¿VALORES ÉTICOS UNIVERSALES?
Virgilio Ruiz R.
Departamento de Filosofía
Universidad Iberoamericana
México, D. F.
1 ntroducción.
En el mundo en que vivimos somos testigos de una
etapa de gran interés por los temas morales relacionados
con la medicina y con la biología. Son múltiples las mani
festaciones de esta boom. A partir de la década de los 70
surge un número creciente de revistas que tratan este te
ma. Pero éste no es el único indicador de tal preocupa
ción. Con las revistas se han de mencionar las bibliografí
as innumerables sobre la misma materia.
Otro indicador del interés que suscita el tema es la
proliferación de cursos, más o menos organizados y esta
bles, sobre ética médica en centros universitarios para la
formación de médicos.
La creación de Centros y Departamentos de bioética
es al mismo tiempo un eco de una preocupación existente
y un dinamizador importante. Los poderes públicos tam
bién elaboran, a nivel nacional o supranacional, docu
mentos y leyes sobre medicina donde se expresa la pre
ocupación moral.
30
Los avances científicos y técnicos han ido poniendo
en manos de los profesionales poderes crecientes de in
tervención en la vida y en el destino de las personas. La
técnica se revela como un poder ambiguo con grandes
promesas a favor de la humanidad y también como porta
dora de serias amenazas para la humanización. A pesar de
logros evidentes, hay signos de que la atención humana a
la persona deja mucho que desear. La sensibilidad social
acerca de los derechos de la persona ha llegado también,
aunque más tardíamente, al ámbito de la salud. La dimen
sión socio-política de los cuidados de la salud -señala
Javier Elizari�' ha contribuido a despertar el interés por
una problemática moral de signo menos individualista.
En este contexto surge el término "bioética", en tor
no al cual va convergiendo una parte muy importante de
la reflexión moral médica reciente. Este término, que has
ta no hace muchos años debía ser explicado al utilizarlo,
ha adquirido una creciente popularidad. Si bien dicho
término es nuevo la preocupación ética por los problemas
suscitados por la praxis médica es mucho más antigua y
se remonta hasta el juramento de Hipócrates. Desde el
siglo XIX los términos de moral o ética médica, unidos al
de deontología médica, son ya frecuentes y surgen las
primeras publicaciones dedicadas monográficamente al
estudio de estos problemas. Hasta entonces -afirma Ja
vier Gafo-2 y en nuestra tradición occidental, el interés
por estos temas estuvo presente en forma muy marcada en
' Cfr. Elizari Basterra Francisco Javier, Bioética, San Pablo, Madrid,
1991, 14.
' Cfr. Gafo Javier, Diez palabras clave en bioética, Verbo Divino,
Pamplona, 1993, 7.
31
la moral católica en su afirmación del valor de la vida
humana, que le llevó a tratar varios temas de la actual
bioética.
Problema bioético fundamental.
Durante las últimas décadas se ha ido configurando
una disciplina llamada Bioética o· Ética biomédica, que
estudia de modo sistemático los problemas morales que
plantean las ciencias y las técnicas de la vida y la atención
de la salud. La Bioética se presenta -señala Marciano
Vidal-3 como un saber orgánico, en relación estrecha
con la ética fundamental y con los datos de la ciencia y de
la atención médicas. Aunque no niega la referencia reli
giosa en los discernimientos morales, la Bioética se sitúa
en el horizonte de la ética racional y pretende ofrecer una
orientación válida para la sociedad secular y pluralista.
Bioética, como dijimos, es una expresión de cuño
reciente, aparecida en el mundo anglosajón y aceptada
hoy corrientemente. El cancerólogo Resselaer van Potter
fue el primero en usar el término bioethics, bioética. En
efecto este nombre aparece en el título de su libro publi
cado en 1971, Bioethics: Bridge to the Future. Es una vo
cablo compuesto de bios = vida y ethos = ética.
El mismo Potter define el neologismo de la forma si
guiente: "Puede definirse como el estudio sistemático de
la conducta humana en el campo de las ciencias de la
3 Cfr. Vida! Marciano, Mora l de la persona y Bioética Teológica, (Mo
ral de actitudes, 11-la_ Parte), PS, Madrid, 1991, 301.
32
vida y del cuidado de la salud, en cuanto que esta con
ducta es examinada a la luz de los valores y principios
morales".
