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¿Valores Éticos Universales? - Virgilio Ruiz Rodríguez

El documento explora el surgimiento y la importancia de la bioética en el contexto de la medicina y la biología, destacando su evolución desde la década de 1970 y su relación con los avances científicos. Se analizan los principios fundamentales de la bioética, como la beneficencia, autonomía y justicia, y se discuten los problemas de deshumanización en la atención médica. La bioética busca humanizar la relación entre los profesionales de la salud y los pacientes, enfatizando la necesidad de un enfoque ético en la práctica médica.

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¿Valores Éticos Universales? - Virgilio Ruiz Rodríguez

El documento explora el surgimiento y la importancia de la bioética en el contexto de la medicina y la biología, destacando su evolución desde la década de 1970 y su relación con los avances científicos. Se analizan los principios fundamentales de la bioética, como la beneficencia, autonomía y justicia, y se discuten los problemas de deshumanización en la atención médica. La bioética busca humanizar la relación entre los profesionales de la salud y los pacientes, enfatizando la necesidad de un enfoque ético en la práctica médica.

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¿VALORES ÉTICOS UNIVERSALES?

Virgilio Ruiz R.
Departamento de Filosofía
Universidad Iberoamericana
México, D. F.

1 ntroducción.

En el mundo en que vivimos somos testigos de una


etapa de gran interés por los temas morales relacionados
con la medicina y con la biología. Son múltiples las mani­
festaciones de esta boom. A partir de la década de los 70
surge un número creciente de revistas que tratan este te­
ma. Pero éste no es el único indicador de tal preocupa­
ción. Con las revistas se han de mencionar las bibliografí­
as innumerables sobre la misma materia.

Otro indicador del interés que suscita el tema es la


proliferación de cursos, más o menos organizados y esta­
bles, sobre ética médica en centros universitarios para la
formación de médicos.

La creación de Centros y Departamentos de bioética


es al mismo tiempo un eco de una preocupación existente
y un dinamizador importante. Los poderes públicos tam­
bién elaboran, a nivel nacional o supranacional, docu­
mentos y leyes sobre medicina donde se expresa la pre­
ocupación moral.

30
Los avances científicos y técnicos han ido poniendo
en manos de los profesionales poderes crecientes de in­
tervención en la vida y en el destino de las personas. La
técnica se revela como un poder ambiguo con grandes
promesas a favor de la humanidad y también como porta­
dora de serias amenazas para la humanización. A pesar de
logros evidentes, hay signos de que la atención humana a
la persona deja mucho que desear. La sensibilidad social
acerca de los derechos de la persona ha llegado también,
aunque más tardíamente, al ámbito de la salud. La dimen­
sión socio-política de los cuidados de la salud -señala
Javier Elizari�' ha contribuido a despertar el interés por
una problemática moral de signo menos individualista.

En este contexto surge el término "bioética", en tor­


no al cual va convergiendo una parte muy importante de
la reflexión moral médica reciente. Este término, que has­
ta no hace muchos años debía ser explicado al utilizarlo,
ha adquirido una creciente popularidad. Si bien dicho
término es nuevo la preocupación ética por los problemas
suscitados por la praxis médica es mucho más antigua y
se remonta hasta el juramento de Hipócrates. Desde el
siglo XIX los términos de moral o ética médica, unidos al
de deontología médica, son ya frecuentes y surgen las
primeras publicaciones dedicadas monográficamente al
estudio de estos problemas. Hasta entonces -afirma Ja­
vier Gafo-2 y en nuestra tradición occidental, el interés
por estos temas estuvo presente en forma muy marcada en

' Cfr. Elizari Basterra Francisco Javier, Bioética, San Pablo, Madrid,
1991, 14.
' Cfr. Gafo Javier, Diez palabras clave en bioética, Verbo Divino,
Pamplona, 1993, 7.

31
la moral católica en su afirmación del valor de la vida
humana, que le llevó a tratar varios temas de la actual
bioética.

Problema bioético fundamental.

Durante las últimas décadas se ha ido configurando


una disciplina llamada Bioética o· Ética biomédica, que
estudia de modo sistemático los problemas morales que
plantean las ciencias y las técnicas de la vida y la atención
de la salud. La Bioética se presenta -señala Marciano
Vidal-3 como un saber orgánico, en relación estrecha
con la ética fundamental y con los datos de la ciencia y de
la atención médicas. Aunque no niega la referencia reli­
giosa en los discernimientos morales, la Bioética se sitúa
en el horizonte de la ética racional y pretende ofrecer una
orientación válida para la sociedad secular y pluralista.

