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FILOSOFÍA MODERNA 1
TEMA 5. DESCARTES.
PANORAMA DE LA FILOSOFÍA MODERNA
El Renacimiento, cuyos orígenes se remontan, pues, al siglo XIV, se considera como el inicio de la
filosofía moderna. El pensamiento renacentista se desarrolló principalmente durante los siglos XV y
XVI, aunque se prolongó hasta los primeros años del siglo XVII. A pesar de que el valor filosófico del
humanismo renacentista sea objeto de discusión, este período parece significar al menos una clara
transición hacia la Modernidad. Junto con la constitución de la nueva ciencia (Copérnico, Brahe,
Kepler, y Galileo) y la Reforma protestante (Lutero, Calvino y Zwinglio), significa, por tanto, el inicio
del camino que recorrerá la filosofía a lo largo de la Edad Moderna. Además del retorno a las
corrientes filosóficas de la Antigüedad, el pensamiento renacentista destacó por sus aportaciones a
la filosofía de la naturaleza (Giordano Bruno, por ejemplo) y a la filosofía política (Maquiavelo,
Tomás Moro, Campanella y Hugo Grocio).
Después del Renacimiento, y notablemente influidas por la Revolución científica (culminada por
Newton), las dos corrientes filosóficas principales fueron el racionalismo (Descartes, Malebranche,
Spinoza y Leibniz) y el empirismo (Hobbes, Locke, Berkeley y Hume). Con ellas los problemas del
origen y los límites del conocimiento y la reflexión sobre el método adquieren especial relevancia.
Frente a la confianza del racionalismo en el poder de la razón para alcanzar un seguro conocimiento
metafísico a partir de las ideas innatas y según el método deductivo propio de la matemática, el
empirismo estableció la experiencia como origen y límite insuperable del conocimiento, lo cual
condujo a la defensa de un escepticismo moderado por parte de Hume.
Como consecuencia de la evolución de la ciencia y del desarrollo del pensamiento durante los siglos
XVI y XVII, en el siglo XVIII se consolidó la denominada Ilustración (Montesquieu, Voltaire, Diderot,
d’Alembert, y Rousseau). La Ilustración es un movimiento ideológico basado en la confianza en la
razón y en la crítica de toda ideología ajena a ella. El siglo XVIII se llama «Siglo de la Razón» o «Siglo
de las Luces», porque los filósofos pretendieron iluminar mediante la razón tanto los aspectos de la
realidad natural como los relativos a la vida social y política. Para ello fomentaron el espíritu crítico
frente la ignorancia, la tradición, los prejuicios, la superstición, la religión y toda autoridad sin
fundamento racional; asimismo, confiaron en el poder de la razón para lograr el progreso histórico
que condujese a la felicidad.
Además de su contribución al pensamiento ilustrado, el idealismo trascendental de Kant intentará
superar el antagonismo entre el racionalismo y el empirismo con su interpretación del conocimiento
como síntesis de la sensibilidad y el entendimiento. La conclusión de la crítica kantiana de la razón es
que, si bien la ciencia es posible, los grandes objetos de la metafísica racionalista son inaccesibles
para la razón teórica. Con ello Kant pretendió fundamentar la física newtoniana evitando el
escepticismo de Hume y determinar los límites del conocimiento de modo que la ciencia dejase sitio
tanto a la moral como a una fe racional. Así, en el ámbito de la ética, intenta una fundamentación
racional y no religiosa de la moral que se aleja del emotivismo de la corriente empirista,
manteniendo, sin embargo, la confianza en la razón propia de la Ilustración.
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Aunque la filosofía de Kant negaba la posibilidad de la metafísica como ciencia, provocó, sin
embargo, el resurgir del pensamiento especulativo en Alemania durante el primer tercio del siglo XIX
con el progresivo desarrollo del idealismo alemán (Fichte, Schelling y Hegel). A partir de la crítica de
la noción kantiana de nóumeno o cosa en sí, los idealistas alemanes afirmaron que lo Absoluto es el
Sujeto o Espíritu o Razón y, por ello, puede conocerse a sí mismo. Con ello intentaron superar la
finitud del conocimiento impuesta por Kant. No obstante, según algunos estudiosos, esta corriente
filosófica constituye ya el inicio de la filosofía contemporánea.
