U4 - Winnicott, D. (19711982) Realidad y Juego. Introducción, Cap. 1 y 7. Buenos Aires Gedisa
U4 - Winnicott, D. (19711982) Realidad y Juego. Introducción, Cap. 1 y 7. Buenos Aires Gedisa
D.W. Winnicott
Prólogo
Agradecimientos
Introducción
1 Objetos transicionales y fenómenos
2 Sueños, fantasía y vida
3 El juego, exposición teórica
4 El juego, actividad creadora
5 La creatividad y sus orígenes
6 El uso de un objeto y la relación
7 La ubicación de la experiencia cultura
8 El lugar en que vivimos
9 Papel de espejo de la madre
10 El interrelacionarse aparte del impulso
11 Conceptos contemporáneos
Apéndice
Referencias
1.Objetos transicionales y fenómenos transicionales.
En este capítulo ofrezco mi primera hipótesis, tal como la formulé en 1951, y luego sigo
con dos ejemplos clínicos.
I. Mi primera hipótesis.13
Es bien sabido que los recién nacidos tienden a usar el puño, los dedos, los pulgares,
para estimular la zona erógena oral, para satisfacer los instintos en esa zona y, además,
para una tranquila unión. También se sabe que al cabo de unos meses los bebés encuen-
tran placer en jugar con muñecas, y que la mayoría de las madres les ofrecen algún obje-
to especial y esperan, por decirlo así, que se aficionen a ellos.
Existe una relación entre estos dos grupos de fenómenos, separados por un intervalo de
tiempo, y el estudio del paso del primero al segundo puede resultar de provecho y utilizar
importantes materiales clínicos que en cierta medida han sido dejados a un lado.
La primera posesión.
Quienes se encuentran en estrecho contacto con los intereses y problemas de las madres
tendrán ya conocimiento de las riquísimas pautas que exhiben los bebés en su uso de su
primera posesión de "no-yo". Gracias a que las exhiben, es posible someterlas a observa-
ción directa.
Se advierte una amplia variación en la secuencia de hechos que empieza con las prime-
ras actividades de introducción del puño en la boca por el recién nacido, y que a la larga
lleva al apego a un osito, una muñeca o un juguete, blando o duro. Resulta claro que aquí
hay algo importante, aparte de la excitación y satisfacción oral, aunque estas puedan ser
la base de todo lo demás. Se pueden estudiar muchas otras cosas de importancia, entre
ellas:.
13
Publicado en International Journal of Psycho-Analysis vol. 34— Segunda Parte, 1953: y en D. W. Winnicott, Collec-
ted Papers. Through Paediatrics to Psycho-Analysis. 1958a. Londres. Tavistock Publications.
verdadera relación de objeto, entre la actividad creadora primaria y la proyección de lo
que ya se ha introyectado, entre el desconocimiento primario de la deuda y el reconoci-
miento de ésta ("Dí-ta ").
Mediante esta definición, el parloteo del bebé y la manera en que un niño mayor repite un
repertorio de canciones y melodías mientras se prepara para dormir se ubican en la zona
intermedia, como fenómenos transicionales, junto con el uso que se hace de objetos que
no forman parte del cuerpo del niño aunque todavía no se los reconozca del todo como
pertenecientes a la realidad exterior.
1. El bebé adquiere derechos sobre el objeto, y nosotros los aceptamos. Pero desde el
comienzo existe como característica cierta anulación de la omnipotencia.
2. El objeto es acunado con afecto, y al mismo tiempo amado y mutilado con excitación.
3. Nunca debe cambiar, a menos de que lo cambie el propio bebé.
4. Tiene que sobrevivir al amor instintivo, así como al odio, y si se trata de una caracterís-
tica, a la agresión pura.
5. Pero al bebé debe parecerle que irradia calor, o que se mueve, o que posee cierta tex-
tura, o que hace algo que parece demostrar que posee una vitalidad o una realidad pro-
pias.
6. Proviene de afuera desde nuestro punto de vista, pero no para el bebé. Tampoco viene
de adentro; no es una alucinación.
7. Se permite que su destino sufra una descarga gradual. de modo que a lo largo de los
años queda, no tanto olvidado como relegado al limbo. Quiero decir con esto que en un
estado de buena salud el objeto transicional no "entra", ni es forzoso que el sentimiento
relacionado con él sea reprimido. No se lo olvida ni se lo llora. Pierde significación, y ello
porque los fenómenos transicionales se han vuelto difusos, se han extendido a todo el te-
rritorio intermedio entre la "realidad psíquica interna" y "el mundo exterior tal como lo per-
ciben dos personas en común", es decir, a todo el campo cultural.
En este punto mi tema se amplía y abarca el del juego, y el de la creación y apreciación
artísticas, y el de los sentimientos religiosos, y el de los sueños, y también el del fetichis-
mo, las mentiras y los hurtos, el origen y la pérdida de los sentimientos afectuosos, la
adicción a las drogas, el talismán de los rituales obsesivos, etcétera.
Es cierto que un trozo de frazada (o lo que fuere) simboliza un objeto parcial, como el pe-
cho materno. Pero lo que importa no es tanto el valor simbólico como su realidad. El que
no sea el pecho (o la madre) tiene tanta importancia como la circunstancia de representar
al pecho (o a la madre).
