VARIEDADES
R E S E Ñ A HISTÓRICO-ARTÍSTICA D E L O S S E P U L C R O S
N A C I O N A L E S D E S D E L O S PRIMEROS R E Y E S D E
ASTURIAS Y L E Ó N H A S T A E L R E I N A D O
D E L O S REYES C A T Ó L I C O S
A Egregie cose il forte animo accendono
üvrne de forti, o Pindemonte, e bella
E Santa fanno al peregrin la terra
Che la ricetta,
HUGO FOSCOLO.
U n o de los más ricos tesoros históricos y artísticos que en
estos últimos años han quedado en los monasterios y conventos,
no solamente abandonados y profanados, sino también mutilados
y casi reducidos á polvo, son los sepulcros, cenotafios y mauso-
leos de sus fundadores y otros proceres, y aun de varones ilus-
tres, cuya memoria se salvó del olvido por tantos siglos, ya por
la propia previsión de los mismos, ya por la gratitud de sus su-
cesores. Ni esta previsión ha servido de nada á la ingrata y
egoísta posteridad que alcanzamos, no sólo en la presente época
de fiebre revolucionaria, sino en el pasado siglo, en que un in-
discreto celo por el aparato del culto y la manía de remodernar
y hermosear superficialmente los sagrados templos, fueron des-
terrando y removiendo un adorno, el más grave, el más moral
y el más histórico. Hablo de los sepulcros, dé las efigies tumu-
larias, de los mausoleos, lápidas y epitafios destruidos con gran
menoscabo de las bellezas artísticas y preciosos documentos que
encerraban. Todos saben la áspera reprimenda de Carlos V á los
RESENA HISTÓRICO-ARTÍSTIC A DE LOS SEPULCROS NACIONALES 225
monjes de Cárdena por haber removido el Sepulcro del Cid del
honroso sitio que ocupaba: «Habéis quitado la sepultura en
» medio de la Capilla donde ha más de cuatrocientos años que
gestaba y la habéis puesto cerca de una escalera y en lugar no
» decente. También habéis quitado de con él á Doña Jimena Díaz,
»su mujer, y puesto en la calostra de dicho Monasterio, muy
» diferente de como estaba». A pesar de esto la venerable Co-
munidad tuvo cien imitadores que, so color de interceptar la
visualidad y del estorbo que causaban en las procesiones, remo-
vieron preciosos y muchísimos monumentos, y mutilados nota-
blemente, los incrustaron en las paredes, como sucedió en el mis-
mo Monasterio con más de cincuenta sepulcros; en los de Tres
del Val, con los de los Manriques de Padilla; en las Ursulas de
Salamanca, con el del gran Arzobispo Fonseca; en Santo Do-
. mingo de esta Corte, con el de Don Pedro llamado el Cruel, y
un sinfín que pudiéramos citar. Mas, ¿qué comparación tiene
este daño con el vandalismo que todos los días estamos presen-
ciando? Los invictos y gloriosos Reyes de Aragón, que yacían
en Poblet, ¿no los hemos visto hechos el ludibrio de la canalla,
profanados, mutilados é incendiados sus mausoleos magníficos?
Los restos de Don Alonso el Batallador, ¿no han sido llevados á
Huesca cubiertos por un miserable trapo después de hecho
pedazos su curioso sepulcro? ¿No se ha profanado escandalo-
samente el del gran Gonzalo de Còrdova? El venerable y anti-
quísimo panteón de los Reyes primeros de Aragón puede de-
cirse que está enteramente abandonado, y por este estilo cien
insignes depósitos de Reyes y de varones eminentes, y cuya
pérdida y profanación llorarán los buenos españoles y-los aman-
tes de las artes. Y éste, quizá, es el cuadro menos lastimoso que
podemos presentar, si lo comparamos con el que nos ofrece la
completa destrucción de tantos monasterios célebres llenos de
riquísimos monumentos históricos, vendidos á vil precio, incen-
diados y demolidos en estos últimos años. Si queremos despo-
jarnos del noble entusiasmo que anima á los verdaderos sabios,
literatos y artistas, vemos por el lado del interés material cuan
grande es la pérdida que resulta á la nación de este criminal
TOMO Lxxiii 15
226 BOLETÍN DE LA REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA
abandono. Puede asegurarse que casi toda la riqueza artística
que de veinte años á esta parte encerraban las iglesias y claustros
de nuestros monasterios, si se exceptúan algunos pocos en las
provincias del Mediodía y un escaso número de altares de már-
moles y alabastros, consistía en los sepulcros y mausoleos que
contenían. ¡Qué lujo de talla, de escultura é imaginaria no se
desplegó en la mayor parte de los que se erigieron desde princi-
pios del siglo xv hasta muy entrado el XVII! Basta recordar los
que encierran la Cartuja de Mirafiores, los de San Lesmes, San
Gil y la Catedral de Burgos, los de San Pablo de Palència, los de
Valladolid, los de Santo Tomás de Ávila, los de Poblet, y otros
ciento que pudiéramos citar.
Así se reconoce que lo más precioso que nos ha quedado
en aquellas venerables moradas, donde se consumieron sumas
tan inmensas desde el siglo xn, son estas memorias fúnebres, en
cierto modo irremovibles. Porque las obras insignes de pintura
y aun de escultura que decoraban los altares desaparecieron en
una grandísima parte con la primera invasión francesa; y en la
supresión de conventos en el año I220, puede decirse que se
perdieron completamente, pues sólo los cuadros grandes de los
altares, y no de célebres autores, son los que hasta estos últimos
años se han conservado, ya por la dificultad de ocultarlos, ya
por el celo y vigilancia de los exclaustrados y de algunas auto-
ridades civiles. -
Estas pérdidas gravísimas, y otras con que cada día nos ame-
nazan nuestra indolencia y atraso, y la sórdida avaricia de los
especuladores, atentos sólo á la codicia y al lucro, me han esti-
mulado á emprender un ensayo artístico sobre las sepulturas.na-
cionales, principiando desde las de los Reyes de Asturias y con-
cluyendo con las del reinado de Felipe III. En él iré recorriendo
las varias edades y épocas del Arte, y servirá de repertorio ó
índice de cien interesantes monumentos, los que, en gran parte,
jamás han sido descritos ni mencionados en sitio alguno. Creo
que los amantes de las artes, los que estudian la Historia, los que
se recrean en seguir las huellas de las modificaciones, que el ge-
nio ha tenido precisión de adoptar en la literatura y en las artes
RESEÑA HISTÓRICO-ARTÍSTICA DE LOS SEPULCROS NACIONALES 227
por la influencia del Cristianismo, fijarán con placer la atención
en estas memorias respetables de nuestros antepasados.
Que cuando la indiferencia de los Gobiernos, la incuria de los
hombres y nuestro vandalismo, más que la injuria de las edades,
no haya dejado el menor rastro de tantos venerables monumen-
tos, al menos quedarán consignados, aunque con desaliñada plu-
ma, éstos recuerdos de tantos héroes, de ía gratitud y piedad de
nuestros mayores, y de la gloria con que las artes de los Miguel
Ángel y Sansovinos brillaron entre nosotros.
Núm. l.° La historia de los sepulcros de nuestros primeros
Reyes de Asturias y León, así como la de los de Aragón y Na-
varra, ofrece extraordinaria analogía con la de los primeros cris-
tianos de Roma. Ocultos éstos en los subterráneos y catacumbas
de la ciudad eterna, se enterraban junto á los mártires, y so-
bre sus tumbas ofrecían al Señor el incruento sacrificio. En torno
de aquellos cuerpos venerables, con la consoladora fe y espe-
ranza de la resurrección, la muerte no se les presentaba horro-
rosa como á los paganos, sino como un tránsito dulce á la vida
^eterna. Así los Pelayos y los Alfonsos se enterraron en las sa-
gradas criptas de Covadonga; así los Garci-Jiménez, los Garci-
Iñiguez, los Sancho-Garceses y Abarcas, los Pedros y Ramiros
en las concavidades sagradas del Monasterio Pinatense. Diríase
que de estos gloriosos subterráneos de Covadonga y San Juan de
la Peña salió nuestra regeneración política y religiosa, del propio
modo que de las catacumbas romanas, cuna del arte cristiano,
«alió pura y resplandeciente la fe de nuestros padres y el ger-
' men de la regeneración de la sociedad humana.
Así como en los primeros siglos del Cristianismo se sepulta-
ban los secuaces de Jesucristo en las excavaciones hechas en el
tufo volcánico de las catacumbas de San Sebastián, así nuestros
caudillos se enterraron en estas venerables peñas, cobijados por
el manto protector de la Santa Virgen y á la sombra de las sa-
gradas reliquias. Una huesa profunda, practicada unas veces en
la pared, otras veces en el suelo, recibía sus cuerpos colocados
en una sencilla caja ó féretro de bronce metido dentro de un
lucillo ó arca de piedra. Su cubierta, muchas veces, era plana,
228 BOLETÍN DE LA REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA
tosca y pesada; después se le dio la forma llamada tumba, ó sea
ligeramente curvada, que se ha conservado por tantos siglos. En-
terráronse con sus armaduras, con sus vasos de oro, y cuantos
utensilios le habían sido caros en la vida. Costumbre fué ésta
muy arraigada desde los godos y otras naciones septentrionales,,
en cuyos sepulcros, ocultos profundamente bajo tierra, encerra-
ban, con sus Príncipes y magnates, todas sus riquezas. Todo m i
auditorio sabe cómo fué sepultado Alarico cerca de Cosuenza, en
la madre de un río, y el modo bárbaro con que se quiso ocultar
á la posteridad el sepulcro de este Príncipe con sus inmensos
tesoros. También sabe las bárbaras prácticas que quedaron d e
la dominación romana en todo el Occidente, como el sacrificio
de las víctimas humanas y de animales, la combustión de los
Cuerpos y otras por este estilo. Pero el Cristianismo abolió estos
inhumanos ritos y costumbres é hizo conocer cuan vanos eran
en aquella última morada del hombre trofeos, riquezas, inscrip-
ciones y pomposos epitafios.
