Edad Media
Edad Media
entre los siglos v y xv, sucesor de la Edad Antigua y predecesor de la Edad Moderna.
Convencionalmente, su inicio se sitúa en el año 476 con la caída del Imperio romano de
Occidente y su fin en 1492 con el descubrimiento de América,[2] o en 1453 con la caída de
Constantinopla, fecha que tiene la singularidad de coincidir con la invención de la imprenta —
publicación de la Biblia de Gutenberg— y con el fin de la guerra de los Cien Años entre Francia
e Inglaterra. Con esto dicho, considerando la caída del Imperio romano de Occidente hasta el
descubrimiento de América, la Edad Media abarcó un periodo de 1016 años.
No hay una fecha de finalización universalmente aceptada. Dependiendo del contexto, a veces
se utilizan eventos como la conquista de Constantinopla por los turcos en 1453, el primer viaje
de Cristóbal Colón a las Américas en 1492 o la Reforma en 1517.[3]
Al día de hoy, los historiadores del período prefieren matizar esta ruptura entre Edad Antigua y
Edad Media, de manera que entre los siglos iii y viii se suele hablar de Antigüedad Tardía, que
habría sido una gran etapa de transición en todos los ámbitos: en lo económico, el modo de
producción esclavista da paso al modo de producción feudal; en lo social, el concepto de
ciudadanía romana da paso a los estamentos medievales; en lo político, las estructuras
centralizadas del Imperio romano dan paso a una dispersión del poder; y en lo ideológico y
cultural, la cultura clásica da paso a las teocéntricas culturas cristiana o islámica (cada una en
su espacio).[4]
La Edad Media suele dividirse en dos grandes períodos: Temprana o Alta Edad Media (ss. v-x,
sin una clara diferenciación con la Antigüedad Tardía); y Baja Edad Media (ss. xi-xv). Esta última
puede dividirse a su vez en un periodo de plenitud, la Plena Edad Media (ss. xi-xiii), y los dos
últimos siglos que presenciaron la crisis del siglo xiv.
Aunque hay algunos ejemplos de utilización previa,[Nota 1] el concepto de Edad Media nació
como la segunda edad de la división tradicional del tiempo histórico debida a Cristóbal
Cellarius (Historia Medii Aevi a temporibus Constantini Magni ad Constaninopolim a Turcis
captam deducta, Jena, 1688)[5] quien la consideraba un tiempo intermedio, sin apenas valor
por sí mismo, entre la Edad Antigua identificada con el arte y la cultura de la civilización
grecorromana de la Antigüedad clásica y la renovación cultural de la Edad Moderna —en la que
él se sitúa— que comienza con el Renacimiento y el Humanismo renacentista. La
popularización de este esquema ha perpetuado un preconcepto erróneo: el de considerar a la
Edad Media como una época de retroceso intelectual y cultural, y un aletargamiento social y
económico secular (que a su vez se asocia con el feudalismo en sus rasgos más oscurantistas,
tal como se definió por los revolucionarios que combatieron el Antiguo Régimen). Sería un
periodo dominado por el aislamiento, la ignorancia, la teocracia, la superstición y el miedo
milenarista alimentado por la inseguridad endémica, la violencia y la brutalidad de guerras e
invasiones constantes y epidemias apocalípticas.[Nota 2]
Sin embargo, en este largo período de mil años hubo todo tipo de hechos y procesos muy
diferentes entre sí, diferenciados temporal y geográficamente, respondiendo tanto a
influencias mutuas con otras civilizaciones y espacios como a dinámicas internas. Muchos de
ellos tuvieron una gran proyección hacia el futuro, entre otros los que sentaron las bases del
desarrollo de la posterior expansión europea, y el desarrollo de los agentes sociales que
desarrollaron una sociedad estamental de base predominantemente rural pero que presenció
el nacimiento de una incipiente vida urbana y una burguesía que con el tiempo desarrollarán el
capitalismo.[6] Lejos de ser una época inmovilista, la Edad Media, que había comenzado con
migraciones de pueblos enteros, y continuado con grandes procesos repobladores
(Repoblación en la península ibérica, Ostsiedlung en Europa Oriental) vio cómo en sus últimos
siglos los antiguos caminos (muchos de ellos vías romanas decaídas) se reparaban y
modernizaban con airosos puentes, y se llenaban de toda clase de viajeros (guerreros,
peregrinos, mercaderes, estudiantes, goliardos, etc.) encarnando la metáfora espiritual de la
vida como un viaje (homo viator).[7]
También surgieron en la Edad Media formas políticas nuevas, que van desde el califato islámico
a los poderes universales de la cristiandad latina (Papado e Imperio) o el Imperio bizantino y los
reinos eslavos integrados en la cristiandad oriental (aculturación y evangelización de Cirilo y
Metodio); y en menor escala, todo tipo de ciudades estado, desde las pequeñas ciudades
episcopales alemanas hasta repúblicas que mantuvieron imperios marítimos como Venecia;
dejando en la mitad de la escala a la que tuvo mayor proyección futura: las monarquías
feudales, que transformadas en monarquías autoritarias prefiguran el estado moderno.
De hecho, todos los conceptos asociados a lo que se ha venido en llamar modernidad aparecen
en la Edad Media, en sus aspectos intelectuales con la misma crisis de la escolástica.[8]
Ninguno de ellos sería entendible sin el propio feudalismo, se entienda este como modo de
producción (basado en las relaciones sociales de producción en torno a la tierra del feudo) o
como sistema político (basado en las relaciones personales de poder en torno a la institución
del vasallaje), según las distintas interpretaciones historiográficas.[Nota 3]
La Edad Media realizó una curiosa combinación entre la diversidad y la unidad. La diversidad
fue el nacimiento de las incipientes naciones... La unidad, o una determinada unidad, procedía
de la religión cristiana, que se impuso en todas partes... esta religión reconocía la distinción
entre clérigos y laicos, de manera que se puede decir que... señaló el nacimiento de una
sociedad laica. ... Todo esto significa que la Edad Media fue el período en que apareció y se
construyó Europa.[10]
Esa misma Europa Occidental produjo un arte medieval dinámico que mostraría una
impresionante sucesión de estilos artísticos (prerrománico, románico y gótico), que en las
zonas fronterizas se mestizaron también con el arte islámico (mudéjar, arte andalusí, arte
árabe-normando) o con el arte bizantino.
La ciencia medieval no respondía a una metodología moderna, pero tampoco lo había hecho la
de los autores clásicos, que se ocuparon de la naturaleza desde su propia perspectiva; y en
ambas edades sin conexión con el mundo de las técnicas, que estaba relegado al trabajo
manual de artesanos y campesinos, responsables de un lento pero constante progreso en las
herramientas y procesos productivos. La diferenciación entre oficios viles y mecánicos y
profesiones liberales vinculadas al estudio intelectual convivió con una teórica puesta en valor
espiritual del trabajo en el entorno de los monasterios benedictinos, cuestión que no pasó de
ser un ejercicio piadoso, sobrepasado por la mucho más trascendente valoración de la pobreza,
determinada por la estructura económica y social y que se expresó en el pensamiento
económico medieval.
Mapa TO, con Jerusalén en el centro, y las tres partes simplificadas del mundo recordado, más
que conocido en la Edad Media.
La historia de Japón (que durante este periodo estaba en formación como civilización,
adaptando las influencias chinas a la cultura autóctona y expandiéndose desde las islas
meridionales a las septentrionales), a pesar de su mayor lejanía y aislamiento, suele ser
paradójicamente más asociada al término medieval; aunque tal denominación es acotada por
la historiografía, significativamente, a un periodo medieval que se localiza entre los años 1000 y
1868, para adecuarse al denominado feudalismo japonés anterior a la era Meiji (véase también
shogunato, han y castillo japonés).[12]
La historia de la India o la del África negra a partir del siglo VII contaron con una mayor o
menor influencia musulmana, pero se atuvieron a dinámicas propias bien diferentes (Sultanato
de Delhi, Sultanato de Bahmani, Imperio Vijayanagara —en la India—, Imperio de Malí, Imperio
Songhay —en África negra—). Incluso llegó a producirse una destacada intervención sahariana
en el mundo mediterráneo occidental: el Imperio almorávide.
De un modo todavía más claro, la historia de América (que atravesaba sus periodos clásico y
postclásico) no tuvo ningún tipo de contacto con el Viejo Mundo, más allá de la llegada de la
denominada Colonización vikinga en América que se limitó a una reducida y efímera presencia
en Groenlandia y la enigmática Vinland, o las posibles posteriores expediciones de balleneros
vascos en parecidas zonas del Atlántico Norte, aunque este hecho ha de entenderse en el
contexto del gran desarrollo de la navegación de los últimos siglos de la Baja Edad Media, ya
encaminada a la Era de los Descubrimientos.
Lo que sí ocurrió, y puede considerarse como una constante del periodo medieval, fue la
periódica repetición de puntuales interferencias centroasiáticas en Europa y el Próximo Oriente
en forma de invasiones de pueblos del Asia Central, destacadamente los turcos (köktürks,
jázaros, otomanos) y los mongoles (unificados por Gengis Kan) y cuya Horda de Oro estuvo
presente en Europa Oriental y conformó la personalidad de los Estados cristianos que se
crearon, a veces vasallos y a veces resistentes, en las estepas rusas y ucranianas. Incluso en una
rara ocasión, la primitiva diplomacia de los reinos europeos bajomedievales vio la posibilidad
de utilizar a los segundos como contrapeso a los primeros: la frustrada embajada de Ruy
González de Clavijo a la corte de Tamerlán en Samarcanda, en el contexto del asedio mongol de
Damasco, un momento muy delicado (1401-1406) en el que también intervino como
diplomático Ibn Jaldún. Los mongoles ya habían saqueado Bagdad en una incursión de 1258.
[13]
Sueño de Constantino antes de la batalla del Puente Milvio. In hoc signo vinces (Con este signo
vencerás). Ilustración de las Homilías de san Gregorio Nacianceno, siglo IX
El papa Silvestre I bendice a Constantino, del que recibe con la tiara (símbolo del pontificado
romano clásico, similar a otros tocados político-religiosos, como la doble corona de los
faraones) el poder temporal sobre Roma. Fresco del siglo XIII, capilla de San Silvestre,
monasterio de los Cuatro Santos Coronados.
Encuentro de León Magno con Atila, fresco de Rafael Sanzio en las estancias del Vaticano
(1514).
Aunque se han propuesto varias fechas para el inicio de la Edad Media, de las cuales la más
extendida es la del año 476, lo cierto es que no podemos ubicar el inicio de una manera tan
exacta ya que la Edad Media no nace, sino que "se hace" a consecuencia de todo un largo y
lento proceso que se extiende por espacio de cinco siglos y que provoca cambios enormes a
todos los niveles de una forma muy profunda que incluso repercutirán hasta nuestros días.
Podemos considerar que ese proceso empieza con la crisis del siglo III, vinculada a los
problemas de reproducción inherentes al modo de producción esclavista, que necesitaba una
expansión imperial continua que ya no se producía tras la fijación del limes romano.
Posiblemente también confluyeran factores climáticos para la sucesión de malas cosechas y
epidemias; y de un modo mucho más evidente las primeras invasiones germánicas y
sublevaciones campesinas (bagaudas), en un periodo en que se suceden muchos breves y
trágicos mandatos imperiales. Desde Caracalla la ciudadanía romana estaba extendida a todos
los hombres libres del Imperio, muestra de que tal condición, antes tan codiciada, había dejado
de ser atractiva. El Bajo Imperio adquiere un aspecto cada vez más medieval desde principios
del siglo IV con las reformas de Diocleciano: difuminación de las diferencias entre los esclavos,
cada vez más escasos, y los colonos, campesinos libres, pero sujetos a condiciones cada vez
mayores de servidumbre, que pierden la libertad de cambiar de domicilio, teniendo que
trabajar siempre la misma tierra; herencia obligatoria de cargos públicos —antes disputados en
reñidas elecciones— y oficios artesanales, sometidos a colegiación —precedente de los
gremios—, todo para evitar la evasión fiscal y la despoblación de las ciudades, cuyo papel de
centro de consumo y de comercio y de articulación de las zonas rurales cada vez es menos
importante. Al menos, las reformas consiguen mantener el edificio institucional romano,
aunque no sin intensificar la ruralización y aristocratización (pasos claros hacia el feudalismo),
sobre todo en Occidente, que queda desvinculado de Oriente con la partición del Imperio. Otro
cambio decisivo fue la implantación del cristianismo como nueva religión oficial por el Edicto
de Tesalónica de Teodosio I el Grande (380) precedido por el Edicto de Milán (313) con el que
Constantino I el Grande recompensó a los hasta entonces subversivos por su providencialista
ayuda en la batalla del Puente Milvio (312), junto con otras presuntas cesiones más temporales
cuya fraudulenta reclamación (pseudodonación de Constantino) fue una constante de los
Estados Pontificios durante toda la Edad Media, incluso tras la evidencia de su refutación por el
humanista Lorenzo Valla (1440).
Véanse también: Caída del Imperio romano de Occidente, Invasiones bárbaras y Pueblos
germánicos.
Bárbaros
El texto se refiere concretamente a Hispania y sus provincias, y los bárbaros citados son
específicamente los suevos, vándalos y alanos, que en el 406 habían cruzado el limes del Rin
(inhabitualmente helado) a la altura de Maguncia y en torno al 409 habían llegado a la
península ibérica; pero la imagen es equivalente en otros momentos y lugares que el mismo
autor narra, del periodo entre 379 y 468.
Los pueblos germánicos procedentes de la Europa del Norte y del Este, se encontraban en un
estadio de desarrollo económico, social y cultural obviamente inferior al del Imperio romano, al
que ellos mismos percibían admirativamente. A su vez eran percibidos con una mezcla de
desprecio, temor y esperanza (retrospectivamente plasmados en el influyente poema
Esperando a los bárbaros de Constantino Cavafis),[15] e incluso se les atribuyó un papel
justiciero (aunque involuntario) desde un punto de vista providencialista por parte de los
autores cristianos romanos (Orosio, Salviano de Marsella y San Agustín de Hipona).[16] La
denominación de bárbaros (βάρβαρος) proviene de la onomatopeya bar-bar con la que los
griegos se burlaban de los extranjeros no helénicos, y que los romanos —bárbaros ellos
mismos, aunque helenizados— utilizaron desde su propia perspectiva. La denominación
«invasiones bárbaras» fue rechazada por los historiadores alemanes del siglo XIX, momento en
el que el término barbarie designaba para las nacientes ciencias sociales un estadio de
desarrollo cultural inferior a la civilización y superior al salvajismo. Prefirieron acuñar un nuevo
término: Völkerwanderung ("Migración de Pueblos"),[17] menos violento que invasiones, al
sugerir el desplazamiento completo de un pueblo con sus instituciones y cultura, y más general
incluso que invasiones germánicas, al incluir a hunos, eslavos y otros.
El Imperio romano había pasado por invasiones externas y guerras civiles terribles en el
pasado, pero a finales del siglo IV aparentemente, la situación estaba bajo control. Hacía
escaso tiempo que Teodosio había logrado nuevamente unificar bajo un solo centro ambas
mitades del Imperio (392) y establecido una nueva religión de Estado, el cristianismo niceno
(Edicto de Tesalónica -380), con la consiguiente persecución de los tradicionales cultos paganos
y las heterodoxias cristianas. El clero cristiano, convertido en una jerarquía de poder, justificaba
ideológicamente a un Imperium Romanum Christianum (Imperio Romano Cristiano) y a la
dinastía Teodosiana como había comenzado a hacer ya con la Constantiniana desde el Edicto
de Milán (313).