Cuando se emplea el simbolismo el niño ya distingue con claridad entre la fantasía y los
hechos, entre los objetos internos y los externos, entre la creatividad primaria y la percep-
ción. Pero en mi opinión el término de objeto transicional deja lugar para el proceso de ad-
quisición de la capacidad para aceptar diferencias y semejanzas. Creo que se puede usar
una expresión que designe la raíz del simbolismo en el tiempo, que describa el viaje del
niño, desde lo subjetivo puro hasta la objetividad; y me parece que el objeto transicional
(trozo de frazada, etcétera) es lo que vemos de ese viaje de progreso hacia la experien-
cia.
Es posible entender el objeto transicional y no entender del todo la naturaleza del simbo-
lismo. En apariencia, este solo se puede estudiar de manera adecuada en el proceso de
crecimiento de un individuo, y en el mejor de los casos tiene un significado variable. Por
ejemplo, si consideramos la hostia del Santo Sacramento, que simboliza el cuerpo de
Cristo, creo tener razón si digo que para la comunidad católica romana es el cuerpo, y
para la protestante es un sustituto, un recordatorio, y en esencia no es realmente, de ver-
dad, el cuerpo mismo. Pero en ambos casos es un símbolo.
Quien se encuentre en contacto con padres e hijos dispondrá de una infinita cantidad y
variedad de materiales clínicos ilustrativos. Los siguientes ejemplos se ofrecen apenas
para recordar a los lectores otros materiales semejantes, existentes en sus propias expe-
riencias.
14
Nota agregada: Esto no resulta claro, pero lo dejé como estaba. D.W.W.,1971.
Valor de la redacción de la historia.
En la consulta con un padre resulta a menudo valioso obtener información sobre las pri-
meras técnicas y posesiones de todos los niños de la familia. Ello impulsa a la madre a
una comparación de sus hijos entre sí, y le permite recordar y cotejar sus características a
una edad temprana.
Con frecuencia se obtiene información de un niño en lo que respecta a los objetos transi-
cionales. Por ejemplo:.
Angus (de once años y nueve meses) me dijo que su hermano "tiene toneladas de ositos
y qué sé yo" y que "antes tenía ositos más pequeños", y luego siguió hablando de si mis-
mo. Dijo que nunca tuvo ositos. Había una cuerda de campanilla que colgaba, cuyo extre-
mo él golpeaba constantemente, hasta que se dormía. Es probable que a la larga se haya
caído, y ahí terminó el asunto. Pero había algo más. Se mostró muy tímido al respecto. Se
trataba de un conejo color púrpura, de ojos rojos. "No me gustaba. Solía dejarlo tirado.
Ahora lo tiene Jeremy. Se lo regalé. Se lo regalé a Jeremy porque era malo. Se caía de la
cómoda.
“Todavía me visita. Me gusta que me visite." Se sorprendió cuando dibujó el conejo color
púrpura.
Se advertirá que este chico de once años, con el buen sentido de la realidad común en su
edad, habla como si careciera de ese sentido cuando describe las cualidades y activida-
des del objeto transicional. Cuando entrevisté a la madre, se mostró sorprendida de que
Angus recordase el conejo. Lo reconoció con facilidad en el dibujo de colores.
Disponibilidad de ejemplos.
Estudio Teórico.
Ilusión-desilusión.
Con el fin de preparar el terreno para mi propia contribución positiva a este tema, debo ex-
presar en palabras algunas cosas que en mi opinión se dan demasiado por sentadas en
muchos trabajos psicoanalíticos sobre el desarrollo emocional infantil, aunque se las pue-
da entender en la práctica.
Un niño no tiene la menor posibilidad de pasar del principio del placer al de realidad, o a la
identificación primaria y más allá de ella (véase Freud, 1923), si no existe una madre lo
bastante buena. La "madre" lo bastante buena (que no tiene por qué ser la del niño) es la
que lleva a cabo la adaptación activa a las necesidades de este y que la disminuye poco a
poco, según la creciente capacidad del niño para hacer frente al fracaso en materia de
adaptación y para tolerar los resultados de la frustración. Por supuesto, es más probable
que su propia madre sea mejor que cualquier otra persona, ya que dicha adaptación acti-
va exige una preocupación tranquila y tolerada respecto del bebé; en rigor, el éxito en el
15
El texto ha sido modificado aquí, aunque se basa en la primera formulación.
cuidado de este depende de la devoción, no de la inteligencia o de la ilustración intelec-
tual.
Como dije, la madre bastante buena comienza con una adaptación casi total a las necesi-
dades de su hijo, y a medida que pasa el tiempo se adapta poco a poco, en forma cada
vez menos completa, en consonancia con la creciente capacidad de su hijo para encarar
ese retroceso.
Entre los medios con que cuenta el bebé para enfrentar ese retiro materno se cuentan los
siguientes:.
1. Su experiencia, repetida a menudo, en el sentido de que la frustración tiene un límite de
tiempo. Es claro que al comienzo este debe ser breve.
2. Una eficiente percepción del proceso.
3. El comienzo de la actividad mental.
4. La utilización de satisfacciones autoeróticas.
5. El recuerdo, el revivir de experiencias, las fantasías, los sueños; la integración de pasa-
do, presente y futuro.
