fa propnuodel ange cs fee” Stents Dr 8 calles de Atenas
cu tse ea de erat use, coustas ou Gefen Tos Jueces
Ge azgeron yin snversaton gi SSUEIECTE amigos durante
oes corm ey Oe ‘Asimisino,
iar eduj todos torrmaiens eeneos del SONS fin de destacar
vec contigos umanosaue poxesebe nema ae cocratica, Lo
que importa en este (ext0 © = Tara el misterioso y heroico proceso
Se eveeatanc Galera = Ulega asaber en
gut onsite ou propia sabidria A ez 6 SH reproducie, en 10
posible, las inquictudes que vivia a sociedad ateniense del 399 2. de-C-
pllectorjaven, a quien va dirgido este 1:9 tiene por qué conocer
esas inquienudes; menos todavia, fener Un comprension afectiva de ella:
te poreste cue, ai verses spacey: ‘comience por leet, sin
prejuiios, la historia isis quese ome de ella su propia impresion
para eptejarla luego con 12 snieepretacion que hace el autor de IA MCE
ide Soerales Bate métoso de leer ‘al reves €L Preémbule, podria provocat
un ee
‘Humberto Giannini
Bas oe SO346La raz6n heroica
(Socrates y EL OrAcuLO DE DELFos)HumBerTO GIANNINI
La raz6n heroica
(SOcRATES Y EL ORACULO DE DELFOs)
Catalonia| © Humberto Giannini, 006
| GIANNINI, HUMBERTO
| Larazén heroics / Humberto Giannini
Santiago: Catalonia, 2006
102 p53 14x21 em
ISBN 956-8303-46-4
HISTORIA DE LA FILOSOFIA
109
Disetio de portada: Guarulo &¢Aloms
Iustracién de portada: Muerte de Séerats JL. David
Edicion de texto: Adelaida Neiea Délano
‘Composicién: Salgé Ltda.
Tmpresin: Andros Impresores, Santiago de Chile
Direccién editorial: Arcuro Infante Refiasco
“Todos los derechos reservados
Esta publicacién no puede ser reproducida,
‘en todo 0 en pare, ni registrada 0 transmitida
por sistema alguna de recuperacién de informacién,
tn ninguna forma o medio, sea mecinico,
fotoquimico electrénico, magnético,
clectrodptica, por forocopia 0 cualquier ott,
sin permizo previo, por escrito,
de la editorial
Primera edicién: octubre 2006,
ISBN 956-8303-46-4
Registro de Propiedad Intelectual N° 158.213,
© Catalonia Lida., 2006
Santa Isabel 1235, Providencia
Santiago de Chile
swoneataloninl
INDICE
PREAMBULO.
LA RAZON HEROICA
ACTOT
EN LAS CALLES DE ATENAS
ACTOI
EN LOS TRIBUNALES,
ACTO IIL
EN LA PRISION
Notas
2B
7
a
aL
101PREAMBULO,
‘Mi propésito hoy es narrar algunos momentos decisivos, a mi
entender, del mito de Sécrates. E interpretarlos.!
Algunas palabras previas sobre la interpretacién, en general.
Al tratar de comprender una existencia o cualquiera de sus
actos, entramos en el territorio siempre riesgoso, pero inevita-
ble, de las interpretaciones. Sabemos que tal persona respondié
de esta o de aquella manera a ciertos hechos. Lo que nunca
sabremos con definitiva certeza es qué pas6 por su mente, qué
intenciones reales, qué escondidos sentimientos la movieron a
actuar de ese modo ante tales circunstancias. La intencién se
supone a partir de ‘lo dado’: de ciertos movimientos, de cier-
tos gestos, de ciertos actos que deben ser interpretados. Asi, a
quien se ve en la necesidad de enjuiciar la conducta ajena, no le
bastard medir las palabras por la obra hecha y declarada: entre
las unas y la otra hay un residuo, permanece una diferencia
infranqueable. Y es esta diferencia la que debe ser interpretada,
sien verdad nos mueve un deseo de comprensi6n. :Por qué
tal persona no hizo lo que parecia querer hacer o por qué hizo
justamente lo que parecia repudiar? (Interrogaciones que nos
hacemos todos los dias.)
" De este segundo intento, la presente es una segunda versién. La pri~
‘mera, bastante mas esquemitica, fue publicada en Santiago por la Editorial
Universitaria en 1970.enna cera]
La impostergable necesidad de enjuiciar la vida ajena,a fin
de comprenderla y, no en menor medida, a fin de saber a qué
atenernos, tiene una de sus raices més profundas y justificadas
en esa diferencia con la que se nos aparece el préjimo. Diferen-
cia en virtud de la cual el pr6jimo es solo préximo.