Se habían encauzado los afanes de protagonismo político de los más ricos e influyentes
senadores romanos y de las provincias occidentales. Además, la dinastía había sabido encauzar
acuerdos con la poderosa aristocracia militar, en la que se enrolaban nobles germanos que
acudían al servicio del Imperio al frente de soldados unidos por lazos de fidelidad hacia ellos. Al
morir en 395, Teodosio confió el gobierno de Occidente y la protección de su joven heredero
Honorio al general Estilicón, primogénito de un noble oficial vándalo que había contraído
matrimonio con Flavia Serena, sobrina del propio Teodosio. Pero cuando en el 455 murió
asesinado Valentiniano III, nieto de Teodosio, una buena parte de los descendientes de
aquellos nobles occidentales (nobilissimus, clarissimus) que tanto habían confiado en los
destinos del Imperio parecieron ya desconfiar del mismo, sobre todo cuando en el curso de dos
decenios se habían podido dar cuenta de que el gobierno imperial recluido en Rávena era cada
vez más presa de los exclusivos intereses e intrigas de un pequeño grupo de altos oficiales del
ejército itálico. Muchos de estos eran de origen germánico y cada vez confiaban más en las
fuerzas de sus séquitos armados de soldados convencionales y en los pactos y alianzas
familiares que pudieran tener con otros jefes germánicos instalados en suelo imperial junto con
sus propios pueblos, que desarrollaban cada vez más una política autónoma. La necesidad de
acomodarse a la nueva situación quedó evidenciada con el destino de Gala Placidia, princesa
imperial rehén de los propios saqueadores de Roma (el visigodo Alarico I y su primo Ataúlfo,
con quien finalmente se casó); o con el de Honoria, hija de la anterior (en segundas nupcias
con el emperador Constancio III) que optó por ofrecerse como esposa al propio Atila
enfrentándose a su propio hermano Valentiniano.
Batalla de Vouillé (507), entre francos y visigodos, representada en un manuscrito del siglo XIV
Las invasiones bárbaras desde el siglo III habían demostrado la permeabilidad del limes romano
en Europa, fijado en el Rin y el Danubio. La división del Imperio en Oriente y Occidente, y la
mayor fortaleza del imperio oriental o bizantino, determinó que fuera únicamente en la mitad
occidental donde se produjo el asentamiento de estos pueblos y su institucionalización política
como reinos.
Fueron los visigodos, primero como Reino de Tolosa y luego como Reino de Toledo, los
primeros en efectuar esa institucionalización, valiéndose de su condición de federados, con la
obtención de un foedus con el Imperio, que les encargó la pacificación de las provincias de
Galia e Hispania, cuyo control estaba perdido en la práctica tras las invasiones del 410 por
suevos, vándalos y alanos. De los tres, solo los suevos lograron el asentamiento definitivo en
una zona: el Reino de Braga, mientras que los vándalos se establecieron en el norte de África y
las islas del Mediterráneo Occidental, pero fueron al siglo siguiente eliminados por los
bizantinos durante la gran expansión territorial de Justiniano I (campañas de los generales
Belisario, del 533 al 544, y Narsés, hasta el 554). Simultáneamente los ostrogodos consiguieron
instalarse en Italia expulsando a los hérulos, que habían expulsado a su vez de Roma al último
emperador de Occidente. El Reino Ostrogodo desapareció también frente a la presión bizantina
de Justiniano I.
En Gran Bretaña se instalarán los anglos, sajones y jutos, que crearán una serie de reinos
rivales que serán unificados por los daneses (un pueblo nórdico) en lo que terminará por ser el
reino de Inglaterra.
Las instituciones
Breviario de Alarico, en un manuscrito del siglo X
Los problemas de convivencia entre las minorías germanas y las mayorías locales
(hispanorromanas, galo-romanas, etc.) fueron solucionados con más eficacia por los reinos con
más proyección en el tiempo (visigodos y francos) a través de la fusión, permitiendo los
matrimonios mixtos, unificando la legislación y realizando la conversión al catolicismo frente a
la religión originaria, que en muchos casos ya no era el paganismo tradicional germánico, sino
el cristianismo arriano adquirido en su paso por el Imperio Oriental.
Algunas características propias de las instituciones germanas se conservaron: una de ellas el
predominio del derecho consuetudinario sobre el derecho escrito propio del Derecho romano.
No obstante los reinos germánicos realizaron algunas codificaciones legislativas, con mayor o
menor influencia del derecho romano o de las tradiciones germánicas, redactadas en latín a
partir del siglo V (leyes teodoricianas, edicto de Teodorico, Código de Eurico, Breviario de
Alarico). El primer código escrito en lengua germánica fue el del rey Ethelberto de Kent, el
primero de los anglosajones en convertirse al cristianismo (comienzos del siglo VI). El visigótico
Liber Iudicorum (Recesvinto, 654) y la franca Ley Sálica (Clodoveo, 507-511) mantuvieron una
vigencia muy prolongada por su consideración como fuentes del derecho en las monarquías
medievales y del Antiguo Régimen.[18]
A su vez, los britones habían iniciado una emigración por vía marítima hacia la península de
Bretaña, llegando incluso hasta lugares tan lejanos como la costa cantábrica entre Galicia y
Asturias, donde fundaron la diócesis de Britonia. Esta tradición cristiana se distinguía por el uso
de la tonsura céltica o escocesa, que rapaba la parte frontal del pelo en vez de la coronilla.
Cirilo y Metodio, los apóstoles de los eslavos, con el alfabeto cirílico en un icono ruso del siglo
XVIII o XIX.
Por su parte, la extensión del cristianismo entre los búlgaros y la mayor parte de los pueblos
eslavos (serbios, moravos y los pueblos de Crimea y estepas ucranianas y rusas —Vladimiro I de
Kiev, año 988—) fue muy posterior, y a cargo del Imperio bizantino, con lo que se hizo con el
credo ortodoxo (predicaciones de Cirilo y Metodio, siglo IX); mientras que la evangelización de
otros pueblos de Europa Oriental (el resto de los eslavos —polacos, eslovenos y croatas—,
bálticos y húngaros —San Esteban I de Hungría, hacia el año 1000—) y de los pueblos nórdicos
(vikingos escandinavos) se hizo por el cristianismo latino partiendo de Europa Central, en un
periodo todavía más tardío (hasta los siglos XI y XII); permitiendo (especialmente la conversión
de Hungría) las primeras peregrinaciones por vía terrestre a Tierra Santa.[21]
Es una locura creer en los dioses.
Saga de Hrafnkell, sacerdote de Frey (Islandia, compuesta a finales del siglo XIII pero
ambientada en época precristiana).[22]
Jázaros
Los jázaros eran un pueblo turco procedente del Asia central (donde se había formado desde el
siglo VI el imperio de los Köktürks) que en su parte occidental había dado origen a un
importante estado que dominaba el Cáucaso y las estepas rusas y ucranianas hasta Crimea en
el siglo VII Su clase dirigente se convirtió mayoritariamente al judaísmo, peculiaridad religiosa
que lo convertía en un vecino excepcional entre el califato islámico de Damasco y el imperio
cristiano de Bizancio.
La división entre Oriente y Occidente fue, además de una estrategia política (inicialmente de
Diocleciano —286— y hecha definitiva con Teodosio I —395—), un reconocimiento de la
diferencia esencial entre ambas mitades del Imperio. Oriente, en sí mismo muy diverso
(península balcánica, Mezzogiorno, Anatolia, Cáucaso, Siria, Palestina, Egipto y la frontera
mesopotámica con los persas), era la parte más urbanizada y con economía más dinámica y
comercial, frente a un Occidente en vías de feudalización, ruralizado, con una vida urbana en
decadencia, mano de obra esclava cada vez más escasa y la aristocracia cada vez más ajena a
las estructuras del poder imperial y recluida en sus lujosas villae autosuficientes, cultivadas por
colonos en régimen similar a la servidumbre. La lengua franca en Oriente era el griego, frente
al latín de Occidente. En la implantación de la jerarquía cristiana, Oriente disponía de todos los
patriarcados de la Pentarquía menos el de Roma (Alejandría, Antioquía y Constantinopla, a los
que se añadió Jerusalén tras el concilio de Calcedonia de 451); incluso la primacía romana
(sede pontificia de San Pedro) era un hecho discutido porque el Estado bizantino se operaba
según el cesaropapismo (empezado por Constantino I[23] y fundado teológicamente por
Eusebio de Cesarea).[24]
Mosaico bizantino con el tema de la Theotokos (María como Madre de Dios). Los nimbos
representan la santidad (el del Niño Jesús, cruciforme, la divinidad y el sacrificio de la Cruz). El
fondo dorado representa la eternidad celeste, además de cumplir con el horror vacui propio
del estilo. Todos sus rasgos: el cromatismo, la frontalidad y la linealidad (bordes nítidos,
marcado de los pliegues), además de influir grandemente en el románico de Europa
Occidental, se reprodujeron y continuaron, estereotipados, en los iconos religiosos de épocas
posteriores en toda Europa Oriental.
La supervivencia de Bizancio no dependía de la suerte de Occidente, mientras que lo contrario
sí: de hecho, los emperadores orientales optaron por sacrificar Roma —que ya ni siquiera era la
capital occidental— cuando lo consideraron conveniente, abandonándola a su suerte o incluso
desplazando hacia ella a los germanos (hérulos, ostrogodos y lombardos), lo que precipitó su
caída. Sin embargo, la Ciudad Eterna, que tenía un valor simbólico, fue reconquistada e incluida
en el efímero Exarcado de Rávena.
Justiniano I consolidó la frontera del Danubio y, desde 532 logró un equilibrio en la frontera con
la Persia sasánida, lo que le permitió desplazar los esfuerzos bizantinos hacia el Mediterráneo,
reconstruyendo la unidad del Mare Nostrum: En 533, una expedición del general Belisario
aniquila a los vándalos (batallas de Ad Decimum y de Tricamerón) incorporando la provincia de
África y las islas del Mediterráneo Occidental (Cerdeña, Córcega y las Baleares). En 535 Mundus
ocupó Dalmacia y Belisario Sicilia. Narsés elimina a los ostrogodos de Italia en 554-555. Rávena
volvió a ser una ciudad imperial, donde se conservarán los fastuosos mosaicos de San Vital.
Liberio solo consiguió desplazar a los visigodos de la costa sureste de la península ibérica y de
la provincia Bética.
Salterio Jlúdov, uno de los tres únicos manuscritos ilustrados iconódulos que sobrevivieron al
siglo IX. Esta página ilustra un pasaje evangélico en que un soldado ofrece a Cristo vinagre en
una esponja atada a una lanza. En el plano inferior se caricaturiza al último Patriarca de
Constantinopla iconoclasta, Juan el Gramático, borrando un icono de Cristo con una esponja
similar.
Los siglos VII y VIII representaron para Bizancio una edad oscura similar a la de occidente, que
incluyó también una fuerte ruralización y feudalización en lo social y económico y una pérdida
de prestigio y control efectivo del poder central. A las causas internas se sumó la renovación de
la guerra con los persas, nada decisiva pero especialmente extenuante, a la que siguió la
invasión musulmana, que privó al Imperio de las provincias más ricas: Egipto y Siria. No
obstante, en el caso bizantino, la disminución de la producción intelectual y artística respondía
además a los efectos particulares de la querella iconoclasta, que no fue un simple debate
teológico entre iconoclastas e iconódulos, sino un enfrentamiento interno desatado por el
patriarcado de Constantinopla, apoyado por el emperador León III, que pretendía acabar con la
concentración de poder e influencia política y religiosa de los poderosos monasterios y sus
apoyos territoriales (puede imaginarse su importancia viendo cómo ha sobrevivido hasta la
actualidad el Monte Athos, fundado más de un siglo después, en 963).
El periodo entre 867 y 1056, bajo la dinastía macedonia, se conoce con el nombre de
Renacimiento macedónico, en que Bizancio vuelve a ser una potencia mediterránea y se
proyecta hacia los pueblos eslavos de los Balcanes y hacia el norte del mar Negro. Basilio II
Bulgaróctono que ocupó el trono en el período 976-1025 llevó al Imperio a su máxima
extensión territorial desde la invasión musulmana, ocupando parte de Siria, Crimea y los
Balcanes hasta el Danubio. La evangelización de Cirilo y Metodio obtendrá una esfera de
influencia bizantina en Europa Oriental que cultural y religiosamente tendrá una gran
proyección futura mediante la difusión del alfabeto cirílico (adaptación del alfabeto griego para
la representación de los fonemas eslavos, que se sigue utilizando en la actualidad); así como la
del cristianismo ortodoxo (predominante desde Serbia hasta Rusia).
Sin embargo, la segunda mitad del siglo XI presenciará un nuevo desafío islámico, esta vez
protagonizado por los turcos selyúcidas y la intervención del Papado y de los europeos
occidentales, mediante la intervención militar de las Cruzadas, la actividad comercial de los
mercaderes italianos (genoveses, amalfitanos, pisanos y sobre todo venecianos)[26] y las
polémicas teológicas del denominado Cisma de Oriente o Gran Cisma de Oriente y Occidente,
con lo que la teórica ayuda cristiana se demostró tan negativa o más para el Imperio Oriental
que la amenaza musulmana. El proceso de feudalización se acentuó al verse forzados los
emperadores Comneno a realizar cesiones territoriales (denominadas pronoia) a la aristocracia
y a miembros su propia familia.[27]
La expansión del islam (desde el siglo VII)
Expansión árabe en el siglo VII: califa Abu Bakr en la zona I, Omar en la II, Uthman en la III y Ali
en la IV.
En el siglo VII, tras las predicaciones de Mahoma y las conquistas de los primeros califas (a la
vez líderes políticos y religiosos, en una religión —el islamismo— que no reconoce distinciones
entre laicos y clérigos), se había producido la unificación de Arabia y la conquista del Imperio
persa y de buena parte del Imperio bizantino. En el siglo VIII se llegó a la península ibérica, la
India y el Asia Central (batalla del Talas —751— victoria islámica ante China tras la que no se
profundizó en ese Imperio, pero que permitió un mayor contacto con su civilización,
aprovechando los conocimientos de los prisioneros). En el occidente la expansión musulmana
se frenó desde la batalla de Poitiers (732) ante los francos y la mitificada batalla de Covadonga
ante los asturianos (722). La presencia de los musulmanes como una civilización rival
alternativa asentada en la mitad sur de la cuenca del Mediterráneo, cuyo tráfico marítimo
pasan a controlar, obligó al cierre en sí misma de Europa Occidental por varios siglos, y para
algunos historiadores significó el verdadero comienzo de la Edad Media.[28]
Manuscrito árabe ilustrado del siglo XIII La representación de figuras solo se consiente en
algunas interpretaciones del islamismo, pero se prohíbe mayoritariamente. Esta prohibición
incentivó otras artes, como la caligrafía. Esta ilustración representa a Sócrates (Sughrat). La
recuperación y difusión de la cultura clásica grecorromana fue una de las principales
aportaciones del islam medieval a la civilización.
Desde el siglo VIII se produjo una difusión más lenta de la civilización islámica por sitios tan
lejanos como Indonesia y el continente africano, y desde el siglo XIV por Anatolia y los
Balcanes. Las relaciones con la India fueron también muy estrechas durante el resto de la Edad
Media (aunque la imposición del imperio mogol no se produjo hasta el siglo XVI), mientras que
el océano Índico se convirtió casi en un Mare Nostrum árabe, donde se ambientaron las
aventuras de Simbad el marino (uno de los cuentos de Las mil y una noches de la época de
Harún al-Rashid).[29] El tráfico comercial de las rutas marítimas y caravaneras unían el Índico
con el Mediterráneo a través del mar Rojo o el golfo Pérsico y las caravanas del desierto. Esa
llamada ruta de las especias (prefigurada por la ruta del incienso en la Edad Antigua) fue
esencial para que llegaran a occidente retazos de la ciencia y la cultura de Extremo Oriente. Por
el norte, la Ruta de la Seda cumplió la misma función atravesando los desiertos y las cordilleras
del Turquestán. El ajedrez, la numeración indoarábiga y el concepto de cero, así como algunas
obras literarias (Calila e Dimna) estuvieron entre los aportes hindúes y persas. El papel, el
grabado o la pólvora, entre las chinas. La función de los árabes, y de los persas, sirios, egipcios
y españoles arabizados (no solo islámicos, pues hubo muchos que mantuvieron su religión
cristiana o judía —no tanto la zoroastriana—) distó mucho de ser mera transmisión, como
testimonia la influencia de la reinterpretación de la filosofía clásica que llegó a través de los
textos árabes a Europa Occidental a partir de las traducciones latinas desde el siglo XII, y la
difusión de cultivos y técnicas agrícolas por la región mediterránea. En un momento en que
estaban prácticamente ausentes de la economía europea, destacaron las prácticas comerciales
y la circulación monetaria en el mundo islámico, animadas por la explotación de minas de oro
tan lejanas como las del África subsahariana, junto con otro tipo de actividades, como el tráfico
de esclavos.
