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La-Historia-De-Kwaheri-Continuemos-Estudiando Div Impar

La historia de Kwaheri, escrita por Andrea Ferrari e ilustrada por Leicia Gotlibowski, narra la vida de José Luis Pedriel, un escritor que se considera más un escuchador de historias que un creador. En medio de una crisis creativa, Pedriel se encuentra con un joven africano que ha intentado robar una manzana, lo que desencadena una serie de eventos que podrían inspirar su próxima obra. A través de su interacción con el chico, Pedriel busca comprender su historia y, al mismo tiempo, redescubrir su propia voz como escritor.

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La-Historia-De-Kwaheri-Continuemos-Estudiando Div Impar

La historia de Kwaheri, escrita por Andrea Ferrari e ilustrada por Leicia Gotlibowski, narra la vida de José Luis Pedriel, un escritor que se considera más un escuchador de historias que un creador. En medio de una crisis creativa, Pedriel se encuentra con un joven africano que ha intentado robar una manzana, lo que desencadena una serie de eventos que podrían inspirar su próxima obra. A través de su interacción con el chico, Pedriel busca comprender su historia y, al mismo tiempo, redescubrir su propia voz como escritor.

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La historia

de Kwaheri Andrea Ferrari

Ilustraciones de Leicia Gotlibowski


Ferrari, Andrea
La historia de Kwaheri / Andrea Ferrari ; Ilustrado por Leicia Gotlibowski. -
1a ed - La Plata : Dirección General de Cultura y Educación de la Provincia de
Buenos Aires. Subsecretaría de Educación. Dirección Provincial de Educación
Primaria, 2024.
32 p. : il. ; 21 x 15 cm.
ISBN 978-987-676-146-8 PROVINCIA DE BUENOS AIRES
1. Literatura Infantil y Juvenil Argentina. 2. Cuentos. 3. Narrativa Infantil y
Juvenil Argentina. I. Gotlibowski, Leicia, ilus. II. Título.
GOBERNADOR
CDD A863.9283
Axel Kicillof

VICEGOBERNADORA
Este material ha sido elaborado por la Dirección General
de Cultura y Educación de la Provincia de Buenos Aires.
Verónica Magario

La historia de Kwaheri fue incluida originalmente en DIRECTOR GENERAL DE CULTURA Y EDUCACIÓN


Cuentos con sorpresas y malentendidos (Colección Leer es Alberto Sileoni
genial, Editorial Santillana, Buenos Aires, 2004) y reproducida
en Las palabras pueden (Unicef, Colombia, 2007).
JEFE DE GABINETE
Autora: Andrea Ferrari Gustavo Alcaraz
Ilustración y edición: Leicia Gotlibowski
SUBSECRETARIO DE EDUCACIÓN
Ejemplar de distribución gratuita. Prohibida su venta.
Pablo Urquiza

DIRECTORA PROVINCIAL DE EDUCACIÓN PRIMARIA


Mirta Torres

DIRECTORA PROVINCIAL DE COMUNICACIÓN


Carla Tous
Ferrari, Andrea
La historia de Kwaheri / Andrea Ferrari ; Ilustrado por Leicia Gotlibowski. -
1a ed - La Plata : Dirección General de Cultura y Educación de la Provincia de
Buenos Aires. Subsecretaría de Educación. Dirección Provincial de Educación
Primaria, 2024.
32 p. : il. ; 21 x 15 cm.
ISBN 978-987-676-146-8 PROVINCIA DE BUENOS AIRES
1. Literatura Infantil y Juvenil Argentina. 2. Cuentos. 3. Narrativa Infantil y
Juvenil Argentina. I. Gotlibowski, Leicia, ilus. II. Título.
GOBERNADOR
CDD A863.9283
Axel Kicillof

VICEGOBERNADORA
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de Cultura y Educación de la Provincia de Buenos Aires.
Verónica Magario

La historia de Kwaheri fue incluida originalmente en DIRECTOR GENERAL DE CULTURA Y EDUCACIÓN