De ahi que el andlisis de una vida se vuelva siempre
interpretacién, hermenéutica. Riesgosa, deciamos: tanto si
suponemos, por principio, la mala fe del otro; pero, riesgosa
también si proyectamos, como sucede a menudo, nuestra pro~
pia realidad espiritual a a realidad ajena; si damos por sentado
que los demés piensan y sienten como nosotros. Esta es la raiz
del malentendido, que puede nacer por el deseo, a veces inmo-
derado, de ‘actualizar’, de rehacer a nuestra cémoda medida
local el pensamiento y el sentimiento ajenos. Y se comprende,
este riesgo es mucho mayor cuando se trata de comprender un
pasado remoto.
Se dice con razén que Sécrates es el padre de la Etica.
La ética, como reflexién teérica, no puede estar sino ligada
desde la experiencia moral del pensador, experiencia en la que,
como en ninguna otra experiencia, el sujeto reflexivo esti im-
plicado en aquello que explica.
eDe qué modo Sécrates esté implicado en la filosofia que
propone a sus conciudadanos? De un modo en que es imposi~
ble no recordar la forma en que el héroe tragico esté implicado
en una situacién que rebasa, que trasciende lo humano.
La tragedia, la mas propiamente humana, no tiene que ver
con el ser defectuoso, caduco de las cosas, con la declinacién
de todo lo que nace, con el ocaso, la decrepitud y la muerte.
Estas son experiencias cotidianas de un mal repartido en la
naturaleza, dosificado; experiencias a las que a la larga nos
10
habituamos hasta el punto de olvidarlas a fin de sobrellevar la
vida, Se mencionan, se recuerdan en la tragedia como modos
inherentes del ser finito. Pero no constituyen el meollo de lo
tragico.
Y puesto que lo mas propiamente humano se expresa en la
voluntad de ser —en una voluntad supuestamente libre—, la
tragedia reside, entonces, en la permanente novedad del mal,
en su arremetida siempre artera, a través de tal o cual proyecto
que el ser humano concibe para lograr un anhelo y evitar un
davio. La tragedia reside en que la accién se nos eseapa de las
manos ¢ incluso se vuelve contra nosotros, y contra nuestros
hijos, y contra los hijos de nuestros hijos.
‘El hombre suefia que actia’ son los dioses que actian a
través de nuestros proyectos erriticos, de nuestras pasiones, de
nuestros anhelos. Esto es lo que constituye en los tiempos de
Esquilo y Séfocles el sentimiento tigico de la vida.
El filésofo Sécrates no escribié nada; se movia en el es-
pacio piiblico. Tal era el escenario de su accién. Actuaba, por-
que hablar a otros seres concretos, mostrando, preguntando,
aclarando, es ciertamente el modo més humano de actuat. La
escritura es, en cambio, una accién posible dirigida a receptores
posibles. Algo doblemente virtual,
En su accién, Sécrates quiso aprender directamente de
los que saben qué es la justicia, qué es la piedad, qué son la
~~ tntereza 0 Ta valentia. Su preocupacién filosdfica se limits ala
preocupacién ética,
Lo que nos interesa ahora, dejando ‘los temas’ éticos un
Poco a la deriva, es mostrar cémo Sécrates esta implicado vi-
talmente en su accién discursiva.
Por eso vamos a referitnos brevemente a su vida y no a este
© aquel principio tedrico que nutre su pensamiento.
uEl Kicido heroismo de Sécrates, la sublime coherencia de
sus actos trazan, a mi entender, los rasgos fundamentales de un
‘Aéroe moral. Sin embargo, hay més que eso en su heroismo.
Intenté hace algunos afios, y con una verdadera obstina-
cin, representar, la rutina argumentativa de Sécrates, tras
ladarla, por decirlo asi, desde Atenas a las calles de nuestras
ciudades. Adecuar el estilo socritico a los grandes temas
que agobian la experiencia moral de nuestro tiempo. Encar-
nar, en fin, en un Sécrates contempordneo aquella voluntad
de justicia y de bien, que ayer como hoy puede conducit
—y de hecho ha conducido— a muchos seres humanos a la
muerte,
Si Socrates solo hubiese sido aquel apasionado defensor de
la racionalidad frente al instinto o al reino de ‘lo consabido’,
el defensor de la norma social, pero comprendida y aceptada
frente al arbitrio; el defensor del conocimiento frente a la ig-
norancia; si solo en tales enfrentamientos se hubiese gestado su
tragedia, entonces si, ‘la historia de Sécrates’ podria ser repre-
sentada, reactualizada, por personajes ‘semejantes’ de cualquie:
tiempo y latitud,
Pero no me parece que las cosas hayan ocurrido de esta
manera, No creo que tengamos el derecho a hacer de él un tipo
humano imitable solo en virtud de su cardcter; hacer de él una
suerte de modelo psiquico universal. La raz6n es que, aparte de
lo que pudo ser ese caricter, hay algo! que ocurrié en la vide-de
Socrates, ‘unas circunstancias’ que van més alli de los hechos
por los que cabria decir de alguien que es ‘hijo de sus obras’ 0
que su accién filoséfica es solo fruto de su pensamiento. Al en-
frentarnos a estos hechos, la dimensién exclusivamente moral
del sabio ateniense queda, por decirlo asi, superada, y rota su
universalidad. Entonces, ya no es licito trasladar la ‘historia de
2
EE
Sécrates’ a otra época y a otras condiciones. Simplemente,
esa que €s, y no otra
Concretament
es
i en esa historia que contamos no se
consideran ciertos hechos pertenecientes a una extrafia cau-
salidad; para hablar con més precisién: si no se considera
el Ordeulo de Delfos, centro externo de la espititualidad de
Socrates (y del pueblo griego), quedaremos fuera de la com-
prensién del drama,
Movido por tal conviccién, he tratado de atenerme desde
¢se momento a ciertas condiciones espirituales del mundo he-
lénico que, a mi parecer, faltaban en otras interpretaciones, En
pocas palabras: he tratado de mantenerme en el campo gravi-
tacional del Oréculo, y de comprender Ia extraftarelacién que
alli se gesta.
