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El capítulo de Sofía Calvente ofrece una introducción a las 'Meditaciones metafísicas' de René Descartes, enfocándose en su relación con el escepticismo y la búsqueda de un conocimiento indudable. Descartes utiliza la duda como método para cuestionar las creencias adquiridas y establecer certezas, diferenciando entre conocimiento cierto y probable. Se argumenta que el conocimiento, según Descartes, debe ser claro y evidente, alcanzado a través de la intuición y la razón, en lugar de los sentidos.

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El capítulo de Sofía Calvente ofrece una introducción a las 'Meditaciones metafísicas' de René Descartes, enfocándose en su relación con el escepticismo y la búsqueda de un conocimiento indudable. Descartes utiliza la duda como método para cuestionar las creencias adquiridas y establecer certezas, diferenciando entre conocimiento cierto y probable. Se argumenta que el conocimiento, según Descartes, debe ser claro y evidente, alcanzado a través de la intuición y la razón, en lugar de los sentidos.

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Calvente, Sofía

Para comenzar a meditar con


René Descartes

EN: S. Manzo (Coord.). (2022). Filósofas y filósofos de la


modernidad : nuevas perspectivas y materiales para el estudio.
La Plata : Universidad Nacional de La Plata ; EDULP. pp. 101-109

Calvente, S. (2022). Para comenzar a meditar con René Descartes. EN: S. Manzo (Coord.).
Filósofas y filósofos de la modernidad : nuevas perspectivas y materiales para el estudio. La
Plata : Universidad Nacional de La Plata ; EDULP. pp. 101-109. En Memoria Académica.
Disponible en: https://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/libros/pm.5405/pm.5405.pdf

Información adicional en www.memoria.fahce.unlp.edu.ar

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CAPÍTULO 7
Para comenzar a meditar con René Descartes
Sofía Calvente

Este texto está pensado como acompañamiento a la lectura de las Meditaciones metafísicas
(1641), sobre todo de la primera y la segunda. Presupone que se ha hecho una primera aproxi-
mación al texto. Vamos a desarrollar algunos temas que van a ser de utilidad para comprender
con mayor profundidad los argumentos que Descartes plantea en esas páginas: cuál es su rela-
ción con el escepticismo, qué es lo que entiende por conocimiento, cuál es la primera certeza a
la que llega —es decir el pienso, existo—, qué es el dualismo sustancial y de qué manera puede
conocerse la sustancia extensa mediante el argumento de la cera.

Descartes y el escepticismo

Hoy en día solemos asociar el término escepticismo con una actitud incrédula o negativa. Sin
embargo, el escepticismo es una escuela filosófica que surgió en la antigüedad (período que
abarca hasta el siglo V después de Cristo) y que luego reapareció con fuerza en la modernidad
(siglos XVII-XVIII). Podemos decir a grandes rasgos que en las Meditaciones metafísicas René
Descartes (1596 -1650) se vale del escepticismo como herramienta para llegar a la certeza, es
decir, a un tipo de conocimiento indudable.
¿Qué entendemos por escepticismo? En líneas generales, podemos distinguir entre un sen-
tido amplio y un sentido restringido del término. El escepticismo entendido ampliamente supone
una actitud de duda o desconfianza respecto del conocimiento que podemos alcanzar por medio
de los sentidos o de la razón. Con ello, se busca señalar que es imposible conocer las cosas tal
como son porque se considera que nuestras facultades cognoscitivas (es decir, nuestros senti-
dos y nuestra razón) son imperfectas y no nos muestran el mundo tal cual es. En sentido estricto,
se refiere a las escuelas pirrónica y académica que tienen su origen en la antigua Grecia, cuyos
principales pensadores fueron Pirrón de Elis (360 – 270 antes de Cristo, aproximadamente) y
Sexto Empírico (160 – 210 después de Cristo, aproximadamente), por parte de los pirrónicos; y
Arcesilao (315 – 241 antes de Cristo, aproximadamente) y Carnéades (213-129 antes de Cristo,
aproximadamente) por parte de los académicos. Estas posturas también atacan la pretensión de
alcanzar un conocimiento indudable tanto por medio de la razón como de los sentidos, al igual
que el escepticismo en sentido amplio, pero tienen ciertas particularidades. El academicismo

