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LECTURAS:

Prometeo y Pandora
Versión de Julián Martínez Vázquez
Entre los personajes de la mitología griega, Prometeo es considerado como el "titán protector" de
la civilización humana, entre otras cosas, por acercarle el fuego a los humanos...
La creación de las criaturas...
Antes de que Zeus destronara a su padre y reinara la paz en el cosmos, los dioses habían decidido
poblar la Tierra. Para ello, encargaron a Prometeo y Epimeteo la creación de los animales y del
hombre. Y, además, distribuir entre ellos los dones y poderes necesarios para su
subsistencia. Prometeo, entonces, tomó barro y modeló a los primeros varones a semejanza de los
dioses. Epimeteo, por su parte, se encargó de los animales y fue otorgando a cada uno de ellos las
principales facultades: a unos, velocidad; a otros, fuerza, y a otros, alas para volar.
Cuando llegó el turno del hombre, Prometeo vio que ya no quedaban más dones que repartir.
—¡Uy, Epimeteo! ¿Qué hacemos ahora?
Los hombres quedarían desnudos e indefensos en el mundo, obligados a vivir en cuevas, sin saber
siquiera cómo alimentarse.
Prometeo decidió intervenir y compensar la falta de poder de los mortales descubriéndoles las
técnicas necesarias para sobrevivir y convertirse en las primeras criaturas de la creación: les
enseñó a construir casas de ladrillo y a dominar el arte de la carpintería; los instruyó sobre cómo
leer los signos de la naturaleza que revelan el cambio de estaciones; les enseñó a uncir los bueyes
al arado y los caballos al carro.
Así, Prometeo se convirtió en el benefactor de la humanidad.
Esta actitud a favor de los mortales daría lugar a una tremenda rivalidad entre Prometeo y el
mismísimo Zeus.
El engaño de los sacrificios... (Primera afrenta a Zeus)
En los primeros años del ser humano en la Tierra, la vida era muy sencilla. No existían
enfermedades ni desastres naturales. La tierra daba frutos en abundancia sin necesidad de labrarla.
Ante tanta riqueza y felicidad, los dioses del Olimpo comenzaron a mirar a los mortales con recelo,
dado que dominaban el planeta sin preocupaciones.
Los dioses olímpicos exigieron entonces que los humanos construyesen templos donde adorarlos
y donde llevarles ofrendas varias. También, deberían realizar sacrificios de animales en su honor.
Pero ¿qué parte del animal sacrificado debería ser ofrecida a la divinidad y qué parte quedaría para
los mortales? En este asunto, intervino Prometeo:
—¡Oh, Zeus! Permíteme sacrificar un buey, así decides qué parte de sus restos debería ser ofrecida
a los dioses.
Zeus dudó, porque Prometeo era muy astuto y amaba demasiado a los humanos, pero, finalmente,
aceptó. Prometeo, de inmediato, hizo matar y descuartizar un buey a los mortales y dispuso dos
montones con los diferentes restos del animal.
En el primero de ellos, colocó la sabrosa carne, pero escondida bajo el estómago del buey, su parte
más repugnante.
En el otro montón depositó los poco valiosos huesos, aunque escondidos bajo una capa brillante y
gruesa de grasa. Prometeo presentó luego las dos pilas.
—¡Dioses del Olimpo! —exclamó—. ¿Cuál de estos dos montones de carne de buey deberían
ofrecer los mortales?
—¡Ese de ahí, cubierto de grasa! —exclamó la mayoría.
Hay quienes dicen que Zeus era consciente del engaño, pero prefirió seguirle la corriente a
Prometeo porque quería tener motivos para castigarlo a él y también a los humanos.
—Elegimos el montón más brilloso —dijo serio.
Retirada la grasa, los dioses divisaron los huesos y se descubrió el ardid. La decisión de Zeus no
tenía vuelta atrás.
De esa manera, los seres humanos, amados por Prometeo, podrían alimentarse de la carne de los
animales sacrificados, y solo los inservibles huesos serían quemados en honor de los dioses.
El robo del fuego... (Segunda afrenta a Zeus)
Zeus y los demás dioses del Olimpo miraban con desconfianza a los imperfectos mortales y desea-
ban hacerlos desaparecer de la faz de la Tierra. El engaño de los sacrificios había sido demasiado.
—Zeus, ¿cómo podrías castigar a tan irrespetuosos mortales? —le preguntó su esposa, Hera.
Él no necesitó pensar mucho.
—Les quitaré el fuego.
Y así se hizo. En las aldeas, las noches se volvieron oscuras y las fraguas se apagaron.