Así los gloriosos adalides y ricoshomes de Aragón no yacen
de otro modo sepultados que como aun. vemos en las catacum-
bas y columbarios de Roma. El que haya visitado el Monasterio
de San Juan de la Peña los verá colocados en el atrio de la Igle-
sia y del panteón, colocados á los pies de sus Reyes, en dos
filas, una sobre otra. Aparece sólo la extremidad de la tumba en
forma de arco, adornado con una faja de piedra negra y el se-
pulcro está metido profundamente en la peña viva, sin más os-
tentación de trofeos y epitafios ni blasones que el monograma
de Cristo (i), ó la Cruz de Sobrarbe, ó la de García-Jiménez; del
propio modo que muchos de sus Reyes, como algunos de As-
turias y León, ostentaban la Cruz de Pelayo en sus sepulcros;
protestaron solemnes de la fe que profesaban, no curándose d e
transmitir sus hombres á los siglos venideros, con la dulce con-
fianza de que estarían escritos en el libro de la vida. Con igual
humildad se enterraron los Fruelas, los Bermudos, los Alonsos»
(i) Este mismo monograma de Cristo se veía en el sepulcro de Wifre-
do, Conde de Barcelona, en la Iglesia de San Pablo.
RESENA HISTÓRICO-ARTÍSTICA DE LOS SEPULCROS NACIONALES 229
Ramiros, Ordoños y Garcías en Oviedo, y otros ínclitos Reyes,
•cuyos sepulcros apenas se elevan del humilde pavimento en la
Capilla de Santa María de Oviedo, y apenas hay entre ellos
auténtica inscripción que recuerde sus nombres á las futuras ge-
neraciones. ¿Dónde yace Don Alonso el Casto, que tantas Igle-
sias edificó y dotó? En una sencilla arca de piedra, apenas levan-
tada dos pies del suelo, sin el menor vestigio de epitafio. Bien
pudieran exclamar todos aquellos Reyes como Petrarca:
¡Oh ciechi, il tanto affaticar che giova!
Tutti torniamo á la gran Madre untica
E il nome nostro apena si ritrova.
No han sido más ostentosos la mayor parte de los reales se-
pulcros de Nájera, ni los de Leyre, ni los de Sahagún. Ni los de
San Salvador de Oña lo fueron hasta el siglo xv, en que se re-
modernaron, ni otros muchos reales depósitos, cuya enumera-
ción sería prolija y enfadosa.
Igualmente los primeros Reyes de Aragón yacen, como dice
•el Padre Briz: «con una humildad notable en unas cisternillas
ahechas de bóvedas y metidas tan profundamente dentro de la
atierra que no se levantan sino media vara sobre ella». Añade
que los epitafios que están en sus losas y los pocos que pue-
den leerse sólo dicen: Hie jacet Famulus Dei JV... Rex, con là
era de su fallecimiento. Todo este recinto, que en lo antiguo se
llamaba la sacristía de la iglesia, fué mandado decorar por Car-
los III con su acostumbrada magnificencia, con preciosos mármo-
les, y después se le dio el nombre de panteón. Así nos fué im-
posible ver por nuestros ojos aquellos curiosos monumentos
reales, siendo preciso contentarnos con las vagas y confusas des-
cripciones, que nos han dejado varios estimables cronistas de las
•órdenes religiosas, así de estos de San Juan de la Peña como dé
los de San Victoriano, donde yacen los Reyes Iñigo, Arista y
Don Gonzalo, y de otros muchos monasterios.
Si desde estos venerables recintos pasamos al panteón de los
Reyes de León, quedaremos sorprendidos al ver cómo yacen
tantos Reyes y Princesas á los pies de la célebre iglesia de San
230 BOLETÍN DE LA REAL ACADEMÏA DE LA HISTORIA
Isidoro de aquella antigua Corte. Muchos están en arcas coloca-r
das unas encima de otras, y sostenidas con pobres ménsulas;-:
muchas carecen de epitafios; muy pocas hay labradas en már-
mol, y aun son menos en número las que tienen grabadas las.,
figuras de los ilustres difuntos con el bárbaro dibujo de aquellos-
tiempos.
Pero, en cambio del escaso mérito que ofrecen al arte estos,
monumentos, ¡cuánto interés presentan para su historia, cuántos,
agradables recuerdos y cuan dulces sensaciones despiertan en el
alma del amante de las glorias y antigüedades patrias!
En suma, la forma más general de los sepulcros de nuestros,
primeros Reyes, desde Don Pelayo hasta los del siglo xr, consistía
en una gran piedra cuadrilonga en la que se había practicado una
concavidad muy profunda. Su cubierta era una gran losa, que :
con el tiempo tomó la forma curva ó de verdadera tumba y cón-
cava en lo interior, en forma de cofre. Otras veces esta cubierta
tomaba' la forma de un tejadillo de pequeña elevación, con dos-
declives lisos y correspondientes á los dos lados mayores del
rectángulo; también las había con cuatro declives, que correspon-
den á sus cuatro lados. Es sabido que tanto estas cubiertas como-
la forma del arca eran ya usadas por los etruscos-y romanos. En
España se llamaron lucillos, arcas sepulcrales y tumbas. Según,
las localidades y circunstancias eran más ó menos toscamente
labradas, y pocas veces, en las de los primeros Reyes indicados,
se ven labores de ninguna especie mas que las cruces ó mono-
gramas de Jesucristo, como presenta el sepulcro llamado der
Wifredo, Conde de Barcelona, en la Iglesia de San Pablo de di--
cha ciudad, y algunos otros conocidos de las personas doctas^ea;
nuestras antigüedades. Todos los citados sepulcros de nuestros-
Reyes se colocaron, desde un principio, en recinto aparte de la
iglesia. Es bien sabido que hasta el vni ó ix siglo manteníase la
prohibición adoptada por la Iglesia, según las leyes romanas, de
enterrar, no solamente en lò interior de ellas, sino también den-
tro de los muros de la ciudad: In urbe ne sepe lito. Con el tiempo-
y con el deseo de honrar y venerar á algunas personas de santa
vida y a Prelados eminentes, introdújosela costumbre de enterrar
RESENA HISTÓRiCO-ARTÍSTICA DE LOS SEPULCROS NACIONALES 231
en el atrio de las iglesias, y poco á poco en el pórtico de las mis-
mas; así en algunas iglesias muy antiguas de Asturias y Castilla
este atrio se llama cementerio, como el que existía hasta pocos
años ha en la Basílica de San Vicente de Avila. Las personas más
veneradas y calificadas se colocaban más cerca de la pYierta del
templo; el deseo de penetrar en este sagrado recinto, favorecido
por el estorbo, que resultaba de la aglomeración de estos sepul-
cros, tardó muy poco en abrir sus puertas. Refiere el venerable
Beda que con el ejemplo de San Agustín los Arzobispos de Can-
torbery, sus sucesores, fueron enterrados en el pórtico de la igle-
sia, á excepción de dos de ellos que,por falta de sitio, fueron ente-
rrados en el mismo templo. También así se invadieron las iglesias,.
aunque sólo palmo á palmo, como suele decirse, adelantán-
dose desde la nave hasta el coro, y desde el coro al santuario, y
desde aquí, el que más pudo, hasta el Santo de ios Santos. Los
magnates y poderosos no tardaron mucho en reclamar y obtener
estas distinciones. La ignorancia de aquella edad, sin duda haría
creer que muchas de las ceremonias de la Iglesia obraban física-
mente, pues parece que los fieles se imaginaban que sus almas
participarían más de la gracia con que el Eterno retribuye las
oraciones y sacrificios si sus cuerpos se enterraban más próxi-
mos á los altares y á sus ministros. De aquí el vehemente deseo
de colocar sus cuerpos en la iglesia y hasta en el santuario, per-
suadidos de que los sufragios obraban en ellos con más eficacia,
en razón de la proximidad.
El abuso de esto y de interceptar el pavimento de las iglesias,
no sólo en España, sino también en Italia, hizo prohibir severa-
mente en el Concilio primero de Milán esta pompa vana: Sepul-
chriim reliquo pavimento Ecclesiae aequatum sit. Pero con el dis-
curso del tiempo volvieron á levantarse estas arcas, sobre todo
las que podían arrimarse á las paredes de la iglesia. Desde el
siglo x, y con los Reyes de León, empezamos á observar el ais-
lamiento total de las arcas de piedra, y esta elevación sobre gri-
fos y leones de bárbara escultura. La mayor ostentación de gran-
deza consistía en apoyarlas sobre pequeñas columnitas. Las cu-
biertas presentan más generalmente la forma de un tejadillo de
232 BOLETÍN DE LA REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA
cuatro declives, pero en general conservan las arcas la misma
forma. En algunos sepulcros se observan entallos ó adornos de
motivos simples y triviales, como vemos en las portadas de algu-
nas ermitas de Castilla y Asturias, y como los pastores aun hoy
día en la ociosidad de su estado forman estrellas, y con el com-
pás de su navaja semiabierta trazan círculos, con cuyas intersec-
ciones resultan variados adornos. No son más ingeniosos ni ex-
quisitos los de la antigua Iglesia de San Miguel de Lino y otras,
muy célebres construidas hasta el siglo xi, aunque á primera
vista produzca un lindo efecto aquella maquinal y simétrica re-
unión de círculos y figuras geométricas. Los mismos monjes y
ermitaños eran, como es sabido, casi siempre los arquitectos y
mazones de las iglesias en aquella época en que el estado inquie-
to de continuas guerras y disensiones intestinas no nos permitió
hacer progresos en las artes, al paso que en otros países del Oc-
cidente, particularmente en Italia, se labraron muy notables igle-
sias y monasterios.
En comprobación del atraso en que estaba el arte todavía á
principios del siglo xir, parécenos oportuno describir la decora-
ción del sepulcro de Don Alonso I de Aragón, llamado el Bata-
llador, que se ha conservado hasta el año pasado en el Real Mo-
nasterio de Montearagón, junto á Huesca, últimamente medio
demolido é incendiado. El frontis del arca de piedra,, de bastan-
te magnitud, decorábase con seis columnitas y muy sencillos ca-
piteles. Sostenían éstas cinco arcos bastante macizos, cuyo intra-
dós se veía entallado con seis estrías, recortadas en la superficie
anterior por seis pequeños semicírculos que producían el arco.
