LECTURA:
Territorio-lugar:
Espacio de resistencia y lucha de los movimientos sociales
Zulma Zorayda Toro Muñoz[1]Fuente: Pacarina del Sur - https://www.pacarinadelsur.com/home/abordajes-y-contiendas/421-
territorio-lugar-espacio-de-resistencia-y-lucha-de-los-movimientos-sociales -
En el presente artículo pretendo mostrar cómo existen dos concepciones de territorio desde dos lógicas opuestas y en conflicto.
Por un lado, la concepción propia de la lógica moderna y capitalista del desarrollo; el segundo parte desde dos perspectivas: la
epistémica y la económica. Por otro lado existe una concepción desde la perspectiva de las utopías, ligada a la construcción de
territorio-lugar como escenario de resistencia y lucha en América Latina.
Palabras clave: territorio, lugar, estriamiento del espacio, movimientos sociales, movimientos ambientales.
Comenzaré aclarando tres conceptos: espacio, territorio y lugar, los cuales son fundamentales para comprender, en general, las
diferentes argumentaciones en el texto y, de modo particular, el concepto de territorio-lugar, como escenario de resistencia y
lucha de los movimientos sociales.
Existen muchos significados de espacio, que pasan por las diferentes disciplinas. Podemos decir que es todo los que nos rodea, lo
que contiene todos los objetos que existen, el lugar que ocupa cada objeto, el sitio o lugar, etc. Así, pues, retomamos a Bernardo
Fernandes cuando plantea que es “creado originalmente por la naturaleza y [luego] transformado continuamente por las relaciones
sociales”.[2] Lo que nos lleva a concluir que el espacio no es sólo físico, material y objetivo, ya que la intervención de los seres
humanos lo convierte en una producción social, cultural, política y económica, que se define según los intereses y subjetividades
de quienes lo producen
De igual manera el territorio se produce a partir de la acepción de que es “un espacio geográfico y/o social específico. […] Es el
espacio apropiado por una determinada relación social que lo produce y lo mantiene a partir de una forma de poder”.[3] Sin
embargo, no podemos perder de vista que si “todo territorio es un espacio, no siempre y no todo espacio es un territorio”, [4] lo
cual significa que un espacio para convertirse en territorio requiere de la intervención del ser humano y de las transformación y las
relaciones multidimensionales que en él genera.
En esta misma lógica aparece el término lugar, que es utilizado por Arturo Escobar, y que define lo más cotidiano, lo vivido, como
“la experiencia de una localidad específica con algún grado de enraizamiento, linderos y conexión con la vida diaria, aunque su
identidad sea construida y nunca fija”,[5] concepción que está ligada al de territorio desde la perspectiva de las comunidades
locales y de organizaciones sociales territoriales. En otros términos, podríamos plantear que el lugar nos habla del territorio que es
construido por tales comunidades, convirtiéndose en el eje de sus relaciones. A partir de lo cual aparece el concepto de territorio-
lugar, para dar cuenta de tal construcción como resistencia y oposición a una lógica contraria de concebir el territorio.
De lo anteriormente dicho, evidenciamos que el territorio es una construcción social y, más que ello, cultural. La manera en que
los seres humanos ocupamos el espacio, lo representamos, lo significamos y lo usamos, define lo que somos, pensamos y cómo
nos relacionamos, y, además, evidencia lo que entendemos por territorio. Arturo Escobar (2010) muestra cómo dos formas de
comprender el territorio se enfrentan, pese a las particularidades y matices que pueda guardar cada una, en general podemos decir
que tales posiciones se caracterizan: 1. en la primera se construye una concepción del territorio como aquel que debe pensarse en
pro de beneficios particulares, que se pueda integrar a la dinámica económica global, como el espacio a ser utilizado, explotado y
dominado, lo cual evidencia una representación dicotómica y dual de las relaciones entre seres humanos y de estos con la
naturaleza, propia de occidente. 2. existe una construcción, principalmente de comunidades locales, muy ligadas al lugar; pues su
supervivencia depende de los recursos inmediatos del medio. Ellas representan el territorio-lugar como el espacio vivido, sentido
y parte integrante de su cotidianidad. A pesar de la inevitable inclusión, en mayor o menor grado, de concepciones modernas,
propenden por la recuperación de su memoria histórica y de sus tradiciones, en defensa de su territorio, identidad y cultura.