Cuentos con sorpresas y malentendidos (Colección Leer es Alberto Sileoni
genial, Editorial Santillana, Buenos Aires, 2004) y reproducida
en Las palabras pueden (Unicef, Colombia, 2007).
JEFE DE GABINETE
Autora: Andrea Ferrari Gustavo Alcaraz
Ilustración y edición: Leicia Gotlibowski
SUBSECRETARIO DE EDUCACIÓN
Ejemplar de distribución gratuita. Prohibida su venta.
Pablo Urquiza

DIRECTORA PROVINCIAL DE EDUCACIÓN PRIMARIA


Mirta Torres

DIRECTORA PROVINCIAL DE COMUNICACIÓN


Carla Tous
La historia
de Kwaheri
Andrea Ferrari

Ilustraciones de Leicia Gotlibowski


La historia
de Kwaheri
Andrea Ferrari

Ilustraciones de Leicia Gotlibowski


Aunque para todo el
mundo José Luis Pedriel
era un escritor, él prefería
considerarse a sí mismo un
escuchador. Porque eso,
decía, era lo que mejor hacía:
escuchar historias. Cuando
empezó el año 2000 ya había
publicado cuatro novelas y
dos libros de cuentos, con los
que había alcanzado un cierto
renombre. Sin embargo, nunca
le había confesado a nadie la
verdad: era absolutamente
incapaz de imaginar una
historia. Pedriel dependía de
los relatos de otras personas
como del agua para vivir.

4 5
Aunque para todo el
mundo José Luis Pedriel
era un escritor, él prefería
considerarse a sí mismo un
escuchador. Porque eso,
decía, era lo que mejor hacía:
escuchar historias. Cuando
empezó el año 2000 ya había
publicado cuatro novelas y
dos libros de cuentos, con los
que había alcanzado un cierto
renombre. Sin embargo, nunca
le había confesado a nadie la
verdad: era absolutamente
incapaz de imaginar una
historia. Pedriel dependía de
los relatos de otras personas
como del agua para vivir.

4 5
Luego les agregaba
detalles, torcía el rumbo
de los acontecimientos e
inventaba finales más felices
o espectaculares que los de
la vida real. Pero sin esas
historias ajenas era incapaz
de escribir una línea.

Muchas veces, las personas


que le proporcionaban la
materia prima ni siquiera
se enteraban que habían
sido la fuente de sus libros.
Fue en un colectivo que
iba de Constitución a Tigre,
por ejemplo, donde Pedriel
escuchó cómo una mujer le
contaba a otra la apasionante
historia de las hermanas que
se leían la mente, convertida
en su primera novela.

6 7
Luego les agregaba
detalles, torcía el rumbo
de los acontecimientos e
inventaba finales más felices
o espectaculares que los de
la vida real. Pero sin esas
historias ajenas era incapaz
de escribir una línea.

Muchas veces, las personas


que le proporcionaban la
materia prima ni siquiera
se enteraban que habían
sido la fuente de sus libros.
Fue en un colectivo que
iba de Constitución a Tigre,
por ejemplo, donde Pedriel
escuchó cómo una mujer le
contaba a otra la apasionante
historia de las hermanas que
se leían la mente, convertida
en su primera novela.

6 7
Y al año siguiente oyó relatar
en el consultorio de su dentista
las desventuras del hombre que
se creía pescado, en verdad el
cuñado loco de la recepcionista.
Su más exitoso cuento infantil,
el de la niña con dos ombligos,
surgió en una plaza, del relato
de una mujer que cuidaba a
su hijo junto al tobogán.

Para el año 2000, sin embargo,


Pedriel sufría una espantosa
sequía de historias. Ya hacía
quince meses que no escribía
por falta de material. Había
tomado como rutina salir cada
día en busca de algún relato:
subía a colectivos y subtes,
se sentaba en los bancos de
las plazas, paseaba por los
mercados y se detenía al ver
a un grupo conversando.

