina. El placer crece con el progreso y el progreso viene con la practica. La préctica se hace més fécil con el progreso y lo mismo puede decirse de la oracién, No esperes, entonces, ninguna inspiracién extraordinaria para empezar. EI hombre ha sido creado para orar, como lo ha sido para hablar y para pensar. Pero més especialmente lo ha sido para orar pues “el Seftor colocé al hombre en el jardin del Edén para cultivarlo y guardarlo” (Gn. 2, 15). ¥ ;d6n- de encontrarés t6, el jardin del Edén sino en tu propio co- raz6n? Como Adan, debes llorar sobre el perdido Edén por tu intemperancia. Ta estabas vestido de hojas de higuera y de tiinica de piel (cfr. Gn. 3, 21), que son tu condicién 46 mortal con sus pasiones. Entre -i y la estrecha entrada al sendero que lleva al arbol de la vida, se interponen las te- rribles llamas de los deseos terrenos y solamente los que han vencido estos deseos son admitidos a “comer del fruto del Arbol de la vida que est en el medio del paraiso de Dios” (Apoc. 2, 7). Adan no falté sino a un solo manda- miento de Dios, y ta, como dice san Andrés de Creta, los quebrantas todos, a cada momento. Desde tu. profundo estado de pecado y desde tu endurecimiento, tu oracién debe elevarse para ganar las alturas. ‘A menudo, un criminal endurecido no tiene concien- cia de su culpabilidad, lo cual es propio del endurecimien- to. Tales tu caso, Pero que no te asuste el endurecimiento de tu coraz6n, la oracién lo ablandaré poco a poco. a La oracién (continuacién) CUANDO se decide a comenzar regularmente la oracién de la mafiana, se lo hace, generalmente, no porque se posea una tendencia natural hacia la oracidn sino mas bien en vista a conseguir algo que atin no se posee. Pues el que tiene algo, corre el riesgo de inquietarse por miedo a perderlo y el que no lo posee, est ansioso de que sea suyo. Por eso debes empezar a practicar la oracién sin esperar nada de ti mismo, sin buscar “llegar a algo”. Si tienes la comodidad de tener tu propia habitacién, puedes seguir al pie de la letra y tranquilamente las indica- ciones del Manual de Oraciones: “Cuando te despiertes, antes de comenzar el dia, de- lante de Dios que Io ve todo, 2on respeto haz el signo de la cruz y di: En el nombre del Padre y del Hijo y del Espiritu Santo. Amén’, “Después de haber invocado asf a la Santisima Tri- nidad, guarda unos instantes de silencio para que tus pensamientos y sentimientos se desprendan de las preocu- paciones de este mundo. Luego, recita las oraciones s guientes, sin prisa y con todo tu coraz6n: ‘Dios mio, ten piedad de mf, pecador". En seguida vienen las demas oraciones comenzando por la del Espiritu Santo, la de la Santisima Trinidad y el Padrenuestro que precederan al conjunto de oraciones de la mafiana. Més vale leer algunas sin precipitacién y con tranquilidad que decirlas todas apresuradamente. 48 SSS See eee es eS ses Estas oraciones son el fruto de la experiencia que la Iglesia ha acumulado a través ce los siglos. Por ellas, en- tras en la vasta comunién del Pueblo de Dios en oracién. No estas solo, eres una célula en el cuerpo de la Iglesia que es el Cuerpo de Cristo. La recitacién de estas formulas te enseharé también la constancia y la paciencia que son ne- cesarias, no solamente al cuerpo sino también al corazén y al espiritu para que se afirme tu fe. La verdadera oracién es equella en que el espiritu y el corazén se ponen al unfsono con las palabras; la aten- cién es, entonces, indispensable. No dejes que tus pensa- mientos vaguen, recégelos sin descanso y cada vez que te leven lejos de tu oracién, vuelve a ella en el punto en que la dejaste. También puedes recitar el Salterio de la misma manera. Aprenderds asi a practicar la perseverancia y la vigilancia en la oracién. El que est delante de una ventana abierta, oye los ruidos de afuera, no podria ser de otro modo pero puede o no prestar atencién a las palabras que le lleguen, eso de- pende de su voluntad. El hombre en oraci6n, esté constan- temente solicitado por oleadas ce pensamientos extrafios, de sentimientos y de impresiones. Detener el fastidioso de- senvolverse de este film interior, es tan imposible como impedir que el aire circule en una habitaci6n con una ven- tana abierta, pero depende de ceda uno prestar atencién o no. Esto, dicen los santos, no se aprende sino con la préc- tica Cuando ores, tu "yo" dete guardar silencio. Ta no rezas para ver realizarse tus deseos terrenos sino que di- ces: "Que se haga tu voluntad”. No te sirvas de Dios como de un comisionista; calla y deja hablar a la oracién. Segén san Basilio, la oracién debe contener cuatro elementos: adoracién, accién de gracias, confesién de los pecados