Esta definición, según Elizari4, nos aporta precisiones
importantes sobre el estudio emprendido. El objeto del
mismo es la conducta humana en dos terrenos específicos:
las ciencias de la vida (la biología) y los cuidados de la
salud. Este objeto es estudiado desde un ángulo particular:
a la luz de los valores y de los principios morales, y de
forma sistemática.
Javier Gafo nos aporta otra definición de bioética
que, en palabras del F. Abe!, "Es el estudio interdisciplinar
de los problemas suscitados por el progreso biológico y
médico, tanto al nivel micro-social como al nivel de la
sociedad global, y sus repercusiones sobre la sociedad y
su sistema de valores, hoy y mañana" .5
En relación a estas dos definiciones se preguntan al
gunos si esta reflexión ética, es decir, la bioética, ha de
tener un carácter más práctico o más teórico. Las opinio
nes se dividen al cargar el acento a uno o a otro aspecto.
Sin embargo, hoy en día no es fácil establecer esa preten
dida separación entre dos dimensiones de la vida, y si se
hiciera, los planteamientos se empobrecerían. Porque de
bemos entender que la bioética no sólo trata de la rela
ción médico-paciente desde los valores, sino que también
incluye la preocupación por las profesiones de salud men
tal, por ejemplo, y otras. También extiende su campo a la
4 Op. cit., 16.
5 Op. cit., 11.
33
investigación biomédica y de la conducta, tenga o no sig
nificado directamente terapéutico. Todo esto hace refe
rencia a su contenido, aunque diversificado, que si bien
es importante, es más su fundamentación.
Fundamentación de la Bioética.
Desde que Hume develó la llamada "falacia natura
lista" al desenmascarar la pretensión de que la ética se
fundaba en la naturaleza, el "deber ser" en el "ser" -que
se enraiza en la filosofía griega y es recogida por el con
cepto de ley natural dentro de la Escolástica- y desde
que Kant realizó la "revolución copernicana" de la ética,
se abrió con urgencia y dramatismo la tarea de cómo fun
damentar los principios y las exigencias de la ética. No ha
sido fácil llegar a un acuerdo unánime. Pero debido al
gran progreso de las ciencias biomédicas, y al ver que
plantean temas concretos, había que pisar en terreno firme
para encontrar un lenguaje común y respuestas que apa
recían como operativas.
Dentro de la diversidad de opiniones seguía como
correcto actuar haciendo el bien a los demás, el respeto
hacia su libertad y comportarse justamente con los otros;
es decir, los principios de beneficencia, autonomía y jus
ticia. Son tres principios percibidos como válidos y vigen
tes en el conjunto de la vida social y que, además, se mos
traban eficaces y correctos para las tomas de decisión en
el campo de la moral médica.
Se percibió que estos principios, además de los de
honestidad y eficiencia, "están ahí", forman parte de nues
tro patrimonio cultural. Lo importante es que realmente se
observen y se lleven a la práctica.
34
Principio de beneficencia.
En el ámbito médico, este principio obliga al profe
sional de la salud a poner el máximo empeño en atender
al paciente y a hacer cuanto pueda para mejorar la salud,
de la forma que aquél considere más adecuada. Es un
principio ético básico, el principio ético primero de las
actuaciones médicas y en el que se han fundamentado los
códigos médicos, desde el de Hipócrates. Lógicamente, la
palabra beneficencia tiene aquí su sentido etimológico, no
el de una caridad ineficaz y paternalista. Pues, como dice
Gafo6, el principio de beneficencia obliga a ser un "míni
mo samaritano", pero no a ser el "buen samaritano".
Para la aplicación de este principio debe existir un
riesgo o una posible pérdida por parte del paciente y,
proporcional a esto, la intervención del médico. Pero en
cualquier caso, la aplicación de este principio es muy
compleja. La ponderación de los riesgos/beneficios no es
fácil: depende de los valores e intereses de las personas
afectadas, de la jerarquización de los valores implicados y
de su evaluación, de la ponderación de las consecuencias
individuales y sociales.
Principio de autonomía.
Este principio se basa en la convicción de que el ser
humano debe ser libre de todo control exterior y ser res
petado en sus decisiones vitales básicas. Significa el reco
nocimiento de que el ser humano, también el enfermo, es
" Cfr. op. cit., 18.
