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Sobre el concepto de historia

Walter Benjamin

Versión Uno: Traducción: Bolívar Echeverría

Según se cuenta, hubo un autómata construido de manera tal, que, a cada


movimiento de un jugador de ajedrez, respondía con otro, que le aseguraba el
triunfo en la partida. Un muñeco vestido de turco, con la boquilla del narguile en
la boca, estaba sentado ante el tablero que descansaba sobre una amplia mesa.
Un sistema de espejos producía la ilusión de que todos los lados de la mesa eran
transparentes. En realidad, dentro de ella había un enano jorobado que era un
maestro en ajedrez y que movía la mano del muñeco mediante cordeles. En la
filosofía, uno puede imaginar un equivalente de ese mecanismo; está hecho para
que venza siempre el muñeco que conocemos como “materialismo histórico”.
Puede competir sin más con cualquiera, siempre que ponga a su servicio a la
teología, la misma que hoy, como se sabe, además de ser pequeña y fea, no debe
dejarse ver por nadie.

II

“A las peculiaridades más notorias del espíritu humano, dice Lotze, pertenece...
junto a tanto egoísmo en lo particular, una falta de envidia general de todo
presente respecto de su futuro.” Esta reflexión apunta hacia el hecho de que la
imagen de felicidad que cultivamos se encuentra teñida por completo por el
tiempo al que el curso de nuestra propia existencia nos ha confinado. Una
felicidad capaz de despertar envidia en nosotros sólo la hay en el aire que hemos
respirado junto con otros humanos, a los que hubiéramos podido dirigirnos; junto
con las mujeres que se nos hubiesen podido entregar. Con otras palabras, en la
idea que nos hacemos de la felicidad late inseparablemente la de la redención.
Lo mismo sucede con la idea del pasado, de la que la historia hace asunto suyo. El
pasado lleva un índice oculto que no deja de remitirlo a la redención. ¿Acaso no
nos roza, a nosotros también, una ráfaga del aire que envolvía a los de antes?
¿Acaso en las voces a las que prestamos oído no resuena el eco de otras voces
que dejaron de sonar? Acaso las mujeres a las que hoy cortejamos no tienen
hermanas que ellas ya no llegaron a conocer? Si es así, un secreto compromiso de
encuentro[1] está entonces vigente entre las generaciones del pasado y la
nuestra. Es decir: éramos esperados sobre la tierra. También a nosotros,
entonces, como a toda otra generación, nos ha sido conferida una débil fuerza
mesiánica, a la cual el pasado tiene derecho de dirigir sus reclamos. Reclamos
que no se satisfacen fácilmente, como bien lo sabe el materialista histórico.

III

1
El cronista que hace la relación de los acontecimientos sin distinguir entre los
grandes y los pequeños responde con ello a la verdad de que nada de lo que tuvo
lugar alguna vez debe darse por perdido para la historia. Aunque, por supuesto,
sólo a la humanidad redimida le concierne enteramente su pasado. Lo que quiere
decir: sólo a la humanidad redimida se le ha vuelto citable su pasado en cada uno
de sus momentos. Cada uno de sus instantes vividos se convierte en un punto en
la orden del día[2], día éste que es precisamente el día del Juicio final.

IV

Procuraos primero alimento y vestido,


que así el Reino de Dios os llegará por sí mismo.

Hegel, 1807

La lucha de clases que tiene siempre ante los ojos el materialista histórico
educado en Marx es la lucha por las cosas toscas y materiales, sin las cuales no
hay cosas finas y espirituales. Estas últimas, sin embargo, están presentes en la
lucha de clases de una manera diferente de la que tienen en la representación
que hay de ellas como un botín que cae en manos del vencedor. Están vivas en
esta lucha en forma de confianza en sí mismo, de valentía, de humor, de astucia,
de incondicionalidad, y su eficacia se remonta en la lejanía del tiempo. Van a
poner en cuestión, siempre de nuevo, todos los triunfos que alguna vez
favorecieron a los dominadores. Como las flores vuelve su corola hacia el sol, así
también todo lo que ha sido, en virtud de un heliotropismo de estirpe secreta,
tiende a dirigirse hacia ese sol que está por salir en el cielo de la historia. Con
ésta, la más inaparente de todas las transformaciones, debe saber entenderse el
materialista histórico.

La imagen verdadera del pasado pasa de largo velozmente[3]. El pasado sólo es


atrapable como la imagen que refulge, para nunca más volver, en el instante en
que se vuelve reconocible. “La verdad no se nos escapará”: esta frase que
proviene de Gottfried Keller indica el punto exacto, dentro de la imagen de la
historia del historicismo, donde le atina el golpe del materialismo histórico.
Porque la imagen verdadera del pasado es una imagen que amenaza con
desaparecer con todo presente que no se reconozca aludido en ella.[4]

VI

Articular históricamente el pasado no significa conocerlo “tal como


verdaderamente fue”. Significa apoderarse de un recuerdo tal como éste
relumbra en un instante de peligro. De lo que se trata para el materialismo
histórico es de atrapar una imagen del pasado tal como ésta se le enfoca de
repente al sujeto histórico en el instante del peligro. El peligro amenaza tanto a la

2
permanencia de la tradición como a los receptores de la misma. Para ambos es
uno y el mismo: el peligro de entregarse como instrumentos de la clase
dominante. En cada época es preciso hacer nuevamente el intento de arrancar la
tradición de manos del conformismo, que está siempre a punto de someterla.
Pues el Mesías no sólo viene como Redentor, sino también como vencedor del
Anticristo. Encender en el pasado la chispa de la esperanza es un don que sólo se
encuentra en aquel historiador que está compenetrado con esto: tampoco los
muertos estarán a salvo del enemigo, si éste vence. Y este enemigo no ha cesado
de vencer.