Bioética, como dijimos, es una expresión de cuño


reciente, aparecida en el mundo anglosajón y aceptada
hoy corrientemente. El cancerólogo Resselaer van Potter
fue el primero en usar el término bioethics, bioética. En
efecto este nombre aparece en el título de su libro publi­
cado en 1971, Bioethics: Bridge to the Future. Es una vo­
cablo compuesto de bios = vida y ethos = ética.

El mismo Potter define el neologismo de la forma si­


guiente: "Puede definirse como el estudio sistemático de
la conducta humana en el campo de las ciencias de la

3 Cfr. Vida! Marciano, Mora l de la persona y Bioética Teológica, (Mo­


ral de actitudes, 11-la_ Parte), PS, Madrid, 1991, 301.

32
vida y del cuidado de la salud, en cuanto que esta con­
ducta es examinada a la luz de los valores y principios
morales".

Esta definición, según Elizari4, nos aporta precisiones


importantes sobre el estudio emprendido. El objeto del
mismo es la conducta humana en dos terrenos específicos:
las ciencias de la vida (la biología) y los cuidados de la
salud. Este objeto es estudiado desde un ángulo particular:
a la luz de los valores y de los principios morales, y de
forma sistemática.

Javier Gafo nos aporta otra definición de bioética


que, en palabras del F. Abe!, "Es el estudio interdisciplinar
de los problemas suscitados por el progreso biológico y
médico, tanto al nivel micro-social como al nivel de la
sociedad global, y sus repercusiones sobre la sociedad y
su sistema de valores, hoy y mañana" .5

En relación a estas dos definiciones se preguntan al­


gunos si esta reflexión ética, es decir, la bioética, ha de
tener un carácter más práctico o más teórico. Las opinio­
nes se dividen al cargar el acento a uno o a otro aspecto.
Sin embargo, hoy en día no es fácil establecer esa preten­
dida separación entre dos dimensiones de la vida, y si se
hiciera, los planteamientos se empobrecerían. Porque de­
bemos entender que la bioética no sólo trata de la rela­
ción médico-paciente desde los valores, sino que también
incluye la preocupación por las profesiones de salud men­
tal, por ejemplo, y otras. También extiende su campo a la

4 Op. cit., 16.


5 Op. cit., 11.

33
investigación biomédica y de la conducta, tenga o no sig­
nificado directamente terapéutico. Todo esto hace refe­
rencia a su contenido, aunque diversificado, que si bien
es importante, es más su fundamentación.

Fundamentación de la Bioética.

Desde que Hume develó la llamada "falacia natura­


lista" al desenmascarar la pretensión de que la ética se
fundaba en la naturaleza, el "deber ser" en el "ser" -que
se enraiza en la filosofía griega y es recogida por el con­
cepto de ley natural dentro de la Escolástica- y desde
que Kant realizó la "revolución copernicana" de la ética,
se abrió con urgencia y dramatismo la tarea de cómo fun­
damentar los principios y las exigencias de la ética. No ha
sido fácil llegar a un acuerdo unánime. Pero debido al
gran progreso de las ciencias biomédicas, y al ver que
plantean temas concretos, había que pisar en terreno firme
para encontrar un lenguaje común y respuestas que apa­
recían como operativas.
Dentro de la diversidad de opiniones seguía como
correcto actuar haciendo el bien a los demás, el respeto
hacia su libertad y comportarse justamente con los otros;
es decir, los principios de beneficencia, autonomía y jus­
ticia. Son tres principios percibidos como válidos y vigen­
tes en el conjunto de la vida social y que, además, se mos­
traban eficaces y correctos para las tomas de decisión en
el campo de la moral médica.
Se percibió que estos principios, además de los de
honestidad y eficiencia, "están ahí", forman parte de nues­
tro patrimonio cultural. Lo importante es que realmente se
observen y se lleven a la práctica.

34
Principio de beneficencia.

En el ámbito médico, este principio obliga al profe­


sional de la salud a poner el máximo empeño en atender
al paciente y a hacer cuanto pueda para mejorar la salud,
de la forma que aquél considere más adecuada. Es un
principio ético básico, el principio ético primero de las
actuaciones médicas y en el que se han fundamentado los
códigos médicos, desde el de Hipócrates. Lógicamente, la
palabra beneficencia tiene aquí su sentido etimológico, no
el de una caridad ineficaz y paternalista. Pues, como dice
Gafo6, el principio de beneficencia obliga a ser un "míni­
mo samaritano", pero no a ser el "buen samaritano".