En cada triángulo ó enjuta de las que interceptan estos arcos re-
cortados hay seis pequeños óvalos profundizados, que forman
una estrella ó rosetón. La cubierta, de una solidez y rusticidad
increíbles, tiene la forma de un tejadillo, con los cuatro declives
paralelos á sus lados. He aquí el rico mausoleo del Monarca glo-
rioso, que dio á los moros veintinueve batallas, ganándoles la
mayor parte. Sin embargo del grosero trabajo de esta arca, la
disposición general del adorno recuerda bástante el de los sar-
cófagos y urnas de Roma en la decadencia del imperio, que imi-
RESEÑA HISTÓRICO-ARTÍSTICA DE LOS SEPULCROS NACIONALES 233
taron exactamente los primeros cristianos, como luego ve-
remos.
Este infeliz estado del arte en ciertas provincias y localidades
hizo á los cristianos servirse de las antiguas urnas y sarcófagos
romanos que podían encontrarse en algunos municipios también
antiguos, sobre todo cuando deseaban honrar extraordinariamen-
te los restos mortales de algún Monarca ó Prelado de santa vida.
Así Don Ramiro el Monje, sucesor de Don Alonso, yace en uno
de estos monumentos, colocado en el claustro solitario de la an-
tigua Iglesia Colegial de San Pedro el Viejo, en la ciudad de Hues-
ca. Preséntase embutida en la pared esta curiosa antigualla, y
sólo puede verse en el frontis principal. En el centro de una co-
rona ó festón de flores, que apoya sobre un canastillo de linda
forma, se ve esculpida la figura de un magistral de aquel Munici-
pio. Sostienen este medallón dos genios desnudos, graciosamen-
te imaginados. Recostados colateralmente se ven dos ríos: uno
está con espadañas en la mano, tal vez el Iruela, que baña la
ciudad; el otro río, de figura femenil, tiene ceñida de flores su
cabeza y sustenta con un brazo el cuerno de Amaltea. Este
sarcófago de mármol blanco recuerda perfectamente varios y
bellísimos que se admiran hoy en el Museo Capitolino, y seña-
ladamente es del todo exacto el que está en el primer ingreso
del Museo, y en lo antiguo existió en la subida de la Iglesia de
Araceli. Todavía es más precioso otro sarcófago romano que
aun existe en la iglesia de Husillos, cerca de Palència, cuya
descripción nos han dejado Ambrosio de Morales y otros escri-
tores eclesiásticos. El célebre Alonso Berruguete aseguró, al
contemplarlo, que no había visto en Roma un monumento que
le excediese en perfección. Algunos otros existen en España
destinados á este uso, que reprobaron los Prelados como
recuerdos vivos del gentilismo; empero el uso que se hizo
en nuestra España fué muy sancionado por la Cabeza visible
de la Iglesia; porque los restos mortales del Papa Inocen-
cio II fueron colocados en la concha de pórfido ó cubierta de la
urna del Emperador Adriano; y hasta en el pasado siglo,
Clemente XII, de Casa Corsini, fué depositado en la pre-
234 BOLETÍN DE LA REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA
ciòsa piscina de pórfido, que por más de trescientos años ha
sido la admiración de los viajeros en el pórtico del panteón de
Agripa.
S e g u n d a época.
Con el siglo xm, en que principiamos nuestra segunda época,
de los monumentos fúnebres^ podemos entrar en detalles y des-
cripciones menos áridas por haberse despertado desde el siglo
anterior un grande entusiasmo religioso, mayor pompa en el
culto y cierta suntuosidad en enterrar á los ilustres difuntos..
Porque Don Alonso VII el Emperador, ya victorioso y tranqui-
lo, fomentó extraordinariamente la arquitectura religiosa con la
generosa acogida que dio á los monjes del Císter, que edificaron
á sus reales expensas grandísimo número de monasterios, ex-
tendiendo por toda España las teorías y prácticas del arte tan
decaídas entre nosotros por las pasadas guerras y disensiones
intestinas. No le cedió Don Alonso VIII, que hizo tan grandes
esfuerzos por el adelantamiento á las artes de la guerra y de la
paz; pues es sabido que después que abatió el orgullo de Mira-
mamolín en las Navas de Tolosa, empezó á dar ejemplo de su
piadosa munificencia con la fundación y obras del suntuoso Mo-
nasterio de las Huelgas y del Hospital del Rey, junto á Burgos.
En el primero, que escogió para su panteón y para el de su piado-
sa consorte, y que hasta el día de hoy lo ha sido de tantos Prín-
cipes y Princesas de Castilla, encontramos ya su misma tumba
cié.mármol en el magnífico coro de las religiosas, y en ella uno
de los primeros ensayos para reproducir la figura humana, no
como un simple simulacro con bárbaros lincamientos y propor-
ciones, sino con representaciones determinadas y con la obser-
vancia de ciertas reglas y conveniencias del Arte. En el tímpano
triangular, que forma la cubierta del sepulcro, está el noble fun-
dador sentado en su solio y dando á besar su mano á la primera
Abadesa, Doña Misol, y otras dos religiosas á quienes entregaba
el magnífico monasterio. En el tímpano opuesto dos ángeles sos-
tienen la Cruz milagrosa que dicen se apareció en la batalla de
RESEÑA HISTÓRICO-ARTÍSTICA. DE LOS SEPULCROS NACIONALES 235
las Navas. Vese en el de Doña Leonor figurada el alma de esta
Princesa llevada al cielo sostenida Jen una sábana por dos ánge-
les. Esta representación, como luego indicaremos, ha estado
muy en boga en casi todos los sepulcros labrados hasta princi-
pios del siglo xv. En los recuadros que forman los lados meno-
res de la tumba se ve el escudo de armas del fundador, que es
un castillo, y los leopardos de Inglaterra adornan l'a de la Reina;
ambos sepulcros posan sobre seis leones colocados en una pe-
queña grada ó basamento de piedra.
Sin salir de este majestuoso recinto y panteón de tantos Re-
yes y Príncipes de Castilla, pueden observarse los esfuerzos que
hizo el arte decorativo desde principios del siglo xin en seis tú-
mulos colocados de derecha á izquierda del mismo coro. Hacen
éstos digno cortejo á los reales fundadores, que están en el cen-
tro, así como las nobles Vírgenes, que día y noche oran todavía
en torno del vencedor de la Navas. Merecen citarse como mo-
delo de gracia y de la influencia de los arquitectos árabes en
Castillla, los bellísimos, entallos de lacería combinados con las
guiñas de Portugal del arca en que yace Doña Blanca, nieta del
fundador, é intitulada Señora de las Huelgas. No es menos cu-
rioso el de la Infanta y Monja Doña Berenguela, hija de San Fer-
nando. Pero el de la. gran Reina del mismo nombre contiguo á
los citados se distingue entre todos tan notablemente, como esta
misma gloriosa é incomparable Princesa sobresalió entre todos
sus contemporáneos. Su forma general es la de los sarcófagos
romanos, tipo primitivo de estos monumentos, y su cubierta es
de cuatro declives, con algunas lindas labores. El frontis de la
urna se divide en cinco espacios ó pórticos, con seis columnitas
que sostienen cinco arcas ó tímpanos triangulares con ingeniosos
adornos, aunque labrados con poca delicadeza. En cada enjuta
que interceptan éstos hay un castillo. En el centro de los pórti-
cos está la Adoración de los Reyes, y colaterales la Degollación
de los niños inocentes, todo en bajorrelieve, de diseño poco
elegante.
El que haya visitado los cementerios ó catacumbas del Vati-
cano, de San Ciríaco ó San Calixto, ó que haya examinado la
236 BOLETÍN DE LA REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA
Roma subterránea de Bofsio y de Aringhio, encontrará en este
sepulcro de Doña Berenguela una semejanza sorprendente con
los de los primeros cristianos, sobre todo desde el siglo ni en
adelante. Así como éstos copiaron la forma de los sepulcros pa-
ganos y las de las basílicas y templos de los gentiles, que des-
pués de Constantino convirtieron en iglesias, así los cristianos
españoles y otros pueblos del Occidente copiaron con religiosa
conformidad todos los objetos del culto. El dogma que predica-
ba la unidad de la Iglesia de Cristo tendía á regularizar todas
las formas de esta fecunda idea, y materializándola en cierto
modo, al paso que propagó su arquitectura, dio un carácter uni-
forme á todos sus ritos, al canto mismo, extendido con el nom-
bre de Gregoriano, y aun á su liturgia, hasta cierta época. El tipo,
pues, de estos sepulcros son las urnas gentílicas, de que están
llenos los museos de Rosa, exactos á los que hemos citado de
Don Ramiro el Monje y el de la iglesia de Husillos. Un bajorre-
lieve llenaba todo el frontis de la urna, y en sus colaterales se
representaban asuntos de la Iliada ú Odisea, ó parajes de la his-
toria romana, ó de la fábula. Desde el siglo 1 empezaron á deco-
rarse estos sarcófagos gentílicos con varias columnitas que sos-
tenían arcos y formaban un pórtico por el estilo del que hemos
citado de lá Reina Doña Berenguela. Así hemos visto varios con
Apolo en medio de las nueve musas en altorrelieve, cada una en
su pórtico, como el que existe en los célebres jardines de Mathei.