VII

Considerad lo oscuro y el gran frío


De este valle que resuena de lamentos.

Brecht, La ópera de tres centavos.

Fustel de Coulanges le recomienda al historiador que quiera revivir una época


que se quite de la cabeza todo lo que sabe del curso ulterior de la historia. Mejor
no se podria identificar al procedimiento con el que ha roto el materialismo
histórico. Es un procedimiento de empatía. Su origen está en la apatía del
corazón, la acedia, que no se atreve a adueñarse de la imagen histórica auténtica,
que relumbra fugazmente. Los teólogos medievales vieron en ella el origen
profundo de la tristeza. Flaubert, que algo sabía de ella, escribió: “Pocos
adivinarán cuán triste se ha necesitado ser para resucitar a Cartago“.[5] La
naturaleza de esta tristeza se esclarece cuando se pregunta con quién empatiza el
historiador historicista. La respuesta resulta inevitable: con el vencedor. Y
quienes dominan en cada caso son los herederos de todos aquellos que
vencieron alguna vez. Por consiguiente, la empatía con el vencedor resulta en
cada caso favorable para el dominador del momento. El materialista histórico
tiene suficiente con esto. Todos aquellos que se hicieron de la victoria hasta
nuestros días marchan en el cortejo triunfal de los dominadores de hoy, que
avanza por encima de aquellos que hoy yacen en el suelo. Y como ha sido
siempre la costumbre, el botín de guerra es conducido también en el cortejo
triunfal. El nombre que recibe habla de bienes culturales, los mismos que van a
encontrar en el materialista histórico un observador que toma distancia. Porque
todos los bienes culturales que abarca su mirada, sin excepción, tienen para él
una procedencia en la cual no puede pensar sin horror. Todos deben su
existencia no sólo a la fatiga de los grandes genios que los crearon, sino también
a la servidumbre anónima de sus contemporáneos. No hay documento de cultura
que no sea a la vez un documento de barbarie. Y así como éste no está libre de
barbarie, tampoco lo está el proceso de la transmisión a través del cual los unos
lo heredan de los otros. Por eso el materialista histórico se aparta de ella en la

3
medida de lo posible. Mira como tarea suya la de cepillar la historia a contrapelo.

VIII

La tradición de los oprimidos nos enseña que el “estado de excepción” en que


ahora vivimos es en verdad la regla. El concepto de historia al que lleguemos
debe resultar coherente con ello. Promover el verdadero estado de excepción se
nos presentará entonces como tarea nuestra, lo que mejorará nuestra posición en
la lucha contra el fascismo. La oportunidad que éste tiene está, en parte no
insignificante, en que sus adversarios lo enfrentan en nombre del progreso como
norma histórica. -El asombro ante el hecho de que las cosas que vivimos sean
“aún” posibles en el siglo veinte no tiene nada de filosófico. No está al comienzo
de ningún conocimiento, a no ser el de que la idea de la historia de la cual
proviene ya no puede sostenerse.

IX

Mi ala está pronta al vuelo.


Retornar, lo haría con gusto,

pues, aun fuera yo tiempo vivo,

mi suerte sería escasa.

Gerhard Scholem, Saludo del Angelus.

Hay un cuadro de Klee que se titula Angelus Novus. Se ve en él un ángel, al


parecer en el momento de alejarse de algo sobre lo cual clava la mirada. Tiene
los ojos desorbitados, la boca abierta y las alas tendidas. El ángel de la historia
debe tener ese aspecto. Su rostro está vuelto hacia el pasado. En lo que para
nosotros aparece como una cadena de acontecimientos, él ve una catástrofe
única, que arroja a sus pies ruina sobre ruina, amontonándolas sin cesar. El ángel
quisiera detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo destruido. Pero un
huracán sopla desde el paraíso y se arremolina en sus alas, y es tan fuerte que el
ángel ya no puede plegarlas. Este huracán lo arrastra irresistiblemente hacia el
futuro, al cual vuelve las espaldas, mientras el cúmulo de ruinas crece ante él
hasta el cielo. Este huracán es lo que nosotros llamamos progreso.

Los temas de meditación que la regla conventual proponía a los hermanos


novicios tenían la tarea de alejarlos del mundo y sus afanes. La reflexión que
desarrollamos aquí procede de una determinación parecida. En un momento en
que los políticos, en quienes los adversarios del fascismo habían puesto su
esperanza, yacen por tierra y refuerzan su derrota con la traición a su propia

4
causa, esta reflexión se propone desatar al que vive en el mundo de la política de
las redes en que ellos lo han envuelto. Ella parte de la consideración de que la fe
ciega de esos políticos en el progreso, la confianza en su “base de masas” y, por
último, su servil inserción en un aparato incontrolable no han sido más que tres
aspectos de la misma cosa. Es una reflexión que procura dar una idea respecto de
lo caro que le cuesta a nuestro pensamiento habitual una representación de la
historia que evite toda complicidad con aquella a la que esos políticos siguen
aferrados.