Para la aplicación de este principio debe existir un


riesgo o una posible pérdida por parte del paciente y,
proporcional a esto, la intervención del médico. Pero en
cualquier caso, la aplicación de este principio es muy
compleja. La ponderación de los riesgos/beneficios no es
fácil: depende de los valores e intereses de las personas
afectadas, de la jerarquización de los valores implicados y
de su evaluación, de la ponderación de las consecuencias
individuales y sociales.

Principio de autonomía.

Este principio se basa en la convicción de que el ser


humano debe ser libre de todo control exterior y ser res­
petado en sus decisiones vitales básicas. Significa el reco­
nocimiento de que el ser humano, también el enfermo, es

" Cfr. op. cit., 18.

35
un sujeto, no un objeto. Pero al mismo tiempo, autonomía
no significa automáticamente que el paciente haga o elija
lo que quiera, (por ejemplo la eutanasia). Más todavía,
este principio significa, en el terreno médico, que el pa­
ciente debe ser correctamente informado de su situación y
de las posibles alternativas de tratamiento que se le podría
aplicar.

Podemos decir, por lo tanto, que la conclusión más


correcta del reconocimiento del principio de autonomía
en el enfermo, se centra en el llamado consentimiento
informado, como pilar regulador de la relación entre los
profesionales sanitarios y el enfermo.

Principio de justicia.

Este principio hace referencia a la distribución de los


recursos médicos cada ve más costosos y escasos. ¿Qué
criterios deben utilizarse a la hora de decidir a quién debe
concederse la primacía en la utilización de una determi­
nada terapia? Esto lleva a volver los ojos al terreno de la
justicia, y más todavía al de la equidad. Algunos han di­
cho que "casos similares exigen un tratamiento similar".
Pero esta forma de ver la justicia no significa que se deba
tratar a todos los pacientes exactamente de la misma for­
ma, pero sí que cada uno tenga acceso a los servicios mé­
dicos adecuados, dignos y básicos.

La observancia y la puesta en práctica de esos prin­


cipios contribuiría a luchar, y por qué no, a desaparecer
algo de lo cual no es ajena la medicina: la deshumaniza­
ción.

36
Deshumanización en la medicina.

Es un concepto tan poco delimitado que no se tiene


de él una clara definición, pues se dice que es "la pérdida
de atributos humanos", o también se le concibe como
"pérdida de dignidad". Incluso, aparece como un término
fácilmente intercambiable con el de despersonalización.
Desde mi punto de vista, la segunda es fruto de la prime­
ra. Sin embargo, los dos términos, en cualquier caso,
hacen referencia, sobre todo, al grado de objetivación del
enfermo en la percepción de aquellos que le atienden, a
la explotación del hombre por el hombre, a la indiferencia
o frialdad en la interacción humana, a la represión o cons­
tricción de la libertad, a la marginación social y a la alien­
tación del enfermo.

El contenido de esta deshumanización se manifiesta


en lo siguiente: 1) La conversión del paciente en un obje­
to, su cosificación. Es decir, pierde sus rasgos personales e
individuantes: se prescinde de sus sentimientos y valores y
se le identifica con sus rasgos externos: el que padece X
patología, el que va a ser receptor de un transplante, el de
la cama número tal. 2) La ausencia de calor en la relación
humana. Con frecuencia se arguye que los profesionales
que tratan a los pacientes necesitan esta distancia afectiva,
ya que no son capaces de poder implicarse emocional­
mente con todo enfermo. 3) La impotencia que experi­
menta el enfermo al sentirse coaccionado y manipulado
hacia actitudes de conformismo. 4) La falta de autonomía
del enfermo, que se manifiesta en que ciertas instituciones
médicas fuerzan a estos seres humanos a no comportarse
con naturalidad y se les restringe su libertad. 5) La no me-

37
nos frecuente negación al paciente de sus opciones últi­
mas.

Las causas de este fenómeno, entre otras, según Ga­


fo, son las siguientes: la centralización de las instituciones
y del personal relacionada con la especialización; la bu­
rocracia que es una consecuencia de la globalización y las
distintas ideologías deshumanizadoras.7

Encuadre biomédico del planteamiento ético actual


sobre la vida humana.