y pedido de salvacién. No te preocupes por tus propios intereses y no pon- 49 gas la oracién a tu servicio sino “busca primero el reino de Dios y su justicia y todo lo demas se te dara por afiadidu- ra" (Mt. 6, 33). Z| que busea hacer su voluntad y cuya oracién no coincide con la voluntad de Dios, encontraré muchos obstaculos en su camino, y caeré continuamente en las emboscadas del enemigo. Se volveré descontento, irasci- ble, desgraciado, indeciso, impaciente o inquieto y cuando el espiritu estd en este estadc, nadie puede permanecer en oraci6n. La oracién del que guarda rencor contra el hermano es impura. No podemos ni debemos dirigir ningin repro- che sino a una sola persona: nosotros mismos. Sin esta acusaci6n de cada uno, la oracién seré tan inttil como si los reproches, en tu coraz6n, se dirigieran al préjimo. No te inquietes al sentir en ti, la sequedad, pues la lluvia vivificante viene de lo alto y no de tu suelo ingrato capaz solamente de producir zarzas y espinas. Por otra parte, no esperes “estados de oracién” extraordinarios, éxtasis, arrobamientos u otras experiencias en las que encontrarias tu propia satisfaccién. No se ora para buscar el propio placer: “Lamentad vuestra miseria, entristeceos y llorad. Que vuestra risa se cambie en Manto y vuestra alegrfa en tristeza. Humillaos ante el Sefior y é1 0s ensalz r4” (Sant. 4, 9-10). Piensa en lo que eres y suplica al Seflor que tenga piedad de ti, Lo demas depende de él 50 La oraci6n (continuacién) La oracién no debe detenerse cuando hemos terminado las oraciones de la mafiana. Se trata de mante- nerla presente a lo largo de la jornada, a pesar de la diver- sidad y complejidad de nuestras ocupaciones cotidianas. El obispo Tedfano el Recluso, aconsejaba a los prin- cipiantes elegir un corto versiculo de los Salmos, apropia- do a sus necesidades, por ejemplo: “Seftor, apresirate a socorrerme”, o ‘Crea en mi un corazén puro”, 0 “Bendito seas, Seftor”, ete. Los Salmos nos ofrecen una seleccién abundante de estas oraciones més 0 menos cortas. A lo largo del dia, debe conservarse esta oracién en el espiritu y repetirla lo mas a menudo posible, sea mentalmente, sea en voz baja, o mejor en alta voz si uno esta solo y si nadie puede ofr. En el 6mnibus, en el ascensor, en el trabajo, en Ja mesa, tan frecuentemente como se pueda, se retoma la oracién fijando la atencién en el contenido de las palabras. El dia se desliza asf hasta la tarde, en que se busca un mo- mento de tranquilidad para leer la oraciGn de la tarde en el Manual de Oraciones, antes d2 irse a acostar. Estas plegarias cortas, convienen igualmente a los que no disfrutan del aislamien:o suficiente para poder re- zar las oraciones comunes de la mafiana y de la noche. En efecto, ellas pueden acompafiarnos siempre y a todas par- tes. En casos semejantes, la soledad interior suple a la au- sencia de la soledad exterior. 61 La repeticién frecuente es importante; con golpes repetidos de sus alas, las aves se elevan por sobre las nu- bes, el nadador debe repetir los mismos movimientos innu- merables veces para llegar a la meta. Pero si el ave deja de volar, debera contentarse con permanecer entre el polvo de la tierra y el nadador que se detiene, est4 amenazado de hundirse en el abismo que le acecha. Reza de este modo, hora tras hora, dia tras dia, sin abandonarte. Pero ora simplemente, sin énfasis, sin com- plicaciones, sin hacerte ninguna pregunta: "No te inquie- tes por el mafiana” (Mt. 6, 34). Cuando el tiempo llegue, te seré dada una respuesta. Abraham partié sin preguntar: ";Cémo es la tierra que debes mostrarme?”’. “Qué es lo que me espera?” Simplemente “partié como el Seftor le habia dicho” (Gn. 12, 4), “tomando todas sus posesiones consigo” (Ib. 5). Entonces, haz como él, lleva contigo en tu viaje todo tu ser, nada dejes detras que pueda retener una parte de tu afecto en la tierra que has abandonado Noé tard6 cien afios para construir el arca pieza por pieza. Haz otro tanto, edifica palmo a palmo, paciente- mente, en silencio, dia a dia y no te inquietes por lo que te rodea. Acuérdate de que Noé estaba solo en el mundo para “eaminar con Dios” (Gn. 6, 9), es decir, en la oracién. Piensa también en las molestias, la oscuridad, y el hedor en los que debian vivir en el interior del arca antes de po- der salir al aire libre y elevar un altar al Seftor. El aire puro y el altar, los descubrirés en ti, dice san Juan Crisstomo, pero solamente cuando hayas consentido pasar por la mis- ma puerta angosta que Noé. Como él, “cumple todo lo que Dios te ha encomen- dado" (Gn. 6, 22), y construye, “con plegarias y sGplicas”” (Ef. 6, 18), el navio que te permitiré pasar de tu “yo” car- nal y de tus miltiples y egofstas intereses, a la plenitud del Espiritu, Cuando el Gnico viene a nuestro corazén, dic 82 san Basilio el Grande, la multiplicidad desaparece, los dias se deslizan en un gran sentimiento de plenitud, bajo la pro- teccién de aquel que tiene la plenitud del universo en su mano. 53 FO La sobriedad del cuerpo y del espfritu, condicién para la oracién Es importante que, al entregarse de este modo a la oracién, no se consienta nada al cuerpo. San Isaac el Sirio, nos dice que una plegaria en la cual el cuerpo no sufre y el coraz6n no padece, permanece en embrién y carece de alma, llevando en s{ el germen de la confianza en si mismo y del orgullo que conduce al coraz6n a la creencia de que formamos parte, no s6lo de ‘os “Ilamados” sino del “pe- quefio ntimero de los elegidos” (Mt. 22, 14). Desconfia de esta clase de oracién pues es la raiz de innumerables ilusiones. Mientras tu corazén est4 apegado a lo carnal, tu tesoro permanece siendo carnal, y mientras crees, quiz4s, alcanzar el cielo, no eliges sino lo que toda- via es carnal. A la alegria que experimentas le falta pureza y se expresa de manera exhuberante, te sientes apremiado para hablar, experimentas el apuro de adoctrinar y de convertir a los demés sin haber sido llamado por la Iglesia aejercer el oficio de maestro. Interpretas la Escritura se- gin tu mentalidad carnal y no soportas que se te contra- He, te acaloras para defender tu punto de vista y todo esto ocurre porque olvidaste disciplinar tu cuerpo, y por lo tan- to, de humillar tu corazén. El verdadero gozo es apacible y estable, por lo que el apéstol nos manda “alegrarnos sin cesar” (1 Tes. 5, 16). El verdadero gozo procede de ur. coraz6n que derrama légri- mas sobre el mundo y sobre sf mismo, porque todos se han 54 apartado de la luz sin ocaso. El verdadero gozo se consigue por medio de las légrimas, por eso est escrito: “Bienaven- turados los que lloran” (Mt. 5, 4), y “Dichosos vosotros que ahora llorais”, sacrificando vuestro “yo” carnal, “por- que luego gozaréis”, en vuestre “yo” espiritual (Le. 6, 21). El verdadero gozo es una alegria reconfortante, una ale- gria que surge del conocimiento de la propia debilidad, y de la misericordia del Seftor, y no necesita de ruidosas risas para manifestarse. Piensa también en esto: el que est apegado a las co- sas de la tierra, puede encontrar alegria, pero también sen- tir agitacion, sufrimiento y afliccién. Su espiritu esta ‘expuesto a continuas fluctuaciones. Por el contrario, el “goz0 del Maestro” (Mt. 25, 21) es estable porque Dios es inmutable. ‘Asi entonces, vigila tu lengua y disciplina tu cuerpo por el ayuno y por una vida austera. La charlataneria es la gran enemiga de la oracién, por eso deberemos dar cuenta de toda palabra desconsiderada (Mt. 12, 36). Cuando se posee la propia casa, se vigila para no dejar entrar el polvo del camino, Guarda tu corazén de la charla y de los co- mentarios sobre los acontecimientos del dia. “Mira e6mo un pequefic fuego basta para abrasar un inmenso bosque; la lengua también es fuego" (Sant. 3, 5-6). Pero si no se alimenta la llama, ésta muere. No ali- mentes tdi tampoco tus pasiones y ellas se extinguirén po- co a poco. Si sientes que tu c6lera se inflama, calla y no de- jes que nada trascienda al exterior. Habla solo con Dios, extinguirés asf la mecha adn humeante. Si te afligen las faltas de los dems, sigue el ejemplo de Sem y Jafet, y c- brelas con el manto del silencio (Gn. 9, 23); sofocarés, ast también, tu deseo de juzgar antes que las llamas aparez- can. El silencio esta siempre listo para llenarse de oracién atenta, como un vaso vacio est pronto para poder Ilenar- lo de agua, 55 === Pero no solamente debe vigilar la lengua aquel que quiere practicar el arte de la vigilancia espiritual sino que debe velar sobre si mismo (Gn. 6, 1), de manera minuciosa y extender su solicitud a las profundidades de su ser, don- de descubrird espacios inmensos en que se agitan una mul- titud de recuerdos, pensamientos, imaginaciones, que es necesario reprimir. No despiertes un recuerdo que pueda sepultar en el lodo tu oracién, no remuevas las impresio- nes de viejos pecados que han permanecido en ti, no seas como el perro “que retorna a su vémito" (Prov. 26, 11). No dejes que tu memoria se demore en cosas que puedan reavivar tus malos deseos, no permitas a tu imaginacin invadir el campo. El bastién preferido del demonio es, pre- cisamente, nuestra imaginacién, porque por medio de ella nos arrastra a la “liaison”, es decir, a discutir con él y de alli al consentimiento y al pecado. El siembra la incerti- dumbre y la agitacién en tus pensamientos, sugiere toda