XI

El conformismo, que desde el principio se encontró a gusto en la


socialdemocracia, no afecta sólo a sus tácticas políticas, sino también a sus ideas
económicas. Esta es una de las razones de su colapso ulterior. No hay otra cosa
que haya corrompido más a la clase trabajadora alemana que la idea de que ella
nada con la corriente. El desarrollo técnico era para ella el declive de la corriente
con la que creía estar nadando. De allí no había más que un paso a la ilusión de
que el trabajo en las fábricas, que sería propio de la marcha del progreso
técnico, constituye de por sí una acción política. Bajo una figura secularizada, la
antigua moral protestante del trabajo celebraba su resurrección entre los obreros
alemanes. El programa de Gotha muestra ya señales de esta confusión. Define al
trabajo como “la fuente de toda riqueza y de toda cultura”. Presintiendo algo
malo, Marx respondió que el hombre que no posee otra propiedad aparte de su
fuerza de trabajo “está forzado a ser esclavo de otros hombres, de aquellos que
se han convertido... en propietarios”. A pesar de ello, la confusión continúa
difundiéndose y poco después Josef Dietzgen proclama: “Trabajo es el nombre
del mesías del tiempo nuevo. En el... mejoramiento... del trabajo... estriba la
riqueza, que podrá hacer ahora lo que ningún redentor pudo lograr.” Esta
concepción del marxismo vulgar sobre lo que es el trabajo no se detiene
demasiado en la cuestión acerca del efecto que el producto del trabajo ejerce
sobre los trabajadores cuando éstos no pueden disponer de él. Sólo está
dispuesta a percibir los progresos del dominio sobre la naturaleza, no los
retrocesos de la sociedad. Muestra ya los rasgos tecnocráticos con los que nos
toparemos más tarde en el fascismo. Entre ellos se encuentra un concepto de
naturaleza que se aleja con aciagos presagios del que tenían las utopías
socialistas anteriores a la revolución de 1848. E1 trabajo, tal como se lo entiende
de ahí en adelante, se resuelve en la explotación de la naturaleza, explotación a la
que se le contrapone con ingenua satisfacción la explotación del proletariado.
Comparados con esta concepción positivista, los fantaseos que tanto material han
dado para escarnecer a un Fourier revelan un sentido sorprendentemente sano.
Para Fourier, el trabajo social bien ordenado debería tener como consecuencia
que cuatro lunas iluminen la noche terrestre, que el hielo se retire de los polos,
que el agua del mar no sea más salada y que los animales feroces se pongan al
servicio de los hombres. Todo esto habla de un trabajo que, lejos de explotar a la
naturaleza, es capaz de ayudarle a parir las creaciones que dormitan como
posibles en su seno. Al concepto corrupto de trabajo le corresponde como
complemento esa naturaleza que, según la expresión de Dietzgen, “está gratis
ahí”.

5
XII

Necesitamos de la historia, pero de otra manera de como


la necesita el ocioso exquisito en los jardines del saber.

Nietzsche, Beneficios y perjuicios de la historia para la vida.

El sujeto del conocimiento histórico es la clase oprimida misma, cuando combate.


En Marx aparece como la última clase esclavizada, como la clase vengadora, que
lleva a su fin la obra de la liberación en nombre de tantas generaciones de
vencidos. Esta conciencia, que por corto tiempo volvió a tener vigencia con el
movimiento «Spartacus», ha sido siempre desagradable para la socialdemocracia.
En el curso de treinta años ha 1ogrado borrar casi por completo el nombre de un
Blanqui, cuyo timbre metálico hizo temblar al siglo pasado. Se ha contentado con
asignar a la clase trabajadora el papel de redentora de las generaciones futuras,
cortando así el nervio de su mejor fuerza. En esta escuela, la clase desaprendió lo
mismo el odio que la voluntad de sacrificio. Pues ambos se nutren de la imagen
de los antepasados esclavizados y no del ideal de los descendientes
liberados.[6]

XIII

Puesto que nuestra causa se vuelve más


clara cada día y el pueblo cada día más sabio.

Wilhelm Dietzgen, La filosofía socialdemócrata.

La teoría socialdemócrata, y aún más su práctica, estuvo determinada por un


concepto de progreso que no se atenía a la realidad, sino que poseía una
pretensión dogmática. Tal como se pintaba en las cabezas de los
socialdemócratas, el progreso era, primero, un progreso de la humanidad misma
(y no sólo de sus destrezas y conocimientos). Segundo, era un progreso sin
término (en correspondencia con una perfectibilidad infinita de la humanidad).
Tercero, pasaba por esencialmente indetenible (recorriendo automáticamente un
curso sea recto o en espiral). Cada uno de estos predicados es controvertible y
en cada uno ellos la crítica podría iniciar su trabajo. Pero la crítica —si ha de ser
inclemente— debe ir más allá de estos predicados y dirigirse a algo que les sea
común a todos ellos. La idea de un progreso del género humano en la historia es
inseparable de la representación de su movimiento como un avanzar por un
tiempo homogéneo y vacío. La crítica de esta representación del movimiento
histórico debe constituir el fundamento de la crítica de la idea de progreso en
general.

XIV

6
El origen es la meta.

Karl Kraus, Palabras en versos I.

La historia es objeto de una construcción cuyo lugar no es el tiempo homogéneo y


vacío, sino el que está lleno de “tiempo del ahora”[7]. Así, para Robespierre, la
antigua Roma era un pasado cargado de “tiempo del ahora”, que él hacía saltar
del continuum de la historia. La Revolución Francesa se entendía a sí misma como
un retorno de Roma. Citaba a la antigua Roma tal como la moda a veces cita a un
atuendo de otros tiempos. La moda tiene un olfato para lo actual, donde quiera
que lo actual de señas de estar en la espesura de lo de antaño. La moda es un
salto de tigre al pasado. Sólo que tiene lugar en una arena en donde manda la
clase dominante. El mismo salto, bajo el cielo libre de la historia, es ese salto
dialéctico que es la revolución, como la comprendía Marx.