Como hemos dicho, la bioética es el nombre que ac­


tualmente ha tomado la moral o ética médica, que se ha
impuesto de manera generalizada y coincide con el inicio
del gran desarrollo que ha tenido, y que se da especial­
mente en los Estados Unidos. Tal parece que existen dos
razones de este cambio terminológico. Por una parte, hay
que hacer referencia al gran desarrollo de las ciencias
biomédicas, que lleva a tener que abrir de una forma muy
significativa el abanico de temas habitualmente tratados
por los viejos textos de moral o ética médica, piénsese,
por ejemplo, en los de la procreación asistida, la manipu­
lación genética, el SIDA o la ecología, etc.

En segundo lugar, y hasta la década de los 70, el


afrontamiento de los temas de moral estaba, de forma
muy marcada, en manos de los teólogos y pensadores de
las iglesias y diferentes religiones. A partir de esos años y
en relación con la creación en Estados Unidos de las Co-

' Op. cit., 31-35.

38
m1s1ones Presidencial y Nacional para el estudio de la
problemática ética relacionada con las ciencias médicas,
se inicia de alguna manera un proceso de secularización
de la reflexión ética que, incluso, plantea el interrogante
de qué es lo que aportan las distintas religiones al actual
debate bioético.

Sin embargo, si es posible que el nuevo nombre de


bioética haya surgido por la gran complejidad de su con­
tenido, que desborda el de la vieja ética médica, tal pare­
ce que el problema bioético fundamental es tan antiguo
como aquella disciplina. Es el que ya formulaba otro au­
tor, que ha sido también considerado predecesor de la
ética médica y calificado como "el Hipócrates inglés" y el
mayor cínico del siglo XVII", Thomas Sydenham: "Anato­
mía, botánica... ¡tonterías! No, nada de esto, joven; vaya
a la cabecera del enfermo; sólo allí aprenderá lo que es la
enfermedad".ª

Porque cabe entender que el gran reto de la medici­


na, desde que nació por manos de Hipócrates, pasando
por las distintas culturas hasta hoy, era humanizar la rela­
ción entre los profesionales de la salud y el enfermo. Este
es el principal problema bioético que consiste en saber
cómo humanizar la relación entre aquellas personas que
poseen conocimientos médicos y el ser humano, frágil y
frecuentemente angustiado, que vive el duro trance de
una enfermedad que afecta hondamente su ser personal.

Otra fecha importante en el desarrollo de la bioética


es el año 1 973 cuando tiene lugar en Estados Unidos la

8 Citado por Gafo, Op. cit., 13.

39
aprobación de la Carta de los Derechos de los Enfermos,
que encuentra una pronta difusión en muchos países. Este
paso es extraordinariamente trascendente porque significa
el surgimiento de un nuevo marco para encuadrar las re­
laciones entre los profesionales de la salud y los enfermos.
Hasta entonces esta relación venía regulada por los llama­
dos códigos deontológicos inspirados en el juramento de
Hipócrates, en el que se delineaba una imagen del enfer­
mos como aquella persona que se pone confiadamente en
manos del médico, porque éste es el que tiene la sabidu­
ría, las capacidades técnicas y las exigencias éticas que
ayudarían al paciente para devolverle la salud. Pero se
olvidaba algo tan sustancial como el reconocimiento de
unos derechos del paciente que deben ser respetados por
parte del profesional de la salud. Al mismo tiempo que no
se subrayaba la existencia de una autonomía, de una ca­
pacidad de decisión en el enfermo, que debía ser conside­
rada en primer plano y que el paciente no perdía por el
hecho de incurrir en la enfermedad. Surge así un nuevo
marco de relación médico-enfermo que va a informar
totalmente el desarrollo de Ja incipiente bioética y que la
va a marcar desde sus mismos albores.

Por otra parte, debemos entender que el plantea­


miento ético actual sobre la vida humana ha de realizarse
teniendo en cuenta dos aspectos fundamentales, que con­
figuran la situación actual de la biomedicina y que consti­
tuyen el encuadre adecuado para el discurso filosófico­
moral sobre los temas de la vida. La bioética -señala
Marciano Vldal-9 no puede ser formulada de espaldas a

9 Vidal Marciano, Moral de Ja persona y bioética teológica (Moral de


actitudes 11-la. Parte), PS, Madrid, 1991, 299.

40
la realidad. La repetición cuasi-mecanica de fórmulas y
soluciones de otros tiempos no es la postura adecuada
ante los nuevos planteamientos de Jos problemas.

Teniendo en cuenta lo anterior la nueva situación


biomédica exige que tomemos en cuenta Jos dos factores
siguientes:

a) Los progresos de la ciencia en el campo biológico.