8 9
Y al año siguiente oyó relatar
en el consultorio de su dentista
las desventuras del hombre que
se creía pescado, en verdad el
cuñado loco de la recepcionista.
Su más exitoso cuento infantil,
el de la niña con dos ombligos,
surgió en una plaza, del relato
de una mujer que cuidaba a
su hijo junto al tobogán.

Para el año 2000, sin embargo,


Pedriel sufría una espantosa
sequía de historias. Ya hacía
quince meses que no escribía
por falta de material. Había
tomado como rutina salir cada
día en busca de algún relato:
subía a colectivos y subtes,
se sentaba en los bancos de
las plazas, paseaba por los
mercados y se detenía al ver
a un grupo conversando.

8 9
Pero nada. Ni una historia que valiera la pena ser
contada. Pedriel se hundió en la depresión, convencido
de que sus días como escritor estaban terminados.

Fue después de una jornada especialmente agotadora,


en la que escuchó cientos de aburridas conversaciones
ajenas con la vana esperanza de pescar algún relato
interesante, cuando, de regreso a su casa, algo llamó
su atención. En la puerta de la verdulería unas cinco
personas discutían acaloradamente. Entre ellos había un
muchacho de unos 16 o 17 años, negro como el carbón,
a quien el verdulero tenía agarrado de un brazo.

Pedriel reconoció en el grupo a una de sus vecinas, quien


rápidamente lo puso al tanto de los hechos: el chico
había intentado robar una manzana y el vendedor lo
había atrapado. Una de las mujeres presentes le gritaba
que lo dejara ir, porque no tenía sentido entregar al
pobre chico a la policía por tan poca cosa como una
manzana, pero el verdulero sostenía irritado que ese
muchacho debía ser un peligro. Y en el medio de todo
ese caos, el chico aullaba en un idioma incomprensible.

—Usted que es escritor –le dijo a Pedriel su vecina–


debe saber idiomas. Cuéntenos qué dice.
10 11
Pero nada. Ni una historia que valiera la pena ser
contada. Pedriel se hundió en la depresión, convencido
de que sus días como escritor estaban terminados.

Fue después de una jornada especialmente agotadora,


en la que escuchó cientos de aburridas conversaciones
ajenas con la vana esperanza de pescar algún relato
interesante, cuando, de regreso a su casa, algo llamó
su atención. En la puerta de la verdulería unas cinco
personas discutían acaloradamente. Entre ellos había un
muchacho de unos 16 o 17 años, negro como el carbón,
a quien el verdulero tenía agarrado de un brazo.

Pedriel reconoció en el grupo a una de sus vecinas, quien


rápidamente lo puso al tanto de los hechos: el chico
había intentado robar una manzana y el vendedor lo
había atrapado. Una de las mujeres presentes le gritaba
que lo dejara ir, porque no tenía sentido entregar al
pobre chico a la policía por tan poca cosa como una
manzana, pero el verdulero sostenía irritado que ese
muchacho debía ser un peligro. Y en el medio de todo
ese caos, el chico aullaba en un idioma incomprensible.

—Usted que es escritor –le dijo a Pedriel su vecina–


debe saber idiomas. Cuéntenos qué dice.
10 11
En verdad, Pedriel apenas
hablaba un poco de inglés y
no entendió ni una palabra.
Parecía una lengua africana.
Pero estaba seguro de que
ese muchacho de mirada
asustada y ropas rotas debía
tener una buena historia. Ese
chico podía ser su salvación.
De modo que decidió hacerse
cargo: dijo que lo iba a llevar a
una confitería para ofrecerle
algo de comer y que tal
vez, cuando estuviera más
calmado, podrían entenderse.
El chico siguió resistiéndose
hasta que captó por señas
que se trataba de ir a comer.
Recién entonces empezó a
caminar junto al escritor.

Tres sándwiches y una


porción de torta después,
Pedriel seguía sin saber nada
de su vida. El muchacho
agradecía con gestos
y cada tanto largaba
extensas e incomprensibles
frases en su idioma.

