Psicología, Ética y DDHH (Cátedra II)
2do Parcial – 1er cuatrimestre / 2025
Comisión 04 (lunes 07:30 hs)
1. A partir del siguiente pasaje de la nota periodística: “Adriana no tiene nada
parecido a la demencia, al menos por ahora: es entonces, una mujer lúcida
asistiendo al espectáculo de su deterioro masivo.” Relacione con las nociones
de “muerte digna”, vulnerabilidad y calidad de vida.
2. Plantear una posible intervención psicológica, tomando en cuenta los
siguientes aspectos:
a) ¿Qué reglas y principios se encontrarían involucrados como marco general
en dicha intervención? Desarrolle.
b) Seleccione una teoría ética y un enfoque teórico dentro de la bioética para
analizar el caso y fundamente su elección.
ACTIVIDAD VISITAS PEDAGÓGICAS
De acuerdo a la temática trabajada en la visita presencial o charla virtual elegida,
responda:
¿Qué situaciones problemáticas desde la reflexión ética se advierten?
Desarrolle.
Formato de la presentación
Letra: Times New Roman
Tamaño: 12
Interlineado: 1,5
Extensión: entre 4 y 6 páginas (aprox.)
INDICAR AL FINAL DEL PARCIAL LA BIBLIOGRAFÍA UTILIZADA
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1) Podemos entender la situación de Adriana como una vivencia dilemática.
Fridman (2009) define al dilema como una problemática que no tiene una
única solución ya que involucra distintas perspectivas. En este caso, la
paciente tiene un deseo: morir dignamente y que no se siga extendiendo su
sufrimiento más allá de lo que pueda soportar. Sin embargo, lo que se
entiende por “muerte digna” tiene varios puntos de vista. En este sentido, la
bioética se posiciona frente a estas situaciones para intentar dar distintas
respuestas que no son para nada absolutas ni determinantes, entendiendo que
cada ser humano es único e irrepetible y, por lo tanto, también lo serán las
decisiones que tome.
Bonilla considera a la enfermedad como una de las “formas específicas de
vulnerabilidad que afectan a los seres humanos” (p. 4, 2006). Adriana, si
bien se mantiene lúcida, evidencia el concepto de autonomía frágil que
Bonilla toma de Ricoeur. Se trata de una autonomía que no se opone al
concepto de vulnerabilidad, sino que están íntimamente ligados. La
vulnerabilidad no aparece únicamente ante un deterioro físico o psíquico,
sino que es constitutiva de la condición humana. En el caso de Adriana, la
enfermedad que padece la ubica en una posición extremamente vulnerable ya
que se vuelve dependiente del cuidado y responsabilidad de otros. Su
situación interpela al sistema de salud, ya que ella exige que no se
desconozca su discurso ni su deseo de decidir sobre su propia muerte. En
este sentido, Rovaletti (1995) advierte que en la psicoterapia y agrego, en
todo tratamiento, el principal vehículo es la palabra, en tanto hace referencia
al relato y a la historia de vida del paciente.
Aquí interesa introducir el concepto de calidad de vida. Muchas veces en la
Medicina impera una concepción biologicista y organicista del ser humano.
Con Medicina en mayúscula me refiero a ese modelo que pretende ser
hegemónico, estableciendo pautas universales sobre la cura y el tratamiento
en la enfermedad. Esta medicalización de la vida produce el riesgo de dejar
de lado lo fundamental: la vida que “merece ser vivida” (Fridman, p. 34,
2009). En tal sentido, Adriana siente que pierde las coordenadas que le dan
un sentido a su vida ya que poco a poco las posibilidades de decidir por sí
misma y soportar el dolor se van limitando. Entonces, vale preguntarse si
merece la pena vivir sólo porque el cuerpo sobrevive ya que lo que Adriana
desea es: “morir plácidamente, como vivió”. El uso del verbo vivir en pasado
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resulta significativo ya que da cuenta que, para ella, la vida ha quedado atrás.
Aunque se mantenga lúcida y su cuerpo siga funcionando en términos
biológicos, ya no se percibe a sí misma como viva. De esta manera, la
concepción de vida como un conjunto de procesos fisiológicos que permiten
el funcionamiento de un organismo y aquella otra que considera a la vida
como vivencia subjetiva propia, única e irrepetible entran en tensión. En este
sentido, Fridman introduce la idea de que hay ética cuando hay elección por
parte de un sujeto responsable: Adriana elige y se pronuncia sobre su muerte
para que no se prolongue su sufrimiento. En tanto que, el autor explica que
calidad de vida “no se trata de conservar la vida de cualquier modo. La
sobrevida no es siempre sinónimo de bienestar” (p. 42, 2009) y Adriana es
un claro ejemplo de esto.
