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296 CENTRO Journal

volume xxx • number ii • summer 2018

Visibilizando la sexodiversidad:
el contrapunteo de la
mononormatividad y los poliamores
en Violeta, de Yolanda Arroyo Pizarro
elena valdez

abstract

Recognized in 2016 as the Writer of the Year in Queer Literature by the LGBTT
Community Center of Puerto Rico, Yolanda Arroyo Pizarro is considered one
of the most important lesbian authors in Puerto Rico. Although in her works
she dialogues with island and diasporic pioneers such as Nemir Matos-Cintrón,
Lilliana Ramos-Collado, and Luz María Umpierre, her creative and intellectual
activities challenge the forced disappearance of lesbians and the myth of lesbian
invisibility on the island and also highlight black experience. One of the exam-
ples is her novel Violeta (2013). This work undermines the heterosexual matrix
of Puerto Ricanness, which promotes monogamy, heteropatriarchal family, and
the experiences of kinships and motherhood as forcefully imposed on feminine
sexuality. The sexual dissidence of Arroyo Pizarro’s lesbian characters favors the
creation of sexually diverse environments and polyamory, while the juxtaposi-
tion of their erotic autonomy and racial tensions makes visible the experiences
of Afro-Puerto Rican lesbians. [Keywords: Yolanda Arroyo Pizarro, Violeta,
homonormativity, polyamory, lesbian, decolonial]

The author ([email protected]) holds a Ph.D. in Spanish from Rutgers, the State University
of New Jersey. Her research interests include U.S. Latino/a literature, Caribbean studies, Gender
and Queer Theory. She has published various articles and chapters on Latin American and
Caribbean literature and art, and is currently completing her first manuscript tentatively titled
The Cities of Desire: The Politics of Gender, Sexuality and Urban Space in the Hispanic Caribbean.
Visibilizando la sexodiversidad • Elena Valdez 297

Considerada una de las principales autoras lesbianas de Puerto Rico y una de las
primeras personas que contrae matrimonio con su pareja después de una lucha
ardua, Yolanda Arroyo Pizarro fue premiada en 2016 como Escritora del Año
en Literatura Queer por el Centro Comunitario LGBTT de Puerto Rico, por su
activismo que se centra en la defensa de los derechos de la comunidad LGBTT
en las manifestaciones públicas y la legislación.1 Concretamente, en su bitácora
Boreales y en sus talleres educativos, la autora promueve su producción escrita que
cuenta con una variedad de textos sobre la temática queer. Aunque en sus obras
Arroyo Pizarro dialoga con pioneras isleñas y diaspóricas como Nemir Matos-
Cintrón, Lilliana Ramos-Collado y Luz María Umpierre, a diferencia de ellas la
actividad creativa e intelectual de esta autora, que reside en la isla, no solamente
se centra en desafiar la forzada desaparición y el mito de la invisibilidad lésbica en
Puerto Rico, sino que también recupera y celebra la afroidentidad.2 Un ejemplo de
esto es su novela Violeta (2013), que, inspirada por los cambios legislativos sobre
los derechos LGBT, socava “la matriz heterosexual” de la puertorriqueñidad
que promueve la monogamia, la familia heteropatriarcal, las experiencias de la
afinidad y la maternidad como las coacciones de la sexualidad femenina (Crespo-
Kebler 2003, 190).3 Priorizando el deseo entre personas del mismo sexo, Arroyo
Pizarro se apropia de lo que Kaila Story llama “la desviación como resistencia”
(2016, 374), mostrando así la precariedad de identidades sexuales fijas y estables.
Por eso, en la novela la disidencia sexual de sus personajes lésbicos favorece
la creación de ambientes sexodiversos y de poliamor, al mismo tiempo que la
yuxtaposición de la autonomía erótica y las tensiones raciales visibilizan las
experiencias de las lesbianas afropuertorriqueñas.
En Violeta, Iolante, la narradora principal, es una afrolesbiana residente en
Puerto Rico que tiene una relación íntima, y frecuentemente ilícita, con Vita Santiago,
una puertorriqueña blanca que de niña sufrió abuso sexual. Después de separarse
de Vita, Iolante se casa con Teodoro. Aunque queda embarazada, decide abortar y
se divorcia después de tres años de matrimonio. Vita se muda a San Francisco y se
casa con diferentes mujeres. Violeta, su nueva amante trigueña, le ofrece inseminarse
juntas. El parto provoca una crisis psicológica en Vita, mientras que Iolante conoce a
Yuisa, su pareja ideal. Además de retratar los tumultos dentro del triángulo amoroso,
Violeta contiene referencias históricas a figuras importantes para el nacionalismo y
para el movimiento independendista de Puerto Rico, como Lolita Lebrón y Oscar
López Rivera, que termina excarcelado al final de la novela.4
Subvirtiendo los pilares fundacionales de la matriz heterosexual, Violeta
expone el impacto regulatorio de la monogamia heteropatriarcal sobre la formación
de los roles de género. Si la monogamia se asume a priori para las mujeres, los
hombres disponen de cierta permisividad sexual (King 2014). Por esta razón, son
los personajes femeninos los que la denuncian como el sitio donde se cruzan las
dinámicas raciales, nacionales y de género con el fin de preservar la supremacía
blanca y la dominancia heteromasculina (Schippers 2016, 14–5; Willey 2016, 6–13).
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El aspecto transgresor de Violeta consiste en colocar el incesto paterno-filial en el


centro de la monogamia compulsiva institucionalizada que está en el corazón del
núcleo familiar, apoyada por la ley, la religión y las costumbres sociales.