Posición que, además, se vuelve más radical con la incursión en sus territorios de la globalización neoliberal, a través de empresas
transnacionales en busca de explotar los recursos naturales.
Las dos posiciones enumeradas son opuestas, están en constante conflicto, se enfrentan en diferentes campos y se encuentran
conformadas por sectores con intereses opuestos.
El espacio y el territorio en la episteme moderna occidental
La primera concepción de espacio y territorio enunciada en párrafos anteriores es propia de la espíteme moderna, eurocéntrica y
colonial, necesaria para mantener el desarrollo capitalista. Si bien es cierto que la intervención y representación del espacio desde
esta lógica, se realiza a partir de intereses económicos concretos, los cuales enunciaremos más adelante, no podemos desconocer
que se requiere de la construcción de un conocimiento que avale tal realización; situación que no podemos mirar como algo
subyacente nada más. En este sentido aparece la dicotomía expuesta anteriormente: por un lado, se constituye un ser civilizado en
oposición a uno salvaje, en “estado de naturaleza”, el cual se “civiliza” o perece, proceso que define, la otra parte de la cuestión, el
hombre civilizado se crea en oposición a la naturaleza misma, es por ello que para el hombre, occidental, blanco y capitalista, la
naturaleza sólo existe para dominarla y usufructuarse de ella y, los seres humanos que perviven en estado “salvaje” siguen siendo
considerados como naturaleza.
Es en este escenario dicotómico donde es válido el uso del concepto de espacio estriado. Para Santiago Castro-Gómez, éste “se
caracteriza por la construcción artificial de trayectorias fijas y direcciones determinadas, que sirvan para controlar las migraciones,
regular los flujos de la población y reglamentar todo lo que ocurre en el espacio. De hecho, sin el estriamiento del espacio no sería
posible la existencia de Estado, pues su razón de ser es precisamente, establecer la ley y el orden sobre un territorio sobre su
soberanía”.[6] Situación que no habría sido posible sin la aparición de la Geografía como ciencia, porque permitió objetivar y
universalizar el conocimiento producido sobre el espacio,[7] lo que a su vez posibilitó su uso y control. En este sentido la
geografía sirvió, por ejemplo, al Imperio español para estriar en un primer momento el mar a través “de convertir el circuito del
Atlántico en un “territorio” donde la circulación de mercancías, esclavos y personas entre el nuevo mundo y el viejo mundo se
encontraba perfectamente regulada; [luego en un segundo momento] sometiendo el espacio físico de las colonias a una estricta
reglamentación de todos sus flujos”.[8]
Ahora bien, la geografía, al regular el espacio físico, buscaba clasificar a las personas. En general, los Borbones españoles
comenzaban a mirar a la ciencia no como una actividad de las elites, sino como una herramienta de gobierno. Específicamente “la
geografía […] se había convertido en un valioso instrumento para los Estados europeos que competían por el control del todavía
naciente mercado mundial. La acumulación de riqueza, poder y capital dependía en parte del conocimiento exacto que un Estado
tuviera sobre las ciudades, selvas, montañas, ríos, flora, fauna y, por encima de todo, sobre la fuerza disponible en territorios bajo
su control”.[9] Es por ello que, para la geografía, el censo y el mapa se constituyeron en herramientas fundamentales, las cuales
posibilitaban que, junto a la enumeración y clasificación geográfica de los recursos potenciales a explotar, se realizaban la
medición y clasificación de los habitantes. Además, tales mecanismos de medición llegaron a un nivel extremo de exclusión al
postularse una relación entre sitio geográfico, capacidad intelectual y raza: “el lugar ocupado en el
territorio geográfico se corresponde entonces con el lugar que se ocupa en el territorio étnico, histórico y epistémico”.[10] Es
decir, según el clima se define el nivel de incivilización de los pobladores y su capacidad para salir de ella. A los habitantes de
climas cálidos, se les asumía como salvajes y atrasados; idea que no sólo se pensó en la colonia sino que se ha mantenido hasta el
momento, ejemplo de ello es el papel preponderante que en Colombia se le ha dado a la Región Andina como polo de desarrollo.
