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BO-424 Sam Fletcher (1969) A La Brava

En un pueblo tejano, Bat y Archie compiten en un emocionante combate de boxeo durante las fiestas anuales, donde Bat finalmente gana tras un reñido enfrentamiento. Después del combate, Bat se encuentra con Etta Song, una trapecista del circo, y ambos establecen una conexión mientras disfrutan de la celebración. La historia explora temas de amistad, valentía y el deseo de superación personal en un ambiente festivo.

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BO-424 Sam Fletcher (1969) A La Brava

En un pueblo tejano, Bat y Archie compiten en un emocionante combate de boxeo durante las fiestas anuales, donde Bat finalmente gana tras un reñido enfrentamiento. Después del combate, Bat se encuentra con Etta Song, una trapecista del circo, y ambos establecen una conexión mientras disfrutan de la celebración. La historia explora temas de amistad, valentía y el deseo de superación personal en un ambiente festivo.

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1

_______________________________________________
—¡Dale fuerte, muchacho!

—¡Ya es tuyo!

—¡Con la izquierda, Bat!

—¡Muy bien! ¡Bravo! ¡Atízale, Archie!

Se repetían exclamaciones parecidas en un clima de pasión. En la plazuela de Los Cedros,


un pueblo tejano, sobre un improvisado ring, se estaba celebrando un combate de boxeo.

Los dos contendientes eran jóvenes, musculados, atléticos.

El llamado Archie vivía en el pueblo y siempre ganaba, por lo que se mostraba engreído;
aparte de ello, era un buen muchacho. Pocos se atrevían con él. Y los valientes que lo
intentaban acababan besando el suelo.

Bat había nacido en el pueblo, pero hacía tres años que no vivía en él. Ahora se hallaba
disfrutando de un permiso. Era rural y estaba destinado en Austin. El permiso lo había
conseguido porque en unión de dos compañeros había aniquilado a una banda de forajidos.

Tanto Bat como Archie eran dos luchadores natos, fuertes y ágiles. Sus puños tenían
dinamita concentrada, sus pies se movían como si fueran maestros de baile, y quebraban la
cintura de un modo que excitaba la envidia de algunos barrigudos espectadores.

Llevaban ya catorce asaltos con alternativas; tan pronto parecía que Bat se iba a
merendar a Archie como éste, reaccionando impetuosamente, acorralaba a aquél.

Era difícil apostar.

El combate era emocionante. Los últimos gritos habían coincidido con un ataque de Bat,
que parecía fulminante, pero Archie, revolviéndose, había conseguido neutralizarlo y
alcanzar con la derecha el rostro de su oponente.

La lucha, tan igualada, parecía que no iba a terminar nunca. Bat y Archie tenían una
naturaleza de hierro.

El combate se celebraba con motivo de las fiestas anuales de Los Cedros. Aquel era el
último día. También había concursos de tiro, carreras de caballos y baile.

No lejos de donde se estaba celebrando el combate de boxeo, había un circo, que daba
dos funciones diarias, abarrotado en ambas de público, pues había muchos forasteros.

Ni que decir tiene que las tabernas y el saloon hacían su agosto.


—¡Acaba con él, Archie!

Este acababa de castigar el hígado de Bat.

—¡Duro, Bat!

Este había retrocedido para recibir a Archie con un escalofriante zurdazo en un pómulo.

Archie se tambaleó. Bat pegó de nuevo. Archie, reponiéndose, devolvió golpe por golpe.

Todo el mundo admiraba a Archie y simpatizaba con Bat, que siempre se mostraba
alegre, aunque se había alistado en los rurales debido a una tragedia familiar.

Los atléticos luchadores se habían enzarzado en un feroz cuerpo a cuerpo. La pequeña


multitud, tan aficionada al boxeo, rugía de entusiasmo. El cambio de golpes era
escalofriante.

Pero Bat y Archie sabían tanto atacar como defenderse; de no hacerlo así, estarían ya
destrozados.

En justicia, el combate hubiera debido terminar en tablas, pero la suerte y sus puños
poderosos dieron la victoria a Bat. Su gancho de izquierda fue impresionante y Archie se
derrumbó.

Se hizo un gran silencio. Archie no se levantaba.

Transcurrido el tiempo que daba la victoria a Bat, estalló una ovación estruendosa.

AI fin, Archie se levantó y alargó su mano para felicitar a su adversario, saludo al que
correspondió Bat cordialmente.

—Eres duro de pelar, Archie.

—Pero has ganado, y quiero la revancha.

—Cuando vuelva a Los Cedros, si hay permiso.

—Entontes, no te dejaré llegar al tercer asalto.

—Mientras llega ese momento, vamos a lavarnos y a tomar una jarra de cerveza.

—De acuerdo, Bat.

A su paso, Bat y Archie fueron aplaudidos. Ellos correspondieron, sonrientes, frescos


corno si no hubiesen hecho un gran esfuerzo

***
Bat y Archie se hallaban como nuevos después de haber saboreado una gran jarra de
cerveza. Archie se despidió.

—Tengo que ir a ver a mi novia. La encontraré desconsolada. No está acostumbrada a


que pierda. Menos mal que nunca asiste a mis combates.

—Ya veo que tu novia no está acostumbrada a perder. Te advierto que, en esta vida, a
veces, es conveniente. En los fracasos se aprende mucho. De todos modos, cuantos menos
fracasos, mejor. Nuestra pelea fue muy igualada. Dile que cualquiera de los dos podía haber
ganado.

Archie le estrechó la mano.

—¿Volveremos a vernos?

—Creo que sí. Yo me marcharé mañana por la tarde. Pero, antes, pienso divertirme. Hoy
la fiesta está en su apogeo.

Poco después, Bat daba una vuelta por la población, donde no era fácil andar, debido a la
gran cantidad de gente que andaba de un lado para otro, cantando, en plena euforia.

Bat quería aturdirse, necesitaba olvidar los malos tiempos que había pasado en el pueblo
antes de decidirse a ser rural, y también los días felices.

El rural pasó ante una barraca donde se estaba celebrando un concurso de tiro. Hubiera
podido lucirse, pero prefirió no hacerlo. Había aceptado el combate de boxeo instigado por
viejos conocidos y ya metido en la pelea, había procurado vencer.

Pero Bat no era fanfarrón ni había intentado exhibirse. Quería guardar sus energías para
cumplir como rural y actuar contra los forajidos, sus más acérrimos enemigos.

Lo que sí deseaba, era distraerse, y bailar con una chica guapa. Sus últimas actuaciones le
habían alejado de toda diversión.

Pero antes quiso pasar por la que había sido su casa, donde había pasado años felices de
su infancia y primera juventud.

Allí estaba, era la misma, ¡pero qué diferente todo! La puerta se hallaba cerrada. Los que
vivían en ella, seguramente se hallaban pasándolo bien en la fiesta. Ya no estaba su padre,
en el porche, con su inevitable cigarro entre los labios y en el patio trasero no había tendida
aquella ropa tan blanca que era el orgullo de su madre.

Estuvo un rato pensativo, mientras los recuerdos desfilaban por su mente. Después, se
alejó cabizbajo.

De pronto, levantó la cabeza. Acababa de oir un clarinazo, que tuvo la virtud de alejar los
fantasmas de su pasado. Vio la lona del circo, la gente bullanguera y dos payasos en la
entrada que pregonaban las excelencias del espectáculo. Uno de ellos, de vez en cuando,
soplaba su trompeta sacándole sonidos estridentes y el otro le soltaba una bofetada
recriminándole su incapacidad. La escena cambiaba cuando el que se las daba de listo cogía
la trompeta y le soplaba. Entonces se le hinchaban mucho los carrillos, pero del
instrumento no salía el más leve sonido. Cambiaban los papeles y el que había recibido las
tortas se apresuraba a devolverlas, lo que causaba gran regocijo entre los espectadores, y la
mayoría se apresuraba a sacar las entradas.

También Bat pasó por la taquilla. Hacía muchos años que no estaba en un circo. De niño,
en aquel mismo lugar, había sido espectador, con motivo de la fiesta del pueblo, de la
misma significación que la presente. Se había divertido e impresionado mucho.

Tenía un buen asiento en las primeras filas. No tardaron en aparecer los payasos, con sus
caras enharinadas; después, perros amaestrados, caballistas que realizaban ejercicios y
piruetas increíbles, tiradores de revólver que acertaron los blancos más inverosímiles. Más
payasadas. Y, por fin, el número fuerte.

Salió un individuo vestido con rebuscada elegancia. La ropa que llevaba seguramente la
había exhibido ya centenares de veces y al sombrero de copa que aparecía en su mano
derecha después de haberse destocado ya no le quedaba ni un reflejo de los siete atribuidos
normalmente a tal prenda. Sin embargo, el circo tiene la virtud de encantar las cosas y el
presentador causaba el suficiente efecto para encandilar a las almas sencillas.

—¡Señoras! ¡Señores! —una estudiada pausar—. Ha llegado el momento culminante de


la función. ¡Etta Song! Ya saben lo que este nombre significa. ¡Etta Song, la trapecista más
valiente de América! Ella quiere dedicar una actuación especial a todos los habitantes y
visitantes de Los Cedros, pueblo al que quiere mucho…

Tronaron los aplausos.

—¡Y ahora, Etta Song! —terminó el presentador, saludando, sombrero en alto.

Se hizo el silencio y apareció Etta Song, rubia, luciendo sus largas piernas y brazos, de un
color rosado, que contrastaba con el negro moteado de lentejuelas color de su sucinta
vestimenta.

El trapecio estaba a diez metros de altura. Etta saludó, sonrió, recibió los aplausos que le
tributaban y sus manos, que a simple vista parecían delicadas, se aferraron a una cuerda
que llegaba hasta la plataforma situada junto al trapecio.

Subió con agilidad.

Era un espectáculo ver la rapidez de movimientos de la trapecista. Se tenía la engañosa


impresión de que lo que hacía era fácil.

Pasó al trapecio.
Diez metros. El más leve error podía significar la muerte.

Como todos los que se hallaban bajo la lona del circo, Bat experimentaba una gran
emoción. Se necesitaba ser muy valiente y muy hábil para realizar lo que la trapecista se
proponía.

Etta Song se cogió al trapecio. A partir de entonces se convirtió en ave voladora. Quienes
la miraban tenían el alma en vilo. Pero evolucionaba, segura, y cuando hacía que el trapecio
se detuviera hacía equilibrios que ponían los pelos de punta.

Fue una actuación inolvidable.

El entusiasmo del público se desbordó. Bat aplaudía como el que más, pues su
admiración no tenía límites. Después, salió entre el gentío.

En un tenderete al aire libre pidió una cerveza y un paquete de rosquillas hechas al estilo
mejicano. Comió y bebió a gusto, bien sentado, mientras esperaba la hora del baile. Lió un
cigarrillo y fumó mientras contemplaba a la riada humana, revuelta, en todas direcciones.

Se levantó cuando oyó sonar la música, un aire alegre del Far West.

El baile se celebraba al aire libre. Reinaba la alegría. Había chicas muy guapas, vestidas
todas con sus mejores galas. También la juventud masculina se había esmerado por
conseguir una viril prestancia, aunque había algún rudo vaquero que había estrenado ropa
nueva y no sabía andar con ella.

De pronto, Bat vio a la trapecista Etta Song. Fue un impulso incontenible. Se acercó a la
muchacha y le dijo:

—Buenas tardes, señorita.

Ella se quedó mirándole durante unos segundos.

—Buenas tardes —saludó—. Creo que no nos conocemos…

—Usted a mí, seguramente que no. Yo a usted, sí. He estado en la función y me ha


parecido usted maravillosa. Y me lo sigue pareciendo.

No había para menos. Etta Song era bellísima, con su dorada mata de pelo, sus ojos
azules y rasgados y un cuerpo de diosa.

—Pero…

—No se preocupe, no soy un conquistador profesional. Me he acercado a usted para


expresarle mi admiración.

—Bien, muchas gracias.


—Me llamo Bat Andrews.

El aspecto del muchacho agradó a Etta: alto, atlético, ojos pardos que mostraban lealtad y
nobleza, al tiempo que valor y decisión. Un gran tipo.

—Mi nombre es Etta Song.

—Lo sabía, como puede usted suponer. Su nombre está en todos los labios. Lo que usted
hace en el trapecio parece increíble. Y es una gran verdad que todo el mundo puede
comprobar.

—Es usted muy amable. He salido un rato para tomar el aire y descansar los nervios. Lo
que hago en el trapecio requiere gran concentración; sinceramente, no es un trabajo fácil.

—Nadie lo diría, viéndola.

—Tengo que ensayar durante muchas horas. He de superarme cada vez más.

—¿Aún más?

—Sí, porque el público exige cada vez más.

—¿No tiene miedo?

—Sí. Pero tengo que disimularlo. Ello forma parte de mi trabajo.

—Es usted dos veces valiente, señorita.

—Acabaré creyéndomelo.

—Yo estoy seguro de ello.

Los músicos tocaban con entusiasmo y las parejas evolucionaban animadamente. Era una
manifestación de juventud y alegría. Había grupos que no bailaban, pero cantaban
acompañando a la música bailable, no demasiado afinadamente.

—Me extraña verlo solo. ¿No es usted de aquí?

—Sí, pero hace unos años que no estaba en el pueblo. Haberla encontrado a usted me
parece una espléndida casualidad. ¿Acepta usted mi compañía? ¿Tomará usted un refresco
conmigo y me concederá un baile?

Etta sonrió.

—Lo pide usted de un modo que no puedo negarme. Pero no podré estar mucho tiempo
aquí. Soy una especie de Cenicienta, ¿sabe? Me espera la función.
—Mientras llega, podemos estar juntos. Su compañía me hará bien. Mañana por la tarde
tendré que marcharme a Austin.

—¿A Austin? Nosotros también. Esta noche el circo será desmontado y mañana
saldremos de aquí.

—¿Trabajará usted en Austin?

—Sí, muchos días.

—Me da una alegría. Yo soy rural y estoy destinado en Austin. Podríamos vemos, si le
parece bien.

—Pues me parece bien.

—Cuando usted sonríe, está más bella que nunca. Vamos a tomar ese refresco.

—Lo necesito después de tantas galanterías.

Bebieron, bailaron. No parecía que acabaran de conocerse sino que su amistad databa de
quién sabe cuándo.

—Aunque no son las doce, tengo que marcharme, Bat.

—Procura no olvidarte un zapato.

—Es la hora, tenemos que separamos.

—Eso, no. Te acompañaré.

Al llegar junto al circo, casi se toparon con un hombre cincuentón de penetrantes ojos
grises, quien exclamó al ver a la joven:

—¿Dónde te habías metido, Etta?

—He estado bailando con este joven —repuso ella.

—¡Hum! —rezongó el veterano—. ¿Has olvidado que esta noche tienes que subir al
trapecio?

—Si me permite, señor —terció Bat antes de que respondiera Etta—, le diré que sólo
hemos bailado un par de bailes y tomado un refresco.

—¡Un abuso, un verdadero abuso! Sepa que Etta no puede beber, ni bailar, ni
emocionarse… ¡Nada!
—No se enfade, señor Bewster —sonrió Etta, zalamera—, Esta noche cuajaré mi mejor
actuación. Lo que hemos hecho con el señor Bat Andrews, que es un rural con permiso, ha
sido un sedante para mí.

—Hum… Un sedante… Tú me la quieres dar con queso, Etta… En cuanto a usted, amigo
— miró a Bat—. ¿Es cierto eso de que es rural?

—En efecto, lo soy. Me llamo Bat Andrews y mañana partiré hacia Austin, donde estoy
destinado.

—¡Los rurales de Texas! Según me han dicho, no dejan títere con cabeza.

—Los títeres acostumbran a ser pistoleros.

—Arriesgada profesión la suya. Hace buena pareja con Etta. Yo soy el dueño de esto. Me
llamo John Bewster. Siendo rural, estoy seguro de que ha cuidado bien de Etta.

—Yo creo que sí.

—Esté tranquilo, jefe —dijo la muchacha—. Esta noche realizaré mi mejor actuación.

—Siempre confío en ti, Etta. Y te deseo la mayor seguridad. Por ello, a veces me
comporto como un cascarrabias. Ahora, vete a cambiarte.

—Está bien, papá —le llamó así, cariñosamente. Y cuando iba a despedirse de Bat, éste se
le anticipó y dijo:

—Yo me quedo para verte una vez más, Etta.

—Gracias. Te dedicaré mi actuación.

—¿Te veré luego?

—Si papá cascarrabias da su permiso… —miró a Bewster de reojo, traviesa.

—¡Vete de una vez, Etta, antes de que me hagas perder la paciencia!

Etta se alejó, riendo.

Bat se despidió de Bewster.

—Bien, mucho gusto en conocerle. Voy e sacar una entrada.

—Pero, ¿qué dice usted? Esta noche es mi invitado. Verá usted el espectáculo mejor que
nadie y conocerá lo que es un circo entre bastidores.
2
___________________________________________
Después del almuerzo, la caravana circense partió en dirección a Austin, su nuevo
destino.

La función había sido un éxito; después, los hombres encargados de desarbolar el circo y
colocar sus piezas en los carromatos, trabajaron sin descanso, toda la noche, bajo la
vigilancia de Bewster.

Ahora, una hora después de la salida, Bat y Etta cabalgaban juntos y charlaban por los
codos.

—Bat, se ve que le has caído simpático a Bewster…

—Ya te dije, me hizo pasar y vi la representación a su lado. Me enseñó todo el interior del
circo y se mostró encantado cuando le dije que podríamos hacer el viaje juntos.

—Gruñe mucho, pero es hombre de buen corazón. A decir verdad, en este circo existe
gran camaradería.

—Pero los hombres deben de andar tras de ti como locos.

—Al principio, sí, pero Bewster les paró los pies. Nadie me molesta ahora; al contrario,
todos me ayudan en lo que pueden.

—Ayer noche expusiste mucho, Etta…

—¡Estaba tan segura de lo que hacía…! Ya sabes que el número iba dedicado a ti.

—Sí; y mientras, yo estaba temblando. Después me miré al espejo para ver si me habían
salido canas.

—No seas exagerado.

—No sé cómo puedes tener tanta serenidad. Creo que voy a pasarlo muy mal de ahora en
adelante.

—¿Por qué?

—Siempre estaré pensando en tus actuaciones diarias.

—¿Y tú cuántas actuaciones vas a tener? No es la primera vez que voy a Austin. Ya sé que
los rurales se juegan la vida a cada minuto. Algo peor que el trapecio. Pero yo tengo la
ventaja de recibir los aplausos del público. Mientras que los rurales… Vencéis muchas
veces, en acciones aisladas. Pero por cada pistolero que matáis, surgen dos. Y siempre
dominan ellos. A eso hay que añadir las bajas que sufrís continuamente.

—Lucharemos sin descanso para no tener desventaja


—Eres muy optimista. Hay quien dice que los rurales es un cuerpo suicida. Quisiera
saber por qué deseas morir joven.

—No deseo tal cosa, la verdad, pero sí cumplir con mi deber.

—¿Y tu familia?

—Estoy solo en el mundo —se entristeció el semblante de Bat—. Es por ello que estoy en
los rurales. Siendo muy pequeño fui con mis padres a Los Cedros Nos establecimos allí.
Recuerdo mi infancia con nostalgia. Éramos una familia feliz. Mi padre era el tipo clásico de
pionero. Trabajaba en un rancho como capataz y gozaba de la máxima confianza por parte
del patrón, hombre generoso que sabía corresponder a los esfuerzos que realizaban sus
hombres. Vivíamos desahogadamente. Hasta que ocurrió la tragedia.

—¿Qué sucedió, Bat?

—Mi padre tenía que ingresar en el Banco cincuenta mil dólares. No llegó a hacerlo. Unos
forajidos le siguieron hasta atacarle por la espalda y descargar sus culatas sobre su cabeza.
Le robaron y huyeron.

—¿Mataron a tu padre?

—No. Cuando volvió en sí, regresó al rancho, deshecho, pálido como un muerto, sin
palabras para poder expresarse…

—Debió ser terrible para él,

—No tuvo necesidad de justificarse, aunque experimentó la impresión más tremenda


aún, al comprobar que su patrón estaba muerto, así como varios vaqueros. Y todo el rancho
estaba saqueado.

—¿Qué hizo entonces?

—Dirigirse al sheriff, con quien le unía una buena amistad. Sólo él podía ayudarle.

—¿Y…?

—Cuando entró en la oficina, halló al sheriff muerto, con la cabeza agujereada de dos
balazos.