35
un sujeto, no un objeto. Pero al mismo tiempo, autonomía
no significa automáticamente que el paciente haga o elija
lo que quiera, (por ejemplo la eutanasia). Más todavía,
este principio significa, en el terreno médico, que el pa
ciente debe ser correctamente informado de su situación y
de las posibles alternativas de tratamiento que se le podría
aplicar.
Podemos decir, por lo tanto, que la conclusión más
correcta del reconocimiento del principio de autonomía
en el enfermo, se centra en el llamado consentimiento
informado, como pilar regulador de la relación entre los
profesionales sanitarios y el enfermo.
Principio de justicia.
Este principio hace referencia a la distribución de los
recursos médicos cada ve más costosos y escasos. ¿Qué
criterios deben utilizarse a la hora de decidir a quién debe
concederse la primacía en la utilización de una determi
nada terapia? Esto lleva a volver los ojos al terreno de la
justicia, y más todavía al de la equidad. Algunos han di
cho que "casos similares exigen un tratamiento similar".
Pero esta forma de ver la justicia no significa que se deba
tratar a todos los pacientes exactamente de la misma for
ma, pero sí que cada uno tenga acceso a los servicios mé
dicos adecuados, dignos y básicos.
La observancia y la puesta en práctica de esos prin
cipios contribuiría a luchar, y por qué no, a desaparecer
algo de lo cual no es ajena la medicina: la deshumaniza
ción.
36
Deshumanización en la medicina.
Es un concepto tan poco delimitado que no se tiene
de él una clara definición, pues se dice que es "la pérdida
de atributos humanos", o también se le concibe como
"pérdida de dignidad". Incluso, aparece como un término
fácilmente intercambiable con el de despersonalización.
Desde mi punto de vista, la segunda es fruto de la prime
ra. Sin embargo, los dos términos, en cualquier caso,
hacen referencia, sobre todo, al grado de objetivación del
enfermo en la percepción de aquellos que le atienden, a
la explotación del hombre por el hombre, a la indiferencia
o frialdad en la interacción humana, a la represión o cons
tricción de la libertad, a la marginación social y a la alien
tación del enfermo.
El contenido de esta deshumanización se manifiesta
en lo siguiente: 1) La conversión del paciente en un obje
to, su cosificación. Es decir, pierde sus rasgos personales e
individuantes: se prescinde de sus sentimientos y valores y
se le identifica con sus rasgos externos: el que padece X
patología, el que va a ser receptor de un transplante, el de
la cama número tal. 2) La ausencia de calor en la relación
humana. Con frecuencia se arguye que los profesionales
que tratan a los pacientes necesitan esta distancia afectiva,
ya que no son capaces de poder implicarse emocional
mente con todo enfermo. 3) La impotencia que experi
menta el enfermo al sentirse coaccionado y manipulado
hacia actitudes de conformismo. 4) La falta de autonomía
del enfermo, que se manifiesta en que ciertas instituciones
médicas fuerzan a estos seres humanos a no comportarse
con naturalidad y se les restringe su libertad. 5) La no me-
37
nos frecuente negación al paciente de sus opciones últi
mas.
Las causas de este fenómeno, entre otras, según Ga
fo, son las siguientes: la centralización de las instituciones
y del personal relacionada con la especialización; la bu
rocracia que es una consecuencia de la globalización y las
distintas ideologías deshumanizadoras.7
Encuadre biomédico del planteamiento ético actual
sobre la vida humana.
Como hemos dicho, la bioética es el nombre que ac
tualmente ha tomado la moral o ética médica, que se ha
impuesto de manera generalizada y coincide con el inicio
del gran desarrollo que ha tenido, y que se da especial
mente en los Estados Unidos. Tal parece que existen dos
razones de este cambio terminológico. Por una parte, hay
que hacer referencia al gran desarrollo de las ciencias
biomédicas, que lleva a tener que abrir de una forma muy
significativa el abanico de temas habitualmente tratados
por los viejos textos de moral o ética médica, piénsese,
por ejemplo, en los de la procreación asistida, la manipu
lación genética, el SIDA o la ecología, etc.
En segundo lugar, y hasta la década de los 70, el
afrontamiento de los temas de moral estaba, de forma
muy marcada, en manos de los teólogos y pensadores de
las iglesias y diferentes religiones. A partir de esos años y
en relación con la creación en Estados Unidos de las Co-
' Op. cit., 31-35.