XV

La conciencia de hacer saltar el continuum de la historia es propia de las clases


revolucionarias en el instante de su acción. La Gran Revolución introdujo un
nuevo calendario. E1 día con el que comienza un calendario actúa como un
acelerador histórico. Y es en el fondo el mismo día que vuelve siempre en la
figura de los días festivos, que son días de rememoración. Los calendarios miden
el tiempo, pero no como relojes. Son monumentos de una conciencia histórica, de
la cual en Europa, desde hace cien años, parece haberse perdido todo rastro.
Todavía durante la Revolución de Julio se registró un episodio que mostraba a esa
conciencia saliendo por sus fueros. Cuando cayó la noche del primer día de
combate ocurrió que en muchos lugares de París, independientemente y al
mismo tiempo, hubo disparos contra los relojes de las torres. Un testigo ocular,
cuyo acierto resultó tal vez de la rima, escribió entonces:

Qui le croirait! On dit qu’irrités contre l'heure


De nouveaux Josués, au pied de chaque tour,

Tiraient sur les cadrans pour arrêter le jour.[8]

XVI

El materialista histórico no puede renunciar al concepto de un presente que no es


tránsito, en el cual el tiempo se equilibra y entra en un estado de detención. Pues
este concepto define justo ese presente en el cual él escribe historia por cuenta
propia. El historicismo levanta la imagen “eterna” del pasado, el materialista
histórico una experiencia única del mismo, que se mantiene en su singularidad.
Deja que los otros se agoten con la puta del “hubo una vez”, en el burdel del
historicismo. El permanece dueño de sus fuerzas: lo suficientemente hombre
como para hacer saltar el continuum de la historia.

7
XVII

El historicismo culmina con todo derecho en la hıstoria universal. Es de ella tal


vez de la que la historiografía materialista se diferencia más netamente que de
ninguna otra en cuestiones de método. La historia universal carece de una
armazón teórica. Su procedimiento es aditivo: suministra la masa de hechos que
se necesita para llenar el tiempo homogéneo y vacío. En el fundamento de la
historiografía materialista hay en cambio un principio constructivo. Propio del
pensar no es sólo el movimiento de las ideas, sino igualmente su detención.
Cuando el pensar se para de golpe en medio de una constelación saturada de
tensiones, provoca en ella un chock que la hace cristalizar como mónada. El
materialista histórico aborda un objeto histórico única y solamente allí donde éste
se le presenta como mónada. En esta estructura reconoce el signo de una
detención mesiánica del acaecer o, dicho de otra manera, de una oportunidad
revolucionaria en la lucha por el pasado oprimido. Y la aprovecha para hacer
saltar a una determinada época del curso homogéneo de la historia, de igual
modo que hacer saltar de su época a una determinada vida o del conjunto de una
obra a una obra determinada. El beneficio de este procedimiento reside en que
en la obra se halla conservado y superado el conjunto de la obra, en ésta toda la
época y en la época el curso entero de la historia. El fruto substancioso de lo
comprendido históricamente tiene en su interior al tiempo, como semilla preciosa
pero insípida.

XVIII[9]

En la idea de la sociedad sin clases, Marx secularizó la idea del tiempo mesiánico.
Y es bueno que haya sido así. La desgracia empieza cuando la socialdemocracia
eleva esta idea a "ideal". E1 ideal fue definido en la doctrina neokantiana como
una "tarea infinita". Y esta doctrina fue la filosofía escolar del partido
socialdemócrata —de Schmidt y Stadler a Natorp y Vorländer. Una vez definida la
sociedad sin clases como tarea infinita, el tiempo vacío y homogéneo, se
transformó, por decirlo así, en una antesala, en la cual se podía esperar con más o
menos serenidad el advenimiento de la situación revolucionaria. En realidad, no
hay un instante que no traiga consigo su oportunidad revolucionaria —sólo que
ésta tiene que ser definida en su singularidad específica, esto es, como la
oportunidad de una solución completamente nueva ante una tarea completamente
nueva. Al pensador revolucionario, la oportunidad revolucionaria peculiar de
cada instante histórico se le confirma a partir de una situación política dada. Pero
se le confirma también, y no en menor medida, por la clave que dota a ese
instante del poder para abrir un determinado recinto del pasado, completamente
clausurado hasta entonces. E1 ingreso en este recinto coincide estrictamente con
la acción política; y es a través de él que ésta, por aniquiladora que sea, se da a
conocer como mesiánica.[10]

XIX

“Los escasos cinco milenios del homo sapiens —dice uno de los biólogos más

8
recientes— representan, en relación con la historia de la vida orgánica sobre la
tierra, unos dos segundos al final de una jornada de veinticuatro horas. Llevada a
esta escala, la historia de la humanidad civilizada ocuparía la quinta parte del
último segundo de la última hora.” El “tiempo del ahora”, que como modelo del
tiempo mesiánico resume en una prodigiosa abreviatura la historia entera de la
humanidad, coincide exactamente con esa figura que representa la historia de la
humanidad dentro del universo.

[Apéndice.]

El historicismo se contenta con establecer un nexo causal entre distintos


momentos de la historia. Pero ningún hecho es ya un hecho histórico solamente
por ser una causa. Habrá de serlo, póstumamente, en virtud de acaecimientos
que pueden estar separados de él por milenios. El historiador que parte de esta
comprobación no permite ya que la sucesión de acaecimientos le corra entre los
dedos como un rosario. Aprehende la constelación en la que ha entrado su propia
época con una muy determinada época anterior. Funda de esta manera un
concepto del presente como ese “tiempo de ahora” en el que están incrustadas
astillas del tiempo mesiánico.