Si todo va bien, el bebé puede incluso llegar a sacar provecho de la experiencia de frus-
tración, puesto que la adaptación incompleta a la necesidad hace que los objetos sean re-
ales, es decir, odiados tanto como amados. La consecuencia es que si todo va bien el
bebé puede resultar perturbado por una adaptación estrecha a la necesidad, cuando di-
cha adaptación continúa durante demasiado tiempo y no se permite su disminución natu-
ral, puesto que la adaptación exacta se parece a la magia y el objeto que se comporta a la
perfección no es mucho más que una alucinación. Pero al principio tiene que ser casi
exacta, pues de lo contrario al bebé no le es posible empezar a desarrollar la capacidad
para experimentar una relación con la realidad exterior, o por lo menos formarse una con-
cepción de ella.
La ilusión y su valor.
Al comienzo, gracias a una adaptación de casi el 100 por ciento, la madre ofrece al bebé
la oportunidad de crearse la ilusión de que su pecho es parte de él. Por así decirlo, parece
encontrarse bajo su dominio mágico. Lo mismo puede decirse del cuidado en general del
niño, en los momentos tranquilos entre una y otra excitación. La omnipotencia es casi un
hecho de la experiencia. La tarea posterior de la madre consiste en desilusionar al bebé
en forma gradual, pero no lo logrará si al principio no le ofreció suficientes oportunidades
de ilusión.
En otras palabras, el bebé crea el pecho una y otra vez a partir de su capacidad de amor,
o (podría decirse) de su necesidad. Se desarrolla en él un fenómeno subjetivo, que llama-
mos pecho materno16.
La madre coloca el pecho en el lugar en que el bebé esta pronto para crear, y en el mo-
mento oportuno.
16
Incluyo en el término todos los cuidados maternos. Cuando se dice que el primer objeto es el pecho, creo que la pala-
bra "pecho" se usa para denominar la técnica de la crianza tanto como la carne real. Es imposible ser una madre bastan-
te buena (según mi manera de expresarlo) si se usa un biberón para la alimentación.
Por consiguiente, al ser humano le preocupa desde su nacimiento el problema de la rela-
ción entre lo que se percibe en forma objetiva y lo que se concibe de modo subjetivo, y en
la solución de este problema no hay salud para el ser humano que no fue iniciado lo bas-
tante bien por la madre. La zona inmediata a que me refiero es la que se ofrece al bebé
entre la creatividad primaria y la percepción objetiva basada en la prueba de la realidad.
Los fenómenos transicionales representan las primeras etapas del uso de la ilusión, sin
las cuales no tiene sentido para el ser humano la idea de una relación con un objeto que
otros perciben como exterior a ese ser.
La idea que se expresa gráficamente en la Figura I (ver pág. en la pág. N° 29 del libro)es
la siguiente. En cierto momento teórico, al comienzo del desarrollo de todo individuo hu-
mano, un bebé ubicado en determinado marco proporcionado por la madre es capaz de
concebir la idea de algo que podría satisfacer la creciente necesidad que surge de la ten-
sión instintiva. Al principio no se puede decir que sepa qué se debe crear. En ese momen-
to se presenta la madre. En la forma corriente, le ofrece su pecho y su ansia potencial de
alimentarlo. Cuando su adaptación a las necesidades del bebé es lo bastante buena, pro-
duce en este la ilusión de que existe una realidad exterior que corresponde a su propia
capacidad de crear. En otras palabras, hay una superposición entre lo que la madre pro-
porciona y lo que el bebé puede concebir al respecto. Para el observador este percibe lo
que la madre le presenta, pero eso no es todo. Solo percibe el pecho en la medida en que
es posible crear uno en ese momento y lugar. No hay intercambio entre él y la madre. En
términos psicológicos, el bebé se alimenta de un pecho que es parte de él, y la madre da
leche a un bebé que forma parte de ella. En psicología, la idea de intercambio se basa en
una ilusión del psicólogo.
En la Figura 2 (pág N° 29 del libro) se da forma a la zona de ilusión, para mostrar cuál en-
tiendo yo que es la función principal del objeto y el fenómeno transicionales. Uno y otro
inician al ser humano en lo que siempre será importante para él, a saber, una zona neutral
de experiencia que no será atacada. Acerca del objeto transicional puede decirse que se
trata de un convenio entre nosotros y el bebé, en el sentido de que nunca le formularemos
la pregunta: "¿Concebiste esto, o te fue presentado desde afuera? "Lo importante es que
no se espera decisión alguna al respecto. La pregunta no se debe formular.
Este problema, que al principio le interesa sin duda al bebé humano en forma oculta, se
convierte poco a poco en un problema evidente debido a que la tarea principal de la ma-
dre (aparte de ofrecer la oportunidad para una ilusión) consiste en desilusionarlo. Esto es
previo a la tarea del destete, y además sigue siendo una de las obligaciones de los padres
y los educadores. En otras palabras, ese aspecto de la ilusión es intrínseco de los seres
humanos, e individuo alguno lo resuelve en definitiva por sí mismo, aunque la compren-
sión teórica del problema pueda proporcionar una solución teórica. Si las cosas salen bien
en ese proceso de desilusión gradual, queda preparado el escenario para las frustracio-
nes que reunimos bajo la denominación de destete; pero es preciso recordar que cuando
hablamos de los fenómenos (que Klein, 1940, esclareció específicamente con su concep-
to de la posición depresiva) que rodean al destete, damos por supuesto el proceso subya-
cente gracias al cual se ofrece una oportunidad para la ilusión y la desilusión gradual. Si la
ilusión-desilusión toman un camino equivocado, el bebé no puede recibir algo tan normal
como el destete, ni una reacción a este, y entonces resulta absurdo mencionarlo siquiera.