La unidad inicial del mundo islámico, que se había cuestionado ya en el aspecto religioso con la
separación de suníes y chiíes, se rompió también en lo político con la sustitución de los Omeyas
por los Abbasíes al frente del califato en el 749, que además sustituyeron Damasco por Bagdad
como capital. Abderramán I, el último superviviente Omeya, consiguió fundar en Córdoba un
emirato independiente para al-Ándalus (nombre árabe de la península ibérica), que su
descendiente Abderramán III convirtió en un califato alternativo en el 929. Poco antes, en el
909 los Fatimíes habían hecho lo propio en Egipto. A partir del siglo XI se producen cambios
muy importantes: el desafío a la hegemonía árabe como etnia dominante dentro del islam a
cargo de los islamizados turcos, que pasarán a controlar distintas zonas del Medio Oriente
(mamelucos, otomanos), o de kurdos como Saladino; la irrupción de los cristianos latinos en
tres puntos clave del Mediterráneo (reinos cristianos de la Reconquista en al-Ándalus,
normandos en el sur de Italia y cruzados en Siria y Palestina); y la de los mongoles desde el
centro de Asia.
Los eruditos como al-Biruni, al-Jahiz, al-Kindi, Abu Bakr Muhammad al-Razi, Ibn Sina, al-Idrisi,
Ibn Bayya, Omar al-Jayyam, Ibn Zuhr, Ibn Tufail, Ibn Rushd, al-Suyuti, y miles de otros
académicos no fueron una excepción, sino la norma general en la civilización musulmana. La
civilización musulmana del periodo clásico fue destacable por el elevado número de eruditos
polifacéticos que produjo. Es una muestra de la homogeneidad de la filosofía islámica sobre la
ciencia, y su énfasis sobre la síntesis, las investigaciones interdisciplinares y la multiplicidad de
métodos.[30]
Ziauddin Sardar
Véanse también: Dinastía de los omeyas, Califato abasí, Califato fatimí y Umma (islam).
Véanse también: Historia del islam, Edad de Oro del islam, Cultura musulmana, Filosofía
islámica y Filosofía islámica antigua.
Véanse también: Abderramán I, Abderramán II, Abderramán III, Alhakén II e Hisham II.
Véanse también: Arte de al-Ándalus, Arte emiral y califal, Gastronomía de al-Ándalus, Azaque y
Parias (tributo).
Surgimiento y ascenso
Coronación de Carlomagno por el papa León III, el día de Navidad del año 800.
Hacia el siglo VIII, la situación política europea se había estabilizado. En oriente, el Imperio
bizantino era fuerte otra vez, gracias a una serie de emperadores competentes. En occidente,
algunos reinos aseguraban relativa estabilidad a varias regiones: Northumbria a Inglaterra, el
Reino visigodo a España, el Reino lombardo a Italia y el Reino franco a Galia y Alemania. En
realidad, el Reino franco era un compuesto de tres reinos: Austrasia, Neustria y Aquitania.
El Imperio carolingio surge de las bases creadas por los predecesores de Carlomagno desde
principios del siglo VIII (Carlos Martel y Pipino el Breve). La proyección de sus fronteras a través
de una gran parte de la Europa Occidental permitió a Carlos la aspiración de reconstruir la
extensión del antiguo Imperio romano occidental, siendo la primera entidad política de la Edad
Media que estuvo en condiciones de convertirse en una potencia continental. Aquisgrán fue
elegida como capital, en una situación central y suficientemente alejada de Italia, que a pesar
de ser liberada del dominio de los longobardos y de las teóricas reivindicaciones bizantinas,
conservó una gran autonomía que llegaba a la soberanía temporal con la cesión de unos
incipientes Estados Pontificios (el Patrimonium Petri o Patrimonio de San Pedro, que incluía
Roma y buena parte del centro de Italia). Como resultado de la estrecha vinculación entre el
pontificado y la dinastía carolingia, que se legitimaban y defendían mutuamente ya por tres
generaciones, el papa León III reconoció las pretensiones imperiales de Carlomagno con una
coronación en extrañas circunstancias, el día de Navidad del año 800.
KAROLUS. Monograma de Carlomagno, quien lo utilizaba como firma. Carlomagno, a pesar de
sus esfuerzos, nunca aprendió a escribir con soltura.
Se crearon las marcas para fijar las fronteras ante los enemigos exteriores (árabes en la Marca
Hispánica, sajones en la Marca Sajona, bretones en la Marca Bretona, lombardos —hasta su
derrota— en la Marca Lombarda y ávaros en la Marca Ávara; posteriormente también se creó
una para los húngaros: la Marca del Friuli). El territorio interior fue organizado en condados y
ducados (unión de varios condados o marcas). Los funcionarios que los dirigían (condes,
marqueses y duques) eran vigilados por inspectores temporales (los missi dominici —enviados
del señor—), y se procuraba que no se heredaran para evitar que quedaran patrimonializados
en una familia (cosa, que con el tiempo, no pudo evitarse). La consignación de tierras junto con
los cargos, pretendía sobre todo el mantenimiento de la costosa caballería pesada y los nuevos
caballos de batalla (destreros, introducidos desde Asia en el siglo VII que se empleaban de una
manera completamente distinta a la caballería antigua, con estribos, aparatosas sillas y que
podían sostener armaduras).[31] Tal proceso estuvo en el origen del nacimiento de los feudos
que había que ceder a cada militar de acuerdo con su rango, hasta la unidad básica: el
caballero que ejercía de señor sobre un territorio, se quedaba para su mantenimiento con una
reserva señorial y dejaba los mansos para sus siervos, que estaban obligados a cultivar la
reserva con prestaciones gratuitas de trabajo a cambio de la protección militar y el
mantenimiento del orden y la justicia, que eran las funciones del señor. Lógicamente, los
feudos en sus distintos niveles sufrieron la misma transformación patrimonial que marcas y
condados, estableciendo una red piramidal de fidelidades que es el origen del vasallaje feudal.
Carlomagno negoció de igual a igual con otras grandes potencias de la época, como el Imperio
bizantino, el Emirato de Córdoba, y el Califato Abasida. Aunque él mismo, ya en edad adulta, no
sabía escribir (cosa habitual en la época, en que únicamente algunos clérigos lo hacían),
Carlomagno siguió una política de prestigio cultural y un notable programa artístico. Pretendió
rodearse de una corte de sabios e iniciar un programa educativo basado en el trivium y el
quadrivium, para lo que mandó llamar a la intelectualidad de su tiempo a sus dominios
impulsando, con la colaboración de Alcuino de York, el llamado Renacimiento carolingio.
Dentro de este empeño educativo ordenó a sus nobles aprender a escribir, cosa que él mismo
intentó, aunque nunca consiguió hacerlo con soltura.[32]
División y hundimiento
Muerto Carlomagno en 814, toma el poder su hijo Ludovico Pío. Los hijos de este: Carlos el
Calvo (Francia occidental), Luis el Germánico (Francia oriental) y Lotario I (primogénito y
heredero del título imperial), se enfrentaron militarmente disputándose los diferentes
territorios del imperio, que, más allá de las alianzas aristocráticas, manifestaban distintas
personalidades, interpretables desde una perspectiva protonacional (idiomas diferentes: hacia
el sur y oeste se imponían las lenguas romances que se comenzaban a diferenciar del latín
vulgar, hacia el norte y este las lenguas germánicas, como testimoniaban los previos
Juramentos de Estrasburgo; costumbres, tradiciones e instituciones propias —romanas hacia el
sur, germanas hacia el norte—). Esta situación no concluyó ni siquiera en el 843 tras el Tratado
de Verdún, puesto que la posterior división del reino de Lotario entre sus hijos (la Lotaringia,
franja central desde los Países Bajos hasta Italia, pasando por la región del Rin, Borgoña y
Provenza) llevó a los tíos de estos (Carlos y Luis), a otro reparto (el Tratado de Mersen del 870)
que simplificaba las fronteras (dejando únicamente Italia y Provenza en manos de su sobrino el
emperador Luis II el Joven —cuyo cargo no suponía más primacía que la honorífica—, pero no
condujo a una mayor concentración de poder en manos de esos monarcas, débiles y en manos
de la nobleza territorial. En algunas regiones, el pacto no era más que una entelequia, puesto
que la costa del mar del Norte estaba ocupada por los vikingos. Incluso en las zonas
teóricamente controladas, las posteriores herencias y luchas internas entre los sucesivos reyes
y emperadores carolingios subdividieron y reunificaron los territorios de manera casi aleatoria.
Divisiones del Imperio en los tratados de Verdún (año 843, línea punteada) y Meersen (870).
Divisiones del Imperio en los tratados de Verdún (año 843, línea punteada) y Meersen (870).
El sistema feudal
Otros prefieren hablar de "régimen" o "sistema feudal", para diferenciarlo sutilmente del
feudalismo estricto, o de síntesis feudal, para marcar el hecho de que sobreviven en ella rasgos
de la Antigüedad clásica mezclados con contribuciones germánicas, implicando tanto a
instituciones como a elementos productivos, y significó la especificidad del feudalismo europeo
occidental como formación económico social frente a otras también feudales, con
consecuencias trascendentales en el futuro devenir histórico.[Nota 6] Más dificultades hay para
el uso del término cuando nos alejamos más: Europa Oriental experimenta un proceso de
"feudalización" desde finales de la Edad Media, justo cuando en muchas zonas de Europa
Occidental los campesinos se liberan de las formas jurídicas de la servidumbre, de modo que
suele hablarse del feudalismo polaco o ruso. El Antiguo Régimen en Europa, el islam medieval
o el Imperio bizantino fueron sociedades urbanas y comerciales, y con un grado de
centralización política variable, aunque la explotación del campo se realizaba con relaciones
sociales de producción muy similares al feudalismo medieval. Los historiadores que aplican la
metodología del materialismo histórico (Marx definió el modo de producción feudal como el
estadio intermedio entre el esclavista y el capitalista) no dudan en hablar de «economía
feudal» para referirse a ella, aunque también reconocen la necesidad de no aplicar el término a
cualquier formación social preindustrial no esclavista, puesto que a lo largo de la historia y de
la geografía han existido otros modos de producción también previstos en la modelización
marxista, como el modo de producción primitivo de las sociedades poco evolucionadas,
homogéneas y con escasa división social —como las de los mismos pueblos germánicos
previamente a las invasiones— y el modo de producción asiático o despotismo hidráulico —
Egipto faraónico, reinos de la India o Imperio chino— caracterizado por la tributación de las
aldeas campesinas a un estado muy centralizado.[34] En lugares aún más lejanos se ha llegado
a utilizar el término feudalismo para describir una época. Es el caso de Japón y el denominado
feudalismo japonés, dadas las innegables similitudes y paralelismos que la nobleza feudal
europea y su mundo tiene con los samuráis y el suyo. También se ha llegado a aplicarlo a la
situación histórica de los periodos intermedios de la historia de Egipto, en los que, siguiendo
un ritmo cíclico milenario, decae el poder central y la vida en las ciudades, la anarquía militar
rompe la unidad de las tierras del Nilo, y los templos y señores locales que alcanzan a controlar
un espacio de poder gobiernan en él de manera independiente sobre los campesinos obligados
al trabajo.
El vasallaje y el feudo
Dos instituciones eran claves para el feudalismo: por un lado el vasallaje como relación
jurídico-política entre señor y vasallo, un contrato sinalagmático (es decir, entre iguales, con
requisitos por ambas partes) entre señores y vasallos (ambos hombres libres, ambos guerreros,
ambos nobles), consistente en el intercambio de apoyos y fidelidades mutuas (dotación de
cargos, honores y tierras —el feudo— por el señor al vasallo y compromiso de auxilium et
consilium —auxilio o apoyo militar y consejo o apoyo político—), que si no se cumplía o se
rompía por cualquiera de las dos partes daba lugar a la felonía, y cuya jerarquía se complicaba
de forma piramidal (el vasallo era a su vez señor de vasallos); y por otro lado el feudo como
unidad económica y de relaciones sociales de producción, entre el señor del feudo y sus
siervos, no un contrato igualitario, sino una imposición violenta justificada ideológicamente
como un do ut des de protección a cambio de trabajo y sumisión.
El vasallaje era un pacto entre dos miembros de la nobleza de distinta categoría. El caballero de
menor rango se convertía en vasallo (vassus) del noble más poderoso, que se convertía en su
señor (dominus) por medio del Homenaje e Investidura, en una ceremonia ritualizada que
tenía lugar en la torre del homenaje del castillo del señor. El homenaje (homage) —del vasallo
al señor— consistía en la postración o humillación —habitualmente de rodillas—, el osculum
(beso), la inmixtio manum —las manos del vasallo, unidas en posición orante, eran acogidas
entre las del señor—, y alguna frase que reconociera haberse convertido en su hombre. Tras el
homenaje se producía la investidura —del señor al vasallo—, que representaba la entrega de
un feudo (dependiendo de la categoría de vasallo y señor, podía ser un condado, un ducado,
una marca, un castillo, una población, o un simple sueldo; o incluso un monasterio si el
vasallaje era eclesiástico) a través de un símbolo del territorio o de la alimentación que el señor
debe al vasallo —un poco de tierra, de hierba o de grano— y del espaldarazo, en el que el
vasallo recibe una espada (y unos golpes con ella en los hombros), o bien un báculo si era
religioso.
Junto con el feudo, el vasallo recibe los siervos que hay en él, no como propiedad esclavista,
pero tampoco en régimen de libertad; puesto que su condición servil les impide abandonarlo y
les obliga a trabajar. Las obligaciones del señor del feudo incluyen el mantenimiento del orden,
o sea, la jurisdicción civil y criminal (mero e mixto imperio en la terminología jurídica
reintroducida con el Derecho Romano en la Baja Edad Media), lo que daba aún mayores
oportunidades para obtener el excedente productivo que los campesinos pudieran obtener
después de las obligaciones de trabajo —corveas o sernas en la reserva señorial— o del pago
de renta —en especie o en dinero, de circulación muy escasa en la Alta Edad Media, pero más
generalizada en los últimos siglos medievales, según fue dinamizándose la economía—. Como
monopolio señorial solían quedar la explotación de los bosques y la caza, los caminos y
puentes, los molinos, las tabernas y tiendas. Todo ello eran más oportunidades de obtener más
renta feudal, incluidos derechos tradicionales, como el ius prime noctis o derecho de pernada,
que se convirtió en un impuesto por matrimonios, buena muestra de que es en el excedente de
donde se extrae la renta feudal de manera extraeconómica (en este caso en la demostración de
que una comunidad campesina crece y prospera).
Orator, bellator et laborator (clérigo, guerrero y labrador); o sea, los tres órdenes medievales.
Letra capitular de un manuscrito.
