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Modernismo y Generacià N Del 98 PDF

El Modernismo literario, que surge a finales del siglo XIX como reacción al realismo, se caracteriza por la búsqueda de la perfección formal y la ruptura con la estética vigente, influenciado por el parnasianismo y el simbolismo. Este movimiento se manifiesta en dos etapas en Hispanoamérica y España, destacando la obra de poetas como Rubén Darío y Juan Ramón Jiménez, quienes incorporan temas de desasosiego, introspección y un interés por lo exótico y lo indígena. El lenguaje poético modernista se distingue por su esteticismo, musicalidad y uso de un léxico rico en imágenes sensoriales.

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Modernismo y Generacià N Del 98 PDF

El Modernismo literario, que surge a finales del siglo XIX como reacción al realismo, se caracteriza por la búsqueda de la perfección formal y la ruptura con la estética vigente, influenciado por el parnasianismo y el simbolismo. Este movimiento se manifiesta en dos etapas en Hispanoamérica y España, destacando la obra de poetas como Rubén Darío y Juan Ramón Jiménez, quienes incorporan temas de desasosiego, introspección y un interés por lo exótico y lo indígena. El lenguaje poético modernista se distingue por su esteticismo, musicalidad y uso de un léxico rico en imágenes sensoriales.

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UNIDAD DIDÁCTICA 2 CURSO 2016-2017

IES JOSÉ ARENCIBIA GIL 2º BACHILLERATO

MODERNISMO
El Modernismo literario es un movimiento que surge, a finales del siglo XIX,
como reacción al realismo decimonónico, y que se prolonga hasta bien entrada la
segunda década del siglo XX, hacia 1914 (estallido de la Primera Guerra Mundial). Esa
reacción coincide con el espíritu de renovación artística que se produce en Europa en las
artes plásticas y en la literatura, y se manifiesta en la actitud de rebeldía de los jóvenes
escritores, que manifiestan similares inquietudes: por un lado, la ruptura con la estética
vigente, y por otro, el inconformismo ante la sociedad burguesa y el ambiente de
vulgaridad que los rodea.
1. RAÍCES LITERARIAS
En este movimiento converge una amalgama de tendencias culturales diversas
(literarias y artísticas, principalmente). Por lo que a las primeras se refiere, se ha dicho
que el Modernismo hispánico es una síntesis de parnasianismo y el simbolismo, dos
escuelas poéticas surgidas en Francia en la segunda mitad del siglo XIX. Pero, junto a la
influencia francesa, está presente la huella de la tradición literaria española, en
especial la de Gustavo Adolfo Bécquer y Rosalía de Castro.
EL PARNASIANISMO
Debe su nombre a Le Parnasse contemporaine (1866), revista en la que
colaboraban un grupo de jóvenes poetas que reaccionan contra los principios estéticos
del Romanticismo, en especial el de la libertad en la creación artística (que conlleva la
no sujeción a las normas) y el de la concepción utilitaria del arte (puesto al servicio de
causas políticas y sociales): ello había conducido a una poesía lamentablemente
despreocupada del cuidado de la forma. Por ese motivo, uno de los impulsores del
movimiento, Téophile Gautier, proclama el ideal de “el arte por el arte”, que se traduce
en la búsqueda obsesiva de la perfección formal: el poeta debe esculpir su obra con la
misma devoción con la que el orfebre talla los metales preciosos o el escultor cincela el
mármol.
Para que el poema resulte un producto exquisitamente elaborado lo someten al
rigor métrico, prescindiendo de las licencias poéticas y el verso libre, y recurren a un
léxico selecto y depurado, rico en cromatismo y plasticidad, que embellezca la
vulgaridad del entorno. Guiados por ese propósito idealizador y movidos por el deseo
de evadirse de una realidad demasiado prosaica, ambientan sus obras en civilizaciones
lejanas y exóticas, como la antigua Grecia, los países de Oriente, el mundo bíblico o
medieval, todas ellas envueltas en una bruma de misterio y recóndita belleza. Y,
precisamente, a estos temas dedicó buena parte de su producción la figura más
representativa del movimiento, Leconte de Lisle (1818-1894), autor de Poèmes
antiques, Poèmes hindous y Poèmes barbares.
EL SIMBOLISMO
Es una escuela, opuesta al parnasianismo, que se da a conocer en 1886 con la
publicación del Manifiesto simbolista. Proviene de una corriente poética de signo
idealista que tiene su origen en la poesía de Baudelaire (1821-1867) y se afianza con
Verlaine (1844-1896), Rimbaud (1854-1891) y Mallarmé (1842-1898).
Frente a los parnasianos, preocupados por la perfección formal y la belleza
exterior, los simbolistas se distancian del frío academicismo de aquellos y abogan por
una intensificación del subjetivismo. Proclaman que bajo las apariencias del mundo