La simple terminación de la alimentación a pecho no es un destete.
Se advierte la enorme importancia de este en el caso del bebé normal. Cuando presencia-
mos la compleja reacción que se desencadena en determinado bebé debido al proceso
del destete, sabemos que puede producirse en él porque el proceso de ilusión-desilusión
se desarrolla tan bien, que podemos hacer caso omiso de él mientras analizamos el des-
tete real.
Aquí se da por supuesto que la tarea de aceptación de la realidad nunca queda termina-
da, que ser humano alguno se encuentra libre de la tensión de vincular la realidad interna
con la exterior, y que el alivio de esta tensión lo proporciona una zona intermedia de expe-
riencia (cf. Riviere, 1936) que no es objeto de ataques (las artes, la religión, etcétera). Di-
cha zona es una continuación directa de la zona de juego del niño pequeño que "se pier-
de" en sus juegos.
En la infancia la zona intermedia es necesaria para la iniciación de una relación entre el
niño y el mundo, y la posibilita una crianza lo bastante buena en la primera fase crítica.
Para todo ello es esencial la continuidad (en el tiempo) del ambiente emocional exterior y
de determinados elementos del medio físico, tales como el o los objetos transicionales.
Al bebé se le pueden permitir los fenómenos transicionales gracias al intuitivo reconoci-
miento, por parte de los padres, de la tensión inherente a la percepción objetiva, y no lo
desafiamos respecto de la. subjetividad u objetividad, en ese punto en que existe el objeto
transicional.
Si un adulto nos exige nuestra aceptación de la objetividad de sus fenómenos subjetivos,
discernimos o diagnosticamos locura. Pero si se las arregla para disfrutar de su zona in-
termedia sin presentar exigencias, podemos reconocer nuestras correspondientes zonas
intermedias y nos complacemos en encontrar cierta medida de superposición, es decir, de
experiencia en común entre los miembros de un grupo de arte, religión o filosofía.
Resumen.
Llamamos la atención hacia el rico campo de observación que proporcionan las primeras
experiencias del niño sano, tales como se expresan ante todo en la relación con la prime-
ra posesión.
Esta se vincula en el tiempo con los fenómenos autoeróticos y la succión del puño y del
pulgar, y más adelante con el primer animal o muñeca blandos y con los juguetes duros.
Por otra parte tiene vinculaciones con el objeto exterior (el pecho materno) y con los obje-
tos internos (el pecho mágicamente introyectado), pero es distinta de ellos.
Los objetos y fenómenos transicionales pertenecen al reino de la ilusión que constituye la
base de iniciación de la experiencia. Esa primera etapa del desarrollo es posibilitada por
la capacidad especial de la madre para adaptarse a las necesidades de su hijo, con lo
cual le permite forjarse la ilusión de que lo que él cree existe en la realidad.
La zona intermedia de experiencia, no discutida respecto de su pertenencia a una realidad
interna o exterior (compartida), constituye la mayor parte de la experiencia del bebé, y se
conserva a lo largo de la vida en las intensas experiencias que corresponden a las artes y
la religión, a la vida imaginativa y a la labor científica creadora.
7. La ubicación de la experiencia cultural.
En este capítulo quiero desarrollar el tema que formulé en pocas palabras en ocasión del
banquete organizado por la Sociedad Psicoanalítica Británica para señalar la terminación
de la Standard Edition de las Obras de Freud (Londres, 8 de octubre de 1966). En mi in-
tento de rendir tributo a James Strachey, dije en aquella oportunidad:.
—En su topografía de la mente, Freud no reservó un lugar para la experiencia de las co-
sas culturales. Asignó un nuevo valor a la realidad psíquica interna, y de ello nació un
nuevo valor para cosas real y verdaderamente exteriores. Usó la palabra "sublimación"
para indicar el camino hacia un lugar en que la experiencia cultural adquiere sentido, pero
quizá no llegó tan lejos como para decirnos en qué parte de la mente se encuentra esa
experiencia—.
Ahora deseo ampliar esta idea y tratar de presentar una formulación positiva, que se pue-
da examinar con un enfoque crítico. Utilizaré mi propio lenguaje.
La cita de Tagore siempre me llamó la atención. En mi adolescencia no tenía idea de lo
que quería decir, pero encontró un lugar en mí, y su huella no se ha borrado.
Cuando me convertí en un freudiano supe qué significaba. El mar y la playa representa-
ban una interminable relación sexual entre el hombre y la mujer, y el niño surgía de esa
unión para tener un breve momento antes de convertirse en adulto o padre. Luego, como
estudiante del simbolismo inconsciente, supe (uno siempre sabe) que el mar es la madre,
y que el niño nace en la playa. Los bebés salen del mar y son arrojados a la playa, como
Jonás expulsado del interior de la ballena. Por lo tanto la playa era el cuerpo de la madre,
cuando el niño ha nacido y ella y el bebé ahora viable empiezan a conocerse.
Y entonces comencé a ver que de ese modo se utilizaba un concepto complicado de la re-
lación madre-hijo, que podría existir un punto de vista infantil, no complicado, distinto del
de la madre o el observador, y que quizá fuese ventajoso examinar ese punto de vista in-
fantil. Durante mucho tiempo mi mente permanecía en un estado de desconocimiento,
que cristalizó en mi formulación de los fenómenos transicionales. Entretanto experimenté
con el concepto de "representaciones mentales" y con su descripción en términos de obje-
tos y fenómenos ubicados en la realidad psíquica personal, sentida como interior; además
seguí los efectos del funcionamiento de los mecanismos mentales de proyección e intro-
yección. Me di cuenta, empero, de que en rigor el juego no es una cuestión de realidad
psíquica interna ni de realidad exterior.