12 13
En verdad, Pedriel apenas
hablaba un poco de inglés y
no entendió ni una palabra.
Parecía una lengua africana.
Pero estaba seguro de que
ese muchacho de mirada
asustada y ropas rotas debía
tener una buena historia. Ese
chico podía ser su salvación.
De modo que decidió hacerse
cargo: dijo que lo iba a llevar a
una confitería para ofrecerle
algo de comer y que tal
vez, cuando estuviera más
calmado, podrían entenderse.
El chico siguió resistiéndose
hasta que captó por señas
que se trataba de ir a comer.
Recién entonces empezó a
caminar junto al escritor.

Tres sándwiches y una


porción de torta después,
Pedriel seguía sin saber nada
de su vida. El muchacho
agradecía con gestos
y cada tanto largaba
extensas e incomprensibles
frases en su idioma.

12 13
El escritor probó primero
con algunas palabras básicas
en inglés y francés, y luego
un estilo Tarzán que lo hizo
sentirse levemente ridículo.
—Yo –dijo poniéndose
la mano en el pecho–,
yo, José Luis. ¿Vos?

El chico esbozó una sonrisa


de compromiso, como si le
hablara del tiempo, y siguió
comiendo. Pedriel sabía que
tenía que recurrir a algún
otro método si pretendía
conocer la historia.

Pero para eso debía prolongar


el encuentro. Entonces lo
invitó, mediante señas, a
descansar en su casa.
—Dormir –repitió varias veces
mientras hacía la mímica
de apoyar la cabeza en sus
manos y cerraba los ojos.
El chico pareció entender. Siguió a Pedriel con pasos tímidos hasta su departamento,
Se veía asustado, pero era donde el escritor le entregó ropa limpia y unas mantas.
evidente que su cuerpo Luego abrió ante él un atlas y señaló uno de los mapas.
le pedía un descanso. —¿De dónde sos? ¿África?
14 15
El escritor probó primero
con algunas palabras básicas
en inglés y francés, y luego
un estilo Tarzán que lo hizo
sentirse levemente ridículo.
—Yo –dijo poniéndose
la mano en el pecho–,
yo, José Luis. ¿Vos?

El chico esbozó una sonrisa


de compromiso, como si le
hablara del tiempo, y siguió
comiendo. Pedriel sabía que
tenía que recurrir a algún
otro método si pretendía
conocer la historia.

Pero para eso debía prolongar


el encuentro. Entonces lo
invitó, mediante señas, a
descansar en su casa.
—Dormir –repitió varias veces
mientras hacía la mímica
de apoyar la cabeza en sus
manos y cerraba los ojos.
El chico pareció entender. Siguió a Pedriel con pasos tímidos hasta su departamento,
Se veía asustado, pero era donde el escritor le entregó ropa limpia y unas mantas.
evidente que su cuerpo Luego abrió ante él un atlas y señaló uno de los mapas.
le pedía un descanso. —¿De dónde sos? ¿África?
14 15
El dedo del chico se movió
por el continente africano
hasta que se detuvo en
un punto: Burundi.
—Bujumbura –dijo
señalando la capital.
Pedriel tomó un papel y
una lapicera y dibujó un
rudimentario avión.
—¿Cómo viniste? ¿En avión?
El chico negó. Agarró la
lapicera y tachó el avión.
Después hizo un dibujo en el
que Pedriel creyó reconocer
un barco. Entonces pareció
recordar algo: sacó una bolsa
de plástico de su bolsillo y
de ahí un papel arrugado,
que le extendió al escritor.

16 17
El dedo del chico se movió
por el continente africano
hasta que se detuvo en
un punto: Burundi.
—Bujumbura –dijo
señalando la capital.
Pedriel tomó un papel y
una lapicera y dibujó un
rudimentario avión.
—¿Cómo viniste? ¿En avión?
El chico negó. Agarró la
lapicera y tachó el avión.
Después hizo un dibujo en el
que Pedriel creyó reconocer
un barco. Entonces pareció
recordar algo: sacó una bolsa
de plástico de su bolsillo y
de ahí un papel arrugado,
que le extendió al escritor.