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sensible subyace una realidad oculta a la que no es posible acceder a través de los
sentidos: esa otra realidad la forman los sentimientos que laten en lo más profundo del
alma humana (sueños, anhelos insatisfechos, obsesiones, angustias…). Por naturaleza,
estas abstracciones son indefinibles e inefables, subjetivamente imprecisas, por lo que
solo pueden sugerirse mediante símbolos (imágenes físicas que evocan algo inmaterial):
y justamente en el arte de la sugerencia está la clave de su lenguaje.
Por otro lado, los simbolistas creen que a esos estratos misteriosos de la realidad
tienen acceso también otras artes, como la pintura y la música, y llegan a descubrir
correspondencias entre los sonidos vocálicos, los colores de las artes plásticas y las
notas musicales. Ello explica la importancia del cromatismo y la musicalidad en sus
creaciones poéticas, palpable en el empleo de recursos como la sinestesia y los efectos
sonoros. En cuanto a los temas, su afán de evadirse de la realidad se manifiesta en la
predilección por lo legendario y mítico, lo trascendente y religioso, lo mágico y
esotérico.
TRADICIÓN LITERARIA ESPAÑOLA
En cuanto a la literatura española, es indudable la influencia de Bécquer en
escritores como Juan Ramón Jiménez o Antonio Machado. El poeta romántico es un
maestro en el arte de sugerir, mediante símbolos, sus estados de ánimo: por ejemplo, en
la rima II la saeta disparada al azar, la hoja movida por el viento, la ola gigante o la luz
a punto de extinguirse son objetos simbólicos con los que expresa la incertidumbre
sobre su destino personal. Asimismo, en el tono intimista de muchas composiciones
modernistas se percibe el eco del autor sevillano y de la poetisa gallega Rosalía de
Castro. El interés de ambos por las formas métricas populares (el verso de arte menor, la
asonancia, el paralelismo) pervive en la poesía del siglo XX, donde alcanzarán un auge
extraordinario.

2. ETAPAS Y EVOLUCIÓN
EL MODERNISMO HISPANOAMERICANO
Tiene su origen en la prosa juvenil de José Martí y Manuel Gutiérrez Nájera, en
la que ya se aprecia una notable influencia de los movimientos estéticos franceses
citados en el epígrafe anterior. Se han señalado dos etapas en su trayectoria:
1. La primera comprende de 1888 a 1896, años de publicación de Azul y Prosas
profanas, respectivamente, ambas del poeta nicaragüense Rubén Darío. Son
libros representativos del Modernismo más exuberante y preciosista, con el que
se persigue la perfección formal y se rinde culto a la belleza sensible. En este
periodo es muy patente la huella parnasiana.
2. La segunda se extiende desde 1896 hasta 1916 (muerte de Rubén Darío). Su
obra Cantos de vida y esperanza (1905) incorpora llamativas novedades:
tendencia al intimismo, tratamiento de temas americanos y cierta contención
en la búsqueda de la brillantez externa y los efectos sonoros.
Aparte de Rubén Darío, entre los poetas más destacados cabe mencionar al
mexicano Amado Nervo (1870-1919), el peruano José Santos Chocano (1875-1934), el
argentino Leopoldo Lugones (1874-1938) o el colombiano Guillermo Valencia (1873-
1943).

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EL MODERNISMO ESPAÑOL
Cuenta entre sus precursores con el madrileño Ricardo Gil (1853-1907), con el
cordobés Manuel Reina (1856-1905) y, sobre todo, con el malagueño Salvador Rueda
(1857-1933). Dos periodos pueden distinguirse en la evolución del movimiento:
1. El primero, desde 1892 (año de la primera visita de Rubén Darío a España como
anfitrión de Salvador Rueda) hasta 1903. Representa el Modernismo más
combativo y permeable a la influencia parnasiana y a las innovaciones estéticas
del poeta nicaragüense. Alma (1902), de Manuel Machado, es la obra más
representativa.
2. El segundo arranca con la aparición de la revista Helios (1903), fundada por
Martínez Sierra, Juan Ramón Jiménez y Pérez de Ayala, y se prolonga hasta
1916, año de la muerte de Rubén Darío y de la composición de Diario de un
poeta recién casado, del propio Juan Ramón. En esta fase el influjo del
simbolismo es muy acentuado en libros como Soledades (1903), de Antonio
Machado, Arias tristes (1903) y Jardines lejanos (1904), de Juan Ramón
Jiménez. Estos títulos son una muestra evidente de la diferencia entre el
Modernismo español y el hispanoamericano: el primero es más simbolista y, por
ello, más propenso al intimismo; el segundo, más parnasiano (al menos en sus
comienzos).
Las figuras más sobresalientes del Modernismo español son los poetas
Manuel Machado, Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez. Valle-Inclán, con
las Sonatas (1902-1905), es el máximo representante de la prosa modernista.

3. TEMAS
El Modernismo incorpora una nueva temática, acorde con una sensibilidad
estética que pretende distanciarse del realismo y del positivismo decimonónicos.
Los temas se concentran, por un lado, en la exterioridad sensible y, por otro, en el
subjetivismo más intimista. La crítica ha destacado, entre otros, los siguientes:
1. Desasosiego interior:
Es similar al que experimentaban los románticos. Se manifiesta en tres actitudes:
la exaltación de lo irracional (lo fantástico y legendario, lo misterioso); un
cierto regusto por lo mortecino y decadente (de ahí la presencia en sus
composiciones de lo otoñal, lo crepuscular), unido a una sensación general de
tedio y malestar, de profunda melancolía (el llamado “mal del siglo”); y, por
último, la angustia existencial, que empuja a los escritores a la búsqueda de lo
trascendente más allá de la apariencia sensible (en esa línea se situaría el
espiritualismo de Unamuno, el panteísmo de Juan Ramón Jiménez o el
esoterismo de Valle-Inclán).
2. Introspección, evasión y exotismo:
A raíz de este hastío vital, los modernistas desean escapar de la sociedad
mediocre en la que viven de dos modos: o se adentran en los laberintos de la
conciencia (introspección), explorando las “galerías del alma”, como Antonio
Machado; o bien sueñan con mundos de deslumbrante belleza ubicados en otras
latitudes (evasión espacial) o en épocas remotas (evasión temporal). Por ese
motivo ambientan sus composiciones en países exóticos, como los del lejano
Oriente con sus pagodas, piedras preciosas y flores de loto. Otras veces se
refugian en el pasado histórico: sienten predilección por la Antigüedad clásica