A imitación de éste hay innumerables en Roma con los Apósto-
les y sü Divino Maestro en el centro; y este mismo apostolado
lo vemos en las Huelgas, en el sepulcro que existe en el atrio oc-
cidental de la iglesia, de que más adelante hablaremos. Vemos
en otros á Jesucristo, ya en el regazo de su Madre, recibiendo los
presentes de los Magos, ya curando al paralítico, ya resucitando
á Lázaro, ya, finalmente, haciendo el milagro de la multiplicación
de pan y peces. Con esta misma representación, acompañada en
otro lado de la mujer adúltera, cita Morales en su Viaje Santo
una excelente urna de mármol blanco que vio en el claustro de
la Catedral de Astorga, á la que llama sepulcro de Don Alonso el
Magno, sin el menor fundamento, como lo prueba el Padre Flórez;
RESENA HISTORICO-ARTÍSTJCA DE LOS SEPULCROS NACIONALES 237
Por el mismo estilo, finalmente, se ve en la iglesia ó subterrá-
neo de Santa Engracia un sarcófago, entre otros, con varias re-
presentaciones del Nuevo Testamento, y contiene los cuerpos
de San Lamberto y otros Santos. Vense otros en algunas ciuda-
des meridionales de Francia, y son exactísimos al primitivo tipo
que citamos varios que existían en la célebre abadía de San
Víctor y otros dos junto a Arles, uno de los cuales encierra,
según algunos historiadores, el cuerpo de San Sidonio. La e'scas
sez que en España tenemos de estos monumentos, el carácter
de la escultura y el mármol de que están labrados, me hacen
creer que los fieles y Prelados traerían de Roma estos sarcófagos^
así como algunos objetos del culto aun antes del siglo ix. En los
primeros siglos del Cristianismo servirían para colocar los cuer-
pos santos, ó los venerados en los altares, y con el tiempo se
extendería su uso para los reyes y otros personajes. Flórez nos
dice que el cuerpo de la gran Reina Doña Berenguela fué trasla-
dado por su nieta, religiosa y del mismo nombre, á otro más
honorífico, que es el que hemos descrito, acudiendo para este
fin al Papa Inocencio IV, á quien pidió indulgencias para engran-
decer las honras de tan magnífica señora. Ya hemos visto que
el que cita Morales no contenía, en su tiempo, ningún cuerpo
santo. Pero de todos modos estos sarcófagos fueron el tipo de
muchísimos que se labraron en nuestra España para colocar los
restos de muchos mártires. Con ligeras modificaciones es igual
al que encierra las reliquias de Santa Eulalia en la santa cripta
de Barcelona. Con la misma idea y disponiendo de adornos,
aunque mucho más ostentoso, es el de los Santos Mártires de
Avila; el de San Severino, en Tolosa de Francia; el de San Re-
migio, en Reims, y otros muchos que pudiéramos citar.
No se crea que este sistema de ornamentación con pórticos
de columnas tan pronto rectas, tan pronto espirales, fué un tipo
consagrado exclusivamente á estos monumentos fúnebres. Seguía
la misma marcha que la arquitectura civil y religiosa, pues vemos
que este abuso de columnas y pórticos, unos sobre otros, se nota
ya desde el siglo n en muchos edificios muy principales de Roma
y otros puntos de Italia y del Imperio. Tales son los restos del
238 BOLETÍN DE LA REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA
palacio de Diocleciano en Espalatro, las Basílicas de San Pablo
y Santa Inés de Roma, los edificios que hizo Teodorico w Ráve-
na y Terracina y otros varios, construidos todos desde el siglo 11
hasta el vi. Aquí vemos los primeros- anuncios de las arquitectu-
ras románica y bizantina, que nuestros escritores confunden con
la goda germánica. Aquéllas duraron en España por .muchos
siglos, hasta que esta última, llamada gótica, se propagó en el
reinado de San Fernando, como todos saben. También hará ver
cómo el primitivo tipo de los citados sarcófagos de Roma cris-
tiana se fué conservando en infinitos monumentos fúnebres hasta
fines del siglo xv. Hablando, aunque de paso, del que existe en
el atrio occidental de las Huelgas de Burgos, dijimos que en su
frontis están en bajorrelieve los Apóstoles y su Divino Maestro,
cada uno en su especie de nicho, y que, con igual colocación, se
observa este apostolado en los sarcófagos de Roma labrados des-
de el siglo 11 ó ni ; sin embargo, este lindísimo monumento per-
tenece á mediados del siglo x'ni. Los arcos que cobijan á cada
uño de los Apóstoles son ya agudos y de un gótico bastante
puro. Sobre éstos hay un coronamiento ó cornisa sostenida con
veinte pequeñas arcadas en forma de matacanes, y bajo de cada
una hay una figura arrodillada; en el frontis del lado menor del
sarcófago se ve al difunto en su lecho y á dos ángeles que en un
sudario suben el alma al cielo. Cobija este monumento un dosel
de cuatro bovedillas de piedra, sostenidas por seis columnas co-
locadas en los cuatro ángulos y dos centros del sepulcro. En
cada fuste de ellas, y mirando dentro, hay esculpidos dos ánge-
les en ademán de proteger el cuerpo del difunto. No nos acor-
damos haber visto un monumento de esta época tan misterioso,
singular y rico en su misma pobreza y pequenez.
Debemos citar otro, aunque cuenta medio siglo más de anti-
güedad, y existe en el Monasterio deBenevivere, junto á Carrión
d e los Condes. Cada lado del túmulo está dividido en seis lindas
arcadas, sostenidas por siete columnitas. Ya no se ven los asun-
tos del Nuevo Testamento tan usados hasta esta época en los
sepulcros labrados; en su lugar están representadas las exequias
hechas al difunto. Se ve al Preste ó Abad vestido de pontifical
RESENA HISTOFICO-ARTÍSTICA DE LOS SEPULCROS NACIONALES 239
con los monjes y canónigos y demás ministros y clérigos con
cruces, hachas, el hisopo y la calderilla colocados de dos en dos
bajo de cada arcada que rodea el monumento. Ya se presenta
sobre su cubierta la figura del difunto echada, mas no en alto-
rrelieve ni con las circunstancias que forman la época marcada
de estos bultos tumularios, de que luego hablaremos. Esta pom-
pa triste en los frontis y en la circunferencia de los sepulcros
aislados ha estado muy en uso hasta fines del siglo xv. Consér-
vase con este adorno en el sepulcro de Luis de Francia, hijo del
santo Rey de este nombre y de Margarita de Provenza. Se ven
el de Felipe el Bueno y el de Carlos el Temerario, con el cortejo
de muchos caballeros del Toisón de Oro, y otros existentes en.
Flandes, en Francia y en España. Sólo citaremos dos construí-
dos en el siglo xv para comprobar la larga duración de esta cos-
tumbre. El uno es de D. Lope Jiménez de Urrea, Virrey dé Si-
cilia, primogénito de los Condes de Aranda, en cuyo frontis,
debajo de doseles de mármol lindísimamente labrados, están los
doce santos Apóstoles; el otro es del Cardenal Calvillo, en la
Catedral de Tarazona. En su frontis se ve la citada pompa fúne-
bre con obispos, canónigos y otros clérigos con variados y cu-
riosísimos ropajes; se advierte además en él, y colocada en el
centro, una estatuita del Antipapa Luna, que dicen le creó Car-
denal. En los sepulcros de menor aparato y suntuosidad se ve
algunas veces esta misma pompa sobre fondo liso y sin la deco-
ración citada; asimismo, y particularmente en las Castillas, se
observan labrados en el frontis los últimos momentos del difun-
to, rodeado de sus deudos y parientes y de la aquilatada turba
d e plañideros mesándose los cabellos y en grotescas actitudes.
De esto hay un interesante bajorrelieve en el sepulcro de una
dama del siglo xrn en la antigua Catedral de Salamanca.
Hasta esté período que recorremos, es decir, hasta principios
del siglo xiii, no encontramos en estos monumentos las escudos
de armas, ó sean aquellas marcas hereditarias de extracción y
nobleza que desde principios del siglo xi introdujo ya en Fran-
cia Godofredo de Previlli. Son conocidos los escudos de la fami-
lia de Regimboldo, Preboste de la Abadía de Monri, en Suiza
240 BOLETÍN DE LA. REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA
desde el año 1027 hasta el de 1955 ; las de Roberto I, Conde dé
Flandes, en 1072, y las de los Condes de Tolosa. T o d o esto
prueba la existencia de estos signos nobiliarios antes de la pri-
mera Cruzada, publicada solamente en 109 5; ni esta primera ex-
pedición hizo otra cosa que ponerlas más en boga y multiplicar-
las después con las justas y torneos. Así fueron la distinción de
la nobleza originaria hasta fines del siglo xv, en que los plebe-
yos ennoblecidos principiaron á hacer uso de ellas. Entre los
muchos monumentos nacionales que he examinado, los primeros
en que aparecen estos escudos de armas son los que hemos ci-
tado de Sarmientos, fundadores del Monasterio de Benevivere,
á fines del siglo xn, y los de Don Alonso el de las Navas. En tiem-
po de San Fernando parece que estaban más en uso, pues se ven
en varios túmulos de la Corona de Aragón, así como en los del
vestíbulo de las Huelgas. Desgraciadamente los de estos últimos
(accesorios que serían de grandísimo auxilio para poder designar
á los personajes que yacen en las tumbas) están casi completa-
mente desgastados y borrados.
Por todo lo que hasta aquí hemos expuesto, podemos obser-
var las oscilaciones que la arquitectura funeraria sufría entre
nosotros. Ora vemos la forma de los sepulcros puramente latina
y. de una ortodoxia, digámoslo así, irreprensible, como el de la
Reina Doña Berenguela y en algún otro en el mismo recinto de
las Huelgas; ora los vemos en forma romana, pero con la orna-
mentación arábiga, como el de Doña Blanca, y, finalmente, los
vemos del primer estilo citado, pero con toda la decoración y
sistema ojival del tiempo de San Fernando. Cada nación dejaba
el sello de su gusto peculiar; pues tanto estos monumentos como
las iglesias se decoraban indistintamente, ya por las ideas y tra-
zas de los Monjes y Prelados que venían de Roma, ya por los
árabes y maestros en Geometría que desde el reinado de Don
Alonso VIII, y aun antes, se ingerían en las obras de los cristia-
nos, ya, finalmente, por los arquitectos laicos nacionales y ex-
tranjeros que con resabios del arte romano propagaban desde el
siglo xiii las doctrinas de las logias de Strasburgo. Pero en medio
de esta heterogeneidad de escuelas, todos estos monumentos, in-
RESENA HISTÓRICO-ARTÍSTICA DE LOS SEPULCROS NACIONALES 24 I
cluso los de los Reyes y magnates, hechos hasta mediados del ci-
tado siglo, apenas se elevan del suelo mas que lo que permite una
ligera grada, alguna ménsula ó león toscamente labrado. Esta sen-
cillez y parsimonia ó modestia cristiana, si así se quiere llamar,
era consiguiente á la que se observaba en la construcción de edi-
ficios particulares, como altares y castillos, y aun también á la
de los mismos templos. Pero desde que el glorioso Fernando III
empuñó el cetro y arrojó al musulmán de Córdoba y de Sevilla,
ensalzó el culto con tan extraordinario celo, protegió é hizo pro-
gresar de tal modo las artes de la guerra y de la paz, que la ar-
quitectura principió á ostentar una majestad á que jamás había
llegado, como lo prueban las magníficas catedrales y basílicas
que á su impulso se construyeron.