16 17
Durmió dieciocho horas seguidas. En ese tiempo, Pedriel
recurrió a todos los medios a su alcance para descubrir
alguna parte de la historia. Al fin encontró una pequeña
información en un diario que lo iluminó: decía que
el capitán de un buque de bandera filipina que venía
de África había hallado un polizón cuando estaba en
alta mar y lo había encerrado en la bodega. Pensaba
entregarlo a la policía al tocar el puerto de Buenos Aires,
pero entonces descubrió que el chico se había fugado.
—Un polizón –se dijo a sí mismo
Pedriel—. Esa es mi novela.

Había un nombre escrito: Adelin Ntamawana


y una dirección en Río de Janeiro, Brasil.
—Querés ir a Brasil –dijo Pedriel hablando más
bien para sí mismo. Volvió a acercar el atlas y le
señaló un punto. —Nosotros aquí, en Buenos
Aires. Río de Janeiro, acá– y marcó la distancia.
El chico se agarró la cabeza con las manos y soltó una
retahíla de frases en las que se adivinaba un lamento.
—No te preocupes, yo te voy a ayudar –le
dijo Pedriel aunque sabía que no le entendía
una palabra. Después lo dejó dormir.
18 19
Durmió dieciocho horas seguidas. En ese tiempo, Pedriel
recurrió a todos los medios a su alcance para descubrir
alguna parte de la historia. Al fin encontró una pequeña
información en un diario que lo iluminó: decía que
el capitán de un buque de bandera filipina que venía
de África había hallado un polizón cuando estaba en
alta mar y lo había encerrado en la bodega. Pensaba
entregarlo a la policía al tocar el puerto de Buenos Aires,
pero entonces descubrió que el chico se había fugado.
—Un polizón –se dijo a sí mismo
Pedriel—. Esa es mi novela.

Había un nombre escrito: Adelin Ntamawana


y una dirección en Río de Janeiro, Brasil.
—Querés ir a Brasil –dijo Pedriel hablando más
bien para sí mismo. Volvió a acercar el atlas y le
señaló un punto. —Nosotros aquí, en Buenos
Aires. Río de Janeiro, acá– y marcó la distancia.
El chico se agarró la cabeza con las manos y soltó una
retahíla de frases en las que se adivinaba un lamento.
—No te preocupes, yo te voy a ayudar –le
dijo Pedriel aunque sabía que no le entendía
una palabra. Después lo dejó dormir.
18 19
Ya era sábado por la mañana
cuando llamó por teléfono a
Luisa, una amiga que hablaba
a la perfección seis lenguas
y bastante bien otras tres.
—Si viene de la capital de
Burundi probablemente hable
swahili –le respondió–. Hay
pocos traductores de esa
lengua aquí. Puedo ayudarte
a encontrar uno, pero no
va a ser hasta el lunes.
Pedriel se dijo que tenía que
encontrar la mejor manera
posible de pasar ese fin de
semana con un chico con el
que no podían intercambiar
palabra. Cuando despertó le
dio un abundante desayuno,
un block de hojas y una
caja de lápices de colores.
Pretendía que el muchacho
le dibujara su historia.

Pero tampoco eso fue fácil: era un pésimo dibujante.


Por momentos hacía unos círculos con patas que bien
podían ser personas como arañas, y les agregaba
rayas y flechas. Terminaron abandonando el intento.
20 21
Ya era sábado por la mañana
cuando llamó por teléfono a
Luisa, una amiga que hablaba
a la perfección seis lenguas
y bastante bien otras tres.
—Si viene de la capital de
Burundi probablemente hable
swahili –le respondió–. Hay
pocos traductores de esa
lengua aquí. Puedo ayudarte
a encontrar uno, pero no
va a ser hasta el lunes.
Pedriel se dijo que tenía que
encontrar la mejor manera
posible de pasar ese fin de
semana con un chico con el
que no podían intercambiar
palabra. Cuando despertó le
dio un abundante desayuno,
un block de hojas y una
caja de lápices de colores.
Pretendía que el muchacho
le dibujara su historia.