No pretendo que esta interpretacién sea ‘més verdaders’
que las otras. Seria imposible verificarlo. Creo, sin embargo
que, de acuerdo al campo gravitacional que he escogido, mi
interpretacién es verosimil y coherente.
A.quien conoce las obras de Platén, esta demas decir que
Bran parte del material que cito y traigo a la memoria proviene
de los ‘didlogos socraticos' de Platén, A fin de dar cierta unidad
a los diversos momentos de la vida de Sécrates, he seguido
cuatro Dislogos: Apologia, Critén, Eutifron y Fedin.
Lo que hay de relativamente nuevo en esta representacién
~ biogrifica es que el Oriculo de Delfos es una suerte de ‘actor’
invisible pero muy gravitante a lo largo de la trama.
Expondré a continuacién en qué consiste la accién del
Oraculo.
En sus comienzos, como sabemos, la filosofia entra
muy pronto en conflicto con Ia experiencia religiosa, con la
132 o, en una palabra, con el sentido comiin de los grie~
trad
gos. Sin embargo, esto no significa que los flésofos, al menos
en su gran mayoria, se excluyan conscientemente de aquella ex-
periencia, de aquellatradicién. © que simplemente la nieguen
El problema es més complejo.
La experiencia religiosa es, por naturaleza, antropomérfica
[Alll estan su fuerza y su debilidad. La filosofia, por cuidadosa
decisién, es critica, andlisis.
La primera explica los sucesos fisicos y psiquicos como
sesultado de una continua intervencién de los dioses en el
mundo, intervencién que suele poseer los rasgos de la pasién,
de la preferencia e, incluso, de la arbitrariedad y del engafio.
Y este es el punto en que la filosofia va a chocar con la
experiencia religiosa, Al filésofo le admiran la armonfa y regu-
Jaridad de los fenémenos, la intima consistencia de las cosas,
Ja noble factura del alma humana. Lo divino —siempre para el
fildsofo— se manifiesta esencialmente como orden, como es~
tabilidad y racionalidad (logos) del Universo. Y no necesitarian
Jos dioses enredarse en las cosas humanas para gobernar espi-
ritualmente la méquina del mundo y de las naciones. Este es el
pleito, ya en Platén entre teologia, un discurso racional sobre
{o divino, y la mitologia mentirosa de los poetas. Pugna entre
mithos y logos, renovada més tarde en el largo conflicto entre
fe y-raz6n, y que se prolonga, hasta Kant, al menos abierta y
apasionadamente.
Sécrates, a nuestro entender, se encuentra en la frontera de
ambas actitudes. Por una parte, se resiste a concebir la sociedad
de los dioses como un mundo pasional, pronto a la rifta, alos
malos apetitos y al engafio. Y es en este punto, y solo aqui, que
s¢ coloca en abierta pugna con la tradicidn y el sentido comtin
que la representa.
“
Por otra parte, es innegable que participa de la vida eel
sa de su pueblo, vida que se condensa y se articula sobe ean
en un punto geogrifico —Delfos— en el que el Din Apia
aparece comunicéndose con los mortales y ofteciéndol a
de alguna noticia sobre el futuro del mundo. “es
este es el punto neurilgico del asunt i
to simp ls oriculs qu das unde ve inde, ee
decir lo que habria de suceder y que sin duda a
Hubo casos, famosisimos, en esa tradicién,
to fue causa de que ocurtiera lo que el Dios habia predicho.