—¡Qué horror! —exclamó Etta, impresionada por el relato.

—No todo acabó aquí. Poco después se presentó el heredero del patrón, un hermano, y
desde el primer momento miró con malos ojos a mi padre. Sin acusarle directamente, le dio
a entender que sospechaba de él. Después, el nuevo sheriff se hizo muy amigo del heredero.
Por el momento, mi padre quedó sin trabajo y sin esperanzas de hallarlo, pues si de alguien
había salido una calumnia ésta se multiplicó por cien.
—Cuánto debió sufrir tu padre…

—Tanto, que nadie llegó a tiempo de perjudicarle, enfermó y comenzó a morirse


lentamente… Cuando lo enterraron, llegaron a casa el heredero y el sheriff barbotando
excusas, aturdidos, porque se habían enterado de que el culpable de las muertes y los robos
era el tristemente célebre bandido Jack Coxer, un hombre que había causado pavor en todo
el estado, cuyas fotografías figuraban en todos los tableros de las oficinas de sheriff y que
de la noche a la mañana había desaparecido sin dejar rastro.

—Pero tu padre ya estaba muerto…

—Sí… No sé si sentí más dolor que rabia. Mi vida sencilla y agradable había terminado…
Dejé la escuela y conseguí trabajo. Pero mi madre, aunque se esforzaba, no podía dominar
su dolor. También ella se moría lentamente. Fue como un presentimiento… No, más bien
seguridad, una terrible seguridad, porque yo había vivido la lenta agonía de mi padre…

—Y te quedaste huérfano…

—Sí, y amargado. Yo había sido un muchacho muy alegre. Me pareció que el mundo se
derrumbaba sobre mí. Cuando reaccioné, decidí inscribirme en los rurales. Quizá jamás
hallara a Jack Coxer, pero en cada forajido que abatiera hallaría una venganza y un motivo
de justicia… —Bat se quedó callado un momento—. Pero te estoy contando cosas muy
tristes.

—No importa, Bat. Estás desahogando tu corazón y si lo haces es porque me consideras


una buena amiga.

—Eso debe de ser, Etta, porque te aprecio aunque sólo hace horas que te conozco.

—A mí me sucede lo mismo, Bat. Y te he escuchado con atención porque yo también


participo de tu tragedia. Soy huérfana también. Mi madre murió al darme a luz…

—¿Y tu padre?

—Era trapecista, como yo. Siempre hemos trabajado en el circo. —La voz de Etta se
quebró—. Papá hacía mi número… y cayó.

—Les dos tenemos tristes recuerdos.

—Papá estaba muy triste desde la muerte de mi madre. La quería mucho y estoy segura
de que en aquel momento la hubiese seguido a la tumba. Pero estaba yo. Y eso le hizo
luchar. Pero comenzó a beber. Era fuerte y muy resistente, pero pasó el tiempo, un tiempo
que no le perdonó… Bewster me recogió y yo he seguido haciendo exactamente lo que mi
padre y no tengo miedo, aunque siempre pienso en él cuando estoy allá arriba.

—Nuestras historias no son muy alegres, Etta. A veces me da por cantar y bailar, no para
olvidar. Mi deseo es la superación de un estado de ánimo que acabaría por hundirme. Y
tampoco tengo miedo cuando me hallo ante un forajido, como tú cuando estás en el
trapecio. Hemos de seguir nuestro destino, ¿no crees?

—Sí.

—¿Qué tal es Bewster?

—A veces quiere hacer de padre y se preocupa excesivamente por mí. Lleva el circo en
las venas.

—¿Estaréis muchos días en Austin?

—Ya te dije que bastantes.

—Siempre serán pocos para mí. Creo que no me acostumbraré sin tu compañía.

—Supongo que no vas a venir a verme dos veces al día. Acabarías poniéndome nerviosa.

—Si pudiera, lo haría. No obstante, espero hacerlo lo más frecuentemente posible.

—Eras un tozudo. Ya me di cuenta cuando viniste a felicitarme, a invitarme a beber y a


bailar… Tuve la sensación de que si me negaba acabaría pasándolo mal.

—Oye, que no soy un tigre.

Y les dos se echaron a reír, quizá para ahuyentar las penas que antes habían expresado.

***
Llegaron a Austin a media mañana.

Los del circo tendrían que clavar los altos mástiles levantar la lona de nuevo.

Bat debía dirigirse al cuartel y presentarse a su capitán.

—Bien, señor Bewster, celebro haber hecho el viaje con ustedes. Fue usted muy amable
al admitirme en su caravana; además, he recibido muchas atenciones y me han dado de
comer y de beber como si yo fuera un miembro de su…

—Un momento, jovencito. ¿Ha dicho que ha hecho el viaje con nosotros? ¡No me diga! ¡Si
no se ha movido del lado de Etta! Creo que si llega a atacarnos una banda de forajidos usted
no se habría dado ni cuenta. Y seguramente, Etta tampoco.

—Los dos somos un par de charlatanes y Etta es muy simpática.

—Se nota.
—Bien, tengo que marcharme. Si necesita algo del mí, estaré en el cuartel. Siempre que
pueda, vendré a verles.

—¿Por qué habla usted en plural, rural?

—No sabía qué hacía usted versos.

—¿Versos, yo?

—Plural rima con rural.

—Y con otras cosas, joven. Mire, vengan cuando quiera, pero mucho cuidado con poner
nerviosa a la niña ¿Está claro?

—Clarísimo.

—No tan claro…

—¿A qué se refiere?

—Mire, yo ya tengo mis años… Y me parece que usted y la niña… Hombre, no es que
usted me desagrade, pero he vivido ya muchas tragedias…

—Oiga, no llame usted al mal tiempo.

—Dios sabe que no quiero hacerlo. Pero me preocupa usted y me preocupa Etta. Conozco
a la niña.

—Creí que era usted un hombre duro y tranquilo,

—Y así es. Pero en toda regla hay excepción. ¿Sabe que le he dicho muchas veces a Etta
que deje el trapecio? Pero ella no me hace caso. En cuanto a usted… Admiro a los rurales y
sé que sin ellos todo andaría peor. Pero sé también lo que es Austin… Parece que todo el
mundo esté loco y la bandera de la violencia ondea sobre todas las demás. Y supongo que
sabe que a los rurales los llaman héroes muertos.

—Si me sigue usted dando esos ánimos… —se echó a reír Bat.

—Usted no necesita ánimos, ya los tiene; por eso le hablo claramente. Y también quiero
decirle que vaya con cuidado.

—Gracias por su interés, señor Bewster.

—Es que yo conozco a la niña, muchacho… —repitió el dueño del circo.

—No se preocupe demasiado. Todo irá bien. Ahora quisiera ver a Etta.

—Voy a avisarla.
Poco después se hallaban juntos Etta y Bat. Los dos solos. Pero tenían de marco, al fondo,
la incesante actividad del circo, los duros martillazos, el volar de los cordajes, la lona
hinchándose como una gran vela.

—Mucha suerte, Bat.

—Lo mismo digo, Etta.

—Ven mañana.

—Haré lo posible… Oye, ¿puedo darte un beso?

—¡Qué atrevido eres!

—En la mejilla.

—Bueno…

Los labios de Bat rozaron la piel aterciopelada. Etta se estremeció porque aquello era
más emocionante que hallarse en lo alto, haciendo equilibrios.

***
El cuartel de rurales, en Austin, era un edificio bastante importante, si bien destartalado.

A medida que Bat se acercaba a él, sentía latir su corazón. Había descubierto algo dentro
de sí que nunca rabia experimentado. El amor con letras mayúsculas, jamás se había
preocupado muchos días seguidos por una mujer; cierto que las que él había conocido eran
chicas frívolas de saloon, que parecían tener cien corazones.

Cuando vivía en Los Cedros, en su incipiente adolescencia, había conocido a muchas


chicas y se había enamorado de todas, como suele ocurrirle a la mayoría de los muchachos.
Ahora eran respetables madres de familia, matronas de abundantes carnes preocupadas
por sus hijos. Había tenido ocasión de comprobarlo en el último permiso.

Con Etta todo había sucedido tan rápidamente, que se hacía un lío cuando pensaba en
ello; pero lo cierto era que le gustaba y la quería, veía en ella las mejores cualidades.

A partir de entonces, ni ella ni él vivirían tranquilos. Él, pensando en el peligroso


trapecio; ella, en feroces pistoleros agazapados en las esquinas.

Hemos dicho que el corazón de Bat latía, pero en aquel momento, divisando ya el cuartel,
no era únicamente por Etta. Estaba satisfecho del permiso que acababa de concluir, más se
alegraba de volver junto a sus valientes camaradas, servir a la ley, vivir la peligrosa vida de
cada día.
Había ingresado en los rurales con pleno convencí miento, con ardor, pero también con
frío razonamiento. Bat no era hombre de arrebatos y decisiones precipitadas, sino que
combinaba sus impulsos con la razón. Una vez tomada una decisión, bien sopesada antes,
era difícil apartarle de su camino.

No volvía al cuartel por obligación, sino por tu deber impuesto, y deseaba abrazar a sus
compañeros especialmente a Wooding y Cash, los mismos que le habían ayudado en el
último y arriesgado servicio.

En el portal había un hombre de vigilancia, que no tardó en ver a Bat. Su rostro se alegró
y salió a recibirle. Los rurales observaban una rígida disciplina en cuanto a actuación,
disciplina que ellos mismos se imponían, pero en los demás servicios no gustaban de la
ceremonia.

—¡Bat! —exclamó el centinela, abrazándole.

—Hola, Burt. ¿Qué tal estáis todos?

—Bien, por ahora… ¿Y a ti, qué tal el permiso?

—Formidable. Ahora, voy a ver al capitán. ¿Dónde están los demás?

—En el patio, haciendo ejercicio.

—Hasta luego, Burt.

Bat entró. Para ir al despacho del capitán Harding tenía que cruzar el patio.

No tardó en ver a los bulliciosos rurales entrenándose. Algunos luchaban entre sí, otros
disparaban sobre difíciles dianas. Aquellos hombres que estaban preparados para luchar
contra los más peligrosos enemigos, intentaban superarse día a día.

—¡Pero si es Bat Andrews! —sonó un vozarrón.

—¡Muchachos! —levantó Bat el brazo derecho, agitando la mano en señal de saludo.

El vozarrón pertenecía a Cash, que fue el primero en correr hacia Bat, con los brazos
abiertos, seguido de Wooding y los demás.

Bat quedó materialmente prensado.

Después, los rurales se separaron ligeramente, lo cogieron y lo tiraron por los aires,
recogiéndolo antes de que llegara al suelo. Eso se repitió varias veces.

—¡No me queráis tanto! —exclamaba Bat.

La cariñosa broma terminó entre risas y un grito estridente.


—¿Qué diablos pasa aquí?

Todos los rurales se quedaron quietos, silenciosos. Era el capitán.

Habló Bat:

—Capitán, los muchachos me han recibido calurosamente. Ahora me disponía a


presentarme a usted.

—Está bien, venga usted.

El tono del capitán era severo por necesidad. Ciertamente, el capitán estaba encantado
de la forma de ser de sus hombres y por nada del mundo hubiese deseado que cambiasen.

Bat anduvo la distancia que le separaba de la oficina del capitán, que le esperaba en la
puerta.

—Bien venido, muchacho. Pase.

Entró el capitán, seguido de Bat.

—¿Cómo está usted, capitán Harding?

—Bastante bien. Puede tomar asiento. ¿Lo ha pasado bien?

—Sí. Muchos recuerdos, pero ya puedo soportarlos. El servicio ha hecho mucho por mí.

—Y usted por el servicio.

—¿Cómo están los ánimos en la ciudad?

—Bastante pacificados, dentro de lo que cabe. Aun-que siempre hay un pero. Es natural
en una ciudad como ésta.

—¿De qué se trata?

—De nada urgente, digo yo. Pero ya sabe que cuando yo husmeo… De todos modos, usted
debe descansar y quiero que mañana se halle en plenas condiciones. Ya le contaré cuáles
son mis sospechas.

—Capitán, le agradecería que lo hiciera ahora. He tenido un buen viaje y me encuentro


estupendamente bien.

—Como quiera, Bat. Comenzaré. Supongo que usted ha pasado muy buenos ratos en el
saloon La Esmeralda.

—Así es.
—Pues el local ya ha cambiado de dueño.

—¡No puede ser!

—Es. Yo también me llevé una sorpresa.

—Shaw, el dueño, me dijo un día que no sabría vivir fuera de La Esmeralda. Se pasaba allí
la vida.

—Así era, pero la oferta que recibió fue astronómica, digo yo. Y ya sabe lo que es el
dinero.

—¿Quién ha sido el comprador?

—No lo conoce. Se trata de un hombre que ha llegado a Austin durante su ausencia. Da la


impresión de ser inmensamente rico. Viste con ostentosa elegancia, luce brillantes en la
corbata, en los dedos, y le cruza el chaleco una gruesa cadena de oro. Hace resaltar su
aspecto que ya de por sí es imponente: alta estatura, conserva su silueta, aunque ya debe
pasar de los treinta y cinco, y cuida muy bien sus cabellos y su barba negra. Se llama
Amadeus Tuner… Y yo sospecho de él…

—¿En qué sentido?

—No ha venido solo. Lo acompaña una mujer bellísima. Pero no es por eso. Amadeus
Tuner vino con un séquito de pistoleros. Yo diría que es un ambicioso insaciable, sin
escrúpulos. Vino a verme, estuvimos hablando, y estoy seguro de que él pensaba que yo era
fácil de sobornar. Indudablemente, se llevó un chasco, aunque no lo dejó traslucir y
mantuvo sus modales excesivamente refinados, que a mí no me convencen.

—Nosotros lo mantendremos a raya, si intenta algo ilegal.

—Lo sé, para eso estamos aquí. Seguramente ha ve-ido a ganar dinero y más dinero. Pero
yo no olvido a aquellos que sueñan con destruimos, para poder campear a sus anchas.

—Tenemos varias experiencias de ello.

—Sí, lo malo es que no vienen voluntarios para reemplazar a los hombres que nos matan.
Estoy preocupado. Durante las últimas luchas nos quedamos sin mandos. Tendré que
firmar algunos ascensos, entre Míos el de usted.

—¿Por qué ascensos, capitán? Ya sabe que nos desenvolvemos mejor sin galones. Todos
estamos bien avenidos y nadie retrocede un paso cuando hay que jugarle el tipo.

—Eso es cierto.

—Y seguiremos jugándonos el tipo con o sin galones.


—Todos sois unos bravos. Y sólo Dios sabe mi sufrimiento cuando cae uno de mis
muchachos…
3
___________________________________________
Era ya de noche.

—¿Adónde vas, Bat? —le preguntó Cash, que con su compañero Wooding se hallaba de
servicio.

—A dar una vuelta por ahí.

—Es una pena que no podamos acompañarte —dijo Wooding—. Pero el próximo día que
estemos libres los teres, nos correremos la gran juerga, ¿de acuerdo, muchachos?

—De acuerdo.

Wooding era alto y delgado, la ropa le caía como si la hubieran colgado de un clavo. Era
pecoso y tenía el pelo color panocha. Parecía débil, pero había túmbalo ya a muchos
hombres de un puñetazo. Y disparaba con la eficacia de los rurales.

Cash era todo lo contrario en cuanto a físico: bajo, regordete, charlatán. Siempre estaban
discutiendo. Pero eran tan buenos amigos que, junto a Bat, los llamaban los inseparables.

Bat salió del cuartel. Pensaba en dos cosas; mejor dicho, en dos personas.

En aquel momento dominaba más su atención el recuerdo de Etta. Estaba deseando


verla. Y esperaba hacerlo aquella noche.

Pero no había olvidado a un hombre: Amadeus Tuner.

El capitán Harding era un sabueso formidable. Conocía a hombres y mujeres. De una


simple conversación él siempre sacaba consecuencias. Sabía de pie cojeaba cada cual. Y
apenas se equivocaba.

Bat creyó conveniente visitar el Esmeralda. Sabía que el capitán confiaba en él de una
manera preferente. De haber querido ser oficial, ya Bat estarla luciendo el distintivo. Pero
Bat prefería llamar la atención lo menos posible.

No resultaba demasiado fácil. Sus proezas en Austin eran del dominio público.

Era idolatrado por la población de Austin y odiado por los pistoleros. Ya hubiera muerto
de no ser por su extraordinaria puntería. Sus enemigos le tenían miedo y sólo confiaban en
una traicionera emboscada para acabar con él.

Bat entró en el Esmeralda. Le resultarla extraño no ver a Shaw, con su vivacidad


acostumbrada, andar de un lado a otro para percatarse de que los clientes se hallaban a
gusto. Todo resultaba muy extraño. Pero si Shaw no era ambicioso… Algunas veces le había
dicho a Bat que no le importarla seguir en su local, aunque sólo ganara para los gastos.

El personal del mostrador era el mismo.


—Hola, muchacho —saludó a un mozo.

—Celebro que haya vuelto.

—Gracias. Un whisky. Cambió de dueño, ¿eh?

—Si… —dijo tristemente el mozo—. El señor Shaw no pudo resistir la tentación del
dinero.

—¿Qué tal el nuevo amo?

—Por ahora, nos trata bien…

Momentos después, Bat saboreaba un escocés auténtico, mientras contemplaba la vida


que bullía a su alrededor: vaqueros, ganaderos, tahúres, forasteros con ganas de divertirse
y aventureros de difícil clasificación Y mujeres, hermosas mujeres…

Bat era de esa clase de hombres que miran a las mujeres minuciosamente. No tenía
preferencias por el color del pelo, de los ojos, o las medidas de los senos o la cintura. Le
gustaban todas. Ahora, sólo pensaba en una, en Etta, que algo más tarde desafiaría el
vértigo haciendo diabluras sobre su trapecio.

Pensaba en ella, pero seguía mirando a todas. Las mujeres hermosas son un regalo para
los ojos del varón, sea cual sea su estado.

Mientras se hacía estas reflexiones, sonó la música y apareció sobre el tablado una mujer
imponente. Más bien alta, morena, de larga cabellera negra. Los ojos también negros.
Llevaba un escote muy pronunciado. Su piel era ambarina. Parecía mejicana. Un sucinto
vestido blanco modelaba su escultural figura.

El público, complacido, aplaudió a rabiar. No era la primera noche que actuaba. La artista
sonrió, mostrando sus blancos dientes.

Cuando se hizo el silencio, se puso a bailar, al compás de una música sensual, como
sensuales eran los movimientos de aquella mujer arrebatadora, que conocía todos los
secretos de la exhibición.

Los hombres estaban enardecidos. Quien pudiera, volvería al Esmeralda.

Más aplausos. Algunos aullidos. Los que habían empezado a beber temprano querían
subir al escenario para demostrarle a la artista que hay muchas maneras de aplaudir. Pero
no consiguieron su objetivo, ya que los pistoleros entraron en acción, sin andarse con
chiquitas. Los ilusionados e impetuosos juerguistas, al sentir el cañón de revólver sobre sus
espaldas, se pusieron las manos en los bolsillos.

La artista estaba acostumbrada a tales tumultos y se dirigió, sonriendo siempre, al


mostrador.
Precisamente al lado de Bat.

—Un whisky doble —pidió. Al volver la cabeza, vio a Bat.

En seguida le gustó el muchacho. Lástima que ya estaba liada con Amadeus Tuner, que la
hacía pasar por su esposa. De lo contrario… Aunque, de todos modos, no tenía por qué no
hablarle.

—Hola, rural.

Bat la miró. Ya se habla dado cuenta de su hermosura cuando estaba en el escenario,


pero ahora llegaba hasta él su perfume embriagador.

—Hola.

—¿Le ha gustado?

—Mucho.

El mozo le sirvió el doble a la artista, que tomó un largo sorbo.

—No le había visto ninguna noche por aquí, rural.

—He estado fuera unos días.

—Está usted muy serio.

Bat sólo estaba serio por fuera. ¿A qué hombre no se le alegrarían las pajaritas ante una
mujer como aquélla? Todos los hombres que se hallaban en el local hubiesen dado un dedo,
y hasta dos, por hallarse en su lugar. Y Bat se sentía halagado. En otro tiempo…

Ese otro tiempo eran horas antes; ahora, todos sus pensamientos eran para Etta Song.

—Quizá estoy algo cansado.

—¿Cansado? No creo. Da usted la impresión de ser un muchacho muy fuerte, con


músculos de acero. Precisamente por ello me ha llamado usted la atención.