38
m1s1ones Presidencial y Nacional para el estudio de la
problemática ética relacionada con las ciencias médicas,
se inicia de alguna manera un proceso de secularización
de la reflexión ética que, incluso, plantea el interrogante
de qué es lo que aportan las distintas religiones al actual
debate bioético.
Sin embargo, si es posible que el nuevo nombre de
bioética haya surgido por la gran complejidad de su con
tenido, que desborda el de la vieja ética médica, tal pare
ce que el problema bioético fundamental es tan antiguo
como aquella disciplina. Es el que ya formulaba otro au
tor, que ha sido también considerado predecesor de la
ética médica y calificado como "el Hipócrates inglés" y el
mayor cínico del siglo XVII", Thomas Sydenham: "Anato
mía, botánica... ¡tonterías! No, nada de esto, joven; vaya
a la cabecera del enfermo; sólo allí aprenderá lo que es la
enfermedad".ª
Porque cabe entender que el gran reto de la medici
na, desde que nació por manos de Hipócrates, pasando
por las distintas culturas hasta hoy, era humanizar la rela
ción entre los profesionales de la salud y el enfermo. Este
es el principal problema bioético que consiste en saber
cómo humanizar la relación entre aquellas personas que
poseen conocimientos médicos y el ser humano, frágil y
frecuentemente angustiado, que vive el duro trance de
una enfermedad que afecta hondamente su ser personal.
Otra fecha importante en el desarrollo de la bioética
es el año 1 973 cuando tiene lugar en Estados Unidos la
8 Citado por Gafo, Op. cit., 13.
39
aprobación de la Carta de los Derechos de los Enfermos,
que encuentra una pronta difusión en muchos países. Este
paso es extraordinariamente trascendente porque significa
el surgimiento de un nuevo marco para encuadrar las re
laciones entre los profesionales de la salud y los enfermos.
Hasta entonces esta relación venía regulada por los llama
dos códigos deontológicos inspirados en el juramento de
Hipócrates, en el que se delineaba una imagen del enfer
mos como aquella persona que se pone confiadamente en
manos del médico, porque éste es el que tiene la sabidu
ría, las capacidades técnicas y las exigencias éticas que
ayudarían al paciente para devolverle la salud. Pero se
olvidaba algo tan sustancial como el reconocimiento de
unos derechos del paciente que deben ser respetados por
parte del profesional de la salud. Al mismo tiempo que no
se subrayaba la existencia de una autonomía, de una ca
pacidad de decisión en el enfermo, que debía ser conside
rada en primer plano y que el paciente no perdía por el
hecho de incurrir en la enfermedad. Surge así un nuevo
marco de relación médico-enfermo que va a informar
totalmente el desarrollo de Ja incipiente bioética y que la
va a marcar desde sus mismos albores.
Por otra parte, debemos entender que el plantea
miento ético actual sobre la vida humana ha de realizarse
teniendo en cuenta dos aspectos fundamentales, que con
figuran la situación actual de la biomedicina y que consti
tuyen el encuadre adecuado para el discurso filosófico
moral sobre los temas de la vida. La bioética -señala
Marciano Vldal-9 no puede ser formulada de espaldas a
9 Vidal Marciano, Moral de Ja persona y bioética teológica (Moral de
actitudes 11-la. Parte), PS, Madrid, 1991, 299.
40
la realidad. La repetición cuasi-mecanica de fórmulas y
soluciones de otros tiempos no es la postura adecuada
ante los nuevos planteamientos de Jos problemas.
Teniendo en cuenta lo anterior la nueva situación
biomédica exige que tomemos en cuenta Jos dos factores
siguientes:
a) Los progresos de la ciencia en el campo biológico.
La bioética se encuentra cuestionada de forma per
manente por Jos avances científicos en el campo de Ja
biología. A veces se pide al moralista que improvise una
valoración moral al hilo de una información, más o menos
seria, sobre nuevos descubrimientos científicos. Pues es
un hecho que hay un rezago en la moral frente al vertigi
noso avance de la ciencia y de la técnica. Cuando lo más
deseable sería que al desarrollo científico correspondiera
igual desarrol Jo moral.