clase de razonamientos, de pruebas, de vanos problemas y de respuestas que nos damos a nosotros mismos. Opone t6, a todo eso, la palabra del salmista: “Apartaos de mf, malditos, porque yo guardo los mandamientos de mi Dios" (Sal. 119, 115). El ayuno UN ayuno proporcionado a tus fuerzas favoreceré la vigilancia espiritual. No se pueden meditar las cosas de Dios con el estémago leno, dicen los maestros espiritua- les, Para el amigo de la buena vida, los secretos menos misteriosos, si asi puede decirse, de la Santisima Trinidad, permanecen escondidos. Cristo nos dio el ejemplo con su largo ayuno; cuando triunf6 de! demonio, acababa de ayu- nar cuarenta dias. ;Podrias ti llegar a esto? “Entonces —pero solamente entonces— los angeles se acercaron y le servian" (Mt. 4, 11). Ellos también te esperan para ser- virte. El ayuno pone freno a la charlataneria, nos dice san Juan Climaco (Escala, Grado 14, 34), él te haré misericor- dioso y dispuesto a obedecer destruyendo los malos pensa- mientos y eliminando la insensibilidad del coraz6n. Cuan- do el estémago esté vacio, el eorazén es humilde. El que ayuna, ora con espiritu sombrfo, mientras que el espiritu del intemperante, esta leno de imaginaciones y de pensa- mientos impuros. El ayuno es una forma de expresar el amor y la ge- nerosidad, por él se sacrifican los placeres de la tierra para obtener los goces del cielo, Una gran parte de nuestros pensamientos esta acaparada por el cuidado de nuestra subsistencia y por los placeres de la mesa; querriamos libe- rarnos de esta preocupacién. El ayuno aparece asi, como una etapa en el camino de nuestra liberacién y un aliado indispensable en la lucha contra los deseos egotstas. Ade- més de la oracién, el ayuno es uno de los dones mas precio sos concedidos a los hombres, y muy apreciado por los que han hecho la experiencia, 67 Cuando ayunamos, sentimos crecer nuestro recono- cimiento hacia Dios que concedié al hombre el poder ayu- nar. El ayuno te da acceso a un mundo del cual apenas vis- lumbras la existencia. Todos los detalles de tu vida, todo lo que sucede en ti y alrededor tuyo, se ilumina con una nue- va luz. El tiempo que pasa recibe una utilidad nueva, rica y fecunda. Durante las vigilias, el amodorramiento y la con- fusién de los pensamientos, can lugar a una gran lucidez de espiritu y en vez de enconarnos contra lo que nos con- trarfa, lo aceptamos apacitlemente en la humildad y accién de gracias: los problemas que parecian graves y complejos se resuelven por sf mismos tan simplemente como la flor al abrir su corola, La oracién, el ayuno y las vigilias son la manera de golpzar a la puerta que deseamos ‘que se nos abra. Los santos Padres, a menudo han considerado el ayuno como una medida de capacidad: si se ayuna mucho, es que se ama mucho y si se ama mucho es que mucho ha sido perdonado (cfr. Le. 7, 47). El que ayuna mucho, reci- biré mucho. Sin embargo, los santos Padres, recomiendan ayu- har con mesura: no debe imponerse al cuerpo una fatiga excesiva pues el alma misma puede perjudicarse. Tampo- co hay que entregarse al ayuno de repente, pues cada cosa exige un paulatino acostumbramiento y cada uno debe te- her en cuenta su naturaleza y sus ocupaciones. Evitar cierta clase de alimentos puede ser condenable, pues todo alimento es un don de Dios, pero sera sabio abstenerse de alimentos que traen pesadez y no sirven sino para hala~ gar el gusto: platos muy condimentados, carnes, alcohol, ete. Por lo demas, se puede comer de todo lo que sea ba- rato y pueda conseguirse con facilidad. Para los Padres, sin embargo, ayunar con medida significa hacer s6lo una comida al dia y otra suficientemente ligera evitando la saciedad. 58 Es necesario evitar la exageracién La experiencia demuestra que si el artista toca el piano con demasiado ardor, o e! escritor escribe demasiado ligero, se expone a sufrir calambres. Descorazonado y re- ducido a la impotencia, se ve obligado a interrumpir su tra- bajo al que, hasta entonces, se entregaba con ardor y la inaccién expone a malas influencias. Este ejemplo encierra una lecci6n: el ayuno, la obe- diencia, la austeridad de vida, la atencién, la oracién, cons- tituyen un conjunto de précticas necesarias que, sin embargo, no son més que précticas. Y toda practica debe ponerse en marcha con naturalidad, con calma, midiendo las propias fuerzas (cfr. Le. 14, 28-32), evitando toda exa- geracién. “Sed sobrios y velad en la oraci6n” (1 Ped. 4, 7), nos pide el apéstol Pedro, y por él, el Seflor mismo. Uno puede llegar a embriagarse con algo més que el alcohol. También es peligrosa la embriaguez que provoca una excesiva confianza en s{ mismo y la actividad apresu- rada que