Y ahora he llegado al tema de este capítulo y a la pregunta: si el juego no esta adentro ni
afuera, ¿donde está? Me acerqué mucho a la idea que expreso aquí, en mi trabajo "The
Capacity to be Alone" (1958b) en el cual afirmaba que al principio el niño únicamente está
solo en presencia de alguien. No desarrollaba la idea del terreno común en la relación en-
tre él y los demás.
Mis pacientes (en especial cuando se muestran regresivos y dependientes en la transfe-
rencia o los sueños de transferencia) me enseñaron a encontrar la respuesta a la pregun-
ta: ¿dónde está el juego? Quiero condensar en una formulación teórica lo que aprendí en
mi labor psicoanalítica.
He indicado que cuando presenciamos el empleo, por un niño, de un objeto transicional,
la primera posesión no-yo, vemos al mismo tiempo la primera utilización de un símbolo
por aquel y su primera experiencia de juego. Una parte esencial de mi formulación de los
fenómenos transicionales es la de que convenimos en no preguntar nunca al bebé: ¿cre-
aste este objeto, o lo encontraste convenientemente cerca?. Es decir, que un rasgo esen-
cial de los fenómenos y objetos transicionales es una cualidad de nuestra actitud cuando
los observamos.
El objeto es un símbolo de la unión del bebé y la madre (o parte de esta). Ese símbolo
puede ser localizado. Se encuentra en el lugar del espacio y el tiempo en que la madre se
halla en la transición de estar (en la mente del bebé) fusionada al niño y ser experimenta-
da como un objeto que debe ser percibido antes que concebido. El uso de un objeto sim-
boliza la unión de dos cosas ahora separadas, bebé y madre, en el punto del tiempo y el
espacio de la iniciación de su estado de separación50.
Desde el comienzo mismo de la consideración de esta idea surge una complicación, pues
es preciso postular que si el uso del objeto por el bebé llega a convertirse en algo (o sea,
que es más que una actividad que se podría encontrar incluso en un bebé nacido sin ce-
rebro), entonces tiene que existir el comienzo del establecimiento, en la mente del bebé, o
en su realidad psíquica personal, de una imagen del objeto. Pero la representación mental
del mundo interno se conserva como significativa, o la imago de ese mundo se mantiene
viva, gracias al reforzamiento proporcionado por la disponibilidad de la madre exterior, se-
parada y real, junto con su técnica de cuidado del niño.
Quizá valga la pena formular esto de manera que otorgue su debido peso al factor tiempo.
El sentimiento de existencia de la madre dura x minutos. Si la madre se aleja durante más
de esos x minutos, la imago se disipa, y junto con ella cesa la capacidad del bebé para
usar el símbolo de la unión. Se muestra angustiado, pero la angustia es corregida pronto,
porque la madre regresa al cabo de x + y minutos. En x + y el bebé no ha tenido tiempo
de alterarse. Pero en x + y + z queda traumatizado. En x + y + z el regreso de la madre no
corrige su estado de alteración. El trauma implica que ha experimentado una ruptura en la
continuidad de la vida, de modo que las defensas primitivas se organizan para defenderlo
contra la repetición de una "ansiedad impensable" o contra el retorno de un estado de
confusión aguda que pertenece a la desintegración de la naciente estructura del yo.
Debemos dar por supuesto que la gran mayoría de los bebés jamás experimentan la can-
tidad x+y+z de privación. Ello significa que no arrastran consigo, durante toda la vida, el
conocimiento, por experiencia de haber estado locos. Aquí la locura significa apenas una
ruptura de lo que pudiese existir en ese momento en materia de una continuidad personal
de la existencia. Después de su "recuperación" de la privación de x +y + z, el bebé tiene
que volver a empezar, despojado en forma permanente de la raíz que proporcionaba con-
tinuidad con el comienzo personal. Ello implica la existencia de un sistema de memoria y
de una organización de recuerdos.
50
Es necesario simplificar las cosas y hacer referencia al uso de los objetos pero el título de mi trabajo era Transitional Objects
and Transitional Phenomena (1951).
Por el contrario, los bebés son constantemente curados de los efectos del grado x + y + z
de privación por los mimos localizados de la madre, que enmiendan la estructura del yo.
Esta enmienda restablece la capacidad del bebé para usar un símbolo de unión. entonces
el niño vuelve a permitir la separación, y aun a beneficiarse con ella. Este es el lugar que
he decidido examinar, el de la separación que no es tal, sino una forma de unión51.
En un punto importante de la fase de desarrollo de estas ideas en mí, a comienzos de la
década del 40, Marion Milner (en una conversación) logró transmitirme la enorme signifi-
cación que puede existir en el juego recíproco de los bordes de dos cortinas, o de la su-
perficie de una jarra colocada frente a otra (cf. Milner, 1969).
Hay que señalar que los fenómenos que describo no tienen culminación. Ello los distingue
de los que poseen un respaldo instintivo, en los cuales el elemento orgásmico representa
un papel esencial y donde las satisfacciones tienen estrecha vinculación con la culmina-
ción.
