Introducción a la Moral Económica
9.1 La economía como disciplina autónoma
Economía como actividad y como ciencia
El término “Economía” puede designar tanto una actividad específica (ecónomy) como
la ciencia que la estudia (économics). En el primer sentido, se refiere al sistema destinado
a la producción y distribución de bienes y servicios en un contexto de escasez; en el
segundo, al estudio del empleo de los recursos escasos que tienen usos alternativos (L.
Robbins).
Escasez, producción-productividad
La escasez hace referencia a la realidad de que los bienes que el ser humano necesita para
su desarrollo no están disponibles de modo ilimitado.
Y, por eso, es necesaria la producción. Ésta consiste en el uso de la tierra, el trabajo, el
capital y otros recursos escasos, para generar los bienes que se precisan.
En ese sentido, la riqueza no depende de la cantidad de dinero sino de la cantidad de
bienes y servicios que se produzcan (productividad). De allí la necesidad de encontrar la
manera de asignar los recursos del modo más eficiente posible (maximización-eficiencia).
9.2 Las leyes económicas
Las leyes económicas son leyes positivas, se refieren a hechos, no comportan ninguna
exigencia normativa acerca de lo que se debe hacer. Sólo ayudan a conocer las
consecuencias de un determinado curso de acción. En ese sentido, la economía (en cuanto
ciencia) consiste en considerar los efectos más remotos de cualquier acto o política y no
meramente sus consecuencias inmediatas; en calcular las repercusiones de tal política no
sobre un grupo, sino sobre todos los sectores. (Henry Hazlitt).
9.3 Economía y ética
La economía es un ámbito específico de la realidad que tiene sus leyes (principio de
autonomía) y la ética no puede ignorarlas. En el ámbito de la economía, la ética tiene una
función esencial en el nivel de los fines. La maximización de la eficiencia, de la que la
ciencia económica se ocupa, es un medio que debe estar al servicio del desarrollo integral
del ser humano, entendido como algo más amplio que el bienestar económico. La ética
busca orientar la economía en esa dirección.
En cuanto a la reflexión ética católica, si bien puede rastrearse una saludable comprensión
y valoración de las leyes económicas en la Escolástica Española, la DSI ha sido
influenciada por la Escuela Histórica Alemana del siglo XIX (Heinrich Pesch SJ y W.
von Ketteler -solidarismo, corporativismo católico, QA), que recela de la existencia de
tales leyes, por considerarlas fundadas en el prejuicio de que la única motivación del ser
humano es la económica; aceptarlas sería proponer una especie de mecanicismo
impersonal e inhumano. La limitación de esta visión es no comprender que pueden
fundarse en una concepción a la vez humanista y realista de la ciencia económica.
Hacia una economía humana
Desde el punto de vista ético, el cuestionamiento fundamental es: ¿qué fines propiamente
humanos se logran con la prosperidad económica?
Es común que los economistas utilicen la distinción entre economía positiva y normativa
para aislar la práctica económica de las críticas éticas. Entienden la primera como una
economía real, ya que es el estudio científico del comportamiento de los individuos y los
mercados; y la segunda como una ética aplicada, ya que se ocupa de la cuestión de qué
tipo de políticas económicas deberían seguirse.
En cuanto a la economía positiva, utilizan el modelo de la elección racional como marco
formal para analizar la toma de decisiones humanas y sostienen que el mismo es neutral
en cuanto a los valores. Según este modelo, el ser humano busca siempre alcanzar sus
fines de la manera más eficiente posible. Teniendo un conjunto específico de preferencias
(deseos) que se identifica con la función de utilidad (considerada en sí misma ilimitada),
la razón práctica se entiende como un ejercicio de maximización de la utilidad
(satisfacción de deseos) sujeto a las restricciones de dinero o de tiempo. En otras palabras,
la racionalidad humana consistiría exclusivamente en determinar el modo eficiente de
satisfacer nuestros deseos ilimitados con recursos limitados.