—Usted también me la ha llamado a mí en el escenario. No se puede ser más guapa. Me


refiero a todo.

—Ha sonreído usted… Eso me gusta. Me encuentro muy aburrida, ¿sabe? Mi esposo…

—¡Diantre! Pero, ¿es usted casada?

—Sí… ¿Le disgusta? —terminó la artista su whisky.

—¿Y a usted?
—No… Pero mi marido está demasiado seguro de mí, y esta noche estoy enfadada.

—¿Por qué?

—Imagínese, esta noche se ha ido al circo. ¿Usted cree que hay derecho?

—Comprenda que yo no puedo opinar sobre este asunto.

—A todo esto no le he dicho cómo me llamo. Mi nombre es Liza y estoy casada con el
dueño de este saloon, Amadeus Tuner. ¿Y usted, cómo se llama usted?

—Bat Andrews.

—Bat… Me gusta. ¿Dejaría usted a una esposa como yo para marcharse al circo?

Bat podía haberle contestado que estaba deseando marcharse al circo y más ahora que
sabía que Amadeus Tuner, a quien quería echarle un vistazo, estaba allí. Además, Etta no
tardarla ya en actuar.

—Yo creo que no —repuso.

—Pues por eso estoy enfadada y he buscado conversación con usted. Me aterra la
soledad. Y yo conozco a Amadeus. Anda loco con eso de los espectáculos y va a comparecer
a las tantas… Dentro de un momento subiré a mi habitación y a chincharme. Faltan dos
horas para que vuelva a actuar. Usted también parece un solitario.

—Es posible que lo sea.

—¿Por qué no me hace un rato de compañía? Suba conmigo, le enseñaré la casa… Y


descorcharemos una botella de champaña.

—Señora Liza…

—No me llame señora, por favor. Para usted quiero ser solamente Liza.

—Está bien, Liza —Bat llamó al camarero y pagó su consumición y la de la artista.

—Esta, en aquel momento, ni se acordaba de Amadeus Turner.

—¿Viene conmigo?

—No.

—Pero…

—No se lo tome a mal, Liza, pero debo marcharme. Estoy de servicio.

—¡Qué extraño es usted!


Liza sonrió, pero estaba ardiendo por dentro. De buena gana hubiese abofeteado a Bat. Y
pensar que los hombres, babeantes, le suplicaban y ella los despreciaba… ¡Maldito rural!
Aquello no se lo perdonaría nunca.

—¿Extraño yo? Tengo que marcharme, eso es todo.

—Como quiera, pero jamás se le presentará otra oportunidad de hacerme compañía.


Adiós. No tenía necesidad de haberme pagado el doble whisky.

Liza dio media vuelta y se alejó, pero no hacia su habitación, sino en busca del pistolero
Sawhart.

Este era un tipo adicto a Amadeus Tuner desde hacía mucho tiempo y quien lo conocía, si
no era muy valiente, sentía temor sólo de oírlo nombrar. Tenía un dilatado historial que se
resumía en innumerables muescas que adornaban las culatas de sus revólveres.

—Oye, Sawhart…

—¿Qué quieres, Liza?

—Hay un tipo aquí que no me gusta. Se llama Bat Andrews. Me inspiró sospechas y hablé
con él. Estoy segura de que no ha venido aquí a divertirse. Creo que sería conveniente que
lo escarmentases.

—Lo haré —dijo el pistolero, con suficiencia, los labios curvados en una mueca siniestra.

—De todos modos, cuidado.

—¿Cuidado? ¿Por qué?

—Es un rural.

—¡Pestes! ¿Un rural has dicho? —rezongó Sawhart.

—Supongo que no les tienes miedo a los rurales…

—¿Miedo yo? —frunció el ceño Sawhart.

—No te ofendas y apresúrate, pues parece que Bat Andrews quiere marcharse. Fíjate en
él —le señaló.

—Voy.

—Mátalo, Sawhart.

El encargo no satisfacía al pistolero. Pero era necesario estar a bien con Liza. El jefe
mandaba, desde luego, pero algunas veces se dejaba dominar por ella.
Sawhart no tuvo tiempo de alcanzar a Bat y provocarle, pues éste había salido a la calle,
deseoso de ver a Etta.

En aquellas horas la ciudad estaba muy animada y Sawhart nada podía hacer por
complacer a la perversa Liza, pero decidió seguir a Bat.
4
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En el circo no cabía un alfiler. Todos los números habían sido aplaudidos, pero los
espectadores estaban impacientes por ver a Etta Song. Algunos ya la hablan visto actuar,
pero hacía mucho tiempo. Etta dejaba siempre por donde pasaba el recuerdo de su arte y
su belleza.

Su cuerpo era firme y elástico. Se encaramaba por la cuerda hacia el trapecio con una
agilidad felina. Y al llegar a la plataforma, saludaba.

Aquella noche de su presentación fue recibida con una estruendosa salva de aplausos.

Amadeus Tuner estaba entre el público, acomodado en un sillón preferente. Al ver


aparecer a Etta sus ojos fulguraron. Era celoso y no le gustaba ver a Liza de palique con
otros, pero él aprovechaba todas las ocasiones. Muchas ocasiones porque llevaba siempre
en el bolsillo del pecho —el lado del corazón— una abultada cartera. Abultada de billetes
del Banco Federal.

Le habían hablado mucho de Etta y quería verla. Pero no pensaba en sus arriesgados
ejercicios, sino en sus espléndidas piernas. Además, estaba allí por otro asunto.

Amadeus Tuner era de esa clase de hombres a quienes la palabra honradez asusta.
Dedicado siempre a una vida delictiva, había conseguido reunir mucho dinero. Pero nunca
tenía bastante y estaba ebrio de poder; no obstante, se habían terminado para él las
cabalgadas, los asaltos a mano armada, las luchas a muerte en plena calle. Ahora mandaba
enteramente y se había rodeado de un plantel de rápidos pistoleros que obedecían la
menor de sus órdenes.

Odiaba a los rurales y deseaba su exterminio, pero ya no podía, como en otro tiempo,
enfrentarse con ellos cara a cara; ahora su táctica había cambiado, y como era hombre de
algún talento, logró cambiar su personalidad por completo, convirtiéndose en un hombre
educado y bien vestido. Con su bien cuidada barba y nueva indumentaria y maneras, nadie
reconocerla en él al conocido y reclamado forajido Coxer, tristemente famoso por su
historia sanguinaria.

Ahora, debía camuflar sus verdaderas intenciones, y esperaba conseguirlo


presentándose como un magnate del espectáculo. Había comprado el Esmeralda. Poco a
poco, todos los locales de Austin serian suyos.

Si hubiera sido solamente un hombre de negocios, el dinero habría ido a sus bolsillos
igualmente, pero la vida de Amadeus Tuner había transcurrido siempre bajo un signo
perverso y tortuoso. Lo llevaba en la sangre.

Estaba pensando en el lleno que registraba el circo, en las ganancias del dueño, en el
negocio probable que sería mantenerlo en Austin, cuando apareció Etta Song.

No le dio tanta importancia a lo que Etta realizó como a su belleza. Y su pensamiento se


concretó: «Me interesa esa mujer y también el circo. Creo que con dinero podré arreglarlo».
Estaba seguro de poder conseguirlo todo.

Contemplaba las evoluciones de la bella trapecista al mismo tiempo que Bat Andrews,
llegado en el momento oportuno.

Bat estaba satisfecho de haber vencido la tentación que representaba Liza, de turbadora
belleza. Sus insinuaciones habían sido claras. Pero no sólo había frenado a Bat el recuerdo
de Etta, sino la convicción de que aquella mujer tenía artes diabólicos. Por otra parte,
deseaba esclarecer la vida y milagros de Amadeus Tuner y no sería metiéndose en un lío
como lo conseguiría.

Lo que menos podía suponer Bat era que Amadeus Tuner era, en realidad, el siniestro
Coxer, el hombre culpable de la ruina y muerte de sus padres, de su orfandad.

Años antes había visto su fotografía pegada sobre el tablero de una oficina de sheriff y su
imagen se había quedado grabada en su mente.

Pero ahora le sería imposible reconocer al forajido, de facciones más abultadas, no tan
atezadas, con barbas y distinto peinado.

Bat, tan pronto Etta terminó su actuación, fue a buscarla.

La misma intención había tenido Amadeus Tuner, pero no llegó a tiempo. Se fijó en la
pareja, sonrientes ambos.

Tampoco los perdía de vista el pistolero Sawhart, que se sentía ridículo. ¿Qué podía
hacer él? Había salido para complacer a la dueña, pero lo que ella quería no era posible en
aquel momento.

Bat acompañó a Etta hasta su camerino.

—Has estado formidable, Etta. Como siempre.

—Y eso, a pesar de que no te había visto.

—Llegué tarde. Ya estabas arriba.

—¿Qué tal ha sido tu presentación?

—Bien. Además, he pensado mucho en ti.

—¿De veras?

—¿Y tú, te has acordado de mí?

—Como tengo por norma decir la verdad, te diré que sí.

—Etta…
—¿Qué?

—En otras condiciones, te haría la corte, ya sabes. Paseos, invitaciones, frases


halagadoras y, al final, una declaración de amor en toda regla. Lo normal. Pero nosotros no
podemos perder tiempo. Te quiero, Etta. ¿Quieres ser mi novia?

La muchacha compartía los sentimientos de Bat, pero no suponía que él lo expresase tan
rápidamente. De acuerdo con los deseos de su corazón apasionado, era incapaz de una
negativa. Muchos hombres la habían perseguido y ella jamás les había hecho caso.

Pero su alma de mujer se hallaba trastornada ante la presencia de Bat.

—Yo también te quiero…

—¡Etta…! —la besó y abrazó el joven impetuosamente.

Ella, vencida, correspondió a sus caricias.

Entretanto, Amadeus Tuner, a falta de lo mejor y envidiando al joven desconocido, optó


por hablar con el dueño del circo.

Habló con un empleado, después de haberle dado dos dólares.

—¿Cómo se llama el amo?

—Bewster.

—Quisiera hablar con él.

—¿Quién le diré que desea verle?

—El señor Amadeus Tuner, dueño del saloon La Esmeralda. Estoy interesado en
espectáculos.

—Voy a avisarle.

Poco después, Bewster recibía a Amadeus Tuner.

—Pase, siéntese. ¿Qué desea?

—En primer lugar, felicitarle. Su espectáculo es sencillamente magnífico.

—Gracias, señor Tuner.

—Todas las atracciones son formidables, principalmente la realizada por la trapecista


Etta Song.

—Es maravillosa —dijo Bewster, con legítimo orgullo.


—Yo soy el dueño del saloon La Esmeralda.

—Me lo ha dicho el muchacho que me pasó su recado.

—Quiero convertirme en un importante empresario. He pagado una fuerte cantidad por


conseguir La Esmeralda. Este circo me gusta, creo que se podría sacar de él un gran partido
manteniéndolo aquí, en Austin, donde nunca faltaría público. ¿Le podría interesar una
oferta mía, señor Bewster?

—Hombre… Pues, la verdad, jamás he pensado en dejar mi puesto.

—Estoy seguro de ofrecerle una cantidad tentadora.

—Ni aun así, señor Tuner.

—¿No quiere saber, siquiera, en lo que yo valoro este circo?

—¿Para qué? Le he dicho que no vendo a ningún precio.

—¿A ningún precio? ¿No son nada para usted cincuenta mil dólares?

¡Cincuenta mil dólares! Veinticinco mil le hubiesen parecido suficientes a Bewster, en


caso de pensar vender.

—¿Cincuenta mil?

—Contantes y sonantes.

—¿No se ha equivocado?

—No. Parece que le ha impresionado.

—Es una buena suma.

—Creo que volverá a considerar mi oferta, señor Bewster. Tengo la seguridad de que ha
de interesarle.

Bewster se rascó la nariz. Lo hacía en los momentos culminantes de su vida. ¡Cincuenta


mil dólares! Era un gran negocio… Dudaba.

Amadeus Tuner le contemplaba, expectante.

Bewster dijo al fin, después de larga pausa:

—Le considero a usted interesado y generoso, señor Tuner, pero no quiero


desprenderme de mi circo.

—¿Está usted seguro de lo que dice?


—Por completo.

—En ese caso, si es tan amable de tener en cuenta mi consejo, le recomiendo que tenga
en cuenta mi proposición. Si cambia de opinión, me hallará en La Esmeralda. Yo creo que
cambiará de opinión…

—No lo crea. A cualquier hombre le impresiona pensar que puede meterse en el bolsillo
cincuenta mil dólares, así, de repente. Pero yo quiero seguir siendo el dueño de mi circo.

Bewster había hablado con firmeza.

Amadeus Tunar se dio cuenta cíe que no le sería fácil apoderarse del circo.

—Buenas noches, señor Bewster. Si cambia de criterio, ya sabe dónde puede


encontrarme.

—No digo que no vaya alguna vez al Esmeralda, pero tenga la seguridad de que jamás le
venderá mi circo

Salía Amadeus Tuner cuando entraban Bat y Etta. El dueño del Esmeralda, que ya los
había visto antes se fijó nuevamente en ambos. La belleza de Etta y el distintivo de rural,
que lucía Bat, serían sus obsesiones. Ambos jóvenes aparecían radiantes.

Amadeus Tuner saludó y fue correspondido. Después, salió a la calle. Se sentía


contrariado y admirado a un tiempo. Hubiese deseado recibir la conformidad de Bewster.
Jamás había conocido a un hombre como él, que tan poca importancia le diese al dinero.

De haberse quedado solo, Bewster se hubiera puesto a pensar por qué motivo le era
ofrecida una cantidad tan importante por el circo. Poseerlo y formarlo le había costado
muchos esfuerzos y sinsabores; ahora ya disfrutaba de una aceptable posición económica,
pero reconocía que cincuenta mil dólares es mucho dinero. De vender, hubiera realizado un
espléndido negocio.

Pero cuando Bewster vio a Etta y Bat, tan alegres, se olvidó momentáneamente de
Amadeus Tuner.

Y les dijo:

—¡Vaya! ¿Quién dice que no existe la felicidad? Estáis resplandecientes.

—Claro que existe la felicidad, papá.

—Para muestra, un botón —se señaló Bat.

—¿Qué os ha sucedido?

—Algo maravilloso… —suspiró Etta.


—Señor Bewster —dijo Bat—, sosténgase bien sobre los pies, no vaya a caerse cuando
oiga lo que voy a decirle a continuación.

—Parecéis dos divertidos conspiradores… Esto es un complot — malició Bewster—.


Bien, Bat, suelte esa broma.

—Es cosa muy seria, y pronto se hará cargo. Se trata, ni más ni menos, de… Bien, Etta le
considera a usted como a un padre y en casos parecidos es al padre… Si considero a Etta
como hija de usted, yo…

—Pero, Bat, ¿quiere hacerme el favor de resolverme ese jeroglífico?

—Pues allá va, señor Bewster… ¡Etta y yo queremos casamos!

—¡Atiza!

—Ya le he dicho que se sostuviera bien, señor Bewster.

—Pues, la verdad, he estado a punto de caerme de espaldas. ¡Así, de sopetón…!

—Nos queremos, papá Bewster… —sonrió Etta.

—Os queréis…, os queréis… ¡Qué fuerte os ha dado! Estas cosas del amor y del
matrimonio hay que pensarlas despacio.

—En nuestro caso creo que hay que ir aprisa —opinó Bat—. Y estamos esperando que
usted se ponga tan alegre como nosotros con la noticia.

—Ha sido inesperado, aunque observaba la afición que os demostrabais mutuamente.


Bien, estoy contento y no veo con malos ojos que queráis formar pareja. Tú, Bat, me pareces
un gran muchacho y tengo depositada en Etta toda mi confianza.

Etta se acercó a Bewster y le besó en ambas mejillas.

Después, Bewster le estrechó fuertemente la mano a Bat.

—Creo que esto hay que celebrarlo con una cena ligera y una botella de vino añejo que
guardaba para cualquier solemnidad. Y éste es un momento excepcional.

—Es una gran idea. Debemos afinar nuestras emociones con brindis variados.

—Variados con moderación, Bat, no vayas a ver después a los pistoleros dobles.

Siguieron haciendo comentarios por el camino del humor. Realmente, Bewster estaba
satisfecho. Por fin podría conseguir que Etta dejara el trapecio. No había podido olvidar la
caída del padre. Etta tenía un valor y una serenidad extraordinarios, pero nadie está libre
de un fallo. Y entonces…
Como ya era hora avanzada y tal como había aconsejado Bewster, la gentil Etta sirvió una
comida a base de asado, bollos y fruta. Pero la botella fue descendiendo en cuanto a su
contenido.

Sus corazones estaban henchidos de alegría, el vino acabó de redondear ésta. Se


encontraban eufóricos, como si vivieran en un mundo donde no tuviera cabida el mal, la
ambición, la injusticia y otros lastres humanos.

Bewster, en aquel momento, no se acordaba ni siquiera de la visita que había recibido de


Amadeus Tuner.

Pero Bat, que incluso en sus mejores momentos siempre reservaba en su pensamiento
una zona donde cupieran los problemas y las dudas, todo aquello que, precisamente,
pudiera hacer imposibles los períodos alegres, se acordaba del hombre con quien se habían
cruzado y que por su físico tan bien coincidía con la descripción que el capitán le había
hecho de Amadeus Tuner.

Y cuando ya la placentera velada concluía, le preguntó a Bewster:

—Cuando nosotros llegábamos, salía un hombre. ¿Le conoce usted?

Bewster acababa de vaciar su copa.

—Ah, sí… Una visita inesperada y digna de comentario. Pero llegasteis vosotros, la
sorpresa… ¿Conoces tú a ese tipo? Yo era la primera vez que lo veía.

—Coincide con unas señas que me ha dado mi capitán, por eso me he interesado por él.
¿Sabe usted cómo se llama?

—Amadeus Tuner.

—¡Es el mismo!

—Es el dueño del Esmeralda. Parece que su especialidad son los espectáculos. ¡Pues no
quería comprarme el circo! Vana pretensión… Me negué, pese a que me ofrecía cincuenta
mil dólares.

—¿Cincuenta mil dólares? No son grano de anís… —dijo Bat—. Parece que el hombre
tiene muchísimo dinero. Según dicen, ya le pagó una cantidad importante a Shaw, el dueño
del Esmeralda. Me parece que tiene razón el capitán Harding. El proceder de Amadeus
Tuner me parece muy extraño.

—¿Crees que es un farsante, Bat?

—Está casado con una artista, llamada Liza, que actúa en el Esmeralda. Pero eso no
tendría mayor importancia si no se hiciera guardar las espaldas por un número de
pistoleros que desconozco, pero que el capitán dice que con ellos se podría formar una
peligrosa banda.

—Espero que esa visita no me traerá consecuencias. —comenzó a preocuparse Bewster.

—Yo también y haré lo imposible para que así no sea. Pero será necesario vigilar
atentamente a Amadeus Tuner. Antes de venir aquí he estado en el Esmeralda. Sabía que
estaba en el circo. Lo que no podía sospechar era que pensaba visitarle a usted.

Bat lamentaba haber aguado el vino de una fiesta memorable, pero prefería encararse
con la verdad.

Y cuando se despidió de Etta con un beso, le dijo:

—Mucho cuidado, querida. Porque Amadeus Tuner volverá.


5
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El pistolero Sawhart, de mala gana, había intentado esperar a Bat. Era un tipo que
confiaba en sus revólveres y los usaba sin escrúpulos. Había matado a muchos hombres
que a su lado podían considerarse como indefensos. Pero a Sawhart lo que le importaba era
acelerar su reputación grabando muescas en sus revólveres.

Era el hombre de confianza de Amadeus Tuner y no era tonto. No entendía a las mujeres
que le habían dado en suerte conocer, y especialmente a Liza, extraña, caprichosa, voluble,
pérfida. Pero quería complacerla. No sólo porque era la amiga del jefe, sino por ser mujer
únicamente. A Liza le gustaba desplegar su coquetería con todos los hombres. A unos para
burlarles, a otros para atraerles.

Con Sawhart, la «esposa» de Amadeus Tuner había ensayado su hechizo, perversamente,


como siempre. Sawhart había perdido la cabeza y no pensaba en el peligro que supondría
tener que encararse con el jefe si llegaban a cumplirse sus deseos.

Deseos que, por otra parte, azuzaba Liza para después frustrarlos, lo que ponía a Sawhart
fuera de sí. Pero como ella, poco después, volvía a mostrarse insinuante, Sawhart volvía a
las andadas.