resulta de ella. Animado de un celo desbordante que se traduce en exageracion2s y en falta de mesura, se siembra en el terreno de la vida espiritual lo que se cree que son sacrificios. Pero los frutos que se recogen son sos- pechosos: una tensi6n excesiva, impaciencia con respecto a los defectos del préjimo, justificacién de s{ mismo. Se trata, entonces, de “no volverse nia derecha ni a izquier- da” (Deut. 5, 32) y de no tener la més minima confianza en si mismo, Si no vemos en nosotros frutos abundantes de amor, de paz, de gozo, de moderacién, de humildad, de senci llez, de rectitud, de fe y de paciencia, todo nuestro trabajo es vano, como nos advierte sin Macario de Egipto. Debe- mos trabajar en vista de la cosecha pero esta cosecha es obra del Senior Dirige la atencién hacia ti mismo y usa el discerni- miento. Si notas que te vuelves irritable y exigente con los demés, aligera un poco la carga. Si tratas de examinar la conducta de los otros, de aleccionarlos, de hacerles obser- vaciones, ests en un camino falso porque el que se renun- cia verdaderamente, nada tiene que reprochar a su proji- mo. Si ves que la gente que te rodea o las circunstancias exteriores te molestan y alteran, es que todavia no has comprendido en qué consiste tu trabajo. Todo lo que, al principio, pueda molestarte, es para darte una ocasion de practicar el esfuerzo de sostener al otro, ejercitar la pa- ciencia y la obediencia. A un hombre humilde, jamés le molestan los demas, s6lo 61 considera que puede ser moles- to. Trata, entonces, de pasar inadvertido, evita ocupar el primer puesto, escéndete. Entra en tu habitacién y cierra la puerta (Mt. 6, 6), aun cuando estés obligado a estar en tun tumulto. ¥ si esto, a veces, se hace muy dificil de sopor- tar, sale, vé, no importa dénde, para poder estar solo, ma con toda tu alma al Sefior para que te ayude, y él te escucharé. Considérate como una rueda, decfa el 'staretz” Am- brosio. Cuanto menos toque tierra, més facilmente avan- zara, No pienses en cosas tertenas, no hables ni te preocu- pes mas de lo necesario, pero también recuerda que si la rueda esta completamente en el aire, le es imposible rodar. 60 Del uso de las realidades materiales Nosotros estamos formados de un alma y un cuerpo y no podemos hacer adstraceién de esta dualidad en nuestro comportamiento. En consecuencia, aytidate de realidades materiales. Cristo conoce nuestra debilidad, y 61 ha empleado como medios, para nuestro bien, las palabras y los gestos, la saliva y el barro, Por nosotros quiso que su poder vivificante se comunicara por la orla de su vestido (MEt. 9, 20; 14, 36), por los lienzos y paiiuelos que tocaron el cuerpo de Pablo (Hech. 19, 12) yhasta por la sombra del apéstol Pedro (Hech. 5, 15). De esta manera, a lo largo del rudo peregrinar por la, via estrecha, apéyate en todas las cosas terrestres como sobre un bast6n, utilizandolas para acordarte de Dios; la blancura de la nieve y la limpidez del cielo, el ala irisada de una mosea y el calor del fuego, y todas las criaturas que perciben tus sentidos que te recuerden a tu Creador. Pero sobre todo, recurre a los medios que la Iglesia te ofrece pa- ra “ofrecer tus miembros a la justicia para santificarte” (Rom. 6, 19). En primer lugar, la santa comunién del Se- Aor, pero también los otros sacramentos y misterios, y sagradas Escrituras. La Iglesia te ofrece también los san- tos iconos de la Madre de Dios, de los angeles y de los santos, la oracién ante ellos, los cirios y las lamparas, el agua bendita, el brillo del oro, el canto. Recibe todo esto con agradecimiento para tu edificacién y consuelo, para tu provecho y adelanto espiritual, mientras prosigues tu camino hacia un fin més lejano. No temas manifestar exteriormente tu amor por tu Seftor misericordioso y leno de amor, besa la cruz y los iconos, adérnalos con flores. Si impidiéramos al mal que esta dentro de nosotros, expresarse exteriormente, nues- tra buena voluntad podria respirar con més libertad. Si lo que se nos da por amor es rec bido por nosotros con amor, climpulso de nuestro amor seré mas grande y més podero- 50, y ese es el fin de nuestros esfuerzos. Cuanto més abun- dante es el caudal de agua de un rio, mAs se ensancha su desembocadura Utiliza tu propio cuerpo como un auxiliar en tu com- bate. Somételo y vuélvelo independiente de los caprichos del hombre viejo, hazlo compartir tus sentimientos de compuncién: si quieres aprender la humildad, humilla tu cuerpo ¢ inclinalo hacia la tierra. Arrodillate, el rostro en tierra, tanto como puedas y cuando estés solo, pero luego levantate, pues toda cafda es seguida de nuestra elevacién en Cristo. Persfgnate con frecuencia, es una plegaria sin pala- bras. En pocos momentos, sin estar sujeto a la lentitud de la palabra, expresa tu voluntad de participar de la vida de Cristo, de crucificar tu came y de aceptar sin murmu- rar todo lo que la Santisima Trinidad te envia. Por otra parte, el signo de la cruz es un arma contra los espiritus malignos, utilizala a menudo, con atencién. Para construir una casa es necesario una estructu- ra. Solamente un hombre fuerte no necesita sostén exte- rior. Pero, eres ta un hombre fuerte? {No eres, acaso, dé- bil entre los débiles? {No eres acaso un nifio? 