Este proceso colonial de concebir, apropiar y producir el espacio, aun deja huella en nuestro presente, que se caracteriza por lo que
Margarita Seje denomina como colonialismos y que consiste en “un conjunto de dispositivos sociales y culturales que legitima, da
sentido y hace posible la subordinación y la explotación de las personas y los grupos y de sus formas de vida social, económica y
política para poner en marcha los designios de una cultura y de su modo de producción, en este caso la cultura moderna”. [11] En
este orden de ideas la estriación del espacio, propio del desarrollo de la Geografía, consolida el colonialismo al sostener la
concepción dicotómica del territorito que hoy define a la sociedad moderna capitalista y, por ende, normaliza la explotación del
medio y de las personas sin ninguna barrera ética. En palabras de Castro-Gómez:
“El nacimiento de la nueva ciencia, la creación del Estado moderno y el desarrollo de nuevas tecnologías permitieron cambiar esta
perspectiva: de estar acosado y sometido por una naturaleza hostil y arbitraria, el hombre comienza a pensarse a sí mismo como
“dueño y señor” de la tierra. Aparece entonces una idea (¿una obsesión?) que ya no abandonaría más al hombre moderno: que la
abundancia sustituya a la escasez en calidad de situación originaria y experiencia fundante de la existencia humana sobre la tierra.
A partir del siglo XVIII el trabajo no se orienta más hacia la pura supervivencia, sino hacia la creación y acumulación de
riquezas con el fin de realizar la gran utopía moderna: la superación definitiva de la escasez”.[12]
Es por ello que si miramos lo que significa el espacio y el territorio en la actualidad, no podemos dejar de articular el desarrollo
epistémico de la ciencia con los interese económicos globales. En el momento actual el capitalismo tiene una característica que es
la mundialización o globalización de la producción y del consumo, es desde esa lógica que los espacios y territorios cobran
importancia. El lugar ha ido desapareciendo bajo la globalización económica, lo que produce un proceso de desarraigo que
fragmenta aún más la sociedad e inhibe el potencial transformador de los seres humanos. Retomando a Escobar: “la ausencia de
lugar se ha convertido en el factor esencial de la condición moderna, [éste] ha desaparecido en el “frenesí de la globalización” de
los últimos años y este desdibujamiento del lugar tiene consecuencias profundas en nuestra comprensión de la cultura, el
conocimiento, la naturaleza, y la economía”.[13]
Esta necesidad de acabar con el territorio-lugar es la posibilidad de que los designios de la globalización neoliberal se asuman
como normales e inevitables, algunos ejemplos concretos de esta situaciones son: primero, la expoliación de los recursos naturales
en nuestros países por parte de multinacionales son asumidas por los Estados como la mejor vía para el desarrollo, por lo que se
incluye en los planes de gobierno y las políticas públicas; segundo, la degradación ambiental se pregona como responsabilidad de
todos los seres humanos por igual y es susceptible de ser solucionados mediante la tecnología; tercero, el racismo, el patriarcado,
la homofobia son cuestiones de forma que se solucionan con políticas públicas multiculturales.
Sin embargo, lo que en realidad sucede es que tal globalización erosiona la soberanía de los Estado periféricos, ya que por un lado
se permite la explotación de los recursos naturales a empresas extranjeras, mientras el país asume los costos sociales y ambientales
que esto trae, en pro de un “desarrollo” que jamás será alcanzado y de unos beneficios que jamás serán retribuidos a la población.
Por otro lado, se abre la posibilidad de que regiones dentro de los países puedan negociar por aparte con el mercado mundial.
Dentro de esta lógica se posibilita cierto grado de autonomía a la constitución de regiones estratégicas al mercado, en detrimento
de otra, ahondando la exclusión. En el caso de Colombia, esta situación es innegable. En el Plan de Desarrollo del gobierno de
Juan Manuel Santos uno de los puntos centrales son las llamadas “locomotoras del desarrollo” específicamente ligadas a la
explotación minera. Para ello se ha venido abriendo el camino (Código Minero[14], reforma a la ley de regalías, megaproyectos
viales, etc.), creciendo el número de concesiones dadas para la explotación minera por parte, principalmente, de empresas
transnacionales. Situación que necesariamente conlleva conflictos con aquellas comunidades basadas en el territorio-lugar.
Incluso, en el país, toda esta legislación frente a lo minero pasa por encima de los derechos de los pueblos indígenas y
afrodescendientes, pues se viola su autonomía territorial y propiedad colectiva, derecho consignado en la Constitución Política de
1991[15] (véase imagen 1).