Liza no quería amantes, sino esclavos.

Aparte de la obcecación que sufría el pistolero, comprendía éste que la pretensión de


Liza ordenándole matar al rural pasaba ya de la raya. Pero quería complacerla a ver si se
decidía de una vez.

Y mientras esperaba a Bat, apareció Amadeus Tuner, que lo vio.

—¿Qué haces aquí, Sawhart?

—Ah, es usted, jefe… Pues he venido persiguiendo a un individuo. Me lo ordenó Liza.

—¿Por qué?

—Dijo que era sospechoso. Se trata de un rural

—Descríbeme a ese hombre. Todos los rurales son sospechosos para mí.

El pistolero lo hizo.

Amadeus Tuner se sonrió.

—Ya sé de quién se trata. Vámonos al da ¿Sabes cómo se llama?

—Bat Andrews.

—Bat Andrews… Ese nombre suena mucho por aquí. Un tipo peligroso. En la última
lucha que sostuvieron con Hermes Lay terminaron con él y su banda, ha hablado mucho de
eso últimamente. Bat Andrews es popular y también dos rurales que siempre le
acompañan, llamados Wooding y Cash. Los tengo anotados en la lista negra, en la lista de
honor…

—Entonces, Liza acertó.

—Sí. Sabía que era impulsiva, pero no tanto.

Más tarde, Liza le diría que había hablado por casualidad con Bat Andrews y que,
sabiéndole peligroso, por su pasada actuación, había avisado a Sawhart.

Mientras se tomaba una buena medida de ron, Amadeus Tuner hizo planes.

***
Cuando Bat salió del circo, se encaminó al cuartel.

—¿Qué tal te ha ido? —le preguntaron sus compañeros Wooding y Cash.

—Tan bien que de ésta creo que voy a casarme.

—¿Has bebido?

—No tanto como suponéis.

—¿Casarte tú?

—Es una joven extraordinaria. Trabaja en el circo, como trapecista. A los que la ven
actuar se les pone la piel de gallina.

—¿Por guapa?

—Por guapa y por valiente. Es excepcional, muchachos.

—¡Que te has colado, muchacho! —exclamó riendo Cash—. No has sabido aprender de
mí el arte de permanecer soltero. Y no será porque no haya tenido admiradoras… ¡Cuántas
admiradoras he tenido! No puedo contarlas con los dedos de mis manos. Es que las traigo
locas, pero yo, a resistir. Aún ha de nacer la que me pesque a mí.

—Pues, si nace, cuando sea mayor, se va a encontrar con un respetable abuelo.

—¿Abuelo, yo? Vamos, Bat, que me queda mucha cuerda. Tengo juventud para rato. Aún
no he cumplido los treinta.

—Yo creí que eran cuarenta…


—¡Cuarenta! ¿Dónde tienes la cabeza? Ya sabes cómo estoy. ¿O no te acuerdas cuando
tumbé a seis pistoleros como si estuviera delante de una barraca de pim-pam-pum?

—Creo que eran tres…

—Me voy a enfadar. ¿Lo oyes, Bat? ¡Eran seis…! verdad, Wooding?

El aludido sonrió, mostrando sus dientes de coció.

—¿Seis, Cash? No seas modesto… Yo llegué a contar hasta nueve…

—¡Rechiflas, no, Wooding! Ni tres, ni nueve… ¡Digo que eran seis!

—Pues yo diría que tres y seis hacen nueve…

—¡Vete al cuerno, Wooding! Eres peor que Bat.

Siguieron discutiendo en el mismo tono, entre bromas y veras, hasta que apareció el
capitán Harding.

—¿Puede saberse qué significan tantos gritos a esas horas?

Los tres rurales, con la boca cerrada, parecían una alegoría escultórica representando el
Silencio.

Insistió el capitán:

—¿Os habéis quedado mudos? Vosotros teníais que ser, los inseparables. ¿Os habéis
creído que el cuartel es una taberna?

—Capitán… —comenzó Cash—. Resulta que viene Bat y nos dice que estaba decidido a
casarse. Pues entonces, nos ha entrado una gran excitación y Wooding y yo nos estábamos
peleando para darle la enhorabuena antes.

—¿Qué broma es ésa?

—No es broma, capitán —dijo Bat—, Ya tengo novia.

—Se lo tenía usted muy guardado.

—Es cosa reciente.

—Quisiera tener la seguridad de que ustedes no están bebidos.

—Le aseguro que estamos sobrios, capitán. Me explicaré —se dispuso Bat a hacerlo.
—Me gusta, porque conviene al servicio saber lo que hacen mis muchachos. Pero antes
de conocer sus aventuras amorosas, tenemos que hablar de otros asuntos. Ustedes tres
realizarán mañana un servicio.

—¿De qué se trata?

—Vengan a la oficina. Estaremos más cómodos. Pero no pienso ofrecerles whisky, pues
creo que ya están suficiente animados.

Sentados ya ante el capitán, expuso éste:

—Ha estado aquí el trampero Borelye. Sabéis que es un buen colaborador nuestro. Ayer
fue atacada una diligencia en Reddy Creek. Borelye se enteró de ello cuando ya era
demasiado tarde. El carruaje estaba tumbado, los caballos huidos o robados y aparecía tres
víctimas desvalijadas, dos hombres y una mujer viajeros, y los dos conductores, muertos
también. Borelye regresaba cuando oyó voces. Los que estaba hablando eran forajidos. El
trampero sólo pudo oí palabras sueltas, pero comprendió que aquellos hombres habían
tenido parte en la matanza. Los siguió desde lejos y vio cómo entraban en una cueva del
Dark Canyon.

—Puede que sea su guarida —apuntó Bat.

—Casi no tengo duda de ello. Y quiero que sean ustedes tres quienes den una batida, al
amanecer, y me traigan a esos individuos, bien amarrados, para que en horca no sólo
purguen su crimen, sino para que al mismo tiempo sirvan de escarmiento sus lenguas
colgantes a todos aquellos que en la ciudad se preparan para volver a darnos guerra.
¿Alguna pregunta?

Cuando se trataba de cumplir un servicio, el trío conservaba la mayor seriedad y Bat era
el que siempre llevaba la voz cantante.

—Capitán —dijo—, apresaremos a esos hombres. —Cuente con ello —afirmó Cash—. A
ésos los cojo por la oreja y los arrastro hasta aquí. Y considéreme voluntario para tirar de
las cuerdas. Y no quiero que por eso se me considere un verdugo, eso nunca… ¡Porque yo a
esos forajidos me los como! ¡Me los como! ¿Verdad, Wooding?

—Supongo que te resultarían algo indigestos —respondió el rural.

—No entiendes nada. Wooding. Estoy hablando en sentido figurado. ¡Cuando yo digo que
no tienes cultura!

El capitán sonrió y dijo:

—Estaba dispuesto a no convidaros a whisky, pero creo que una copa ya no os puede
perjudicar. Sois cabezotas, cada uno en su estilo. Y usted, Bat, ¿es cierto eso de que se
quiere casar?
—Sí, capitán.

—No sabía que tuviese novia.

—La conocí en mi pueblo.

—No irá a marcharse allá…

—Ella está aquí. Actúa en el circo. Vinimos juntos desde Los Cedros. Todo ha sucedido
rápidamente. Etta y yo nos queremos, eso es todo. Pero aprovechando ocasión, quiero
contarle algo, capitán.

—¿Qué es ello?

—Antes de ir al circo, estuve en el Esmeralda. Quería conocer a Amadeus Tuner.

—¿Lo ha conseguido?

—En el saloon hablé con Liza, su mujer. Antes la vi actuar y volvió tarumba a la
parroquia. Por ella me enteré de que Amadeus Tuner estaba en el circo Entraba yo en el
despacho del dueño, cuando me crucé con él. El dueño se llama Bewster. ¿Sabe usted que
acaba de proponerle Amadeus Tuner a Bewster Pues nada menos que le vendiera el circo
por cincuenta mil dólares?

—Es mucho dinero. Quisiera saber lo que se propone Amadeus Tuner. Tengo la
impresión de que va a proporcionamos muchos quebraderos de cabeza.

Poco más tarde, los tres rurales sabían lo que se esperaba de ellos al día siguiente.

Cuando terminaron el whisky se dispusieron a salir. Pero ya en la puerta, preguntó Bat:

—Y si esos pistoleros se resisten y nos empiezan a largar balazos, ¿qué?

—Entonces, ¡duro con ellos!

***
Al amanecer, a caballo, partieron Bat, Cash y Wooding.

Soplaba un vientecillo fresco, pero el rojo disco solar comenzaba a elevarse en el cielo
azul.

Los tres rurales iban armados hasta los dientes, gastaban bromas continuamente como si
fueran a una fiesta, cuando en realidad Dark Canyon era una muy peligrosa.
El camino transcurría entre tupidos bosques de pinos hasta llegar a una zona desértica,
donde terminaba el reinado de los árboles y comenzaba el imperio de la piedra moldeada
por la naturaleza.

Avanzaban por un estrecho sendero, junto a un precipicio, cuando el caballo de Bat,


repentinamente nervioso, lanzó a su dueño de la silla.

Fue un momento de pánico. Wooding y Cash no pudieron contener un grito mientras Bat
rodaba hacia el abismo.

Era de temer lo peor.

Pero la suerte y el instinto de conservación salvaron momentáneamente a Bat, que se


cogió con todas fuerzas a una rama seca que sobresalía.

Un sudor frío bañaba todo el cuerpo de Bat. Sus manos se aferraban a la rama crujiente
que no tardaría en desgajarse al no poder soportar el peso del rural. A pesar de sus luchas,
jamás había visto la muerte tan cerca. Si se hubiera desplomado en el acto, no habría tenido
tiempo de darse cuenta de su desaparición.

Ahora seguía viviendo… ¿Por cuánto tiempo?

Era como una lenta y dolorosa agonía.

O mucho peor. Porque Bat, después del susto, contaba todas sus energías que pronto
serían reducidas a la nada, porque la rama se iba resquebrajando por momentos.

—¡Bat…! ¡Bat…! —oyó.

Eran sus compañeros.

Ambos se habían hecho con sus respectivos lazos. Wooding lo lanzó hacia abajo.

Cash lo ató a un árbol dispuesto a bajar. El vértigo se apoderó de él. Y no sólo por el gran
vacío, sino porque le pareció ver al fondo la cabeza de un hombre.

El extremo de la cuerda lanzada por Wooding rebotó en la cabeza de Bat en el mismo


momento que la rama quebraba. Bat jamás podría explicar cómo logró asirse a ella con
todas sus fuerzas.

De no haber sido tan resistente el delgaducho Wooding hubiera ido a parar al fondo
junto a su compañero Bat. Pero jamás era más acertado el decir aquello de que las
apariencias engañan, pues la fortaleza Wooding aguantó el tirón. Y viendo Cash que Bat
había agarrado al extremo de la cuerda, se acercó Wooding para ayudarle, logrando anudar
fuertemente la cuerda de que disponía a aquella.

—¡Arriba, Bat!
Habían actuado con energía, pero con los nervios tensos.

Las dos manos de Bat estaban aferradas a la cuerda. Ahora, el muchacho respiraba
tranquilo. Había salvado la vida por los pelos. Y la ascensión le pareció fácil.

—Estoy temblando, chico —le dijo Wooding al verse en tierra firme.

—Cuando anudé mi lazo al árbol —disimuló Cash estaba seguro de tu salvación.

Los tres rurales se abrazaron.

—Necesito un trago de whisky —pidió Bat.

—Voy a ofrecértelo como intendente que soy grupo —sacó de uno de sus bolsillos, Cash,
una botella achatada—. Bebe tú primero. Pero todos necesitamos un trago.

Bebieron.

Cash volvió a asomarse al abismo. ¡Y volvió a ver la cabeza de un hombre! No había sido
una alucinación.

—Muchachos…

—¿Qué ocurre?

—¿Queréis mirar abajo para decirme si veis lo mismo que yo?

—¿Qué te pasa ahora? —interrogó Wooding—. No estamos para bromas.

—No es broma.

—¿Qué ves? —preguntó Bat, reanimado por el wiski. Pero sin olvidar los terribles
momentos pasados. Era como si hubiera regresado del otro mundo. Ahora que amaba a
Etta y se sabía correspondido consideraba el vivir más necesario que en otro tiempo.

—La cabeza de un hombre. Allá abajo —repuso Cash.

—¿Qué diablos dices?

—Mirad.

Sí, era la cabeza de un hombre, al fondo, entre la maleza.

Los tres rurales se hallaban asomados a aquel balcón terrorífico en cuyas profundidades
Bat había estado en un tris de hallar su tumba.

—¡Es cierto!
—¡Daremos un rodeo y llegaremos abajo!

Montaron a caballo y fueron descendiendo entre abruptas peñas. Media hora después se
hallaban en la base del precipicio, cubierta de cardos y hierbajos, entre los que culebreaban
algunos pequeños reptiles.

Avanzaron hacia donde calculaban se hallaba la alucinante cabeza.

Cash fue el primero en descubrirla.

—¡Ahí está! Estaba seguro de verla el primero. Me fijé muy bien.

En último término iba Bat, que había desmontado como los demás. Contempló aquella
cabeza que no estaba seccionada, sino que formaba parte de un cadáver y miró a sus
camaradas.

—Pero, ¿os habéis dado cuenta?

—¿De qué?

—¡Es Shaw, el anterior dueño del Esmeralda!

—¡Es cierto! —exclamó Wooding.

—Sí, claro… —dijo Cash—. Ya decía yo que ese rostro me resultaba familiar. ¡Pobre
Shaw! Este paso es muy peligroso y debió resbalar… Él no tenía amigos tomo tú, Bat.

Bat no contestó, permaneciendo pensativo, muchos segundos, hasta que dijo:

—Muchachos, él no sufrió un resbalón.

—¿Cómo lo sabes?

—Nada puede afirmarse sin pruebas. Y aún así, hay que estudiar esas pruebas a
conciencia. Pero casi aseguraría que Shaw no cayó.

—¿Qué quieres decir?

—A Shaw lo empujaron.

—Bat, ¿cómo puedes tú saber?

—Un momento.

Bat se acercó al macabro lugar y apartó las piedras, maleza y flores silvestres. Apareció el
cadáver del infortunado Shaw, quien, por ser delgado, no presentaba un estado de
avanzada descomposición; aún así, no era conveniente acercarse demasiado. Bat observó
heridas en la cabeza.
—No se cayó, amigos. Lo mataron antes. Y el móvil está claro. Le pagaron una crecida
cantidad por el saloon, pero después le robaron el dinero. Con razón sospecha el capitán de
Amadeus Tuner.

—¿Crees que él es el culpable?

—Sí. Aunque me imagino que no se movió de Austin. Pero dio sus órdenes y sus forajidos
a sueldo las ejecutaron. Y creo que los forajidos a los que vamos a apresar tienen que ver
con él. Hemos tenido un buen descanso, mas tengo la impresión de que pronto comenzará
para nosotros un período intenso de lucha

—Y lucharemos a la brava —afirmó orgullosamente Cash—. ¿No opinas lo mismo,


Wooding?

—Claro. Y lo haremos tan tranquilos. Estando tu a nuestro lado nada puede fallar.

—Y que lo digas.

—Reconozco que eres un valiente, Cash —le dijo Bat muy serio —. Por eso voy a rogarte
que hagas lo que nosotros no somos capaces de realizar.

—¿De qué se trata? Lo que sea. Ya me conoces, Bat…

—Pues te ruego que registres la ropa del cadáver. Quizá puedas hallar en los bolsillos
algo interesante.

—Yo

—¿Te ocurre algo. Cash?

—¿A mí? ¡Qué va! ¡Ya veréis!

Y se acercó al cadáver, tapándose las narices, y a trancas y barrancas, pasando uno de los
peores ratos le su vida, hurgó en aquellos bolsillos que estaban ráelos.

—¿Nada, Cash?

—Nada. Y he registrado bien. A mí estas cosas no me impresionan. Para algo soy rural de
Texas. Vosotros dos estáis hechos unos señoritos. ¡Si no fuera por mí…!

—Gracias, hermano —le dio une palmada Wooding, amigablemente.

—Bien —decidió Bat—. Ahora debemos ir en busca de la cueva.

Montaron a caballo y siguieron la ruta prevista, entre desfiladeros, remontándose a


alturas donde los pases se hacían cada vez más peligrosos.

Así anduvieron una hora.


Llevaban como guía un pequeño mapa trazado rudimentariamente por el trampero
Borelye.

—Creo que hemos llegado. Lo mejor será dejar aquí nuestros caballos. Avanzaremos. A la
salida del cañón hay una pequeña explanada donde se reúnen los forados. Observaremos
alguna distancia entre nosotros; yo abriré la marcha.

—Oye, Bat —sacó pecho Cash—, ten en cuenta que quieres casarte pronto. Si te ocurriese
algo esa chica se pondría más triste que una viuda. ¿Por qué no me dejas ir el primero? Ya
sabes que huelo las sorpresas en caso de apuro, si hay que disparar, no ignoras que donde
pongo el ojo pongo la bala… ¿No es así, Wooding?

—Eres el mejor de los tres, Cash, y, por tanto, queremos conservarte. Sitúate en el lugar
más atrasado. Qué opinas tú, Bat?

—Estoy de acuerdo.

—Está bien, como queráis. Soy un tirador de larga estancia y en cualquier parte soy
hombre decisivo.

—¿Hace muchos años que se murió tu abuela Cash? —se burló Wooding, muy
seriamente.

—Muchos.

—Se nota.

—Oye, muchacho… ¿A qué viene eso?

—Hombre, como te alabas tú mismo…

—¡Porque se puede!

—¿Queréis callaros de una vez? —contuvo la risa Bat—. ¡Qué buen papel haríais en el
circo!

—Eso puedes tenerlo por seguro —repuso Cash. De pequeño todos me decían que tenía
dotes artísticas.

—Pues pronto tendrás ocasión de demostrarlas, rifle en mano. Porque me da en la nariz


que si encontramos a esos tipos no resultará fácil amarrarlos y llevarlos a Austin.

—¿Cómo que no? En cierta ocasión desarmé a seis pistoleros y los llevé al cuartel de San
Antonio.

—De todos modos, Cash, espero que esta vez no sean muchos más que seis. Y ahora,
vamos a callar todos, porque nos acercamos a esa ratonera.
Ni una palabra más salió de la boca de los rurales

Poco después dejaban trabados sus caballos y se dispersaban con Bat al frente.

Caminaron silenciosamente, preparando el rifle.

No tardaron en ver la cueva que aparecía señalada en el mapa de Borelye. Estaba


desierta.

Se miraron unos a otros. Quizá el viaje, en cuanto a les pistoleros, había resultado estéril;
no así en lo referente al infortunado Shaw, Al llegar a Austin, después de haber informado
al capitán, Bat pensaba enfrentarse con Amadeus Tuner sin andarse con rodeos.

De pronto sonó un disparo.

Y el sombrero de Bat voló.

Cash y Wooding apuntaron hacia arriba con sus rifles.

El pistolero que había disparado se llevó las manos al pecho y dio el salto cuando ya
estaba muerto. Su cuerpo sin vida rebotó en la dura piedra.

Se oyeron gritos que venían de la explanada.

Ya estaba armada.
6
____________________________________________
—¿Qué tal se siente esta mañana, papá Bewster?

—Muy bien, Etta.

—¿Y qué opina de mi noviazgo con Bat, después de haberlo consultado con la almohada?

—Pues muy bien.

—Todo va bien, ¡mire qué bien! —se rió Etta.

—Déjate de guasas, pequeña. De no haberme parecido un muchacho excelente, te


aseguro que no te hubieses salido con la tuya.

—Pero resulta que él es el mejor de todos, el más…

Bewster y Etta estaban hablando animadamente, cuando llamaron a la puerta.

—¿Quién diablos puede ser? — gruñó Bewster.

—Yo abriré.

Ya la puerta abierta, Bewster y Etta miraron interrogativamente a los recién llegados.

—Buenos días.

—¿Quiénes son ustedes?

—Me llamo Cheer —se presentó el que había saludado, hombre joven, bien vestido, que
hubiera inspirado confianza a no ser por su rostro, en que los ojos brillaban crueles sin
posibilidad de disimulo.

—Yo soy Bankeys —dijo el otro, alto, distinto en todo de su compañero, pero con
idéntica mirada.

También coincidían en llevar los revólveres muy bajos.

—Pues no tengo el gusto, de conocerles —repuso Bewster, cortésmente, como si


encontrara normal la risita, pero seguro en su interior de que se trataba de dos pistoleros.