EL RENACIMIENTO Y LA REVOLUCIÓN CIENTÍFICA
1. El Renacimiento
El Renacimiento es una época histórica que, en general, abarca los siglos XV y XVI, si bien sus raíces
se encuentran en la crisis de la sociedad medieval que tuvo lugar en el siglo XIV. En el ámbito de la
política, se consolidaron las monarquías nacionales y la separación de los poderes papal y político.
En cuanto a la religión, el principal acontecimiento fue la Reforma protestante promovida por
Lutero, Calvino y Zwinglio, y la consiguiente pérdida de la unidad religiosa europea. Fueron también
muy relevantes los avances técnicos —entre los que destaca la invención de la imprenta— y los
importantísimos descubrimientos geográficos, como el descubrimiento de América por Colón.
Aunque el Renacimiento se caracteriza, en general, por adoptar una actitud antropocéntrica frente a
teocentrismo medieval, es un periodo durante el cual se dieron tendencias muy diversas, entre las
que destacan, aparte de las distintas corrientes escolásticas vigentes en las universidades y de la
notable figura de Nicolás de Cusa, el Humanismo, la filosofía política, la filosofía de la naturaleza, la
filosofía de la ciencia y, sobre todo, el nacimiento de la ciencia moderna.
El Humanismo renacentista se caracteriza por su admiración respecto de los autores clásicos
grecolatinos, estudiados en sus propias lenguas desde una perspectiva distinta a la medieval. De
hecho, durante esta época renacieron las distintas escuelas clásicas de la Antigüedad:
principalmente, el platonismo y el aristotelismo, pero también el escepticismo y el epicureísmo.
En la filosofía política renacentista se pueden distinguir distintas corrientes. Quizás el pensador más
interesante sea Maquiavelo, partidario de un realismo político que, en cierto modo, justifica la
independencia de la política respecto de la moral con el fin de garantizar el poder absoluto del
monarca. En el extremo opuesto, se encuentran las utopías políticas propuestas por Tomás Moro,
Francis Bacon y Campanella. En tercer lugar, no hay que olvidar la defensa de un derecho de gentes
o internacional por parte de Francisco de Vitoria, ni tampoco el iusnaturalismo de Hugo Grocio.
En el campo de la filosofía de la naturaleza, el principal pensador fue, sin duda alguna, Giordano
Bruno, partidario del panteísmo, el heliocentrismo, la infinitud del Universo y una concepción
orgánica de éste como una animal dotado de alma. Por otra parte, la reflexión filosófica de Francis
Bacon no tuvo como objeto la naturaleza, sino más bien el conocimiento de ella, esto es, la ciencia.
En este sentido, aunque no influyó directamente en el nacimiento de la ciencia moderna, fue un
claro precursor del empirismo moderno posterior por su defensa de la inducción a partir de la
experiencia sensible como método científico.
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2. La ciencia moderna
Durante el Renacimiento se desarrolló la ciencia moderna que alcanzó su plenitud en el siglo XVIII
con el triunfo de la física de Newton. En general, los principales rasgos de la ciencia moderna son la
adopción del heliocentrismo, el mecanicismo, el uso de las matemáticas.
Frente al geocentrismo de Ptolomeo, vigente durante toda la Edad Media, Nicolás Copérnico
defendió en el siglo XVI el heliocentrismo, lo que constituyó una auténtica revolución en el terreno
de la astronomía. Sin embargo, continúo aceptando que los astros han de moverse circularmente. En
este mismo siglo, Tycho Brahe realizó numerosas y detalladas observaciones que lo empujaron a
adoptar un sistema que combina el ptolemaico y el copernicano.
Apoyándose en las observaciones de Brahe, así como en la convicción de que la naturaleza posee un
armonioso orden matemático, Johannes Kepler presentó, ya al inicio del siglo XVII, un sistema
heliocéntrico en el que se unen neoplatonismo, pitagorismo y observación empírica. A su juicio, la
armonía del universo se manifiesta en tres leyes. Según la primera, los planetas se mueven siguiendo
trayectorias elípticas, uno de cuyos focos es el Sol. La segunda ley afirma que el movimiento de los
planetas no es uniforme, sino que varía de modo que el área recorrida por un rayo vector (es decir,
el que une un planeta y el Sol) es igual en intervalos de tiempo iguales. En cuanto a la tercera ley,
sostiene que los cuadrados del tiempo de las revoluciones de los planetas en torno al Sol son
proporcionales al cubo de sus distancias medias respecto del Sol (R3/T2= K). Así pues, esta ley
expresa la relación entre los planetas y, en general, la armonía celeste.