Es seguro que los adivinos que inquirían al tiempo por los secretos que él guarda
dentro de sí no lo experimentaban como homogéneo ni como vacío. Quien tiene
esto a la vista puede llegar tal vez a hacerse una idea de la forma en que el
pasado era aprehendido en la rememoración, es decir, precisamente como tal. Se
sabe que a los judíos les estaba prohibido investigar el futuro. La Thorá y la
plegaria los instruyen, en cambio, en la rememoración. Esto los liberaba del
encantamiento del futuro, al que sucumben aquellos que buscan información en
los adivinos. A pesar de esto, el futuro no se convirtió para los judíos en un tiempo
homogéneo y vacío. Porque en él cada segundo era la pequeña puerta por la que
podía pasar el Mesías.

[1] En alemán: Verabredung.

[2] Francés en el original: citation à l’ordre du jour.

[3] En alemán: huscht.


[4] T4 (véase la Nota editorial) continúa: La buena nueva que el historiador del
pasado trae, con pulso acelerado, sale de una boca que tal vez ya en el instante
en que se abre, habla al vacío.

[5] Francés en el original: Peu de gens devineront combien il a fallu être triste

9
pour ressusciter Carthague.

[6] T4 continúa: Si hay una generación que debe saberlo, esa es la nuestra: lo que
podemos esperar de los que vendrán no es que nos agradezcan por nuestras
grandes acciones sino que se acuerden de nosotros, que fuimos abatidos. -La
revolución rusa sabía de ésto. La consigna “¡Sin gloria para el vencedor, sin
compasión con el vencido!” es radical porque expresa una solidaridad que es
mayor con los hermanos muertos que con los herederos.

[7] En alemán: jetztzeit.

[8] ¡Quién lo creería! Se dice que, irritados contra la hora/Nuevos Josués, al pie
de cada torre,/Disparaban sobre los cuadrantes, para detener el tiempo.
Regresar

[9] Véase la Nota editorial.

[10] El manuscrito 1098 v continúa: (La sociedad sin clases no es la meta final del
progreso en la historia, sino su interrupción, tantas veces fallida y por fin llevada
a efecto.)

------------------------------

Tesis de filosofía de la historia Walter Benjamin (1940)


Versión dos: Traducción de Jesús Aguirre. Taurus, Madrid 1973

Es notorio que ha existido, según se dice, un autómata construido de tal manera


que resultaba capaz de replicar a cada jugada de un ajedrecista con otra jugada
contraria que le aseguraba ganar la partida. Un muñeco trajeado a la turca, en la
boca una pipa de narguile, se sentaba a tablero apoyado sobre una mesa espaciosa.
Un sistema de espejos despertaba la ilusión de que esta mesa era transparente por
todos sus lados. En realidad se sentaba dentro un enano jorobado que era un
maestro en el juego del ajedrez y que guiaba mediante hilos la mano del muñeco.
Podemos imaginarnos un equivalente de este aparato en la filosofía. Siempre tendrá
que ganar el muñeco que llamamos «materialismo histórico». Podrá habérselas sin
más ni más con cualquiera, si toma a su servicio a la teología que, como es sabido,
es hoy pequeña y fea y no debe dejarse ver en modo alguno.

«Entre las peculiaridades más dignas de mención del temple humano», dice Lotz,
«cuenta, a más de tanto egoísmo particular, la general falta de envidia del presente
respecto a su futuro». Esta reflexión nos lleva a pensar que la imagen de felicidad
que albergamos se halla enteramente teñida por el tiempo en el que de una vez por
todas nos ha relegado el decurso de nuestra existencia. La felicidad que podría

10
despertar nuestra envidia existe sólo en el aire que hemos respirado, entre los
hombres con los que hubiésemos podido hablar, entre las mujeres que hubiesen
podido entregársenos. Con otras palabras, en la representación de felicidad vibra
inalienablemente la de redención. Y lo mismo ocurre con la representación de
pasado, del cual hace la historia asunto suyo. El pasado lleva consigo un índice
temporal mediante el cual queda remitido a la redención. Existe una cita secreta
entre las generaciones que fueron y la nuestra. Y como a cada generación que vivió
antes que nosotros, nos ha sido dada una flaca fuerza mesiánica sobre la que el
pasado exige derechos. No se debe despachar esta exigencia a la ligera. Algo sabe de
ello el materialismo histórico.

El cronista que narra los acontecimientos sin distinguir entre los grandes y los
pequeños, da cuenta de una verdad: que nada de lo que una vez haya acontecido
ha de darse por perdido para la historia. Por cierto, que sólo a la humanidad
redimida le cabe por completo en suerte su pasado. Lo cual quiere decir: sólo para
la humanidad redimida se ha hecho su pasado citable en cada uno de sus
momentos. Cada uno de los instantes vividos se convierte en una citation à l'ordre
du jour, pero precisamente del día final.

Buscad primero comida y vestimenta, que el reino de Dios se os dará luego por sí
mismo.

Hegel, 1807.

La lucha de clases, que no puede escapársele de vista a un historiador educado en


Marx, es una lucha por las cosas ásperas y materiales sin las que no existen las
finas y espirituales. A pesar de ello estas últimas están presentes en la lucha de,
clases de otra manera a como nos representaríamos un botín que le cabe en suerte
al vencedor. Están vivas en ella como confianza, como coraje, como humor, como
astucia, como denuedo, y actúan retroactivamente en la lejanía de los tiempos.
Acaban por poner en cuestión toda nueva victoria que logren los que dominan.
Igual que flores que toman al sol su corola, así se empeña lo que ha sido, por virtud
de un secreto heliotropismo, en volverse hacia el sol que se levanta en el cielo de la
historia. El materialista histórico tiene que entender de esta modificación, la más
imperceptible de todas.