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(repleta de seres mitológicos), la Edad Media (de la que los atrae lo legendario y
caballeresco) o el preciosismo del siglo XVIII (identificado con el esplendor de
los palacios versallescos, sus fuentes, jardines y estanques poblados de
majestuosos cisnes).
3. Cosmopolitismo y casticismo:
Como estos escritores pretenden huir de la vulgaridad, sienten el deseo de viajar
al extranjero y conocer nuevas culturas. Pero, sobre todo, muestran devoción por
París, ciudad donde se dan cita las más novedosas corrientes artísticas y que,
además, encarna un ideal de vida (la bohemia) alejado de la ramplonería de la
sociedad burguesa. Ese gusto por lo foráneo explica que se acusara a los
modernistas de extranjerizantes, afrancesados y enemigos de la nación y la
patria, realidades consideradas como pilares fundamentales del sustrato
ideológico de la burguesía. A pesar de ello, paradójicamente, también se inclinan
por lo castizo y pintoresco, quizás como una forma más de diferenciarse de los
modelos sociales vigentes.
4. Indigenismo:
Una vez más, el afán de evasión explica el interés de los modernistas
hispanoamericanos por los pueblos indígenas de la época precolombina, cuyo
primitivismo asocian unas cualidades (autenticidad, pureza, virginal inocencia)
que contrastan con la artificiosidad y degeneración de las sociedades avanzadas.
De ese modo exaltan las figuras de héroes como Caupolicán (guerrero araucano
que acaudilló la resistencia contra los españoles durante la conquista de Chile),
el azteca Moctezuma o el inca Atahualpa. Posteriormente, algunos poetas buscan
en el indigenismo las raíces de la identidad nacional de los países de América
Latina.
5. Panhispanismo:
A consecuencia del desastre de 1898 y la creciente expansión política,
económica y militar de los Estados Unidos, que es vista como una amenaza,
algunos escritores promueven el reforzamiento de los lazos de solidaridad con el
resto de los países hermanos. Y descubren que el vínculo que los une es el
legado cultural de España y sus valores morales y espirituales
(panhispanismo). En la exaltación de lo hispánico frente a la hegemonía
anglosajona, cobra especial protagonismo la figura de Rubén Darío, quien se
hace eco de ese sentir en su libro Cantos de vida y esperanza.

4. LENGUAJE POÉTICO
La ruptura del Modernismo con la literatura precedente se aprecia, más que en
los temas, en el manejo del lenguaje. Y lo hace inspirándose en las corrientes estéticas
citadas anteriormente: del parnasianismo toma la búsqueda de la belleza sensible y el
afán de perfección formal (esteticismo); del simbolismo, el arte de la sugerencia y el
gusto por la musicalidad; además, del impresionismo, movimiento que tuvo su mayor
desarrollo en la pintura, toma la indefinición en la recreación de ambientes y
paisajes.
ESTETICISMO:
Los modernistas huyen del prosaísmo de la lírica decimonónica y procuran
reproducir, a través de la palabra, los más variados efectos sensoriales. De ese modo,
embellecen sus composiciones con un léxico rico en cultismos, voces exóticas, adjetivos
cromáticos y sustantivos que sugieren colores deslumbrantes (los que designan metales

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y piedras preciosas), sonoridades rotundas o delicadas (los referidos a instrumentos