Llamaremos ‘vaticinio puro’ la forma normal de la predic
cin, es decir, cuando un enunciado no hace més que a an;
lo que ha de ocurtir. Y en esto no se diferencia formalmenne af
vaticinio cienifco del vaticinio que hace el agorero, °
Pero hay un enunciado que es causa de lo que ununct
que lamaremos ‘vaticinio inductor’, mnesy
alguna ocusriria,
en los que el orgcu-
Sil Dios, por ejemplo, anuncia una sequia,
limitan a predecir lo que va a ocurtir ya sea debi
tad o a otras causas. Este es, pues, un vaticinio puro. Cuand,
en Delfos se predijo, en cambio, que un hijo de Priarso tesesi,
dolor, muerte y lamas a Troya, el oréculo empieza a a
® cumplirse desde el momento en que el rey troyano tome I
medidas justamente para que el oriculo no se ae
a S oa Creso ¥, ya en Ia era cristiana, al rey de
eae i Segisunde, de acuerdo a la obra famosa
n, La vida es sueri. Priamo, Basilio son héroes tré-
sicos. Y la tragicidad de sus actos consiste a a
empresa que implica rev ponies
de los dioses,
sus palabras se
ido a su volun-
/ocar la voluntad declarada, manifiesta
° Podiria tamaese :
‘dria Uamarse ‘causa final negativa’: se hace A para que no ocuera B,
4sLos dioses griegos castigaron siempre la temeridad de los
héroes —Ia soberbia, la dbris—, y lo hicieron llevindolos a la
‘inica muerte conmensurable con la ofensa inferida: la muerte
oracular,
BY cuil podia ser el castigo ejemplarizante?
eCémo reducir a la nada, propiamente a la nada, la pre-
tensién humana de invalidar lo que un Dios tiene ya previsto y
decidido para cada cosa? Haciendo del que lo intenta un agen~
te involuntario del mal personal que voluntariamente se movia
aevitar; reduciendo a la nada esa voluntad de separacién. Lo an-
tirreligioso, por definicion. En esto consiste la muerte oracular,
reservada, por cierto, al temerario que pretende sobrepasar los
limites de su limitadisimo poder. Volveremos sobre esto.
Suponer que Sécrates haya sido victima de esta muerte
—y la Apologia de Platén deja un buen margen para tal hipéte-
sis— nos obliga en este caso a invertirla relacién entre filosofia
y vida, es decit, nos obliga a intentar comprender la filosofia ce
Socrates en relacién con algunos hechos de su biograffa. Y no
al revés.
Es lo que ahora vamos a intentar.
De un fragmento del pensamiento socritico quedé la afic-
macién, luego repetida hasta el cansancio por la filosofia, de
que el ser humano cuando hace el mal lo hace por ignorancia
rancia, que es mera privacién de bien,
‘én al mal. (Spinoza degusté a fondo
> Acerca de la soberbia como el mal supremo en el ammbito rtigioso,
Humberto Giannini, Del bien que re exper y del bien que se debe Santiago:
Dolmen, 1997, cap. VI)
16
como formamos de él una idea clara y distinta.”)* El hecho es
que siempre ha costado reconocer que ese pensamiento socri-
fico es recogido de un modo incompleto; ha costado reconocer
que Ia ignorancia también puede ser descuido inconsciente-
mente querido respecto de una realidad que debiérarmos tener a
la vista, conocer, de una verdad que debiéramos respetar. En tall
caso, Ia ignorancia se vuelve un cémodo instrumento del mal
que se padece o del mal que se hace. Se vuelve una ignorancia
culpable.
Volvamos a Sécrates. La ignorancia que va encontrando en
su indagacién cotidiana es siempre una ignorancia culpable; es
soberbia (bri) que, sin reflexidn, cree saber lo que no sabe y se
ufana en su falso saber. Mala fe en el fondo de su fe.
Por eso, la plenitud del pensamiento socritico, que en cier-
ta medida la dialéctica del ‘Sécrates plat6nico’ ayuda a olvidar,
resulta inseparable de la biografia de Sécrates.
Los lectores nos hemos acostumbrado a ir saltando esa
historia, atentos al tema especifico de cada Dislogo platénico:
en el Eutifién, acerca de la piedad; en el Fedén, acerca de la
inmortalidad del alma, etc. Y nos hemos saltado su misterioso
conductor. ¥ pese a que en casi todos los textos esté evo
cada aquella clave de compaginacién, rara vez hacemos caso de
Ia extra
urdimbre trigica que va tejiendo.
Justamente en el tiempo del ocaso de la tragedia, que el
fil6sofo.Sécrates-habfa-ayudado-en-gran-medid © provocar,
aparece en escena —y no en la escena del teatto— el tiltimo
héroe trigico: Sécrates, el filésofo; Sécrates, el buscador del
sentido de la sabiduria humana.
* Baruch Spinoza, Obras completas (Paris: Ediciones La Pleiade,
Eth. L. V, prop. ID. ver,
avNosotros queremos ahora releer como seguramente ‘lo
leys! Platon el tema de la ignorancia, hebra visible en el enlace
que intentamos sacar 2 Ia luz. Nuestra relectura del Socrates
platénico sera una relectura ético-trégica.
Partamos de este principio:
Cualquier dialogo —el trigico, el socritico, el politico, el
generacional, ete— parte de la conciencia de un tropiezo, de
‘una dificultad en la que se encuentran los dialogantes en su
quehacer comin. En el caso de Sécrates en relacién a la so-
ciedad griega, el tropiezo consiste en que el fildsofo no suele
encontrar la respuesta adecuada en aquellos que debieran te-
nerla cuando se les pregunta por lo que supuestamente saben 0
hacen ereyendo saber: en el sacerdote, respecto de las acciones
piadosas; en el militar, respecto de las acciones valerosas; en el
juez, respecto de las decisiones justas, etc.