La verdadera imagen del pasado transcurre rápidamente. Al pasado sólo puede


retenérsele en cuanto imagen que relampaguea, para nunca más ser vista, en el
instante de su cognoscibilidad. «La verdad no se nos escapará»; esta frase, que
procede de Gonfried KeIler, designa el lugar preciso en que el materialismo histórico
atraviesa la imagen del pasado que amenaza desaparecer con cada presente que no
se reconozca mentado en ella. (La buena nueva, que el historiador, anhelante,
aporta al pasado viene de una boca que quizás en el mismo instante de abrirse
hable al vacío.)

11
Articular históricamente lo pasado no significa conocerlo «tal y como
verdaderamente ha sido». Significa adueñarse de un recuerdo tal y como relumbra
en el instante de un peligro. Al materialismo histórico le incumbe fijar una imagen
del pasado tal y como se le presenta de improviso al sujeto histórico en el instante
del peligro. El peligro amenaza tanto al patrimonio de la tradición como a los que lo
reciben. En ambos casos es uno y el mismo: prestarse a ser instrumento de la clase
dominante. En toda época ha de intentarse arrancar la tradición al respectivo
conformismo que está a punto de subyugarla. El Mesías no viene únicamente como
redentor; viene como vencedor del Anticristo. El don de encender en lo pasado la
chispa de la esperanza sólo es inherente al historiador que está penetrado de lo
siguiente: tampoco los muertos estarán seguros ante el enemigo cuando éste venza.
Y este enemigo no ha cesado de vencer.

Pensad qué oscuro y qué helador es este valle que resuena a pena.

Brecht: La ópera de cuatro cuartos.

Fustel de Coulanges recomienda al historiador, que quiera revivir una época, que se
quite de la cabeza todo lo que sepa del decurso posterior de la historia. Mejor no
puede calarse el procedimiento con el que ha roto el materialismo histórico. Es un
procedimiento de empatía. Su origen está en la desidia del corazón, en la acedia que
desespera de adueñarse de la auténtica imagen histórica que relumbra fugazmente.
Entre los teólogos de la Edad Media pasaba por ser la razón fundamental de la
tristeza. Flaubert, que hizo migas con ella, escribe: «Peu de gens devineront
combien il a fallu étre triste pour ressusciter Carthage». La naturaleza de esa
tristeza se hace patente al plantear la cuestión de con quién entra en empatía el
historiador historicista. La respuesta es innegable que reza así: con el vencedor. Los
respectivos dominadores son los herederos de todos los que han vencido una vez.
La empatía con el vencedor resulta siempre ventajosa para los dominadores de cada
momento. Con lo cual decimos lo suficiente al materialista histórico. Quien hasta el
día actual se haya llevado la victoria, marcha en el cortejo triunfal en el que los
dominadores de hoy pasan sobre los que también hoy yacen en tierra. Como suele
ser costumbre, en el cortejo triunfal llevan consigo el botín. Se le designa como
bienes de cultura. En el materialista histórico tienen que contar con un espectador
distanciado. Ya que los bienes culturales que abarca con la mirada, tienen todos y
cada uno un origen que no podrá considerar sin horror. Deben su existencia no
sólo al esfuerzo de los grandes genios que los han creado, sino también a la
servidumbre anónima de sus contemporáneos. Jamás se da un documento de
cultura sin que lo sea a la vez de la barbarie. E igual que él mismo no está libre de
barbarie, tampoco lo está el proceso de transmisión en el que pasa de uno a otro.
Por eso el materialista histórico se distancia de él en la medida de lo posible.
Considera cometido suyo pasarle a la historia el cepillo a contrapelo.

La tradición de los oprimidos nos enseña que la regla es el «estado de excepción» en


el que vivimos. Hemos de llegar a un concepto de la historia que le corresponda.
Tendremos entonces en mientes como cometido nuestro provocar el verdadero
estado de excepción; con lo cual mejorará nuestra posición en la lucha contra el
fascismo. No en último término consiste la fortuna de éste en que. sus enemigos
salen a su encuentro, en nombre del progreso, como al de una norma histórica. No

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es en absoluto filosófico el asombro acerca de que las cosas que estamos viviendo
sean «todavía» posibles en el siglo veinte. No está al comienzo de ningún
conocimiento, a no ser de éste: que la representación de historia de la que procede
no se mantiene.

Tengo las alas prontas para alzarme,

Con gusto vuelvo atrás,

Porque de seguir siendo tiempo vivo,

Tendría poca suerte.

Gerhard Scholem: Gruss vom Angelus.

Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. En él se representa a un ángel


que parece como si estuviese a punto de alejarse de algo que le tiene pasmado. Sus
ojos están desmesuradamente abiertos, la boca abierta y extendidas las alas. Y este
deberá ser el aspecto del ángel de la historia. Ha vuelto el rostro hacia el pasado.
Donde a nosotros se nos manifiesta una cadena de datos, él ve una catástrofe única
que amontona incansablemente ruina sobre ruina, arrojándolas a sus pies. Bien
quisiera él detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero
desde el paraíso sopla un huracán que se ha enredado en sus alas y que es tan
fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas. Este huracán le empuja irreteniblemente
hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras que los montones de ruinas crecen
ante él hasta el cielo. Ese huracán es lo que nosotros llamamos progreso.