musicales, como trompas, clarines, arpas, pianos, claves), o refinados aromas (los de
flores y plantas, como nenúfares, jazmines, nardos, rosas…).
RITMO Y MUSICALIDAD:
Entre los efectos sonoros cobra especial relevancia la musicalidad. Para
alcanzarla, los poetas recurren a artificios retóricos como la aliteración (“Los suspiros
se escapan de su boca de fresa”) y la onomatopeya (“está mudo el teclado de su clave
sonoro”) o la acumulación de palabras esdrújulas.
A ello hay que añadir la búsqueda de ritmos muy marcados, mediante el empleo de
variados procedimientos:
a. La distribución de los acentos de intensidad en las mismas sílabas métricas,
como sucede en estos versos alejandrinos de Rubén Darío, cuyos acentos
rítmicos recaen en la 3ª y 6ª sílabas de cada hemistiquio (“o-en-el-rey-de-las- is-
las // de-las-ro-sas-fra-gan-tes, / o-en-el-que es-so-be-ra-no // de-los-cla-ros-
dia-man-tes”).
b. La rima aguda (“Ya todo lo envuelve // la gama del gris. / Parece que un suave
// y enorme esfumino / del curvo horizonte // borrará el confín”) y la rima
interna (“ni el hacón en cantado, // ni el bufón escarlata”).
c. Los paralelismos (“Para mi pobre cuerpo dolorido, / para mi triste alma
lacerada, / para mi yerto corazón herido”) y simetrías sintácticas (“Por casco
sus cabellos, su pecho por coraza”).
EL ARTE DE LA SUGERENCIA Y LA INDEFINICIÓN:
Tanto los poetas románticos como los modernistas comparten un acentuado
individualismo que se manifiesta de forma radicalmente opuesta en unos y otros: los
primeros exhiben sus emociones con grandilocuencia y arrebato retórico; los segundos,
en cambio, eluden la mención directa del pensamiento y recurren a la insinuación, a la
expresión velada e inconcreta a partir de unos signos de indicio. El arte de la sugerencia
supone un máximo de contenido y un mínimo de continente: a consecuencia de ello, la
palabra poética se condensa y contrae, y el poema transmite una sensación de vaguedad
y misteriosa indefinición que, en ocasiones, no deja desvelar fácilmente su sentido.
En la consecución de ese efecto alcanzan especial relevancia tres recursos muy
gratos a la estética modernista: la sinestesia, el desplazamiento calificativo y el símbolo.
1. La sinestesia
Destaca por su poder de sugerencia. Se produce por la asociación de
sensaciones percibidas por distintos sentidos corporales, o por la relación de
aquellas con los sentimientos. Y ese nexo, por lo irreal que resulta, provoca una
impresión de sorpresa. En el primer caso, a un objeto que es percibido por un
determinado sentido (vista, oído, olfato, gusto o tacto) se le atribuye una
cualidad propia de otro sentido diferente. Ejemplos: “chopos de música verde”,
de Juan Ramón Jiménez (atribución de un color a un sonido); “con agrio ruido
abrióse la puerta” de Antonio Machado (atribución de sabor a un sonido); “la
caricia de la luz temblaba sobre las flores”, de Valle-Inclán (atribución de una
sensación táctil a un objeto visual). En el segundo caso, a un estado de ánimo se
le asigna una propiedad sensible (color, sonido, aroma…). Ejemplos: “¡Qué
tranquilidad violeta / por el sendero de la tarde!”, de Juan Ramón Jiménez
(atribución de color a un sentimiento).

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2. El desplazamiento calificativo
Se trata de un artificio retórico que alcanza gran desarrollo en el Modernismo,
sobre todo a partir de Juan Ramón Jiménez. Este recurso se produce cuando la
cualidad de un objeto se desplaza (de ahí el nombre) a otro objeto próximo; y,
como ocurre con la sinestesia, provoca una sensación de sorpresa, porque nadie
espera que se establezca ese vínculo. Veamos un ejemplo: cuando Antonio
Machado habla de álamos cantores se está refiriendo al canto de los pájaros
posados en las ramas de esos árboles; en este caso, y dado que ambos seres
(pájaros y álamos) están próximos en el espacio, la cualidad propia de uno de
ellos (pájaros cantores) se traslada al otro (álamos cantores).
No debemos confundir este procedimiento con la sinestesia. En esta, la cualidad
irreal que se atribuye a un objeto ni siquiera aparece en sus proximidades físicas,
es pura invención del poeta: así, en la expresión música verde la cualidad verde
no puede aplicarse a un objeto que se percibe por el sentido del oído, como la
música; ni a una sensación íntima, como la tranquilidad, se le puede adjudicar
un atributo como el color violeta. En el desplazamiento calificativo, en cambio,
existe una relación de contigüidad espacial entre los dos objetos: los álamos y
los pájaros comparten el mismo espacio.
3. El símbolo
Es una imagen física que sugiere algo no perceptible físicamente (una idea, un
sentimiento, una obsesión, una angustia). Así, por ejemplo, el crepúsculo
simboliza el ocaso de la vida y el presentimiento de la muerte (Manuel
Machado); el paisaje, la proyección de diversos estados de ánimo (Juan Ramón
Jiménez); la fuente (con el ruido monótono del agua) evoca la sensación de tedio
y melancolía (Antonio Machado); el buitre que devora las entrañas del poeta, la
angustia existencial (Unamuno). Ahora bien, el símbolo no siempre entraña un
único sentido; con frecuencia, y dependiendo del contexto, puede ser
polisémico, como sucede con la sombra en Antonio Machado, que se reviste de
sucesivas significaciones: soledad y desvalimiento (“Yo contemplo la tarde
silenciosa / a solas con mi sombra y con mi pena”), vagos recuerdos
(“buscando… / alguna sombra sobre el blanco muro, / algún recuerdo…”),
violencia y envidia (“la sombra de Caín”), o tristeza (“corazón sombrío”).
Conviene aclarar que el símbolo guarda cierta relación con la metáfora: todo
símbolo es una metáfora, pero no toda metáfora es un símbolo. Para que aquella
se convierta en símbolo ha de estar presente de forma continuada en la obra de
un poeta. Con este artificio el lenguaje poético se aproxima a lo misterioso e
inefable, y penetra en las profundidades del alma humana, donde se alojan las
emociones más íntimas.