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considera que no es posible alcanzar la verdad porque no tenemos un modo eficaz de reconocer
cuándo estamos ante un caso de verdad y cuándo ante uno de falsedad, y por lo tanto plantea
que solo podemos conocer algo con mayor o menor probabilidad. A diferencia de los académicos,
los seguidores de Pirrón no afirman que no pueden llegar a conocer la verdad; su actitud consiste
en no decir nada al respecto y seguir investigando (Sexto Empírico, 1989, p. 5). Esta actitud se
comprende mejor si tenemos en cuenta que el pirronismo se opone a la actitud dogmática, que
es la de aquellos que afirman que pueden alcanzar un conocimiento incuestionable, indudable.
Los pirrónicos consideran que a cada afirmación dogmática que hagamos es posible oponerle
otra u otras igualmente creíbles. Por ejemplo, si un dogmático sostiene que la mente es un pro-
ducto de las operaciones del cerebro, un pirrónico considera que es igualmente plausible afirmar
que la mente no es un producto de las operaciones del cerebro, porque pueden ofrecerse buenas
razones para apoyar tanto la primera como la segunda afirmación. De esta manera, llegamos a
un punto de equivalencia entre ambas afirmaciones la cual nos lleva a suspender el juicio, porque
nos resulta imposible decidir cuál es superior, es decir, cuál es verdadera y cuál falsa, como
pretende el dogmático. La suspensión del juicio conduce al pirrónico a un estado de imperturba-
bilidad o tranquilidad mental, porque logra aquietar el vaivén mental que produce la imposibilidad
de decidir a cuál afirmación adherir.
No hay una conexión directa entre el escepticismo antiguo y el que adoptaron les filósofes
modernes. Si bien ambos tipos de escepticismo desempeñaron un rol de oposición frente a
posturas dogmáticas, en la modernidad el propósito de esta confrontación no era alcanza r un
estado de imperturbabilidad o tranquilidad mental como en la antigüedad. Tanto Descartes
como otres filósofes de su época caracterizaban al escéptico como aquel que expresaba dudas
constantes sobre todo tema. Esto se debe a que se creían obligades a probar cuál es la capa-
cidad de conocimiento que tiene la razón humana como paso previo para desarrollar sus pro-
pias propuestas filosóficas.
Los manuscritos de Sexto Empírico, uno de los filósofos pirrónicos, se redescubrieron a
mediados del siglo XV, pocos años antes de la querella acerca de la regla de la fe. Esta
querella fue uno de los principales temas sobre los que giró la Reforma protestante de 1517
mediante la cual se produjo una profunda división en la Iglesia Católica y surgieron las igle-
sias protestantes. Tanto Martín Lutero (1483-1596) como Juan Calvino (1509-1564) discu-
tieron con la Iglesia Católica acerca de temas vinculados con la fe. Cuestionaron el criterio
de autoridad del Papa y los concilios de la Iglesia, que eran las únicas voces autoriz adas
para ofrecer una interpretación de la Biblia. En su lugar, planteaban que cada creyente tenía
capacidad suficiente para interpretar la Biblia sin necesidad de que nadie le dijera lo que
tenía que creer, debido a que todes, en tanto fuimos creades por el mismo dios, tenemos la
misma luz o capacidad natural para comprenderla. Las propias convicciones son lo único
que nos puede llevar a justificar la aceptación de una opinión religiosa.
Esta actitud fue el punto de partida de una querella acerca de la necesidad de contar con
una justificación adecuada para las verdades infalibles de la religión. Les que profesaban la
fe católica reaccionaron contra les protestantes mostrándoles que el criterio que proponían,