Precisamente por eso, la sexualidad poliqueer, que incluye a más de dos personas,
se hace tan transgresora y se considera un acto político.

Violeta también cuestiona la mononormatividad que no privilegia la


heterosexualidad, sino la díada monógama como la única forma legítima, natural y
deseable de relaciones, que está diseñada para producir un sujeto sexual normativo,
o un ciudadano homonacional, parafraseando a Jasbir Puar (2007, 2). Por esto, en
la novela, las relaciones diádicas que padecen tendencias hetero u homonormativas
tóxicas dejan de ser un modelo para la nación. Apartándose de la mononormatividad
compulsiva, Violeta se abre a la sexodiversidad denunciando la imposición de
los patrones coloniales e imperialistas de género y raza. María Lugones (2010)
explica que, durante la época colonial, se estableció el sistema moderno/colonial de
género que se perpetúa como colonialidad de género en el presente. Precisamente
por eso, la sexualidad poliqueer, que incluye a más de dos personas, se hace tan
transgresora y se considera un acto político.5 Si el objetivo de la matriz heterosexual
es producir un ciudadano homonacional, Violeta puede caracterizarse como un
ejemplo del lesboterrorismo (la palabra que usa la misma autora para describir su
obra y activismo), cuyas raíces se remontan al anarquismo de Luisa Capetillo y su
propagación del amor libre (Findlay 1999).6 En cambio, Arroyo Pizarro recurre a los
ambientes poliamorosos y antimonógamos que corresponden al ánimo de la nueva
generación de los jóvenes puertorriqueños que prefieren vivir “sin ese rollo binario”.7
Así, la sexualidad poliqueer establece relaciones horizontales no jerárquicas y un
sentido de pertenencia queer entre los personajes que profesan el amor decolonial
que Chela Sandoval define como “a hermeneutic, a set of practices and procedures
that can transit all citizen-subjects, regardless of social class, towards a differential
mode of consciousness and its accompanying technologies of method and social
movement” (2000, 139). El amor decolonial articula un afecto antihegemónico que
guía las acciones subversivas en contra de los regímenes opresivos. Esa actitud
afectiva prioriza un tercer camino que incorpora la otredad y va más allá de los
binarismos occidentales y coloniales.

El incesto como el pecado original del patriarcado


Para desestabilizar la familia heteropatriarcal nuclear —una de las instituciones
que impone las expectativas estrictas de género—, Violeta muestra su decadencia
al describirla en los recuerdos de Iolante y Vita. Ambas protagonistas crecieron en
condiciones familiares precarias. Abandonada por su madre, a Iolante la criaron sus
Visibilizando la sexodiversidad • Elena Valdez 299

abuelos en un ambiente lleno de moralismo que no veía con buenos ojos la sexualidad
desviada, debido a lo que M. Jacqui Alexander llama “the heterosexualization of
morality and the reinvention of a heterosexual-only tradition” (2005, 204). En otras
palabras, la moral heterosexualizada solidifica los imperativos judeo-cristianos
patriarcales e impone forzadamente los mismos gustos y prácticas sexuales a todos.
Ese pánico alrededor de la moralidad sexual se percibe en la familia de Iolante
en dos momentos. Por un lado, su infancia constituye un ejemplo de la conducta
inapropiada y la sexualidad desviada de su madre que, al abandonarla con los
abuelos, rechaza voluntariamente el culto a la femineidad como un rol dominante en
la cultura caribeña (King 2014, 125). Por otro lado, a pesar de destacar un ambiente
acogedor en su hogar de crianza, Iolante reconoce que sus abuelos desaprueban
sus relaciones homosexuales: “Estoy segura que no hubieran querido para mí una
vida inmoral como aquella, desde su punto de vista… creo que me hubieran dejado
incluso de hablar por la elección que supone ser gay, que supone amar a otra mujer
…” (Arroyo Pizarro 2013, 30). Esta posición moralista respecto de la homosexualidad
repercute en la sociedad, cuyos censores son la Iglesia y el machismo (Martínez-
Reyes 2014–2015, 134). Junto con otras obras puertorriqueñas como Brincando el
charco: Portrait of a Puerto Rican (1994), la película de Frances Negrón-Muntaner, y
“¡Jum!” (1966), un cuento de Luis Rafael Sánchez, Violeta retrata el núcleo familiar
como una de las fuentes de la homofobia y de la exclusión familiar y social.8 Además,
en la novela, el incesto entre Vita Santiago y su padre se convierte en una crítica a la
familia y la sociedad heteropatriarcales como el último bastión de la política social
que esconde la situación alarmante en la isla.
Según Michel Foucault, el incesto es uno de los pecados más graves —además de
las relaciones extramaritales, la violación y la promiscuidad— que rompen las reglas
del matrimonio (1990, 38). Foucault explica que la familia es el lugar más activo de la
sexualidad porque permite el afecto, los sentimientos y el amor, volviendo incestuosa
la sexualidad desde el principio (Foucault 1990, 108–9). En Violeta, Arroyo Pizarro
ofrece una válvula de escape al incesto para revelar, estratégicamente, el colapso
del núcleo familiar como una de las instituciones que reproduce las normas del
heteropatriarcado y de la mononormatividad. Siguiendo esa lógica, el incesto entre
Vita y su padre funciona como el mecanismo que socava la estructura familiar que
lo produjo y que, a pesar de todo, lo preserva gracias a una red de cómplices. Por
ejemplo, en la novela, una tía de Vita —también llamada Violeta— encubre el delito
del abuso sexual infantil. No es coincidencia que su nombre provoque asociaciones
con la violación, a la vez que coincida con el nombre de Violeta, una de las amantes
de Vita que la fuerza a someterse a tendencias heteronormativas, como mostraré más
adelante. Se construye, pues, un círculo vicioso que perpetúa el heteropatriarcado
que, en vez de proteger a los menores de edad, se convierte en la fuente del trauma.
En tanto intelectual y activista, Arroyo Pizarro integra su agenda activista en el
texto para criticar el silencio que existe en torno de la pedofilia y del abuso infantil
en Puerto Rico. Publicada en 2013, Violeta anticipa la atención que posteriormente
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recibe esa situación alarmante debido a que la misma autora no deja de sacarla a la
luz. Por ejemplo, tras la transmisión el 28 de marzo de 2017 de Las terribles garras de
la violencia sexual infantil, el video sobre la investigación de las violaciones sexuales
infantiles en Puerto Rico, la autora escribió en su página de Facebook:

Este es un país de violadores de menores que se salen con la suya. Casi todas las
violaciones y los actos lascivos se dan en el propio hogar. Cuentan con la complicidad y
el silencio de familiares enterados. Cuentan con la complicidad y el silencio de los líderes
religiosos del país que no realizan campañas de prevención. Cuenta con la complicidad
y el silencio institucional del estado y su sistema de instrucción que elimina cartas
circulares. Sí, sepa que la enseñanza con perspectiva de género también trabaja la
prevención de asaltos sexuales. Y mientras usted da hoy el diezmo o la ofrenda, sentadito
en misa o en el culto al lado de un sátiro que toquetea o penetra niños o niñas en la casa,
en la escuela, en el equipo deportivo y hasta en esa misma iglesia o templo, él se confiesa
con su dios, y con la ayuda que usted le facilita se perdona él solito los pecadillos de
la debilidad de su carne. A dios que reparta suerte, a ver a que otro muchachito o
muchachita se papea esta semana con su complicidad y su silencio hipócrita.

Después de la publicación de ese post, la misma autora sufrió ataques verbales


a causa de sus opiniones, mientras que en la sección de comentarios apareció un
llamado de un lector a silenciar el tema. Según los datos sobre el perfil del victimario
de maltrato de menores en Puerto Rico mencionados en el video, la agresión sexual
proviene del ambiente intrafamiliar, siendo los padres biológicos o padrastros los
victimarios principales. Por lo tanto, el texto de Arroyo Pizarro emplea el incesto
para denunciar la violencia inherente en el heteropatriarcado y para romper con la
sociedad que encubre a los infractores como los bastiones del núcleo heteropatriar-
cal diseñado para reproducir lo normativo.
Ahora bien, tomando en cuenta que Vita Santiago es el único personaje que
tiene apellido en la novela, Violeta la coloca bajo el poder simbólico del Nombre
del Padre, pero redefiniéndolo primero. En la conceptualización de Jacques Lacan,
el Nombre del Padre se refiere a la ley que refuerza convenciones sociales que
controlan el deseo (1997, 67). Pero en la frase francesa “le nom du père” (el nombre
del padre), Lacan usa la palabra nom evocando el homófono non como el no al deseo
incestuoso, “le non du père”  (el no del padre). Al mismo tiempo, las palabras nom
y non son los homófonos de la forma negativa del verbo avoir (tener) en la tercera
persona plural, como en la frase “elles n’ont pas de père” (ellas no tienen padre).
Con esto la novela insinúa que Vita no tenía padre ni su protección. Resulta que
la ley que debe ejercer una función restrictiva ejemplificada por el padre de cuyo
apoyo carecen las protagonistas es precisamente lo que desencadena el incesto,
cuyas consecuencias traumatizan a Vita para el resto de su vida. El cuadro clínico
de su conducta adulta coincide con los síntomas de víctimas del abuso sexual que
muestra el video comentado por Arroyo Pizarro: Vita es incapaz de mantener
Visibilizando la sexodiversidad • Elena Valdez 301

relaciones permanentes,9 sufre de depresión y padece de tendencias suicidas. El


abuso sexual causa, por lo menos, tres intentos de suicidio que Vita explica de la
siguiente manera: “Estás muy cerca de mi núcleo primigenio de conflicto, el centro
de disfunción familiar en el que me crié. Eso es lo que dice mi siquiatra” (2013, 90).
Al escribir sobre el incesto, Foucault lo coloca en el corazón de la familia porque está
constantemente convocado y rechazado (1990, 108–9). Pero en Violeta el incesto
no solamente se encuentra en el centro de la historia sexual de Vita, sino que se
convierte en la escena primordial en la que su padre comete el pecado original.

En una sociedad heteropatriarcal, Vita e Iolante son estigmatizadas por su autonomía erótica.