Y, por cierto, es un mal personal la ignorancia de quien no
sabe cual es el significado de aquellas cosas de las que se ocupa
en la vida.
Pero Sécrates no se conforma con esta comprobacién. Por-
que, como deciamos, el mal dela ignorancia no es simplemente
tun mal que se sufra como una enfermedad, sino uno que se
ejerce; un mal ético que consiste en obstinarse en parecer lo que
no se.es; en el ejercicio de un also. poder. _ -
Es imaginable, entonces, que los candidatos a un verdadero
enjuiciamiento por parte de Sécrates se escabulleran o evitaran
elencuentro con este inquisidor impertinente, y que intentaran
por todos los medios desprestigiar esa suerte de mision de‘
ano’ callejero de la que Sécrates se habia revestido.
Lo pregunta todo y todo lo cuestiona, pero él mismo jamds tiene
una respuesta para nada,
18
‘Tal era el reproche que se extendia por la ciudad, la clave
del resentimiento piblico. 7
Pero, ges verdaderamente un sabio? 3¥ quié i
; quién puede deciai
sobrelasbidarin den ter bumano sno Dias? .
Enel juicio piblico al que fue arrastrado Sécrates, este revelard
por primera y Ultima vez la respuesta a estas interrogantes, Y es
desde aquella revelacién que pretendo desprender el hilo de su
historia. (O de su mito.)
Hacia muchisimos afios, ante la pregunta precisa plantea-
da por Querofi, el Dios de Delfos, Apolo, dijo que si, que en
verdad a Sécrates debia considerdrsele como el hombre mas
sabio de Atenas. Entonces, Querofonte corrié a contar a sus
amigos, y sus amigos al maestro, el vereicto del Oriculo, $6-
crates, joven ain, se sorprendié profundamente, ¥ tal vez no
era en el sentido usual de la palabra un hombre de saber, un
erudito. Pero ya era, como lo seria siempre, aquel ser honrado,
implacable consigo mismo y desconfiado del elogio ajeno. Asi
es que dio por descontado 0 que alli habia un bondadoso error
de interpretacién de sus amigos o bien algiin sentido oculto,
acaso irénico, en las palabras del Dios: Porque sabiduria no la
poseo en absoluto —repitié ante sus jueces.
___ Sabemos muy bien lo que sigue: guiado por esa pasién
‘verificatoria’ propia de su espiritu-y-ademés, para hacer ver a
sus amigos el error en que habsan eaido, sometié el supuesto
veredicto de Apolo a una prueba que hoy lamariamos de
‘falsificacién’. En virtud de ella habria bastado encontrar un
solo ciudadano realmente sabio para invalidar la interpreta~
cidn benévola del juicio divino. Y sabemos los largos afios
que caminé por las calles de Atenas en busca de un hombre
sabio —al menos, uno—, y las enemistades que le acarreaba
19su investigacion, y Sno, finalment, ‘el Coro’ —la opinion
publica— lo arrast#9ante los Jueces de Atenas, acusindolo
o ——— clvii que Platon esti narrando una tragedia
y que la accién heroieocurte siempre entre el cielo y la terra
Solo que el héroe, e* bs tiempos del filosofia, habré de ser
un héroe moral, en Sraposicién al héroe tigico, al héroe
abiertamente transgt®"Y desafiante del mito.
‘Asi, la accibn de #gna manera se origina y toma su derro-
tero timo una vee i allt en Delfos. Desde ee lugar, ‘om-
bligo del mundo’, el Dis contempla como desde una planicie
el futuro de todas las 928 de I naturale y del alma hurmana,
y regala el conocimiet®privilegiado de lo que ineludiblemen-
teha de sera quienes! angustia la incertidumbre del mafana
yacuden a consultarlo-
Llegaban hasta Delos reyes, militares, politicos, comer-
ciantes; llegaban alg2s veces con el propésito verdadera-
mente descabellado ° Yt de saber algo de lo que deparaba
a cada cual el maaan® sino con el propésito de actuar pos-
teriormente para cambiaten su provecho las cosas reveladas
por Dios. En esto cotsiste Ia subversién y la soberbia: en
separarse del Princpii e® pretender erear una fuente aut6-
noma de poder. (Mal ginario, tambin en el mito cristiano
= Se estaba destinado al fracaso, pues sialgain sex
humano lograse cambitt lo que Dios tiene ‘ya visto’, seria la
prueba de que la providencia no tiene el control de la volun-
tad humana. Y por llise le escapa el Universo y su misma
divinidad.