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basado en la subjetividad de cada creyente, llevaba a un completo escepticismo acerca de


las verdades religiosas.
La edición de los textos de Sexto Empírico en 1562 ayudó a que esta querella religiosa se
convirtiera en una disputa acerca del conocimiento, porque puso de manifiesto la cuestión de
cómo justificar el fundamento del conocimiento en general, más allá del de las verdades de reli-
gión (Popkin, 2003, p. 3). Encontramos ecos de esta discusión en los primeros párrafos de las
Meditaciones metafísicas, donde Descartes se pregunta por el fundamento de las creencias u
opiniones que aceptó desde chico sin cuestionar 33. Como no es posible revisar una por una esas
opiniones y creencias, se propone revisar las fuentes de las que provienen. Identifica dos fuentes:
los sentidos y la razón34. Para llevar a cabo esa revisión emplea la duda como herramienta, lo
que significa rechazar toda aquella creencia respecto de la cual encontrase el más mínimo motivo
de duda. Entonces, va a considerar como falsas todas aquellas creencias u opiniones que sean
dudosas o probables. La duda se convierte en una herramienta o método porque por medio de
ella busca encontrar alguna creencia u opinión respecto de la cual no se pueda dudar, alguna
afirmación que pueda resistir la duda. Uno de los argumentos más extremos que inventa Des-
cartes es el del genio maligno, que consiste en proponer que existe un ser muy poderoso que
emplea todas sus energías en engañarlo constantemente, de manera que todo lo que cree co-
nocer acerca del mundo son solo ilusiones y ensueños. Pone al genio maligno como interlocutor
u oponente para ver si en esas condiciones puede encontrar igualmente alguna creencia que
pueda resistir toda duda y engaño35.

¿Qué es el conocimiento para Descartes?

Acabamos de señalar que Descartes usa la duda como herramienta para evaluar la confiabi-
lidad de las fuentes de conocimiento: los sentidos y la razón. Sin embargo, no podemos consi-
derar a Descartes como un filósofo propiamente escéptico, ya que si lo fuera, no pretendería
encontrar una afirmación indudable. Como mencionamos recién, considera lo probable como
falso, a diferencia de los académicos, y no suspende el juicio, a diferencia de los pirrónicos,
porque cree que es posible llegar a la certeza. El escepticismo que asume en las Meditaciones
metafísicas es entonces un recurso argumentativo temporario, exagerado, para descubrir aquello
de lo que no se puede dudar. Un escéptico pirrónico se limita a seguir investigando, su objetivo

33
Muchas de esas creencias u opiniones las recibió en sus años de formación en el colegio de La Flèche, una institución
perteneciente a la orden religiosa de la Compañía de Jesús. Los jesuitas fueron importantes promotores de la Tardo-
Escolástica y promovieron una renovación educativa dentro de un marco general filosófico-teológica tomista. También
se interesaron por los avances científicos de su tiempo.
34
Véase las entradas mente, sensación y razón en el Glosario.
35
Acerca del genio maligno en general y de su rol en la primera meditación metafísica, véase el capítulo 8 de este libro.