Continuando por la misma línea, Rovaletti (2002) introduce el concepto de
“medicalización de la muerte” y propone una visión crítica del mismo ya que
muchas veces, conduce a privar al sujeto del derecho a tener una muerte
propia. La “desapropiación de la muerte” ocurre cuando terceros toman
decisiones sobre la propia muerte, convirtiéndola en un hecho impersonal y
vacío de sentido. Este es el caso de Adriana, ya que, si bien su deseo es tener
una muerte pacífica en su departamento a partir de la eutanasia, el sistema de
salud y legal vigente en Argentina niega esa posibilidad. Entonces, es
conducida poco a poco a una muerte que ella describe como “horrible”. De
este modo, conviene tener en cuenta el concepto de “muerte digna”
planteado por Rovaletti. Como seres humanos, entendemos que, así como la
vida tiene un comienzo, también tiene un final ineludible. La muerte ha
pasado a ser considerada por gran parte de la sociedad como algo que hay
que combatir mediante todos los medios posibles. Esto tiende hacia una
homogeneidad, una generalización de todos los cuerpos que, ante 'fallas',
pueden ser reparados mediante técnicas y fármacos. Sin embargo, la
situación va mucho más allá ya que tanto la vida como la muerte hacen
referencias a vivencias subjetivas e irreductibles. Encontramos una
diversidad de vidas distintas que no pueden ser encasilladas y tratadas con
las mismas técnicas. Además, muchas veces se entiende a los conceptos de
muerte y vida como opuestos, sin embargo, la muerte es aquello que nos
permite valorar que estamos vivos. Por lo que nadie ni nada debería decidir
cómo debemos terminarla. En este sentido, Adriana exige que su muerte sea
coherente con la vida que construyó antes del ELA, como una forma de
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mantener su identidad aún en el acto de morir. Escucharla no sólo implica un
gesto de empatía, es una responsabilidad ética, moral y política que nos
interpela como sociedad.
2) a- La intervención psicológica de Adriana Stagnaro, paciente con ELA,
debería contemplar un marco ético-profesional que tenga en cuenta los
principios éticos y normas éticas profesionales. Como plantea Rovaletti
(1995), el proceso psicoterapéutico no se reduce a un comercio verbal entre
paciente y terapeuta, sino que en esa comunicación se produce un entramado
en el que el otro se presenta como un alter en tanto que el terapeuta aloja la
palabra del paciente. Así, este proceso se transforma en un espacio de
escucha, acompañamiento y sostén del sufrimiento del paciente. Se trata de
una construcción subjetiva que permite resignificar la experiencia de la
enfermedad.
Sabemos que en toda práctica clínica se acepta un conjunto de principios
éticos comunes que tienen el carácter de ser “deberes prima facie” según W.
D. Ross. Estos son siempre correctos y obligan. Los principios son cuatro:
respeto a la autonomía, no maleficiencia, beneficiencia y justicia. Si bien son
comunes, deben especificarse según cada contexto. En este sentido, el
principio de beneficiencia plantea que siempre se busque el bien. Sin
embargo, en el caso de Adriana buscar su mayor bienestar posible no
equivale a continuar su vida en un estado de extremo sufrimiento hacia un
final previsto. Gracia (1999) propone introducir este principio en el nivel de
ética de máximos. Este depende del propio sistema de valores, por lo que
para Adriana es bueno depende de su propio proyecto de vida. Por otro lado,
el principio de no maleficiencia implica no hacer el mal. Sin embargo, si
realizar eutanasia a un paciente es considerado como “hacer el mal”, cabría
preguntarse si no lo es también obligar a Adriana a seguir viviendo en
condiciones que ella misma describe como de “momificación constante”, lo
cual podría representar un mal aún mayor. A su vez, el principio de respeto a
la autonomía implica tener en cuenta que Adriana es una persona que
reflexiona sobre sus decisiones con responsabilidad. Por lo que, el psicólogo
no debería ubicarse desde una posición de saber absoluto frente al paciente.