—¡Pobres! —se lamentó Prometeo—. Necesitan el fuego para cocinar, protegerse del frío y fundir
los metales.
Empecinado en favorecer a los mortales, Prometeo decidió desobedecer a Zeus. Subió a
escondidas al firmamento a la hora del alba, aprovechó el paso del carro del sol y logró encender
una mínima llama en el interior de una caña hueca. Descendió luego hasta los humanos y recorrió
todos los rincones de la Tierra, devolviéndole a los humanos su recurso más preciado: el fuego.
Apenas Zeus vio desde el Olimpo el brillo del fuego, entró en cólera y se juró destruir a los humanos
y castigar con dureza a su mayor rival.
¿Cómo podía Prometeo creerse más astuto que él, dios del universo, y además desobedecerlo?
Creación de Pandora... (Primer castigo de Zeus)
Hefesto, el dios herrero, dejó la fragua una tarde y obedeció el llamado de Zeus.
—¿Qué debo hacer, padre? Zeus sonrió.
—Modelarás una hermosa figura femenina a imagen de las diosas, seductora e irresistible para los
hombres.
Prometeo (cuyo nombre significa 'el que ve las cosas antes'), sabiendo que Zeus intentaría castigar
a los hombres, había prevenido a su hermano Epimeteo: no debía aceptar ningún obsequio que
viniese del Olimpo, pues podría tratarse de una trampa del dios del trueno.
Mientras tanto, Hefesto mezclaba tierra y agua. Modelaba así, cuidadosamente, a quien sería la
primera mujer sobre la Tierra. Para resaltar su hermosura, labró para ella una diadema de oro; la
diosa Atenea colaboró con un vestido de resplandeciente blancura y con un velo que la cubría
desde los ojos a los pies, y en su cabeza puso delicadas coronas de hierbas y flores trenzadas.
Una vez terminada la obra, Atenea le dio el hálito vital. Y fue llamada Pandora, que significa 'todos
los regalos'.
Hermes, el dios mensajero, bajó a la Tierra y buscó a Epimeteo.
—Zeus te envía un regalo —le anunció.
Epimeteo recordó las advertencias de su hermano.
—No... —empezó a decir, pero no pudo evitar fijarse en Pandora y quedó embelesado...
—¡Sí, acepto!
La mujer, a su vez, sonreía y mostraba ternura hacia él. No tardaron en enamorarse los dos. Pero
además de llevar sus vestidos, Pandora llegó a la Tierra con una jarra cerrada que Zeus había
preparado para ella, con la advertencia de que no debería abrirla bajo ningún concepto. La mujer,
primero obedeció, pero cada día la curiosidad era mayor.
—¿Qué tendría de malo abrir esta jarra y ver qué tiene dentro?
Un día, Pandora no resistió más y levantó con cuidado la tapa. Apenas lo hizo, escaparon como
fantasmas del recipiente todos los males que azotarían y aún hoy azotan a la humanidad.
Enfermedades, angustias, discordias se esparcieron rápidamente e invadieron cada rincón de la
Tierra, apesadumbrando a los mortales desde entonces. Apenas advirtió su error, Pandora atinó a
cerrar la jarra. Solo quedaba en ella un último regalo: la esperanza, que desde entonces acompaña
a la humanidad junto a los males.
El monte Cáucaso... (Segundo castigo de Zeus)
Zeus decidió castigar las desobediencias de Prometeo.
Ordenó llevarlo a la cumbre del monte Cáucaso y allí mantenerlo encadenado a un elevado
peñasco. Hefesto, el dios herrero, se encargó de cumplir las órdenes de Zeus.
—¡No sin pesar obedezco a mi padre! —se lamentó Hefesto, que admiraba al titán.
Con grilletes de bronce amarró a Prometeo en las alturas y allí lo abandonó, bajo la ardiente llama
del sol y a merced de la fuerza de los vientos.
A partir de ese día, un águila llegaría hasta Prometeo y con su pico le comería el hígado, que
volvería a crecer cada noche, de modo que el tormento sería eterno.
Miles de años después, llegó hasta el lugar de su suplicio Hércules, el famoso hijo de Zeus,
dispuesto a liberarlo. Su padre, aunque no había perdonado las faltas de Prometeo, permitió que
Hércules lo liberase, porque esto le daría mayor fama.
Prometeo pudo regresar al Olimpo y convivir sin sobresaltos con los restantes dioses. Aunque
desde entonces hubo paz entre él y Zeus, Prometeo brilla en la imaginación de los seres humanos
como símbolo de rebeldía frente al poder.

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