El intento estaba, #86 destinado al fracaso, y de modo tan
cjemplar que es median®® la misma acci6n libre del trasgresor
eres een a ITEC |
que Dios hace cumplir quello de lo que el trasgresor huye. Los
ejemplos abundan en la tragedia antiguas
Tal es el destino del héroe trigico,
Ahora, lo que en verdad hace Platén es desctibir (jo
construir?) en Ia Apologia a un nuevo tipo de héroe: al héroe
moral. Pues, el paralelismo con el héroe trégico difiere en un
punto esencial: mientras este acta para invalidar los designios
supremos, el héroe de la reflexién ética, Sderates, actia en el
mundo para comprender la voluntad divina y someterse a ella,
El paralelismo se vuelve, entonces, contraposicién.
Es significativo —muy significativo— que no sea Sécrates
el que acude al Santuario de Delfos. Sin embargo, conocido el
veredicto a través de sus amigos, el fildsofo intentara humil-
demente comprender el sentido de las palabras del Dios, no
para invalidarlas, como es el caso del héroc teigico, siuw para
atenerse a ellas. ¥ es asi como camina por las calles de Atenas,
incitado por la ambigiiedad misma del vaticinio, hacia la Kicida
comprensién de lo que puede ser la sabidurfa humana. Y es
asi como, incitado por Ia misteriosa ambigiedad del orécuilo y
haciéndose de enemigos en el camino, va encarnando aquella
definicién que él mismo ha dado de la filosofia como ‘prepara
cin para la muerte’, Para Ja buena muerte.
Esto es lo que Sécrates narra en los Tribunales y que Pla-
ton recogié después de la muerte del maestro en la famosa
Apologia (defensa, justificacién).
El Oréculo conmovié de tal manera la vida de Sécrates,
desde cl momento en que tuvo noticias de él, que desde ya
* Famosos os oréculos dados a Priamo, a Bdipo, y lo que siguié de ello
Sobre este punto: Maria Isabel Flisisch, Humberto Giannini, Cuando lor
iasescallaon (Santiago: Lom, 2001),
20 ano pudo ser si mismo, porque simplemente no sabia en qué
consistia ese saber que le atribuye Febo. Su heroismo trigico
estriba, pues, en averiguarlo, poniendo, por decirlo asi, en sus-
penso el juicio divino.
‘A lo largo de su investigacién, que dura toda la vida, S6-
crates descubre la negatividad de ese saber anunciado por el
Dios —un saber relativo a un no saber absoluto. El Tribunal,
con su veredicto pone el sello final a la confirmacién de este
descubrimiento. LA RAZON HEROICA
|
|
'
| 2PERSONAJES
Voz de Apolo
Acacio (joven tebano, de paso en Atenas)
Eutifrén (sacerdote y adivino; pretende el saber
‘oficial’ en las cosas divinas)
Anciano ebrio (Hermégenes, uno de los 500 jueces
que constituyen ef Tribunal que juzgaré a
Socrates)
Socrates (fil6sofo)
Critén (anciano, fiel amigo de Sécrates)
Jantipa (mujer de Sécrates)
‘Nifio pequefio (uno de los hijos de Jantipa y Sécrates)
Crates (joven discfpulo de Calicles)
Calicles (retérico, personae tal vez creado por Platén)
Joven ateniense (admirador de Gorgias)
‘Anitos (politico influyente; firmaré junto a Méletos y
Licén el acta de acusacién contra Sécrates)
Hermano de Querofén (testigo de lo que refirié
Querofin acerca de su visita a Delfos)
Presidente del Tribunal de los Quinientos (juez)
Méletos (poeta mediocre; uno de-los-acusadores)
Licén (politico; uno de los acusadores)
Voz de la platea
Escribano (funcionario del Tribunal)
Voz femenina (simboliza a las Leyes de Atenas)
Fedén (joven discipulo, predilecto de Sécrates)
Simmias (disefpulo de Sécrates)
Cebes (discipulo de Sécrates)
Hijos de Sécrates y Jantipa
2Custodio (uno de los Once, es decir, de quienes tenian
a su cuidado la prisién y el cumplimiento de las
sentencias)
Guardias
Esclavos
26
~bajora la Noche. {Hemos sembrado el temor y el odio
ACTOL
EN LAS CALLES DE ATENAS
Escena I
399 a.C. Amanece en Atenas, Desde el fondo de la sala
truena potente la voz de Apolo, Dias protector de la ciudad.
(Voz de Apolo)
VOZ DE APOLO
iEspera un poco, Luz de la mafiana! Adin le queda tra-
en el corazén dormido de todos los atenienses? Quiero
que suefien que actiian, cuando despierten. (Pausa.) jEh!
iEnvidia, palida Envidia, apura tu tranco! Vuela hasta el
lecho de Eutifrén, escirrete entre sus mantas, muérde-
le el alma... Asi, asi... Hazlo saltar de la cama, vamos,
27aprestiate, que salga con su amigo Acacio a atizar el fue-
go que hemos encendido en la ciudad.
Largo silencio. Se enciende una antorcha en la oscuridad.