Galileo Galilei (1564-1642) fue un científico que combinó la investigación teórica basada en las
matemáticas y la observación empírica. Sus primeras observaciones telescópicas de la Luna — con el
telescopio construido por él mismo— reforzaron definitivamente el heliocentrismo y contribuyeron
a refutar la teoría aristotélica según la cual existe un mundo supralunar superior al sublunar.
Aplicando el método hipotético-deductivo y partiendo de la convicción fundamental de que las
matemáticas son el instrumento adecuado para comprender la naturaleza, sugirió —o al menos
estuvo a punto de hacerlo— el principio de inercia, que suponía la superación de las teorías del
movimiento antiguas y medievales. Asimismo, propuso el principio de relatividad del movimiento y
la ley de la caída los cuerpos. Por otra parte, distinguió entre las cualidades primarias u objetivas de
las cosas reales —que son aquellas que resultan mensurables o cuantificables — y las cualidades
secundarias o subjetivas, distinción que influyó notablemente en la ontología y la epistemología
modernas.
Todos estos planteamientos, además de significar una negación de la física aristotélica, le
condujeron a ser condenado por la Iglesia, pues ésta consideraba que también se oponían a las
Escrituras. Sin embargo, Galileo pensaba que la ciencia y la fe no podían entrar en conflicto, pues
tratan de ámbitos distintos. A su juicio, «la intención del Espíritu Santo, que inspira la Escritura,
consiste en enseñar cómo ir al cielo, y no cómo va el cielo». Además, pensaba que aceptar el
testimonio de los sentidos era una actitud mucho más aristotélica que rechazarlos por contradecir la
física de Aristóteles.
La culminación de la revolución científica iniciada por Copérnico fue la física de Isaac Newton (1642-
1727), quien, además de las tres leyes que llevan su nombre—el principio de inercia, la ley de fuerza,
y la ley de acción y reacción—, formuló la ley de la gravitación universal: dos cuerpos se atraen en
con una fuerza directamente proporcional al producto de sus masas e inversamente proporcional al
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cuadrado de su distancia. De este modo, Newton unificó y sistematizó la física moderna. Por otra
parte, su defensa contra Leibniz del espacio y el tiempo absolutos, influyó notablemente en el
desarrollo de la filosofía moderna, sobre todo en Kant.
RENÉ DESCARTES
0. INTRODUCCIÓN
Descartes nació en 1596 y murió en 1650. Escribió numerosas obras tanto
filosóficas como científicas. Entre todas ellas destacan el Discurso del
método y las Meditaciones metafísicas. Este pensador francés es
considerado como el fundador de la filosofía moderna y, más
concretamente, del racionalismo. Además de su obra filosófica, creó la
geometría analítica y contribuyó al desarrollo de la física mecanicista,
aunque muchas de sus teorías no fuesen posteriormente aceptadas. Su
filosofía parte del hundimiento de la escolástica medieval y del nacimiento
de una nueva ciencia con la revolución científica. En cierto modo, su
sistema filosófico es un intento de fundamentarla filosóficamente.
Así pues, la búsqueda cartesiana de la verdad tiene su origen en la crisis intelectual y cultural que
supuso el abandono de los sistemas filosóficos medievales y de la cosmología aristotélica. Ante esa
situación favorable al escepticismo y a la duda, Descartes se propuso descubrir un fundamento
absoluto sobre el que apoyar todo el conocimiento, es decir, una filosofía primera. Como la filosofía
escolástica le decepcionó profundamente, decidió emprender la tarea de reconstruir el sistema del
saber sobre fundamentos sólidos únicamente con el uso adecuado de la razón. El motivo de este
proyecto es que Descartes concibe el saber humano como un árbol que tiene como raíz a la
metafísica, como tronco a la física y cuyas ramas son las demás ciencias y artes (medicina, mecánica,
moral, etc.). Por esta razón, resulta totalmente necesario elaborar una filosofía primera o metafísica
sobre la cual se funden el resto de las ciencias de modo que el saber humano constituya un sistema
dotado unidad cuyo modelo de saber sean las matemáticas.