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no es establecer “algo firme y constante en las ciencias,” que es lo que busca Descartes (1980
[1641], 216/AT IX, p. 13), porque no cree que sea posible tal cosa. Descartes usa el escepticismo
hasta encontrar algo que resiste la duda y luego lo abandona; por lo tanto, cree haber derrotado
al escepticismo a partir de la segunda meditación, cuando encuentra la primera certeza, como
veremos en el próximo apartado.
Ahora tenemos que ocuparnos de determinar cuáles de las creencias que Descartes revisa
podrían ser aptas para superar la prueba de la duda, es decir, a cuáles podría caberles el título
de conocimiento. Cuando hablamos de conocimiento en el marco de la filosofía de Descartes,
estamos refiriéndonos a la relación que entabla un sujeto de conocimiento con el objeto que
busca conocer. Ese objeto no es un objeto que está en el mundo, un objeto exterior, sino que es
un contenido mental. Por lo tanto, la relación que se da entre el sujeto y el objeto, la relación de
conocimiento, es una relación que se da al interior de la mente de quien conoce. Cuando conozco
el Sol, en verdad lo que conozco no es al Sol directamente sino a través de una idea, un contenido
mental que lo representa.
Descartes le atribuye dos características al conocimiento: es cierto y evidente. ¿Cómo debe-
mos entender estos términos? La certeza o conocimiento cierto debe entenderse como lo
opuesto a lo probable y a lo dudoso. Una afirmación probable es aquella en la que sostenemos
que estamos segures en cierta medida de que algo puede suceder. Por ejemplo, cuando en el
noticiero nos dicen que mañana hay un 80 por ciento de probabilidades de lluvia, no nos asegu-
ran que mañana lloverá, sino que es altamente probable que eso suceda. Hay muchos ámbitos
de conocimiento donde no podemos afirmar nada con cien por ciento de seguridad, como la
biología, la medicina, la sociología, la economía, la psicología, etc., porque nada impide que lo
contrario a lo que afirmamos pueda llegar a pasar. Eso es a lo que llamamos conocimiento pro-
bable. Pero la afirmación que Descartes busca para darle un nuevo fundamento a las ciencias
no es de tipo probable, sino que debe ser cien por ciento segura. Eso no significa que en otro
contexto o con otros fines, las afirmaciones probables no sean valiosas y útiles, pero en este
caso, debemos establecer algo firme y constante, y no algo que generalmente suele ser así, pero
puede ser de otro modo. Descartes considera que la certeza puede alcanzarse de manera intui-
tiva, es decir, de la manera más simple y directa, mediante el intelecto (y no mediante los senti-
dos). Intuir es aprehender algo directamente por medio del intelecto, sin dar una serie de pasos
que nos lleven a una conclusión, sino captarlo de una sola vez. Se refiere a un acto de la razón,
y no tiene que ver con un presentimiento o una corazonada. Podemos compararlo con la vista:
cuando nuestros ojos no tienen ninguna patología y las condiciones del ambiente son óptimas
(no hay niebla, ni sombra, ni obstáculos de otro tipo) podemos ver de manera simple y aproble-
mática lo que tenemos enfrente. Intuir una afirmación cierta sería el equivalente mental de ese
tipo de visión (Cottingham, 1995, pp. 47-48).
La segunda característica con la que Descartes se refiere al conocimiento es la evidencia. La
evidencia se refiere a lo que se muestra con claridad y distinción. Una afirmación clara es opuesta
a una oscura, es decir, a aquella que por algún motivo no puede comprenderse correctamente o
de manera completa. Una afirmación es clara cuando se muestra a una mente atenta, es decir a

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aquella mente que tiene un registro consciente de ella y que hace que no pase desapercibida.
La distinción, segunda característica que define lo evidente, debe entenderse como lo opuesto a
algo confuso, es decir que una afirmación es distinta cuando podemos reconocer con precisión
qué es lo que está indicando, sin confundirlo con otra cosa. Un objeto se conoce distintamente
cuando reconocemos sus partes por separado, la interconexión entre esas partes y su relación
de semejanza o diferencia con otros objetos. Por ejemplo, podemos afirmar que conocemos dis-
tintamente un pino cuando identificamos sus rasgos característicos y los distinguimos de otros
árboles como un roble, un abeto o un aguaribay.
A la luz de las características que Descartes le atribuye al conocimiento, nos damos cuenta
de que el fundamento firme y seguro que busca establecer en las ciencias debe estar conformado
por verdades simplicísimas y evidentes que se conocen intuitivamente. Una vez que contamos
con esas verdades simples y evidentes, podemos tomarlas como punto de partida para ir hacia
aquello que nos resulta desconocido, avanzando mediante la deducción, que es la concatenación
de ideas o proposiciones relacionadas entre sí de manera intuitiva. De esta manera podemos
conocer con certeza otras cosas además de las que conocemos mediante la intuición. Una vez
que contamos con un conjunto de proposiciones intuitivamente ciertas, podemos deducir de ellas
otras proposiciones formando una cadena de razonamiento. La conclusión a la que lleguemos
será cierta en la medida en que las proposiciones que constituyen los eslabones de esa cadena
se conecten entre sí intuitivamente. Así es posible establecer un cuerpo de conocimiento sólido
y bien fundamentado que puede ser considerado propiamente como ciencia.

