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ADELA CORTINA Es Posible Innovar en Humanidades 150713

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ADELA CORTINA

¿Es posible innovar en Humanidades?

15 JUL 2013
Para muchos ciudadanos de a pie el acrónimo I+D+i es un misterio, de los que, sin em-
bargo, pueblan la vida cotidiana. Y tienen razón para estar desconcertados con esta
enigmática conjunción de letras, que es todo menos transparente. Las dos primeras se
refieren a la investigación y al desarrollo, dos factores imprescindibles para que progre-
sen el saber y la economía de un país, pero la “i” minúscula, que se refiere a la innova-
ción, parece un apéndice, al que podrían sumarse muchos más. Y, sin embargo, en esta
nuestra economía basada en el conocimiento se dice que es crucial.
Sin ir más lejos, la estrategia Europa 2020, propuesta por la Comisión Europea en mayo
de 2010, integra la innovación como uno de los ingredientes indispensables para lograr
“un crecimiento inteligente, sostenible, inclusivo”, recuperando con ello la estrategia de
Lisboa para el periodo 2000-2010, aquella que se proponía convertir a la Unión Europea
en “la economía basada en el conocimiento más competitiva y dinámica del mundo, ca-
paz de crecer económicamente de manera sostenible con más y mejores empleos y con
mayor cohesión social”.
Que no se ha alcanzado esta meta es una evidencia rotunda. Tal vez porque las comuni-
dades políticas envían sus escuadras, pero después las desbaratan los elementos, tal vez
porque no se siguió la estrategia y por eso conviene recuperarla, fomentando, entre otras
cosas, la innovación.
La innovación es, al parecer, un híbrido de invención y mercado. La nueva generación
de una idea es invención, y cuando se plasma en productos, servicios o procedimientos
que permiten introducirla en el mercado con éxito, es decir, que permiten venderla, en-
tonces recibe el nombre de innovación. Por decirlo en la jerga economicista del caso, in-
novar es “poner en valor” una idea, lo cual significa hacerla lo suficientemente atractiva
como para que alguien la quiera comprar. Es decir, que más que poner en valor, se trata
de fijar un precio. De eso se ocupa también la transferencia del conocimiento, de trasla-
darlo al tejido socioeconómico para hacerlo más competitivo.
Como Europa necesita ser más competitiva, y no digamos ya España, potenciar la inno-
vación se presenta incluso como un imperativo moral. Un imperativo cuyo cumplimien-
to parece al alcance de las Ciencias Naturales, pero difícil para las Humanidades. ¿Qué
ideas de ese amplio campo van a poder tomar la forma de productos que se venden en el
mercado? Y, sobre todo, ¿es que esa es la tarea de las Humanidades?
En lo que se refiere a cuestiones de precio, algunos autores, como Jerome Kagan, consi-
deran que la valoración social de las Humanidades ha descendido porque su contribu-
ción a la economía es mínima. De ahí que los diseñadores de políticas científicas tien-
dan a invertir poco en Humanidades por creer que no son rentables, que al hablar de “in-
vertir en I+D+i” no debe pensarse en proyectos humanísticos.
Sin embargo, esto no es verdad. En algunas publicaciones de la CRUE se recogen tanto
innovaciones tecnológicas como humanísticas, porque se está transfiriendo conocimien-
to en productos cinematográficos, discográficos, audiovisuales, editoriales, en museos,
fundaciones, en centros responsables de educación, en asuntos referidos al patrimonio

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histórico-artístico, al turismo o a los medios de comunicación. Grupos de arqueología
trabajan con empresas de la construcción, gentes de filosofía cooperan en la elaboración
de índices que permiten medir la fecundidad social de las organizaciones.
Ocurre, sin embargo, que a menudo ni los potenciales usuarios se percatan de que para
desarrollar sus productos necesitan conocimientos humanísticos, ni quienes cultivan las
Humanidades piensan habitualmente en diseñar procedimientos novedosos para resolver
problemas concretos, procedimientos por los que alguien esté dispuesto a pagar. Por si
faltara poco, rara vez surgen patentes de estas innovaciones y las llamadas “revistas de
impacto” tampoco se interesan por ellas. Con lo cual ni siquiera sirven para acreditarse
o para conseguir un sexenio.
Pero la otra gran pregunta es, claro está, si importa fomentar en Humanidades la innova-
ción, así entendida, o si, por el contrario, entrar en esa deriva supone desnaturalizarlas.
Es este un debate que es preciso abrir en nuestro país, porque afecta al sentido del traba-
jo cotidiano de la mayor parte de investigadores de nuestra sociedad, que trabajan en
Humanidades, tiene repercusiones para la competitividad social y también la tiene para
la asignación de recursos en los planes nacionales de I+D+i.
Por romper el fuego diría yo que innovar en este sentido no es mancharse las manos,
sino optar también por una de las formas de prestar servicio a la sociedad. Pero añadiría
que la tarea prioritaria de las Humanidades, la que les da sentido y un valor social insus-
tituible, consiste en reforzar los vínculos humanos, en generar cultura, en crear ese hu-
mus desde el que es posible el cultivo de las personas y de los ciudadanos, en potenciar
las raíces valiosas sin las que las sociedades quedan desarraigadas.
Por eso tienen que impregnar cualesquiera planes de estudios. Porque más allá de la ne-
cedad de quienes confunden el valor con el precio, está la lucidez de quien sabe dar su
lugar a cada uno de ellos, también en el cultivo de las Humanidades.
Adela Cortina es catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valen-
cia, autora de ¿Para qué sirve realmente la ética? Paidós, 2013.

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