1. EPISTEMOLOGÍA Y METAFÍSICA: EL CONOCIMIENTO, DIOS Y LA REALIDAD-
1. 1. Las reglas del método
Para la construcción de dicho sistema filosófico Descartes considera de gran importancia usar el
método adecuado con el fin de dirigir bien la razón y conocer así la verdad sin caer en errores. Sin un
método que nos permita el descubrimiento de la verdad y nos salve del peligro de aceptar lo falso
como verdadero no es posible asumir dicha tarea. Por ello, el primer paso es la elaboración de un
buen método. Los métodos de la filosofía, la lógica aristotélica y la matemática no están libres de
defectos. Los silogismos, por ejemplo, no sirven para descubrir la verdad, sino tan sólo para exponer
lo ya contenido en las premisas. Es necesario, por tanto, un nuevo método que carezca de fallos y
sólo posea ventajas. En el Discurso del método, Descartes propone las cuatro reglas esenciales del
método que adopta. La regla de la evidencia manda no admitir como verdadero aquello que no se
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conoce con evidencia, es decir, con claridad y distinción; la regla del análisis establece que se ha
dividir todo problema en sus partes más simples; la regla de la síntesis ordena conducir
ordenadamente el pensamiento desde lo simple hasta lo compuesto; por último, la regla de la
enumeración aconseja enumerar y revisar todos los pasos para comprobar que no se ha omitido
nada ni cometido ningún error.
Los únicos modos de conocimiento válidos son, pues, la intuición o conocimiento inmediato de las
naturalezas simples y la deducción del resto de las verdades a partir de dicho conocimiento. Es
evidente, pues, que el modelo en el que se inspira el método cartesiano es el método matemático,
del que Descartes admira el orden necesario de sus razonamientos deductivos fundados en unas
primeras verdades evidentes.
1.2. La duda metódica
El sistema del saber debe fundamentarse, por tanto, en verdades primeras absolutamente
evidentes. Así que han de rechazarse todas las opiniones cuya verdad no sea absolutamente segura.
Para eliminar toda opinión que no sea evidente ni se deduzca de otra que sí lo sea, Descartes somete
todas las creencias al proceso de la duda metódica. Ésta consiste en examinar todas las creencias y
rechazar como falsas todas aquellas acerca de las cuales quepa la menor duda. Como este examen
no puede aplicarse a cada una de todas las posibles creencias, Descartes propone una serie de
argumentos para poner en duda los fundamentos de todas las opiniones en general.
En primer lugar, observa que, puesto que los sentidos nos han engañado alguna vez, pueden
engañarnos siempre, y, por consiguiente, no hay que admitir las opiniones basadas en ellos;
asimismo, tampoco hay que fiarse de los razonamientos, ya que podemos cometer errores en las
inferencias y tomar por argumentos válidos razonamientos que, en realidad, son falacias. En
segundo lugar, afirma que la falta de criterios suficientes para distinguir el sueño de la vigilia nos
impide aceptar nuestra creencia en la realidad del mundo, porque cabe la posibilidad de tomar lo
soñado por la auténtica realidad. Por último, hasta las presuntas verdades matemáticas —que
parecen serlo tanto en el sueño como en la vigilia— son puestas en duda, porque sería posible que
Dios quisiera que nos equivocásemos o que hubiese un genio maligno que nos engañase haciendo
que lo falso nos pareciese verdadero. Así pues, todas las creencias anteriormente admitidas deben
ser puestas en duda y rechazarse como si fueran falsas.
1.3. La primera verdad: la existencia del yo
La aplicación de la duda metódica conduce, sin embargo, al descubrimiento de una verdad que la
resiste, una verdad absolutamente indubitable: «cogito, ergo sum», «pienso, luego existo», «yo
pienso, yo existo». Esta verdad, conocida como el cogito, se conoce intuitivamente: capto
directamente mi existencia como pensante. Soy consciente de mi pensar, que se me da sin
posibilidad alguna de duda: puedo dudar, pero no puedo dudar de que dudo. El cogito es la primera
verdad sobre la que debe fundarse todo el sistema del saber. Aunque ya Agustín de Hipona había
sostenido que si dudaba es que era, la certeza de la propia existencia como pensante es valorada por
Descartes de distinto modo. Se trata de la transparencia del yo para sí mismo, la inmediatez de la
autoconciencia.