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Los temas de meditación que la regla monástica señalaba a los hermanos tenían
por objeto prevenirlos contra el mundo y contra sus pompas. La concatenación de
ideas que ahora seguimos procede de una determinación parecida. En un momento
en que los políticos, en los cuales los enemigos del fascismo habían puesto sus
esperanzas, están por el suelo y corroboran su derrota traicionando su propia
causa, dichas ideas pretenden liberar a la criatura política de las redes con que lo
han embaucado. La reflexión parte de que la testaruda fe de estos políticos en el
progreso, la confianza que tienen en su «base en las masas» y finalmente su servil
inserción en un aparato incontrolable son tres lados de la misma cosa. Además
procura darnos una idea de lo cara que le resultará a nuestro habitual pensamiento
una representación de la historia que evite toda complicidad con aquella a la que
los susodichos políticos siguen aferrándose.

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El conformismo, que desde el principio ha estado como en su casa en la


socialdemocracia, no se apega sólo a su táctica política, sino además a sus
concepciones económicas. El es una de las causas del derrumbamiento ulterior.
Nada ha corrompido tanto a los obreros alemanes como la opinión de que están
nadando con la corriente. El desarrollo técnico era para ellos la pendiente de la
corriente a favor de la cual pensaron que nadaban. Punto éste desde el que no
había más que un paso hasta la ilusión de que el trabajo en la fábrica, situado en el

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impulso del progreso técnico, representa una ejecutoria política. La antigua moral
protestante del trabajo celebra su resurrección secularizada entre los obreros
alemanes. Ya el «Programa de Gotha» lleva consigo huellas de este embrollo. Define
el trabajo como «la fuente de toda riqueza y toda cultura». Barruntando algo malo,
objetaba Marx que el hombre que no posee otra propiedad que su fuerza de trabajo
«tiene que ser esclavo de otros hombres que se han convertido en propietarios». No
obstante sigue extendiéndose la confusión y enseguida proclamará Josef Dietzgen:
«El Salvador del tiempo nuevo se llama trabajo. En... la mejora del trabajo...
consiste la riqueza, que podrá ahora consumar lo que hasta ahora ningún redentor
ha llevado a cabo». Este concepto marxista vulgarizado de lo que es el trabajo no se
pregunta con la calma necesaria por el efecto que su propio producto hace a los -
trabajadores en tanto no puedan disponer de él. Reconoce únicamente los
progresos del dominio de la naturaleza, pero no quiere reconocer los retrocesos de
la sociedad. Ostenta ya los rasgos tecnocráticos que encontraremos más tarde en el
fascismo. A éstos pertenece un concepto de la naturaleza que se distingue
catastróficamente del de las utopías socialistas anteriores a 1848. El trabajo, tal y
como ahora se le entiende, desemboca en la explotación de la naturaleza que, con
satisfacción ingenua, se opone a la explotación del proletariado. Comparadas con
esta concepción positivista demuestran un sentido sorprendentemente sano las
fantasías que tanta materia han dado para ridiculizar a un Fourier. Según éste, un
trabajo social bien dispuesto debiera tener como consecuencias que cuatro lunas
iluminasen la noche de la tierra, que los hielos se retirasen de los polos, que el agua
del mar ya no sepa a sal y que los animales feroces pasen al servicio de los
hombres. Todo lo cual ilustra un trabajo que, lejos de explotar a la naturaleza, está
en situación de hacer que alumbre las criaturas que como posibles dormitan en su
seno. Del concepto corrompido de trabajo forma parte como su complemento la
naturaleza que, según se expresa Dietzgen, «está ahí gratis».

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Necesitamos de la historia, pero la necesitamos de otra manera a como la necesita el


holgazán mimado en los jardines del saber.

Nietzsche: Sobre las ventajas e inconvenientes de la historia.

La clase que lucha, que está sometida, es el sujeto mismo del conocimiento
histórico. En Marx aparece como la última que ha sido esclavizada, como la clase
vengadora que lleva hasta el final la obra de liberación en nombre de generaciones
vencidas. Esta consciencia, que por breve tiempo cobra otra vez vigencia en el
espartaquismo, le ha resultado desde siempre chabacana a la socialdemocracia. En
el curso de tres decenios ha conseguido apagar casi el nombre de un Blanqui cuyo
timbre de bronce había conmovido al siglo precedente. Se ha complacido en cambio
en asignar a la clase obrera el papel de redentora de generaciones futuras. Con ello
ha cortado los nervios de su fuerza mejor. La clase desaprendió en esta escuela
tanto el odio como la voluntad de sacrificio. Puesto que ambos se alimentan de la
imagen de los antecesores esclavizados y no del ideal de los descendientes
liberados.

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Nuestra causa se hace más clara cada día y cada día es el pueblo más sabio.

Wilhelm Dietzgen: La religión de la socialdemocracia.

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La teoría socialdemócrata, y todavía más su praxis, ha sido determinada por un
concepto de progreso que no se atiene a la realidad, sino que tiene pretensiones
dogmáticas. El progreso, tal y como se perfilaba en las cabezas de la
socialdemocracia, fue un progreso en primer lugar de la humanidad misma (no sólo
de sus destrezas y conocimientos). En segundo lugar era un progreso inconcluible
(en correspondencia con la infinita perfectibilidad humana). Pasaba por ser, en
tercer lugar, esencialmente incesante (recorriendo por su propia virtud una órbita
recta o en forma espiral). Todos estos predicados son controvertibles y en cada uno
de ellos podría iniciarse la critica. Pero si ésta quiere ser rigurosa, deberá buscar
por detrás de todos esos predicados y dirigirse a algo que les es común. La
representación de un progreso del género humano en la historia es inseparable de
la representación de la prosecución de ésta a lo largo de un tiempo homogéneo y
vacío. La crítica a la representación de dicha prosecución deberá constituir la base
de la critica a tal representación del progreso.