Empieza a aclarar y a distinguirse el espacio en el que
se moverdn los actores en este Acto I. El espacio debe re-
presentar una plaza, el Agora. Hacia ella convergen y se
intersectan dos o tres callejuelas por las que entran o salen
Jos personajes o en las que pueden detenerse antes de entrar
propiamente en el Agora. Imaginariamente, en este primer
acto los actores tienen frente a si el edificio de los Tribuna-
les. En el Acto IL, el piiblico asistente representard a los 500
jueces de Atenas.
Desde la callejuela de la izquierda, el viejo Eutifrén y Acacio,
el joven amigo del sacerdote, avanzan hasta llegar al cruce.
Habra alli una piedra 0 algo que sirva de asiento en el que el
viejo Eutifrén pueda descansar.
Escena IT
(Acacio, Eutifron, Anciano ebrio)
—ACACIO—
(Desperezaindose.) No sé por qué nos hemos levantado tan
de madrugada, Atin todo se ve desierto. Ahora tendrés
que cumplir tu promesa y contarme qué es lo que tiene tan
agitados a los atenienses... Mientras esperamos... a qué
cerees que he venido a la ciudad?
28
> Ooch
EUTIFRON
Quedémonos por aqui. (Se sienta.) Yo pensaba que habias
venido, como tantos, a escuchar a ese demagogo de Cali-
cles, que tiene vueltos locos a los jévenes... Calla. ca~
lla! Alguien viene... ja estas horas! ;Por los rayos! :Quién
nos gané a madrugadores?
(Desde lejos avanza xigzagueando una antorcha, desde la
platea.)
ANCIANO EBRIO
(Recitando con vox, trasnochada.)
“Vino, que de Baco vino;
Te busco con devocién
Y santa fidelidad
Porque td eres mi verdad,
Mi ruta, mi habitacin
iAy! Si me faltaras, vino
Me faltaria el Dios Sol...”
(Pausa.) {Hay alguien por aqui?
EUTIFRON
iBlasfemia, desacato! Un momento... a este yo lo conoz~
.
co.
ANCIANO EBRIO
(Se sobresalta al tropezarse con Eutifrén y Acacia.) ;Oh! ;No
eres ti... el Gran Sacerdote? {Mi protector y amigol.
(Dirigiendose a Acacio.) Salud, joven extranjero... (ambos,
con picardia,) Veo que ustedes también han madrugado.
29Ta. ees]
EUTIFRON
(Haciendo gestos de asco.) {Ufl, supongo que buscas el ca-
mino de tu casa. Te equivocas, no es por aqui. Vete ya, y
avergiténzate de tu estado.
ANCIANO EBRIO
No te propases, gran Eutiftén... (Toma distancia.) A. ves,
épor qué quieres humillarme? Pobre seré, pero honrado y tan
ciudadano como ti. Con todo respeto te pregunto: gqué hay
de malo en cantar a los Dioses; en celebrarlos, tia tu manera,
yo ala mia? (Pausa, se ouelve a acercar; en tono canfidencial )
Algo grave va a verse hoy en los Tribunales. Se dice que la
acusacién a Sécrates va en setio, que se le reprenderd por sus
discursos, que las buenas costumbres y la piedad de los ciu-
dadanos, de los jévenes (Seale a Acacia), estén on peligio...
Es lo que se dice. Pero ahi estara Hermégenes (Se golpea con
fuerza el pecho.) para impeditlo. ¥ ti, joven extranjero, ca cuil
especticulo vienes, al de Calicles o al de Sécrates?
EUTIFRON
Ve a echarte un rato, Juez. de Atenas’. Eso es lo mejor que
puedes hacer.
ANCIANO EBRIO.
ZA dormir, dices? Y mientras los Jueces duermen, dime,
equién defiende las ciudades y a las personas?
EUTIFRON
iVete a los cuervos!
30.
ANCIANO EBRIO
(En retivada y dirigiéndose a Acacio.) {Has escuchado como
me trata? Me voy pero volveré... No pretendas decirle a
tun Juez de Atenas qué debe hacer. (Desaparece por el lado
opuesto,) {No desafies mi poder!
ACACIO
Uf! Menos mal... Y ahora podris explicarme qué esté
pasando en esta ciudad; qué esti pasando con Sécrates.
EUTIFRON
iQué tipo! (Volwiendose abora hacia el joven; declamatorio,)
Bien, como dice el poeta: “Les gusta a los Dioses herir
desde lejos”. (Pausa.) Pero, eres muy joven para entender
estos mistcrios.
ACACIO.
(Molesto.) Tienes raz6n, no los entiendo.
EUTIFRON
iPor todos los Dioses! Si esté més claro que el agua. A ver,
dime para empezar, :quién soy yo?
ACACIO
Esti a la vista, un sacerdote.
EUTIFRON
iQué descubrimiento!: EL sacerdote de Atenas, ese soy
Yor intérprete de Apolo. ¢Crees ti, entonces, que cualquier
31mortal por el hecho de ir al Templo de Delfos, va a poder
por s{ mismo descifrar la palabra de Dios, asf, solo porque
tiene curiosidad de saberlo? Joven amigo: debes aprender
esto: que los Dioses suelen obrar con nuestras propias
manos mortales; que el discurso divino esta leno de ace-
chanzas para los audaces.
