Era el primer día de la feria de luna creciente, y los olores se entrelazaban en el aire:
pescado ahumado, cuero recién curtido, pan de cebada, alquitrán, y sudor. De los caminos
llegaban granjeros, herreros y comerciantes. Barcos de proa tallada se mecían en la
ensenada, cargados de pieles del norte, ámbar del Báltico y espadas saqueadas al sur.
Los niños corrían entre los puestos, maravillados por los colgantes, figurillas y bolsas de
cuero que, decían, contenían polvo de huesos de gigante. Más allá, un guerrero tallaba
runas sobre la empuñadura de su hacha, mientras dos mujeres discutían el precio de un
broche en forma de oso.
En medio del bullicio, un joven de mirada astuta y sonrisa pícara tenía montado un
espectáculo improvisado: sobre un grueso tronco de roble descansaba un cofre de madera
lleno de joyas y piezas de oro.
— ¡Venid, valientes! —exclamó el muchacho, con voz clara y desafiante—. ¿Veis este
pesado tronco? ¡Quien pueda levantarlo, podrá llevarse gratis el cofre que tiene encima!
Los curiosos se acercaban entre risas incrédulas y miradas desconfiadas, pero de entre
ellos Ulf, el curtidor, que había abandonado su puesto al oír las palabras del chico, fue el
primero en dar un paso al frente.
—¿Solo hay que levantar ese tronco, dices?
—Así es, señor. ¿Cree poder levantarlo?
—¿Poder levantarlo? ¡Por supuesto! Muchacho, cuando tenía tu edad vencí a un draugr con
mis manos desnudas. Pero primero, déjame ver las joyas para ver si son reales.
El niño empezó a sacar uno a uno los artículos del cofre, cada cual más valioso que el
anterior. La mueca de sorpresa de Ulf hizo que al joven pícaro se le escapara una risita.
—¿Qué me dice?
—Por supuesto que voy a intentarlo.
—Un hombre valiente, por lo que veo. ¿Necesita que le explique las normas del juego, o el
pago en caso de que fracase?
—Me insultas, chico. No voy a fracasar. Ahora apártate.
El hombre escupió en sus manos, las frotó, y sujetó el tronco. La gente se arremolinaba a
su alrededor. Si había alguien lo suficientemente fuerte como para levantarlo, ese tenía que
ser Ulf. Apretó las manos con fuerza y comenzó a tirar.
La multitud rumoreaba, viendo cómo el fornido hombre batallaba inútilmente por moverlo.
Tras varios minutos, encontrándose exhausto, lo soltó.
—Ah… arf… no puede ser… yo he cargado con cientos de troncos, mucho más pesados
que este...
El muchacho sonrió y le dio una palmada en la espalda. —Tranquilo, hombre, es normal
fracasar de vez en cuando. Ahora, sobre el pago… —La sonrisa del muchacho pasó de
pícara a maquiavélica. —Me debe el peso del tronco en plata.
El curtidor, aún sin recuperar el aliento, preguntó: —¿Y cuánto es eso?
—945 mark.
El hombre, estupefacto, dió un golpe en el tronco.
—¡¿Estás loco?! ¡Es imposible que pese tanto!
—Son las normas del juego, caballero. Las aceptó en el momento en que decidió jugar.
Ahora tiene que pagar lo que me debe.
—Me niego. Esto es una estafa. No voy a darte ni medio eyrir de plata.
—Esto no es lo que acordamos…
—Déjame en paz, mocoso. —El hombre dio media vuelta y se alejó, bajo la mirada curiosa
de los espectadores.
A altas horas de la noche, cuando las únicas personas que quedaban en la feria eran el
mendigo local y unos cuantos borrachos, Ulf recogió las cosas de su puesto y se dispuso a
regresar a casa. Sin embargo, mientras caminaba, se topó con dos figuras que le
bloqueaban el camino.
Eran dos jotuns, enormes gigantes que sostenían unos pesados garrotes.
El hombre, aterrado, trató de huir, pero uno de los jotuns lo sujetó.
—¡P-por favor! ¡Piedad! ¡No he hecho nada, solo soy un curtidor!
De detrás de los gigantes surgió el chico del juego del tronco.
—Vaya, vaya… ¿Qué te ha pasado, Ulf? ¿No decías que mataste un draugr con tus propias
manos? ¿Dónde ha ido ese valor de guerrero?