El factor decisivo en la rápida configuración de la
bioética consiste en los también rápidos avances de las
ciencias biológicas y médicas. Estos procesos originan
serios interrogantes cuando son aplicados al ser humano
en la práctica médica. Piénsese, por ejemplo, en las si
guientes posibilidades:
- La ingeniería genética, aplicada a la biología
humana, con la orientación no sólo de solucionar enfer
medades genéticas sino también, aunque sea de modo
hipotético, de manipular la especie humana, por ejemplo,
la clonación.
41
- Las técnicas de reproducción humana: la insemi
nación artificial, con el concomitante almacenamiento,
clasificación y distribución de semen humano; la fecunda
ción artificial, con la implantación de embriones en el
útero propio o en el alquilado, y la congelación y manipu
lación de embriones humanos.
- Las nuevas fronteras en el trasplante de órganos
(corazón, cerebro) y en las investigaciones sobre los esta
dos intersexuales y sobre la transexualidad.
- Los procesos técnicos en la práctica de la reani
mación (problema de la eutanasia y de la distanasia), en
la diagnosis prenatal (aborto eugenésico), en la esteriliza
ción y en la contracepción.
Nos encontramos, como es evidente, ante una autén
tica "revolución biológica". La nueva situación lanza un
verdadero reto a la humanidad. Este reto puede ser ex
presado con la pregunta siguiente: ¿todo lo que se puede
(técnicamente) hacer "se debe" éticamente hacer? Se trata,
en todo caso, de la eterna pregunta sobre la relación entre
"técnica" y "ética", entre "ciencia" y "conciencia".
b) Los cambios en el concepto de la salud y de la
práctica médica.
Hace algunos años Laín Entralgo resumía en cuatro
rasgos la situación de la medicina. "La medicina de hoy es
actual por la obra conjunta -y a veces conflictiva- de
cuatro rasgos o notas principales:
42
1.- Su extrema tecnificación instrumental y una pecu
liar actitud del médico ante ella.
2.- La creciente colectivización de la asistencia mé
dica en todos los países del mundo.
3.- La personalización del enfermo en cuanto tal y,
como consecuencia, la resuelta penetración de la noción
de persona en el cuerpo de la patología científica.
4.- La prevención de la enfermedad, la promoción de
la salud y el problema de si es técnicamente posible una
mejora de la naturaleza humana".1º
La práctica médica actual es algo que hemos de to
mar muy en cuenta, puesto que están emergiendo sensibi
lidades y valores que han de tener explicación en las con
sideraciones éticas y en los ordenamientos jurídicos: la
autonomía del enfermo, el respeto a su libertad, los dere
chos del paciente (derecho a rechazar el tratamiento,
compensación por la deficiente asistencia médica, dere
cho del enfermo a ser informado sobre las historias clíni
cas). Ante la creciente deshumanización de la medicina
surge el anhelo visceral y la búsqueda razonada por una
práctica médica al servicio del hombre.
Por otra parte, la dimensión social de la medicina
origina nuevas posibilidades y nuevas ambigüedades. La
ética, por su parte, se siente interpelada por varios frentes:
la fijación de las necesidades y de las prioridades sanita
rias, que no puede ser confiada exclusivamente a médicos
y políticos sino que requiere los diversos sistemas de sa
lud, cuyos criterios inspirativos y cuyas opciones operati-
10
Cfr. Entralgo Laín Pedro, Teoría y realidad del otro. Alianza
Universidad, Madrid, 1983, 353-354.
43
vas han de ser sometidas a la interpelación moral; la de
nuncia del espíritu consumista en el área de la salud, que
se traduce en la creación de necesidades artificiales y en
el uso indiscriminado de medicaciones innecesarias y has
ta nocivas.
El concepto de salud ha adquirido una extensión no
table. Implica no sólo la idea de bienestar, sino también la
realidad de la calidad de vida, así como la realización
integral de la persona. La promoción de la salud impone
tareas nuevas: alimentación, higiene, planificación fami
liar, medio ambiente. Por lo tanto, las interferencias de
unas áreas con otras exige el análisis valorativo y la con
comitante reflexión ética.
La situación actual de los valores.
Si hemos dicho que la Bioética ha de estudiar su ob
jeto a la luz de los valores y de los principios morales, hoy
tristemente señala Aranguren 11 que el problema moral
contemporáneo es "el vacío moral", el sentimiento de la
pérdida de los valores que ceden en su fuerza ética para
ser vividos sólo sociológicamente. Que, en palabras de
Lipovetsky, es la "era del vacío", o el "imperio de lo efí
mero". "¿Queda algo que, al menos parcialmente, no sea
regido por la moda cuando lo efímero invade el universo
de los objetos, de la cultura y del pensamiento discursivo,
y mientras el principio de la seducción reorganiza a fondo
11 Aranguren José L., Lo que sabemos de moral. Ed. Del Toro, Madrid,
1973.