Pienso, existo

La primera certeza que Descartes encuentra al comienzo de la Segunda Meditación es


“pienso, existo, lo que significa que mientras estoy pensando, yo existo es verdadero. Debemos
tener en cuenta que “yo existo” es una certeza que no es estática ni eterna, sino que es válida
siempre que la conciba en mi mente, es decir, en este momento, mientras la estoy pensando.
Esta afirmación cumple con el requisito que mencionamos recientemente: no requiere de una
serie de pasos para ser comprendida, sino que se conoce por medio de una intuición, que por
definición es simple, sin partes, sin premisas ni conclusiones. La comprensión de que es imposi-
ble estar pensando sin existir no es producto de un razonamiento deductivo tal como “Todo lo
que piensa existe; yo pienso; por lo tanto, yo existo”, sino que es algo que resulta obvio de inme-
diato, al momento de ponernos a pensar.
Para poder aceptar como verdadero pienso, existo tenemos que tener en claro previamente
una serie de cuestiones. Descartes se da cuenta de esa primera certeza, la intuye, cuando está
dudando. ¿Por qué? Porque dudar es un tipo de pensamiento, o en palabras de Descartes es un
modo del pensar. El genio maligno puede hacernos dudar de todo, pero si dudamos —es decir,
si pensamos— es porque existimos. La afirmación estoy pensando es indudable porque incluso
si dudo de ella —si dudo de que estoy pensando—, confirmo su verdad, ya que al dudar, pienso

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y mientras pienso, existo (Cottingham, 1995, pp. 65-6). No hay manera de que no sea cierta.
Esta indubitabilidad no funciona con otro tipo de afirmaciones, como por ejemplo camino, existo,
ya que puedo soñar que estoy caminando cuando en realidad no lo estoy, o puedo imaginar que
camino sin moverme del lugar. Así, camino, existo cae bajo la duda de lo que conocemos me-
diante los sentidos (para caminar, necesito del cuerpo, al cuerpo lo conozco mediante los senti-
dos, y el conocimiento que brindan los sentidos es dudoso) o la de la imposibilidad de distinguir
el sueño de la vigilia (podría estar soñando que camino cuando en realidad estoy en mi cama
durmiendo) (Descartes 1995 [1644], p. 26).
Entonces, pienso, existo es una primera certeza en el sentido de que para llegar a ella no
tenemos que aceptar premisas previas, es decir que no es producto de una deducción a
partir de certezas ya alcanzadas, sino que es un auténtico punto de partida, una certeza que
puede constituir el fundamento que Descartes está buscando. Además, es una certeza de
tipo existencial, es decir que ser refiere a aquello que verdadera y realmente existe. Sin
embargo, como acabamos de ver, al aceptar el pienso, existo hay cu estiones que se presu-
ponen: tenemos que entender antes qué es pensar, que dudar es una forma de pensamiento
y que para pensar necesitamos existir (Cottingham, 1995, pp. 70 -71). Estas cuestiones que
acabamos de mencionar no son puestas en tela de juicio, sino que forman parte del marco
general a partir del cual Descartes se pone a meditar. Si prestamos atención a lo que nos
dice al comienzo de la primera meditación, su propósito no es ofrecer un nuevo fundamento
para todo el conocimiento humano, sino para un tipo de conocimiento en particular que son
las ciencias, así que es perfectamente legítimo que dé por sentadas algunas cuestiones bá-
sicas desde las cuales partir para cumplir su objetivo.