—¡Muchacho! ¡¿Qué has hecho?! ¡¿Tú has traído a estos gigantes?!
—”Esos gigantes”... son mis hermanos mayores, Helblindi y Býleistr.
El muchacho chasqueó los dedos, y su apariencia cambió, revelando su verdadera forma:
se trataba de un jotun, aunque mucho más pequeño que sus hermanos, teniendo el tamaño
de un niño humano.
—Eres… ¿Un gigante?
—Así es. Y como sabrás, no es bueno robarle a un gigante. Pero tienes suerte, yo no soy
rencoroso. Te permito que me des lo que me debes, y te dejaremos ir.
El hombre, tratando de sonar calmado, no estaba dispuesto a desprenderse de su plata tan
fácilmente: —¿Y qué harás si me niego? ¿Me matarás? ¡Soy un hombre justo, que rinde
tributo a los dioses Aesir! ¡Si me matáis, ellos vengarán mi muerte!
—Entonces no podremos matarte. Yo no soy nadie para enfurecer a los dioses… Pero nada
impide que hagamos esto. —El pícaro hizo un gesto con la mano, y su hermano Helblindi
alzó su garrote. —Dale un buen golpe. Que nos recuerde por mucho tiempo.
—¡No! ¡No, por favor! ¡Está bien, pagaré!
El chico sonrió, y le ordenó a su hermano que soltara a Ulf. El curtidor le entregó toda la
plata que llevaba encima, y el joven jotun la guardó en su cofre.
—Sé que no es todo lo que te debía… pero no tengo más. ¡Por favor, deja que me vaya!
—Está bien, has sido bueno. Daré tu deuda por saldada.
El hombre se arrodilló, agradeciendo su piedad.
—Y por cierto, el “tronco de roble” que intentaste levantar, era en verdad una astilla del
Yggdrasil, el árbol de la vida. Fue sorprendente que pudieras siquiera hacer que temblara
un poco… —los tres hermanos empezaron a reír. —Recuerda estas palabras, porque te
servirán el resto de su vida: ¡Nadie puede engañar a Loki, hijo de Fárbauti, señor del
engaño!
***
Los tres hermanos regresaron a Jotunheim, tierra de los gigantes. Loki llevaba el cofre con
el tesoro, mientras que Helblindi y Býleistr cargaban con el tronco entre los dos, con
muchísimo esfuerzo.
—¡Cada día nos va mejor! Muy pronto llenaremos el cofre, y podré comprarme una lanza.
—¿Y para qué quieres una lanza? —Le preguntó su hermano. —¿No sabes que podrías
pedirle a papá que te diera una?
—No, vuestras lanzas son demasiado grandes para mí. Ya sabéis lo que dijo mamá, soy de
“huesos pequeños”.
—Eres enano. —Le dijo Helblindi, riendo.
—¡No es verdad! —Loki estaba furioso. —Solo crezco más despacio que vosotros. Además,
prefiero ser pequeño y astuto que grande y estúpido como vosotros.
Býleistr le dió una pequeña colleja que lo tiró al suelo. Los dos hermanos mayores se
quedaron petrificados.
—L-Loki… ¿Estás bien…?
Cuando los dos pensaban que se iba a enfadar, el joven gigante pícaro estalló en
carcajadas.
—Anda, vamos… padre se debe estar preguntando dónde estamos.
Al llegar a su hogar, se encontraron a un enorme grupo de gigantes que parecían estar
buscándolos. A la cabeza de ellos estaban Fárbauti y Laufey, los padres de los tres chicos.
Su padre empezó a correr hacia ellos, haciendo temblar el suelo. Al ver la expresión de furia
que tenía su padre, Loki tragó saliva.
—¡¿Cómo se os ocurre?! ¡Os he dicho cientos de veces que no vayás a Midgard, el mundo
de los humanos, y mucho menos sin mi permiso!
Helblindi y Býleistr se interpusieron entre su padre y su hermano menor.
—Padre, ha sido culpa nuestra. Obligamos a Loki a venir con nosotros.
Pero Fárbauti, que no se creía ni una palabra, los apartó con fuerza.
—No. Vosotros no tenéis ni medio cerebro entre los dos. Sé que esto ha sido cosa de ese
pequeño diablo. ¡¡¡LOKI!!!