La bioética se encuentra cuestionada de forma per­


manente por Jos avances científicos en el campo de Ja
biología. A veces se pide al moralista que improvise una
valoración moral al hilo de una información, más o menos
seria, sobre nuevos descubrimientos científicos. Pues es
un hecho que hay un rezago en la moral frente al vertigi­
noso avance de la ciencia y de la técnica. Cuando lo más
deseable sería que al desarrollo científico correspondiera
igual desarrol Jo moral.

El factor decisivo en la rápida configuración de la


bioética consiste en los también rápidos avances de las
ciencias biológicas y médicas. Estos procesos originan
serios interrogantes cuando son aplicados al ser humano
en la práctica médica. Piénsese, por ejemplo, en las si­
guientes posibilidades:

- La ingeniería genética, aplicada a la biología


humana, con la orientación no sólo de solucionar enfer­
medades genéticas sino también, aunque sea de modo
hipotético, de manipular la especie humana, por ejemplo,
la clonación.

41
- Las técnicas de reproducción humana: la insemi­
nación artificial, con el concomitante almacenamiento,
clasificación y distribución de semen humano; la fecunda­
ción artificial, con la implantación de embriones en el
útero propio o en el alquilado, y la congelación y manipu­
lación de embriones humanos.

- Las nuevas fronteras en el trasplante de órganos


(corazón, cerebro) y en las investigaciones sobre los esta­
dos intersexuales y sobre la transexualidad.

- Los procesos técnicos en la práctica de la reani­


mación (problema de la eutanasia y de la distanasia), en
la diagnosis prenatal (aborto eugenésico), en la esteriliza­
ción y en la contracepción.

Nos encontramos, como es evidente, ante una autén­


tica "revolución biológica". La nueva situación lanza un
verdadero reto a la humanidad. Este reto puede ser ex­
presado con la pregunta siguiente: ¿todo lo que se puede
(técnicamente) hacer "se debe" éticamente hacer? Se trata,
en todo caso, de la eterna pregunta sobre la relación entre
"técnica" y "ética", entre "ciencia" y "conciencia".

b) Los cambios en el concepto de la salud y de la


práctica médica.

Hace algunos años Laín Entralgo resumía en cuatro


rasgos la situación de la medicina. "La medicina de hoy es
actual por la obra conjunta -y a veces conflictiva- de
cuatro rasgos o notas principales:

42
1.- Su extrema tecnificación instrumental y una pecu­
liar actitud del médico ante ella.
2.- La creciente colectivización de la asistencia mé­
dica en todos los países del mundo.
3.- La personalización del enfermo en cuanto tal y,
como consecuencia, la resuelta penetración de la noción
de persona en el cuerpo de la patología científica.
4.- La prevención de la enfermedad, la promoción de
la salud y el problema de si es técnicamente posible una
mejora de la naturaleza humana".1º

La práctica médica actual es algo que hemos de to­


mar muy en cuenta, puesto que están emergiendo sensibi­
lidades y valores que han de tener explicación en las con­
sideraciones éticas y en los ordenamientos jurídicos: la
autonomía del enfermo, el respeto a su libertad, los dere­
chos del paciente (derecho a rechazar el tratamiento,
compensación por la deficiente asistencia médica, dere­
cho del enfermo a ser informado sobre las historias clíni­
cas). Ante la creciente deshumanización de la medicina
surge el anhelo visceral y la búsqueda razonada por una
práctica médica al servicio del hombre.

Por otra parte, la dimensión social de la medicina


origina nuevas posibilidades y nuevas ambigüedades. La
ética, por su parte, se siente interpelada por varios frentes:
la fijación de las necesidades y de las prioridades sanita­
rias, que no puede ser confiada exclusivamente a médicos
y políticos sino que requiere los diversos sistemas de sa­
lud, cuyos criterios inspirativos y cuyas opciones operati-

10
Cfr. Entralgo Laín Pedro, Teoría y realidad del otro. Alianza
Universidad, Madrid, 1983, 353-354.

43
vas han de ser sometidas a la interpelación moral; la de­
nuncia del espíritu consumista en el área de la salud, que
se traduce en la creación de necesidades artificiales y en
el uso indiscriminado de medicaciones innecesarias y has­
ta nocivas.

El concepto de salud ha adquirido una extensión no­


table. Implica no sólo la idea de bienestar, sino también la
realidad de la calidad de vida, así como la realización
integral de la persona. La promoción de la salud impone
tareas nuevas: alimentación, higiene, planificación fami­
liar, medio ambiente. Por lo tanto, las interferencias de
unas áreas con otras exige el análisis valorativo y la con­
comitante reflexión ética.

La situación actual de los valores.