—Nosotros tampoco a usted, personalmente hasta ahora. Pero su nombre es más famoso
de lo que usted cree. ¡El circo Bewster! Casi nada. Hemos visitado muchos estados y en
todos se habla de usted y de sus atracciones. Principalmente de la señorita —Cheer miró a
Etta—. ¿Es hija suya esta bella señorita a la que aprovecho la ocasión para felicitarla?

Etta se mantuvo impasible. No le gustaban en absoluto aquellos dos tipos. Seguro que no
venían con intenciones honradas. Todos los días demostraba su valor, pero en aquel
momento, cuando se sentía tan dichosa, el temor iba apoderándose de ella.
—No es mi hija, pero como si lo fuera —contestó Bewster—. Y ahora, señores, si son tan
amables…

—Desea saber por qué estamos aquí, claro…

—Sí, ¿en qué puedo servirles?

Los dos individuos sonrieron, sin conseguir que de sus facciones se borrara la expresión
siniestra que les caracterizaba.

—Mi amigo y yo —repuso Cheer, que era quien parecía tener más facilidad de palabra —
buscamos trabajo.

—¿Son ustedes artistas? —Bewster hizo la pregunta porque sí. Aumentaba por
momentos su seguridad de que se hallaba ante dos pistoleros.

Y no se equivocaba. Eran dos rápidos y sanguinarios pistoleros al servicio de Amadeus


Tuner, pero desconocidos en Austin, recién incorporados a su plantilla. El dueño del
Esmeralda estaba decidido a resquebrajar la sólida moral del dueño del circo.

—¿Artistas nosotros? No nos disgustaría serlo… Aunque, a decir verdad, algo tenemos de
artistas. Quizá por ello nos hemos presentado aquí a pedirle trabajo a usted.

—¿Qué clase de trabajo?

—Somos guardaespaldas.

—¡Por Dios! Yo no necesito guardaespaldas. Parece que ahora la gente importante gusta
de rodearse de diestros con el revólver. Yo no soy importante…

—¡No diga eso, señor Bewster!

—Además, mi misión es divertir a la gente y lo he conseguido siempre. Por tanto, no


tengo enemigos.

—Estamos seguros de que no tiene usted enemigos, señor Bewster. Pero parece que no
conozca usted lo que son estas ciudades. Hay hombres devorados por el afán de lucro y no
duermen pensando en la forma de apropiarse de lo ajeno. Usted está consiguiendo buenas
recaudaciones, porque el circo está siempre lleno. Se expone usted a mucho.

—Hace mucho tiempo que voy de un lado para otro y, aparte de incidentes sin
importancia, nunca he tenido que lamentar nada serio.

—Esa confianza es la que puede causarle a usted un gran disgusto.

—Yo no disparo mal cuando se tercia.


—No lo dudamos, pero esos forajidos van en grupos. Y si quieren robarle y no consiguen
el suficiente dinero son capaces de incendiar su circo. O… En fin, ¿para qué asustarle?

—Yo no me asusto fácilmente. Termine lo que iba a decir.

—Sería terrible que secuestraran a la señorita.

Cheer lo dijo como si tal cosa, pero Bewster creyó percibir en su voz una velada amenaza.

Lo mismo le ocurrió a Etta, que se estremeció… Su sensibilidad, después de que Bat le


había confesado su amor, estaba a flor de piel, y captó claramente el oculto sentido de las
palabras de Cheer.

Bewster miró a los dos pistoleros.

—¿Han venido ustedes a meterme miedo?

—Ni mucho menos. Estamos aquí para infundirle confianza, asegurándole que si acepta
nuestra colaboración, nada ha de temer. Nosotros necesitamos trabajo y estaríamos muy
satisfechos de servirle a usted. Casi no hace falta que le diga que con un revólver somos tan
rápidos como el que más. Hemos practicado mucho. No puede ser guardaespaldas quien
quiere, sino quien puede. ¿Qué contesta, señor Bewster?

El dueño del circo las estaba pasando moradas, pero su rostro permanecía impasible. Lo
que más le dolía era ver el nerviosismo creciente de Etta, pues siempre estaba pendiente de
su estado de ánimo, que de no ser satisfactorio implicaba series peligros para ella cuando
arriesgaba su vida en el vacío.

Se mantuvo pensativo largo rato mientras los dos pis toreros esperaban su respuesta,
tranquilos, llenos de confianza en ellos mismos. No estaban acostumbrados a las negativas

—Siento decirles —habló al fin Bewster— que no pue do aceptar sus servicios.

—¿Por qué, señor Bewster? ¿Lo ha pensado usted bien? No olvide que quedará
satisfecho de nosotros.

—Yo no pongo en duda sus palabras, pero creo que no es este lugar adecuado para
ustedes. Creo, además que encontrarán trabajo en muchos sitios. Quiero continuar con los
métodos de siempre. Además, en caso de necesidad, cuento con los rurales.

—¿Los rurales? Todo mi respeto para ellos, pero quizá usted no sabe que no dan abasto.

—Como no tengo problemas de la clase a que ustedes se han referido, he de reiterarles


mi negativa.

—¿Es su última palabra?


—Naturalmente.

—Está bien, señor Bewster. Espero que no tenga que arrepentirse —dijo Cheer haciendo
una seña a su compinche. Sin más, salieron del improvisado despacho del dueño del circo,
que se rascó la nariz.

—Papá Bewster…

—¿Qué, niña?

—Esto me huele a chamusquina.

—Y a mí. Dudo que nos dejen tranquilos. Pero podemos considerar que ya tenemos un
rural en la familia…

***
Los seis hombres que se hallaban en la explanada jugando a los dados eran curtidos
pistoleros de Amadeus Tuner, que al oír el disparo del centinela que acababa de aplastarse
contra un lecho de piedra, se incorporaron con felina agilidad mientras desenfundaban sus
revólveres.

Corrieron hacia la entrada del cañón, pero pronto tuvieron que detenerse. Un fuego
graneado se abatió sobre ellos, causando la primera muerto. Disparaban Bat y Wooding sin
interrupción. Poco después otro forajido mordía el polvo. Los demás se replegaban hacia la
izquierda para parapetarse en unos peñascos, sufriendo la impresión de que un enemigo
numeroso les atacaba.

La pretensión de que los forajidos colgaran de una cuerda, sería un imposible para el
capitán Harding.

—¡Cobardes! —exclamó Bat.

—¿Os escondéis como las gallinas? —se carcajeó Wooding.

Ambos se extrañaron que Cash no lanzara ninguna de sus baladronadas.

La tregua que habían permitido los prudentes bandidos les facilitó un breve descanso.
Miraron hacia atrás y no vieron a Cash, lo que les extrañó.

—¿Dónde se habrá metido? —consultó Bat a su compañero.

—De ese todo puede esperarse.

—Hemos matado a tres.

—Quedan cuatro.
—Seguramente ellos creen que formamos un ejército. Es una ventaja.

—Yo creo que con Cash podríamos arriesgarnos y atacar.

—Soy de tu misma opinión, Wooding, pero…

De pronto se oyó un gran estruendo, seguido de aullidos humanos de dolor. Bat y


Wooding se miraron, sin comprender. De arriba, en el lugar que antes había ocupado el
vigilante que había disparado por última vez, les llegó una estruendosa carcajada.

Bat y Wooding miraron hacia lo alto, y vieron a Cash levantando grandes piedras y
lanzándolas abajo al lugar donde se hallaban los forajidos, cuyos gritos y gemidos no
tardaron en convertirse en silencio.

—¿Qué os parece, chicos? —retumbó el vozarrón de Cash—. ¡Yo lo mismo sirvo en la


vanguardia que en la retaguardia!

Era cierto. Por eso se le permitían sus fanfarronadas.

***
Los tres rurales llegaron a Austin a media tarde.

Cuando entraron en el cuartel, fueron asaetados a preguntas, que Bat y Wooding


contestaron con sencillez; no así Cash que dramatizaba su hazaña con aditamentos de
cosecha propia.

Pero lo que más importaba a los compañeros era que Bat, Wooding y Cash estaban sanos
y salvos.

Los tres pasaron a la oficina del capitán.

—¿Con las manos vacías, muchachos? —les preguntó éste.

—No, capitán —repuso Bat.

—¿Tenemos la cárcel llena de forajidos y podemos preparar las cuerdas?

—Nada de eso, capitán.

—Entonces…

—Traemos noticias muy importantes.

—¿Sólo noticias?
—Perdone, capitán. Está usted impaciente y se lo voy a contar todo de corrido. Llegamos
a la cueva de Dark Canyon y el primer saludo fue un balazo que me voló | el sombrero. Así
empezó la cosa. No tardaron en aparecer media docena de forajidos agresivos, pero
nuestros resonantes les metieron miedo a los cuatro. Porque dos ya estaban en el otro
mundo. Esos cuatro se para-petaron, pero Cash se había encaramado por las rocas y desde
arriba los machacó con grandes piedras.

—No eran muy pesadas —interrumpo Cash— lo que ocurrió es que, con cada piedra di
en el blanco. He levantado grandes pesos. Una vez en Ohio, puse sobre, sus rieles a un tren
descarrilado… Yo solo.

—De esto no estaba yo enterado —dijo Wooding, conteniendo la risa, así, como el
capitán y Bat que continuó:

—Ni uno quedó para contarlo. No hay duda alguna de que son los asaltantes de la
diligencia, aparte de los exactos informes del trampero Borelye. En los bolsillos de su ropa
no hallamos documentación alguna, pero sí joyas y dinero y en la cueva, en un arcón, había
una fortuna más que regular. Todo está en nuestro poder.

—Buen trabajo —alabó el capitán—, aunque hubiera preferido colgar a esos facinerosos.
Dadas las circunstancias nuestro triunfo es completo. Si eran hombres de Amadeus Tuner,
supongo que éste no tardará en enterarse.

—Yo creo que forman parte del grupo de Tuner. Porque hay algo más, capitán.

—¿Qué?

—Sí. Hemos descubierto el cadáver de Shaw.

—¡Por todos los santos!

—Lo hallamos al fondo de un barranco, al que por poco me precipito yo.

Y Bat relató lo ocurrido, además de añadir sus impresiones. Parecía claro que la cantidad
entregada por Amadeus Tuner a Shaw había sido muy crecida dado que el actual dueño del
Esmeralda pensaba recuperarla.

No tardó el capitán en hacerse cargo del botín, del cual tendría que informar a
Washington.

Convinieron los cuatro hombres en que era necesario acorralar a Amadeus Tuner antes
de que causase mayores daños. Lo que no podían hacer era meterlo en la cárcel sin
pruebas, las cuales habrían de conseguir con habilidad.

—Y ahora a descansar, muchachos.


Los tres rurales obedecieron muy a gusto, pues a pesar de su excepcional resistencia
física, les vendría muy bien unas horas de sueño.

De todos modos, no faltó el comentario de Cash.

—Por mí, si queréis, podemos irnos de juerga. Estoy como nunca. ¿Qué opinas, Wooding?

—La juerga la dejaremos para más tarde, maldito fanfarrón.

Rieron todos. Era necesario el buen humor para contrarrestar la siempre latente
sensación de peligro.

Sobre su camastro, antes de caer en un profundo sueño, Bat meditó.

Pensó en la lucha que hubieron de sostener contra Hermes Lay y sus pistoleros, antes del
permiso; la que se presentaba ahora sería más dura. Amadeus Tuner tenía mucho dinero y
era astuto.

Bat estaba decidido a no andarse por las ramas. Abordaría al dueño del Esmeralda a la
primera ocasión ¿Era dueño? No. Amadeus Tuner era un depredador al que era necesario
desenmascarar. Para él no existían barreras, no se arredraba ante ninguna. Lo demostraba
su pretensión de comprar el circo de Bewster.

Bat no estaba tranquilo respecto a Bewster y su novia, aun desconociendo que aquella
mañana habían sido sutilmente amenazados por los dos pistoleros Cheer y Bankeys. Estos
trabajaban por cuenta de Amadeus Tuner y cuando fueron a comunicarle el resultado de su
gestión es le montó en cólera. Los hombres como Bewster lo sacaban de quicio.

Cuando Bat se despertó se lavó y se puso el mejor traje, bajo al patio. No tardaron en
aparecer Cash y Wooding.

—Hoy nos toca juerga, muchachos —dijo Cash.

—Es lo convenido —remachó Wooding.

—De acuerdo —aceptó Bat—, pero primero tendréis que acompañarme al circo.
Supongo que deseáis conocer a mi novia.

Los dos rurales asintieron.

—Por descontado —dijo Wooding.

—¿No tienes miedo a que te la birle, Bat? —ensayó el rudo Cash una expresión
tenoriesca.

—Te considero un buen amigo y…


—Sí, por supuesto, pero también podría influir mi encanto personal. ¿Qué opinas,
Wooding?

—Que eres más feo que Picio y sólo sirves para tirar piedras a los forajidos…

—De no ser por mi aún estaríais en aquellas peñas, bien, tendré que ocultar mi
prestancia varonil para no causar estragos. No te preocupes. Bat. Puedes estar tranquilo. Te
prometo pasar desapercibido ante tu beldad.

La risa, el antídoto contra la tensión, terminó con el tiroteo de frases. Y seguidamente


salieron del cuartel con dirección al circo.

La gente se apelotonaba en la puerta, ansiosa de ver la función. Bat y sus dos compañeros
se dirigieron al carromato que ocupaba Bewster. Este se alegró extraordinariamente al ver
a Bat.

—Hola, muchacho. Necesitaba verte.

—Estos son mis dos buenos amigos Wooding y Cash -Se estrecharon todos, las manos—,
¿Qué hay de nuevo, señor Bewster?

—Hemos tenido una desagradable visita. Dos tipos llamados Cheer y Bankeys.

—¿Qué querían?

—Nada menos que convertirse en mis guardaespaldas.

—¡Cáscaras! Sólo faltaba que los pistoleros formaran parte del personal de un circo.

—Es un absurdo, pero ellos aprovecharon la ocasión para amenazarme. Lo hicieron de


forma velada diciendo que querían protegerme, que un robo o un incendio es cosa fácil, que
Etta podría ser la víctima de los forajidos.

—Los forajidos son ellos. No me cabe duda de que son hombres de Amadeus Tuner. Creo
que pronto podremos desenmascarar a ese hombre… ¿Y Etta, dónde está?

—Actuando en estos momentos.

—Quisiera que mis amigos pudieran verla.

—Vengan conmigo.

Salieron del carromato y pasaron por la puerta reservada a los artistas. Poco después se
hallaban bajo e gran toldo. Etta, a trapecio parado, ejecutaba sus difíciles ejercicios entre un
silencio impresionante. D pronto, sonó un alarido general. Bewster y Bat, principalmente,
palidecieron al ver que un movimiento en falso deshacía el equilibrio y Etta, sin punto de
apoyo, parecía caer. Fueron segundos terribles, precursores de tragedia. Pero la joven
trapecista, con ese instinto innato que la experiencia había afinado, ya en el aire, logró
agarrarse al trapecio. Y con las manos firmes en la barra comenzó a balancearse entre una
salva d aplausos, que esta vez no eran de admiración sino de alegría. Aplausos
acompañados de un suspiro que desahogaba todos los corazones.

Bewster y Bat se miraron, sin hablarse. No tenían necesidad de ello. Sabían


recíprocamente, con exactitud cuál había sido su impresión.

Cash y Wooding se mantenían silenciosos también. Nunca Bat los había visto tan graves.

Habló el primero:

—Bien, nada malo ha ocurrido. Ahí viene Etta.

Estaba pálida, pero sonreía. Al ver a Bat sus mejillas perdieron palidez.

—Hola —procuró saludar con naturalidad—. No sabía que estabas aquí, Bat.

—¿Qué ha pasado, Etta? Estábamos que con un hilo hubiéramos podido ahogarnos.

—No seas tonto… ¿Y usted, papá Bewster, quiere hacer el favor de sonreír? Con Bat, pase,
pero usted es un profesional, vamos… ¿No comprende que lo que he hecho ha sido un truco
para impresionar al público?

Bewster no pudo contestar; se acercó a Etta y la abrazó, sin poder dominar su emoción.

Bat procuró sonreír para suavizar la tensión.

—Aquí te he traído a dos amigos, Etta. Estaban deseando conocerte. Me creían incapaz de
haber conquistado a una novia tan bonita como tú. Este es Cash, un modesto y valiente
muchacho; y aquí está Wooding, que parece poca cosa, pero hay que verlo con un revólver
cuando se le atraviesa en el camino uno de esos guardaespaldas.

—Encantada de conocer a los amigos de Bat.

—Señorita, es usted la mujer más preciosa que he visto en mi vida. Creí haber
contemplado, pues, aunque sólo sea un rural he alternado con la mejor sociedad, a las
beldades más maravillosas de toda América. Estaba en un error. Usted es la más bella —le
sonrió a Etta y miró al compañero de fatigas—. ¿Verdad, Wooding?

—¡Hombre, por una vez te daré la razón! ¡Y además, de verdad!

Las palabras de Wooding, además de la expresión traviesa de su rostro, causaron la risa


de todos.

—Esto hay que celebrarlo —habló Bewster, por fin.


Y a no tardar se hallaban todos alrededor de una mesa bien provista de pastas y bebidas.

Simpatizaron al comenzar una amistad que ya pare-ría vieja. Bat y Etta, juntos, a veces
parecían hallarse en otro mundo, lo que provocaba las carcajadas de los lemas. Pero todo
no podía ser alegría. Soplaban vientos de amenaza y Bat no quería dejarse vencer por el
arrullo del amor antes de luchar duramente contra Amadeus Tuner y su cuadrilla de
forajidos.

Por ello, cuando ya habían disfrutado bastante de la corta, pero alegre fiesta, recordó las
incógnitas que revoloteaban sobre sus cabezas como pájaros de mal agüero, y se dispuso a
marcharse en compañía de Cash y Wooding.

Estos salieron en seguida, directamente hacia el Esmeralda.

—Yo iré en seguida. Quiero despedirme de mi novia

—Cuidado, Bat —observó el incorregible Cash—, que yo sé lo que son esas despedidas.

Se fueron Wooding y Cash, después de aceptar da Bewster una invitación para el día en
que pudieran divertirse despreocupadamente.

—No se preocupe, señor Bewster —le dijo Bat antes de salir con Etta—. Todo se
arreglará. Este es un juego de cara o cruz que hay que decidir muy pronto. Tome sus
precauciones, pero confíe en mí.

—Gracias, muchacho.

El dueño del circo no hizo más comentarios. A él la situación no le preocupaba por sí


mismo sino por Etta.

La joven acompañó a Bat hasta la salida.

—¿Cuándo volverás, Bat?

—Tan pronto como pueda… Y procura no arriesgarte excesivamente.

—Porque seas mi novio, espero no quieras convertir-de en director de mi espectáculo…


—intentó bromear la joven, cuyos nervios estaban a flor de piel. Por ello había perdido su
habitual concentración y estuvo a punto de caer quién sabe con qué terribles
consecuencias.

Todo lo cual adivinaba Bat, aunque prefería callar fingiendo ignorar el miedo que
empezaba a sentir Etta

—Ya sé que tienes nervios de acero. Demuéstramelo dándome un beso.


Etta le besó. Bat la estrechó en sus brazos. El amor les hizo olvidarse de sí mismos hasta
que Bat recordó las palabras de Cash.
7
__________________________________________
Cuando Bat entró en el Esmeralda Saloon se acercó al mostrador y echó un vistazo.

Liza acababa de actuar.

De momento Bat no vio a sus amigos y pidió un whisky. Lo paladeó lentamente, más no
para deleitarse en el sabor del escocés, sino por examinar concienzudamente el menor
ángulo del local.

No vio a Amadeus Tuner. Liza estaba hablando con un hombre, que no era otro que el
pistolero Sawhart y le decía:

—¿Le tienes miedo? Supongo que a estas alturas no me vas a resultar un cobarde…

—¡Cállate, Liza! A veces he pensado si no estás loca. No creas que es tan fácil meterse con
los rurales: Además, Amadeus me ha dado órdenes concretas y Bat Andrews no escapará.
Cualquiera diría que estás desando vernos enfrentados a los dos, para ver quién es el más
rápido.

En realidad Sawhart tenía razón. El puesto de Liza hubiese estado en un coliseo romano
presenciando la lucha a muerte entre dos gladiadores que la amaran.