44
el entorno cotidiano, la información y la escena políti
ca?"12.
Hoy vivimos con el mito del progreso. Modernizarse
es sinónimo de crecimiento tecnológico y económico.
Pero la pregunta clave es que si tal crecimiento, impres
cindible sin lugar a duda, significa progreso en el sentido
más pleno del término: progreso ético, progreso humano.
En consecuencia ¿las sociedades tecnológica y económi
camente avanzadas, ricas, han conseguido humanizarse
más que las subdesarrolladas? La respuesta evidente es
que no.
Tal progreso es insuficiente. El mundo que hemos
hecho no acaba de gustarnos. Algo hemos hecho mal o no
hemos hecho lo que deberíamos hacer que nos provoca
malestar e insatisfacción.
Hoy la ciencia se preocupa de la causa final: que el
invento, el producto obtenido, funcione, que sirva para lo
que fue hecho. No hay la preocupación por la repercusión
y trascendencia en la vida moral. Esto es, el objetivo de la
técnica es sólo facilitar el vivir, sin advertir que también
puede terminar con la vida (eutanasia).
Hoy el progreso técnico y material debería ser una
condición del progreso moral y humano. Pero, a lo sumo,
-indica Victoria Camps-13 puede verse como una condi-
12 Lipovetsky Gilles, El imperio de lo efímero, Anagrama, Barcelona,
1996, 175.
13 Cfr. Camps Victoria, El malestar de la vida pública, Grijalbo,
Barcelona, 1996, 79.
45
ción necesaria pero no suficiente. Pues la experiencia nos
enseña que los países con mayor calidad de vida no son
precisamente un ejemplo de humanidad o de justicia.
Hoy vivimos con una mentalidad stándard que, en
palabras de Marcuse, se traduce como "unidimensional":
una mentalidad que valora, sobre todo, la eficacia, la es
pecialización, lo verificable.
La misma autora, antes citada, afirma que si la técni
ca ha de estar al servicio de la humanidad, el sentido de la
humanidad debería quedar inscrito en todos nuestros in
ventos técnicos.14
Podemos decir con Tolstoi que la ciencia no tiene
sentido porque no tiene respuesta para las únicas cuestio
nes que nos importan: las que nos dirían qué debemos
hacer y cómo debemos vivir.
En este ambiente oscuro y confuso ¡qué hacer para
progresar humanamente sin renunciar a la moderniza
ción? Más conocimiento y más esfuerzo. Dar más valor al
conocimiento inútil (sabiduría) y dar más valor al esfuerzo
que carece de resultados inmediatos. Debemos tener cri
terios sobre los valores que hay que conservar, pase lo
que pase. Entre ellos, el valor de la dignidad humana, de
la vida, de la salud, y otros más.
Pero, a todo esto, ¿cuáles son los criterios para pro
gresar humanamente? Parece que es fundamental: pensar
en los otros y en el futuro.
14 ldem, 80.
46
Para pensar en el otro sea un hecho, hay que recupe
rar los valores de que habla Havel15: "Los valores tradicio
nales de la civilización occidental, como la democracia,
los derechos humanos, la libertad individual, el sentido de
responsabilidad ante el mundo, la conciencia de que la
libertad se ve continuamente amenazada, la justicia, la
honradez, la responsabilidad para consigo mismo y para
los demás ... son valores morales que tienen, por tanto, un
sentido metafísico".
Pero tal parece que tener conciencia de esto ha pa
sado de moda, ha desaparecido del mundo actual. Hoy se
habla indistintamente de crisis de valores, de trasmutación
de valores, de tergiversación de los valores, queriendo
expresar con ello simplemente que los valores están au
sentes de nuestra sociedad.
Escribe Bilbeny: es raro en que no ha habido una u
otra crisis de valores. Lo normal, y hasta deseable, en la
ética, es que todos sus conceptos sean percibidos como
situados al borde de la crisis, a fin de contrastar su vigen
cia y apurar su sentido. Por lo pronto, nuestra época se
caracteriza, frente a los valores, por hacer consciente y
entonar el diagnóstico de su "crisis" y hacer extensible
esta impresión al conjunto indiscriminado de todos ellos.