Pero tampoco eso fue fácil: era un pésimo dibujante.


Por momentos hacía unos círculos con patas que bien
podían ser personas como arañas, y les agregaba
rayas y flechas. Terminaron abandonando el intento.
20 21
A lo largo de esos dos días en
que compartieron comidas,
un par de caminatas y el inútil
intento de comunicarse, el
escritor empezó a distinguir
algunas palabras o sonidos
que se repetían. Creyó que tal
vez una de esas palabras podía
ser su nombre: Kwaheri. O tal
vez simplemente fue el deseo
de encontrarle un nombre,
porque estaba cansado
de llamarlo por gestos.
—Vos –le dijo señalándolo–,
Kwaheri. El chico sonrió,
como divertido.
—Kwaheri –repitió–, Brasil.
Era evidente que le urgía
irse a Brasil. Pedriel quería
ayudarlo, pero necesitaba
con desesperación que antes
le contara su historia. A
cada momento estaba más
convencido de que la vida de
Kwaheri sería una gran novela.
Lo veía en sus ojos, en el dolor
con que se doblaba su voz
cuando recordaba algo. Pedriel
tenía que escribir esa novela.

22 23
A lo largo de esos dos días en
que compartieron comidas,
un par de caminatas y el inútil
intento de comunicarse, el
escritor empezó a distinguir
algunas palabras o sonidos
que se repetían. Creyó que tal
vez una de esas palabras podía
ser su nombre: Kwaheri. O tal
vez simplemente fue el deseo
de encontrarle un nombre,
porque estaba cansado
de llamarlo por gestos.
—Vos –le dijo señalándolo–,
Kwaheri. El chico sonrió,
como divertido.
—Kwaheri –repitió–, Brasil.
Era evidente que le urgía
irse a Brasil. Pedriel quería
ayudarlo, pero necesitaba
con desesperación que antes
le contara su historia. A
cada momento estaba más
convencido de que la vida de
Kwaheri sería una gran novela.
Lo veía en sus ojos, en el dolor
con que se doblaba su voz
cuando recordaba algo. Pedriel
tenía que escribir esa novela.

22 23
Pero también quería mostrar
su sincero interés por ayudarlo,
y por eso el domingo fue
hasta la terminal de ómnibus
y compró un pasaje hasta
Río de Janeiro. Luego en su
casa se lo mostró a Kwaheri.
—Sale el martes –le dijo
mostrándole el trayecto en el
mapa– y son dos días de viaje.
El chico observó durante un
rato el pasaje y tocó con un
dedo las cuatro únicas palabras
que parecía entender: Río de
Janeiro, Brasil. Después lo
dejó apoyado en la biblioteca,
por donde cada tanto pasaba
para volver a mirarlo.
—Brasil –repitió–, Kwaheri.

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Pero también quería mostrar
su sincero interés por ayudarlo,
y por eso el domingo fue
hasta la terminal de ómnibus
y compró un pasaje hasta
Río de Janeiro. Luego en su
casa se lo mostró a Kwaheri.
—Sale el martes –le dijo
mostrándole el trayecto en el
mapa– y son dos días de viaje.
El chico observó durante un
rato el pasaje y tocó con un
dedo las cuatro únicas palabras
que parecía entender: Río de
Janeiro, Brasil. Después lo
dejó apoyado en la biblioteca,
por donde cada tanto pasaba
para volver a mirarlo.
—Brasil –repitió–, Kwaheri.

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El lunes, al fin, Luisa llamó
con noticias: le habían pasado
el dato de un profesor que
hablaba swahili. Esa misma
tarde daría clase en la
universidad, a las cuatro.
-—Andá a esperarlo a la
salida –le sugirió a Pedriel–,
ahí podés proponerle que
entreviste al chico.
Aunque suponía que era inútil,
el escritor intentó explicarle
todo esto a Kwaheri.
—Traigo al traductor. Aquí.
Conversamos. Vos y yo. Me
contás tu historia –dijo Pedriel
mientras se preguntaba
porqué diablos seguía
hablando como Tarzán.
El chico lo miró con ojos
de incomprensión.