62 Los momentos de oscuridad ASI como el cielo tan pronto esté nublado como luvioso, asi ocurre con la naturaleza humana. Hay que te- ner en cuenta que, de cuando en cuando, las nubes cubren al sol, Los mismos santos han conocido horas, dias y se- manas de oscuridad. Decian entonces, que “Dios los habia abandonado", para que tomaran conciencia, verdadera- mente, de la pobreza absoluta que tienen cuando son libra- dos a s{ mismos y privados de su apoyo. Estos momentos de oscuridad en los que todo parece desprovisto de sentido, absurdo y vano, en los que uno se siente hostigado por las dudas y las tentaciones, son inevitables. Pero, sin embar- go, pueden ser fructuosamente utilizados. El mejor medio para no dajarse abatir durante estos dias sombrios, es seguir el ejemplo de santa Maria Egipcia- ca, Durante cuarenta y ocho afios vivié en el desierto, del otro lado del Jordan; cuando el recuerdo de su vida peca- dora de Alejandria la solicitaba y la tentaba a renunciar a su retiro voluntario en el desierto, se arrojaba al suelo, cla- maba a Dios por ayuda y no se levantaba hasta que su co- raz6n se volvia humilde. Los primeros afios fueron peno- sos. Ella permanecfa en este estado durante largos dias, pero al cabo de diecisiete afios, vino el tiempo del reposo. En épocas semejantes permanece en calma. No te dejes persuadir para mezclarte otra vez en la vida social ni para buscar diversién. No te apiades de ti mismo, no bus- ques més consuelo que exclamer al Sefior: “‘jOh Dios, vén en mi ayuda! jSefior, aprestrate a socorrerme!” (Sal. 69, 1). “Estoy encerrado, sin salida” (Sal. 87, 9), y otras cosas parecidas. Sélo de allf, vendré algan consuelo verdadero, cy No sea que, al buscar un consuelo pasajero pierdas todo lo ganado, Ahora tu paciencia y tu constancia son puestas a prueba. Si lo soportas, agradece a Dios que te dio la fuer- za. Si sucumbes, levantate con presteza, pide perdon y di “No tengo sino lo que merezco!”. Pues la misma caida ha sido tu castigo. Tenfas demasiada confianza en ti mismo y ahora compruebas a d6nde ze ha conducido. Hiciste una experiencia: no te olvides de dar gracias. A propésito de Zaqueo A semejanza de Zaqueo, estés trepado a un Arbol para ver al Seftor (cfr. Lc. 19). No lo has hecho usando Unicamente de tus facultades ‘ntelectuales, ni solamente en espfritu; eres un ser humanc provisto de un cuerpo, por 0, como Zaqueo, has empleaco el vigor de tus miembros y las realidades terrestres para elevarte del suelo. Y sihas actuado asf, con inteligencia y discernimiento, teniendo en cuenta el peso de tu cuerpo y la medida de tus fuerzas pero sin miedo al ridiculo, tuviste la suerte de elevarte por sobre Ja agitacién de la multitud —es decir, de tus impulsos te- rrenos— para recibir, por un instante, la mirada del Sefior que te buscaba. Ta Io has constatado: desde que tuviste conciencia de tu propia oscuridad, no te sientes tan atraido como antes por las distracciones ni per la vida social y has entre- visto, como en un relémpago, tu hombre interior, tal como es realmente. Quizés tienes la impresiOn de que tu corazén se parece a una cAscara de nuez sacudida por las olas, sin objetivo ni piloto, Ahora el viaje tiene un fin, y es aprecia- ble. Sin embargo, td siempre eres la pequefia céscara de nuez perdida en un océano desierto; si has navegado bien, descubrirés ahora, por primera vez, hasta qué punto tu nave es frégil y mindscula. Basta que manifestemos nuestra buena intencién —dice el arzobispo Teofilacto de Bulgaria— para que el Sefor sea constantemente nuestro guia. Jess dijo a Za- queo: “Date prisa, baja, es decir, humiliate, pues hoy debo visitar tu casa” (Le. 19, 5). “Tu casa”, aqui puede inter- 65. pretarse: tu coraz6n. Esté bien, dice el Seftor, tt te has subido a un arbol y has vencido una partede tus deseos te- rrenos porque deseabas verme. Ta querias estar en condi- ciones de percibirme cuando pasara por tu coraz6n pero ahora apresirate a humillarte, en vez de quedarte ahi, pensando que estas mejor ubicado que los otros, pues en el coraz6n del humilde es donde debo morar. “Y él se apresu- r6 