Pero los fenómenos que poseen realidad en la zona cuya existencia postulo pertenecen a
la experiencia de la relación con objetos. Se puede pensar en la "electricidad" que parece
engendrarse en un contacto significativo o íntimo, y que es una característica, por ejem-
plo, de dos personas enamoradas. Estos fenómenos de la zona de juego muestran una
infinita variabilidad, y contrastan con la relativa estereotipación de los correspondientes,
bien al funcionamiento personal del cuerpo, bien a la realidad ambiental.
Los psicoanalistas que con razón destacaron la importancia de la experiencia instintiva y
de las reacciones ante la frustración no lograron formular con la misma claridad o convic-
ción la tremenda intensidad de las experiencias no culminatorias que se denominan juego.
Como partimos de la enfermedad psiconeurótica y de las defensas del yo relacionadas
con la ansiedad que surge de la vida instintiva, tenemos tendencia a pensar en la salud en
términos del estado de las defensas del yo. Decimos que hay salud cuando dichas defen-
sas no son rígidas, etcétera. Pero pocas veces llegamos al punto en que podamos co-
menzar a describir qué es la vida aparte de la enfermedad o de la falta de ella.
Es decir, que todavía nos queda por encarar el problema de qué es la vida misma. Nues-
tros pacientes psicóticos nos obligan a prestar atención a este tipo de problema básico.
Ahora entendemos que no es la satisfacción instintiva lo que hace que un bebé empiece a
ser, a sentir que la vida es real, a encontrarla digna de ser vivida. En rigor, la satisfacción
del instinto comienza como función parcial, y se convierte en seducción si no se basa en
una capacidad, bien establecida en la persona, para la experiencia total y para la expe-
riencia en la zona de los fenómenos transicionales. La persona debe ser anterior a su uso
del instinto; el jinete debe cabalgar en el caballo, no ser arrastrado por él. Podría utilizar la
frase de Buffon: Le style est l'homme même. Cuando se habla de un hombre, se habla de
él junto con la acumulación de sus experiencias culturales. El todo constituye una unidad.
He usado la expresión experiencia cultural como una ampliación de la idea de los fenóme-
nos transicionales y del juego sin estar seguro de poder definir la palabra "cultura". Por
cierto que el acento recae en la experiencia. Al utilizar el vocablo cultura pienso en la tra-
dición heredada. Pienso en algo que está contenido en el acervo común de la humanidad,
51
Merrell Middlemore (1941) vio la infinita riqueza de las técnicas entrelazadas de la pareja de crianza. Se acercó mucho a lo
que yo trato de exponer aquí. Existen ricos materiales para observar y disfrutar con ellos, en este terreno de la relación corporal
que puede (aunque también puede no) existir entre el bebé y la madre, en especial si cuando efectuamos nuestras observacio-
nes (ya sea de manera directa o en el psicoanálisis) no pensamos solo en términos de erotismo oral con satisfacción o frustra-
ción, etcétera. — Veáse también Hoffer (1949. l950).
a lo cual pueden contribuir los individuos y los grupos de personas y que todos podemos
usar si tenemos algún lugar en que poner lo que encontremos.
En este aspecto existe una dependencia respecto de ciertos métodos de registro. No cabe
duda de que se ha perdido mucho de lo perteneciente a las primeras civilizaciones, pero
se podría decir que en los mitos que constituían un producto de la tradición oral había una
acumulación cultural que daba a la cultura humana una extensión de seis mil años. Esta
historia a través del mito persiste hoy a pesar de los esfuerzos de los historiadores por ser
objetivos, cosa que jamás pueden llegar a ser, aunque deban intentarlo.
Pienso que he dicho lo suficiente para mostrar lo que sé y lo que no sé sobre el significa-
do de la palabra cultura. Pero me interesa, como problema colateral, el hecho de que en
campo cultural alguno es posible ser original, salvo sobre la base de la tradición. A la in-
versa, ninguno de los integrantes de la línea de quienes efectuaron aportes a la cultura re-
pite nada, salvo en forma de cita deliberada, y el plagio es el pecado imperdonable en el
terreno cultural. Me parece que el juego recíproco entre la originalidad y la aceptación de
la tradición como base para la inventiva es un ejemplo más, y muy incitante, del que se
desarrolla entre la separación y la unión.
Debo seguir un poco más con el tema, en términos de las primerísimas experiencias del
bebé, momento en que nacen las distintas capacidades, posibilitadas ontogenéticamente
por la muy sensible adaptación de la madre a las necesidades de su hijo, que tiene como
base su identificación con él. (Me refiero a las etapas de crecimiento anteriores a aquella
en que el bebé adquiere mecanismos mentales que pronto se encuentran disponibles
para la organización de complejas defensas. Y repito: un niño tiene que recorrer cierta dis-
tancia desde las primeras experiencias, hasta llegar a la madurez necesaria para ser pro-
fundo).