Es una "crisis de valores" en el pleno sentido de la pala
bra: exhaustiva hasta la idea de sí misma, y así con un
motivo más para su perduración.16
15 Citado por Victoria Camps, Op. cit. 86.
16 Bilbeny Norbert, La revolución en la ética, Anagrama, Barcelona,
1977, 36.
I!
47
11
'
I'
Podría pensarse que la crisis de valores se evidencia
como una contrastación entre lo antiguo y lo nuevo. Co
mo si lo vivido en épocas anteriores ya no tuviera cabida
en el momento presente. Pero hay que entender, y soste
ner , que hay valores que no obstante que el tiempo pase
debemos seguir viviendo y respetando. La vida no pierde
valor por el hecho de que se den homicidios a diestra y
siniestra. De igual manera, el ser humano en su totalidad
no disminuye en su dignidad por el hecho de que se le
explote, no se le atienda en su enfermedad y se le deje
morir o en forma consciente se le prive de la vida. El ser
humano es un valor en sí y por sí mismo por el hecho de
ser persona, ontológicamente hablando, y más todavía, si
vemos en él a un hijo de Dios.
Estos valores son morales, en cuanto que son exi
gencias de la propia naturaleza, delimitados y sostenidos
por la propia dignidad, a la que tanto el Derecho como el
Poder político, la Medicina y, en general, todo ser huma
no, no importa quién sea y de qué poder goce, ha de res
petar porque, además, son sagrados y por lo mismo into
cables.
Del respeto absoluto a la vida humana, por ejemplo,
nadie puede razonablemente dispensarse sin incurrir en
deshonestidad ética o moral sin más. Este principio y valor ·
ético brota inmediatamente de nuestra condición humana,
anterior a las creencias y a la cultura. Uno puede tener
razones subjetivas suficientes, por ejemplo, -señala Nice
to Blázquez-17 para no creer en Dios y dispensarse de
17 Cfr. Blázquez Niceto, Bioética fundamental, BAC, Madrid, 1996,
164.
48
determinadas prácticas religiosas. Pero nunca para destruir
con conciencia y libertad la vida de ningún ser humano
alegando creencias religiosas, tradiciones culturales, cos
tumbres o ideologías.
No obstante, y a pesar de este panorama axiológico
tan oscuro, podemos decir con Bilbeny, que la "crisis de
valores" no es la señal de ningún tiempo de carestía ni de
perversidad. Porque si toda la crisis de la moral se resume
en la "crisis de valores" no hay que preocuparse en ex
tremo por el futuro de la moral. Puesto que lo que 1 lama
mos "valores" no puede desaparecer del todo si no se
aniquilan a la vez las estructuras psicosomáticas del indi
viduo que alientan estos valores y les otorga una función
imprescindible.18
En relación con lo anterior, podemos afirmar que
más que una obra de la cultura, los valores son un reque
rimiento de la propia naturaleza humana, que no es, ni
mucho menos, indiferente a ellos. Pero al mismo tiempo,
sin contradecirnos, podemos afirmar que la cultura necesi
ta valores.
El autor que estamos siguiendo en este problema se
ñala, desde mi punto de vista, algo muy interesante al
mismo tiempo que cierto. No es tanto la crisis de los valo
res lo que amenaza a la ética, sino la "crisis de las nor
mas". Con los valores, el elemento material de la ética,
puede sobrevivir una moral aunque sea heterónoma a
sujeta a principios externos al juicio moral: los valores de
la sociedad, la religión o, presuntamente, la naturaleza,
pero sin las normas, el elemento dispuesto por el inicio
'" Cfr. La revolución . 39.
..
49
para deliberar sobre los valores y establecer entre ellos
una jerarquía, ninguna moral puede llegar a concebirse
como autónoma y constituir propiamente una ética. Es
sobre todo la moral autónoma la que está en juego en una
situación, como la nuestra, de crisis de las normas, mucho
más que de los valores.19 Los valores están ahí, pero las
normas que tendrían que recogerlos parecen llegar cada
vez más tarde que los hechos y con menos probabilidades
de ganarles la delantera.