a bajar... y le recibié con alegria” (Le. 19, 6). Zaqueo, jefe de los pudlicanos, recibié entonces a Cristo, y lo primero que hizo fue renunciar a todos sus bie- nes, pues dio inmediatamente la mitad a los pobres y el resto fue, por cierto, distribuido répidamente para resti- tuir el cuddruplo de lo que habia robado. “El también es un hijo de Abraham’ (Le. 19, 9): oyé la voz del Sefor y tam- bién dej6 su pais y la casa de su padre (cfr. Gn. 12, 1), don- de el egoismo y las pasiones reinaban como sefores. Zaqueo descubri6 que un coraz6n que recibe a Cris to, debe vaciarse de todo lo dems, debe dar todo lo que posee injustamente adquirido: “La concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida (Jn. 2, 16). Comprendié que el que es rico en este mundo, es pobre en el mundo futuro, pues ser rico materialmente, es ser espiritualmente pobre, segin san Juan Criséstomo. En efecto, si el rico no fuera tan pobre, no tratarfa de ser tan rico, As{ como es imposible que la salud esté unida a la enfermedad, asi también, es imposible conciliar el amor y la posesi6n, declara san Isaac el Sirio. Pues el que ama a su projimo, abandona sin condiciones todo lo que posee, tal es la naturaleza del amor. Pero sin amor, es absoluta- mente imposible entrar en el Reino de Dios. Esto, Zaqueo lo constaté igualmente. Pero cuanto menos se Jose, mas se simplifica la vi- da, Se rechaza todo lo superfiuo y el coraz6n se recoge en su centro. Poco a poco el hombre espiritual se esfuerza por 66 penetrar en su celda interior donde se encuentran los gra- dos que llevan al cielo. La oracién también llega a ser més simple. Las ple- garias se unen alrededor del centro del coraz6n y lo pene- tran. Y en sus profundidades, se descubre la tinica oracién que es verdaderamente necesaria: el llamado a la miseri- cordia. Qué puede desear un pecador, y el primero entre ellos (cfr. 1 Tim. 1, 15), sino que el Sefior se apiade de é1? iTiene algo para ofrecerle? ;‘Tiene fuerzas, voluntad, se~ guridad que le son propias? ;Puede emprender cualquier cosa por s{ mismo? ;Puede saber cualquier cosa? ;Puede comprender, aprehender algo, él, que no tiene nada pro- pio, nada que pueda llamar suyo? No hay nada, pues el pecado no tiene una existencia positiva; el pecado no es sino una privaci6n, una opacidad, una negacién. Ahi, en esa nada, se encuentra el pecador. Else ve asf; cuanto menos posee, més rico es. Pues la celda vacia que esté en su coraz6n, desborda, no de bie- nes transitorios sino de la plenitud de la vida eterna, de su luz y de sus certidumbres: el amor y la misericordia. Y eso, porque el Sefior es el huésped de su casa. Pero, ,c6mo el pecador puede merecer la venida del Senor? ,C6mo puede él imaginar que el Sefior quiere verlo sumergido en las tinieblas? Debe hacer esfuerzos para pu- rificarse, combatir y trabajar, seguir los mandamientos del Evangelio, velar, ayunar, aplicandose de todas formas a renunciarse por el Sefior, y a pesar de todo eso, él se ve sucumbir al mal humor y a la c6lera, a la falta de amor ya la persona, a la impaciencia y a la ingratitud y a todos los, vicios imaginables. ;Cémo puede esperar que el Sefor venga a semejante morada? Por eso, ruega en estos términos: “Seftor, ten pie- dad, ten piedad de mi, pecador; pues en verdad he tratado de hacer lo que est prescrito para servirte, he trabajado 67 el campo de mi corazén del que me confiaste el cuidado, y he guardado los animales (Le. 17, 7-10). Pero yo no soy més que tu humilde servidor, y sin ti no puedo nada. Ten piedad de mf y lléname con tu gracia”. Por la accién de su libertad él aumenta su fe (cfr. Le. 17, 5), y por la oracién obtiene la energfa necesaria pa- ra actuar. Entonces, la actividad personal y la oracién se unen estrechamente, hasta que sus aguas se mezclen por completo, la actividad personal se haga oracién, y la ora- cidn actividad. Esto es lo que los santos llaman actividad espiritual, oracién del corazén u oracién de Jest. 68 La oracién de Jesis ELL abad Isafas ha dicho que la oraci6n de Jestis es tun espejo para el espfritu y una lampara para la concien- cia. La compar6, igualmente, a una voz apacible que r suena constantemente en una casa: los ladrones que tra- tan de introducirse, huyen cuando oyen que hay alguien despierto. La casa es el coraz6n, los ladrones son las sug rencias malignas, la oracién esla voz del que esté montan- do guardia pero el que vela no soy yo, es Cristo. La actividad espiritual, encarna a Cristo en nuestra alma, implica un continuo recuerdo de Dios: é! habita escondido en ti, en tu alma, en tu coraz6n, en tu concien- cia. “Yo duermo pero mi coraz6n vela” (Cant. 5, 2). Aun cuando duermo, o si debo