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La meta es el origen.

Karl Kraus: Palabras en verso.

La historia es objeto de una construcción cuyo lugar no está constituido por el


tiempo homogéneo y vacío, sino por un tiempo pleno, «tiempo - ahora». Así la
antigua Roma fue para Robespierre un pasado cargado de «tiempo - ahora» que él
hacía saltar del continuum de la historia. La Revolución francesa se entendió a sí
misma como una Roma que retorna. Citaba a la Roma antigua igual que la moda
cita un ropaje del pasado. La moda husmea lo actual dondequiera que lo actual se
mueva en la jungla de otrora. Es un salto de tigre al pasado. Sólo tiene lugar en
una arena en la que manda la clase dominante. El mismo salto bajo el cielo
despejado de la historia es el salto dialéctico, que así es como Marx entendió la
revolución.

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La consciencia de estar haciendo saltar el continuum de la historia es peculiar de


las clases revolucionarias en el momento de su acción. La gran Revolución
introdujo un calendario nuevo. El día con el que comienza un calendario cumple
oficio de acelerador histórico del tiempo. Y en el fondo es el mismo día que, en
figura de días festivos, días conmemorativos, vuelve siempre. Los calendarios no
cuentan, pues, el tiempo como los relojes. Son monumentos de una consciencia de
la historia de la que no parece haber en Europa desde hace cien años la más leve
huella. Todavía en la Revolución de julio se registró un incidente en el que dicha
consciencia consiguió su derecho. Cuando llegó el anochecer del primer día de
lucha, ocurrió que en varios sitios de París, independiente y simultáneamente, se
disparó sobre los relojes de las torres. Un testigo ocular, que quizás deba su
adivinación a la rima, escribió entonces:

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«Qui le croirait! on dit, qu'irrités contre l'heure

De nouveaux Josués, au pied de chaque tour,

Tiraient sur les cadrans pour arréter le jour.»

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El materialista histórico no puede renunciar al concepto de un presente que no es


transición, sino que ha llegado a detenerse en el tiempo. Puesto que dicho concepto
define el presente en el que escribe historia por cuenta propia. El historicismo
plantea la imagen «eterna» del pasado, el materialista histórico en cambio plantea
una experiencia con él que es única. Deja a los demás malbaratarse cabe la
prostituta «Erase una vez» en el burdel del historicismo. El sigue siendo dueño de
sus fuerzas: es lo suficientemente hombre para hacer saltar el continuum de la
historia.

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El historicismo culmina con pleno derecho en la historia universal. Y quizás con


más claridad que de ninguna otra se separa de ésta metódicamente la historiografía
materialista. La primera no tiene ninguna armadura teórica. Su procedimiento es
aditivo; proporciona una masa de hechos para llenar el tiempo homogéneo y vacío.
En la base de la historiografía materialista hay por el contrario un principio
constructivo. No sólo el movimiento de las ideas, sino que también su detención
forma parte del pensamiento. Cuando éste se para de pronto en una constelación
saturada de tensiones, le propina a ésta un golpe por el cual cristaliza en mónada.
El materialista histórico se acerca a un asunto de historia únicamente, solamente
cuando dicho asunto se le presenta como mónada. En esta estructura reconoce el
signo de una detención mesiánica del acaecer, o dicho de otra manera: de una
coyuntura revolucionaria en la lucha en favor del pasado oprimido. La percibe para
hacer que una determinada época salte del curso homogéneo de la historia; y del
mismo modo hace saltar a una determinada vida de una época y a una obra
determinada de la obra de una vida. El alcance de su procedimiento consiste en que
la obra de una vida está conservada y suspendida en la obra, en la obra de una vida
la época y en la época el decurso completo de la historia. El fruto alimenticio de lo
comprendido históricamente tiene en su interior al tiempo como la semilla más
preciosa, aunque carente de gusto.

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«Los cinco raquíticos decenios del homo sapiens», dice un biólogo moderno,
«representan con relación a la historia de la vida orgánica sobre la tierra algo así
como dos segundos al final de un día de veinticuatro horas. Registrada según esta
escala, la historia entera de la humanidad civilizada llenaría un quinto del último
segundo de la última hora». El tiempo - ahora, que como modelo del mesiánico
resume en una abreviatura enorme la historia de toda la humanidad, coincide
capilarmente con la figura que dicha historia compone en el universo.

El historicismo se contenta con establecer un nexo causal de diversos momentos


históricos. Pero ningún hecho es ya histórico por ser causa. Llegará a serlo

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póstumamente a través de datos que muy bien pueden estar separados de él por
milenios. El historiador que parta de ello, dejará de desgranar la sucesión de datos
como un rosario entre sus dedos. Captará la constelación en la que con otra
anterior muy determinada ha entrado su propia época. Fundamenta así un
concepto de presente como «tiempo - ahora» en el que se han metido esparciéndose
astillas del mesiánico.

Seguro que los adivinos, que le preguntaban al tiempo lo que ocultaba en su regazo,
no experimentaron que fuese homogéneo y vacío. Quien tenga esto presente, quizás
llegue a comprender cómo se experimentaba el tiempo pasado en la
conmemoración: a saber, conmemorándolo. Se sabe que a los judíos les estaba
prohibido escrutar el futuro. En cambio la Torá y la plegaria les instruyen en la
conmemoración. Esto desencantaba el futuro, al cual sucumben los que buscan
información en los adivinos. Pero no por eso se convertía el futuro para los judíos
en un tiempo homogéneo y vacío. Ya que cada segundo era en él la pequeña puerta
por la que podía entrar el Mesías.

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