Porque la arquitectura hasta el siglo xi no era en todos los
países de Occidente mas que una imitación más ó menos feliz,
más ó meno.s bárbara de los monumentos de Roma y de algunas
provincias italianas del Imperio. Pero casi repentinamente, con
el fervor de la religión, que llegaba á su apogeo, hizo un esfuerzo
para abalanzarse más allá de las rancias tradiciones y crear nue-
vas doctrinas más fijas y constantes y más en armonía con el
objeto de estos grandes monumentos. El espíritu de asociación
fué el gran vehículo de estos esfuerzos, y de las sociedades que
se formaron "entre algunas razas germánicas llamadas en adelante
francos-masones salió ese cuerpo de teorías que se propagó con
asombrosa uniformidad por casi todas las regiones de Europa.
Así la actual Basílica de San Vicente de Ávila, que fué una de
las primeras fundaciones de San Fernando, aunque con resabios
de ornamentación romano-bizantina ó lombarda, como algunos
la llaman, nos presenta ya la misma distribución y plan de las
más galanas catedrales góticas del siglo xv.
Consiguiente á estos progresos, la arquitectura funeraria se
presenta ya con más aparato y con un carácter y traza más fija
y constante, no ya con simples urnas ó lucillos aislados, ó cua-
jados en los arcos de las capillas sobre el húmedo pavimento;
los veremos elevados sobre leones, plintos y basamentos. Los
pequeños doseles ó bóvedas de piedra sostenidas por columnas
TOMO LXXIII 16
242 BOLETÍN DE LA REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA
cobijando el sepulcro de los mártires, como vemos en las basíli-
y*"
cas de Roma desde el siglo vi, en San Vicente de Avila y en
otros templos de España, sirvieron de tipo para engalanar esta
última morada del hombre y darle una ostentación y aparato de
que antes carecían los mismos Reyes. Sólo vemos con esta cu-
bierta, muy generosamente ejecutada, el del primer Rey de Je-
rusalén, Godofredo, libertador del Gran Sepulcro, y el de su
hermano Baldovino; y poco más elegante es el que cobija al
Emperador Federico II en la Catedral de Palermo. Los más anti-
guos que he visto en nuestra patria están en la Iglesia de la Mag-
dalena de Zamora, erigida por los Caballeros de San Juan. Los
dos más inmediatos al altar, si bien sus urnas se elevan del suelo
muy modestamente, tienen una arcada sostenida por dos colum-
nas de bellísima labor. Otro existe de traza muy donosa y muy
parecido al que describimos del vestíbulo de las Huelgas. Como
éste tiene su lindo pórtico de columnas que sostienen las bove-
dillas de piedra; pero no nacen estos pilares de la cubierta d é l a
urna, sino que descienden y posan en el basamento que recibe
el arca. Así ésta queda exenta, y se observan los relieves que la
decoran, representando al difunto en su lecho. Su alma, trans-
portada al cielo por los ángeles, se ve en el fondo 'de la pared
que adorna el arco, y la ornamentación de los frontones de la
bóveda, así como las de sus lindas columnitas y capiteles, que
es del gusto romano-bizantino ^ revela la anterioridad de este se-
pulcro al que citamos y describimos de las Huelgas. Este com-
prueba también el mayor aparato que se desplegó desde el cita-
do reinado de Fernando III.
Ignoro si existen muchos de estos monumentos en España; yo
sospecho que eñ las antiguas iglesias de Asturias y Galicia han
debido conservarse algunos de disposición tan curiosa como he-
mos indicado. El tipo de éste es antiquísimo, pues es sabido que
estos doseles de piedra existen en algunas basílicas de Roma de
los primeros siglos de la Iglesia; porque en su origen fueron des-
tinados á preservar los cuerpos de los mártires, y á su imitación
se construyeron, desde el Pontiricado de Urbano VIII hasta el
siglo pasado, los d e San Pedro del Vaticano, el de Santa María
RESENA HISTÓRICO-ARTÍSTICA DE LOS SEPULCROS NACIONALES 243
la Mayor y otros, á los cuales se da el nombre de baldaquines.
También vemos cuan antigua fué esta forma de sepulcros entre
los francos, pues en las adiciones al Código Sálico hechas por
Childeberto y Clotario se pronuncian penas contra aquel que ro-'
base ó destruyese estos edificios. Si quis basilicam super homi-
ne m mortuum spoliaverit... Si quis suave qit-od est porticulus super
hominem mortuum dejecerit, etc. (i). Pero es claro que estos
adornos ó galerías eran indispensables cuando los sepulcros en
los primeros siglos estaban expuestos á la inclemencia antes de
ser introducidos en los pórticos ó basílicas. ¿Será acaso el que
yace en el citado de las Huelgas algún insigne Prelado ó persona
de muy santa vida á quien se haya querido recompensar con el
adorno ya descrito de la exclusión del augusto recinto celosa-
mente reservado á las personas de real estirpe? Lo ignorárnosla
pesar de los esfuerzos que hemos hecho para dibujar el carco-
mido escudo de sus armas. De todos modos, desde esta época,
ó sea desde fines del siglo xin, data la práctica, no sin alguna
interrupción ó excepciones de elevar las urnas y apo5^arlas á los
arcos adosados, según la localidad y el rango ó riqueza de las
personas lo permitían.
III
Entramos á hablar de la tercer época de los mausoleos ó se-
pulturas en que se ve esculpida en relieve la imagen del difunto;
período ciertamente muy interesante por el gran número que de
ellas se ha conservado hasta nuestros días y también por los mu-
chos y preciosos documentos que nos suministran. No quisiéra-
mos asignar la boga de esta práctica hasta mediados del siglo xn,
pues aunque algunos sepulcros de León y algún otro punto del
Reino nos presenten ejemplos de esto desde el siglo x, sus figu-
ras, además de ser de muy poco relieve, eran de tan duro y.bár-
(1) Collections historiques de France, tomo iv, tit. 58.
244 BOLETÍN DE LA REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA
baro diseño y tan escasas en número, que no merecen tomarse
en consideración para nuestro propósito, aunque por otra parte
sean objeto de infinito interés para el conocimiento de los tra-
jes de aquellas épocas, tan ignorados entre nosotros. En este pri-
mer período de la representación del personaje difunto acostum-
braban á ejecutarse las figuras grabadas profundizando la losa, 6
sean incisas, del propio modo que aun vemos en el pavimento-
de ciertas iglesias algunas lápidas ó laudes con escudos de armas
ó trofeos del difunto, como se han usado hasta el reinado de
Carlos III. También los cementerios y catacumbas de Roma nos-
presentan ejemplos desde los primeros siglos del Cristianismo
de esta práctica de grabar sobre la losa la imagen del difunto.
Así ha durado por muchos siglos, hasta el xvn, este uso en las
iglesias de Italia, y muchísimas ejecutadas en los siglos xv y xvi
son notables por su excelente dibujo. El espacio limitado para
fijar sepulturas á cada individuo, el inconveniente tan obvio d e
interceptar el pavimento de los templos con esculturas relevadas,
y más que todo la extraordinaria economía que resultaba, hizo;
general y duradera esta costumbre, principalmente éntrelas cla-
ses poco opulentas y plebeyas. En España hemos visto hasta el
siglo xvi ejemplos de esto. Aun entre muy opulentas familias
estuvo en uso este proceder de grabar profundizando la figura
del difunto, no por economía, pues que labraron sobre magníficas
planchas de bronce, sino por una consideración muy razonable
respecto de que debían colocarse en el presbiterio, donde el es-
torbo hubiera sido mayor é inevitable. Así estaba la del Marqués
de Tarifa en la Cartuja de Sevilla; así también la preciosa serie
de los Marqueses de Villena, del ilustre linaje de los Pachecos en.
su capilla mayor del Parral de Segovia. Desgraciadamente unos
seis años ha que cierto empleado de aquella ciudad las vendió y
arrancó de su sitio para fundirlas. Pero á pesar del inconveniente
indicado de los bultos en medio relieve sobre las losas del pavi-
mento , esta práctica ha sido más multiplicada y constante p o r
muchas generaciones. Muy curiosas eran las que existían en San.
Francisco de Valladolid y otros puntos de las Castillas y Corona
de Aragón. Aun se conservan bastantes de los Arzobispos d e
RESENA HISTÓRICO-ARTÍSTICA DE LOS SEPULCROS NACIONALES 245
Zaragoza, unas junto á otras, y las de los Obispos de Huesca en
-el presbiterio de su iglesia, todos vestidos de pontifical. Es digna
de citarse la magnífica plancha de bronce que representaba de
medio relieve á Fernán Rodríguez Pecha, Camarero de Don
Alonso XI, que, como dice el Padre Sigüenza, era «de esmerada
labor y obra que en España no se sabía hacer entonces». Se
•conservaba con otros curiosos depósitos fúnebres en la capilla
de la Trinidad de Guadalajara hasta el año ocho. (También esta
capilla aislada, de lindísima traza árabe, ha sido derribada en estos
últimos años.) Son asimismo de bronce las de los Reyes de Na-
varra, que yacen en la Catedral de Pamplona; y todos los aficio-
nados conocen la del. bufón ó juglar M. Borra, que existe en la
Catedral de Barcelona. Sería interminable si hubiera de hacer
mención de las muchas memorias de este género que había en
nuestras iglesias; en los dos últimos siglos desaparecieron infini-
tas, por la manía que se apoderó de tantos capítulos seculares y
regulares de modernizar las iglesias, despojándolas de su más
bello carácter primitivo y de estas interesantes memorias. Así
ignoramos los nombres de muchos arquitectos y artistas célebres
'que dejaron en los templos tan grandes muestras de sus talentos.
Y o presentaré en otra ocasión memorias sepulcrales de persona-
jes de mucho interés para la historia, de quienes, ésta guarda un
profundo silencio.
Concluiremos esta digresión de los sepulcros que llevan la
imagen de los difuntos, citando las curiosísimas arcas sepulcrales
que existen en el insigne Monasterio de Damas de San Juan de
Jerusalén, en Sijena, ejecutadas la mayor parte en el siglo xv.