En consecuencia, en los países de la periferia se producen a su vez territorios periféricos. Se vuelve a presentar la dicotomía antes
planteada, ahora en el ámbito del territorio nacional, por un lado existen regiones a las que son dedicados todos los recursos y las
miradas de la Nación. Por otro, se encuentran regiones excluidas y marginadas, consideradas como zonas salvajes y de gran
riqueza, pero que a la par son las regiones que casi siempre poseen recursos naturales de gran importancia económica (petróleo,
oro, carbón, etc.) y que, precisamente por ello, es necesario dominar, incluir a la nación civilizada, al mercado. Durante este
proceso, en Colombia, según Margarita Serje:
“La “Nación” se ha visto entonces enfrentada a la necesidad de poseer un territorio que de hecho no ha podido efectivamente
abarcar; que desconoce pero que valora desde el punto de vista estético, científico y comercial. Que valora sobre todo como un
potencial. En el marco del Proyecto Nacional, se ha naturalizado paralelamente con la idea de un Territorio Nacional, la idea de
unos “territorios nacionales” en los que se recrea la idea de una “frontera” Salvaje donde no ha llegado aun “la mano invisible del
mercado” y que debe por ello ser penetrada, ocupada, colonizada y sobretodo explotada”.[16]
Tal idea de frontera, como lo inhóspito, peligroso y a la vez lo rico, lo mágico, lo heroico, trae implícita la idea de conflicto, es un
momento donde se expresan la ruptura entre la división territorial reconocida legal o formalmente y la satisfacción de las
necesidades y representación de deseos colectivos. Esta doble confrontación abre espacios de fuga (heterotopías) para la
construcción de otras formas de pensar el mundo, las cuales no están exentas de contradicciones, pero que se convierten en
posibilidades de un futuro diferente (utopías).
Territorio–lugar y movimientos sociales
No todo movimiento social se expresa y se construye en términos del territorio-lugar, muchos se constituyen para la
reivindicación de género, de diversidad sexual, educativa, etc. Por otro lado, podemos encontrar muchos ejemplos de movimientos
que si lo hacen. Aquellos cuyas luchas están ligadas a la defensa y construcción de identidad en un territorio-lugar determinado,
desde diversas dimensiones: económica, cultural, social y ambiental. Tal vez, los ejemplos más significativos de estos son las
organizaciones étnicas (indígenas y afrodescendientes), en donde su relación con la tierra y la naturaleza tiene una base
fundamentalmente ancestral, además de las organizaciones campesinas cuya reivindicación principal es la tierra.
Por consiguiente, podemos afirmar que el territorio se ha venido convirtiendo en un elemento de cohesión y de identidad muy
fuerte en los movimientos sociales en nuestro continente. Así mismo, no podemos desconocer que, incluso, el territorio (como
lugar) ha ido constituyéndose en parte integrante de las luchas de organizaciones que trabajan en los barrios marginales de las
ciudades. A partir, por ejemplo, de experiencias de agricultura urbana y comercio justo, de la recuperación de la identidad cultural,
de luchas ambientales, etc.
Tal situación está ligada al debilitamiento de formas organizativas como la sindical, que en algún momento logro articular las
luchas de otros sectores, pero que, por la transformación estructural que el neoliberalismo impuso al mundo fabril
(desconcentración de los obreros en las fábricas, reformas laborales que flexibilizaron su contratación, etc.), y por errores
cometidos dentro del mismo movimiento obrero, dejo de ser el “sujeto privilegiado de conflicto”. Al mismo tiempo, resurgen
expresiones organizativas rurales y urbanas con reivindicaciones y luchas más diversas que se enuncian en contra de las
consecuencias del neoliberalismo y que en muchos casos cuentan con la experiencia de sujetos que militaron en el movimiento
obrero. En palabras de Seoane y otros:
“Resultado del proceso de concentración del ingreso, la riqueza y los recursos naturales que signan a las políticas neoliberales,
nuevos movimientos sociales de base territorial tanto en el mundo rural como en el espacio urbano han emergido en el escenario
Latinoamericano, constituyéndose en algunos casos, por ejemplo, en relación a su identidad étnico-cultural (los movimientos
indígenas) o en referencia a su carencia (los llamados movimientos “sin”, por ejemplo los sin tierra, sin techo, sin trabajo) o en
relación a su hábitat de vida compartido (por ejemplo los movimiento de pobladores).