El joven, aterrado, le mostró el tesoro que guardaba en el cofre.
—Padre… hemos… conseguido esto…
Fárbauti le pegó un golpe con su puño gigantesco, haciendo un cráter en el suelo. Cuando
el polvo se hubo disipado, todo lo que quedaba era el pequeño Loki, de rodillas, sollozando.
—No vuelvas a desobedecerme. Solo el día que seas más fuerte que yo podrás ir a donde
te plazca. Pero, mientras estés a mi cuidado, seguirás las normas de los jotun. Mis normas.
¡¿Entendido?!
—N-nunca seré más fuerte que tú… —Sollozaba el pequeño, mientras se limpiaba la
sangre que brotaba de su nariz rota.
—Bien. Sería un peligro que alguien como tú andara libremente. Ahora volvamos a casa.
Sus hermanos le dirigieron una mirada triste, pero se limitaron a seguir a su padre al interior
de su hogar. Loki, por otro lado, no se movió, y se quedó allí llorando.
Laufey, su madre, fue la única que se acercó a él y lo abrazó. El muchacho le devolvió el
abrazo, aferrándose a ella.
—¿Por qué lo has hecho? —Le preguntó su madre. —Sabes que a tu padre no le gusta que
vayáis al mundo humano. Aquí puede protegeros, pero allí no…
Loki rió: —Ja. Protegerme… como si algún humano pudiera hacerme daño.
—Un humano no. Pero, ¿Qué hay de un dios?
Loki se secó las lágrimas.
—Yo… solo quería comprarme una lanza… con un arma, podré ser un guerrero, como
papá… o como los demás gigantes…
—Loki. No tienes por qué ser un guerrero…
—Soy un gigante. Claro que tengo que ser un guerrero…
Laufey llevó a su hijo a casa, y empezó a tratar sus heridas.
—¿Y, si lo que quieres es una lanza humana, para qué necesitas tantas joyas?
—Yo no quiero una lanza humana. Quiero que los enanos me hagan una lanza mágica.
¡Una que siempre acierte a su objetivo!
—¿Los enanos? He oído que son buenos construyendo, pero ¿No crees que un gigante te
podría fabricar una lanza igual o mejor?
Loki soltó una carcajada, pero al ver que su madre lo miraba extrañada, se detuvo:
—Espera, ¿lo dices en serio?
Laufey limpió sus heridas con agua, aplicó grasa animal y una mezcla de hierbas y resinas,
y finalmente usó tela de lino como vendaje.
—Gracias, madre. Te quiero.
Después de la cena, los tres hermanos jotun estaban recostados en sus colchones de paja,
preparándose para dormir.
—Tengo hambre… —refunfuñaba Býleistr.
—¡Cállate! —Le dijo Helblindi. —¡Ya hemos comido!
—Ya, pero aún tengo hambre…
—Pues de aguantas, y esperas hasta mañana.
Pero de pronto, el estómago de Helblindi rugió. —Aunque… yo también tengo un poco de
hambre…
Loki suspiró, y se puso de pie.
—Mira que sois cerdos… esperad aquí. Vuelvo enseguida.
Unos minutos después, Loki regresó con un enorme trozo de carne y tres jarras de cerveza.
—¡Loki! ¿De dónde has sacado todo eso?
—Me lo ha dado Nalog, a cambio de un poco del tesoro.
—¿Pero por qué has hecho eso? ¡Así tardarás más en conseguir la lanza! Después de todo
lo que nos hemos esforzado…
—Vosotros no vinisteis para ayudarme con la lanza. Vinisteis porque os dije que podríais
golpear gente.
Los dos compartieron miradas.
—Es verdad. Y no me arrepiento.
Loki echó a reír.
—Que no se entere nuestro padre de esto… no creo que le hiciera mucha gracia.
Los hermanos jotun comieron y bebieron alegremente toda la noche.
***
Loki corría convertido en liebre. Gracias a su habilidad de transformarse, había podido
escapar de Jotunheim sin que nadie se diera cuenta, y volvía a estar en el mundo de los
humanos, Midgar.
Había aprovechado que su padre, sus hermanos y otros jotuns iban a ir a cazar. Fingió estar
enfermo para que lo dejaran quedarse, y acto seguido se fugó. Tenía un objetivo claro en
mente: el Bosque de Hierro, situado al este de Midgard.