Con el tiempo, siguiendo la tendencia marcada desde el Bajo Imperio romano, que se
consolidó en la época clásica del feudalismo y que pervivió durante todo el Antiguo Régimen,
se fue conformando una sociedad organizada de manera estamental, en los llamados
estamentos u ordines (órdenes): nobleza, clero y pueblo llano (o tercer estado): bellatores,
oratores y laboratores los hombres que guerrean, los que rezan y los que trabajan, según el
vocabulario de la época. Los dos primeros son privilegiados, es decir, no se les aplica la ley
común, sino un fuero propio (por ejemplo, tienen distintas penas para el mismo delito, y su
forma de ejecución es diferente) y no pueden trabajar (les están prohibidos los oficios viles y
mecánicos), puesto que esa es la condición de no privilegiados. En época medieval, los órdenes
feudales no eran estamentos cerrados y bloqueados, sino que mantenían una permeabilidad
que permitía en casos extraordinarios el ascenso social debido al mérito (por ejemplo, a la
demostración de un excepcional valor), que eran tan escasos que no se vivían como una
amenaza, cosa que sí ocurrió a partir de las grandes convulsiones sociales de los siglos finales
de la Baja Edad Media, en que los privilegiados se vieron obligados a institucionalizar su
posición procurando cerrar el acceso a sus estamentos de los no privilegiados (en lo que
tampoco tuvieron una eficacia total). Completamente impropia sería la comparación con la
sociedad de castas de la India, en que guerreros, sacerdotes, comerciantes, campesinos y
parias pertenecían a castas diferentes entendidas como linajes desconectados cuya mezcla se
prohibía.
Las funciones de los órdenes feudales estaban fijadas ideológicamente por el agustinismo
político (Civitate Dei -426-), en búsqueda de una sociedad que, aunque como terrena no podía
dejar de ser corrupta e imperfecta, podía aspirar a ser al menos una sombra de la imagen de
una "Ciudad de Dios" perfecta de raíces platónicas[Nota 7] en que todos tuvieran un papel en
su protección, su salvación y su mantenimiento. Esta idea fue reformulada y perfilada a lo largo
de la Edad Media, sucesivamente por autores como Isidoro de Sevilla (630), la escuela de
Auxerre (Haimón de Auxerre -865- en la abadía borgoñona en la que trabajaban Erico de
Auxerre y su discípulo Remigio de Auxerre, que seguían la tradición de Escoto Eriúgena), Boecio
(892), Wulfstan de York (1010), Gerardo de Cambrai (1024) o Adalberón de Laon; y utilizada en
textos legislativos como la llamada Compilación de Huesca de los Fueros de Aragón (Jaime I), y
las Siete Partidas (Alfonso X el Sabio, 1265).[36]
Los bellatores o guerreros eran la nobleza, cuya función era la protección física, la defensa de
todos ante las agresiones e injusticias. Estaba organizada piramidalmente desde el emperador,
pasando por los reyes y descendiendo sin solución de continuidad hasta el último escudero,
aunque atendiendo a su rango, poder y riqueza puede clasificarse en dos partes diferenciadas:
alta nobleza (marqueses, condes y duques) cuyos feudos tienen el tamaño de regiones y
provincias (aunque la mayor parte de las veces no en continuidad territorial, sino repartido y
difuso, lleno de enclaves y exclaves); y la baja nobleza o caballeros (barones, infanzones), cuyos
feudos son del tamaño de pequeñas comarcas (a escala municipal o inferior a la municipal), o
directamente no poseen feudos territoriales, viviendo en los castillos de señores más
importantes, o en ciudades o poblaciones en las que no ejercen jurisdicción (aunque sí pueden
ejercer su regimiento, es decir, participar en su gobierno municipal en representación del
estado noble). A finales de la Edad Media y en la Edad Moderna, cuando la nobleza ya no
ejercía su función militar, como era el caso de los hidalgos españoles, que aducían sus
privilegios estamentales para evitar el pago de impuestos y obtener alguna ventaja social,
alardeando de ejecutoria o de blasón y casa solariega, pero que al no disponer de rentas
feudales suficientes para mantener la manera de vida nobiliaria, corrían el peligro de perder su
condición por contraer un matrimonio desigual o ganarse la vida trabajando:
Pues la sangre de los godos,
y el linaje e la nobleza
tan crescida,
en esta vida!
Además de la legitimación religiosa, a través de la cultura y el arte laicos (la épica de los
cantares de gesta y la lírica del amor cortés de los trovadores provenzales) se difundía
socialmente la legitimación ideológica de la forma de vida, la función social y los valores de la
nobleza.[37]
Asesinato de Santo Tomás Becket (1170), provocado por el rey de Inglaterra, anteriormente su
aliado. Vidriera de la catedral de Canterbury (siglo XIII).
Excomunión de Roberto II de Francia (998), en una recreación de pintura histórica por Jean-
Paul Laurens (1875).
Los oratores o clérigos eran el clero, cuya función era facilitar la salvación espiritual de las
almas inmortales: algunos formaban una élite poderosa llamada alto clero (abades, obispos), y
otros más humildes, el bajo clero (curas de pueblo o los hermanos legos de un monasterio). La
extensión y organización del monacato benedictino a través de la Orden de Cluny,
estrechamente vinculado a la organización de la red episcopal centralizada y jerarquizada, con
cúspide en el papa de Roma, estableció la doble pirámide feudal del clero secular, destinado a
la administración los de sacramentos (que controlaban toda la trayectoria vital de la población,
desde el nacimiento hasta muerte); y el clero regular, apartado del mundo y sometido a una
regla monástica (habitualmente la regla benedictina). Los tres votos monásticos del clero
regular: pobreza, obediencia y castidad; así como el celibato eclesiástico que se fue
imponiendo al clero secular, funcionaron como un eficaz mecanismo de vinculación de los dos
estamentos privilegiados: los hijos segundones de la nobleza ingresaban en el clero, donde
eran mantenidos sin estrecheces gracias a las numerosas fundaciones, donaciones, dotes y
mandas testamentarias; pero no disputaban las herencias a sus hermanos, que podían
mantener concentrado el patrimonio familiar. Las tierras de la Iglesia quedaban como manos
muertas, cuya función era la de garantizar las misas y oraciones previstas por los donadores, de
modo que los hijos rezaban por las almas de los padres. Todo el sistema garantizaba el
mantenimiento del prestigio social de los privilegiados, asistiendo a misa en lugares destacados
mientras vivían y enterrados en lugares principales de iglesias y catedrales cuando morían.
[Nota 8] No faltaron los enfrentamientos: la evidencia de simonía y nicolaísmo
(nombramientos de cargos eclesiásticos interferidos por las autoridades civiles o su pura
compraventa) y la utilización de la principal amenaza religiosa al poder temporal, equivalente a
una muerte civil: la excomunión. El Papa se atribuía incluso la autoridad de eximir al vasallo de
la fidelidad debida a su señor y reivindicarla para sí mismo, lo que fue utilizado en varias
ocasiones para la fundación de reinos que pasaban a ser vasallos del Papa (por ejemplo, la
independencia que Afonso Henriques obtuvo para el condado convertido en reino de Portugal
frente al reino de León).
Los laboratores o trabajadores, eran el pueblo llano, cuya función era el mantenimiento de los
cuerpos, la función ideológicamente más baja y humilde —humiliores eran los cercanos al
humus, la tierra, mientras que sus superiores eran honestiores, los que podían mantener la
honra u honor—.[Nota 9] Necesariamente los más numerosos, y la inmensa mayoría de ellos
dedicados a tareas agrícolas, dado la bajísima productividad y rendimiento agrícola, propios de
la época preindustrial y del muy escaso nivel técnico (de ahí la identificación en castellano de
laborator con labrador). Por lo común estaban sometidos a los otros estamentos. El pueblo
llano estaba compuesto en su gran mayoría por campesinos, siervos de los señores feudales o
campesinos libres (villanos), y por artesanos, que eran escasos y vivían, bien en las aldeas
(aquellos de menor especialización, que solían compartir las tareas agrícolas: herreros,
talabarteros, alfareros, sastres) o en las pocas y pequeñas ciudades (los de mayor
especialización y de productos de necesidad menos apremiante o de demandada de las clases
altas: joyeros, orfebres, cereros, toneleros, tejedores, tintoreros). La autosuficiencia de los
feudos y los monasterios limitaba su mercado y capacidad de crecer. Los oficios de la
construcción (cantería, albañilería, carpintería) y la misma profesión de maestro de obras o
arquitecto son una notable excepción: obligados por la naturaleza de su trabajo al
desplazamiento al lugar donde se construye el edificio, se transformaron en un gremio nómada
que se desplazaba por los caminos europeos comunicándose novedades técnicas u
ornamentales transformadas en secretos de oficio, lo que está en el origen de su lejana y
mitificada vinculación con la sociedad secreta de la masonería, que desde su origen los
consideró como los primitivos masones.[Nota 10]
Los tres órdenes feudales no eran en la Edad Media aún unos estamentos cerrados: eran
consecuencia básica de la estructura social que se había ido creando lenta pero
inexorablemente con la transición del esclavismo al feudalismo desde la crisis del siglo III
(ruralización y formación de latifundios y villae, reformas de Diocleciano, descomposición del
Imperio romano, las invasiones, el establecimiento de los reinos germánicos, instituciones del
Imperio carolingio, descomposición de este y nueva oleada de invasiones). Los señores
feudales eran continuación de las líneas clientelares de los condes carolingios, y algunos
pueden remontarse a los latifundistas romanos o los séquitos germanos, mientras que el
campesinado provenía de los antiguos esclavos o colonos, o de campesinos libres que se vieron
forzados a encomendarse, recibiendo a veces una parte de sus antiguas tierras propias en
forma de manso "concedido" por el señor. El campesino heredaba su condición servil y su
sujeción a la tierra, y rara vez tenía oportunidad de ascender de nivel como no fuera por su
fuga a una ciudad o por un hecho todavía más extraordinario: su ennoblecimiento por un
destacado hecho de armas o servicio al rey, que en condiciones normales le estaban
completamente vedados. Lo mismo puede decirse del artesano o el mercader (que en algunos
casos podía acumular fortuna, pero no alterar su origen humilde). El noble lo era generalmente
por herencia, aunque en ocasiones podía alguien ennoblecerse como soldado de fortuna,
después de una victoriosa carrera de armas (como fue el caso, por ejemplo, de Roberto
Guiscardo). El clero, por su parte, era reclutado por cooptación, con un acceso distinto según el
origen social: asegurado para los segundones de las casas nobles y restringido a los niveles
inferiores del bajo clero para los del pueblo llano; pero en casos particulares o destacados, el
ascenso en la jerarquía eclesiástica estaba abierto al mérito intelectual. Todo esto le daba al
sistema feudal una extraordinaria estabilidad, en donde había "un lugar para cada hombre, y
cada hombre en su lugar", al tiempo que una extraordinaria flexibilidad, porque permitía al
poder político y económico atomizarse a través de toda Europa, desde España hasta Polonia.
El año mil
El legendario año mil, final del primer milenio, que se utiliza convencionalmente para el paso
de la Alta a la Baja Edad Media, en realidad tan solo es una cifra redonda para el cómputo de la
era cristiana, que no era de universal utilización: los musulmanes utilizaban su propio
calendario islámico lunar que comienza en la Hégira (622); en algunas partes de la Cristiandad
se utilizaban eras locales (como la era hispánica, que cuenta desde el 38 a. C.). Pero
ciertamente, el milenarismo y los pronósticos del final de los tiempos estaban presentes;
incluso el propio papa durante el cambio de milenio Silvestre II, el francés Gerberto de Aurillac,
interesado en todo tipo de conocimientos, se ganó una reputación esotérica.[39] La astrología
siempre pudo encontrar fenómenos celestes extraordinarios en los que apoyar su prestigio
(como los eclipses), pero ciertamente otros eventos de la época estuvieron entre los más
espectaculares de la historia: el cometa Halley, que se acerca a la Tierra periódicamente cada
ocho décadas, alcanzó su brillo máximo en la visita de 837,[40] despidió el primer milenio en
989 y llegó a tiempo de la batalla de Hastings en 1066; mucho más visibles aún, las supernovas
SN 1006 y SN 1054, que reciben el número del año en que se registraron, fueron más
detalladamente reflejadas en fuentes chinas, árabes e incluso indoamericanas que en las
escasas europeas (a pesar de que la de 1054 coincidió con la batalla de Atapuerca).
Todo el siglo X, más bien por las condiciones reales que por las imaginarias, puede considerarse
parte de una época oscura, pesimista, insegura y presidida por el miedo a todo tipo de peligros,
reales e imaginarios, naturales y sobrenaturales: miedo al mar, miedo al bosque, miedo a las
brujas y los demonios y a todo lo que, sin entrar dentro de lo sobrenatural cristiano, quedaba
relegado a lo inexplicable y al concepto de lo maravilloso, atribuido a seres de dudosa o quizá
posible existencia (dragones, duendes, hadas, unicornios). El hecho no tenía nada de único: mil
años más tarde, el siglo XX hizo nacer miedos comparables: al holocausto nuclear, al cambio
climático (versiones contemporáneas del fin del mundo); al comunismo (la caza de brujas con
la que se identificó al macarthismo), a la libertad (Miedo a la Libertad es la base del fascismo
en la interpretación de Erich Fromm), comparación que ha sido puesta de manifiesto por los
historiadores[41] e interpretada por los sociólogos (Sociedad del riesgo de Ulrich Beck).
La Edad Media cree firmemente que todas las cosas en el universo tienen un significado
sobrenatural, y que el mundo es como un libro escrito por la mano de Dios. Todos los animales
tienen un significado moral o místico, al igual que todas las piedras y todas las hierbas (y esto
es lo que explican los bestiarios, los lapidarios y los herbarios). Se llega así a atribuir
significados positivos o negativos también a los colores... Para el simbolismo medieval una cosa
puede tener incluso dos significados opuestos según el contexto en el que se contempla (de ahí
que el león a veces simbolice a Jesucristo y a veces al demonio).
Umberto Eco[42]
En la coyuntura histórica del año mil, las estructuras políticas más fuertes del periodo anterior
se estaban demostrando muy débiles: el islam se descompuso en califatos (Bagdad, El Cairo y
Córdoba), que para el año 1000 se estaban demostrando incapaces de contener a los reinos
cristianos, especialmente al Reino de León, en la península ibérica (fracaso final de Almanzor) y
al Imperio bizantino en el Mediterráneo Oriental. También sufre la expansión bizantina el
Imperio búlgaro, que queda destruido. Los particularismos nacionales francés, polaco y
húngaro dibujan fronteras protonacionales que, curiosamente, son muy similares a las del año
2000. En cambio, el Imperio carolingio se había disuelto en principados feudales
ingobernables, que los Otónidas se proponían incluir en una segunda Restauratio Imperii (Otón
I, en el 962), esta vez sobre bases germanas.[43]
Los miedos y la inseguridad no acabaron con el año mil, ni tampoco hubo que esperar para
volver a encontrarlos a la terrible peste negra y a los flagelantes del siglo XIV Incluso en el
óptimo medieval del expansivo siglo XIII lo más habitual era encontrar textos como el de Dante,
o como los siguientes:
Este himno de autor desconocido, atribuido a muy diversos personajes (el papa Gregorio —que
pudiera ser Gregorio Magno, a quien también se atribuye el canto gregoriano, u otro de los de
ese nombre—, al fundador del Cister San Bernardo de Claraval, a los monjes dominicos
Umbertus y Frangipani y al franciscano Tomás de Celano) e incorporado a la liturgia de la misa:
...
Confutatis maledictis,
...
Pero también participa de la misma concepción pesimista del mundo este otro, proveniente de
un ambiente totalmente opuesto, recogido en una colección de poemas goliardos (monjes y
estudiantes de vida desordenada):[44]
O Fortuna
velut luna
statu variabilis,
semper crescis
aut decrescis;
vita detestabilis
nunc obdurat
et tunc curat
egestatem,
potestatem
dissolvit ut glaciem.
Sors immanis
et inanis,
rota tu volubilis,
status malus,
vana salus
semper dissolubilis,
obumbrata
et velata
O Fortuna,
como la Luna
variable
o desapareces.