La verdad indubitable del cogito se conoce con claridad y distinción. Por consiguiente, la claridad y
la distinción deben ser el criterio de certeza, de acuerdo con el cual ha de aceptarse como
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verdadero sólo lo que percibimos con claridad y distinción, es decir, lo que se nos da con absoluta
evidencia.
1.4. La existencia de Dios
Tras el descubrimiento del cogito, sólo se sabe con certeza que existen el yo y sus ideas. En relación
con estas, hay que distinguir entre su realidad formal y su realidad objetiva, es decir, entre mis
actos psíquicos de pensar o ver, por un lado, y, por otro, lo pensado o lo visto. La realidad formal de
mis ideas es su existencia como actos mentales míos; mientras que su realidad objetiva consiste en
ser imágenes o representaciones de algo distinto de mí. Si bien la realidad formal de mis ideas es
indudable, no lo es que lo representado por mis ideas exista formal o realmente. Aparte de actos
mentales evidentes para el sujeto, las ideas son a la vez imágenes de algo distinto de él, de modo
que el problema es saber si existe fuera de la conciencia aquello que representan.
Sin embargo, entre las ideas se encuentra la idea de una sustancia infinita y perfecta, la idea de
Dios. No se puede conocer que el conocimiento de que el yo es una sustancia finita e imperfecta —
puesto que duda— si no se posee la idea de un ser infinito y perfecto. A partir de la realidad objetiva
de dicha idea, Descartes propone tres demostraciones de la existencia de Dios.
El primer argumento parte de que la idea innata de Dios representa una sustancia infinita y perfecta.
Ahora bien, la causa de la idea de Dios ha de tener tanta realidad formal como la realidad objetiva de
esta idea, es decir, como lo representado en dicha idea (una sustancia infinita). Por ello el yo finito e
imperfecto no puede ser la causa de la idea de Dios. Luego debe existir un ser infinito del que
proceda dicha idea, es decir, es necesario que Dios exista.
La segunda prueba afirma que, si yo me hubiera producido a mí mismo, me hubiera hecho perfecto
e infinito como la idea que tengo de una sustancia perfecta e infinita; pero, como yo soy finito e
imperfecto, la causa de mi existencia tiene que ser una sustancia infinita y perfecta, es decir, Dios.
Por último, Descartes sostiene una tercera demostración de la existencia de Dios ya propuesta de
otro modo por Anselmo de Canterbury y denominada posteriormente argumento ontológico. Según
dicha prueba, la idea Dios representa un ser cuya esencia consiste en la perfección. Puesto que la
existencia es una perfección pertenece necesariamente a su esencia. Así pues, necesariamente Dios
existe. Esta última prueba parte tan sólo de la idea de Dios y consiste en mostrar que, si el ser
perfecto no existiese, sería imperfecto porque le faltaría la existencia, pero, como es imposible que
sea perfecto e imperfecto, tiene que existir necesariamente.
De estas demostraciones de la existencia de Dios se desprende que la idea de Dios es como la
«huella» que ha dejado en el hombre al crearlo: la sustancia infinita es la causa de la sustancia finita
pensante y de la idea de infinito presente en ella. El yo es, de algún modo, imagen de Dios, y se sabe
finito e imperfecto precisamente a la luz de la idea lo infinito y lo perfecto.
1.5. La existencia del mundo
En este momento de la argumentación cartesiana, se reconocen como verdaderas tanto la existencia
del yo en tanto que cosa que piensa como de Dios. Sin embargo, aún se encuentra puesta en duda la
existencia de la realidad externa al yo. El siguiente paso de Descartes es la demostración de la
existencia del mundo fundada en la existencia de Dios. Si Dios es veraz, inmutable e infinitamente
bueno, no puede permitir que mis facultades me engañen. Ahora bien, como mis facultades me
muestran que hay ideas evidentes que parecen proceder de realidades distintas sujeto, deben existir
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tales cosas. De este modo, Dios garantiza que mis ideas se corresponden con un mundo o realidad
fuera de la conciencia Así, para Descartes la existencia de Dios es el verdadero fundamento del
criterio de certeza basado en la evidencia, ya que la veracidad de Dios garantiza que las ideas claras
y distintas, aquellas acerca de lo que no es posible la duda por resultar evidentes, sean verdaderas.
