Capacidad jurídica
Usado como término por primera vez por el jurista alemán Antón Friedrich
Justus en 1803, la capacidad jurídica ha tenido una gran variedad de definiciones
realizadas por conocedores del Derecho en distintas épocas y en distintas partes del
mundo: en la doctrina clásica francesa, Braundy-Lacantinerie sostenía que la capacidad
jurídica es la aptitud para gozar o para ejercer un derecho, y que su defecto era la
denominada “incapacidad”. Demogue, en cambio, consideraba que la capacidad era la
actitud de poseer y ejercitar los derechos. En la actualidad, se la puede definir como el
grado de aptitud que el ordenamiento jurídico reconoce a las personas para ser titulares
de derechos y deberes jurídicos, y para el ejercicio de las facultades que emanan de esos
derechos o el cumplimiento de las obligaciones implicadas en aquellos deberes. Por el
avance de los instrumentos internacionales de derechos humanos, se determinó que la
capacidad jurídica es un atributo universal inherente a todo ser humano (Weidenslaufer
y Trufello, 2019).
La capacidad jurídica es fundamental ya que constituye la base para que una
persona sea reconocida como sujeto de derechos y obligaciones dentro de un
ordenamiento jurídico. Con ella, se garantiza que todo individuo pueda ser titular de
derechos (como el derecho a la educación, a la salud, entre otros), y asumir deberes
legales. Además, contar con capacidad jurídica permite a las personas actuar por sí
mismas sin autorización de terceros, situación vinculada con el derecho a la autonomía.
En el derecho sucesorio, la capacidad para suceder se refiere a la capacidad de
una persona para recibir una herencia o legado en el momento del fallecimiento del
causante. Se presume que todas las personas son capaces, y las incapaces son declaradas
por la ley. De acuerdo con el Código Civil, en el artículo 1004, serán capaces de suceder
todas las personas a quienes la ley no haya declarado incapaces. Más adelante, en el
artículo 1463, se menciona que las personas absolutamente incapaces son: las personas
con trastornos mentales, los impúberes y las personas sordas que no puedan darse a
entender de manera verbal, por escrito o por lengua de señas. De igual forma, las
personas previamente mencionadas no pueden contraer obligaciones, ya que uno de los
requisitos para obligarse es ser legalmente capaz, como se indica en el artículo 1461.
Respecto a su incapacidad de adquirir obligaciones, esta limitación es realizada
por la ley porque esta presume que estas personas no tienen el juicio o entendimiento
suficientes para comprender las consecuencias económicas o legales de sus actos.
Permitir que un incapaz contraiga obligaciones libremente podría significar que caiga en
acuerdos injustos, que los pongan en desventaja o incluso en actividades fraudulentas.
La razón por las que estas personas no pueden suceder sin un tutor es debido a
su falta de idoneidad para ejercer actos jurídicos por sí mismos. La sucesión implica la
adquisición de un conjunto de derechos y obligaciones que requieren no solo de la
titularidad, sino también de la capacidad de comprender y aceptar de forma consciente
lo que se recibe, y cómo administrarlo correctamente. Por ejemplo, una persona sorda
que no pueda darse a entender de ninguna forma puede verse perjudicada si su deseo era
repudiar la herencia y, de todas formas, le es asignada una parte. Asimismo, un impúber
no tiene la madurez legal para administrar un patrimonio por sí solo. En el caso de una
persona con un trastorno mental, se considera que estas personas carecen de la aptitud
mental suficiente para comprender la naturaleza y consecuencias jurídicas de sus actos.
Declarar incapaces a estas personas es también una forma de protegerlos a ellos y al
patrimonio: al limitar su capacidad para realizar ciertos actos jurídicos sin la supervisión
que corresponde, se evita que tomen decisiones impulsivas o mal informadas que
puedan ponerlos en riesgo a ellos o a los bienes.
Además de los incapaces mencionados en el artículo 1463, en los artículos 1006
y 1007 se muestran incapacidades especiales, personas que no pueden acceder a la
sucesión. El 1006 indica que son incapaces de toda herencia o legado las cofradías,
gremios, o cualquier establecimiento que no sea una persona jurídica; en el inciso dos,
se muestra la excepción: “Pero si la asignación tuviere por objeto la fundación de una
nueva corporación o establecimiento, podrá solicitarse la aprobación legal, y obtenida
esta, valdrá la asignación”. En el artículo 1007, en cambio, se habla de personas
naturales. En los cuatro incisos del artículo, se establece que el eclesiástico que hubiera
confesado al causante durante la enfermedad que causó su muerte o habitualmente en
los dos últimos años anteriores al testamento, no podrá recibir herencia o legado alguno,
ni sus deudos por consanguinidad o afinidad hasta el tercer grado inclusive. En el
segundo inciso, asimismo se estipula que esta incapacidad comprenderá a las iglesias
parroquiales de que son sacerdotes los confesores, excepto la iglesia parroquial del
testador, a la cual sí se podrán realizar asignaciones, pese a que el testador se haya
confesado con el sacerdote de esta iglesia en específico. Aunque el sacerdote que
confesó al testador durante su última enfermedad (o sus parientes) no pueda recibir
herencia por testamento, sí podrán recibir la parte que les habría correspondido por
derecho si no existiera testamento, como se menciona en el tercer inciso. En esta
incapacidad especial incurrirán los ministros de otros cultos que hubieran prestado
asistencia espiritual al difunto.
En conclusión, la capacidad jurídica constituye un elemento primordial dentro
del Derecho, al ser este el punto de partida para que las personas sean reconocidas como
sujetos de derechos y obligaciones. Su evolución doctrinal ha permitido reafirmar su
carácter inherente y universal. En el ámbito del derecho sucesorio, la capacidad para
suceder es regulada por normas que no solo buscan garantizar la legalidad en la
transmisión patrimonial, sino también proteger a quienes, por determinadas condiciones,
no pueden ejercer plenamente sus derechos sin asistencia.
Bibliografía
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