¡Vida detestable!
primero embota
y después estimula,
la pobreza
y el poder
Destino monstruoso
y vacío,
la salud es vana,
eclipsada
y velada
El miedo era inherente a la violencia estructural permanente del feudalismo, que aunque se
encauzara por mecanismos aceptables socialmente y estableciera un orden estamental
teóricamente perfecto, era un permanente recuerdo de la posibilidad de subversión del orden,
periódicamente renovado con guerras, invasiones y sublevaciones internas. En particular, las
sátiras contra el rústico eran manifestaciones de la mezcla de desprecio y desconfianza con que
clérigos y nobles veían al siervo, reducido a un monstruo deforme, ignorante y violento, capaz
de las mayores atrocidades, sobre todo cuando se agrupaba.[45]
Pero al mismo tiempo, se sostenía, como parte esencial del edificio ideológico (era la
justificación de la elección papal) que la voz del pueblo era la voz de Dios (Vox populi, vox Dei).
El espíritu medieval debía asumir la contradicción de impulsar manifestaciones públicas de
piedad y devoción y al tiempo permitir generosas concesiones al pecado. Los carnavales y otras
parodias grotescas (la fiesta del asno o el charivari) permitían todo tipo de licencias, incluso la
blasfemia y la burla a lo sagrado, invirtiendo las jerarquías (se elegían reyes de los tontos
obispillos u obispos de la fiesta) haciendo triunfar todo lo que el resto del año estaba
prohibido, era considerado feo, desagradable o daba miedo, como reacción saludable al terror
cotidiano al más allá y garantía de que, pasados los excesos de la fiesta, se volvería dócilmente
al trabajo y la obediencia. Seriedad y tristeza eran prerrogativas de quien practicaba un sagrado
optimismo (hay que sufrir pues luego nos aguarda la vida eterna), mientras que la risa era la
medicina del que vivía con pesimismo una vida miserable y difícil.[47] Frente al mayor
rigorismo del cristianismo primitivo, los teólogos medievales especulaban sobre si Cristo río o
no (la Epístola de Léntulo, uno de los evangelios apócrifos sostenía que no; mientras que
algunos padres de la iglesia defendían el derecho a una santa alegría), lo que justificaba textos
cómicos eclesiásticos, como la Coena Cypriani y la Joca monachorum.[48]
Faenas agrícolas del mes de junio, ilustración de Las muy ricas horas del Duque de Berry (1411-
1416). Fenómenos tradicionales y de larga duración, como la necesidad de murallas, lo
rudimentario de las técnicas y la explotación de los campesinos se contraponen a fenómenos
nuevos y dinámicos, como el crecimiento de la ciudad y su atrevida arquitectura, que no
obstante se siguen basando en la extracción y distribución del excedente productivo del
campo. Aún queda mucho para culminar la transición del feudalismo al capitalismo.
El simbólico año mil (cuyos terrores milenaristas son un mito historiográfico frecuentemente
exagerado) no significa nada por sí mismo, pero a partir de entonces se da por terminada la
Edad Oscura de las invasiones de la Alta Edad Media: húngaros y normandos están ya
asentados e integrados en la cristiandad latina. La Europa de la Plena Edad Media es expansiva
también en el terreno militar: las cruzadas en el Próximo Oriente, la dominación angevina de
Sicilia y el avance de los reinos cristianos en la península ibérica (desaparecido el Califato de
Córdoba) amenazan con reducir el espacio islámico a la ribera sur de la cuenca del
Mediterráneo y el interior de Asia.
El arte románico y el primer gótico son protegidos por las órdenes religiosas y el clero secular.
Cluny y el Císter llenan Europa de monasterios. El Camino de Santiago articula la península
ibérica con Europa. Nacen las Universidades (Bolonia, Sorbona, Oxford, Cambridge, Salamanca,
Coímbra). La escolástica llega a su cumbre con Tomás de Aquino, tras recibir la influencia de las
traducciones del árabe (averroísmo). El redescubrimiento del derecho romano (Bártolo de
Sassoferrato, Baldo degli Ubaldi) empieza a influir en los reyes que se ven a sí mismos como
emperadores en su reino.
Los conflictos crecen a la par que la sociedad: herejías, revueltas campesinas y urbanas, la
salvaje represión de todas ellas y las no menos salvajes guerras feudales son constantes.
Un campesino ordeña una oveja, mientras en la cabaña un niño come ante una mesa (los
muebles no eran muy habituales en las casas de los pobres). Ilustración del siglo XIV de
Tacuinum sanitatis, un tratado médico árabe de Ibn Butlan que se tradujo al latín y tuvo una
gran difusión por Europa Occidental en la Baja Edad Media, como otras obras de origen similar.
Lejos de ser un sistema social anquilosado (el cierre del acceso a los estamentos es un proceso
que se produce como reacción conservadora de los privilegiados, tras la crisis final de la Edad
Media, ya en el Antiguo Régimen), el feudalismo medieval demostró suficiente flexibilidad
como para permitir el desarrollo de dos procesos, que se retroalimentaron mutuamente
favoreciendo una rápida expansión. Por una parte, el asignar un lugar a cada persona dentro
del sistema, permitió la expulsión de todos aquellos para quienes no había lugar, enviándolos
como colonos y aventureros militares a tierras no ganadas para la Cristiandad Occidental,
expandiendo así brutalmente sus límites. Por la otra, el asegurar un cierto orden y estabilidad
social para el mundo agrario tras el fin del periodo de las invasiones; aunque ni mucho menos
se acabaron las guerras —consustanciales al sistema feudal— el nivel habitual de violencia en
periodos bélicos tendía a controlarse por las propias instituciones —código de honor, tregua de
Dios, acogimiento a sagrado— y en periodos normales tendía a ritualizarse — desafíos, duelos,
rieptos, justas, torneos, paso honroso—, aunque no desaparecía ni en las relaciones
internacionales ni dentro de los reinos, con unas ciudades que basaban su seguridad y pax
urbana en sus fuertes murallas, sus toques de queda y su expeditiva justicia, y unos inseguros
campos en los que señores de horca y cuchillo imponían sus prerrogativas e incluso abusaban
de ellas (malhechores feudales), no sin encontrar la resistencia antiseñorial de los siervos,[49] a
veces mitificada (Robin Hood). A diferencia del modo de producción esclavista, el modo de
producción feudal ponía en el productor —campesino— la responsabilidad en el aumento de la
producción: sea buena o mala la cosecha, debe pagar unas mismas rentas. Es por ello que el
sistema por sí solo estimula el trabajo y la incorporación de lo que la experiencia demuestre
como buenas prácticas agrícolas, incluso la incorporación de nuevas técnicas que mejoren el
rendimiento de la tierra. Si el aumento de la producción es permanente y no coyuntural (una
sola buena cosecha por causas climáticas), quien empezará a recibir estímulos será el señor
feudal, que detectará ese aumento de los excedentes cuya extracción es la base de su renta
feudal (mayor uso del molino, mayor circulación por los caminos y puentes, mayor consumo en
tiendas y tabernas; de todos los cuales cobra impuestos o aspirará a hacerlo), incluso se verá
impulsado a subir la renta. Cuando lo que ocurre es que los campesinos, empujados por el
aumento de sus familias, presionan los límites de los mansos roturando tierras antes incultas
(eriales, pastos, bosques, humedales desecables), el señor podrá imponer nuevas condiciones,
e incluso impedirlo, porque forman parte de su reserva o de sus usos monopolísticos (caza,
alimento de sus caballos).
Caballos de tiro equipados con colleras para permitir el aprovechamiento eficaz de su fuerza.
La fotografía es actual, pero la tecnología empleada es similar a la mejorada en la Edad Media.
Esa dinámica lucha de clases entre siervos y señores dinamizaba la economía y hacía posible el
inicio de una concentración de riquezas acumuladas a partir de las rentas agrícolas; pero nunca
de manera comparable a la acumulación de capital propia del capitalismo, pues no se hacía con
ellas inversión productiva (como hubiera ocurrido de disponer los campesinos del uso del
excedente), sino atesoramiento en manos de nobleza y clero. Tal cosa, en última instancia, a
través de los programas de construcción (castillos, monasterios, iglesias, catedrales, palacios) y
el gasto suntuario en productos de lujo —caballos, armas sofisticadas, joyas, obras de arte,
telas de calidad, tintes, sedas, tapices, especias— no pudo dejar de estimular el rudimentario
comercio a larga distancia, la circulación monetaria y la vida urbana; en definitiva, el
resurgimiento económico de Europa Occidental. Irónicamente, ambos procesos terminarían
por minar las bases del feudalismo, y llevarlo hacia su destrucción.[Nota 11] No obstante, no
hay que imaginar que se produjo nada parecido a la revolución agrícola previa a la revolución
industrial: el hecho de que ni campesinos ni señores pudieran convertir en capital el excedente
(unos porque se lo extraían y otros porque su posición social era incompatible con las
actividades económicas) hacía lenta y costosa cualquier innovación, además del hecho de que
cualquier innovación chocaba con prejuicios ideológicos y una mentalidad fuertemente
tradicionalista, ambas cosas propias de la sociedad preindustrial. Solo en el transcurso de
siglos, y debido al ensayo y error del buen hacer artesanal de anónimos herreros y talabarteros
sin ningún tipo de conexión con la investigación científica, se produjo la incorporación de
escasas pero decisivas mejoras técnicas como la collera (que posibilita el aprovechamiento
eficaz de la fuerza de los caballos de tiro, que empiezan a sustituir a los bueyes) o el arado de
vertedera (que sustituye al arado romano en las tierras húmedas y pesadas del norte de
Europa, no así en las secas y ligeras del sur). El barbecho de año y vez siguió siendo el método
de cultivo más utilizado; la rotación de cultivos era desconocida, el abonado era un recurso
excepcional, dada la escasez de animales, cuyo estiércol era el único abono disponible; el
regadío estaba limitado a algunas de las zonas mediterráneas de cultura islámica; se
escatimaba la utilización de hierro en herramientas y aperos de labranza, dado su coste
inasumible por los campesinos; el nivel técnico, en general, era precario. El molino de viento
fue una transferencia tecnológica que, como tantas otras en otros campos (pólvora, papel,
brújula, grabado), provenía de Asia. Aun con su alcance limitado, el conjunto de innovaciones y
cambios se concentró especialmente en un periodo que algunos historiadores han venido en
llamar el "Renacimiento" del siglo XII o la Revolución del XII, momento en el que el dinamismo
económico y social, a partir del motor principal, que es el campo, produce el despertar de un
mundo urbano hasta entonces marginal en Europa Occidental, y el surgimiento de fenómenos
intelectuales como la universidad medieval y la escolástica.
La universidad
La escolástica
Los intelectuales medievales buscaban entender los principios geométricos y armónicos con los
que Dios habría creado el Universo. El compás en esta ilustración de un manuscrito del siglo
XIII es un símbolo del acto de creación de Dios.[53]
Ergo Domine, qui das fidei intellectum, da mihi, ut, quantum scis expedire, intelligam, quia es
sicut credimus, et hoc es quod credimus. Et quidem credimus te esse aliquid quo nihil maius
cogitari possit. An ergo non est aliqua talis natura, quia "dixit insipiens in corde suo: non est
Deus" ? [...] Si enim vel in solo intellectu est, potest cogitari esse et in re; quod maius est. Si
ergo id quo maius cogitari non potest, est in solo intellectu: id ipsum quo maius cogitari non
potest, est quo maius cogitari potest. Sed certe hoc esse non potest. Existit ergo procul dubio
aliquid quo maius cogitari non valet, et in intellectu et in re.
Luego Señor, tú que das el entendimiento a la fe, dame de entender, tanto como consideres
bueno, que tú eres como creemos y lo que creemos. Y bien, creemos que tú eres algo mayor
que lo cual no puede pensarse cosa alguna. Ahora, ¿acaso no existe esta naturaleza, porque
"dijo el necio en su corazón: no hay Dios" ? [...] Si existe sólo en la mente, no se cree que exista
en la realidad; El más grande. Por lo tanto, si aquello de lo que no se puede concebir un mayor
existe sólo en el entendimiento, eso mismo de lo que no se puede concebir un mayor es
aquello que no se puede concebir nada mayor. Pero obviamente esto no es posible. Existe, por
tanto, más allá de toda duda, algo que no se puede pensar más grande que existe tanto en el
entendimiento como en la realidad.
Anselmo de Canterbury, inicio del argumento ontológico para probar la existencia de Dios.
Proslogio, capítulo II (1078). La frase entrecomillada es una cita bíblica (Salmos 13:1).[54]
Respondeo dicendum quod Deum esse quinque viis probari potest. Prima autem et manifestior
via est, quae sumitur ex parte motus. Certum est enim, et sensu constat, aliqua moveri in hoc
mundo. [...] Impossibile est ergo quod, secundum idem et eodem modo, aliquid sit movens et
motum, vel quod moveat seipsum. Omne ergo quod movetur, oportet ab alio moveri. Si ergo id
a quo movetur, moveatur, oportet et ipsum ab alio moveri et illud ab alio. Hic autem non est
procedere in infinitum, quia sic non esset aliquod primum movens; et per consequens nec
aliquod aliud movens, quia moventia secunda non movent nisi per hoc quod sunt mota a primo
movente. [...]
Quinta via sumitur ex gubernatione rerum. Videmus enim quod aliqua quae cognitione carent,
scilicet corpora naturalia, operantur propter finem, quod apparet ex hoc quod semper aut
frequentius eodem modo operantur, ut consequantur id quod est optimum; unde patet quod
non a casu, sed ex intentione perveniunt ad finem. Ea autem quae non habent cognitionem,
non tendunt in finem nisi directa ab aliquo cognoscente et intelligente, sicut sagitta a
sagittante. Ergo est aliquid intelligens, a quo omnes res naturales ordinantur ad finem, et hoc
dicimus Deum.
La existencia de Dios puede ser probada de cinco maneras distintas. La primera y más clara es
la que se deduce del movimiento. Pues es cierto, y lo perciben los sentidos, que en este mundo
hay movimiento. [...] Igualmente, es imposible que algo mueva y sea movido al mismo tiempo,
o que se mueva a sí mismo. Todo lo que se mueve necesita ser movido por otro. Pero si lo que
es movido por otro se mueve, necesita ser movido por otro, y éste por otro. Este proceder no
se puede llevar indefinidamente, porque no se llegaría al primero que mueve, y así no habría
motor alguno pues los motores intermedios no mueven más que por ser movidos por el primer
motor. Ejemplo: Un bastón no mueve nada si no es movido por la mano. Por lo tanto, es
necesario llegar a aquel primer motor al que nadie mueve. En éste, todos reconocen a Dios.
[...]
La quinta se deduce a partir del ordenamiento de las cosas. Pues vemos que hay cosas que no
tienen conocimiento, como son los cuerpos naturales, y que obran por un fin. Esto se puede
comprobar observando cómo siempre o a menudo obran igual para conseguir lo mejor. De
donde se deduce que, para alcanzar su objetivo, no obran al azar, sino intencionadamente. Las
cosas que no tienen conocimiento no tienden al fin sin ser dirigidas por alguien con
conocimiento e inteligencia, como la flecha por el arquero. Por lo tanto, hay alguien inteligente
por el que todas las cosas son dirigidas al fin. Le llamamos Dios.
Tomás de Aquino, quinta de las Cinco Vías (Quinquae viae) para probar la existencia de Dios.
El surgimiento de la burguesía
Signoria de Florencia, una institución municipal que ejerce el poder soberano en esta ciudad
estado italiana, dominada por una potente burguesía artesanal y comercial que se va
ennobleciendo y convirtiendo en patriciado urbano.
La burguesía es el nuevo agente social formado por los artesanos y mercaderes que surgen en
el entorno de las ciudades, bien en las antiguas ciudades romanas que habían decaído, bien en
nuevos núcleos creados en torno a castillos o cruces de caminos -los propiamente llamados
burgos-. Muchas de estas ciudades incorporaron ese nombre - Hamburgo, Magdeburgo,
Friburgo, Estrasburgo; en España Burgo de Osma o Burgos-.