5. FORMAS MÉTRICAS
El afán de renovación formal del movimiento modernista se muestra también en
la métrica con la introducción de innovaciones que afectan a los versos y a las estrofas.
VERSOS
Por influencia francesa se rescata el alejandrino (7+7) y se emplean con
profusión el dodecasílabo (6+6) y el eneasílabo. Asimismo, se experimenta con nuevos
metros: el verso libre, cuyo ritmo se basa en la repetición de ideas y esquemas
sintácticos (y no de elementos fónicos, como la rima y el acento); y, a imitación de la

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versificación clásica, el verso amétrico, cuyas unidades rítmicas no son las sílabas sino
los pies acentuales (dáctilos, anfíbracos y anapestos).
Por otro lado, no se olvidan los metros arraigados en la tradición española, como el
octosílabo y el endecasílabo.
Pies acentuales:
Dáctilos: [óoo]
Ín-cli-tas / ra-zas-u / bé-rri-mas / san-gre-de His / pa-nia-fe / cun-da…
Rubén Darío
Anfíbracos: [oóo]
Ya-vie-ne el / cor-te-jo. / Ya-se o-yen / los-cla-ros / cla-ri-nes.
Rubén Darío
Anapestos: [ooó]
El-cla-rín / u-lu-ló, / y a-lo-le /jos…
Santos Chocano

ESTROFAS
El soneto recobra el prestigio que había alcanzado en la época clásica, pero es
sometido a llamativas alteraciones: con frecuencia varía la medida de los versos
(alejandrinos y dodecasílabos en lugar de endecasílabos), se sustituyen los cuartetos
por serventesios, y no es raro que ambas estrofas presenten rimas diferentes (ABBA /
CDDC en un caso, y ABAB / CDCD en el otro). Lo mismo sucede con la silva (que
amplía su repertorio con versos de diferente medida) y otras estrofas clásicas.
En la poesía hispanoamericana, especialmente, se emplea el sexteto de
dodecasílabos (o alejandrinos) y rima aguda, como en la Sonatina de Rubén Darío.
De igual forma, la abundancia de romances, cuartetas, redondillas, coplas o
seguidillas responde al interés de algunos poetas (Antonio Machado o Juan Ramón
Jiménez, entre otros) por la lírica popular.

GENERACIÓN DEL 98
La forman un grupo de escritores modernistas que se sienten muy afectados por
la profunda crisis que padece España a finales del siglo XIX. Tras el desastre de 1898 y
la pérdida de las últimas colonias (Cuba, Puerto Rico y Filipinas) en la guerra con los
Estados Unidos, adoptan una actitud crítica ante la realidad y proclaman la necesidad
de una urgente regeneración social, moral y cultural del país, por lo que asumen el
compromiso cívico de denunciar los males de la nación, indagar en sus causas y
proponer soluciones.
Aunque esta denominación es una de las más aceptadas de la literatura española
contemporánea, es también una de las más controvertidas. Para unos no están claros
los límites entre la Generación del 98 y el Modernismo, pues ambos movimientos
nacen de la misma actitud, la insatisfacción ante la literatura realista, y ven en el
Modernismo el lenguaje generacional de muchos escritores del 98. Para otros, en
cambio, estos constituyen un grupo autónomo e independiente del Modernismo, pues
reúnen los requisitos para ser considerados como miembros de una generación
literaria: nacimiento en años cercanos (Unamuno en 1864 y Antonio Machado, el más
joven, en 1875), formación cultural semejante (autodidactismo), relación personal,

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actividades comunes (colaboran en los mismos periódicos y revistas, realizan una visita
a la tumba de Larra, protestan por la concesión del Premio Nobel a Echegaray), vivencia
del mismo acontecimiento histórico (el desastre de 1898), existencia de un guía
espiritual (Nietzsche) y empleo de un lenguaje propio que los diferencia de la
generación anterior.
Como rasgos diferenciadores de la Generación del 98 se han señalado:
a. Sus referentes inmediatos son intelectuales y pensadores, como Giner de
los Ríos, Joaquín Costa y Ángel Ganivet. Los del Modernismo, en cambio,
son poetas (José Martí y Salvador Rueda).
b. El 98 es un movimiento de origen español que pretende indagar en la
esencia del alma nacional a través de su paisaje, su historia y su literatura. El
Modernismo, por el contrario, surge en Hispanoamérica, sus raíces literarias
proceden de la literatura francesa y su vocación es cosmopolita.
c. Frente a la sensualidad jubilosa del Modernismo, los noventayochistas
abordan, con espíritu analítico, temas históricos, morales y sociopolíticos,
con el propósito de remover la conciencia nacional.
d. Si la labor creadora de los modernistas se circunscribe, casi exclusivamente,
al ámbito poético, los integrantes de la Generación del 98 cultivan todos los
géneros literarios: la poesía, el teatro y, preferentemente, el ensayo y la
novela.

1. EL ENSAYO DEL 98
Los integrantes de la Generación del 98, pese a sus notables divergencias
ideológicas, abordan en sus artículos y ensayos asuntos de especial interés: uno, el
problema de España, y otro, el de las angustias existenciales sobre el destino del
hombre y la inmortalidad del alma.
EL PRESENTE Y PORVENIR DE ESPAÑA
En el tratamiento del tema, estos escritores conectan con toda una tradición
literaria que arranca a principios del siglo XVII (con la mirada lúcida de Cervantes o la
actitud amarga y desencantada de Quevedo ante la decadencia nacional), continúa con
las inquietudes reformistas de los ilustrados (Cadalso, Jovellanos, Feijoo) y culmina con
el pesimismo crítico de Larra y las aportaciones de dos movimientos ideológicos de la
segunda mitad del siglo XIX (el krausismo y el regeneracionismo), de cuya base
doctrinal se nutren. En su análisis evolucionan desde un inicial radicalismo crítico y
reivindicativo hacia posiciones más moderadas y sentimentales en las que predomina el
propósito artístico de exaltar líricamente el paisaje de Castilla.
LOS CONFLICTOS EXISTENCIALES Y RELIGIOSOS
En este asunto, los noventayochistas evolucionan desde el agnosticismo y el
anticlericalismo radical de su juventud (explicable, quizás, por la religiosidad superficial
de la España de la época y la perniciosa influencia de la Iglesia en la vida política) hacia
posiciones más moderadas en su madurez.