—Estás cansado de decir que no hay hombre que te pueda. Sabiendo que vas a ganar,
sería una satisfacción para mí ser interesada espectadora de tu triunfo. ¿Qué importa que
sea un rural? Si lo matas, nadie podrá resucitarlo. Y Amadeus te recompensará. Ahora ya
abemos que él es nuestro principal enemigo.

—No puedo comprender por qué lo odias tanto. Jamás te vi tan interesada en los
negocios de Amadeus.

Ella hubiese podido contestarle que jamás había conocido a un hombre que no se
rindiera a sus encantos y que la serena indiferencia de Bat había sido un revulsivo para su
enfermiza coquetería. Pero no dijo nada sobre el particular. Se limitó a observar:

—Oye, Sawhart, hoy por hoy, vivo de los negocie de Amadeus.

—Me estás excitando, Liza. Sabes que a ese hombre le puedo. No desaprovecharé la
ocasión para matarlo Después de que lo haya hecho, espero dejarás de nadar entre tantas
aguas… Ya me entiendes.

—Cuando lo mates, obtendrás tu premio, el que ansías, aunque tendrás que ser discreto.

—¡Y tú también, Liza…! Que no sé cómo Amadeus te aguanta…

—Él me quiere a su manera, pero quiere más dinero. Tú eres diferente, estás rendido a
mis pies. Todo resultará fácil, Sawhart. A Bat Andrews mátalo esta noche… —brillaron
diabólicamente los ojos de Liz: clavados en los del pistolero, completamente dominado
Bat se había fijado en Liza y Sawhart. Después, su mirada cambiante tropezó con sus
amigos Cash y Wooding. Con razón no los había visto, se hallaban al fondo del local, en una
mesa apartada, bebiendo alegremente con un par de chicas muy apetitosas.

Bat terminó el whisky y lió un cigarrillo. Estaba fu mando mientras pensaba en el modo
de abordar a Amadeus Tuner en su despacho, cuando junto a él se colocaron dos hombres
jóvenes y bien vestidos con trazas de pistoleros. Parecían excesivamente animados, ll que
hacía presumir que habían tomado algunas copas.

—¡Otro whisky, Cheer!

—¿No te parece que ya está bien, Bankeys? No es cuestión de irse de la lengua…

—Otro trago nos sentará de perlas.

—Está bien, pero que sea el último. Ya sabes cómo las gasta Amadeus Tuner.

Pidieron el whisky.

Bat no necesitaba más. La noche comenzaba a las maravillas.

Bankeys, Cheer… La pareja que habla visitado a Bewster.

Y Bat se acercó a ellos decididamente.

—Amigos, hablaban ustedes tan alto que he oído su corto diálogo.

Cheer miró torvamente a Bat.

—Oiga, ¿quién es usted?

—Me llamo Bat Andrews y observo que ni usted ni su compañero han visto mi distintivo
de rural.

—Ah, es usted rural..

—Sí —repuso firmemente Bat—. Y ustedes son los guardaespaldas. ¿No es así?

—¿De qué está usted hablando?

—Lo aclararé pronto —les señaló adecuadamente—. Usted se llama Cheer, y usted
Bankeys.

—Si…

—Los dos estuvieron en el circo Bewster, ofreciendo los servicios como pistoleros. No,
no me interrumpa —le dijo a Cheer al ver que éste intentaba decir algo—. Conozco su
juego. Y no acepto esas amenazas que lanzaron al aire. ¿Han entendido bien? No se
acerquen más al circo si no quieren que les rompa la cabeza. ¿Estamos?

Cheer se sublevó.

—Oiga, yo no admito amenazas…

Bankeys estaba dispuesto a pegar.

—¡Oiga, yo…!

Peto Bat, con serenidad y rapidez se apoderó de sus cabezas y las hizo chocar con fuerza.

El resultado fue que tanto Bankeys como Cheer se cayeron al suelo quedando como dos
muñecos de teatro de títeres en bancarrota.

Los que se hallaban cerca se quedaron admirados por la acción de Bat, quien no parecía
afectado por lo sucedido.

Bat, seguidamente, preguntó al camarero:

—¿Está el jefe?

—Sí…, pero…

—¿Está o no está?

—Antes tendrá que hablar con Sawhart.

—¿Quién es?

—Ahora está hablando con la señorita Liza.

—Ya sé quién es. Está bien.

Sawhart se había separado de Liza después que Cheer y Bankeys habían caído como
fulminados. Cuando vio que Bat se acercaba creyó haber llegado su ocasión.

—¿Es usted, Sawhart?

—Sí, yo soy.

—Quiero ver al jefe.

—No es posible.

—¿Por qué?
—Cada uno manda en su casa.

—¿Qué pinta usted aquí?

—Represento al jefe. Acabo de ver su agresión a dos hombres. Yo estoy encargado del
orden en el local. Hable conmigo, es como si lo hiciera con él.

—¿Se ha dado cuenta de que soy un rural?

—De no ser así ya estaría usted en la calle.

—Me consta que esos dos tipos son pistoleros. Pero no son los únicos que hay aquí.

—No creo que le interese entrometerse en los asuntos de los demás.

—Según como se mire. En todo caso, quiero hablar con Amadeus Tuner. Es algo personal.

—Esta noche no le será posible. Lo siento.

—No lo sienta. Hablaré con Amadeus Tuner.

—Creo que, aunque sea usted rural, se está excediendo. Este local está dentro de la ley,
así como su dueño. Yo soy el encargado y debo obedecer órdenes. Por lo tanto,
comuníqueme lo que desee. Y al mismo tiempo desearía que me aclarara el porqué de su
agresión a esos dos hombres.

—Llamados Cheer y Bankeys, dos tipos de la calaña.

—No creo que sea este el momento de juzgar su conducta. Usted ya se ha deshecho de
ellos. Lo que yo sí quiero es continuar esta conversación si no ha de aclararse pronto.

—Quiero ver a Amadeus Tuner.

—Ya le he dicho que no es posible.

—Bien, ya que se empeña, voy a prescindir de usted, Sawhart.

Este creyó llegado el momento de la lucha. Sentía s mirada de Liza fija en él

En cuanto a Wooding y Cash continuaban en el mejor de los mundos junto a sus


pizpiretas chicas.

Sawhart se desmelenó.

—Espero que no me hará sacar el revólver.

—¿Por qué no? Forma usted parte del personal de Amadeus Tuner y con ello ya está
dicho todo.
—¿Qué insinúa, rural?

—No insinúo, afirmo. No me importa el dinero que pueda tener Amadeus Tuner. Es un
asesino. Y todos sus cómplices no pueden tener otro calificativo.

—¡Le mataré!

—¿Eso es lo que quiere? ¿Por qué no lo intenta? Usted está empeñado en que para hablar
con Amadeus Tuner haya de pasar por encima de su cadáver.

—¡Basta ya de charla! ¡Desenfunde si no es un cobarde! —llevó Sawhart su diestra a la


revolverá.

Sawhart obraba por instinto, influenciado por Liza; era un hombre sin conciencia para
quien la muerte le los demás no significaba nada en absoluto. «Sacó», dispuesto a matar a
Bat, cegado, pero seguro de su victoria

Bat mantuvo su expresión impasible. Sawhart le obligaba a una resolución total. Y su


mano derecha se movió como en él era habitual, amartillando por el camino y apretando el
gatillo…

Solo un segundo de diferencia. Sawhart, cuyas intensiones homicidas estaban claras, se


derrumbó como un pelele, con una bala entre los ojos.

Los que se hallaban cerca habían estado pendientes primero de la discusión, después de
la lucha; ahora eran todos los parroquianos del saloon los que se daban cuenta de lo
ocurrido.

Wooding y Cash se habían levantado de sus asientos dejando abandonadas a sus novias
de una noche.

—¡Bart! —exclamaron, acercándose a su compañero

Repuso Bat:

—Quería matarme. Leí la provocación en sus ojos desde el primer momento. Lo que he
hecho ha sido en defensa propia. Ahora, acompañadme hasta el despacho de Amadeus
Tuner.

Bat subió por las escaleras seguido de Cash y Wooding.

Cheer y Bankeys volvían en sí.

Habían salido mejor librados que Sawhart, que no podría volver a respirar.

Liza se estaba mordiendo los labios hasta hacer brotar sangre de ellos. Jamás había
creído que Sawhart cayera tan fácilmente. Sentía escalofríos en su cuerpo Sawhart estaba
muerto, parecía imposible que el invencible Sawhart, sólo fuera un cuerpo sin vida… y Bat
Andrews, aquel hombre inquietante, había dejado fue: de combate a los rápidos Cheer y
Bankeys… Ahora, Bat Andrews y dos rurales más se dirigían al despacho de Amadeus.

Amadeus Tuner se hallaba sentado ante su mesa escritorio sobre la que se amontonaban
muchos papeles; Pero no se hallaba trabajando, sino bebiendo y fumando mientras daba
rienda suelta a su imaginación. S veía controlando a toda la ciudad y tan poderoso, que
incluso podría influenciar al capitán rural. Había oído el disparo, pero no le había dado
importancia ya que sus pistoleros se sobraban para cancelar cualquier situación. No podía
imaginar que el balazo había acabado con la vida de Sawhart, el más veloz con las armas d
todos ellos.

Su sorpresa no tuvo límites cuando vio entrar a tres hombres. Inmediatamente reconoció
al más joven, Bat Andrews, el mismo a quien vio acompañando a Etta Song, la bella
trapecista. La inesperada visita no podía ser más intempestiva y la contrariedad hizo presa
en él, pero disimuló su estado de ánimo con una sonrisa.

—¿Qué les trae por aquí, señores?

Se adelantó Bat.

—Nada agradable para usted.

—Creí que venían a darme buenas noticias. Estuve visitando al capitán Harding para
demostrarle mi adhesión.

—La adhesión de hombres como usted no interesan a los rurales.

—¿No están sufriendo un error? No acabo de comprender… —dijo Amadeus Tuner con
naturalidad afecta-da, aunque sabía que algo grave había ocurrido. Ahora temía lo peor. Un
pistolero que había ido al Dark Canyon había hallado muertos a sus compinches y
desparecido el botín conseguido en la diligencia…

—Nosotros nos equivocamos como cualquier quisque, pero hay cosas que están a la
vista, Amadeus Tuner —dijo Bat.

—¿A qué se refiere?

—A sus actividades.

—¿Qué tiene contra ellas? He venido a Austin para dedicarme al espectáculo y soy
ambicioso. Pretendo que la gente lo pase lo mejor posible.

—¿Seguro? —esbozó Bat una sonrisa irónica—. Me parece que es usted el que pretende
divertirse solo.

—Creo que tengo derecho a una aclaración.


—Se la daré cumplidamente. No hemos venido aquí para sostener una charla insulsa.
Este despacho es para usted una torre de marfil donde sólo tienen entrada sus amigos. Y
nosotros no somos sus amigos porque no pomos serlo. El camino nos ha resultado difícil.

—Siendo ustedes rurales…

—A los rurales se nos da muy poca importancia. Hasta la fecha, a pesar de algunos éxitos
nuestros, quienes dominan la población son los pistoleros. Uno de es pistoleros era
Sawhart… Tuve que matarlo para poder abrirme camino. Estaba empeñado en matarme,
pero no lo consiguió.

—¡Sawhart muerto!

—Sí. Y no es él, sino otros muchos los que se pudrirán bajo tierra Siete forajidos le harán
compañía en el infierno. Los matamos en Dark Canyon. Habían asaltado una diligencia,
causando víctimas.

¡Condenación! Ahora sabía Amadeus Tuner quién eran los que habían armado el
estropicio. No pudo evitar que sus facciones se contrajeran.

—Supongo que esta noticia no le agrada, señor Tuner —continuó Bat.

—Me es indiferente. A mí no me afecta.

—¿De veras? ¿Y qué me dice de Cheer y Bankey los que hace un rato les he machacado la
cabeza?

—¡Usted no tiene derecho…!

—Un momento. Usted es un sospechoso importante y yo tengo derecho a investigar. Le


vi salir del circo que quería comprar usted. Un bonito negocio, ¿no? Como el de este saloon.

—No tengo que darle cuenta de los negocios que pienso realizar y menos de mi vida
privada.

—Pretensión muy justa si no hubiésemos descubierto el cadáver de Shaw al fondo de un


barranco.

—¡Oiga, Bat Andrews, que yo no le he dado motivos para…!

—Calma. Que yo aún no le he acusado.

—No puede hacerlo.

—Lo haré.

—¿Sin pruebas?
—Las hallaré. Hemos desconfiado de usted desde primer momento, pero ahora casi
podemos afirmar que tenemos la razón. Este local pagado generosamente después, la
muerte de Shaw, Igual pretensión en cuanto al circo Bewster. Y esos forajidos atacando
diligencias.

—¡Esto le costará caro, rural!

—Es posible. Pero usted, de momento, deberá acompañarme.

—¿Adonde?

—Al cuartel de rurales.

Amadeus Tuner, fuera de sí, pegó un puñetazo sobre la mesa.

—¿Y si me niego?

Bat, por toda contestación iba a desenfundar, para obligar a Amadeus Tuner, cuando se
abrió la puerta y entraron cuatro pistoleros que habían sido avisados por Liza. La intención
de éstos era hacer fuego rápido, sin andarse con contemplaciones, pero Cash, que se hallaba
más cercano a la puerta exclamó al tiempo que se echaba a tierra:

—¡Peligro!

Bat y Wooding, siempre alerta y ayudados por la advertencia de su compañero, le


imitaron.

También Amadeus Tuner, mientras el plomo aullaba y se clavaba en la pared;


seguidamente se incorporó para coger un revólver que guardaba en un cajón de su
escritorio.

Los tres rurales no se habían limitado a echarse para hurtar su cuerpo a los balazos, sino
que desenfundaron y no tardaron en disparar en inverosímiles posturas, Así vaciaron los
cilindros de sus armas. Al crepitar, las detonaciones parecían multiplicarse. Parecían fuegos
de artificio. Pero eran de muerte.

A los cuatro pistoleros se les desencajó la boca. Habían querido gritar de dolor, pero ni de
eso habían tenido tiempo, alcanzados en puntos vitales. Cayeron con movimientos
espasmódicos hasta que sus cuerpos chocaron sordamente sobre el entarimado.

Ya se había dado Bat media vuelta para cuidarse de Amadeus Tuner, que había logrado
empuñar su pistola. Bat apretó el gatillo y el revólver de Amadeus Tuner saltó hecho
pedazos.

—¡Arriba las manos, cobarde! ¿Más pruebas aún?


Amadeus Tuner obedeció, más pálido que un muerto ¡Había sido vencido! ¿Era posible?
¿De qué madera estaban hechos aquellos tres hombres que no sólo eran capaces de abatir a
cuatro experimentados pistoleros sino de sorprenderle a él cuando se hallaba en posición
de clara ventaja? ¡Malditos rurales!

El revólver de Bat se mantenía firme en su diestra Wooding y Cash empuñaban los suyos,
junto a la puerta Amadeus Tuner no tenía palabras para replicar.

—¡Andando, Tuner! —Bat hizo un gesto expresivo-Tendrá usted una conversación muy
interesante con capitán Harding.

Bajó Cash en primer término, seguido de Tuner con los brazos en alto; a continuación,
iban, siempre alerta Bat y Wooding.

En el saloon, la parroquia, excitada, sentía curiosidad después de haber oído los disparos.
Cheer y Barkeys ya no estaban. Liza se daba a todos los diablos; era ella quien había
avisado a los cuatro pistoleros para que subiesen al despacho. No podía comprender aquel
resultado: Amadeus Tuner, a merced de los tres rurales.
8
____________________________________________
Amadeus Tuner fue trasladado al cuartel. En seguida asó, acompañado de los tres
rurales, al despacho del capitán Harding.

Las cejas de éste se alzaron, estaba sorprendido. Miró a Bat, interrogante.

—Capitán —dijo Bat—, el señor Tuner es nuestro prisionero. Usted ya sabe las
sospechas que recaen sobre él. En el saloon tuve que matar al pistolero Sawhart que no
sólo me impedía el paso, sino que estaba dispuesto a terminar conmigo. A Cheer y Bankeys
tuve que vapulearles. Después, en el despacho del prisionero, cuatro pistoleros no nos
mataron de milagro. Y desarmé al prisionero cuando ya estaba dispuesto a disparar.

El capitán asentía lentamente con la cabeza, mientras su mirada no se apartaba de


Amadeus Tuner al que preguntó:

—¿Tiene usted algo qué alegar?

Amadeus Tuner estalló al comprender que no tenía escapatoria.

—¡Esto es un atropello!

—Calma. Es un consejo —repuso imperturbable el capitán Harding.

—¡Yo exijo pruebas!

—No levante la voz, Amadeus Tuner. Lo que ha sucedido en su despacho es suficiente


para que le considere peligroso. Y usted es peligroso, yo no tengo la menor duda. Por lo
tanto, ningún lugar mejor para usted que la cárcel. Será juzgado. Sufrirá acusación y
disfrutará de defensa. Todo legal.

—¡Le advierto que yo…!

—¡A callar! ¡No amenace, Tuner, si no quiere perjudicarse más! Usted era el amo en el
Esmeralda. Aquí el amo soy yo y mis rurales. Ahora, después de haberle sido rapado el pelo
y esas barbas, pasará a prisión.

—¡Esto lo pagarán caro! ¡No quiero ser humillado’

—Sus víctimas no querían morir. Cállese, Tuner, o me hará emplear métodos que
detesto, pero que usted merece.

Los ojos penetrantes del capitán se hallaban fijos en los del nauseabundo pistolero. Y
éste, rabiando de impotencia, no se atrevió a pronunciar ni una sola palabra.

—Yo me encargaré de dejar a nuestro huésped como nuevo — dijo Cash—. Antes de
entrar en los rurales tenía una barbería y cortaba tan bien el pelo y afeitaba que los
parroquianos querían hacerme un monumento ¡Tenías que haberlo visto, Wooding!
Este no replicó esta vez.

—Muy bien, Cash, lo dejo en sus manos —admitió el capitán.

Bat parecía impaciente.

—Capitán —solicitó—, ¿puedo ir al circo?

—Hombre, por mí no ha de quedar… Mientras no se suba al trapecio… Porque está usted


tan enamorado de Etta Song, que ya le veo a su lado, haciendo el número.

—No me creo capaz de eso —sonrió Bat, saludando y saliendo.

Ir en aquellos momentos al circo no era para él un capricho. Estaba preocupado, pese a


que Amadeus Tuner ya no representaba un peligro. Pero sabía que disponía de hombres
dispuestos a todo. El poder y te maldad de Amadeus Tuner superaban a cuanto había
sospechado desde un principio.

No se equivocaba.

Cuando llegó al circo la función había terminado. Del público, sólo quedaba algún grupo
rezagado que hacía comentarios.

Bat entró en el carromato de Bewster y no lo halló.

Seguidamente se dirigió al camerino de Etta.

Por el camino se topó con dos payasos de rostro en-crinado.

—¿Dónde está el señor Bewster? —les preguntó.

Los payasos le indicaron el camerino de Etta, sin decir palabra. Parecían compungidos,
pero Bat lo atribuyó a su caracterización.

Cuando entró en el camerino vio a un hombre derrotado. Era Bewster, mesándose los
cabellos.

—¿Qué ocurre? —se alarmó Bat.

Bewster levantó la cabeza y miró al joven con ojos ribeteados de rojo. Su rostro estaba
desfigurado. Repuso balbuciente:

—Etta… Ha desaparecido… Se la han llevado… Es un golpe demasiado rudo para mí…


Ahora estaba preparando mi revólver… Pensaba ir al Esmeralda, pues creo que Amadeus
Tuner debe de ser el culpable…

—Amadeus Tuner está en la prisión del cuartel. Si está metido en esto, y yo creo que sí, lo
haremos hablar, pero antes echaremos un vistazo al Esmeralda.
Bat se mantenía sereno en apariencia. Sufría intensamente, era una tortura para él
pensar en lo que había sido de Etta.

—Estoy que no me tengo en pie, pero hemos de luchar por Etta.

—¡Vayamos al Esmeralda!

—¡Mataré a quien sea!

—Calma, señor Bewster. La necesitamos.

No tardaron en llegar al Esmeralda.

Entraron.

Continuaba la algarabía en el saloon como si nada hubiese sucedido. Sentados a una


mesa se hallaban los pistoleros Cheer y Bankeys, bebiendo champaña sin acordarse, al
parecer, del mutuo testarazo.

Bewster se adelantó como un loco.

—¡Cobardes! —exclamó—. ¿Qué sabéis de Etta Song?