La burguesía estaba interesada en presionar al poder político (imperio, papado, las diferentes
monarquías, la nobleza feudal local o instituciones eclesiásticas -diócesis o monasterios- de las
que dependieran sus ciudades) para que se facilitara la apertura económica de los espacios
cerrados de las urbes, se redujeran los tributos de portazgo y se garantizaran formas de
comercio seguro y una centralización de la administración de justicia e igualdad de las normas
en amplios territorios que les permitieran desarrollar su trabajo, al tiempo que garantías de
que los que vulnerasen dichas normas serían castigados con igual dureza en los distintos
territorios.
Aquellas ciudades que abrían las puertas al comercio y a una mayor libertad de circulación,
veían incrementar la riqueza y prosperidad de sus habitantes y las del señor, por lo que con
reticencias pero de manera firme se fue difundiendo el modelo. Las alianzas entre señores eran
más comunes, no ya tanto para la guerra, como para permitir el desarrollo económico de sus
respectivos territorios, y el rey fue el elemento aglutinador de esas alianzas.
Los burgueses pueden considerarse como hombres libres en cuanto estaban parcialmente
fuera del sistema feudal, que literalmente los asediaba -se ha comparado a las ciudades con
islas en un océano feudal-,[56] porque no participaban directamente de las relaciones feudo-
vasalláticas: ni eran señores feudales, ni campesinos sometidos a servidumbre, ni hombres de
iglesia. La sujeción como súbdito del poder político era semejante a un lazo de vasallaje, pero
más bien como señorío colectivo que hacía que la ciudad respondiera como un todo a las
demandas de apoyo militar y político del rey o del gobernante a la que estuviera vinculada, y
que a su vez participara en la explotación feudal del campo circundante (alfoz en España).
La expresión alemana Stadtluft macht frei "Los aires de la ciudad dan libertad", o "te hacen
libre"[Nota 13] (paráfrasis de la frase evangélica "la verdad os hará libres"),[58] indicaba que
quienes podían radicarse en las ciudades, a veces huyendo literalmente de la sujeción de la
servidumbre. El siervo huido se consideraba libre de retornar con su señor si conseguía
domiciliarse en una corporación urbana por un año y un día.[59] tenían todo un nuevo mundo
de oportunidades que explotar, aunque no en régimen de libertad, entendida esta en su forma
contemporánea. La sujeción a las normas gremiales y a las leyes urbanas podía ser más dura
incluso que las del campo: la pax urbana significaba la rigidez en la aplicación de la justicia, que
mantenía los caminos y las puertas de entrada flanqueados con cadáveres de ajusticiados y un
severo toque de queda, con cierre de puertas al anochecer y rondas de vigilancia. Eso sí:
concedía a los burgueses la oportunidad de ejercer parcela de poder, incluyendo el uso de las
armas en la milicia urbana (como las hermandades castellanas que se unificaron en la Santa
Hermandad ya en el siglo XV), que en no pocas ocasiones se utilizaron en contra de las huestes
feudales, con el beneplácito de las emergentes monarquías autoritarias. En el caso más precoz
y espectacular fueron las comunas italianas, que se independizaron de hecho del Sacro Imperio
Romano Germánico a partir de la batalla de Legnano (1176).
Eva hilando ante la cuna de uno de sus hijos. Ilustración del folio 8 del Salterio Hunter. La
introducción de la rueca para hilar fue una de las innovaciones introducidas desde Asia en la
Plena Edad Media. La de la ilustración es una hilandera primitiva, sin rueda. Ambas eran
utilizadas tanto en la artesanía urbana como en las labores domésticas de las mujeres en
campo y ciudad. Como todos los trabajos, dio origen a tensiones sociales: When Adam delved,
and Eve span / Who was then a gentleman? ("Cuando Adán cavaba y Eva hilaba, ¿quién era
entonces caballero?") era una rima popular con la que el clérigo John Ball movilizó a los
campesinos ingleses de la revuelta de 1381.
En los burgos surgieron muchas instituciones sociales nuevas. El desarrollo del comercio llevó
aparejado consigo el del sistema financiero y la contabilidad. Los artesanos se unieron en
asociaciones llamadas gremios, ligas, corporaciones, cofradías, o artes, según el lugar
geográfico. El funcionamiento interno de los talleres gremiales implicaba un aprendizaje de
varios años del aprendiz a cargo de un maestro (el dueño del taller), que implicaba el paso de
aquel a la condición de oficial cuando demostrara conocer el oficio, lo que implicaba su
consideración como trabajador asalariado, una condición de por sí ajena al mundo feudal que
incluso se trasladó al campo (en principio de manera marginal) con los jornaleros que no
disponían de tierras propias ni concedidas por el señor. La asociación de los talleres en los
gremios, funcionaba de manera completamente contraria al mercado libre capitalista: se
procuraba evitar todo rasgo posible de competencia fijando los precios, las calidades, los
horarios y condiciones de trabajo, e incluso las calles donde podían radicarse. La apertura de
nuevos talleres y el paso del rango de oficial al de maestro estaban muy restringidos, de modo
que en la práctica se incentivaban las herencias y los enlaces matrimoniales endogámicos
dentro del gremio. El objetivo era conseguir la supervivencia de todos, no el éxito del mejor.
Más apertura demostró el comercio. Los buhoneros que iban de aldea en aldea, y los escasos
aventureros que se atrevían a hacer viajes más largos eran los mercaderes más habituales de la
Alta Edad Media, antes del año 1000. En tres siglos, para comienzos del siglo XIV las ferias de
Champaña y de Medina habían creado rutas terrestres estables y más o menos seguras que (a
lomos de mulas o con carretas en el mejor de los casos) recorrían Europa de norte a sur (en el
caso castellano siguiendo las cañadas trashumantes de la Mesta, en el caso francés enlazando
los emporios flamenco y norte-italiano a través de las prósperas regiones borgoñonas y
renanas, todas ellas salpicadas de ciudades). La Hansa o liga hanseática estableció a su vez
rutas marítimas de una estabilidad y seguridad similar (con mayor capacidad de carga, en
barcos de tecnología innovadora) que unían el Báltico y el mar del Norte a través de los
estrechos escandinavos, conectando territorios tan lejanos como Rusia y Flandes y rutas
fluviales que conectaban todo el norte de Europa (ríos como el Rin y el Vístula), permitiendo el
desarrollo de ciudades como Hamburgo, Lübeck y Danzing, y estableciendo consulados
comerciales denominados kontor.[60] En el Mediterráneo se llamaron Consulado del Mar: el
primero en Trani en 1063 y luego Pisa, Mesina, Chipre, Constantinopla, Venecia, Montpellier,
Valencia (1283), Mallorca (1343) y Barcelona (1347).[61] Cuando el estrecho de Gibraltar fue
seguro, se pudieron conectar marítimamente ambas Europas, con rutas entre las ciudades
italianas (sobre todo Génova), Marsella, Barcelona, Valencia, Sevilla, Lisboa, los puertos del
Cantábrico (Santander, Laredo, Bilbao), los del Atlántico francés y los del canal de la Mancha
(ingleses y flamencos, sobre todo Brujas y Amberes). El contacto cada vez más fluido de gentes
de distintas naciones (como comenzaron a llamarse a las agrupaciones de comerciantes de
cercano origen geográfico que se entendían en la misma lengua vulgar, al igual que ocurría en
las secciones de las órdenes militares) terminó produciendo que ambas instituciones
funcionaran de hecho, como primitivas organizaciones internacionales.
Todo ello desarrolló un incipiente capitalismo comercial (véase también Historia del
capitalismo) con el incremento o surgimiento ex novo de la economía monetaria, la banca
(crédito, préstamos, seguros, letras de cambio), actividades que mantuvieron siempre recelos
morales (pecado de usura para todas las que significara lucro indebido, y en que únicamente
podían incurrir los judíos cuando prestaban a otros que no fueran de su religión, oficio
prohibido tanto a los cristianos como a los musulmanes). La aparición de burgueses ricos y de
una plebe urbana pobre originó un nuevo tipo de tensiones sociales, que produjeron revueltas
urbanas.[62] En cuanto a los aspectos ideológicos, la expresión del inconformismo burgués con
su puesto marginal en la sociedad feudal está en el origen de las herejías a lo largo de toda la
Baja Edad Media (cátaros, valdenses, albigenses, dulcinianos, husitas, wycliffianos). Los
intentos de responder a esas demandas del mundo urbano por parte de la Iglesia, así como de
controlarlas y en su caso reprimirlas, produjeron la aparición de las órdenes mendicantes
(franciscanos y dominicos) y de la Inquisición. A veces, la imposibilidad de conseguir el control
hizo optar por el exterminio, como ocurrió en Beziers en 1209, siguiendo la respuesta del
legado pontificio Arnaud Amaury:[63]
- ¿Cómo distinguiremos a los herejes de los católicos? - Matadlos a todos, que Dios reconocerá
a los suyos
Catedral de Siena
En la Edad Media, la oposición entre lo alto y lo bajo "se proyecta en el espacio": se construyen
torres y murallas muy elevadas, muy visibles, para manifestar que se quiere escapar de lo
"bajo"... lo alto y la altura designan lo que es grande y hermoso... se expresa en la construcción
de los castillos y las catedrales... Esa oposición es el correlato de la que existe entre el cielo y la
tierra.
(...)
Luego, se buscó la luz, e incluso se acabó por identificar a Dios con la luz. Los progresos
técnicos, la búsqueda de espacios abiertos y el uso cada vez más sofisticado del hierro y los
diversos metales dieron nacimiento, entre los siglos XI y XIII a las grandes catedrales.[64]
La rivalidad entre castillos señoriales tuvo su correlato urbano en la rivalidad entre casas
fortificadas, con torres desafiantes, que han sobrevivido en los espectaculares conjuntos de
San Gimignano o de Cáceres. Mucho más extendida estuvo la rivalidad de las catedrales, cuya
construcción se demoraba por siglos, desarrollándose de un modo orgánico, sin que los planes
originarios se terminaran, haciendo que el resultado final fuera habitualmente la suma de
estilos muy diferentes. Se llegaron a producir verdaderas carreras de prestigio, como la que se
prolongó por cientos de años entre las de Siena y Florencia. Las dimensiones extraordinarias de
ambas hicieron imposible que se terminaran antes de la crisis bajomedieval, lo que determinó
que los sieneses (izquierda: catedral de Siena Duomo di Santa María) optaran por conformarse
con lo construido hasta entonces (para que pudiera utilizarse desde sus inicios, siempre se
comenzaban las obras por el ábside, permitiendo consagrar el altar y dar culto mientras
continuaban las obras). Lo que se pretendía era convertir el actual brazo mayor en el menor, y
construir un brazo mayor verdaderamente descomunal (proyecto de 1339 que tuvo que
abandonarse; el diseño inicial era de 1215-1263). Mientras tanto, los florentinos (derecha:
catedral de Florencia Duomo di Santa María dei Fiori), humillados por no ser capaces de cubrir
el gigantesco espacio central del crucero (un desproporcionado tambor octogonal
sobreelevado), tuvieron que esperar a que Filippo Brunelleschi consiguiera resolver el desafío
técnico con una impresionante cúpula que abre la época del Renacimiento (concurso de 1419 y
construcción entre 1420 y 1436). Véase también catedrales de España.
En la Plena Edad Media se observó una gran disparidad en la escala a que se ejercía el poder
político: los poderes universales (Pontificado e Imperio) seguían reivindicando su primacía
frente a las Monarquías feudales, que en la práctica funcionaban como estados
independientes. Al mismo tiempo, entidades mucho más pequeñas en extensión demostraban
ser muy dinámicas en las relaciones internacionales (las ciudades-estado italianas y las
ciudades libres del Imperio Germánico), y el municipalismo demostró ser una fuerza muy a
tener en cuenta en todos los territorios de Europa.[65]
El redescubrimiento del Digesto justinianeo (Digestum Vetus) permitió el estudio autónomo del
Derecho (Pepo e Irnerio) y el surgimiento de la Escuela de los Glosadores y de la Universidad
de Bolonia (1088). Ese suceso, que permitirá el redescubrimiento paulatino del Derecho
romano, llevará a la formación del llamado Corpus Iuris Civilis y a la posibilidad de plantear un
Ius commune (Derecho común), y justificar la concentración de poder y capacidad
reglamentaria en la institución imperial, o en los monarcas, cada uno de los cuales empezará a
considerarse como imperator in regno suo ("emperador en su reino", definiciones de Bártolo
de Sassoferrato y Baldo degli Ubaldi).
Rex superiorem non recognoscens in regno suo est Imperator: El rey no reconoce superiores,
en su reino es emperador.
Parlamentarismo
Abadía de Cluny.
Hildebrando de Toscana, ya desde su posición bajo los pontificados de León IX y Nicolás II, y
más tarde como papa Gregorio VII (con lo que cubre toda la segunda mitad del siglo XI),
emprendió un programa de centralización de la Iglesia, con la ayuda de los benedictinos de
Cluny, que se extendieron por toda Europa Occidental implicando a las monarquías feudales
(||sdestacadamente en los reinos cristianos peninsulares, a través del Camino de Santiago).
Las siguientes reformas monásticas, como la cartuja (San Bruno) y sobre todo la cisterciense
(San Bernardo de Claraval) significarán nuevos fortalecimientos de la jerarquía eclesiástica y su
implantación dispersa en todo el territorio europeo como una impresionante fuerza social y
económica ligada a las estructuras feudales, vinculada a las familias nobles y a las dinastías
regias y con una base de riqueza territorial e inmobiliaria, a la que se añadía el cobro de los
derechos propios de la Iglesia (diezmos, primicias, derechos de estola, y otras cargas locales,
como el voto de Santiago en el noroeste de España).
El fortalecimiento del poder papal intensificó las tensiones políticas e ideológicas con el
Imperio Germánico y con la Iglesia oriental, que en este caso terminarán llevando al Cisma de
Oriente.
Las Cruzadas trajeron como consecuencia la creación de un tipo especial de órdenes religiosas,
que, además de someterse a una regla monástica (habitualmente la cisterciense, incluyendo el
cumplimiento teórico de los votos monásticos) exigían a sus componentes una vida castrense
más que ascética: fueron las órdenes militares, fundadas tras la toma de Jerusalén en 1099
(caballeros del Santo Sepulcro, templarios -1104- y hospitalarios -1118-). También se
constituyeron en otros contextos geográficos (órdenes militares españolas y caballeros
teutónicos).
La adaptación a la pujante vida urbana de los siglos XII y XIII será misión de un nuevo ciclo de
fundaciones en el clero regular: las órdenes mendicantes, cuyos miembros no eran monjes,
sino frailes (franciscanos de San Francisco de Asís y dominicos de Santo Domingo de Guzmán, a
las que siguieron otras, como los agustinos); y de nuevas instituciones: las Universidades y la
Inquisición.
Anunciación por Conrad von Soest, 1403. La Virgen, modelo de virtudes femeninas, cuya
inocencia es simbolizada por el lirio, escucha el mensaje divino traído por el arcángel San
Gabriel y acepta su destino (concebir a Cristo por obra y gracia del Espíritu Santo -la paloma-)
con humildad y obediencia: Ecce ancilla Domini; fiat mihi secundum verbum tuum: He aquí la
esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra (Lucas 1:38).[68]
La imposición del rito romano frente a la anterior multiplicidad de liturgias (rito hispánico, rito
bracarense, rito ambrosiano, etc.)