El muchacho, una vez llegó a su destino, se transformó de nuevo en su forma humanoide
de jotun.
—¿Holaa? —Preguntó a la nada mientras se adentraba en él.
La luz del sol apenas atravesaba la espesura de los árboles, dándole al lugar un aire
sombrío y lúgubre. En la lejanía se oía el crujir de las ramas, y de vez en cuando los
sonidos de los lobos que merodeaban por el lugar. El suelo estaba lleno de raíces, salientes
y piedras afiladas difíciles de atravesar, haciendo que el paso del chico se dificultara.
—¿Angrboda? ¿Estás ahí?
De repente un silbido cortó el aire, y una flecha pasó casi rozando la cara de Loki y se
quedó clavada en un árbol.
—¡Eh! ¿Qué ha sido eso? ¡Soy yo, Loki!
Una enorme chica apareció de detrás de unos árboles, sosteniendo un arco.
—Vaya. Parece que fallé.
Loki rió.
—Ni con mil años de entrenamiento llegarías a darme.
—Eso habrá que verlo. Nos vemos en cien años.
La chica era Angrboda, mejor amiga de Loki. Los dos tenían la misma edad, y ella, al igual
que él, era una jotun.
El Bosque de Hierro era un lugar extraño: a pesar de encontrarse en la tierra de los
humanos, en su interior albergaba todo tipo de monstruos y criaturas, liderados por una
sociedad de gigantas.
Loki siguió a Angrboda a través del bosque. Él no se lo conocía muy bien: lo había
descubierto hacía relativamente poco, en uno de sus muchos viajes por Midgar estafando
humanos.
En aquel lugar, las gigantas cuidaban de una manada de lobos gigantes, los cuales, aunque
intentaron atacar a Loki la primera vez, siendo que Angrboda tuvo que salvarlo, ya se
habían acostumbrado a su olor y lo reconocían como uno más.
—¿Y cómo están las cosas por aquí? —Preguntó el joven, tratando de acelerar para seguir
la velocidad de los pasos de la giganta.
—Aburridas, como siempre. ¿Y en Jotunheim?
—Pues lo mismo. Mi padre me volvió a golpear, y yo no pude hacer nada. No creo que
pueda derrotarlo.
Los dos llegaron a una explanada en las que habían tanto lobos como otras gigantas
reposando, y se sentaron en unos monumentales troncos que había tumbados en forma de
bancos.
—¿Y por qué tanto empeño en derrotar a tu padre?
—Ya te lo he contado. Hasta que no lo haga, no podré marcharme de Jotunheim, y tendré
que seguir saliendo a escondidas, como ahora.
—Vale, pero… ¿Por qué quieres marcharte de Jotunheim?
—Allí no tengo nada. Y nadie me respeta. Preferiría mil veces vivir aquí.
—No digas eso, aquí nunca pasa nada interesante. Yo daría lo que fuera por haber nacido
en Jotunheim.
—Eso es porque tú sí eres un gigante de verdad.
—Eh… ¡Eh! ¡Loki, no digas eso! ¡Tú también eres un gigante!
—No lo sé, Angrboda. No siento que mi lugar esté entre los gigantes. Ni tampoco entre los
humanos.
—¿Y entonces… dónde está?
Loki la miró con tristeza.
—Eso es lo que querría saber… por eso quiero marcharme de Jotunheim. Para encontrar
un lugar al que pertenezca.
—Bueno… siempre que te sientas solo, puedes escabullirte de tu hogar y saber que
siempre tendrás un sitio aquí.
Loki sonrió.
—Gracias, Angrboda. Eres la única con quien puedo hablar de estas cosas.
—¿Y qué hay de tus hermanos?
—Mis hermanos son más parecidos a bolas de carne que a seres conscientes. Nunca
podría hablar con ellos sobre sentimientos. Además de que se reirían de mí, o me dirían
que soy un llorica…
—Pero… ¿Has probado a hablarlo con ellos?
Loki negó con la cabeza.
—Entonces no puedes saber lo que dirían…
Un enorme lobo se acercó a ellos. Al chico aún le daban un poco de miedo por la vez que
trataron de matarlo, pero poco a poco se estaba acostumbrando. Se puso en pie y le
acarició la cabeza.
—Parece que le caes bien. —Rió la chica.
—Yo no me atrevería a hacer esto si no tuviera un cuchillo escondido bajo la ropa.