Si hemos dicho que la Bioética ha de estudiar su ob­


jeto a la luz de los valores y de los principios morales, hoy
tristemente señala Aranguren 11 que el problema moral
contemporáneo es "el vacío moral", el sentimiento de la
pérdida de los valores que ceden en su fuerza ética para
ser vividos sólo sociológicamente. Que, en palabras de
Lipovetsky, es la "era del vacío", o el "imperio de lo efí­
mero". "¿Queda algo que, al menos parcialmente, no sea
regido por la moda cuando lo efímero invade el universo
de los objetos, de la cultura y del pensamiento discursivo,
y mientras el principio de la seducción reorganiza a fondo

11 Aranguren José L., Lo que sabemos de moral. Ed. Del Toro, Madrid,
1973.

44
el entorno cotidiano, la información y la escena políti­
ca?"12.

Hoy vivimos con el mito del progreso. Modernizarse


es sinónimo de crecimiento tecnológico y económico.
Pero la pregunta clave es que si tal crecimiento, impres­
cindible sin lugar a duda, significa progreso en el sentido
más pleno del término: progreso ético, progreso humano.
En consecuencia ¿las sociedades tecnológica y económi­
camente avanzadas, ricas, han conseguido humanizarse
más que las subdesarrolladas? La respuesta evidente es
que no.

Tal progreso es insuficiente. El mundo que hemos


hecho no acaba de gustarnos. Algo hemos hecho mal o no
hemos hecho lo que deberíamos hacer que nos provoca
malestar e insatisfacción.

Hoy la ciencia se preocupa de la causa final: que el


invento, el producto obtenido, funcione, que sirva para lo
que fue hecho. No hay la preocupación por la repercusión
y trascendencia en la vida moral. Esto es, el objetivo de la
técnica es sólo facilitar el vivir, sin advertir que también
puede terminar con la vida (eutanasia).

Hoy el progreso técnico y material debería ser una


condición del progreso moral y humano. Pero, a lo sumo,
-indica Victoria Camps-13 puede verse como una condi-

12 Lipovetsky Gilles, El imperio de lo efímero, Anagrama, Barcelona,


1996, 175.
13 Cfr. Camps Victoria, El malestar de la vida pública, Grijalbo,
Barcelona, 1996, 79.

45
ción necesaria pero no suficiente. Pues la experiencia nos
enseña que los países con mayor calidad de vida no son
precisamente un ejemplo de humanidad o de justicia.

Hoy vivimos con una mentalidad stándard que, en


palabras de Marcuse, se traduce como "unidimensional":
una mentalidad que valora, sobre todo, la eficacia, la es­
pecialización, lo verificable.
La misma autora, antes citada, afirma que si la técni­
ca ha de estar al servicio de la humanidad, el sentido de la
humanidad debería quedar inscrito en todos nuestros in­
ventos técnicos.14

Podemos decir con Tolstoi que la ciencia no tiene


sentido porque no tiene respuesta para las únicas cuestio­
nes que nos importan: las que nos dirían qué debemos
hacer y cómo debemos vivir.
En este ambiente oscuro y confuso ¡qué hacer para
progresar humanamente sin renunciar a la moderniza­
ción? Más conocimiento y más esfuerzo. Dar más valor al
conocimiento inútil (sabiduría) y dar más valor al esfuerzo
que carece de resultados inmediatos. Debemos tener cri­
terios sobre los valores que hay que conservar, pase lo
que pase. Entre ellos, el valor de la dignidad humana, de
la vida, de la salud, y otros más.

Pero, a todo esto, ¿cuáles son los criterios para pro­


gresar humanamente? Parece que es fundamental: pensar
en los otros y en el futuro.

14 ldem, 80.

46
Para pensar en el otro sea un hecho, hay que recupe­
rar los valores de que habla Havel15: "Los valores tradicio­
nales de la civilización occidental, como la democracia,
los derechos humanos, la libertad individual, el sentido de
responsabilidad ante el mundo, la conciencia de que la
libertad se ve continuamente amenazada, la justicia, la
honradez, la responsabilidad para consigo mismo y para
los demás ... son valores morales que tienen, por tanto, un
sentido metafísico".

Pero tal parece que tener conciencia de esto ha pa­


sado de moda, ha desaparecido del mundo actual. Hoy se
habla indistintamente de crisis de valores, de trasmutación
de valores, de tergiversación de los valores, queriendo
expresar con ello simplemente que los valores están au­
sentes de nuestra sociedad.