Mariología
La intensificación del papel de la Virgen María, que pasa a ser una corredentora con atributos
investigados por la mariología y aún no dogmatizados (Inmaculada Concepción, Asunción de la
Virgen), con nuevas devociones y oraciones (Avemaría, yuxtaposición de textos evangélicos
que se introduce en occidente en el; Salve, adoptada por Cluny en 1135; y Rosario, introducido
por Santo Domingo contra los albigenses), una fiebre de fundaciones de iglesias en su nombre,
y con un amplísimo tratamiento artístico. En la época del amor cortés la devoción a la Virgen
apenas podía distinguirse, al menos en las formas, de la que el caballero sentía por su dama.
[Nota 14]
El pecado original, por Bertram von Minden, 1375. El tema de Adán y Eva daba la ocasión más
habitual de representación de desnudos durante la Edad Media.
En cuanto a las desviaciones del comportamiento que no supusieran desafíos de opinión sino
delitos o pecados (conceptos identificables y de imposible deslindamiento), su tratamiento era
objeto de las jurisdicciones civil (que aplicaba el fuero correspondiente, la legislación del reino
o el derecho común) y religiosa (que aplicaba el Derecho Canónico en cuestiones ordinarias, o
el procedimiento inquisitorial en caso necesario), cuya coordinación era a veces compleja,
como ocurría con las desviaciones de la conducta sexual considerada correcta (masturbación,
homosexualidad, incesto, estupro, amancebamiento, adulterio y otros asuntos matrimoniales).
[70] En cualquier caso, la vivencia de la sexualidad y la desnudez del cuerpo tuvo tratamientos
muy distintos en cada época y lugar; y diferentes expectativas para cada nivel social (se
consideraba que era propio de los campesinos un comportamiento animal, es decir, natural, y
se pretendía que los nobles y clérigos tuvieran más voluntad para controlar sus instintos).
También costumbres como los baños (conocidos desde las termas romanas y reintroducidos
por los árabes) y prácticas como la prostitución fueron objeto de críticas morales y
reglamentaciones más o menos permisivas, llegando en el caso de los baños progresivamente
hasta la prohibición (se les acusaba de inmorales y de producir el afeminamiento de los
guerreros), y en el de la prostitución al confinamiento en determinados barrios, la obligación
de llevar determinadas prendas y la detención de sus actividades en determinadas fechas
(Semana Santa). La erradicación de la prostitución no se concebía posible, dado lo inevitable
del pecado, y su papel de mal menor que evitaba que el deseo irrefrenable de los varones
fuera en contra del honor de las doncellas y las mujeres respetables. Por lo general, los
historiadores suelen coincidir que el periodo de la Plena Edad Media fue una etapa de mayor
libertad de costumbres que no tuvo que esperar a El Decamerón (1348), y que en algunas
cuestiones, como la condición femenina, significó una verdadera promoción, tanto frente a la
Alta Edad Media como frente a la Edad Moderna;[71] aunque el extendido mito de que se
llegara a dudar si la mujer tenía alma es un error filológico.[72]
En España, simultáneamente a la disolución del Califato de Córdoba (en guerra civil desde el
1010 y extinguido el 1031), se creó un vacío de poder que los reinos feudales
cristianohispánicos de Castilla, León, Navarra, Portugal y Aragón (fusionado dinásticamente con
el condado de Barcelona) intentaron aprovechar, expandiéndose frente a los reinos de taifas
musulmanes en la llamada Reconquista. En las islas británicas, el reino de Inglaterra intentó
repetidas veces invadir a Gales, Escocia e Irlanda, con mayor o menor éxito.
En Europa del Norte, acabadas las invasiones de los vikingos, las riquezas saqueadas por estos
sirvieron para adquirir productos y servicios occidentales, creando en el mar Báltico una
próspera red comercial que atrajo a los escandinavos a la civilización occidental, mientras su
expansión hacia el oeste por el Atlántico (Islandia y Groenlandia) no pasó de la mítica Vinlandia
(asentamiento fracasado en América del Norte, en torno al año 1000). Los vikingos orientales
(varegos) fundaron numerosos reinos en la Rusia europea y llegaron hasta Constantinopla. Los
vikingos occidentales (normandos) se instalaron en Normandía, Inglaterra, Sicilia y el sur de la
actual Italia, creando reinos centralizados y eficientes (Rolón, Guillermo el Conquistador y
Roger I de Sicilia). En el este, en el año 955, Otón el Grande batió a los húngaros en la batalla
del Río Lech y reincorporó Hungría a Occidente, al tiempo que comenzaba la germanización de
Polonia, hasta entonces pagana. Posteriormente, desde tiempos de Enrique el León (siglo XII),
los alemanes se fueron abriendo paso a través de las tierras de los vendos, hasta el mar Báltico,
en un proceso de colonización conocido como Ostsiedlung (que será mitificado posteriormente
con el romántico nombre de Drang nach Osten, o Afán de ir hacia el Este, lo que sirvió para
justificar la teoría nazi del espacio vital alemán Lebensraum). Pero sin lugar a dudas, el
movimiento de expansión más espectacular, aunque finalmente fallido, fueron las Cruzadas, en
donde selectos miembros de la nobleza guerrera occidental cruzaron el mar Mediterráneo e
invadieron el Medio Oriente, creando reinos de efímera duración.
Luis IX de Francia (San Luis) dirigió a sus caballeros a un desembarco naval contra el fuerte
egipcio de Damietta en la Quinta Cruzada (1217-1221).
Las Cruzadas
Espada, cetro, orbe y corona (con su característica cruz inclinada) de San Esteban de Hungría,
rey húngaro convertido al cristianismo y coronado en diciembre del año 1000 por el papa
Silvestre II, en un acto similar al que protagonizó Carlomagno exactamente doscientos años
antes, significando en este caso la expansión del cristianismo occidental y las instituciones
feudales por la Europa centro-oriental.
Sin embargo, en los dos siglos siguientes al fatídico año mil el panorama había cambiado
completamente: para la época de la batalla de Navas de Tolosa (1212), habían sido
incorporadas a la civilización europea toda Italia hasta Sicilia, la Gran Bretaña no inglesa
(Escocia y Gales), Escandinavia (que se expandía por el Atlántico Norte hasta Groenlandia),
buena parte de Europa Oriental (Polonia, Bohemia, Moravia y Hungría, quedando los pueblos
eslavos de los Balcanes y Rusia en la órbita del cristianismo oriental e institucionalizando sus
propios reinos) y media península ibérica (en el transcurso del siglo XIII lo sería toda excepto el
tributario reino nazarí de Granada, quedando marcado definitivamente el predominio cristiano
sobre el estrecho de Gibraltar con la batalla del Salado -1340-). Otros territorios periféricos
(como Lituania o Irlanda) estaban sometidos a una presión militar cada vez mayor por parte de
los reinos centrales de la cristiandad latina. Más allá de los límites de Europa Occidental, las
incursiones militares de huestes latinas de muy variada composición habían puesto en sus
manos lugares tan lejanos como Constantinopla y los ducados Atenas y de Neopatria o
Jerusalén y los Estados Cruzados.
Europa en 1328.
Europa en 1328.
La Baja Edad Media es un término que a veces produce confusión, pues procede de un
equívoco etimológico entre alemán y castellano: baja no significa decadente, sino reciente; por
oposición al alta de la Alta Edad Media, que significa antigua (en alemán alt: viejo, antiguo).[74]
No obstante, es cierto que desde alguna perspectiva historiográfica puede verse al conjunto del
periodo medieval como el ciclo de nacimiento, desarrollo, auge e inevitable caída de una
civilización, modelo interpretativo que inició Gibbon para el Imperio romano (donde es más
obvia la oposición entre Alto Imperio y Bajo Imperio) y que se ha aplicado con mayor o menor
fortuna a otros contextos históricos y artísticos.[Nota 17]
El símil astronómico de ocaso, que Johan Huizinga convierte en otoño, es utilizado con mucha
frecuencia en la historiografía, con un valor analógico que más que una decadencia en lo
económico o lo intelectual refleja un claro agotamiento de los rasgos específicamente
medievales frente a sus sustitutos modernos.[75]
El final de la Edad Media llega con el comienzo de la transición del feudalismo al capitalismo,
otro periodo secular de transición entre modos de producción que no finalizará hasta el final
del Antiguo Régimen y el comienzo de la Edad Contemporánea, con lo que tanto este último
periodo medieval como la Edad Moderna entera cumplen un papel similar y cubren una similar
extensión temporal (500 años) a lo que significó la Antigüedad Tardía para el comienzo de la
Edad Media.
La ley de rendimientos decrecientes empezó a mostrar sus efectos a medida que el dinamismo
de los campesinos forzó la roturación de tierras marginales y las lentas mejoras técnicas no
podían sucederse a un ritmo semejante. La coyuntura climática cambió, acabando con el
denominado óptimo medieval que permitió la colonización de Groenlandia y el cultivo de vides
en Inglaterra. Las malas cosechas condujeron a hambrunas que debilitaron físicamente a las
poblaciones, preparando el terreno para que la Peste negra de 1348 fuera una catástrofe
demográfica en Europa. La repetición sucesiva de epidemias caracterizó un ciclo secular.
Consecuencias de la crisis
El matrimonio Arnolfini, por Jan van Eyck (1430), representa el interior de una acomodada casa
burguesa, que ambientan bien algunos de los nuevos valores de esa emergente clase social: la
propiedad privada ganada con el trabajo, la familia nuclear, la moderación, la discreción y la
privacidad. La escena transcurre en Flandes, un emporio comercial y artesanal, que suscitó el
florecimiento de una nueva forma de pintura, la de los primitivos flamencos que entre otras
innovaciones, iniciaron la pintura al óleo, lo que permitía detalles sutilísimos para hacer cada
vez más fieles los retratos, un género que siglos antes no tenía ninguna demanda social.
En las instituciones del clero también se va abriendo un abismo entre el alto clero de obispos,
canónigos y abades y los curas de parroquias pobres; y el bajo clero de frailes o clérigos
vagabundos, de opiniones teológicas difusas, o bien supervivientes materialistas en la práctica,
goliardos o estudiantes sin oficio ni beneficio.
En las ciudades, la alta burguesía y la baja burguesía viven un similar proceso de separación de
fortunas, que hace imposible mantener que un aprendiz o incluso un oficial o un maestro de
taller pobre tenga algo que ver con un mercader enriquecido por el comercio a larga distancia
de la Hansa o las ferias de Champaña y de Medina, o un médico o un letrado salidos de la
universidad para entrar en la alta sociedad. Se va abriendo paso la posibilidad (antes inaudita)
de que la condición social dependa más de la capacidad económica (no necesariamente ligada
siempre a la tierra) que del origen familiar.
Frente al mundo medieval de los tres órdenes, basado en una economía agraria y firmemente
ligada a la posesión de la tierra, emerge un mundo de ciudades basado en una economía
comercial. Los centros de poder se desplazan hacia los nuevos burgos. Estos reequilibrios se
vieron reflejados en los campos de batalla, ya que los caballeros feudales empezaron a ser
superados por el desarrollo de técnicas militares como el arco de tiro largo,[77] arma que los
ingleses usaron para barrer a los franceses en la batalla de Agincourt, en 1415, o la pica, usada
por la infantería de mercenarios suizos. Es en esta época cuando aparecen los primeros
ejércitos profesionales, compuestos por soldados a los que no les une un pacto de vasallaje con
su señor sino la paga. A partir del siglo XIII se registran en Occidente los primeros usos de la de
pólvora, invención china extendida desde la India por los árabes, pero de forma muy
discontinua. Roger Bacon la describe en 1216) y hay relatos del uso de armas de fuego en la
defensa musulmana de Sevilla (1248) y Niebla (1262, véase El cañón en la Edad Media). Con el
tiempo, el oficio militar se envilece, devaluando las funciones de la nobleza con las de la
caballería y los castillos, que quedan obsoletos. El aumento de los costes y las tácticas de
batallas y asedios traerá como consecuencia el aumento del poder del rey frente a la
aristocracia. La guerra pasa a depender no de las huestes feudales, sino de los crecientes
impuestos, pagados por los no privilegiados.
Díptico de Melun, de Jean Fouquet (1450). Panel izquierdo: Étienne Chevalier, el donante, con
San Esteban, su santo patronímico. En otra época, la perspectiva jerárquica hubiera distanciado
a un simple mortal, por muy poderoso que fuera, de personajes celestiales.
Mismo díptico, Panel derecho: La Virgen con el Niño. La modelo fue Agnès Sorel, amante del
rey Carlos VII de Francia, lo que aumenta el atrevimiento de la representación, que aun así
resultaba asumible por la sensibilidad de la época.
Nuevas ideas
Las nuevas ideas religiosas -que se adaptan mejor a la forma de vida de la burguesía que a la de
los privilegiados- ya estuvieron en el fermento de las herejías que se habían producido
previamente, a partir del siglo XII (cátaros, valdenses), y que habían encontrado eficaz
respuesta en las nuevas órdenes religiosas mendicantes, insertas en el entorno urbano; pero
en los últimos siglos medievales el husismo o el wycliffismo tienen una mayor proyección hacia
lo que será la Reforma protestante del siglo XVI El milenarismo de los flagelantes convivía con
el misticismo de Tomás de Kempis y con los desórdenes y corrupción de costumbres en la
Iglesia que culminaron en el Cisma de Occidente. Fue devastador el impacto que tuvo en la
cristiandad occidental el espectáculo de dos (y hasta tres) papas excomulgándose mutuamente
(y a emperadores, reyes y obispos, y con ellos a todos sus sacerdotes y fieles), uno en la
llamada cautividad de Aviñón a la que le sometía el rey de Francia (fille ainée de l'Eglise, hija
mayor de la Iglesia), otro en Roma y un tercero elegido por el Concilio de Pisa (1409). La
situación no se recondujo totalmente ni siquiera con el Concilio de Constanza (1413), que si
hubieran prosperado las tesis conciliaristas se habría convertido en una especie de parlamento
europeo supranacional, cuasi-soberano y competente en toda clase de temas. Hasta la humilde
Peñíscola se llegó a convertir por algún tiempo en el centro del mundo cristiano -para los
escasos seguidores del papa Luna-.
Los intentos de imprimir mayor racionalidad al catolicismo ya venían estando presentes desde
la cumbre de la escolástica de los siglos XII y XIII con Pedro Abelardo, Tomás de Aquino o Roger
Bacon; pero ahora esa escolástica se enfrenta a su propia crisis y cuestionamiento interno, con
Guillermo de Ockham o Juan Duns Escoto. La mentalidad teocéntrica iba lentamente dando
paso a una nueva antropocéntrica, en un proceso que culminará con el humanismo del siglo XV
en lo que ya puede denominarse Edad Moderna. Ese cambio no se limitó únicamente a las
élites intelectuales: personalidades extravagantes, como Juana de Arco, se convierten en
héroes populares (con el contrapunto de otras terribles, como Gilles de Rais -Barba Azul-);[78]
la mentalidad social va alejándose del conformismo temeroso para acoger otras concepciones
que implican una nueva forma de afrontar el futuro y las novedades:
Salmos 115:1, musicalizado y utilizado muy frecuentemente para uso litúrgico. Se adoptó como
lema de los templarios y aparece en la obra Enrique V de Shakespeare.[79]
y que seguirá siendo la situación de los humildes durante los siglos siguientes, da paso a la
búsqueda de la fama y de la gloria personal, no solo entre los nobles, sino en todos los ámbitos
sociales: los artesanos comienzan a firmar sus productos (desde las obras de arte a las marcas
artesanas), y cada vez es menos excepcional que cualquier acto de la vida deje su huella
documental (libros parroquiales, registros mercantiles, escribanos, protocolos notariales, actos
jurídicos).
Véanse también: Gótico tardío, Gótico flamígero, Gótico internacional, Primitivos flamencos y
Trecento.