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2. LA POESÍA DEL 98
Recoge las dos tendencias del momento: la herencia simbolista francesa del
Modernismo (Antonio Machado) y la herencia ideológica alemana (Unamuno). Pero su
lenguaje elimina, de modo progresivo, la brillantez retórica del Modernismo, aunque
mantiene el carácter impresionista en las descripciones o la idealización de la naturaleza
y el paisaje castellano. Después de una primera etapa modernista, ambos poetas acogen
en su obra el espíritu del 98, tanto en su temática como en su escritura (más reflexiva,
sentenciosa y analítica).

3. LA NOVELA DEL 98
Tres obras publicadas en 1902 (La voluntad de Azorín, Amor y pedagogía de
Unamuno y Camino de perfección de Baroja) rompen con las hechuras de la novela
realista y naturalista del siglo XIX en aspectos tan relevantes como el lenguaje, el
diseño y construcción del argumento, el tratamiento de temas y personajes o la forma
subjetiva de reflejar la realidad.
ESTRUCTURA
Frente a la trama compleja de la novela realista, articulada en planteamiento,
desarrollo y desenlace con arreglo a un plan perfectamente diseñado, rica en minuciosas
descripciones de ambientes y personajes, la novela del 98 adopta, por lo general, una
estructura abierta. A esa nueva concepción responden las novelas de Azorín (La
voluntad, Antonio Azorín, Las confesiones de un pequeño filósofo), de estructura
fragmentaria y discontinua, sin apenas acción, próximas al género del ensayo, en las que
en torno a un leve hilo argumental se aglutinan disquisiciones filosóficas y estampas del
paisaje castellano; o la “nivola” de Unamuno, característica por la desnudez narrativa y
un argumento concentrado en mostrar los conflictos íntimos de los protagonistas (Amor
y pedagogía, Niebla, San Manuel Bueno, mártir). Las de Baroja (Zalacaín el
aventurero, Las inquietudes de Shanti Andía) se dispersan en múltiples episodios
yuxtapuestos, sin conexión entre ellos, y cuyo único vínculo es la presencia continua del
protagonista (el propio autor manifestó abiertamente su desinterés por la composición,
llegó a afirmar que se podía construir una novela sin argumento).
TEMÁTICA
Estas novelas abordan los grandes temas de la Generación del 98, de índole
existencial, como la lucha por la vida en un mundo hostil y la exaltación de la voluntad
frente a la abulia (Baroja), el conflicto entre razón y fe, y la insaciable necesidad de
perdurar después de la muerte (Unamuno), la desazón por la infructuosa búsqueda de
sentido a la vida, la angustia por el paso del tiempo y la amenaza de la muerte (Azorín).
PERSONAJES
La mayoría son novelas de protagonista individual. Unas veces es el “hombre de
acción”, como sucede con algunos personajes de Baroja (Zalacaín, Shanti Andía),
producto de los deseos de aventura de su autor (alimentados por las lecturas de su
infancia) y la influencia de las ideas vitalistas de Nietzsche. Otras veces son seres
abúlicos, incapaces de actuar; que viven angustiados por encontrar un sentido a su
existencia (el Antonio Azorín de La voluntad, de José Martínez Ruiz, o el Andrés
Hurtado de El árbol de la ciencia, de Baroja). O individuos que se convierten en
interlocutores de su propio creador, desdibujándose así la frontera entre realidad y

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ficción: es lo que sucede con el Augusto Pérez de Niebla, que visita a Unamuno en su
casa de Salamanca y le exige ser dueño de su destino (el suicidio) y no depender de la
voluntad del escritor.
PUNTO DE VISTA
Frente a la técnica realista de relatar los acontecimientos desde un único punto
de vista –el del narrador omnisciente–, ahora se muestra una mayor preocupación por
hacerlo desde la perspectiva del autor, mucho más personal y subjetiva.
ESPACIO Y TIEMPO
Con frecuencia se prescinde de una concreta localización espacial y temporal,
para centrarse en el conflicto íntimo de los personajes, como sucede en las novelas de
Unamuno, ambientadas en un escenario indeterminado de provincias de la España de
principios del siglo XX.
LENGUA Y ESTILO
Frente al estilo retórico del Realismo, los integrantes de la Generación del 98
apuestan por la sobriedad expresiva y el cuidado en el manejo del idioma, sustituyendo
los extensos periodos de la novela decimonónica por el párrafo breve y la frase corta. Al
mismo tiempo, rescatan viejos vocablos sepultados en el olvido y enriquecen el léxico
con neologismos. En las descripciones huyen de la excesiva precisión y seleccionan,
con técnica impresionista, solo los detalles más significativos.