Esta teoría no afecta lo que hemos llegado a creer con respecto a la etiología de la psico-
neurosis o al tratamiento de pacientes psiconeuróticos; ni choca con la teoría estructural
de Freud sobre la mente en términos del yo, el ello y el superyó. Lo que digo afecta nues-
tra concepción de la pregunta: ¿a qué se refiere la vida? Es posible curar al paciente sin
conocer lo que lo hace seguir viviendo. Tiene suma importancia para nosotros reconocer
con franqueza que la falta de enfermedad psiconeurótica puede ser salud, pero no es vida
Los pacientes psicóticos que constantemente vacilan entre el vivir y el no vivir nos obligan
a encarar este problema, que en realidad se refiere, no a los psiconeuróticos, sino a todos
los seres humanos. Y yo afirmo que los mismos fenómenos que representan la vida y la
muerte para nuestros pacientes esquizoides o fronterizos aparecen en nuestras experien-
cias culturales. Estas son las que aseguran la continuidad en la raza humana, que va más
allá de la existencia personal. Doy por sentado que constituyen una continuidad directa
del juego, el jugar de quienes aún no han oído hablar de los juegos.
Merrell Middlemore (1941) vio la infinita riqueza de las técnicas entrelazadas de la pareja
de crianza. Se acercó mucho a lo que yo trato de exponer aquí. Existen ricos materiales
para observar y disfrutar con ellos, en este terreno de la relación corporal que puede (aun-
que también puede no) existir entre el bebé y la madre, en especial si cuando efectuamos
nuestras observaciones (ya sea de manera directa o en el psicoanálisis) no pensamos
solo en términos de erotismo oral con satisfacción o frustración, etcétera. — Véase tam-
bién Hoffer (1949. l950).
Tesis principal.
He aquí, pues, mi exposición fundamental. Afirmo que:.
1. El lugar de ubicación de la experiencia cultural es el espacio potencial que existe entre
el individuo y el ambiente (al principio el objeto). Lo mismo puede decirse acerca del jue-
go. La experiencia cultural comienzo con el vivir creador, cuya primera manifestación es el
juego.
2. En cada individuo la utilización de dicho espacio la determinan las experiencias vitales
que surgen en las primeras etapas de su existencia.
3. Desde el principio el bebé vive experiencias de máxima intensidad en el espacio poten-
cial que existe entre el objeto subjetivo y el objeto percibido en forma objetiva, entre las
extensiones del yo y el no-yo. Ese espacio se encuentra en el juego recíproco entre el no
existir otra cosa que yo y el existir de objetos y fenómenos fuera del control omnipotente.
4. Todos los bebés tienen en dicho espacio sus propias experiencias favorables o desfa-
vorables. La dependencia es máxima. El espacio potencial se da solo en relación con un
sentimiento de confianza por parte del bebé, es decir, de confianza vinculada con la con-
fiabilidad de la figura materna o de los elementos ambientales, siendo la confianza la
prueba de la confiabilidad que comienza a ser introyectada.
5. Para estudiar el juego y después la vida cultural del individuo es preciso examinar el
destino del espacio potencial que hay entre un bebé cualquiera y la figura materna huma-
na (y por lo tanto falible), que en esencia es adaptativa debido al amor.
Se advertirá que si se quiere pensar en esta zona como parte de la organización del yo,
hay una porción de este que no es un yo corporal, es decir, que no se basa en la pauta
del funcionamiento del cuerpo, sino en experiencias corporales. Estas se refieren a la re-
lación de objeto de tipo no orgásmico. o a lo que se puede denominar relación del yo, en
el lugar en que afirmar que la continuidad deja paso a la contigüidad.
Esta afirmación impone un examen de la suerte que corre ese espacio potencial, que pue-
de llegar o no a destacarse como zona vital en la vida mental de la persona en desarrollo.
¿Qué ocurre cuando la madre consigue pasar a un fracaso graduado en lo que respecta a
la adaptación, a partir de una posición de plena adaptación? Este es el centro de la cues-
tión, y es necesario estudiarlo porque afecta nuestra técnica como analistas, cuando tene-
mos pacientes que han hecho una regresión, en el sentido de que exhiben dependencia.
En la buena experiencia corriente, en este terreno de la manipulación (que empieza tan
temprano, y que vuelve a empezar una y otra vez), el bebé encuentra un placer intenso, e
incluso angustioso, vinculado con el juego imaginativo. No existe un juego prefijado, de
modo que todo es creador, y aunque el jugar forma parte de la relación de objeto, lo que
ocurre es personal para el bebé. Todo lo físico se elabora en forma imaginativa, se lo in-
viste de una calidad de "la primera vez que ocurre". ¿Puedo decir que este es el significa-
do que tiene la palabra "catectado"?.
Me doy cuenta de que me encuentro en el territorio del concepto de Fairbairn (1941) so-
bre la "búsqueda del objeto" (en oposición a la "búsqueda de satisfacción").
Como observadores, advertimos que todo lo que sucede en el juego se ha hecho antes,
sentido antes, olido antes, y cuando aparecen símbolos específicos de la unión entre el
bebé y la madre (objetos transicionales), dichos objetos fueron adoptados, no creados.
Pero para el bebé (si la madre ofrece las condiciones correctas) cada uno de los detalles
de su vida es un ejemplo de vivir creador. Cada objeto es un objeto "hallado. Si se le ofre-
ce la posibilidad, el bebé empieza a vivir de manera creadora, y a usar objetos reales para
mostrarse creativo en y con ellos. Si no se le da esa oportunidad, no existe entonces zona
alguna en la cual pueda jugar o tener experiencia culturales; se sigue de ello que no hay
vínculos con la herencia cultural y que no se producirá una contribución al acervo cultural.