Ahora bien, las ideas parecen ser de tres clases distintas: las ideas adventicias son aquellas que
parecen provenir de la experiencia externa, las facticias son aquellas que construidas por mí mismo
a partir de otras ideas, y las innatas son ideas que no proceden de la experiencia externa ni las he
construido yo mismo, sino que las encuentro en mí mismo nacidas junto con mi conciencia. Pues
bien, todas las ideas que poseen claridad y distinción son, en realidad, innatas, esto es, han sido
impresas por Dios en el alma, de modo que queda garantizada su verdad. Por otra parte, las
conexiones entre las ideas innatas son verdades que, si bien son necesarias para todo ser racional,
dependen enteramente de la voluntad de Dios, absolutamente libre y omnipotente.
En cuanto a los errores que cometemos, no son causados por Dios, sino que tienen su origen en el
mal uso de la voluntad libre que presiona al entendimiento para que acepte como verdadero lo que
no se presenta con evidencia. La causa del error se encuentra en el ejercicio indebido de la voluntad
que, en lugar de someterse al entendimiento, lo fuerza a juzgar equivocadamente.
1.6. La sustancia y sus clases
Las ideas que poseemos son ideas de sustancias, atributos y modos La sustancia es, según Descartes,
aquello que existe por sí mismo y no necesita ninguna otra cosa para existir. Una vez que este
filósofo ha demostrado tanto la existencia de Dios como la existencia del mundo física, queda claro
que hay tres clases de sustancias: la sustancia infinita o Dios, las sustancias finitas pensantes o
almas (res cogitans), c) las sustancias finitas extensas o cuerpos (res extensa). Dios, alma y mundo
son, pues, las tres clases de realidad existentes. Lo que existe por sí mismo es la sustancia y su
esencia es definida por sus atributos o propiedades esenciales: finitud o infinitud, pensamiento o
extensión. Por otra parte, cada una de estos posee también sus correspondientes modos o
características no esenciales, como, por ejemplo, el movimiento o el tamaño en el caso de los
cuerpos y las distintos tipos de pensamiento en el de los espíritus. En sentido estricto, observa
Descartes, la única sustancia es Dios, porque las sustancias finitas necesitan permanentemente de Él
para existir, siendo, pues, la creación es continua.
1.7. La física cartesiana: la naturaleza de los cuerpos
La física cartesiana se deriva de su filosofía primera y tiene como objeto las sustancias extensas. El
único atributo real de la materia es la extensión, porque el resto de las propiedades (color, sabor,
olor, etc.) son subjetivas. La extensión y los modos relacionados con ella (figura, movimiento, etc.)
son cualidades primarias; en cambio, las otras propiedades (gustativas, olfativas, etc), son
cualidades secundarias. Es decir, la extensión y sus modos existen objetivamente, mientras que el
resto de las propiedades sólo existen en el sujeto. Así, el mundo material ― incluidos el vegetal y el
animal y el cuerpo humano, pura res extensa― es como una máquina sometida a las leyes del
movimiento: conservación, inercia y movimiento rectilíneo. Por consiguiente, la física cartesiana es
claramente mecanicista y considera real aquello que, en último término, es objeto de las
matemáticas.
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2. ANTROPOLOGÍA: EL SER HUMANO
2.1. El dualismo cartesiano
El yo es, según Descartes, una res cogitans, es decir, una sustancia pensante. Soy una cosa que
piensa, una cosa independiente del cuerpo, que no necesita de otra cosa para existir. Puedo dudar
de la existencia de mi cuerpo, pero no puedo dudar de mi existencia, de la existencia de mí mismo
en cuanto pienso. Esto significa que puedo pensarme como existiendo sin necesidad de ninguna otra
cosa y que, por tanto, soy una sustancia cuyo
atributo esencial es ser pensante. Además, el alma,
res cogitans, es autónoma respecto del cuerpo y,
por ello, no está sometida a leyes que regulan el
comportamiento de las sustancias extensas. El alma
y cuerpo son, pues, dos sustancias claramente
distintos, porque, por ejemplo, el alma es indivisible,
mientras que el cuerpo siempre se puede
descomponer en partes. Descartes defiende, pues,
es un dualismo antropológico radical.