4. PRINCIPALES AUTORES DE LA GENERACIÓN DEL 98

Miguel de Unamuno (1864-1936)


Aborda el tema de España en el ensayo En torno al casticismo (1895), donde
expone que el remedio a los males del país está en la conjunción de tradición y
europeización. Considera que la verdadera tradición no se halla en los falsos
casticismos, sino en la intrahistoria, es decir, en la vida silenciosa y anónima de los
millones de seres que pueblan nuestras tierras: es en el alma colectiva del pueblo donde
reside la esencia de la tradición, la verdadera fuerza que España precisa para despertar
de su letargo. Pero esta inmersión en la vida intrahistórica ha de conjugarse con una
decidida apertura a Europa, cuna del progreso. Sin embargo, en escritos posteriores,
Unamuno reniega de la europeización de España y aboga por una españolización de
Europa.
Expone con gran hondura sus preocupaciones religiosas y existenciales. En el
ensayo Del sentimiento trágico de la vida (1913) plantea el conflicto entre razón y fe, y
cómo el ansia de inmortalidad del ser humano choca con las leyes de la lógica, por lo
que ese anhelo solo puede satisfacerse desde el sentimiento y la voluntad. Afirma que si
queremos perdurar más allá de la muerte, si queremos ser inmortales, hemos de
resucitar con la voluntad al Dios que ha matado la razón.
El género literario más renovado por Unamuno es la novela, campo de ensayo en
el que da respuesta a los esquemas del Realismo anterior. Sus relatos, de carácter
existencialista, recogen su actitud intelectual, su visión filosófica del mundo y sus
preocupaciones ideológicas y existenciales: la búsqueda de la personalidad y el
conflicto entre creador y personaje en Niebla (1914); la envidia cainita en Abel Sánchez

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(1917); el sentimiento de la maternidad frustrada en La tía Tula (1921); y la


trascendencia religiosa y la inmortalidad en San Manuel Bueno, mártir (1933).
Asimismo, su novela refleja su intención de renovar el lenguaje, la forma y las técnicas
narrativas, acorde con los postulados del Modernismo. Unamuno llama a sus novelas
“nivolas” para diferenciarlas de las realistas: en estas, el lenguaje es directo y el autor,
para mostrar la realidad, permite que sus personajes actúen según su propia ley; en las
“nivolas”, el lenguaje es más intelectual y el autor invade el orden de la realidad
objetiva para manejarla de acuerdo con las leyes y los criterios que él impone.
Fue también un notable poeta, tanto por su vigoroso lenguaje como por las
imágenes sensoriales en la idealización del paisaje castellano. Expresa en sus poesías su
desasosiego interior por los problemas existenciales.

Ramiro de Maeztu (1874-1936)


Es el escritor que representa una evolución más radical en su trayectoria
ideológica, pues pasa de defender, en su juventud, los ideales socialistas, a alinearse, en
su madurez, con las posiciones más conservadoras del tradicionalismo español.
La obra en que asume los postulados del regeneracionismo es Hacia otra
España (1899). En ella achaca a la pereza y la desidia la causa del desastre nacional. Su
proyecto regeneracionista pasa por una industrialización del país que no se detenga en la
periferia peninsular, sino que penetre también en la España deprimida del interior. Pero
ese proceso de revitalización económica solo puede impulsarlo el espíritu emprendedor
de la burguesía.
La obra que marca el final de su trayectoria ideológica es Defensa de la
Hispanidad (1934), en la que exalta los principios más conservadores de la tradición
española a la vez que proclama la identidad de lo hispánico con el catolicismo.

José Martínez Ruiz, Azorín (1873-1967)


Ha sido quien mejor ha sabido captar el alma castellana a través de la
contemplación del paisaje. En libros como Los pueblos (1905), La ruta de don Quijote
(1905), España. Hombres y paisajes (1909) o Castilla (1912) el autor detiene su mirada,
con acento melancólico, en los pequeños detalles de la vida diaria de las ciudades y
pueblos de Castilla y en sus costumbres y manifestaciones artísticas, penetrando así en
la esencia de la España profunda.
En lo que respecta a los conflictos existenciales y religiosos, tras superar los
impulsos anarquistas radicales de su juventud, se asienta en un sereno escepticismo.
Luego se debate en un vago deísmo (postura filosófica que acepta el conocimiento de la
existencia y la naturaleza de Dios a través de la razón y la experiencia personal, en lugar
de hacerlo a través de los elementos comunes de las religiones teístas, como la
revelación directa, la fe o la tradición) y la duda sobre el sentido de la existencia y el
destino del hombre tras la muerte. Más tarde, esa angustia se transforma en una actitud
melancólica ante la conciencia del paso del tiempo, cuyo discurrir pretende retener
mediante la contemplación del paisaje y los pueblos castellanos.

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Pío Baroja (1872-1956)


Sus reflexiones sobre la situación española se concentran sobre todo en sus
novelas El árbol de la ciencia y César o nada. En ellas nos ofrece una visión desoladora
de la vida nacional (atraso cultural, corrupción política, ineptitud): de ahí que defienda
la europeización de España pero sin renunciar a nuestras señas de identidad.
Se autodefine como un liberal radical y rechaza cualquier dogma político,
incluso manifiesta su escepticismo hacia el sistema democrático y el sufragio universal,
pues considera que la razón no está en la mayoría, sino en los más inteligentes. En el
ámbito religioso se declara agnóstico.
Es el máximo novelista de su tiempo. Mantiene siempre un pesimismo radical
sobre la naturaleza y la condición humanas. Por ello, su obra es crítica con todo. No
solo con un grupo humano concreto, sino con una sociedad global corrupta (personas e
instituciones).