Se puede ver también que la maquinaria del poder heteropatriarcal reproduce


la Ley del Padre, es decir, deja impune al padre de Vita y encubre a los violadores
favoreciendo sus instituciones caducas y optando por patologizar a una lesbiana.
Como explica Juana María Rodríguez, “The sexual practices and psychic lives of
racialized feminine subjects, like those of people with disabilities, the imprisoned
and enslaved, the foreign and the indigenous, the gender-queer and other bodies
labeled deviant, have never been construed good, healthy, or whole” (2014, 13–4). En
una sociedad heteropatriarcal, Vita e Iolante son estigmatizadas por su autonomía
erótica. Por ejemplo, Vita consulta con un psiquiatra en Estados Unidos, donde la
omnipresencia de la terapia diseñada para eliminar las viejas fobias es un resultado
de la obsesión por el sexo y donde la vergüenza es concebida como un rasgo cultural
puritano (Warner 1999, 21). En otro momento de la novela, Vita confiesa que, a los
17 años, toleraba los avances libidinosos de su padre para cortejar a Iolante. Resulta
así que Vita se victimiza, internalizando la mentalidad social que no condena al
abusador, sino a la víctima que permite el abuso prolongado sin reportarlo. Segundo,
se acusa indirectamente a Iolante por mantener una relación con Vita sin saber del
abuso que esta sufre. De esta manera, las dos protagonistas están sometidas a lo que
Michael Warner llama la política de vergüenza y humillación, que se dirige hacia
ellas (1999, 9). Con esto, Violeta desmitifica la santidad y la seguridad de un hogar
matrimonial y la figura del patriarca como el guardián de la femineidad, además
de reescribir el mito fundacional de la gran familia puertorriqueña y de destruir el
patriarcado como uno de sus pilares (Gelpí 1993; Moreno 2012).

La crisis de las uniones diádicas


Además de desintegrar el núcleo de la familia heteropatriarcal institucionalizada
que, en vez de nutrir, lastima a sus miembros, Arroyo Pizarro se centra en socavar la
colonialidad de género a través de la crisis de las uniones diádicas. Mimi Schippers
explica que la monogamia compulsiva descarta la sexualidad poliqueer insistiendo en
la resolución diádica de relaciones de pareja, porque de ella depende la dominancia
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de la heteromasculinidad blanca (2016, 4). La dinámica de las relaciones de varias


parejas en Violeta revela el entrecruzamiento de tensiones raciales y sexuales.
En particular, se trata de tres parejas cuyas relaciones varían entre los vínculos
heterosexuales, homonormativos y, podría afirmarse, los estereotípicamente lésbicos
de femme-butch, y que revelan patrones de la colonialidad de género y sexualidad.
Estas parejas están conformadas por las jóvenes Vita e Iolante, el matrimonio
de Iolante y Teodoro, y la unión de Vita y Violeta. Cada pareja también refleja
los vaivenes en torno a las soberanías nacional y sexual puertorriqueñas y su
dependencia de Estados Unidos. Por un lado, la pregunta básica e históricamente
irresuelta —si Puerto Rico debería continuar siendo un territorio estadounidense,
formar parte como estado de la Unión o convertirse en un país independiente— se
ha debatido a través de una serie de plebiscitos organizados en 1967, 1991, 1993, 1998,
2012 y 2017. En el famoso plebiscito sobre el estatus de Puerto Rico de 1998, de las
opciones del estado político (Estado Libre Asociado, libre asociación, estadidad,
independencia), la quinta opción, “Ninguna de las anteriores”, obtuvo una mayoría
absoluta de votos. Este gesto de negación a definir el estado político de Puerto Rico
cuestionó totalmente el debate.
Por otro lado, en el texto de Arroyo Pizarro la sexualidad de los individuos
en cada pareja funciona como una herramienta para problematizar la ambigüedad
política de Puerto Rico y para destacarlo como el “politically queerest place” (Negrón-
Muntaner 2007, 1). Al escribir sobre el estado problemático de Puerto Rico, Rodríguez
recurre a una metáfora sexual: “If Puerto Rico is getting fucked in the sexual metaphor
that has been used to define its relationship to the United States, how has the United
States been fucked in return? And perhaps more importantly, what have been the con-
sequences of these sexualized national exchanges?” (2014, 92). Por lo tanto, en Violeta,
el fracaso de las relaciones diádicas sexo-afectivas se yuxtapone sobre diferentes
afiliaciones y preferencias políticas irresueltas acerca del estado político de la isla, que
van del Estado Libre Asociado, la estadidad, la libre asociación, a la independencia. La
única unión exitosa es entre Iolante y Yuisa, que son ambas independentistas.
Violeta, que es un texto sumamente explícito en torno al sexo entre mujeres,
evita cualquier categorización: la palabra lesbiana, por ejemplo, se usa solamente dos
veces. Sin embargo, la relación entre Vita e Iolante durante su juventud corresponde
a la dinámica de femme-butch; pero en la novela la relación de estas mujeres complica
los binarismos característicos de esa díada y va más allá de una simple imitación de
la heterosexualidad. Si los roles de Iolante varían (esposa oficial, amante pasajera,
querida exótica y concubina geisha), Vita ejemplifica a la butch que se siente más
cómoda con los códigos, estilos e identidades del género masculino (Rubin 1992,
467). Dirigiéndose a sí misma, Iolante la describe de la siguiente manera:

Eres inexperta, y ella [Vita] dominante. Un macho alfa dominante que en ocasiones
viste chaleco y corbata, que fuma tabaco y hace líneas de cocaína tres o cuatro veces al
año, nada grave. Una lesbiana que penetra, pero no se deja penetrar, que hace el sexo
Visibilizando la sexodiversidad • Elena Valdez 303

oral y que no permite que tú lo reciproques. Una amante considerada y ávida que te
tiene en una cajita de cristal, para protegerte del mundo porque tú eres su princesa y
ella el príncipe rescatador, apuesto y caballeroso. (2013, 26)

Sus escenas íntimas visualizan la dinámica del amo y la esclava que,


explica Rodríguez, está intrínsecamente vinculada con el despliegue de poder y
con la objetificación sexual en la intimidad (2011, 342). En este caso, una mujer
afropuertorriqueña, Iolante, es dominada, mientras que Vita, una mujer blanca, ocupa
la posición del amo al actuar una masculinidad dominante. Esa dinámica es posible
debido al sistema moderno/colonial de género que se establece en la época colonial
y que se perpetúa como colonialidad de género en el presente (Lugones 2010).
Por ejemplo, el “patriarcado queer blanco” ya se reproduce fuera de los confines
heterosexuales en los hombres homosexuales blancos (Nast 2002, 881). De la misma
manera, la novela de Arroyo Pizarro revela el impacto del patriarcado blanco que hasta
sobrepasa los confines de género masculino cuando Vita lo internaliza.
Esa “erótica indómita”, en los términos de Rodríguez (2011, 339), constantemente
resucita el trauma personal de Vita e Iolante y el histórico del Caribe. En este
contexto, la penetración que Vita resiste alude a la violencia sexual y al miedo de la
impureza racial (de ser poseído por el otro) producidos por la economía plantacional
durante la época colonial en el Caribe. También, insinúa la vulnerabilidad asociada
con la pasividad (y, por extensión, la feminización) en el acto sexual. La resistencia
de Vita puede interpretarse como el deseo de proteger los orificios femeninos que, en
su caso, refieren a la agresión sexual sufrida durante la infancia. Aun más importante,
la impenetrabilidad subvierte las expectativas y versiones estereotípicas del sexo
lésbico. El hecho de que Vita resista la penetración desesencializa las prácticas
sexuales paradigmáticas del lesbianismo y elimina la negatividad relacionada con
la intocabilidad y receptividad. Aunado con las dinámicas raciales, este binario
destruye los estereotipos formados en torno de la frigidez de las mujeres blancas y la
voracidad sexual de las mujeres negras.

La transgresión en la relación de Vita e Iolante consiste en deshacer las suposiciones y


los binarismos en una pareja lésbica que, a pesar de todo, termina separándose.

En la subcultura lésbica la intocabilidad está asociada principalmente con la


stone butch, “a butch lesbian who would make love to her femme partner but would
not allow herself to be ‘touched’” (Halberstam 1998, 124), porque se siente en peligro
cuando la aman como mujer (125). A diferencia de los hombres, la stone butch tiene
roles sexualmente activos y agresivos, pero con el fin de satisfacer sexualmente a
su pareja en vez de a sí misma. Por eso mismo, la intocabilidad de Vita no significa
ausencia de placer, sino más bien autoabnegación en favor de su amante. En cambio,
304 centro journal • volume xxx • number ii • summer 2018

la receptividad de Iolante deshace las jerarquías del acto sexual en las que el hombre
cumple el rol activo, penetra y recibe el placer. Al escribir sobre las prácticas sexuales
lésbicas, Ann Cvetkovich explica: “Allowing oneself to be touched can be an action
just as much as doing the touching is” (1995, 132). La receptividad se percibe como
una posición activa porque presupone recibir y dar placer (Cvetkovich 1995, 134–5).
Al dar el acceso de su cuerpo a Vita, Iolante se presenta receptiva y capaz de recibir
su deseo, lo cual indica la agencia involucrada en el proceso de ser deseada. Vita se
muestra no disponible ante del deseo de su pareja y débil en comparación con ella.
La transgresión en la relación de Vita e Iolante consiste en deshacer las suposiciones
y los binarismos en una pareja lésbica que, a pesar de todo, termina separándose.
Cuando Iolante se casa con Teodoro, el jefe de la empresa donde trabaja, mantiene
una relación ilícita con Vita durante tres años, pero queda embarazada de Teodoro y
decide abortar. Aplicando una vez más la metáfora de la fornicación como el intercambio
sexo-nacional (Rodríguez 2014, 92), queda claro que su matrimonio canaliza los vaivenes
relacionados con las tendencias políticas de Puerto Rico. Iolante muestra un apego a la
causa de Oscar López Rivera y participa en las manifestaciones por su excarcelación,
aunque Teodoro favorece la anexión de Puerto Rico a Estados Unidos.10 Por lo tanto, su
matrimonio reproduce un enfrentamiento donde, por un lado, se encuentra lo patriarcal/
colonial/anexionista (Teodoro) y, por el otro, está lo feminista/decolonial/independiente
(Iolante). A través de este binarismo, Violeta entra en el diálogo con el conocido
ensayo de 1960 “El puertorriqueño dócil”, de René Marqués. Pero si Marqués explora
la condición colonial de la isla alegorizada por el hombre dócil, incapaz de rebelarse
contra la opresión, en Violeta el hombre puertorriqueño, ejemplificado por Teodoro,
aún permanece así, y es la mujer puertorriqueña indócil la que resiste, se rebela y lucha.
A pesar de que este matrimonio aparenta ser un núcleo heteropatriarcal, Iolante
y Teodoro pueden llamarse ambisexuales. Según Yolanda Martínez-San Miguel, la
ambisexualidad no es una identificación con lo hetero o con lo homosexual (2008,
1043), sino que se trata de la resistencia frente a la categorización y a las estructu-
ras binarias que ceden ante la hetero y homonormativización. Así, por ejemplo, al
principio de la novela, Vita consuela a Iolante después de que su novio la traiciona.
También, Teodoro confiesa que una vez le gustó un chico (2013, 43).11 Por lo tanto, el
matrimonio de Iolante y Teodoro está destinado a fracasar antes de concretarse y con-
sumarse. Además de que Iolante comete adulterio con Vita justo antes de las nupcias,
Teodoro está completamente excluido, y físicamente ausente, de la reproducción de
las normas familiares y, por extensión, del futuro de la familia nuclear cuando Iolante
decide hacerse un aborto:

En febrero la prueba de embarazo a la que te sometes da positivo y te echas a llorar


sobre el suelo. Le pides a Vita que te acompañe a la clínica para dar terminación a aquella
imprudencia… Ella te asiste, pero además llora contigo. Te propone incluso que tengan
al bebé y que juntas lo críen. Que se escapen lejos de tu marido, pero no estás lista. No
quieres esa responsabilidad. Temes que puedas llegar a ser tan o más insensata que tu
Visibilizando la sexodiversidad • Elena Valdez 305

verdadera madre, la que abandonó para irse a vivir alguna aventura. Temes el estigma
y, por qué no, tiemblas de los nervios al pensar en qué harías si un día Vita cambia de
parecer y te deja a solas criando un bebé que ni siquiera es suyo. (2013, 50)

En In a Queer Time and Place, Jack Halberstam contrapone el tiempo


reproductivo y la procreación como un marcador de la heteronormatividad a la
temporalidad queer, localizada fuera de la lógica de experiencias vitales (2005,
2–6). En Violeta, el embarazo de Iolante aún no se percibe como la hetero o la
homonormativización de su relación con Vita, sino más bien como la interrupción de
su “queer way of life” y como el estigma de la sexualidad desviada y relacionada con el
abandono materno, la maternidad soltera y lésbica. El aborto que decide hacer Iolante
puede explicarse con la conceptualización de la utopía por José Esteban Muñoz:
“utopia is in fact a casting of a picture of potentiality and possibility. This casting or
imagining is also an act of negation. What is negated is the present in lieu of another
time or place” (2009, 125). En Violeta, el aborto es el rechazo a la heteronormatividad
en favor de la temporalidad queer, que para Vita e Iolante significa el amor libre sin
confines normativos. Pero este deseo utópico por esa temporalidad queer resulta
destructivo para su relación con Vita, porque el aborto que se hace Iolante causa la
separación definitiva, señalando que tanto su relación como la queerness pertenecen
a la futuridad: son siempre visibles, pero inalcanzables.12
En contraste con las dos parejas anteriores, la de Vita y Violeta resulta la más
homonormativa de todas, ya que está anclada en la domesticidad y el consumo sin
cuestionar las tendencias e instituciones heteronormativas, conforme la definición
de la homonormatividad de Lisa Duggan.13 Pero el hecho de que esta pareja
resida en el distrito de El Castro, San Francisco, reescribe las tensiones raciales y
neocoloniales y contrasta con las de Vita e Iolante. Cuando todavía vivía con Iolante
en Puerto Rico, Vita se consideraba una persona blanca que reproducía el régimen
de la colonialidad de género. Pero al sexiliarse en Estados Unidos,14 se convierte en
un sujeto colonial que está sometido a las tendencias homonormativas. Pero esta
vez es Violeta la que aspira a la normalización, lo cual se nota en el tratamiento de
su cuerpo y el consumo. En su apariencia física, ella sigue los patrones de la belleza
occidental con su “pelo lacio, largo, como el de las Miss Universe… abdominales
pronunciados y piernas torneadas por el ejercicio cardio-pulmonar” (2013, 9). Así,
aunque es una persona trigueña, esa actitud refleja la internalización de la política
del blanqueamiento o, en otras palabras, del racismo.
Dirigiéndose a Violeta, Iolante describe su deseo consumista de la siguiente
manera: “A estas alturas, resultas para ella [Vita] más que una molestia. Está harta de
tus niñerías, de que malgastes su dinero, de que rehúyas tus responsabilidades y creas
que el mundo es una fiesta barbilampiña. Se cansó de tus mayúsculos retiros bancarios
que trepan al tope las tarjeas de crédito. Se cansó de tus temper tantrums, y de tus
majaderías” (2013, 124). Vita y Violeta siguen un guión tradicional (y estereotípico) de
una relación heterosexual en la que Vita asume el rol de esposo manteniendo a Violeta,
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que asume el papel de la mujer que malgasta dinero. Es más, la diferencia de edad entre
ellas —Vita es 14 años mayor— contribuye a la infantilización de Violeta, lo cual establece
el diálogo con la tradición literaria puertorriqueña. En su ensayo seminal Insularismo
(1934), Antonio S. Pedreira describe el colonialismo como la carencia de desarrollo de
Puerto Rico, explicándolo con la condición prematura del país-niño. Ahora bien, si en el
ensayo de este autor el colonialismo se expresa a través de un cuerpo infantil masculino,
Arroyo Pizarro aporta su grano de arena a esta visión remplazando el cuerpo masculino
por uno femenino. Como consecuencia, Violeta sugiere que la nueva docilidad consiste
en la colonialidad de género y en la sumisión ante las dinámicas heteronormativas.