El dualismo sustancial

Otra de las cuestiones que tenemos que tener en cuenta para comprender el planteo de Des-
cartes es una postura que se conoce como dualismo sustancial. Esta postura es la que le permite
afirmar que existe por el solo hecho de pensar. Pensar, para Descartes, es una acción que puede
llevarse a cabo independientemente de tener cuerpo. Veámoslo con más detalle.
Dualismo es una palabra que remite al número dos y sustancial remite a la palabra sustancia,
que es un término muy importante en filosofía. La expresión dualismo sustancial significa, enton-
ces, que existen dos tipos de sustancia. En palabras de Descartes (quien retoma, a su vez, una
larga tradición que podemos rastrear hasta la antigüedad), la sustancia es aquello que puede
existir de manera autónoma, que no necesita de ninguna otra cosa para existir, que no depende
de nada (Descartes 1995 [1644], p. 52) 36. Las sustancias se diferencian de las cualidades o

36
Descartes nos dice que, en rigor, la única sustancia es Dios ya que es el único que puede subsistir por sí solo. El resto
de las sustancias son creadas, es decir que, si Dios quisiera, podría aniquilarlas. Pero más allá de esta excepción, dentro
del mundo creado hay ciertas cosas que pueden existir de manera autónoma y otras que no.

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atributos, que son aquellas cosas que no pueden existir por sí mismas, sino que necesitan de las
sustancias para existir. Por ejemplo, el color rojo es un atributo o cualidad, ya que no existe por
sí solo, sino en otra cosa: una manzana roja, un globo rojo, etc. Lo rojo siempre tiene que darse
en algo, no tiene una existencia autónoma.
Descartes afirma que existen solo dos tipos de sustancia: la sustancia pensante y la sustancia
extensa. Es decir que todo lo que existe en el mundo es o bien extenso, o bien pensante, ya que
para Descartes estas sustancias no pueden mezclarse o combinarse, a excepción de la particular
unión que se da entre ambas en el ser humano37. Cada uno de estos tipos de sustancia tiene un
atributo principal que la caracteriza y que por eso mismo la distingue del otro tipo de sustancia.
El atributo principal de la sustancia extensa es la extensión tridimensional. Todo aquello que es
extenso tiene tres dimensiones: alto, ancho y profundidad; es decir que extenso no se refiere
solamente a aquello que es largo o extendido, como a veces decimos en el lenguaje cotidiano,
sino que alude a todo lo que tiene volumen. Además de este atributo principal, lo extenso puede
tener una forma, un peso, un movimiento38, un tamaño, un color, una textura, etc., determinados.
La sustancia extensa abarca todos los fenómenos naturales, todo lo que estudia la física. Es todo
aquello que puede explicarse en términos cuantitativos: que puede medirse o expresarse mate-
máticamente. En líneas generales, equivale a lo que hoy llamamos materia y sus distintas confi-
guraciones, que son los cuerpos en sentido amplio (no solo el cuerpo humano, sino todo aquello
que está delimitado por una figura, que está en un lugar y ocupa un espacio, por ejemplo, los
cuerpos orgánicos de los animales y los vegetales, también los planetas, las estrellas, e incluso
objetos tales como mesas, sillas, computadoras, autos, etc.)
El atributo principal de la sustancia pensante es el pensamiento. Como vimos antes, Descar-
tes menciona diversos modos del pensar, entre los que está dudar, pero también son modos del
pensar afirmar, negar, entender, querer, no querer, imaginar y sentir. Es lo que hoy llamaríamos
conciencia.39 Descartes sostiene que los fenómenos mentales no pueden describirse mediante
el lenguaje de la física, no pueden entenderse en términos de tamaño, forma y movimiento, por-
que el pensamiento no ocupa espacio y es indivisible, no tiene partes. Por lo tanto, no es cuan-
tificable, no puede medirse.
Es importante notar que los tipos de sustancia no solo son distintos para Descartes, sino que
tienen características opuestas: lo extenso es material, lo pensante es inmaterial, no ocupa es-
pacio; lo extenso es divisible, lo pensante es indivisible. Al considerar que tanto el pensamiento