Estos singulares depósitos están colocados en lo alto de las pa-
redes de la iglesia, sobre graciosas ménsulas, y quizá sea esta la
causa de haber sido ejecutados en madera. Pero la fragilidad de
la materia parece quiso recompensarse con el primor y elegan-
cia con que fueron adornadas de graciosos escudos de armas
pintados sobre fondos de oro que guarnecen los tres frontis del
arca. Su cubierta es de dos declives bastante elevados, que per-
miten ver las figuras de las damas retratadas y tendidas por lo
largo del lado anterior, sobre fondo igualmente dorado y mati-
246 BOLETÍN DE LA REAL ACADEMIA DE- LA tílSTORIA
zado con graciosas labores. Son curiosísimas las figuras de una
Condesa de Barcelós, de la gran casa de las Cómeles, con traje
secular, y la de otra religiosa del mismo linaje retratada con el-
singular y majestuoso traje de la Reina Doña Sancha, fundadora
d e aquel venerable retiro de la principal nobleza aragonesa y
catalana. No son de otra materia las arcas sepulcrales en que
yacen los Reyes de Ñapóles, de la real casa de A r a g ó n , y tam-
bién se hallan colocados en lo alto de la sacristía de Santo Do-
mingo el Mayor de aquella capital. Entre ellos reposaba el grande
Alfonso, que conquistó aquella ciudad, hasta que el Duque d e
Cardona, Virrey de aquel reino, no sin grandes dificultades, la
transportó á Poblet, donde ha sido tan indignamente profanado-
en estos últimos años.
Pero volvamos al principal asunto, cual es la reseña de la os-
tentosa costumbre de colocar estatuas echadas del tamaño natu-
ral sobre los túmulos, camas ó sepulcros. Desde m u y remota
antigüedad estuvo en boga esta práctica según vemos en muchos
sarcófagos etruscos y romanos que se conservan en varios Mu-
seos de Toscana, de Roma y de París; pero en general las figura»
d e los difuntos no se representaban tendidas ni exánimes como
casi constantemente se usó entre nosotros hasta el siglo xv, sino
recostadas con cierta molicie y apoyando su brazo derecho sobre
almohadones. En esta misma actitud observamos en muchas
iglesias de Italia no pocos personajes representados en sus mau-
soleos , pues como eran más vivas las inspiraciones que aquel
pueblo y sus artistas tenían con los sublimes restos de la anti-
güedad, adoptaron las formas y ciertas prácticas paganas de sus
antepasados con menos escrúpulo que los católicos de otros paí-
ses. Por esto vemos al personaje difunto en pie y en actitud
arrogante en otros mausoleos de Ñapóles y de Florencia. Vemos
reyes y grandes capitanes representados á caballo, como á Jor-
dán Orsino en la Iglesia de Monterretondo, cerca de Roma; á
Antonio Rido, Gobernador del Castillo de San Angelo, en su
sepulcro de Santa María la Nueva de Roma; á Cau de la Escala
y los Escaligeros en Verona; á Ladislao, Rey de Ñapóles, en San
Juan de Carbonara de esta ciudad; al mismo Ladislao, á su her-
RESENA H I S T Ó R I C O - A R T Í S T I C A DE LOS SEPULCROS NACIONALES 247
mana Juana, al excelente Roberto de Aujón y otros reyes en la
misma capital los vemos sentados sobre sus ricos mausoleos.lle-
nos de majestad y esplendor. Pero en España, Francia y otros
países de la.cristiandad la modestia ó humildad cristiana ha re-
husado estas actitudes demasiado gallardas é inconvenientes para
estar delante del Santo de los Santos, y puede asegurarse qite
constantemente sus estatuas fúnebres, sobre todo entre nosotros,
han sido siempre esculpidas echadas enteramente ó puestas de
rodillas. La época que yo asignaría á la introducción de esta
práctica en España no sería ciertamente antes del reinado de
San Fernando. Ni la rica y preciosa serie de estas estatuas de los
Reyes de Francia, que encierran las bóvedas de San Dionisio^
panteón de todas las tres ilustres razas, cuenta mayor antigüe*
dad, pues es sabido que San Luis y su madre, Blanca de Castilla,
asignaron sumas considerables para la reconstrucción de la ba?
silica, y que entonces se hicieron la mayor parte de los bultos
de los reyes dé la primera y segunda raza, que hicieron colocar
en el lado izquierdo del coro. No pretendemos probar, sin env
bargo, q u e e n dicho reino, en Alemania y, sobre todo, en Italia
no existan algunas esculturas de esta clase, hechas algunos años
antes del siglo xn.
Con este ejemplo creemos ocioso el advertir cuan en uso ha
estado el renovar sepulcros y erigir cenotafios á muchos varones
célebres algunos siglos después de su fallecimiento. Sabemos
que en 1272 Don Alonso el Sabio mandó labrar para el Cid
Campeador un sepulcro compuesto de dos.piedras muy grandes,
y para su mujer Gimena una tumba de madera, pintada muy cu*
riosamente. Las estatuas echadas de estos héroes, que aun exis-
ten, se conocen por el carácter de su escultura que fueron labra-
das en tiempo de Felipe V, así como los frontis del túmulo están
hechos en tiempo del Emperador y Rey Don Carlos I. Sólo que*
do en este monumento, del tiempo de Don Alonso el Sabio, là
piedra sobre que posan los bultos con los versos que empiezah
Belliger invictus, atribuidos á la pluma del citado Rey. Lo mismo
podemos decir del magnífico de Don Alonso V I que fué erigido
en Sahagún por Don Sancho el Bravo, lo mismo de los Reyes
248 BOLETÍN DE LA REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA
viejos de la capilla mayor de Toledo, y por este estilo otros muy-
enos, de que en otra ocasión hablaremos.
Pero aun quedan muchísimas estatuas ó bultos coetáneos que
ofrecen extraordinario interés y curiosidad, no solamente porque
nos conservan la fisonomía de hombres muy insignes, sino tam-
bién porque nos instruyen d é l o s trajes eclesiásticos, civiles y
militares, de los de las Ordenes religiosas y caballerescas y otros
usos y costumbres de aquellas edades muy ignoradas entre nos-
otros. La sencilla enumeración de las más preciosas y singulares
sería larga y enfadosa, á pesar de las muchas que en estos últi-
mos años ha destrozado y pulverizado un estúpido vandalismo,
Gomo uno de los primeros ejemplos que nos ocurren de esta
representación del hombre exánime citaremos los del Infante
Don Juan, hijo de Don Alonso el Sabio, en el presbiterio de la
Santa Iglesia de Burgos. El del célebre D. Diego Martínez Sar-
miento, en el capítulo del monasterio que fundó en Beneviverej
bulto curiosísimo ya por su majestuoso traje talar, ya por halcón
Ó azón que tiene en la mano y otros accesorios singulares y raros.
Este bulto nos sirve como ejemplo de la antigua práctica de pin-
tar las esculturas de piedra ó mármol, que duró hasta fines del
siglo xv, en que la corrección y elegancia de la forma hizo inne-
cesaria y desterró de la estatuaria este aliciente de la ignorante
multitud. Citaremos también los bultos que están junto á la es-
calera del Archivo de Burgos, el de un infante ó magnate del
tiempo de San Fernando, que está á los pies de la Iglesia de San
Pedro de Cárdena, á quien el vulgo llama el moro que mesó la
barba del Cid ya difunto y, por último, el de aquella heroína
Doña María la Grande, en las Huelgas de Valladolid.
Del siglo siguiente son muy notables los de la monja Doña
Constanza, nieta de Don Pedro el Cruel, en el Convento de Santo
Domingo de esta Corte. Su estatua y la de todo el mausoleo
presenta el ejemplo de la unión del mármol blanco y negro corî
los que marcan los verdaderos colores del hábito dominicano de
la Orden. Así alternan estos jaspes en la cara, manos'y otras
figuritas del sepulcro con singular gracia y propiedad. Con igual
artificio hay un cenotafio de la Reina Doña Berenguela y otro
RESEÑA HISTÓRICO-ARTÍSTICA DE LOS SEPULCROS NACIONALES 249
de Doña María Coronel, erigidos en el Monasterio de Santa Clara
la Real de Guadalajara, así como otros que vimos en el claustro
de San Francisco de Valladolid, demolido cinco años ha, con
muchas riquezas históricas; otra estatua sepulcral, en extremo
curiosa, es la de Doña Aldonza de Mendoza, mujer del célebre
D. Fadrique, Duque de Arjona, y está tabicada en la capilla ma-
yor del Monasterio de Lupiana, para cuya construcción dejó muy
grandes sumas.
Por lo que llevamos indicado se ve que hasta la mitad del
siglo xv las estatuas representaban generalmente al personaje
difunto, y echado ó tendido como el cuerpo muerto en su fére-
tro. Comúnmente se esculpían vestidas con los mismos trajes
que habían usado en vida. Los reyes, príncipes y magnates se
acostumbraban á poner con su manto, corona y otras reales ves-
tiduras. A los caballeros ó militares, con sus armaduras y cotas
d e armas. Parece que hubo de establecerse por ordenanzas,
sobre todo en Alemania é Inglaterra, el uso y forma de estos ac-
cesorios en las estatuas fúnebres porque á muchos caballeros y
militares muertos en su cania se les representó su espada y la
•cota de armas sin el cinturón. Los que habían muerto en el cam-
p o de batalla son los únicos que debían tener la espada desnuda
entre las manos. Muchos caballeros de los siglos xin y xiv se ven
en los citados reinos con la espada en la mano, el escudo en su
brazo y el casco en la cabeza. Los hay con visera echada, la cota
de armas ceñida sobre la armadura con una cintura. En España
no nos acordamos de haber visto un gran número con la cabeza
cubierta. Se observa, tanto entre nosotros como en los demás
reinos citados, que estos guerreros apoyan los pies sobre el es-
pinazo de un perro, símbolo de la fidelidad, ó sea insignia y pri-
vilegio de la nobleza por el atributo de la caza. Los hay que po-
san sobre un león. Este era un privilegio de los barones del im-
perio, así como sus esposas apoyaban sus pies sobre un lebrel.