Por último, en el caso de Adriana, el principio de justicia podría plantearse
en distintos niveles. Beauchamp se refiere a éste como una “distribución
imparcial, equitativa y apropiada” (p. 187, 2001) de bienes. Adriana solicita
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tener derecho a acceder a la eutanasia que en Argentina no está legalizada
para ninguna persona. En este sentido, tratar de manera diferente a quien se
encuentra en una situación excepcional de sufrimiento extremo puede ser lo
justo. Por lo que habría que adaptar este principio de justicia según cada
contexto. Tener en cuenta el discurso del paciente y respetar su deseo de
acceder a la muerte a través de la eutanasia es una manera de visibilizar a
quienes luchan por el reconocimiento del derecho a no vivir en condiciones
que podrían considerarse como inhumanas.
Por otro lado, habría que tener en cuenta las normas éticas implicadas en
toda práctica profesional planteadas por França-Tarragó (2011). Por un lado,
la norma de confidencialidad implicaría que toda información compartida
por Adriana en el espacio terapéutico debe ser resguardada salvo que ella dé
su consentimiento informado. Por ejemplo, si el paciente desea difundir su
caso (como Adriana) esa decisión deberá ser propia, pero ningún profesional
debe hacerlo por ella. Por otro lado, la norma de veracidad implica que el
profesional siempre debe dar información clara y precisa al paciente para no
generar, por ejemplo, falsas expectativas sobre la condición de su
enfermedad. Esto refuerza su autonomía para tomar decisiones en base a
información adecuada. Por último, la norma de fidelidad a las promesas
hechas implica que el profesional mantenga los compromisos asumidos con
la paciente durante todo el proceso, sin traicionar su confianza.
2) B- Para abordar el caso de Adriana, se podría plantear una intervención
enmarcada en el utilitarismo como teoría ética clásica y en el principialismo
como enfoque teórico dentro de la bioética ya que ambos permiten no perder
de vista los derechos y principios fundamentales que deberían guiar la
práctica clínica. El utilitarismo, como teoría consecuencialista, parte del
principio de utilidad, según el cual una acción es moralmente correcta si
produce el mayor beneficio posible para el mayor número de personas
(Beauchamp, 2011). En este sentido, es una perspectiva útil para abordar el
caso de Adriana, donde las consecuencias de prolongar la vida pueden
implicar un daño innecesario. Así, respetar su decisión de recurrir a la
eutanasia puede considerarse como una acción éticamente correcta, ya que,
forzarla a continuar viviendo en un contexto de extremo sufrimiento e
indefensión atentaría contra su bienestar y conllevaría a un daño aún mayor.
La intervención psicológica, entonces, no debería orientarse a impedir el
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desenlace elegido por la paciente, sino acompañar éticamente su decisión y
su proceso con el menor sufrimiento psíquico posible.
Por otro lado, el enfoque principialista propuesto principalmente por
Beauchamp y Childress articula los principios ya desarrollados en el punto
anterior: autonomía, beneficiencia, no maleficiencia y justicia. En este
sentido, este enfoque se complementa con el utilitarismo. Por ejemplo, si se
piensa en buscar el mayor bien para Adriana, sería necesario evaluar los
principios de beneficiencia y no maleficiencia en función de las
consecuencias prácticas sobre su calidad de vida. Esto implica reconocer que
la sobrevida no garantiza necesariamente el bienestar si no que, en este caso,
produce mayor daño. Además, la teoría utilitarista plantea que el criterio
para determinar lo que es justo e injusto radica en la utilidad, es decir, en las
consecuencias que una acción produce en términos de bienestar o
sufrimiento. Este criterio se relaciona de manera directa con el principio de
justicia del principialismo en tanto permite evaluar si una decisión es justa
no sólo en función de equidad, sino por generar consecuencias beneficiosas y
evitar daños innecesarios. Por ello, podría ser considerado como injusto no
tener en cuenta las condiciones en las que vive Adriana y el sufrimiento que
esto le produce.
Actividad charla virtual: NEUROÉTICA
La neuroética es una disciplina que aborda las problemáticas que surgen en
el campo de las neurociencias. Dichas problemáticas tienen aristas tanto
legales, filosóficas, éticas y sociales. Podemos reconocer dos caras de la
misma: ética de la neurociencia y la neurociencia de la ética. La primera,
abocada más bien a una cuestión aplicada en tanto se encarga de evaluar
situaciones que surgen como efecto de las nuevas tecnologías que
intervienen en relación al cerebro humano. Y la segunda se enfoca en cómo
los aportes de las neurociencias moldean a su vez a la ética, de manera que
impactan en nuestro entendimiento sobre cuestiones éticas, sociales y
culturales (Castelli, 2018). En este sentido, Paula Castelli plantea en el video
tres cuestiones problemáticas actuales que pueden ser concebidas desde una
reflexión ética.