El trámite demoró más de lo esperado, sobre


todo por la reticencia del profesor, que pretendía
postergar la entrevista hasta la semana
siguiente. Al fin Pedriel logró arrastrarlo hasta
su casa, a donde llegaron pasadas las siete.
26 27
El lunes, al fin, Luisa llamó
con noticias: le habían pasado
el dato de un profesor que
hablaba swahili. Esa misma
tarde daría clase en la
universidad, a las cuatro.
-—Andá a esperarlo a la
salida –le sugirió a Pedriel–,
ahí podés proponerle que
entreviste al chico.
Aunque suponía que era inútil,
el escritor intentó explicarle
todo esto a Kwaheri.
—Traigo al traductor. Aquí.
Conversamos. Vos y yo. Me
contás tu historia –dijo Pedriel
mientras se preguntaba
porqué diablos seguía
hablando como Tarzán.
El chico lo miró con ojos
de incomprensión.

El trámite demoró más de lo esperado, sobre


todo por la reticencia del profesor, que pretendía
postergar la entrevista hasta la semana
siguiente. Al fin Pedriel logró arrastrarlo hasta
su casa, a donde llegaron pasadas las siete.
26 27
Cuando abrió la puerta, le sorprendió notar que
Kwaheri no había encendido ninguna luz. Lo llamó
en voz alta, pero no obtuvo respuesta. Un mal
presentimiento golpeó a Pedriel y miró hacia el
sitio donde había quedado el pasaje. No estaba.
En su lugar había un papel con una palabra.
—Asante –leyó en voz alta.
—Quiere decir gracias –le dijo a su espalda el profesor.
La depresión que fulminó a Pedriel duró dos días
enteros. No podía entender que Kwaheri se hubiera
ido sin despedirse, sobre todo porque con él había
desaparecido la que iba a ser su gran novela. Su última
posibilidad de escribir una gran novela. Así lo creía.

La tercera mañana, sin embargo, se levantó con la


sensación de haber soñado el horrible viaje en barco
de Kwaheri. Buscó los extraños dibujos que había
hecho el chico y creyó empezar a entenderlos: allí
donde antes había visto una araña ahora veía al
capitán del barco, encerrándolo en la bodega.
28 29
Cuando abrió la puerta, le sorprendió notar que
Kwaheri no había encendido ninguna luz. Lo llamó
en voz alta, pero no obtuvo respuesta. Un mal
presentimiento golpeó a Pedriel y miró hacia el
sitio donde había quedado el pasaje. No estaba.
En su lugar había un papel con una palabra.
—Asante –leyó en voz alta.
—Quiere decir gracias –le dijo a su espalda el profesor.
La depresión que fulminó a Pedriel duró dos días
enteros. No podía entender que Kwaheri se hubiera
ido sin despedirse, sobre todo porque con él había
desaparecido la que iba a ser su gran novela. Su última
posibilidad de escribir una gran novela. Así lo creía.