He observado que algunos caballeros templarios presentan una
actitud singular y muy diferente de la de todos los demás que
existen, cuyos pies reposan constantemente iguales sobre la cama
del sepulcro ó sobre el león ó lebrel. En las estatuas echadas de
250 BOLETÍN DE LA REAL ACADEMIA. DE LA HISTORIA
dichos caballeros, que se ven en San Juan del Temple, de Lon*
dres, así como algunas otras del siglo xrn en-Inglaterra, como
las de un Duque de Pembrok, la de Roberto Ros y las de Roje-
sio en Norfoh, las piernas se presentan cruzadas en algunos for-
mando el aspa de San Andrés y posan sobre leones; en otros,
la pierna derecha se avanza en ademán de marchar sin posar sus
pies sobre animal alguno, y también los hay en actitud de des-
envainar la espada. En la misma postura tiene los pies uno de
los caballos de la citada milicia que yace en la curiosa Iglesia de
la Vera Cruz en Segovia, ligero remedo de la del Santo Sepulcro
de Jerusalem Esto nos hace creer que tales distinciones se reser-
vaban para los caballeros que habían estado en Tierra Santa, y
quizá estaría prescrito en algunas ordenanzas que aquellos nob-
bles campeones ni aun en la tumba debían estar reposados, sino
dispuestos siempre á defender á los peregrinos del Santo Sepul-
cro. Poseo ordenanzas del Emperador Carlos V que fijaban laa
disposiciones, armaduras y otros accesorios de estos monumen-
tos; así como existía en su reinado la llamada Junta de las divi-
sas, que arreglaba la disposición de cuarteles, escudos é insig-
nias de la nobleza. Las princesas y otras damas se r e p r e s e n t a -
ban con su perra ú otro animalejo favorito. Finalmente, desde
el reinado de Don Juan II se observa en muchísimos túmulos á
los pajes ó donceles al lado ó á los pies de su amo, teniéndoles
ora la celada, ora el escudo, lo mismo que las damas tienen al-
guna doncella recostada á sus pies. Unos y otros se representan
regularmente en tamaño mucho menor que el de los amos á
quienes acompañan. Así se ven entre otros muchos los Marque-
ses de Villena en sus ricos mausoleos del Parral de Segovia, el
Condestable D. Alvaro de Luna y su esposa Doña María Pimen*
tel, quienes á más tienen su cortejo de cuatro caballeros de San-
tiago esculpidos en alto relieve á los cuatro ángulos de la tumba
de su gran Maestre, así como en los de su esposa hay cuatro re-
ligiosos de San Francisco.
Ha sido costumbre muy general en España el representar á
muchos personajes, sobre todo desde el siglo xin, con el hábito
de monje con que fueron enterrados por especial devoción á los
RESEÑA : niSTÓRICO-ARTÍSTíCA DE LOS SEPULCROS NACIONALES 251
santos ó á los monasterios donde tenían su sepultura. Así vere r
mos á algunos Reyes de Aragón que yacían en Poblet represen*
tados por un lado con su cogulla cisterciense, y con el hábito de
San Francisco algunos reyes y reinas en la capilla de los Reyes
nuevos de Toledo. Pudiéramos citar muchos bultos de damas y
caballeros con el traje del Patriarca de Asís, cuya-devoción desde
fines del siglo xm se propagó prodigiosamente en España. Las
indulgencias concedidas á los que vistieran el santo sayal, hizo
multiplicar extraordinariamente su uso, como hemos visto hasta
nuestros días.*y de aquí la boga, sobre todo en las Castillas, de
mandar representarse con este traje en los túmulos que se
construían.
En el siguiente siglo xiv obsérvanse ya estos bultos y túmulos
elevados con más ostentación y aparato. La tumba ó arca se
oculta casi completamente, y el exterior presenta un rico basa-
mento de grandes proporciones en que yace el ilustre difunto
sobre colchones ó cubiertas y paños ricamente labrados. Los
leones, siempre destinados á sostener estos monumentos, posan
sobre plintos y basamentos de lindos y caprichosos festones.
Los modestos escudos de armas, que apenas se columbran en el
siglo xm, osténtanse ya con inusitada pompa de celadas,, timbres
y lambrequines serpenteando por todas las faces del monumen-
to. En rededor de las cabezas de los bultos se ven adornos y pa-
bellones ó bovedillas á la gótica. Muchas veces se ven dos ange-
litos junto á la cabeza, ya protegiendo la del difunto, ya soste-
niendo la almohada ó la corona ó celada del personaje. Del pri-
mer modo más devoto está el mausoleo ya citado del Cardenal
Calvillo, • y el de una dama en el claustro ya destruido de San
Francisco de Valladolid. En los túmulos de los Reyes de Ingla-
terra Enrique IV y Juana de Navarra, se ven los ángeles que
sostienen las coronas, y por este estilo varios otros de capricho-
sas invenciones y accesorios.
Pero este lujo tomó más vuelo en el inmediato siglo xv, sobre
todo en el reinado de Don Juan II, hasta el fin del de los Reyes
Católicos, en el que la arquitectura y ornamentación godo-ger-
mánica había llegado al apogeo de su riqueza, excelencia y biza-
252 BOLETÍN DE LA REAL ACADEMIA. D S LA HISTORIA
rría. Entonces se erigieron en España varios monumentos taa
preciosos y magníficos, que eran los objetos más importantes
que encerraban los principales monasterios de la Península. Ci<-
taremos con cierto orden cronológico los de D. Gómez Manrique,.
Adelantado de Castilla, y el de Doña Sancha de Rojas, que se
erigieron en medio del presbiterio de la iglesia que fundaron de
Frex del'Val, cerca de Burgos, y donde Carlos V quería retirarse
antes de pensar en el Monasterio de Yuste. También estos mau-
soleos sufrieron la suerte del del Cid en Cárdena, pues á imita-
ción de éste fueron quitados en el siglo xvn de este local privi-
legiado, y algunos fragmentos con los bultos de dichos fundado*
res se arrimaron á las paredes laterales. La estatua de D. Gómez
Manrique, á quien retrata tan al vivo Fernán Pérez de Guzmán
en sus Generaciones y semblanzas, es uno de los escasos y curio*
sos monumentos que nos muestra la investidura de la Orden de
la Jarra, cuyo gorro ó tocado nos presenta un remedo sorpreri*-
dente del turbante sarraceno.
No ceden á éstos en magnificencia los de los Condestables
D. Alvaro de Luna y su esposa y los de los Albornoces en la
Santa Iglesia de Toledo, los de los Arzobispos Padillas, Santama-
rías y Anayas en Burgos y Salamanca, y otros muchos que pü*
diéramos citar; pero á todos eclipsan los que hasta el día de hoy
son tan justamente celebrados en la Cartuja de Burgos, erigidos
á Don Juan II y á Doña Isabel de Portugal, verdadero milagro
del arte y de la paciencia con que parece quiso competir la pe-
ricia y lozanía del ingenio de Gil de Siloe con la munificencia y
piedad filial de la ínclita Isabel I. Este monumento pone el sello
á todas las galas del arte gótico.
Hasta aquí hemos considerado estos mausoleos generalmente
aislados; indicaremos ahora otros no menos ricos y ostentosos
que se han conservado hasta nuestros días. Quiero hablar de los
que se labraron arrimados'á las paredes, y s'obre todo en los
arcos de las iglesias y capillas. Esta disposición, que data desde
la introducción de los sepulcros en las iglesias, es á todas luces
la más natural, análoga, cómoda y económica ; así ha durado
constantemente hasta nuestros tiempos. Antes del siglo xn las
RESENA HISTÓRICO-ARTÍSTICA DE LOS SEPULCROS NACIONALES 253
urnas ó arcas de piedra se arrimaban modestamente á estos arcos
y paredes; en adelante, y según las facultades y rango, los fondos
de los arcos se pintaban ya con la imagen de la Virgen, ya con
la de su Hijo crucificado, con el personaje puesto"de rodillas á
un lado. Se ven algunos del siglo xni, ya con escudos de armas
pintados, ya con los intradós del arco, ya-en algunas Fajas exte-
riores, como el de la sala capitular de Beruela y otros de la casa
de los Foces en la ermita de San Miguel del mismo nombre, cerca
de Huesca. Desde fines del siglo xiv se observa el gran conato
de los magnates y familias opulentas en tener sus panteones y
capillas de linajes y reunir así toda su prosapia en un recinto
común. Al principio la devoción sólo estimulaba á comprar ó
construir estas capillas, en las que se fundaban misas y toda clase
de sufragios. Parece que después se introdujo el orgullo y vani-
dad en estas últimas moradas del hombre, según la pompa que
se desplegó de escudos, de trofeos, divisas, decoraciones de Or-
denes caballerescas, epitafios é inscripciones que se presentaban
á los ojos de la multitud. Valladolid, Burgos y su comarca con-
servaban grandísimas riquezas artísticas é históricas de estos de-
pósitos fúnebres, concluidos de destruir ó demoler en estos años
últimos. Citaré sólo la del Almirante Bonifaz, que existía en San
Francisco de Burgos, y la capilla mayor de los Trinitarios, llena
de preciosos monumentos de los Condes de Osorno, y podría-
mos llenar doscientas páginas con la simple nota de los que ha-
bía únicamente en esta última comarca. Así todos los sepulcros
se apoyaban en las paredes. En los de los cuatro últimos* siglos
se practicaba un nicho adornado y á cierta altura respetuosa,
donde se colocaba la urna visible y más frecuentemente los bul-
tos de los personajes. Otra disposición de efecto muy pintoresco
era la de colocarlos entre los arcos ó intercolumnios abiertos en
las iglesias de tres naves ó en el pórtico corredor de la capilla
mayor. Del primer modo indicado estaban los de los Reyes de
Aragón en la iglesia de Poblet que Don Pedro IV mandó labrar
para sí y sus sucesores. Así se veían por uno y otro lado, y sobre
su cubierta de dos declives estaban dos bultos de cada Rey. Por
un lado se notaban esculpidos con sus vestiduras reales y con
254 BOLETÍN D E LA REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA
la cogulla cisterciense los que miraban á las naves. Por el mismo
estilo existen algunos en el Monasterio de Pedralves, cuyas tum-
bas, empotradas en el muro de la iglesia, presentan en este re-
cinto á los caballeros yacentes vestidos de guerreros. En el otro'
frontis que se descubre en el claustro están vestidos de monjes.
Pero en los que se elevaron en los arcos cerrados de las igle-
sias que permitían muchísima y más económica ornamentación,
se desplegaba, según la riqueza y rango del difunto, un lujo
asombroso, sobre todo en los que se hicieron desde principios del
siglo xv hasta los primeros años del xvi, en que el gusto gótico
y árabe se habían amalgamado para producir la infinidad de ricos
y variados adornos, ya labrados en el mármol, ya en la piedra
franca, ya también con yesos y estucos y, finalmente, en madera
ricamente dorada y entallada.