37
Este es un tema altamente problemático en la filosofía de Descartes para el que remitimos al capítulo 9 de este libro.
38
Como se menciona en el capítulo 9, la sustancia extensa se mueve, pero ese movimiento no proviene de un principio
intrínseco, propio de la materia. Descartes considera que la materia o la extensión es inerte, es decir que es inactiva o
inmóvil. Por eso en la segunda meditación nos dice que puede ser movida, ya que el movimiento proviene desde afuera
y se genera por contacto, por impacto de una partícula de materia con otra. El origen del movimiento de la sustancia
extensa es Dios, quien le imprimió cierta cantidad de movimiento a los cuerpos al momento de la creación. Luego, ese
movimiento se trasmite de un cuerpo a otro, de una partícula de materia a otra, cuando impactan o chocan entre sí.
39
Notarán que a lo largo de las Meditaciones metafísicas, Descartes habla de mente, alma y espíritu. Tómenlos como
sinónimos. El término alma o espíritu no tiene un sentido estrictamente religioso en estos textos, sino que equivale a la
mente o conciencia.

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como la extensión son tipos de sustancia, Descartes supone, además, que el pensamiento existe
de manera autónoma, independiente de la materia, y que la materia existe de manera autónoma
e independiente del pensamiento. Es decir que el pensamiento, la mente o la conciencia no ne-
cesitan del cuerpo para existir: el pensamiento es algo diferente y separado de lo corporal. Más
aún, puedo pensar sin necesidad de contar con un cerebro, porque los procesos mentales no
dependen de procesos corporales, sino que son autónomos.40
Por lo tanto, cuando Descartes afirma yo pienso, yo existo, está afirmando solo la existencia
de una sustancia pensante, ya que el pensar no depende de lo extenso, de lo corporal. Puedo
dudar de si tengo o no un cuerpo, pero no puedo dudar de que yo, en tanto mente o conciencia,
existo (Cottingham, 1998, pp. 29-30). La existencia de mi conciencia es absolutamente induda-
ble, mientras que la existencia de mi cuerpo, no, porque cae bajo la duda de los sentidos. 41 Este
es entonces el primer conocimiento, cierto y evidente al que Descartes llega después de haber
puesto en duda todas sus creencias sobre la existencia de las cosas.

El argumento de la cera

A pesar de que Descartes sostiene que la existencia de su conciencia es lo único indudable,


sobre el final se la segunda meditación dice que, sin embargo, aún le parece que puede conocer
mejor las cosas corpóreas, extensas, que su propio pensamiento. Esto lo lleva a preguntarse de
qué manera conoce realmente la naturaleza de la extensión, y como veremos, finalmente, lo
llevará a concluir que contrariamente a ese parecer, lo que mejor conoce es su propia conciencia.
Más allá de que podamos conocer las cosas extensas de manera clara y distinta, o por el con-
trario, oscura y confusa, no podemos dudar de que nosotros, que estamos intentando conocer lo
que ese objeto extenso es, existimos.
Para explicar de qué manera conocemos las cosas corpóreas o extensas, Descartes emplea
el ejemplo de una cosa concreta, particular, como un trozo de cera. ¿Cómo podemos llegar a
conocer ese trozo de cera? Descartes revisa tres posibilidades: mediante los sentidos, mediante
la imaginación o mediante el intelecto. El trozo de cera 42 tiene cierto color amarillo, cierto perfume
a flores, cierta temperatura y cierta dureza. Todas estas cualidades o atributos de la cera son las
que percibo mediante los sentidos. Ahora bien, si acercamos el trozo de cera al fuego, notamos
que esos atributos cambian: el color se oscurece, el perfume a flores se desvanece, la tempera-
tura aumenta, y en lugar de ser duro, se convierte en un líquido. A pesar de que toda la