Sin embargo, cuando evaluamos la vida económica y el discurso económico a la luz de
principios teológicos independientes se evidencia que la estructura formal de la toma de
decisiones expresada en el modelo de la elección racional no es neutral en cuanto a
valores, ya que refleja fuertes afirmaciones filosóficas sobre la naturaleza humana y la
metafísica.
Santo Tomás de Aquino, en el tratado sobre la felicidad, sostiene, al igual que los
economistas, que los seres humanos actúan por un fin, pero difiere de ellos en cuál es la
naturaleza del mismo: mientras éstos sostienen que es la utilidad, él afirma que se trata
de la felicidad, entendida como perfección del ser; la diferencia es sustancial. Los
economistas modelan la felicidad como una búsqueda ilimitada de más y, en eso no se
alejan del pensamiento de Santo Tomás. La diferencia radica en que entienden la infinitud
de ese bien que se persigue en términos cuantitativos -por lo que piensan en ella como
extensión-, mientras que pensar en ella en términos cualitativos es entenderla como
plenitud. La felicidad implica descansar en un bien integral que no deja nada por desear.
La esencia de nuestra felicidad, la perfección de nuestras capacidades, se realiza cuando
nos dirigimos a conocer y amar a Dios, quien es el bien infinito. Perseguir la perfección
(del ser) en lugar de la maximización (de la utilidad) es buscar el bien en esta vida a la
luz de nuestro fin último. Así, la elección humana (racionalidad) no consiste en obtener
eficientemente lo que queremos, sino en aprender a querer lo que es genuinamente bueno.
No basta con ser ricos; la felicidad exige que utilicemos nuestra riqueza para el digno fin
de realizar nuestra naturaleza lo más plenamente posible en una vida ordenada a Dios.
Cultivar la virtud es elegir conscientemente este camino. Por ella se aprende a discernir
qué bienes son dignos de perseguir y se ordena la vida de acuerdo a esa valoración. En
este camino, ocupa un lugar central la virtud de la prudencia por cual elegimos y
ordenamos los bienes particulares al bien supremo que buscamos. Es un ejercicio de
sabiduría que se ajusta a una concepción del mundo en el que innumerables bienes
diversos están ordenados entre sí y, en última instancia, a la bondad divina. Esa forma de
razonamiento práctico es adecuada para la búsqueda de la felicidad como perfección.
Ordenar los bienes diversos en un todo coherente no es cuestión de cálculo cuantitativo
sino de discernimiento. Desde esta perspectiva es incoherente pensar en consideraciones
económicas por un lado y en consideraciones éticas por otro.
Aun así, la antropología de Santo Tomás ofrece puntos de encuentro y valoración positiva
del análisis económico. Reconoce que la mayoría de las personas, de hecho, no buscan la
felicidad a través del ejercicio de la virtud (forma superior de la razón práctica), sino que
se conducen por la forma inferior de razón que se comparte con los animales y que orienta
a perseguir los placeres y evitar los dolores; muy similar a la forma de racionalidad
incorporada en el modelo de la elección racional, donde son determinantes los incentivos.
Mientras el pensamiento económico se maneja dentro de un marco inmanente, el
pensamiento de Santo Tomás lo hace en un marco abierto a la trascendencia. Así, puede
explicar por qué el análisis económico funciona tan bien como lo hace para describir el
comportamiento humano y, sin embargo, no sirve para captarlo y explicarlo en su
totalidad. Permite equilibrar el realismo pragmático sobre el hecho de que los seres
humanos suelen estar impulsados por incentivos, con la necesidad de entender a las
personas como agentes racionales capaces de discernir qué bienes son dignos de ser
buscados, en una forma que sea más adecuada para lograr una genuina felicidad, que no
está bien captada por el modelo de la elección racional.
Los incentivos son una herramienta valiosa siempre que no fomenten una cultura
contraria a la idea de que los seres humanos pueden aspirar a bienes superiores.