La reproducción como un método de biocontrol homonacional


La novela de Arroyo Pizarro subraya cómo la inseminación artificial constituye
una crítica de la (hetero)normalización convencional, a la que aspira Violeta
cuando le propone a Vita este método de reproducción asistida. Si tener
hijos heteronormativiza cualquier relación (Halberstam 2005), para Violeta la
reproducción y la crianza de los hijos se usan para medir la normalidad: “Tú,
Violeta, convences al amor de mi vida, quien es a la vez mi mayor desgracia, de
que para sellar el sentimiento que ambas se profesan, deberán inseminarse juntas.
Tu plan es tratar de dar a luz más o menos al mismo tiempo sin importar que la
una sobrepase los cuarenta y que la otra apenas los veintiséis. Vita, mujer adorada
de ciertas inmadureces e inconsistencias, acepta” (2013, 119). Con esa aspiración
de inseminarse juntas, Violeta busca la validación y respetabilidad social que
promueven los valores heteropatriarcales y que le ayudan a constituirse como
un sujeto homonacional.15 Según Puar, el homonacionalismo no solo propaga una
versión apropiada de la homosexualidad nacional que conviene al imperialismo
estadounidense, sino que también opera a base de las normas raciales (2007, 2).
La constitución mutua de raza y sexualidad en Violeta también puede explicarse
desde la queer of color critique, que explora las intersecciones de raza, sexualidad,
género y clase como formaciones que corresponden o divergen de las prácticas
e ideas nacionales (Ferguson 2004).16 Debido a que Vita y Violeta son una pareja
birracial, para la segunda la unión con Vita funciona como la estrategia de
ascenso y asimilación, porque se mantienen la supremacía blanca (y en este caso
“se mejora la raza”) y la versión saneada de la homosexualidad normativa.
Sin embargo, la inseminación asistida, la gestación y la maternidad son
campos contestatarios precisamente porque, por un lado, integran los desafíos al
heteropatriarcado y los avances de la comunidad LGBTQ y, por el otro, restringen
con su lógica homonormativa. Principalmente, la inseminación asistida revela los
avances tecnológicos que permiten repensar la procreación. Esta ya se concibe fuera
de los genitales y fluidos corporales, lo cual separa el sexo de la procreación y así
subvierte el concepto del patriarcado. Por extensión, al inseminarse juntas, Vita y
Violeta queerifican la maternidad que se conceptualiza sin la presencia inmediata
del hombre. Iolante comenta: “Viajo a verla [a Vita] en tres ocasiones… En todas las
Visibilizando la sexodiversidad • Elena Valdez 307

ocasiones hemos hecho el amor, pero no he podido obtener de ella una confesión
honesta sobre por qué ha accedido a dejar a un lado su estereotipada y por demás
consabida actitud masculina para gestar vida en su vientre” (2013, 15). Además, este
embarazo adscribe la maternidad a la sexualidad, tradicionalmente disociada de
ella, al mismo tiempo que da espacio a la no monogamia que desmitifica el vínculo
diádico como la única forma legítima y natural de relación.
A pesar de todos los avances científicos y sociales, el campo de los métodos
reproductivos asistidos permanece muy regulado por el biopoder estatal que
patologiza a todas las parejas. Para recibir el tratamiento médico que cubra el
seguro, la pareja lesbiana localizada fuera del modelo de una familia heteronuclear
debe ser diagnosticada como infértil. Según la Sociedad Americana de Medicina
Reproductiva (American Society of Reproductive Medicine s.f.), la infertilidad
es “the result of a disease... of the male or female reproductive tract which pre-
vents the conception of a child or the ability to carry a pregnancy to delivery. The
duration of unprotected intercourse with failure to conceive should be about 12
months before an infertility evaluation is undertaken…” Al mismo tiempo, los
métodos reproductivos asistidos se convierten en un nuevo mercado de consumo
en la economía capitalista reproductiva porque, en los últimos años, ha aumentado
el número de clínicas y servicios especializados para parejas sin hijos, mujeres
solteras y lesbianas que remplazaron el método más tradicional de recurrir a los
amigos hombres como donantes de semen (Burke y Olsen 2012, 420).17 Por lo tanto,
la patologización y la lógica consumista vuelven a enfatizar la reproducción como
un área de influencia de los poderes neocoloniales en la novela.

Para recibir el tratamiento médico que cubra el seguro, la pareja lesbiana localizada
fuera del modelo de una familia heteronuclear debe ser diagnosticada como infértil.

