En Romanos 2, Pablo evidencia que tanto judíos como gentiles están igualmente condenados ante Dios, subrayando que el juicio divino se basa en la verdad, las obras y el evangelio de Cristo. Los judíos, a pesar de sus privilegios, son culpables si no obedecen la ley, y su religión ritual no los salva, siendo que el verdadero cambio interno es fundamental. Finalmente, Pablo concluye que todos, sin excepción, necesitan urgentemente la gracia de Dios y la evangelización debe ser prioridad para la iglesia.