Escribe Bilbeny: es raro en que no ha habido una u


otra crisis de valores. Lo normal, y hasta deseable, en la
ética, es que todos sus conceptos sean percibidos como
situados al borde de la crisis, a fin de contrastar su vigen­
cia y apurar su sentido. Por lo pronto, nuestra época se
caracteriza, frente a los valores, por hacer consciente y
entonar el diagnóstico de su "crisis" y hacer extensible
esta impresión al conjunto indiscriminado de todos ellos.
Es una "crisis de valores" en el pleno sentido de la pala­
bra: exhaustiva hasta la idea de sí misma, y así con un
motivo más para su perduración.16

15 Citado por Victoria Camps, Op. cit. 86.


16 Bilbeny Norbert, La revolución en la ética, Anagrama, Barcelona,
1977, 36.

I!
47
11
'

I'
Podría pensarse que la crisis de valores se evidencia
como una contrastación entre lo antiguo y lo nuevo. Co­
mo si lo vivido en épocas anteriores ya no tuviera cabida
en el momento presente. Pero hay que entender, y soste­
ner , que hay valores que no obstante que el tiempo pase
debemos seguir viviendo y respetando. La vida no pierde
valor por el hecho de que se den homicidios a diestra y
siniestra. De igual manera, el ser humano en su totalidad
no disminuye en su dignidad por el hecho de que se le
explote, no se le atienda en su enfermedad y se le deje
morir o en forma consciente se le prive de la vida. El ser
humano es un valor en sí y por sí mismo por el hecho de
ser persona, ontológicamente hablando, y más todavía, si
vemos en él a un hijo de Dios.

Estos valores son morales, en cuanto que son exi­


gencias de la propia naturaleza, delimitados y sostenidos
por la propia dignidad, a la que tanto el Derecho como el
Poder político, la Medicina y, en general, todo ser huma­
no, no importa quién sea y de qué poder goce, ha de res­
petar porque, además, son sagrados y por lo mismo into­
cables.

Del respeto absoluto a la vida humana, por ejemplo,


nadie puede razonablemente dispensarse sin incurrir en
deshonestidad ética o moral sin más. Este principio y valor ·

ético brota inmediatamente de nuestra condición humana,


anterior a las creencias y a la cultura. Uno puede tener
razones subjetivas suficientes, por ejemplo, -señala Nice­
to Blázquez-17 para no creer en Dios y dispensarse de

17 Cfr. Blázquez Niceto, Bioética fundamental, BAC, Madrid, 1996,


164.

48
determinadas prácticas religiosas. Pero nunca para destruir
con conciencia y libertad la vida de ningún ser humano
alegando creencias religiosas, tradiciones culturales, cos­
tumbres o ideologías.

No obstante, y a pesar de este panorama axiológico


tan oscuro, podemos decir con Bilbeny, que la "crisis de
valores" no es la señal de ningún tiempo de carestía ni de
perversidad. Porque si toda la crisis de la moral se resume
en la "crisis de valores" no hay que preocuparse en ex­
tremo por el futuro de la moral. Puesto que lo que 1 lama­
mos "valores" no puede desaparecer del todo si no se
aniquilan a la vez las estructuras psicosomáticas del indi­
viduo que alientan estos valores y les otorga una función
imprescindible.18

En relación con lo anterior, podemos afirmar que


más que una obra de la cultura, los valores son un reque­
rimiento de la propia naturaleza humana, que no es, ni
mucho menos, indiferente a ellos. Pero al mismo tiempo,
sin contradecirnos, podemos afirmar que la cultura necesi­
ta valores.
El autor que estamos siguiendo en este problema se­
ñala, desde mi punto de vista, algo muy interesante al
mismo tiempo que cierto. No es tanto la crisis de los valo­
res lo que amenaza a la ética, sino la "crisis de las nor­
mas". Con los valores, el elemento material de la ética,
puede sobrevivir una moral aunque sea heterónoma a
sujeta a principios externos al juicio moral: los valores de
la sociedad, la religión o, presuntamente, la naturaleza,
pero sin las normas, el elemento dispuesto por el inicio

'" Cfr. La revolución . 39.


..

49
para deliberar sobre los valores y establecer entre ellos
una jerarquía, ninguna moral puede llegar a concebirse
como autónoma y constituir propiamente una ética. Es
sobre todo la moral autónoma la que está en juego en una
situación, como la nuestra, de crisis de las normas, mucho
más que de los valores.19 Los valores están ahí, pero las
normas que tendrían que recogerlos parecen llegar cada
vez más tarde que los hechos y con menos probabilidades
de ganarles la delantera.

