Las autoridades religiosas judías juzgaron ilegalmente a Jesús durante la noche y lo condenaron a muerte a pesar de la falta de testigos. Pilato, el gobernador romano, no encontró culpa en Jesús pero cedió a la presión de la multitud y lo condenó a flagelación y crucifixión. El proceso contra Jesús violó numerosas leyes y procedimientos legales de la época.