Como se sabe, el "niño privado" es inquieto e incapaz de jugar, y posee una capacidad
empobrecida para la experiencia en el terreno cultural. Esta observación conduce a un es-
tudio del efecto de la privación en el momento de la pérdida de lo que se ha aceptado
como digno de confianza. El examen de los efectos de la pérdida en una de las primeras
etapas nos obliga a observar esa zona intermedia o espacio potencial entre el sujeto y el
objeto. La falta de confiabilidad o pérdida del objeto significa para el niño la pérdida de la
zona de juego, y la del símbolo significativo. En circunstancias favorables el espacio po-
tencial se llena de los productos de la imaginación creadora del bebé. En las desfavora-
bles, falta o es más o menos incierto el uso creador de los objetos. En otro trabajo (Winni-
cott, 1960a) describí la forma en que aparece la defensa de la falsa persona obediente,
con ocultamientos de la verdadera persona que posee la capacidad potencial para el uso
creador de objetos.
En casos de fracaso prematuro en lo que respecta a la confiabilidad ambiental existe otro
peligro, a saber, que ese espacio potencial sea colmado por lo que inyecta en él alguien
que no es el bebé. Parece ser que todo lo que en ese espacio proviene de algún otro es
material persecutorio, y el bebé no cuenta con medios para rechazarlo. Los analistas de-
ben cuidar de no crear un sentimiento de confianza y una zona intermedia en la cual pue-
dan desarrollarse juegos y luego inyectar en esa zona, o llenarla de interpretaciones que
en rigor provienen de su propia imaginación creadora.
Fred Plaut, un analista de la escuela de Jung, escribió un trabajo (1966) del cual tomo la
siguiente cita:.
"La capacidad para formar imágenes y usarla de manera constructiva, por recombinación
en nuevas figuras, depende —a diferencia de los sueños y fantasías— de la capacidad
del individuo para confiar".
En este contexto, la palabra confiar muestra una comprensión de lo que quiero decir
cuando me refiero al establecimiento de la confianza basada en la experiencia, en el mo-
mento de máxima dependencia, antes del goce y empleo de la separación y la indepen-
dencia.
Sugiero que ha llegado el momento de que la teoría psicoanalítica rinda tributo a esta ter-
cera zona, la de la experiencia cultural que es un derivado del juego. Los psicóticos insis-
ten en que lo sepamos, y tiene gran importancia en nuestra valoración de la vida, antes
que de la salud de los seres humanos.(Las otras dos zonas son la realidad psíquica per-
sonal o interna, y el mundo real, con el individuo que vive en él).
Resumen.
He intentado llamar la atención hacia la importancia teórica y práctica de la tercera zona,
la del juego, que se ensancha en el vivir creador y en toda la vida cultural del hombre. La
confronté con nuestra realidad psíquica personal o interna, y con el mundo real en que
vive el individuo, y que se puede percibir en forma objetiva. Ubiqué esta importante zona
de experiencia en el espacio potencial que existe entre el individuo y el ambiente, que al
principio une y al mismo tiempo separa al bebé y la madre cuando el amor materno, exhi-
bido o manifestado como confiabilidad humana, otorga en efecto al bebé un sentimiento
de confianza en el factor ambiental.
Señalé el hecho de que ese espacio potencial es un factor muy variable (de individuo en
individuo), en tanto que las otras dos ubicaciones —la realidad psíquica o personal y el
mundo real— son más o menos constantes, siendo la una determinada biológicamente y
la otra de propiedad común.
El espacio potencial que existe entre el bebé y la madre, entre el niño y la familia, entre el
individuo y la sociedad o el mundo, depende de la experiencia que conduce a confiar. Se
lo puede considerar sagrado para el individuo, en el sentido de que allí experimenta este
el vivir creador.
Por el contrario, la explotación de esta zona lleva a una condición patológica en que el in-
dividuo es confundido por elementos persecutorios que no posee medios para eliminar.
Quizá se advierta, entonces, cuán importante puede resultar para el analista reconocer la
existencia de ese lugar, el único en que puede iniciarse el juego, un lugar que se encuen-
tra en el momento de continuidad-contigüidad, en el cual se originan los fenómenos transi-
cionales.
Abrigo la esperanza de haber empezado a responder a mi propia pregunta: ¿dónde está
ubicada la experiencia cultural?.
(Esta es una reformulación del tema del capítulo anterior, escrita para un público distinto).
Deseo ahora examinar el lugar —y uso la palabra en sentido abstracto— en que nos en-
contramos durante la mayor parte del tiempo cuando experimentamos el vivir.
Mediante el lenguaje que empleamos mostramos nuestro interés natural por este tema.
Puede que yo esté en un embrollo, y entonces me arrastro fuera de él o trato de poner en
orden las cosas de manera de poder, al menos por un tiempo, saber dónde estoy. O quizá
sienta que me encuentro perdido en el mar, y trazo mi rumbo para poder llegar a puerto (a
cualquier puerto en una tormenta), y cuando piso tierra firme busco una casa construida
sobre rocas, antes que en la arena; y en mi propio hogar, que (por ser yo inglés) es mi
castillo, me hallo en el séptimo cielo.
Sin forzar el lenguaje de uso cotidiano, me es posible hablar de mi conducta en el mundo
de la realidad exterior (o compartida), o tener una experiencia interior o mística, a la vez
que me acuclillo en el suelo, mirándome el ombligo.
Quizá constituya un empleo moderno de la palabra interior su uso para referirse a la reali-
dad psíquica, para afirmar que existe un interior en que aumenta la riqueza personal (o