Mientras que para el Mediterráneo Oriental el fin de la Edad Media supuso el avance
imparable del islámico Imperio otomano, en el extremo occidental, los expansivos reinos
cristianos de la península ibérica, tras un periodo de crisis y ralentización del avance secular
hacia el sur, simplificaron el mapa político con la unión matrimonial de los Reyes Católicos
(Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla), los acuerdos de estos con el de Portugal (Tratado
de Alcáçovas, que suponían el reparto de influencias sobre el Atlántico) y la conquista de
Granada. Navarra, dividida en una guerra civil entre bandos orientados e intervenidos por
franceses y aragoneses, sería anexionada en su mayor parte a la creciente Monarquía Católica
en 1512.
Véanse también: Reino nazarí de Granada, Primera guerra civil castellana, Casa de Trastámara,
Almogávar y Compromiso de Caspe.
Véanse también: Guerra de sucesión castellana, Conquista de las Islas Canarias, Guerra Civil de
Navarra y Guerra civil catalana.
Véanse también: La Biga y la Busca, Guerra de los Remensas, Sentencia arbitral de Guadalupe,
Revuelta Irmandiña y Revuelta de Pedro Sarmiento.
Véanse también: Cristiano nuevo, Inquisición española, Expulsión de los judíos de España y
Revuelta antijudía de 1391.
La Virgen de los Reyes Católicos, Maestro de la Virgen de los Reyes Católicos (anónimo hispano
flamenco), 1491-1493, Museo del Prado.
La Virgen de los Reyes Católicos, Maestro de la Virgen de los Reyes Católicos (anónimo hispano
flamenco), 1491-1493, Museo del Prado.
Decreto de la Alhambra por el que se expulsa a los judíos de España, el mismo año que se
conquista Granada, se descubre América y Nebrija pública su Gramática Castellana: 1492. Es el
final de la Edad Media y el comienzo de la Edad Moderna, con una unidad religiosa que
acompañó a la unión de los reinos de la Monarquía Católica.
Decreto de la Alhambra por el que se expulsa a los judíos de España, el mismo año que se
conquista Granada, se descubre América y Nebrija pública su Gramática Castellana: 1492. Es el
final de la Edad Media y el comienzo de la Edad Moderna, con una unidad religiosa que
acompañó a la unión de los reinos de la Monarquía Católica.
Véase también
Ver el portal sobre Edad Media Portal:Edad Media. Contenido relacionado con Edad Media.
Arqueología medieval
Arte medieval
Cantar de gesta
Ciencia medieval
Ciudad medieval
Danza medieval
Épica medieval
Filosofía medieval
Literatura medieval
Medievalismo
Música medieval
Renacimiento
Saga (literatura)
Teatro medieval
Técnica medieval
Notas
Aunque el primero que señaló la existencia de unidad en el periodo comprendido entre el siglo
V y el XV fue el humanista Flavio Biondo, la gloria de haber utilizado antes que nadie el término
Edad Media le corresponde al obispo de Alesia, Giovanni Andrea dei Bussi. En una carta suya
del año 1469 se dice expresamente lo siguiente:
«sed mediae tempestatis tum veteris, tum recentiores usque ad nostra tempora».
Esa media tempestas era el esbozo de unos «tiempos medios», que servían de puente entre la
gloriosa antigüedad clásica, a la que se mitificaba, y los nuevos tiempos, que habían vuelto sus
ojos hacia aquel período de esplendor. Expresiones como medium aevum, media tempestas,
media aetas, etc., aparecen en historiadores o filólogos desde comienzos del siglo XVI Así, por
ejemplo, las utilizaron Joaquin de Wat, en 1501, o Juan de Heerwagen, en 1532. Más avanzado
el siglo, en 1575, las encontramos en Marco Welser y Adriano Junius. El uso de dichas
expresiones puede, asimismo, rastrearse en el transcurso del siglo XVII: Conisius, en 1601;
Goldats, en 1604; Vossius, en 1662; etc. Du Cange, en su célebre Glosario, aparecido en 1678,
habló de la «mediae et infimae latinitatis». Puede decirse que el término Edad Media había
sido plenamente admitido, por más que su origen no fuera propiamente obra de los
historiadores, sino de los filólogos. No obstante, en el mismo siglo XVII se produjeron algunas
precisiones de gran transcendencia acerca de los «tiempos medios». En 1665, Jorge Horn, en
una obra titulada Arca Noé, llamaba «medium aevum» al período comprendido entre los años
300 y 1500. Poco tiempo después, en 1688, apareció un libro que iba a desempeñar un papel
destacado en la fijación del concepto de Edad Media. Se trata de la Historia medii aevi a
temporibus Constantini Magni ad Constantinopolim a Turcis captam, del que era autor
Cristóbal Keller, profesor de la universidad alemana de Halle. Fue Keller, cuyas precisiones
cronológicas sobre el Medievo son bien significativas, el punto de partida de la difusión y
generalización de la expresión Edad Media. Valdeón, op. cit., vol 11 pg. 11.
Incluso en la actualidad se juzga a la Edad Media como una época mala o "fea", a la vez
violenta, oscura e ignorante. Ahora sabemos que esta imagen es falsa, aunque hubo una Edad
Media de la violencia, y no únicamente la de los conflictos y las guerras entre grupos y entre
países, sino también las violencias contra los judíos, con el comienzo del antisemitismo, y la
represión de los rebeldes a la doctrina de la Iglesia... Evidentemente, las Cruzadas también
forman parte del balance negativo. Pero la Edad Media fue igualmente, y pienso que incluso
ante todo, un gran periodo creador. Se puede apreciar en el terreno el arte, de las
instituciones, por supuesto primordialmente en las ciudades (por ejemplo con las
universidades), o incluso del pensamiento, en el que la filosofía que se ha llamado "escolástica"
alcanzó altas cumbres del saber... la Edad Media creó "lugares de encuentro" comerciales y
festivos (las ferias, los mercados y las fiestas), en los que seguimos inspirándonos. Le Goff, op.
cit., pgs. 115-116.
Le Goff, Héroes, maravillas y leyendas de la Edad Media, Paidós, 2010; Georges Duby La época
de las catedrales citados por Guillermo Altares Robin Hood y la actualidad de la Edad Media, El
País, 26 de diciembre de 2010
El debate entre las distintas concepciones del feudalismo es uno de las clásicas discrepancias
entre las escuelas institucionalista o restrictiva (François-Louis Ganshof Qu'est-ce que la
féodalité? -Qué es el feudalismo-, 1947); y la materialista (Georges Duby Señores y
Campesinos). Para el caso español es muy ilustrativo este texto de Salustiano Moreta (1978)
Señores contra labradores: el malhechor feudal en la literatura:
Respecto al feudalismo castellano, dado que la historiografía oficial y academicista partió de los
presupuestos teórico-metodológicos positivistas y de una idea jurídico-política del feudalismo,
no se dudó en asegurar «sin riesgo de error, que el sistema feudal no alcanzó en los Estados de
la Reconquista su completo desarrollo y que la estructura social y política de la mayor parte de
la España cristiana nunca llegó a constituirse según las formas políticas de los Estados
feudales» (Luis García de Valdeavellano, Las instituciones feudales en España, pág. 231). En
esta misma línea, a partir de la consideración del feudalismo como un fenómeno
esencialmente político y superestructural, se formularía una distinción mixtificante entre
régimen feudal y régimen señorial como categorías excluyentes y contrapuestas (Luis García de
Valdeavellano, op. cit; Grassotti, Las instituciones feudo-vasalláticas en León y Castilla.
Partiendo desde presupuestos positivistas, Salvador de Moxó ha puesto de manifiesto algunas
de las limitaciones de las causas y razones aducidas por los dos autores anteriores para
mantener la no feudalización castellana. Sociedad, estado y feudalismo, págs. 193-202.). Por
fortuna la visión académico-oficial del feudalismo en general y del feudalismo castellano en
particular resulta cada vez menos inapelable y su cuestionamiento crítico se halla en marcha,
precisamente desde las perspectivas teórico-metodológicas derivadas -en unos casos
simplemente invocadas y en otros asumidas directa y conscientemente, aunque con desigual
acierto y rigor de la otra concepción del feudalismo: el feudalismo entendido como modo de
producción (Pese a no contar todavía con una sola monografía rigurosa sobre el feudalismo en
Castilla analizado desde las categorías y métodos derivados de su consideración como «modo
de producción» se han publicado ya algunos trabajos y se van ensayando, poco a poco, ciertas
observaciones y problemas que apuntan hacia esa dirección: Bartolomé Clavero, Mayorazgo:
propiedad feudal en Castilla (1369-1836), págs. 60 y ss.; Señorio y hacienda a finales del
antiguo régimen en Castilla; Julio Valdeón Baruque, Prólogo en El modo de producción feudal,
Akal, págs. 7-14; Sebastiá Domingo, Crisis de los factores mediatizantes del regimen feudal;
Reyna Pastor de Togneri, Del islam al cristianismo, págs. 12 y ss.)
O bello sudario, o buen sudario. Procopio, en su Historia secreta reproduce así las palabras de
Teodora:
Quien ha recibido el poder soberano no debe vivir si se lo deja quitar. Tú César, si quieres huir,
nada es más fácil... en cuanto a mí, Dios no permita que abandone la púrpura y aparezca en
público sin ser saludada como emperatriz. Aprecio mucho esta antigua sentencia: «La púrpura
es un glorioso sudario».
Es la tesis principal de Perry Anderson op. cit.. Es comentada y criticada por Gregory Elliott
(2004) Perry Anderson: El laboratorio implacable de la historia Universitat de València, ISBN
8437059356 pg. 144. La expresión síntesis feudal es utilizada habitualmente en ese sentido:
Bisso y otros Occidente y su legado. Una historia. Volumen I. Desde las primeras civilizaciones a
la crisis del mundo medieval ISBN 9879164806 reseña
Platón, siguiendo un esquema triádico de tradición indoeuropea, plantea en sus diálogos (por
ejemplo en Fedro y en República) una sociedad en la que los trabajadores (representantes de la
virtud cardinal de la templanza) sostienen a los guerreros que les defienden(fortaleza) y a los
filósofos que les gobiernan (prudencia), y su conjunto en armonía produce la obtención final de
la justicia.
La identificación entre clero y nobleza como privilegiados, y el papel clave de los votos, era
evidente en el momento de su supresión durante la Revolución francesa, y se explicitó en los
debates de la Asamblea (decreto del 13 de febrero de 1790), comentados en De la convocación
a la revolución. La Constitución francesa de 1791 de Chantal López y Omar Cortés. Lo mismo
ocurrió en el caso español: Secularización: Estado e iglesia en tiempos de Gómez Farias, de
Anne Staples, Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, Álvaro Matute
(editor), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones
Históricas, v. 10, 1986, p. 109-123
Etimológicamente humilior significa los más humildes, los más pobres. Humilis, -e Adjetivo.
Humilde; pobre. Breve vocabulario latín-castellano: H. El humilior es el que se encuentra
rebajado en tierra (ad humun). Humillarse es rebajarse porque se supone que la tierra es lo
más bajo (infima) que hay en el mundo. El mismo origen tiene humor (humildad),[38]
A partir del siglo IX los bimaristanes entregaban diplomaturas de medicina a estudiantes que
realizaban prácticas hospitalarias para ejercer profesionalmente como médicos. John Bagot
Glubb Quotations on islamic civilization:
Para toda la sección Le Goff, op. cit., pgs. 80-87; la cita en cursiva, de Agustín Rico Mansilla En
torno a Gonzalo de Berceo: Los "milagros de Nuestra Señora" y el culto a la Virgen, de donde
también es esta cita:
Casi todos los historiadores que han estudiado el tema están de acuerdo en un punto: En
Europa, los siglos XII y XIII marcaron el auge de uno de los fenómenos más interesantes del
cristianismo, el culto a la Virgen María (Gerli,1988). Hasta ese momento, la devoción a la
Virgen, aun existiendo, había sido algo de importancia menor en la Iglesia. Hilda Graef (1967),
desde la más estricta ortodoxia católica, considera al siglo XII como la edad de oro de la
mariología. Y Atienza (1991) estima que el culto a María en el occidente cristiano estalló
masivamente a finales del siglo XI se expandió a lo largo de los siglos XII y XIII y se estabilizó,
pero con una implantación popular cada vez más amplia, a partir del siglo XIV
Véase también una perspectiva más tradicionalista en el artículo Devoción a la Santísima Virgen
María de la Enciclopedia Católica.
Juan Martín Velasco Diccionario de Mariología Págs. 580-582: Paganismo y devoción a María;
también Agustín Rico Mansilla op. cit.
parece casi seguro que la consideración y aceptación por la Iglesia del protagonismo mariano
en el misterio de la Encarnación fue evolucionando progresivamente desde el siglo II hasta el V
(Concilio de Efeso), pero no puede afirmarse con seguridad que se difundiera entre la gran
masa de fieles y, menos aún, que fuese objeto de un culto generalizado. Por otra parte,
conviene recordar que la liturgia católica fue sustituyendo muy lentamente a los primitivos
cultos precristianos, los cuales tardaron varios siglos en olvidarse; aún se pueden rastrear en
muchas fiestas actuales de base pagana. Hemos visto que el estudio de las festividades
dedicadas a María aporta algunos datos: En la Iglesia oriental solo se tiene noticia de una fiesta
anterior al siglo V: la "Conmemoración de Santa María": y, a principios del siglo VI la del
"Tránsito de la Virgen". Sorprendentemente, en la Iglesia romana no se conocen fiestas
marianas hasta el siglo VII lo qué induce a pensar que la evolución fue bastante más lenta.
Basándose en una teoría de Eugenio D'Ors se ha aplicado esta idea a los periodos del Arte
griego: constructivo=arcaico, pleno=clásico y decadentes=helenístico; y veía paralelismos en el
Renacimiento: Quattrocento-Cinquecento-Manierismo; o en otros periodos: Barroco
tenebrista-Barroco triunfante-Rococó; Neoclasicismo-Romanticismo
Referencias
Riu, Manuel (1978): Prólogo a la edición española en La historia del mundo en la Edad Media
(The Shorter Cambridge Medieval History, The Later Roman Empire To The Twelfth Century).
Madrid, Sopena, tomo I pg. XXIV.
Texto seleccionado por Claudio Sánchez Albornoz y Aurelio Viñas (1929) Lecturas de Historia
de España, Madrid, p. 24 Archivado el 9 de julio de 2008 en Wayback Machine., citado en
Cervantesvirtual.
Texto del poema Archivado el 13 de agosto de 2011 en Wayback Machine.. El tema fue
convertido en novela por John Maxwell Coetzee. Esperando a los bárbaros (Traducción de
Concha Manella y Luis Martínez Victorio), Debolsillo: Barcelona, 2004 Comentario de la novela.
Marco Bussagli Comprender la arquitectura Madrid: Susaeta, ISBN 84-305-4483-6 pg. 116
Anderson, Perry (1986) Transiciones de la Antigüedad al Feudalismo, Madrid: Alianza ISBN 84-
323-0355-0; Fernández, Llorens, Ortega y Roig (1986) Occidente, Barcelona: Vicéns Vives ISBN
84-316-2407-8
Jean Daniélou y otros (1982) Nueva historia de la Iglesia Ediciones Cristiandad, ISBN 84-7057-
038-2 pg. 542. En el ámbito hispánico resultan ya clásicos los estudios de Manuel Díaz y Díaz
referidos a las transformaciones en la educación de las élites y al renacimiento visigodo (en
Gerardo Rodríguez, reseña de Rosamond McKitterick (ed.) (2002) La alta Edad Media. Europa
400-1000, Barcelona, Crítica; en Temas Mediev. v.13 n.1 Buenos Aires ene./dic. 2005.
Hóman, B. y Szekfű, Gy. (1935). Magyar Történet. Budapest, Hungría: Király Magyar Egyetemi
Nyomda.
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ISBN 0-14-044238-3.
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La Pronoia, en Imperio bizantino. Historia de Bizancio enfocada principalmente en el período
de los Comnenos.
Berta Raposo Fernández, Textos alemanes primitivos: La edad media temprana alemana en sus
testimonios literarios, Universitat de València, 1999, pg. 12. ISBN 978-84-370-4049-3
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