Delinearé con breves trazos el mausoleo del Infante Don Alon-
so en la cartuja de Mirañores, y servirá de tipo á los numerosos
que se hicieron en aquella época, de los que aun existen algunos
abandonados á la piqueta del fanático progresista y del egoísta
especulador.
Sobre un gracioso plinto con leones de alto relieve elévase á
la altura de unos nueve pies un delicado frontis de mármol, enri-
quecido de adornos primorosamente labrados. Dos ángeles sos-
tienen en el centro el real blasón de Castilla, y colaterales hay
dos guerreros armados en dos recuadros cuajados de lindos lam-
brequines y pequeñas figuras. Posa en este basamento un mag-
nífico nicho de arco rebajado, cuyo borde, lleno de juguetones'
niños y hojarascas, más parecen ricos encajes que adornos cin-
celados en el mármol. Dentro se ve arrodillado al desgraciado
Infante, vestido con indecible fasto y orando delante de un recli-
natorio. Acompaña á la moldura ó trepado del arco, otra igual-
mente rica de preciosos calados v y se eleva en forma de ojiva
hasta el arranque del tercer cuerpo, formado por otro arco reba-
jado que sostiene una de las acostumbradas torrecillas llenas de
graciosa crestería. Dos magníficas pirámides á manera de estri-
bos ó contrafuertes guarnecen en cada uno de los costados este
bello monumento, y están divididos en tres partes, que corres-
RESEÑA HISTÓRICO-ARTÍSTICA DE LOS SEPULCROS NACIONALES 255
ponden con los tres cuerpos de este retablo. Cada una tiene dos
estatuas pequeñas de santos cobijados por la exquisita decoración
de doseletes ó marquesitas afiligranadas con indecible paciencia.
Una estatua mayor que las citadas forma la cúspide de estas gó-
ticas pirámides. Pasamos en silencio otros excelentes adornos y
detalles, ya en el fondo del nicho, ya en el tímpano que forma
el segundo arco y, finalmente, la rica crestería y adorno que lo
guarnece.
Quizá es más suntuoso y rico el que existe mutilado en el ya
mencionado Monasterio de Frex- del Val. En él reposa D. Juan
de Padilla, hijo de D. Pedro López, Adelantado mayor de Cas-
tilla, y muerto en el sitio de Granada en la flor de su juventud.
Las memorias de aquel monasterio dicen que la Reina' Católica
mandó enterrar su cuerpo en este monasterio, con panteón de
su linaje, y que á expensas de esta Princesa y de la madre del
difunto se erigió tan suntuoso mausoleo. Su forma é invención
son mu}r semejantes á las del que hemos descrito, y el primor
de su labor no nos deja dudar un momento que sea obra del
mismo Siloe, autor del del Infante Don Alonso y del de los pa-
dres de Doña Isabel I; y porque este solitario recinto apenas es
conocido de los viajeros y amantes de las artes, haré observar
que el lindo rostro del malogrado doncel está colorado por una
especie de infiltración de algún líquido sonrosado, que sobre el
alabastro permanece diáfano y brillante, lo que no sucede con
los colores y dorados del rico gabán y armaduras de que está
vestido, que quedan mates y pesados. Esta costumbre, reprobada
por el buen gusto, sobre todo en la materia y obras tan primoro-
sas como la citada, ha estado m u y e n uso en nuestra patria como
se observa en muchísimos altares de piedra, mármol y alabastro.
Plasta el período que recorremos, ó sea la mitad del siglo xv,
hemos visto casi constantemente las figuras tumularias echadas
como si estuvieran difuntas; pero en adelante, emancipándose los
fieles de esta triste representación, así como de otras más lúgu-
bres prácticas y creencias, se introdujo el uso de representarlas
vivas y en actitud devota, orando de rodillas. Ya se observa esta
postura desde el siglo xv en algunos bajorrelieves de sarcófagos,
256 BOLETÍN DE LA REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA
en varios altares y en muchas vidrieras pintadas. Los fieles creían^
que había mucho de meritorio ó propiciatorio en aquella postura
devota y suplicante que por tantos siglos debía existir delante
de los altares. Los estatuarios, por otra parte, con los progresos
que iban haciendo las artes, desembarazándose de las trabas que
imponía la rutina inveterada y la preocupación de la multitud,
introdujeron de la Italia esta costumbre, que presta tantos recur-
sos al A r t e , y desechando la fría y monótona práctica de repre- ;
sentar los cuerpos exánimes, dejaron á nuestra admiración obras
de tal admiración, que sólo parece faltarles el aliento vital.
Así hemos visto las estatuas de los citados mausoleos del In-
fante Don Alonso y D. Juan de Padilla; así están los Condes.de
Buendía en la Iglesia de Dueñas; así los Marqueses de Villena
en el Parral de Segovia, los Marqueses de Poza en Palència, el
Cardenal Carvajal en San Andrés de Madrid, y muchos centena-»
res que pudiéramos citar por haber seguido esta práctica hasta
fines del siglo xvn. No debemos pasar en silencio por lo rico de
la materia y por su artificio singular y fantástico el magnífico
sepulcro de bronce dorado que dicen mandó labrar D. Alvaro
de Luna para cuando falleciese. Su estatua, de la misma materia,»
sentada sobre el sepulcro, se levantaba y arrodillaba por cierto
ingenioso mecanismo en el momento que el sacerdote pisaba la
tarima del altar de su capilla de Santiago para principiar la misa.
Añade la tradición que el Infante Don Enrique, hijo de Fernán-.'
do, Rey de Aragón, lo mandó destruir cuando tomó por armas
á Toledo. Las octavas 164 y 165 del Laberinto de Juan Mena nos
han dejado memoria de este magnífico depósito:
Ca si le fuera ha dado primero,
Que presto sería deshecho del todo:
Mirad en Toledo que por este modo
Le ya desficieron con armas de acero.
Que á un Condestable armado que sobre
Un gran bulto de oro estaba sentado,
Con manos sañosas vimos derribado,
Y todo deshecho, fué tornado en cobre
RESEÑA HISTORICO-ARTÍSTICA DE LOS SEPULCROS NACIONALES 257
Sin embargo d e esta boga de las estatuas de rodillas, no por
eso se abandonó la de la representación del hombre difunto; si-
multáneamente á la otra postura siguió ejecutándose según la
voluntad del difunto ó de sus albaceas y según el sitio ó locali-
dad lo permitían.
Los primeros años del siglo xvi nos ofrecen ya con su arqui-
tectura todas las Artes en el estado de perfección á que todos
saben llegaron; también las Bellas Letras y otros conocimientos
é instituciones políticas alcanzaron un extraordinario desarrollo.
Sin que los monumentos de que nos ocupamos presentasen una
nueva disposición ni variedad en su forma total hasta que se
propagó la arquitectura greco-romana, participaron de los pro-
gresos que había hecho a estatuaria en Italia, desde los Donatel-
los y Sansovinos, que importaron con tanta gloria desde la me-
trópoli de las artes los insignes Berruguete, Becerra, los Forment,
Junis, Borgoña, y otros muchos protegidos por Carlos V y por
los Prelados y magnates que recorrían la Italia. Así se aclimató
entre nosotros el estudio del antiguo, el amor y conocimiento
de lo bello y el entusiasmo por lo grande. Con tales inspiracio-
nes se hicieron los bellísimos sepulcros d e los Cardenales Cisne-
ros y Tavera, de los Arzobispos Fonseca en Salamanca y de Don
Hernando de Aragón y de su madre en Zaragoza, el preciosísi-
mo del Príncipe Don Juan en Santo Tomás de Avila, el de los
Condestables de Castilla, el de los Condes de Osorno y varios
muy exquisitos en Burgos, el de los Duques d e Calabria en Va-
lencia y otros muchísimos de larga enumeración. A todos estos
mausoleos eclipsan por su suntuosidad los d e los Reyes Católicos
Don Fernando é Isabel y los de Felipe el Hermoso y su consorte
en la real capilla de Granada, cuya descripción me parece inútil
por ser cosa muy celebrada en España y por haber tenido el
rarísimo privilegio d e haberse publicado por medio del grabado
desde principios del siglo presente.
Pero no debo, señores, abusar más de la benignidad y pacien-
cia con que esta ilustre Corporación ha escuchado mi desaliñado
discurso, cuya lectura terminaré en otra ocasión. Justo es que
interrumpa mi tarea para tributar el homenaje d e mi sincero re-
TOMo L x x j i i 17
258 BOLETÍN DE LA REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA
conocimiento á la bondad que ya de tanto tiempo atrás me ha
dado ingreso en este ilustrado seno, con tan pocos merecimientos'
de parte niía.
Si el ferviente deseo que me anima de contribuir y coadyuvar
en cuanto alcancen mis escasos talentos al esplendor de esta úti-
lísima y cada vez más necesaria Academia puede alegarse para
obtener su benevolencia, me atrevo á solicitarla muy cumplida,
siéndome garante la indulgencia con que me ha escuchado.
Madrid, 26 de Abril de 1844.
VALENTÍN CALDERERA.
II
REPARACIONES DE LA HISTORIA DE ESPAÑA
F e r n á n d e z de N a v a r r e t e y W a s h i n g t o n Irving.
E n el expediente personal del que fué ilustre Académico nu-
merario y Director de esta Academia, desde el 25 de Noviembre
de 1825 hasta el 8 de Octubre de 1844, en que falleció, habiendo
sido reelegido continuamente para este cargo en las elecciones
trienales de 1828, 1831, 1834, 1837, 1 8 4 0 7 1843, aparece, tradu-
cido del inglés é inédito en nuestra lengua, un interesante ar-
tículo que acerca de su Colección de viajes, y en relación con la
Historia de la vida y viajes de Cristóbal Colón, de Washington
Irving, publicó en su tomo vu, número 3. 0 , correspondiente al
mes de Mayo de 1841 en el Mensajero Literario del Sur, re-
vista que salió á luz con gran crédito en los Estados Unidos del
Norte, su propietario y editor, M R . T. W . W H I T E . E S indudable
que el mismo Fernández de Navarrete, por extremo de delica-
deza, siendo á la sazón Director de nuestro Cuerpo y habiendo
mantenido con Washington Irving leal correspondencia durante
su larga permanencia en España, creyó que entonces no era
oportuna la reproducción de dichos artículos en las publicacio-
nes de la Academia; pero han pasado setenta y siete años, el ar-