Cheer se levantó rápidamente, sacando la pistola y disparando. Bewster se derrumbó.


Acudió rápidamente Bat. Bankeys estaba ya en pie, revólver en mano. Los dos pistoleros
vieron a Bat y apretaron los gatillos. Bat encogió el cuerpo y sacó velozmente, disparando
sus dos revólveres.

Bat acudió como un malabarista y los cuerpos de los dos pistoleros, acribillados a
balazos, cayeron desmadejados. Hubieran parecido muñecos rotos de no ser por la sangre
que empezaba a cubrirles.

Bat, seguidamente, acudió junto a Bewster.

Este se hallaba tan pálido como un muerto, pero vivía.

—¡Un doctor! —gritó Bat.

Se acercó un hombre de avanzada edad, de rostro rubicundo.

—Oiga, yo no soy médico… Soy veterinario. Pero en un caso como éste…

—Examine la herida.

—La bala le ha atravesado el hombro y no es peligrosa la herida.

Bewster abrió los ojos.


—Tuve la sensación de que me iba al otro mundo cuando vi ante mí el revólver. Pero
nada me importa que no sea la suerte que haya podido correr Etta.

—Estoy dispuesto a hallarla y lo conseguiré, señor Bewster. No olvide que tenemos un


valioso rehén. Conservando la serenidad, la victoria será nuestra. Yo me quedo aquí. Usted
será conducido al cuartel, donde será atendido.

—¿Y mi circo?

—No debe preocuparse por nada. Yo me encargo de todo. Tenga confianza en mí.

—La tengo, muchacho. En seguida que tengas noticias ven volando al cuartel.

El veterinario, gran persona, se ofreció para acompañar al herido.

Bat se acercó al mostrador. Necesitaba pensar calmar sus nervios. Pidió un whisky. Los
acontecimientos se habían desencadenado en oleadas de violencia, provocadas una vez
más por un solo hombre. Este ya estaba a buen recaudo, pero el juego continuaba siendo
peligroso.

El rural bebió de un solo trago mientras observaba a Liza, a la que no tardaría en


abordar.

***
Antes de recibir el cabezazo, los ya difuntos pistoleros Cheer y Bankeys habían recibido
órdenes de Amadeus Tuner para secuestrar a Etta Song. Ahora, mientras Cash, valiéndose
de tijeras, maquinilla, jabón y navaja le rasuraba cara y cabeza, Amadeus Tuner sólo tenía el
consuelo de confiar en el buen resultado de su cobarde mandato. Ignoraba que Cheer y
Bankeys ya estaban muertos.

Pero antes, ebrios de venganza, habían ido al circo y, valiéndose de una mordaza y de sus
pistolas, habían logrado conducir a Etta al saloon, entrando por la puerta trasera.

Inútil saber la desesperación de Etta al verse ante la cruel Liza. No podía hablar, pues la
mordaza casi le ahogaba.

Únicamente habló Liza:

—¡Estás bien atrapada, muchacha! A mi esposo se lo han llevado los rurales. No pienso
matarte… aún. Contigo en mi poder, el juego resulta igualado. Será divertido burlar a los
rurales, tan sentimentales siempre… Te dejaré encerrada. Procura no armar alboroto, no
vaya a olvidarme de todo y te dé una puñalada…

Etta estaba aterrorizada. Jamás había comprendido por qué existe tanta maldad en el
mundo. Sus bellos ojos azules estaban ahora desorbitados. Su mente, era un caos. Pensaba
en Bat, en Bewster… Ellos estarían tan desesperados como ella…
Se quedó encerrada, pero sintió alivio al sentir rechinar la llave. La perversa actitud de
Liza la hubiese enloquecido.

Liza bajó al saloon. Fue entonces cuando cayeron Cheer y Bankeys acribillados por las
balas disparadas por Bat.

Aunque la situación no estaba clara, Liza decidió sacar de ella el mayor provecho.

***
Bat dejó una moneda sobre el mostrador y se acercó a la mesa que ocupaba Liza.

Ella le esperó sonriendo suavemente.

—¿Ya ha matado usted a bastantes hombres, rural?

El joven se sentó sin pedir permiso y tardó en contestar a la pregunta. Lo hizo


irónicamente, como solía en situaciones difíciles.

—Todo es empezar. Aún no ha terminado la noche. Esto es un nido de pistoleros.

—Suponiendo que así sea, no creo que se atrevan con usted. Me habían dicho que era
usted muy valiente, pero creí que exageraban. Es usted de cuidado.

—¿Debo tomarlo como cumplido?

—¿Por qué no? Aunque ya sabe que la primera vez que le vi me interesé por usted, sin
conocer su historia. Lo malo es que usted me despreció.

—Es usted muy hermosa y no hay hombre que pueda despreciarla, pero yo tenía que
irme a otra parte.

—¿Disciplina o amor?

—Mitad y mitad.

—Muy interesante.

—Está usted muy amable, Liza. Me llama la atención que no me haya nombrado la
detención de su esposo.

—Me entenderá cuando me explique, Bat. Pero quizá antes nos bebamos una copa de
champaña…

Sobre la mesa había una botella y una copa. Liza llamó a un camarero para que trajese
otra copa y fue obedecía en el acto.
Bebieron. Liza aparecía radiante. Era una mujer insensible que sabía encauzar a su gusto
todas las emociones. En aquel momento nadie hubiera dicho al mirarla que su espíritu
maligno se retorcía en mil combinaciones, a cada cual más perversa.

—Ya puede explicarse, Liza —le dijo Bat después de vaciar la copa.

—Todo es claro y sencillo. A usted tengo que decirle la verdad. Quizá comprendió aquella
noche que Amadeus Tuner me es indiferente. Sólo piensa en sus negocios, y a mí me tiene
abandonada.

—¿Sólo le interesa el dinero que gana?

—¡Qué brusco es usted…!

—No sé comportarme de otra manera.

—Pues…, sí… Usted me inspira confianza y puedo contárselo todo.

—Hágalo.

—No lamento que haya encarcelado a Amadeus. Ni la muerte de Sawhart. Ni la de Cheer


y Bankeys. De lo contrario, no le hubiese aceptado a mi mesa. ¿Por qué ha venido?

—Tenía ganas de charlar con usted. Creo que ya he cumplido con los rurales. ¿Por qué no
dedicarle algún tiempo a usted? Aunque no creí hallarla en tan buen estado de ánimo.

—Nada quiero saber de los líos de Amadeus.

—¿Los conoce?

—No. En esta vida sólo he procurado divertirme. Y no pienso cambiar.

—A mí también me gusta divertirme de vez en cuando.

Bat sospechaba que Etta se hallaba en alguna parte del saloon. Creyó conveniente no
nombrarla, como si ignorase la realidad. Y añadió, de acuerdo con su táctica:

—Peleé con Sawhart porque me provocó con la intención de matarme; detuve a su


esposo por considerarle responsable de robos y asesinatos; después vine con Bewster, el
dueño del circo, porque éste había recibido amenazas de Cheer y Bankeys, los cuales
echaron mano a sus armas sin previo aviso.

—No necesita justificarse, Bat. Le he dicho que sólo me interesa divertirme. Y ésta puede
ser nuestra gran noche.

—Si usted lo dice… Yo le rendiré homenaje, esperando olvide mi actitud de la otra noche.

Liza sonrió, mostrando sus blancos dientes.


—Quiero retener lo bueno y olvidarme de lo malo. Terminemos este champaña —llenó
las copas—. Dicen que éste es el vino del amor.

Bat tuvo que superarse a sí mismo para fingir despreocupación y felicidad. Sonrió.

—Quiero mandar al diablo todas mis preocupaciones.

—Eres mi hombre ideal, Bat. También yo quiero mandar al diablo a Amadeus. A ver si lo
ahorcáis pronto. La vida a tu lado puede ser algo maravillosa. Pero hay planes buenos para
dejarlos, por ahora… Ya sabes lo que importa. Voy a levantarme. Sígueme, lo más
disimuladamente posible. Estamos llamando la atención, pero a esta gente no le viene de un
sobresalto. De todos modos, siempre conviene guardar las apariencias hasta donde sea
posible. Yo me dirigiré a mi habitación.

La pérfida Liza estaba en pie, sonriente mientras en su pecho anidaban instintos de


víbora.

Se alejó, lentamente. Bat la siguió. Temía más a una mujer como Liza, que a dos pistoleros
armados.

Cuando Liza llegó a su habitación, volvió atrás la mirada y vio a Bat. Le hizo un gesto
femenino y prometedor, lanzándote un beso con la punta de los dedos. Dejó la puerta
entreabierta.

Cuando Bat llegó, cerró la puerta por dentro.

Liza se arrojó en sus brazos, besándole apasionadamente.

—Tengo sed, Bat… ¿Quieres champaña?

—Sí.

Liza estaba lánguidamente echada, pero se levantó inmediatamente. Bat esperó. Confiaba
en tener una oportunidad para registrar la casa.

Cuando apareció Liza sonreía como los propios ángeles. Llevaba dos copas y las dejó
sobre una mesita, después de tomar un sorbo. Bat empezó a juguetear con ella y la besó
repetidas veces.

Después cogió una copa, la misma en la que Liza bebiera antes y bebió hasta la última
gota, tumbándose sobre la cama, como si estuviera adormecido.

—¿Estás cansado, Bat?

—Sí, Liza, he vivido una jornada extenuante, bien lo sabes…

—Duerme, querido…
Liza, con expresión triunfante, cogió la que creía ser su copa y apuró el espumoso vino de
un trago.

Después, se tendió al lado de Bat.

Pasaron varios minutos.

Bat simulaba hallarse dormido cuando en realidad permanecía vigilante. De pronto, se


incorporó rápidamente. Liza empezó a gemir, después de aullar.

—¡No, no quiero morir…! Ese veneno… Ese veneno no era para mí… ¡Maldito!

Liza no pudo decir nada más y murió entre horribles convulsiones.

Bat estaba aterrado, pálido como la misma muerte. Jamás en su vida había sentido un
pánico tan terrible. Temblaba de pies a cabeza. Sospechaba que Liza quería tenderle una
trampa, por eso se había avenido a su juego; había creído que ella quería limitarse a
dormirle, quién sabe para qué turbios fines, pero jamás creyó que lo que intentaba era
matarle. Y había cambiado la copa, astutamente, sin pensar ni remotamente que el juego
era mortal… Él sería el cadáver ahora, de no haberlo hecho.

Durante unos minutos permaneció inmóvil, sin reaccionar. Estaba acostumbrado al


peligro, a las situaciones más dispares, pero aquella colmaba la medida de su capacidad. No
podía comprender cómo una mujer como Liza habla sido capaz de tanta maldad, cayendo
víctima de ella. Estaba acostumbrado al espectáculo de la muerte y para defender su vida
había tenido que matar a hombres de instintos asesinos impresos en sus rostros. ¿Por qué
una belleza tan radiante como la de Liza podía ocultar un alma demoniaca?

Bat respiró profundamente varias veces. Intentó liar un cigarrillo sin conseguirlo. Pero se
propuso recuperar su energía, pensando en Etta. ¿Qué habría sido de ella? Confiaba en
hallarla sana y salva, por el hecho de que Amadeus Tuner estaba en la cárcel… Pero no
estaría tranquilo hasta verla.

Con un poderoso esfuerzo de voluntad, hizo renacer su empuje. Miró por última vez el
cuadro escalofriante que tenía ante los ojos y salió de la habitación.

Era necesario encontrar a Etta.

Había tres puertas en el pasillo, una de ellas correspondía al despacho de Amadeus


Tuner, que ya conocía Bat.

La otra estaba cerrada. Llamó y no recibió respuesta. Supuso, con razón, que de hallarse
Etta en aquella habitación no podría contestarle, ya que sin duda se hallaba amordazada; de
no ser así, sus gritos de socorro hubieran trascendido al exterior.

Era necesario echar la puerta abajo.


Y a ello se aplicó, valiéndose de sus poderosas espaldas.

Al primer empuje no lo logró; al segundo, astilló la madera; al tercero, desgajada la


cerradura, la puerta se abrió violentamente y Bat, debido al impulso que llevaba, se
precipitó en tromba hacia el interior.

Un grito de alegría brotó de sus labios.

—¡Etta! ¡Etta!

La muchacha, que se había asustado al oír los primeros golpes, tenía los ojos brillantes.
Su esperanza se había convertido en realidad. También ella hubiera gritado, pero no podía
hacerlo.

Cuando Bat iba a quitarle la mordaza, notó que se estaba desmayando.

—Etta… —le dio unos suaves cachetes en las mejillas.

Al menos transcurrió un minuto.

—Bat… —abrió los ojos.

—Recobra la tranquilidad, estás salvada.

—He sufrido mucho…

—Y yo —la besó en los cabellos.

—Esa mujer era peor que una hiena, Bat.

El joven creyó prudente no referir lo que le había ocurrido hasta más tarde.

—No pienses más en ello, Etta. Ya nada malo puede ocurrirte. Ahora, saldremos y nos
iremos al cuartel.

—¿Al cuartel?

—Sí, Bewster está allí, hablando con el capitán.

También prefirió Bat no hablarle a Etta de la herida de Bewster, a quien ella quería como
a un padre.

—Sí, vámonos cuanto antes. Quiero olvidar esto. Bewster debe de estar desesperado. Se
volverá loco de alegría cuando me vea.

—Ahora tendremos que pasar por el saloon.


—Hay una puerta trasera. Te he dicho que quería olvidar todo esto, pero hay detalles que
los recordaré toda mi vida. Era tan feliz que no podía sospechar una desgracia tan grande.
Sígueme.

A un extremo del corredor había una escalerilla y bajaren por ella. Era ya tarde.
Quedaron atrás los ruidos del saloon. A Bat le interesaba dejar a Etta definitivamente
segura, en el cuartel, pero pensaba volver al saloon, si no aquella misma noche, a primeras
horas de la mañana, para aclarar la muerte de Liza.

Hizo correr un pestillo, la puerta se abrió y no tardaron Etta y Bat en respirar el aire
fresco de la noche.

Las calles estaban solitarias.

No tardaron en llegar al cuartel. Bat saludó al centinela.

—¿Está el capitán?

—Se ha retirado a descansar.

—Será necesario llamarle. Se trata de algo urgente que le interesa. ¿Andan por ahí
Wooding y Cash?

—Se hallan de vigilancia en la celda de Amadeus Tuner. No hace mucho que estuvieron
aquí para tomar café. Andaban preocupados por ti y pensaban salir en tu busca tan pronto
fueran relevados.

—A nosotros nos iría bien un poco de café y, a ser posible, whisky.

—Tenemos ambas cosas. Lo del whisky no es reglamentario, pero el capitán hace la vista
gorda porque sabe que ninguno de nosotros es capaz de emborracharse.

Etta y Bat pasaron al cuerpo de guardia y bebieron. Tenían absoluta necesidad de


reconfortarse y lo lograron.

El capitán había sido despertado y se hallaba en su despacho.

También fueron avisados Cash y Wooding de la llegada de Bat y Etta, lo que les causó
profunda alegría.

Y ni qué decir tiene que, al ser avisado Bewster, sin preocuparse de su herida que llevaba
bien vendada, se dirigió al despacho del capitán para abrazar a Etta. Y llegó antes que ella.

El encuentro no pudo ser más emocionante.

—¡Papá Bewster!
Cayeron unos en brazos de otro y Etta se dio cuenta del vendaje.

—Pero…

—Es sólo un pequeño rasguño, pequeña, y no me duele. Al verte a ti se me han pasado


todos los males.

—Bat me ha salvado.

El capitán demostraba con su sonrisa que el despertar había sido grato.

—Bien —dijo—, sentémonos. Creo que tenemos muchas cosas de qué hablar.

—Así es — comenzó Bat—, Usted ya sabe bastante de lo ocurrido en una lucha que, pese
a los peligros, hemos de reconocer que nos ha resultado favorable. Tener preso a Amadeos
Tuner, haberlo podido desenmascarar, es una gran victoria. Pero ésta se había
ensombrecido con el rapto de Etta, que era la contrapartida que querían oponer a nuestro
triunfo. Ahora, debo contar algo que Etta ignora y si me he reservado ha sido por no
impresionarla en un momento en que sus nervios estaban destrozados por tantas
emociones. Es necesario, además, que todos conozcamos los hechos

—Lo importante es que Etta está salvada y no hemos tenido bajas, aparte del rasguño de
Bewster. ¿Cómo pudo lograrlo, muchacho? —inquirió el capitán Harding.

—Hubiera podido ocurrir lo peor. Lo hemos conseguido todo a tiro limpio. Nos
deshicimos de los pistoleros de Dark Canyon. Tenemos a Amadeus Tuner entre rejas,
apenas les dimos tiempo a Sewhard, Cheer y Bankeys a redondear sus delitos… Y habría de
ser una mujer a la que apenas hicimos caso la que hubiera podido sumirnos en la desgracia.

—¿Una mujer?

—Sí, Liza, la cantante… Acudí a ella. Yo tenía casi la seguridad de que Etta se hallaba en el
saloon en calidad de rehén. Me senté a su lado. Liza era una mujer extraña. La primera vez
que la vi me hizo unas proposiciones que no honran, precisamente, a Amadeus Tuner. Yo
estaba ya enamorado de Etta y esquivé. Aparte de mi respeto a Etta, adiviné en Liza algo
diabólico. ¡No sabía yo entonces cuán acertado estaba!

Bat hizo una pausa. Le parecía revivir el horror de una muerte terrible que a él estaba
destinada.

Harding, Bewster y Etta le oían con gran atención, presintiendo quizá las terribles
palabras que no tardarían en escuchar.

Prosiguió Bat:

—Liza se mostró seductora. Pero yo sabía que esa fascinante postura estaba inspirada
por el odio. La dejé hacer, fingí doblegarme a todos sus caprichos. Era necesario salvar a
Etta a cualquier precio. Un precio muy alto, según vi después, cuando me invitó a champaña
en sus habitaciones… Cambié la copa. Creí que trataba de adormecerme. De ser así, habría
llegado mi ocasión para buscar a Etta.

—¿Y no fue así? —preguntó la muchacha intrigada.

—No. Poco después contemplaba una muerte horrible, la destinada a mí. Lo que había en
la copa era veneno y lo bebió. Fue algo espeluznante, que tardaré mucho tiempo en olvidar.
Ahora, el cadáver de Liza se halla en aquella habitación… y sólo lo sabemos nosotros. Iré al
saloon a aclarar este asunto, aunque ahora no sé quién es quién.

—Déjelo para primera hora de la mañana. Se ha salvado usted por un tris. Ya han sido
suficientes peligros por hoy. Lo que acaba de contar pone los pelos de punta. No quiero
pensar cuál sería nuestra situación de haber ocurrido los hechos al revés. A Amadeus Tuner
le espera la horca, sin remisión. Y debo decirle algo que le interesará, aunque no estoy
seguro de mi apreciación…

—¿Da qué se trata?

—Recuerdo cuando ingresó usted. Su vida estaba marcada por un hombre llamado
Coxer.

—Sí, quise luchar contra los forajidos al pensar que un hombre puede causar la desgracia
y la muerte en una familia, en un pueblo. Más que venganza, en mí anidaba y anida aún un
afán de justicia. Yo era una víctima, como tantos otros, y escogí mi camino. Coxer era igual
que Amadeus Tuner, que Sawhart, que Cheer y Bankeys…

—Un momento, muchacho. Ha dicho usted que Coxer era igual que Amadeus Tuner.
Cuando se lucha con fe, la vida ofrece algunas compensaciones. No es seguro…

Pero después de ver a Amadeus Tuner completamente rapado…

—¿Qué insinúa usted?

—Ha pasado el tiempo, pero recuerdo las fotografías pegadas en los tableros de muchas
oficinas de sheriff. Amadeus Tuner se parece mucho a Coxer.

—¡Santo Dios!

—Cash me llamó la atención sobre ello. De ser cierto, los cargos contra Amadeus Tuner
serían infinitos. He pensado pasar un aviso al sheriff de Navajo City, que tuvo que bregar
mucho con Coxer. ¿Le complace la posibilidad de que Coxer pueda ser Amadeus Tuner?

—Por separado, Coxer y Amadeus Tuner merecen la cuerda. Si los dos son uno, mucho
mejor. Pero quiero recalcar que a mí no me mueve la venganza, sino la justicia. En bien de
los que viven. A los muertos ya no podemos resucitarlos.
—Bien hablado, muchacho. ¿Recuerda usted a Coxer?