[…] Esta tendencia a la reapropiación comunitaria de los espacios de vida [del territorio-lugar] donde se asientan dichos
movimientos refiere a la expansión de las experiencias de autogestión productiva, de la solución colectiva de necesidades sociales
y de formas autónomas de gestión de los asuntos públicos”.[17]
En el mismo sentido se expresa Zibechi cuando argumenta que:
“Los nuevos sujetos sociales urbanos y rurales, se están construyendo en territorios propios, aunque con un desarrollo desigual. La
territorialización de los actuales movimientos sociales y populares, es el rasgo principal de los nuevos sujetos, lo que les está
permitiendo desafiar a los poderosos. En estos territorios controlados por los movimientos, en comunidades rurales y barrios
urbanos, se configura una espacialidad modelada por la resistencia y la rebeldía de los oprimidos. [Esta] territorialización es, a su
vez, la respuesta estratégica de los pobres a la crisis de la vieja territorialidad de la fábrica y la hacienda, y a la reformulación, por
parte del capital, de los viejos modos de dominación”.[18]
Los movimientos de base territorial en Latinoamérica, si bien no son formas nuevas de organización, se vienen ampliando a varios
sectores y cobrando una mayor importancia. Pues es desde el territorio-lugar donde se está enfrentando al capitalismo. Expresión
de ello, en el caso colombiano, es la lucha cada vez mas aguerrida de las organizaciones rurales (campesinas, indígenas y afros)
impidiendo la explotación minera por parte tanto de empresas nacionales como extranjeras, lucha que no es sólo es retórica [19],
sino que se evidencia en el uso de medidas jurídicas, de denuncia (audiencias públicas, foros, comunicados) y, principalmente, de
acciones de hecho (como sacar y dañar las retroexcavadoras e impedir la entrada de maquinaria a las zonas); pero también se
expresa en las organizaciones urbanas con sus luchas y movilizaciones por el derecho a vivienda digna por medio incluso de toma
de predios.
Para Colombia, en estos últimos años ha sido fundamental, para la lucha social y política, el tema territorial ya que, por una parte,
la defensa del territorio-lugar es una confrontación directa al proceso de transnacionalización de nuestra economía que cada vez es
más profundo. Por otra parte, porque la construcción de identidad está muy ligada al territorio, a la posibilidad de estrechar lazos y
afectos en nuestros espacios cotidianos de vida, como forma de enfrentar la lógica global e individual del capitalismo, y,
específicamente en Colombia, la fragmentación y destrucción del tejido social después de tantos años de violencia política[20] (5).
Una expresión de ello es el Congreso de Tierra, Territorio y Soberanía que se realizó en el 2011, donde se construyeron
propuestas (mandatos), desde diferentes sectores sociales y políticos sobre el tema territorial. (véase imagen 2).
Además de los movimientos señalados, podemos referirnos a otros movimientos de base territorial, no tanto por estar asentados en
un lugar especifico, sino porque su eje de acción es el territorio-lugar desde la lucha ambiental, estos son los movimientos
ambientales. Si bien es cierto que, como tal, surgen en Europa, en América Latina se han construido propuestas muy interesantes,
que se han alejado de concepciones del ambientalismo producidas desde occidente. El elemento inicial de diferenciación más
importante tiene que ver con el planteamiento de que los problemas ambientales no son meramente naturales y, que por ende, su
solución no está únicamente en la conservación y protección de los recursos naturales, sino que traspasa otros ámbitos
(económico, cultural, social y político). Junto a esto aparece una tendencia más radical, el ambientalismo político o ecología
política, que pone en cuestión el modo de producción capitalista, al hacerlo responsable de la degradación ambiental. Por esta
razón, esta ultima perspectiva contempla, para analizar la problemática ambiental, tres cuestiones interrelacionadas: “a) los
problemas del individuó; b) los que se derivan de las relaciones sociales, y c) los que provienen del tipo de apropiación que la
sociedad hace de la naturaleza” Frente a esto y debido a la riqueza organizativa y de lucha en nuestro continente, los movimientos
ambientales no pudieron estar asilados de la dinámica de los movimientos sociales, posibilitando la incorporación de este tema en
tales movimientos, construyendo una tendencia ambiental nutrida de las lógicas ancestrales de relación no dicotómica con la