El otro requisito para poder aspirar al progreso es
pensar en el futuro. Para lograr esto es necesario superar
el atractivo de lo inmediato,. Nuestro tiempo sólo ve el
presente más cercano y desprecia los problemas cuya so
lución es lenta y a largo plazo. Debemos fijarnos metas,
tener ciertas expectativas que quizá sean a largo plazo,
pero el hombre de hoy no tiene tiempo y el tiempo acaba
por matarlo.
A modo de conclusión.
Después de lo dicho podemos concluir que debe
mos tomar y concebir la Bioética como /a ética de fa vida,
y sobre todo de la vida humana. Y debemos sostener a
esta ciencia como el marco de reflexión interdisciplinar
en torno a los desafíos morales que plantean los progresos
en el terreno de las nuevas técnicas biomédicas en conti
nuo desarrollo. Al mismo tiempo como la voz de reclamo
que convoca a especialistas de disciplinas diversas para
19 Op. cit., 40.
50
discutir el uso y la aplicación de esas técnicas revolucio
narias.
Pero si la Bioética pretende independizarse de la éti
ca y por supuesto de un referente religioso, a ella· corres
pondería dictar las normas y reglas reclamadas por la so
ciedad para permitir o limitar la manipulación técnica del
mundo viviente y de la naturaleza en general sometida a
los poderes fácticos del hombre. Así de claro: la ética es
suplantada por la Bioética y el derecho por el bioderecho.
Al bioderecho correspondería ocuparse de la justicia,
referida al hombre y a la totalidad de la biosfera por igual,
fijando la normativa a seguir en la aplicación de la mo
derna biotecnología a escala internacional. La Bioética
tendría que superar a la ética clásica abarcando todos los
aspectos de la vida humana y de su entorno natural. Cosa
inevitable desde el momento en que todos los seres vi
vientes son susceptibles de ser tratados tecnológicamente
por igual.
Sin embargo, podemos decir que aunque la libertad
de investigación es un derecho básico que también debe
aplicarse a la ingeniería genética, esto no significa la au
sencia de límites.
Los valores y derechos protegidos en nuestro orde
namiento jurídico no sólo pueden limitar la investigación
en determinadas circunstancias, sino que deben hacerlo.
Cuando el hombre mismo aparece como objeto de las
ciencias naturales, surgen cuestiones éticas, ya que el ob
jeto tratado con el método fundamentado por las ciencias
naturales es, a su vez, un sujeto, una persona. (Por ejem
plo, piénsese en la clonación).
51
Por lo tanto, el hombre y su dignidad, y el respeto
que conlleva, ponen un límite a la investigación desde el
punto de vista ético.
Otro límite a la libertad de investigación lo marca el
derecho de las personas a la autodeterminación y la con
sideración de que el hombre es un fin en sí mismo y no
un medio para lograr algún propósito. Este principio bási
co, reconocido por nuestras leyes, prohíbe que un ser
humano se encuentre a disposición de los demás.
Surge entonces la cuestión filosófica fundamental
-afirma Niceto Blázquez-20 sobre si la bioética y el bio
derecho han de partir de la persona como piedra angular
del nuevo edificio moral o, por el contrario, se ha de par
tir de la dignidad de la vida entendida ésta de todo el sis
tema ecológico, es decir, en sentido homogéneo y unívo
co como si entre la vida del hombre y la del resto de los
vivientes no hubiera ninguna diferencia sustancial.
A esto respondemos diciendo que tanto la bioética
como el bioderecho deben partir de la vida inviolable e
insustituible de la persona, extensible a toda la naturaleza
viviente, y teniendo siempre presente la necesidad de
apoyar la primacía de la persona y de su dignidad como
piedra angular de la nueva ética llamada bioética.
Por último, estamos de acuerdo con Marta Francapa
ni, Alberto Bochatey y otros autores, en considerar que la
relevancia particular de los bienes jurídicos que aquí están
en juego, dignidad, libertad, integridad, así como su ínti
ma vinculación con valores esenciales del ser humano,
como el respeto a su decisión, legitima las restricciones a
2° Cfr. op. cit., 151
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la libertad de investigación. La ausencia total de normas
éticas y legales, delegando exclusivamente en manos de
los científicos los límites que se autoimpongan, vale decir,
la autorregulación, es impensable en el estado actual de la
evolución de la investigación científica y tecnológica21
21
Cfr. AA. VV. Bioética (sus instituciones), Lumen, Buenos Aires,
1999, 373.
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