La consagración a Dios requiere dedicar completamente la vida a hacer su voluntad. Esto implica presentar el cuerpo como un sacrificio vivo y santo a Dios, renunciando a seguir las costumbres mundanas. También significa apartarse de todo lo impuro para acercarse a Dios en pureza, mediante la sangre de Cristo. La consagración conlleva renovar continuamente el entendimiento buscando lo que agrada a Dios, aun cuando esto traiga incomprensión de los demás.