La tercera mañana, sin embargo, se levantó con la


sensación de haber soñado el horrible viaje en barco
de Kwaheri. Buscó los extraños dibujos que había
hecho el chico y creyó empezar a entenderlos: allí
donde antes había visto una araña ahora veía al
capitán del barco, encerrándolo en la bodega.
28 29
Y esa flecha al aire era el propio
Kwaheri cuando se arrojó por
la borda al acercarse al puerto
de Buenos Aires. El resto se lo
imaginó: la llegada a Brasil, el
encuentro con sus familiares
y hasta un posterior regreso a
Burundi en busca de un hermano.
La novela fue publicada un
año después. Allí Pedriel ANDREA FERRARI
escribió una dedicatoria. “Para Biografía
Kwaheri. Asante (gracias)”.
Nacida en Buenos Aires, Andrea Ferrari es periodista y
escritora. Trabajó durante más de veinte años en medios gráficos
argentinos hasta que se volcó a la literatura.
En 2003 obtuvo el Premio Barco de Vapor en España por
El complot de Las Flores y, en 2007, el Premio Jaén de Narrativa
Juvenil por El camino de Sherlock.
Ha publicado desde entonces más de veinticinco libros.
Varios son parte de la selección White Ravens de la Biblioteca
Internacional de la Juventud de Munich, los Destacados de la
Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de Argentina (Alija) y
los Premios Cuatrogatos.
Ha sido traducida al portugués, francés, coreano, búlgaro,
ruso e italiano. Fue dos veces nominada para el Astrid Lindgren
Memorial Award (ALMA), premio mundial de literatura infantil y
juvenil. En 2024 recibió el Premio Konex de Letras. Algunos de
Recién años más tarde supo que kwaheri quiere decir sus títulos son: La rebelión de las palabras, Las iguales, También
adiós. Al fin y al cabo, pensó, Kwaheri se había despedido. las estatuas tienen miedo, Detrás de la máscara, Zoom, Una
Había empezado a despedirse desde que llegó. amistad imposible.
30 31
Y esa flecha al aire era el propio
Kwaheri cuando se arrojó por
la borda al acercarse al puerto
de Buenos Aires. El resto se lo
imaginó: la llegada a Brasil, el
encuentro con sus familiares
y hasta un posterior regreso a
Burundi en busca de un hermano.
La novela fue publicada un
año después. Allí Pedriel ANDREA FERRARI
escribió una dedicatoria. “Para Biografía
Kwaheri. Asante (gracias)”.
Nacida en Buenos Aires, Andrea Ferrari es periodista y
escritora. Trabajó durante más de veinte años en medios gráficos
argentinos hasta que se volcó a la literatura.
En 2003 obtuvo el Premio Barco de Vapor en España por
El complot de Las Flores y, en 2007, el Premio Jaén de Narrativa
Juvenil por El camino de Sherlock.
Ha publicado desde entonces más de veinticinco libros.
Varios son parte de la selección White Ravens de la Biblioteca
Internacional de la Juventud de Munich, los Destacados de la
Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de Argentina (Alija) y
los Premios Cuatrogatos.
Ha sido traducida al portugués, francés, coreano, búlgaro,
ruso e italiano. Fue dos veces nominada para el Astrid Lindgren
Memorial Award (ALMA), premio mundial de literatura infantil y
juvenil. En 2024 recibió el Premio Konex de Letras. Algunos de
Recién años más tarde supo que kwaheri quiere decir sus títulos son: La rebelión de las palabras, Las iguales, También
adiós. Al fin y al cabo, pensó, Kwaheri se había despedido. las estatuas tienen miedo, Detrás de la máscara, Zoom, Una
Había empezado a despedirse desde que llegó. amistad imposible.
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Biografía no oficial
Cuando era chica pensaba que para el año 2000 todos nos
trasladaríamos en naves espaciales individuales y aquí estamos,
todavía en colectivo. Por eso no hay que tomarse muy en serio mis
predicciones. A los nueve años, sin embargo, escribí una poesía
donde especulaba sobre mi futuro profesional y anticipaba tres
posibilidades: bailarina, domadora de leones o escritora. Acerté
en una. Sin embargo, tardé mucho en llegar hasta ahí. Primero
me recibí de traductora, luego circulé unos años por los pasillos
de la Facultad de Filosofía y Letras y finalmente decidí dedicarme
al periodismo. Llevaba un montón de años haciéndolo cuando un
día escribí un cuento para mi hija. Después escribí otro. Descubrí
que esto me encantaba.
Cuando visito escuelas suelen preguntarme qué me gusta
hacer fuera de escribir y siempre dudo qué contestar. Así que me
hice una lista: me gustan los libros, el café, mi familia, las caminatas
por la playa, viajar, el color violeta, los zapatos sin taco y las charlas
con mis amigos. Odio levantarme temprano, las multitudes, el
olor de los repollitos, mi vecino que canta a los gritos y que me
cuenten el final de las películas. Así soy, más o menos.

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