La primera tiene que ver con las nociones de potenciación cognitiva y moral.
Inicialmente, la discusión giró en torno al uso de ciertos fármacos capaces de
mejorar funciones cognitivas como la atención, memoria, entre otras. Esto
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dio lugar a un interrogante ético central: ¿debería limitarse el uso de dichos
fármacos? Con el avance de la tecnología, esta pregunta se reconfigura en un
nuevo escenario: el de la inteligencia artificial. Esta comienza a ser una
herramienta que el ser humano apropió de manera tal que pasó a ser parte de
su aparataje cognitivo, explica Paula. Ante este novedoso contexto sería
necesario reflexionar sobre posibles regulaciones en torno al uso de
herramientas tecnológicas para potenciar habilidades psíquicas. Este es un
tema de debate dentro de la neuroética ya que involucra principios éticos
fundamentales. Por ejemplo, desde el principio de justicia, si las nuevas
tecnologías son recursos cada vez más frecuentes en nuestra sociedad, ¿se
debería regular su uso para asegurar que todas las personas tengan la misma
posibilidad de acceso? De esta manera, se podría estar evitando que estas
herramientas profundicen aún más sobre las brechas sociales existentes. Otra
pregunta central para reflexionar sobre esto es si deberíamos trascender
nuestras dotaciones naturales a través de la tecnología. Y si bien nuestro
desarrollo tecnológico avanza a un ritmo vertiginoso, nuestro progreso ético
no aparece acompañarlo. Esta desincronía conlleva el riesgo de que
importantes cuestiones sociales y morales queden relegadas.
Por otro lado, el desarrollo de las neurotecnologías trae consigo una serie de
desafíos que involucran la necesidad de repensar el marco actual de los
derechos humanos. Así, Gorga (2020) sostiene que la neuroética debe
construirse en diálogo con el marco de los derechos humanos. Efrain Pérez
(2007) plantea una evolución histórica en la concepción de derechos que dio
lugar a las ya conocidas tres generaciones de Derechos Humanos que fueron
dando cuenta de las distintas demandas sociales. Sin embargo, desde la
neuroética se introduce el término de “neuroderechos”. Dicha noción
interpela a la clasificación ya existente y conlleva a preguntarnos si estamos
frente a una generación de derechos. La cuestión central gira en torno a
cómo garantizar la protección de la privacidad de la persona frente al acceso
de las neurotecnologías. Como se plantea en el video trabajado, siguiendo
los aportes de Andorno y Ienca, se han propuesto nuevos derechos: el
derecho a la libertad neurocognitiva, derecho a la privacidad mental, derecho
a la integridad mental y derecho a la continuidad psicológica. Estos últimos
apuntan a establecer un marco regulatorio que permita resguardar aspectos
íntimos de las personas frente a las tecnologías. Por ejemplo, el primero
asegura el derecho de las personas a tomar decisiones libres sobre el uso de
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neurotecnologías. Muchas veces ciertos datos que utilizan las neurociencias
sobre personas son sin consentimiento de las mismas, lo que representa un
serio problema. Por ejemplo, los datos cerebrales pueden funcionar como
huella digital, permitiendo identificar a la persona. De este modo, se vuelve
urgente plantear nuevas normativas que actualicen el marco de derechos en
función de los desafíos que plantean las neurotecnologías.
Por último, es necesario considerar la manera en que el conocimiento acerca
del funcionamiento del cerebro puede transformar la manera en que nos
percibimos como seres humanos. Esto genera interrogantes en torno a la
identidad, la subjetividad y a la noción misma de lo humano. En este marco,
el desarrollo de modelos cerebrales artificiales, como los denominados
“cerebros en silicio” y la presencia de una visión mecanicista que concibe al
cerebro como una máquina, plantean un desafío ético que es el de correr el
riesgo de reducir la complejidad de la esencia humana a un sistema de
procesamiento de datos. En este sentido, desde la neuroética resulta
imprescindible revisar estas cuestiones, para evitar concepciones
reduccionistas y deterministas del ser humano y contribuir, en cambio, a la
construcción de un campo que tenga las características de ser pluralista y
universal.
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Referencias bibliográficas
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