Antonio Machado (1875-1939)


Es considerado miembro de la Generación del 98 por su libro Campos de
Castilla (1912). Esta obra, con la que evoluciona hacia la captación del mundo exterior,
aborda los siguientes temas: Castilla (de la que nos ofrece una visión lírica y otra
crítica), la enfermedad y muerte de su esposa Leonor, el presente y porvenir de España
y, por último, meditaciones filosóficas sobre los grandes enigmas de la existencia (el
paso del tiempo, la búsqueda infructuosa de Dios, el misterio de la muerte). Aunque en
el lenguaje persisten rasgos modernistas, tiende a la depuración expresiva y al estilo
nominal.

Vida:
Antonio Machado nace en Sevilla en 1875, en una familia con raíces
intelectuales. Pasa su juventud en Madrid y estudia en la Institución Libre de
Enseñanza. En 1899 viaja a París con su hermano Manuel y, a su regreso, comienza a
escribir en las publicaciones modernistas. En 1907 marcha a Soria como catedrático de
francés y conoce a la joven Leonor Izquierdo, con la que se casa dos años después. En
1912, su mujer enferma de tuberculosis y muere: la desolación del poeta es enorme.
Pide traslado a Baeza (1912-1919) y Segovia (1919-1931), donde sigue ejerciendo la
enseñanza. En 1927 ingresa en la Academia de la Lengua y conoce a Pilar Valderrama,
la Guiomar de sus últimos poemas amorosos. Ya en Madrid, le sorprende la Guerra
Civil. Viejo y cansado, ante el avance de los nacionales, pasa a Francia. Muere en
Collioure el 22 de febrero de 1939.

Sus temas y estilo:


Al hombre de carácter sencillo, soñador y solitario que fue Machado le
corresponde una poesía profunda, seria y grave. Los temas son variados, pero
reaparecen una y otra vez en sus poemas: la intimidad, los recuerdos, el paisaje
castellano, la preocupación por España, los desasosiegos por el paso del tiempo y la
llegada de la muerte.
En la métrica se inclina por el uso de formas populares, aunque es destacable su
predilección por la silva con rima de romance. Tampoco faltan sonetos. En general, sus
versos son sencillos.

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El estilo se caracteriza por la ausencia de complejidades retóricas: sobrio y claro,


no se detiene en rebuscamientos, y sigue la vía más directa hacia la comunicación de sus
emociones más hondas. No hay en sus estrofas oscuridad alguna que impida al lector
acercarse a la intimidad de sus sentimientos. La llaneza del lenguaje se acerca al tono
conversacional, a la exclamación popular y los giros coloquiales.
Es frecuente el uso de metáforas y metonimias tópicas y lexicalizadas, que en
ocasiones cobran un valor simbólico, junto a otras rebuscadas y bellísimas figuras
literarias. Abundan las imágenes y comparaciones descendentes o diminutivos cariñosos
(“Campillo amarillento…”). Pero sin duda, el recurso más repetido en los versos de
Antonio Machado es el epíteto. La adjetivación envuelve a menudo leves pero
sugerentes sinestesias (“blanca juventud”, “lágrimas sonoras”). Los símbolos más
importantes que utiliza en su poesía son el espejo, el sueño, el camino, el mar, la luz y el
agua.

Su obra:

a) Los inicios machadianos no son ajenos al Modernismo. Soledades (1903) incluía


poemas de corte modernista que fueron suprimidos en la reedición de 1907 –ahora con
el título de Soledades, galerías y otros poemas–. En este libro de poemas aparecen las
evocaciones y los ensueños de ambientes quietos y silenciosos, de jardines y parques de
cipreses desiertos. El intimismo, de tradición becqueriana, el tono triste y melancólico,
y el simbolismo de algunos motivos reiterados (el viento, el agua, la noria...) difieren
de la tendencia frívola de Rubén Darío. Pero la deuda con el Modernismo se aprecia en
la métrica, en el léxico, en algunas imágenes y en el predominio de los aspectos
musicales y cromáticos.

b) El Machado más característico aparece en Campos de Castilla (1912 y 1917). La


conmoción del poeta al enfrentarse al paisaje castellano le lleva a un modo de expresión
distinto. Su poesía se vuelve más realista y objetiva, más austera y sobria, acorde con
la aridez de ese paisaje. Junto al paisaje soriano, el libro contiene poemas que son una
reflexión sobre los males de España y otros son retratos de personajes anónimos o de
intelectuales y amigos. Son interesantes los poemas escritos en Baeza en recuerdo de su
mujer y de la tierra abandonada. El libro se completa con poemitas breves que recogen
aforismos, sentencias y máximas, anunciadores de su tercera obra.

c) Nuevas Canciones (1924) es el libro de un pensador más que de un poeta.


Machado traduce sus reflexiones en coplas y composiciones ligeras y diáfanas.

d) El resto de su producción poética lo irá incorporando en sucesivas ediciones de


sus Poesías Completas. En el Cancionero apócrifo, atribuido a sus dobles Abel Martín
y Juan de Mairena, incluye los poemas amorosos dedicados a Guiomar. Y en las
Poesías de guerra se mezclan arengas y poemas de aliento bélico con manifestaciones
de dolor por la brutalidad de la contienda, como El crimen fue en Granada,
estremecedor testimonio del asesinato de Lorca.

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