ocuparme de otra cosa, mi cora- z6n permanece fijo en la oracién, es decir, en la vida ete na, en el reino de los cielos, en Cristo. Las raices de mi ser estén firmemente plantadas en el suelo que las alimenta. El medio de llegar a esta oracién, es la invocacién: “Jestis, Hijo de Dios, ten piedad de mi, pecador”. Repitela enalta voz, sino mentalmente, apacible y lentamente pe- ro con atenci6n, con el coraz6n lo mas libre que se pueda de todo lo que no esté de acuerdo con ella. No s6lo las preo- cupaciones terrenas son inconeiliables con la oracién, sino toda otra preocupacién, toda esperanza de ofr una res- puesta, toda visi6n interior, el sentimiento de experimen- tar algo, los suefios roménticos, las preguntas curiosas y el juego de la imaginacién. La sencillez es una condicién indispensable, lo mismo que la humildad, la sobriedad del 69 PO cuerpo y del espfritu, y en general, todo lo que implica el combate invisible. Los principiantes, en particular, deben prevenirse contra todo lo que tenga la més leve semejanza con el mis- ticismo. La oraci6n de Jest, ¢s una actividad, un esfuerzo prdctico y un medio que da la posibilidad de acoger y em- plear esta fuerza que se llama la gracia de Dios —la que esta siempre presente, aunque oculta en los bautizados— a fin de que ella dé su fruto. La oracién hace fructificar esta fuerza en nuestra alma; ella no tiene otro fin. Es un martillo que rompe una caparaz6n y un martillo es duro y sus golpes, duelen. Entonces, abandona toda idea de suavi- dades, de arrobamientos, de voces celestiales: no hay sino un camino que lleva al reino de Dios y es el camino de la cruz, Estar suspendido y crucificado a un érbol, es un ho- rrible suplicio. No esperes otro. Ta has crueificado tu cuerpo clavéndolo firmemen- te en un género de vida simple y uniforme imponiéndote una estricta disciplina. Tu actividad mental y tu imagina- cidn, deben estar, también estrictamente controladas. Clé- valas fuertemente con las palabras de la oraci6n, con la sa- grada Escritura, la lectura de los Salmos y las obras de los santos Padres, donde todo esta prescrito. No permitas a tu imaginacién vagar de un lado a otro, a su gusto. Las ideas que entusiasman, no sor. en general, mas que evasio- nes estériles al mundo de las ilusiones. Si tu pensamiento no est utilmente ocupado por tu trabajo, recégelo en la oraci6n. Vela para que tu imaginacién y tu pensamiento te obedezean tan décilmente como un perro bien entrenado a quien no le permites saltar alrededor tuyo, ni husmear en la basura ni revolearse en el arroyo. As{ también, debes estar siempre en condiciones de recoger tus pensamientos y tu imaginacién y debes hazerlo innumerables veces, a cada instante. Si no lo haces, dice san Antonio, te parece- 70 rs a un caballo, a quien lo montan sucesivamente varios jimetes sin darle descanso, hasta que finalmente, se de- rrumba agotado y cubierto de espuma. Si golpeas muy fuerte la cascara de una nuez, pue- des aplastar la almendra. Es recesario proceder con pre- ‘caucin. No pases de golpe a la oracién de Jestis. No te des prisa en comenzar a emplearla; al mismo tiempo pue- des continuar con tus oraciones. No seas ansioso, no creas, que, por ti mismo, puedes decir con atencién, un solo: “Se- fior, ten piedad”. Tu oracién ser, necesariamente, inter- mitente porque ests entre los hombres, solamente “los Angeles del cielo contemplan, sin cesar, el rostro de mi Pa- dre que est en los cielos”” (Mt. 18, 10). Ta, al contrario, tienes un cuerpo terreno, que reclama todo lo que nece: ta. No creas haberlo perdido todo si al principio te ocurre que olvidas orar durante mucas horas o quizds durante todo un dia o més. Témalo con naturalidad y simplemen- te: eres un marino inexperto que est tan ansiosamente ocupado en otra cosa que olvidé fijarse en el viento. Ast, no esperes nada de ti mismo pero tampoco cuentes mucho con los otros. La concentracién es una cosa y la distraccién, otra. La oracién volverd tu pensamiento vivo y claro y entonces las cosas estardn en orden. Los que oran, ven todo lo que los rodea, observan y notan ceda cosa pero la perspicacia de esta mirada, viene de la oracién que derrama sobre todo eso su luz penetrante. ‘Nuestro espfritu es activo cuando la pureza reina dentro de nosotros. Mientras tratamos de hacer reinar el despojamiento en nuestro corazén, nuestro ser espiritual contintia creciendo. La oracién produce la calma interior, una tranquila paz en la tristeza, el amor, el reconocimiento, la humildad Por el contrario, si estas tenso y agitado en un estado de exaltacién o de desénimo, si experimentas abatimiento 0 n

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