No obstante, el ser humano es, por tanto, la unión
de un alma (res cogitans) y un cuerpo (res extensa)
que interactúan entre ellos. El problema al que se enfrenta Descartes es explicar cómo dos
sustancias tan distintas, una inextensa y la otra extensa, pueden relacionarse entre ellas, cómo es
posible que estas dos clases de realidades mantengan una relación recíproca de causa y efecto.
Según Descartes, esta relación o contacto se produce en la glándula pineal, aunque, por otra parte,
acaba reconociendo que se trata de un hecho evidente, pero inexplicable.
2.2. Las clases de pensamiento
Descartes entiende por pensar toda clase de actos mentales como, por ejemplo, sentir, recordar,
imaginar, concebir o desear. Sin embargo, las clases de pensamientos se pueden reducir
esencialmente a tres. En primer lugar, se encuentran las ideas en sentido estricto, que son meras
representaciones. El segundo tipo de actos mentales son los juicios, en los cuales reside
propiamente la verdad. Finalmente, la tercera clase de fenómenos psíquicos son los apetitos o
afectos. En cuanto a las facultades del alma, Descartes parece reducirlas, en último término, al
entendimiento y la voluntad.
2.3. El libre albedrío
El hecho de la voluntad humana sea libre es, a juicio de Descartes, absolutamente evidente. A su
juicio, la libertad no consiste en la indiferencia de la voluntad ante todas las alternativas ni en la
elección arbitraria, sino en que la voluntad elija lo propuesto por entendimiento como bueno y
verdadero. Así pues, la voluntad debe someterse al entendimiento. Aunque el libre albedrío se trate
de un hecho que no necesite demostración, su condición de posibilidad es que el alma no es extensa
y, por consiguiente, es independiente respecto a las leyes que rigen el comportamiento de los
cuerpos.
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3. LA ÉTICA: LA MORAL
3.1. La moral provisional
Descartes estableció una «moral provisional» con el fin de guiar su vida hasta que dedujese los
principios morales fundados en su sistema metafísico. Se trata, por tanto, de un conjunto de reglas
provisionales útiles para dedicarse a la búsqueda de la verdad mientras no se conozcan las normas
morales absolutamente evidentes, si bien es cierto que confirmó a lo largo de su vida la utilidad de
su moral provisional. La primera regla de dicha moral provisional es obedecer a las leyes y
costumbres del país en que se vive para poder pasar inadvertido. La segunda consiste en ser firme
en las resoluciones tomadas una vez que se han adoptado a pesar de que inicialmente fuesen
dudosas. El tercer precepto aconseja vencerse a uno mismo y modificar los propios deseos en vez de
querer cambiar la realidad y la fortuna. Por último, como conclusión de esta moral, Descartes
confirma que la mejor ocupación es dedicarse al cultivo de la razón y el conocimiento de la verdad.
3.2. Las pasiones
A fin de liberarse de la tiranía de las pasiones y someter la voluntad al entendimiento, hay que tener
en cuenta que, mientras que las acciones son las decisiones y conductas que dependen de la
voluntad, las pasiones proceden del cuerpo y, en consecuencia, son involuntarias aunque afecten al
alma. Así pues, las pasiones son emociones, sentimientos y percepciones causados en el espíritu por
el cuerpo al que está unido. Según Descartes, si bien no es necesario suprimir totalmente las
pasiones, éstas deben ser dominadas por la razón de modo que el hombre se mantenga dueño de sí
mismo. Ahora bien, como las pasiones no dependen de nuestra voluntad, han gobernarse
indirectamente mediante los pensamientos que a su vez las favorecen o atenúan. Además,
recomienda la pasión y la virtud de la generosidad, que estriba en ser conscientes de que nada nos
pertenece salvo lo que depende de nuestra voluntad, no desear nada que no esté en nuestras
manos, y hacer siempre lo que se considera mejor. Se trata, pues, de una actitud semejante a la
magnanimidad.