El otro requisito para poder aspirar al progreso es


pensar en el futuro. Para lograr esto es necesario superar
el atractivo de lo inmediato,. Nuestro tiempo sólo ve el
presente más cercano y desprecia los problemas cuya so­
lución es lenta y a largo plazo. Debemos fijarnos metas,
tener ciertas expectativas que quizá sean a largo plazo,
pero el hombre de hoy no tiene tiempo y el tiempo acaba
por matarlo.

A modo de conclusión.

Después de lo dicho podemos concluir que debe­


mos tomar y concebir la Bioética como /a ética de fa vida,
y sobre todo de la vida humana. Y debemos sostener a
esta ciencia como el marco de reflexión interdisciplinar
en torno a los desafíos morales que plantean los progresos
en el terreno de las nuevas técnicas biomédicas en conti­
nuo desarrollo. Al mismo tiempo como la voz de reclamo
que convoca a especialistas de disciplinas diversas para

19 Op. cit., 40.

50
discutir el uso y la aplicación de esas técnicas revolucio­
narias.

Pero si la Bioética pretende independizarse de la éti­


ca y por supuesto de un referente religioso, a ella· corres­
pondería dictar las normas y reglas reclamadas por la so­
ciedad para permitir o limitar la manipulación técnica del
mundo viviente y de la naturaleza en general sometida a
los poderes fácticos del hombre. Así de claro: la ética es
suplantada por la Bioética y el derecho por el bioderecho.
Al bioderecho correspondería ocuparse de la justicia,
referida al hombre y a la totalidad de la biosfera por igual,
fijando la normativa a seguir en la aplicación de la mo­
derna biotecnología a escala internacional. La Bioética
tendría que superar a la ética clásica abarcando todos los
aspectos de la vida humana y de su entorno natural. Cosa
inevitable desde el momento en que todos los seres vi­
vientes son susceptibles de ser tratados tecnológicamente
por igual.

Sin embargo, podemos decir que aunque la libertad


de investigación es un derecho básico que también debe
aplicarse a la ingeniería genética, esto no significa la au­
sencia de límites.
Los valores y derechos protegidos en nuestro orde­
namiento jurídico no sólo pueden limitar la investigación
en determinadas circunstancias, sino que deben hacerlo.
Cuando el hombre mismo aparece como objeto de las
ciencias naturales, surgen cuestiones éticas, ya que el ob­
jeto tratado con el método fundamentado por las ciencias
naturales es, a su vez, un sujeto, una persona. (Por ejem­
plo, piénsese en la clonación).

51
Por lo tanto, el hombre y su dignidad, y el respeto
que conlleva, ponen un límite a la investigación desde el
punto de vista ético.

Otro límite a la libertad de investigación lo marca el


derecho de las personas a la autodeterminación y la con­
sideración de que el hombre es un fin en sí mismo y no
un medio para lograr algún propósito. Este principio bási­
co, reconocido por nuestras leyes, prohíbe que un ser
humano se encuentre a disposición de los demás.
Surge entonces la cuestión filosófica fundamental
-afirma Niceto Blázquez-20 sobre si la bioética y el bio­
derecho han de partir de la persona como piedra angular
del nuevo edificio moral o, por el contrario, se ha de par­
tir de la dignidad de la vida entendida ésta de todo el sis­
tema ecológico, es decir, en sentido homogéneo y unívo­
co como si entre la vida del hombre y la del resto de los
vivientes no hubiera ninguna diferencia sustancial.

A esto respondemos diciendo que tanto la bioética


como el bioderecho deben partir de la vida inviolable e
insustituible de la persona, extensible a toda la naturaleza
viviente, y teniendo siempre presente la necesidad de
apoyar la primacía de la persona y de su dignidad como
piedra angular de la nueva ética llamada bioética.
Por último, estamos de acuerdo con Marta Francapa­
ni, Alberto Bochatey y otros autores, en considerar que la
relevancia particular de los bienes jurídicos que aquí están
en juego, dignidad, libertad, integridad, así como su ínti­
ma vinculación con valores esenciales del ser humano,
como el respeto a su decisión, legitima las restricciones a

2° Cfr. op. cit., 151

52
la libertad de investigación. La ausencia total de normas
éticas y legales, delegando exclusivamente en manos de
los científicos los límites que se autoimpongan, vale decir,
la autorregulación, es impensable en el estado actual de la
evolución de la investigación científica y tecnológica21

21
Cfr. AA. VV. Bioética (sus instituciones), Lumen, Buenos Aires,
1999, 373.

53

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