naturaleza y construyendo propuestas y soluciones integrales en los diferentes ámbitos. Lo cual significa que el ambientalismo
latinoamericano “se enriquece, diversifica y complejiza con el aporte de otros grupos y organizaciones que ya contaban con un
camino de lucha a favor de diferentes reivindicaciones sociales”.[22] Es preciso insistir más sobre esta cuestión. En primer lugar,
en América Latina las corrientes ambientalistas pusieron el tema en discusión en los movimientos sociales ya existentes. Lo que
permitió, por un lado, que se enriquecieran sus postulados dándole una mayor radicalidad de confrontación directa contra el
capitalismo y su lógica depredadora de la vida, y, por otro, que se pusieran sus luchas en contexto y articuladas con otras
reivindicaciones dándole una potencialidad fuerte de trasformación. Como segunda cuestión, dichos logros fueron un resultado
lógico, ya que los movimientos sociales de base territorial; al luchar por la reforma agraria, la soberanía alimentaria, la
autodeterminación, la diversidad cultural y la defensa del territorio, comenzaron a construir una territorialidad propia basada en el
lugar, que pasa por la constitución de un tipo de relación diferente con la naturaleza. Finalmente, tal relación implica superar la
concepción dicotómica de la modernidad capitalista, lo que se nutre tanto de las prácticas y planteamientos políticos de los
movimientos étnicos, como de la recuperación de nuestra historia que implica comprender las concepciones de los pueblos
ancestrales que poblaron nuestro continente antes de la invasión europea. Todo esto ha puesto de manifiesto la necesidad de
articular a la lucha política la comprensión de que el ser humano también está incluido en la naturaleza, que hacemos parte de una
continua y constante transformación, y, por ello, dicha naturaleza no se destruye, pues nos estaríamos destruyendo nosotros
mismos.
En ese orden de ideas, el movimiento ambiental está constituido por ambientalistas; pero, sobre todo, por movimientos sociales de
base territorial, pues sus reivindicaciones hacen parte de la defensa y consolidación del territorio como el lugar de la construcción
de una relación no dual entre los seres humanos y de estos con los otros seres vivos. Lo que implica una lucha en contra de
imposiciones externas y de las relaciones de dominación propias del sistema capitalista, y en defensa del derecho de las
comunidades locales por el control de los recursos y por la facultad a definirse, organizarse y regirse. Por ello, el movimiento
ambientalista que parta del territorio-lugar no puede existir independiente de estos otros movimientos, no puede haber una
militancia ambiental sino hay una militancia social y política.
Conclusiones
El territorio es un espacio donde se expresan diferentes intereses. Si existe un interés hegemónico, siempre será confrontado por
otros modos de hacer, de pensar y de vivir. Es por ello que el territorio no es unívoco, ni homogéneo, está constituido por
heterotopías. Fundamentalmente, es un espacio de utopías, de posibilidades de construir otras cosas. Es en este escenario que es
importante ubicarnos, es en este escenario donde aparece la potencialidad de los movimientos sociales, con todas las dificultades,
contradicciones e incoherencias que puedan expresarse a su interior.
Por esta razón es que toda reflexión sobre los movimientos sociales debe partir del territorio-lugar, como el espacio donde se
concretizan las luchas, se generan las identidades y se produce conocimientos propio. “Es el espacio fundamental y
multidimensional para la creación y recreación de los valores sociales, económicos y culturales de las comunidades”. [23] Lo cual
representa una escenario concreto de resistencia ante la globalización neoliberal, tanto por las acciones concretas que desde allí se
hacen en oposición a sus consecuencias, como porque al mantener el lugar se confronta la lógica epistémica y cultural de lo
objetivo, único y homogéneo. Al mismo tiempo, tal reflexión debe lograr vislumbrar las acciones y articulaciones a luchas
globales.
En este orden de ideas tal reflexión debe ser multidimensional. Si el territorito es producido desde múltiples dimensiones, no
podemos dejar de analizar las luchas y resistencias desde su diversas visiones. Si bien el aspecto económico es fundamental para
comprender a que se enfrentan tales movimientos; aspectos como lo cultural, lo epistémico, lo ambiental, no pueden ser
subyacentes, pues explican tanto la forma en que se naturaliza el capitalismo, como la manera en que estas comunidades, a pesar
de los embates, aun resisten.