ACACIO
Esto es nuevo para mi, Eutifrén.
EUTIFRON
Tienes que comprender, entonces, que es del cielo que se
recibe el don de la interpretacién, no de la lengua. Eso
es lo que la juventud debiera aprender. {Te imaginas que
a cualquier ‘socrates’ le fuera dado saber qué quieren los
Dioses, y cémo y cuando lo quieren? Ah, mi amigo, eso
seria muy simple... Y, entonces, para qué los templos, los
magos, los sacerdotes? Dime: jpara qué!
ACACIO.
No te sulfures..., te concedo...
EUTIERON ———
iTe concedo, te concedo...! ;Por los rayos! :A Mf, qué
quieres concederme? Te lo garantizo: desgraciado de
aquel que pretenda profanar las jerarquias que Dios ha
establecido.
32
~~ ber qué dijo el Oréculo?;Ji,
ACACIO
Pero, Eutifrén, tii prometiste explicarme los h-e-c-h-o-s:
contarme por qué traerdn aqui a Sécrates ante los Jueces,
EUTIFRON
g¥ qué crees que estoy haciendo, joven impaciente? Ven-
mos, qué es lo que quieres saber: lo que el vulgo atina a
decir o el misterio mismo que mueve todo esto?
ACACIO
Quiero saberlo todo.
EUTIFRON
Entonces, empecemos por el Principio: por el famoso
Oréculo del que habla todo el mundo. Como dijera el
gran Aristéfanes...
ACACIO
Basta ya y habla de una vez por todas...
EUTIFRON
Bien, bien, si asi lo quieres... (Com picardia,) :Quieres sax
! Dijo que es el hombre mas
sabio que hay en estas tierras... jFigtrate! Ese estrafala
Ho preguntén. (Poniéndese seri.) Si me hubiese pedido
Consejo, Acacio, yo le habia dicho: ‘Cuidado, amigo, ese
Oréculo es equivoco; un Dios habla solo para realizar sus
Propios planes, no los tuyos! Pero, ;qué! El muy presun-
{oso se puso a escarbar por su cuenta, y entonces...
33—ERITON- a
o_o a
ACACIO
Espera, Eutifron, gno es a Sécrates a quien diviso alli, con
otro anciano, camino hacia el Agora.
Escena III
La luz. se desplaxa hacia el centro, donde se han detenido
Séerates y Critén. Contrasta la cuidada elegancia del préspero
comerciante ateniense con la franca pobreza de Sécrates,
quien, ademés, va descalzo,
(Critén, Sécrates)
CRITON
(Con severidad.) Exes un gran vanidoso, eres un gran vani-
doso. Apuesto a que estas feliz con lo que te ha ocurrido.
jVamos, niégalo!
SOCRATES
Feliz, no diria. No tengo miedo, eso es todo, Me dejo
llevar por los hechos, que parecen ser més fuertes que
nuestros deseos.
Pero, gque no lo ves? Ahi esti justamente tu tremenda va-
nidad: en desestimar el peligro que corres. En desestimar
el poder de tus enemigos.
SOCRATES
Amado Critén: a los atenienses les gusta disputar sobre
cr
todo. Viven en los Tribunales... (Seriala hacia el piiblico,)
{Todavia no te acostumbras a sus gustos? Déjalos, déjalos,
sienello encuentran placer.
CRITON
(Impaciente, se pasea.) ;Pero no! ;Por Baco! Si eres como
un nifio! ZEs que no te das cuenta de la gravedad de todo
esto? Yo también, Sécrates, esctichame: yo también amo
la filosofia, y ti lo sabes, pero eso no me impide tener los
pies aqui, sobre la tierra.
SOCRATES
De eso no cabe la menor duda.
CRITON
(Conciliador, invita a Sécrates a levantarse de su asiento,)
‘Vamos, acompéfiame atin algunos pasos. Contigo no se
puede hablar en serio... (Salen por la izquierda.)
Escena IV.
——Primero, Acaciory Eutifvon soles, aparentemente en el mismo lugar
donde estaban antes. Luego aparece Séerates, de regreso al Agora,
(Acacio, Eutifrén, Sécrates)
ACACIO
iFinalmente, ahora si has ido a la sustancia de las cosas! Ya
Puedo regresar a mi ciudad con noticias bien establecidas.
35Pero, qué veo, ahi vuelve Sécrates, solo... y viene hacia
nosotros, Eutifrén.
EUTIFRON
(Cambiando tono y gestos.) {Por todos los Dioses! Vaya,
ia quién se ve por estos lados! {Qué te sucede, excelente
Sécrates, que tan de mafiana merodeas por el Palacio de
Justicia? ;gNo me vas a decir que a ti también te trae algiin
pleito!? (Da un codazo de inteligencia a Acacio. Séerates al-
canza a percibirlo,)
ACACIO
(Confundido,)
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