—Vi algunas fotografías como usted. Después, fue olvidado.

—Por la mañana lo verá usted y me dará su opinión.

—Lo haré. Además, quiero ir al saloon y al circo. Usted no debe preocuparse, señor
Bewster. Creo que, usted y Etta, deben permanecer aquí hasta tener la seguridad de que
todos los peligros han pasado. No hemos de olvidar que Amadeus Tuner reunía una legión
de pistoleros. Ahora no hay jefe y siempre hay alguno que, ambicioso, espera su
oportunidad.

—Dadas las circunstancias, muchacho, usted es libre de actuar como mejor le acomode. Y
yo estaré encantado de tener aquí al señor Bewster y a la encantadora Etta —concedió el
capitán, gustosamente.

Poco después se retiraban a descansar, pero no lograron la tranquilidad deseada, debido


a la intensidad de los últimos acontecimientos.
9
____________________________________________
Bat se levantó muy temprano. Estaba cansado, pero se impuso a sí mismo ya que era
hombre que se crecía en las situaciones difíciles. Después de lavarse se reunió con sus
compañeros para tomar café, a los cuales refirió lo ocurrido.

Como acostumbraba, comentó los hechos más extensamente con Cash y Wooding.
Mientras lo hacía, se presentaron los dos payasos del circo, esta vez sin embadurnar; en
esta ocasión, al enterarse de que Bewster y Etta estaban a salvo, su alegría fue por
completo natural. No tardaron en volver al circo, después de saber que Bat iría más tarde.

Cash y Wooding querían acompañar a Bat al saloon.

—De acuerdo, amigos, después de que haya visto a Amadeus Tuner. Quiero comprobar si
se parece a Coxer.

Amadeus Tuner se hallaba tendido sobre un camastro. Al oír rechinar la llave levantó sus
cansados ojos. Se había abierto la puerta y en el recuadro de luz se recortaba la
inconfundible silueta de Bat Andrews.

Este se adelantó unos pasos. Se mantuvo quieto mientras sus ojos se acostumbraban a la
semi penumbra. Poco después observaba el rostro del pistolero, cuya voz sonó ronca;

—¿Ha venido a gozarse de mi cautiverio?

—No, Amadeus Tuner, o como se llame… He venido a verle y hablarle. Hay algo que debe
usted saber.

—Lo que quiero es un abogado —se-encogió de hombros el pistolero.

—Ese asunto lo tratará con el capitán Harding. Yo he venido a comunicarle las muertes
de Sawhart, Cheer, Bankeys…

—¿Los ha matado usted?

—No he tenido más remedio. Otra persona ha muerto…

—¿Quién?

—Liza.

—¿Que Liza ha muerto…? —se incorporó Tuner—. ¿La ha matado usted?

—Se ha matado a sí misma.

Amadeus Tuner volvió a sentarse, anonadado. Estaba ciego por Liza y, a su modo, la
quería. Nunca había querido reconocer sus defectos y le daba todos los caprichos, incluso
no querer enterarse de ellos. Y jamás se había sentido engañado, pues desconfiaba de todo
el mundo menos de ella. Aquél era un castigo peor que la cuerda. Estuvo silencioso
mientras Bat le contaba lo ocurrido, sin omitir detalle. Sabía cuándo un hombre mentía y
Bat estaba diciendo la verdad. Al final, le dijo a Bat, con voz opaca:

—Me ha vencido usted con todas las de la ley. Es la primera vez en mi vida que me toca
hacer un papel tan poco lucido.

—Es la justicia la que ha vencido, Amadeus Tuner… —le miró fijamente—. Siempre gana,
tarde o temprano.

Y diciendo esto, giró sobre sí mismo y se dirigió a la puerta. Dos centinelas bien armados
volvieron a cerrarla.

—¿Qué te ha parecido, Bat? —le preguntó Cash poco después.

—En efecto, recuerda mucho al Coxer que aparecía en las fotografías. Ha pasado ya algún
tiempo y los rostros cambian… Creo que cuando llegue el momento oportuno, confesará.
¿Nos vamos al saloon?

—Sí. Vayamos en busca de Wooding, a quien he dejado limpiando sus armas.

No tardaron en recoger a Wooding y salieron del cuartel. Sin despreciar futuros peligros,
confiaban que después de anular a Amadeus Tuner y al digamos su estado mayor, era
previsible un pronto desenlace, sin grandes complicaciones.

La hora era muy temprana, pero alguien habría del personal limpiando. Además, algunas
veces aparecía en cualquier rincón algún borracho rezagado y no era imposible encontrar a
apasionados jugadores empeñados la una partida para la que el tiempo no importaba.

Como no contaba para Bat, Cash y Wooding el espectáculo que contemplaron a la puerta.

El enterrador estaba descargando un ataúd de su carreta.

Los tres compañeros se miraron.

—¿Pensáis lo mismo que yo? —preguntó Cash.

—Sí —contestó Bat—. Yo diría que el cadáver de Liza ha sido descubierto. Pero
entremos. Quiero que este asunto quede perfectamente aclarado. Debemos dar la cara en
beneficio de nuestra reputación.

***
Pete Jory era un pistolero de la banda de Amadeus Tuner que había sido postergado por
Sawhart y por los propios Cheer y Bankeys. Había fingido no darse por enterado y esperar
su oportunidad. Tenía tanta puntería como paciencia y había permanecido en un lado
discreto, haciéndose el despreocupado, siempre de acuerdo con las órdenes que recibía.
Entretanto, deseaba que llegara el momento de quitarse la careta.

Lo que no podía imaginar era que los tres que le estorbaban desaparecieran del mundo
de los vivos con tanta rapidez.

Y el jefe, en la cárcel, con una papeleta muy difícil.

Era la gran ocasión para demostrar quién era.

Pero estaba aquel maldito rural llamado Bat Andrews, que había obrado con la rapidez
de un meteoro, haciendo fácil lo difícil. La caída de Amadeus Tuner, a quien algunas veces
había considerado, lógicamente como invencible, había sido vertiginosa.

Pete Jory algunas veces se había mostrado servil con Amadeus Tuner. Pero no lo era,
sabía esconder su orgullo. Sentía por el jefe admiración, pero no aprecio. Ahora se alegraba
de que estuviese en la cárcel y esperaba que fuese ahorcado. Una ocasión redonda.

Pete Jory había visto sentarse a Bat Andrews junto a Liza y después cómo subían juntos.
A pesar de las excentricidades y rarezas de la cantante, aquello le llamó la atención, y de
momento se dispuso a sacar partido de la situación. Más tarde, ya decidido, se había
arriesgado. ¿No sería aquélla una de las únicas maneras de matar al condenado rural,
valiéndose de la sorpresa? Pensó que quizá las intenciones de Liza serían las mismas, pero
subir no le perjudicaría, aunque Amadeus Tuner saliese de la cárcel. En cualquier
circunstancia podría presentarse como héroe, aunque prefería, naturalmente, quedarse
solo, mandar.

Cuando se había decidido a subir lo había hecho revólver en mano, creyendo oportuna
ocasión para matar a Bat; la primera sorpresa la tuvo al ver abierta la habitación donde
había estado recluida Etta. Reinaba un silencio impresionante.

No tardaba en ver el cadáver de Lisa. Sin reponerse de la sorpresa, bajaba al saloon como
un sonámbulo. Antes de reunir a los pistoleros, ya escasos, que quedaban, se tomó un
whisky doble. Después de comunicarles lo que acababa de ver y demostrando un gran
interés por Amadeus Tuner, se proclamó jefe.

Debido a todo ello, había sido llamado el enterrador, y tal como se ha dicho, su llegada
coincidió con la de Bat y sus dos compañeros.

Entró primero el enterrador, con su lúgubre aspecto y todas las miradas convergieron en
él.

Después, pasaron los tres rurales, tranquilos. Avanzaron unos pasos y, algo separados, se
quedaron quietos, con la vista clavada en los pistoleros.

Pete Jory, que fue el primero en verlos, no daba crédito a sus ojos. El pistolero no
esperaba aquella visita, intempestiva en aquellos momentos. Y tenía que hacer frente a la
situación. Tenía que demostrar con hechos las palabras que había dirigido a los que ahora
eran sus subordinados. No podía inhibirse de la crítica situación si quería demostrar que
era el jefe de los cinco hombres que ahora estaban bajo un mando que habían aceptado.

Jory no era cobarde y se dispuso a afrontar aquella circunstancia imprevista. Además,


Bat Andrews no podía ganar siempre. Los rurales eran tres y ellos seis. Los rurales tenían
una buena racha que no podía durar. Quizá había llegado la hora de que se cambiasen los
papeles.

Jory se levantó y le dijo al enterrador:

—Espere un momento.

Seguidamente, se dirigió a Bat:

—¿Qué desea?

Bat miró atentamente a Pete Jory. Le había visto por el saloon, pero nunca le había
llamado la atención. Ahora, su actitud era altanera.

—Aunque tengo la sensación de que aquí no manda nadie… — comenzó Bat Andrews.

Pete Jory replicó, interrumpiendo a Bat:

—Se equivoca, rural. En este momento preciso, aquí mando yo.

—¿Con qué derecho, si puede saberse?

—Soy el empleado más antiguo del señor Tuner.

Se alzaron irónicamente las cejas de Bat.

—¿Empleado?

—Sí. Y me ha hecho responsable de todo esto hasta que él quede en libertad.

—¿Qué le hace creer que saldrá de la cárcel?

—Aún no ha nacido quien pueda probarle algo al señor Tuner. Es, además, muy
influyente, y usted sabe tan bien como yo, rural, cómo se resuelven las cosas en Austin.

—Bien, dejemos este asunto para otra ocasión. Si se dice responsable, trataré con usted
el asunto que me trae aquí.

—Supongo que no cometerá la desfachatez de detenerme. Creo que los rurales se están
ya pasando de la raya.

—En primer lugar, ni a usted ni a nadie le permito insolencias.


Aquél era el momento para que Pete Jovy diera su golpe de teatro.

—¡Y usted se permite incluso matar a mujeres! —ex clamó simulando indignación—.
¡Ese ataúd que hay ahí fuera es para la señora Liza!

—Me lo figuraba… —repuso Bat, sin inmutarse.

—Y lo dice tan tranquilo… El que sea usted rural no le permite…

—¡Un momento! Aquí nos conocemos todos. No se ponga melodramático. He venido a


aclarar este asunto y bien sabe Dios que habría podido dejar de hacerlo Lo que ocurre es
que hay asuntos muy importantes en juego y no quiero que nadie dude del proceder de los
rurales.

—Unos angelitos.

—Angelitos o no, jamás nos compararíamos con quienes venden su revólver para
asesinar. Estos días, han caído muchos pistoleros bajo nuestras balas, pero siempre hemos
obrado en defensa propia. Amadeus Tuner está en la cárcel porque es el peor de todos y sus
crímenes serán expuestos a la luz pública. Hubiese podido matarlo también, y me limité a
apuntar a su revólver cuando ya se disponía a disparar. Pero hablemos de Liza. He dicho
que Tuner es el peor de todos y quizá me he equivocado. Liza era una diablesa envuelta en
carne femenina. Intentó envenenarme y fue ella quien resultó su propia víctima.

—Todo eso es muy fácil de decir.

—También sería fácil enumerar todos los delitos de sangre y robos que han culminado
con el secuestro de

Etta Song. Y yo estaría muerto ahora de no haber cambiado la copa.

—Eso tendría que probarlo, rural. ¿Por qué, entretanto no le meten a usted en la cárcel,
igual que al Tuner?

—No tendría ningún inconveniente y convencería al más parcial. Hablando de cárcel,


también yo podría hacer una redada ahora mismo, empezando por usted. Su juego está
claro… ¿Cómo ha dicho que se llama?

—Poca memoria tiene, rural.

Ah, sí… Peter Jory. Es usted más listo de lo que aparentaba. Sabe aprovechar las
ocasiones. Creo que se ha alegrado tanto la muerte de Liza como el encarcelamiento de
Tuner. Quiere usted sacar tajada y espera conseguirlo. No se haga ilusiones, Pete Jory, no
logrará lo que se propone.

—¡No tiene derecho a meterse conmigo!


—¿Se excita con facilidad? Pues cálmese o tome tila, pero yo he venido a hablar cuando
junto con mis compañeros cuando hubiera podido comportarme de forma muy distinta Es
usted quien me ha acusado de algo que venía a justificar. Su juego es muy hábil, pero
conmigo no va a servirle de nada.

—¿Qué tiene contra mí? ¿O acaso no tengo derecho a expresar mi opinión?

—Hasta ahora, nada, pero creo que es usted una espacie de tempestad desencadenada
después de la calma-absoluta. En cuanto a opinar, hay que tener en cuenta la verdad. Yo he
venido aquí a decir la verdad, acusaciones son calumnias. La calumnia trae malos
resultados para todos. Tendrá que responder de sus palabras. Usted ha dicho que tendrían
que meterme en cárcel. Estoy de acuerdo. Pero usted conmigo. Yo hallaré la libertad
reivindicando; usted, quizá la horca.

Pete Jory se estaba poniendo rabioso ante las tranquilas, pero punzantes, palabras de
Bat.

Comprendía el pistolero que su juego estaba perdido ante un rival como Bat Andrews,
cuya fortaleza venía del poseer la razón. El rural acababa de lanzarle un reto, que
mantendría. Y Pete Jory no desea ir a la cárcel. Sólo había manera de dirimir aquí cuestión,
la habitual forma de conducirse los hombres del Oeste: a tiro limpio.

Sí, también la ley adoptaba a veces formas jurídicas, pero por regla general siempre el
diálogo de revólveres dirimía las más diversas cuestiones.

—¿La horca? —estalló Jory, descomponiéndose cada vez más—. ¡Los rurales tenéis la
sartén por el mago ¡Es un cuento esa ley que proclamáis!

—Óyeme bien, Jory. Hasta ahora te he tratado con una persona con la que, aparte de
diferencias, se habla considerablemente. Ya me estás hartando.

Eso es lo que Pete Jory quería, poner nervioso al maldito rural.

—Lo mismo te digo. Y harto de ver que has venido con muchas pretensiones y te has
creído que nadie puede contigo. Pues estás equivocado, rural, que ni me asustas tú ni esos
dos que te acompañan.

—¿Cómo vas a asustarte? Serías un cobarde si tuvieses miedo hallándote bien


protegido…—miró a quienes rodeaban a su interlocutor—. Mis amigos han querido
acompañarme porque conocen las especialidades de la casa…

Jory se mostró despectivo.

—Quizá has creído que el ataúd que hay en la puerta era para ti

—No he pensado en ello.


—Pero podría serlo.

—¿Me desafías?

Bat acababa de obligar a Jory a una respuesta concreta.

Y Jory no podía por menos que contestar afirmativamente.

—Sí.

Hasta entonces habían hablado Bat y Jory, rodeados de silencio. Ahora se oyó un rumor.

Cash miró a Wooding expresivamente. Parecía decir vaya jaleo, ¿verdad, Wooding?»

—¿Te va bien a diez pasos, Jory? —le consultó Bat.

—No me importa la distancia. Te ganaré igualmente.

Solamente he querido pasar desapercibido para que vosotros, rurales, os creyerais que
yo era un mirlo blanco. Pero creo que mis balazos se te van a indigestar, ese ataúd será para
ti. Encargaré uno más lujoso para Liza. Sea a diez pasos

Cash se adelantó, contó diez pasos y dijo:

—Que ellos solos se las entiendan. Si alguien se mueve, mi compañero Wooding y yo


estamos dispuestos gastar todas nuestras municiones.

Bat y Jory se hallaban frente a frente, dispuestos a jugarse el tipo en pocos segundos.

Se vigilaban mutuamente. A partir de aquel momea-podían «sacar» cuando quisieran.

El enterrador ya estaba pensando en el ataúd de lujo que destinaría a Liza.

De pronto, Bat chilló:

—¡«Saca»!

Y se ladeó moviendo la mano derecha con gesto centelleante y el revólver pareció brotar
sólo de la funda.

En todo su hacer se advertían detalles de gun-man perfecto.

Pero no le iba en zaga Pete Jory, quien acababa de acreditar destreza y rapidez al
empuñar el revólver, pues de movimientos que a simple vista parecían tan rápidos como
los de Bat.

Amartillar, apuntar… Cosa de segundos. Hasta que los dos hombres apretaron los
respectivos gatillos… Parecían calcarse los movimientos. A simple vista, pero…
Décimas de segundo acababan de decidir la vida o muerte de uno de los dos rápidos
tiradores. Una frontera delgada como un papel de fumar. El plomo había decidido la
contienda mortalmente. Del resultado del duelo se enteraron los que lo estaban
contemplando al ver aparecer entre los ojos de Pete Jory un agujero sanguinolento.

La muerte de Pete Jory fue instantánea. Su cadáver chocó sordamente sobre la madera
del piso.

Nadie pronunciaba una palabra. Cash se había quedado revólver en mano.

El primero en hablar fue Cash, que había desenfundado también, siendo imitado por
Wooding. En cuanto a los pistoleros formaban un grupo digno de ser pintado igual que un
cuadro:

—«El crepúsculo de los pistoleros». Dijo Cash, mirándolos:

—Se acabó la tragicomedia. Todos a la cárcel, vaya a salir otro jefe y sea esto el cuento de
nunca acabar. ¿No te parece, Wooding? —se volvió hacia su compañero, como en él era
costumbre.

—Me parece —fue la respuesta.

Bat se volvió hacia el enterrador:

—Usted no para, amigo.

—Y usted me ayuda. Pero, ¿quién me pagará esto?

—No se preocupe. Los camareros se quedarán al cui dado del saloon. Hablaré con el
encargado para se cuide de todo.

El enterrador parecía compungido al decir:

—Con todos esos pistoleros en la cárcel, mi negocio va a la bancarrota…

—Quién sabe…
EPILOGO
____________________________________________
Esta historia, que bien, hubiera podido suceder -muerto más, muerto menos—, ha
quedado prácticamente resuelta en la página anterior. El avisado lector supone la próxima
boda de Etta y Bat, la ejecución Amadeus Tuner, etcétera…

Pero un epílogo siempre va bien. Si queda constancia de la boda, la ejecución y alguna


cosa más, uno se queda más tranquilo.

Y aún quisiéramos saber lo que sucede después de la boda y de la luna de miel.

Ocurre que es mejor no saberlo. Además, que hemos de tener en cuenta que nunca
segundas partes fueron buenas.

Bien, relataremos lo que de más interesante aconteció después de las preocupaciones del
contrito enterrador, ¡n los tiempos del Oeste, además del plomo, la vida imponía su ley.

Quiero anticipar al amigo lector que al final habrá eso.

Amadeus Tuner tuvo su abogado defensor. Un tipo listo y que pensaba sacar dólares de
su actuación. Pero nada pudo contra la evidencia. Cuando el sheriff de Navajo City se
levantó y reconoció oficialmente al acusado como Jack Coxer, se armó tanto revuelo y
agitación, que la sesión tuvo que ser suspendida. La suerte del reo estaba echada. Incluso el
abogado se batió en tirada. El jurado decidió y el juez dio el mazazo acostumbrado.
¡Culpable!

La cuerda ahogó la vida de Jack Coxer o Amadeus Tuner, que para el caso da lo mismo.

Los demás pistoleros se pasarían algunos años en la cárcel.

Bewster pasó al circo.

Y Etta subió al trapecio el día de su boda, como Bat cumplió su servicio. Este resultaba
benigno, pues de momento los pistoleros libres se habían escondido como ratas. En cuanto
a Etta, jamás había estado en posesión de tanta serenidad.

La boda no tardó en celebrarse, según los deseos de los interesados. Bewster, el capitán
Harding, Wooding, Cash… Todos los amigos juntos.

Fiesta, baile, brindis. ¿Quién se acordaba en aquellos momentos del concierto del odio y
de las balas?

—Bat es un hombre de suerte, ¿verdad, Wooding?

—Sí. Y tú también.

—¿Por qué?
—Porque yo estoy vivo. Si me muero antes que tú…¿a quién le dirías, «¿verdad,
Wooding»?

—¿Tú, morirte? ¡Bah! Pero, tienes razón. ¡Choca esos cinco!

Rurales y gente del circo confraternizaban alegremente, al tiempo que Etta y Bat
desaparecían en busca de soledad. De su futuro nada querían hablar en aquellos momentos
en que la única misión que tenían era amarse.

—Bésame, Etta…

—Sí…

—Bésame otra vez…

—Sí, y muchas más…

—Más…

¿Quién dijo un beso?

FIN

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