Un rato después, Loki se preparó para marcharse.
—Si salgo ahora, me dará tiempo para volver antes que mi padre y mis hermanos.
—Un momento. —Lo detuvo Angrboda, agarrándolo del brazo. —Sobre lo de vencer a tu
padre… ¿Por qué sigues empeñado en vencerlo en un combate justo?
—¿Eh? ¿Es que quieres que haga trampas?
—No necesariamente trampas, pero sí trucos o jugarretas. Siento decírtelo, pero nunca
llegarás a ser tan fuerte como él. Sin embargo… tienes un don que no le he visto poseer a
ningún otro gigante. Eres muy astuto. Tú mismo te presentaste como el “señor del engaño”
la primera vez que nos conocimos.
—Bueno, eso es un mote más que nada… ¿Y qué honor tendría una victoria así?
—¿Y desde cuándo te importa a tí el honor? Tu padre está jugando sus cartas para
mantenerte en Jotunheim. Usa tú las tuyas. Si no lo haces, siempre estarás en desventaja.
Loki reflexionó por un momento.
—Tienes razón… ¡Muchas gracias, Angrboda!
El chico se despidió de su amiga y volvió a partir, convertido en liebre.
***
Loki se pasó varios días planificando cómo podría vencer a su padre. Finalmente se le
ocurrió una idea.
Una semana después, Fárbauti regresó de cazar, y Loki lo sorprendió, cargando a duras
penas un enorme garrote de gigante.
—¡Padre! ¡Me he vuelto más fuerte que tú! ¡Quiero demostrarlo en un combate!
—Maldito crío, no digas tonterías y suelta eso. Vas a acabar matando a alguien por
accidente.
—¿Qué pasa? ¿No quieres pelear? ¿Te da miedo tu propio hijo?
El gigante apretó los dientes por la rabia, con tanta fuerza que por poco los parte.
—¡Déjame coger mi espada, y te demostraré quién es el más fuerte de esta familia!
Loki se puso en posición, y Farbauti llegó con su propia espada.
—¡Ahora verás cómo caes por tu propio ego, muchacho! —Gritó su padre, y arremetió
contra él. Pero de pronto, el suelo bajo sus pies se hundió.
—¿Eh? ¡¿Qué es esto?!
Fárbauti trató de volver a subir, pero la tierra lo tragaba con fuerza.
Loki se acercó a él, con una sonrisa burlona.
—¿Tú has hecho esto? ¡No puedes hacer trampas! ¡No es digno de un guerrero!
—Creo que es mejor ganar haciendo trampas que perder por honor…
—¿Cómo lo has hecho…?
—Le pedí a Helblindi y Býleistr que cavaran un agujero. Luego lo cubrimos con arenas
movedizas.
Fárbauti lo miró con odio, incapaz de mover los brazos. Loki se acercó a paso lento.
—Te vencí, Padre. Me marcho.
Sin darle tiempo de responder, el chico levantó en enorme garrote que portaba y lo dejó
caer sobre la cabeza de su padre, dejándolo inconsciente.
—Helblindi, Býleistr, sacadlo del agujero. Cuando despierte estará muy enfadado…
Sus hermanos mayores obedecieron y lo liberaron, mientras seguía desmayado.
—Loki… ¿Entonces te vas a marchar de verdad? —Le preguntó su hermano.
—Sí. Este no es mi lugar. Necesito encontrarlo.
—Te echaremos de menos, pequeñajo.
El joven jotun les sonrió.
—Yo también a vosotros.
Entonces se acercó Laufey.
—Loki… Sé que nada de lo que haga podrá retenerte.
—Lo siento…
Su madre lo abrazó.
—Sé que harás grandes cosas. Puedo sentirlo. Pero recuerda siempre de dónde vienes.
Eres un buen chico. No dejes que este mundo te haga una mala persona.
El muchacho empezó a sollozar, pero rápidamente secó sus lágrimas.
—Adiós, mamá.
Loki se transformó en un caballo, y se marchó cabalgando. Cabalgó tan lejos como pudo,
sintiendo el viento en la cara, y contemplando la puesta de sol. Abandonó Jotunheim y llegó
hasta Midgard.
Algo había cambiado. Por primera vez era libre. Aunque aún no sabía cuál era su lugar,
sabía que podía encontrarlo.