40
Este argumento tiene implicancias religiosas: al desintegrarse el cuerpo, el pensamiento no se desintegra con
él, no muere.
41
En la sexta meditación Descartes encuentra una forma de justificar el conocimiento de las cosas extensas, pero por
razones de espacio no vamos a explicarlo aquí. Sobre este tema, véase el capítulo 14 de este libro.
42
Se refiere a un trozo de cera de abejas.

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información que los sentidos nos ofrecían ha cambiado, estamos segures de que se trata de la
misma cera. Por lo tanto, no es mediante los sentidos que la conocemos.
Tampoco podemos afirmar que conocemos la cera mediante la imaginación. Descartes sos-
tiene que la imaginación depende en gran medida de los sentidos. Para imaginar algo, debe-
mos contar con elementos básicos que provienen de los sentidos y que luego la imaginación
puede recombinar o reconfigurar libremente. Por ejemplo, podemos imaginar una sirena, pero
para eso debemos haber visto previamente una mujer y un pez, y luego los combinamos me-
diante la imaginación. Respecto de la cera, Descartes dice que no somos capaces de imaginar
la infinita cantidad de cambios que podría sufrir la cera y seguir siendo la misma cera; ya que
la imaginación está limitada en sus posibilidades por aquello que alguna vez hemos percibido
a través de los sentidos.
La única alternativa que queda es el intelecto. El intelecto me permite darme cuenta de que
por más cambios que el trozo de cera atraviese, seguirá siendo una sustancia extensa, que ten-
drá cierta longitud, ancho y profundidad. Me permite acceder al trasfondo de los atributos o cua-
lidades de la cera, a lo que hace que siga siendo lo que es a pesar de los cambios, en definitiva,
a su realidad sustancial. Por eso, el intelecto es el único que me brinda un conocimiento genuino
tanto de la sustancia extensa como de la propia sustancia pensante.
Pero, además, como dijimos al comienzo de este apartado, como conclusión de este argu-
mento Descartes nos muestra que al momento de conocer la cera, no caben dudas de que yo,
que la estoy conociendo, existo. Más allá de que para conocer la cera usemos la vía de los
sentidos, de la imaginación o del intelecto, y de que logremos conocerla de manera cierta y evi-
dente o no, el acto mismo de conocer ya sea la cera como cualquier otra cosa, nos lleva a con-
firma la existencia de nuestro yo. Por lo tanto, nuestra propia naturaleza pensante es más fácil
de conocer que cualquier otra cosa exterior a nosotros.

Referencias

Fuentes primarias
Descartes, R. (1967) [1641]. Meditaciones metafísicas. En Obras escogidas (Trad. E. de Olaso
y T. Zwanck). Buenos Aires: Sudamericana.
Descartes, R. (1995) [1644]. Los principios de la filosofía (Trad. G. Quintás). Madrid: Alianza.
Sexto Empírico (1989). Esbozo del pirronismo Libro I. En Cuadernos de Filosofía y Letras
10(1-4) 5-48.

Fuentes secundarias
Cottingham, J. (1995). Descartes. México: Universidad Nacional Autónoma de México.
Cottingham, J. (1998). Descartes. Filosofía cartesiana de la mente. Santa Fé de Bogotá: Norma.
Popkin, R. (2003). The History of Scepticism from Savonarola to Bayle. New York: Oxford Uni-
versity Press.

FACULTAD HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN | UNLP 109

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