Si antes en Puerto Rico se probaron nuevas tecnologías de control de la población


y esterilización, la inseminación asistida experimentada por Vita y Violeta puede leerse
como un nuevo método del biopoder neocolonial utilizado para fortalecer el patrón de
una relación homonormativa.18 Por eso mismo esta situación tiene más implicaciones
para Vita, una lesbiana masculina que durante la gestación se normativiza porque
deja su actitud queer corporal para hacerse madre. Después del parto, ella sufre una
crisis psicológica. En este contexto, el nombre de su pareja, Violeta, adquiere un nuevo
significado. Si ella es la que le propone la inseminación a Vita, resulta que es ella la que
fuerza la hetero y mononormatividad, lo cual se equipara a la violación. Si antes Vita no
se dejaba penetrar durante el acto sexual, el embarazo termina siendo una penetración
diferente del cuerpo femenino: la colocación en el útero de los espermatozoides
alegorizan la penetración de la homonormatividad; por esto el embarazo significa, para
Vita, la violación corporal y simbólica.
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Como se puede ver en la novela, se yuxtapone la ansiedad que provoca el


sujeto colonial debido a su presumida hiperfertilidad y la aparente infertilidad
biológica del sujeto lesbiano que representa el inherente desafío ante el imperativo
bioreproductivo de la heternormatividad. Tomando en cuenta la historia del control
de natalidad en Puerto Rico, la comodificación de la fertilidad con nuevas clínicas y
tratamientos promocionados en Violeta implica que se asume la fertilidad de Vita y
Violeta como una perteneciente a sujetos coloniales, que a su vez las racializa como
sujetos étnicos. Pero si la “operación” es una manera del biocontrol de la fecundidad,
en el texto de Arroyo Pizarro la fertilidad se convierte en una herramienta para
homonormativizar al sujeto desviado. Debido a la historia de la esterilización
forzada, cualquier forma de control de natalidad se percibe como el legado colonial
y, por consiguiente, violento. Por esta razón, en el contexto de la novela, el embarazo
siempre se lee como una condición patológica igualada a la violación.
Además, su gestación muestra que las tecnologías de reproducción modifican
las relaciones de afinidad. Como explica Elizabeth Freeman, la afinidad deja de
entenderse como psicológica o biológica, para concebirse como una construcción
social que distingue entre el progenitor físico (biológico) y la familia social
(adoptiva) (2007, 299). Por ejemplo, Iolante comenta: “No tengo mucho más
que decirte, Violeta. Entérate que mi mujer y yo cuidaremos de Vita. Le hemos
propuesto que se venga a vivir con nosotras, para que crie aquí a su hija parida,
en la tierra de quienes ama. En nuestro hogar no le faltará nada, las tres viviremos
para esa niña” (2013, 124). El embarazo de Vita resucita la futuridad queer que,
para Iolante, consiste en tener una familia no basada en una relación diádica.
Aunque la futuridad queer parece por fin materializarse, en la novela permanece
utópica debido a los numerosos desafíos que representa el campo sumamente
contestatario de la custodia de niños, que, en los casos de separación o divorcio,
favorece al progenitor biológico o al pariente legal.19 Esto sucede en Violeta
cuando, después del parto, Vita sufre de una profunda depresión que hace que
Violeta y sus padres soliciten la custodia legal de la hija de Vita, aniquilando la
posibilidad de la adopción para Iolante. Además, la custodia que otorgan a los
padres de Violeta nuevamente patologiza a la madre lesbiana como incapaz de
criar a sus hijos, porque Vita entra en tratamiento psicoterapéutico. El hecho
de que los padres de Violeta reciban la custodia de la hija de Vita indica que las
relaciones de afinidad, por ahora, permanecen heterosexuales, parafraseando a
Judith Butler (2002, 20). Sin embargo, Violeta reconoce la potencialidad de tener
una nueva forma de relaciones más allá de la primacía de la pareja.

Las estrategias decoloniales de los poliamores y la antimonogamia


Tanto Iolante como Vita mantienen relaciones íntimas que se alejan de relaciones
diádicas. Al cuestionar la primacía de la pareja, Violeta recrea varios ambientes
sexo-diversos y poliqueer. Además de ser personajes ambisexuales, Vita e Iolante
también entablan relaciones no monógamas. En vez de denominarlo como un acto
Visibilizando la sexodiversidad • Elena Valdez 309

de infidelidad conyugal, la novela conceptualiza la monogamia como un sistema


arcaico, cuando Iolante comenta las relaciones poliqueer de Vita: “Me cuenta que
ha decidido no casarse más. Que ya lo ha hecho tres veces y que de ninguna de sus
exmujeres se ha divorciado. Le cuento que hace bien, porque hay que hacer estallar
a los sistemas arcaicos desde adentro” (2013, 103–4). Por eso la no monogamia
no se presenta como preferencia sexual, sino como el rechazo deliberado de la
monogamia y, por extensión, como un acto político que socava identidades y patrones
estables, particularmente la mononormatividad. Angela Willey diferencia entre la
no monogamia y la antimonogamia: “[Antimonogamy] is not an alternate sexual
subjectivity but rather ‘a way of life’ oriented to undoing monogamy” (2016, 96–7).
Según ella, la antimonogamia desafía la monogamia porque descentra la díada sexual
de una manera que el poliamor (la no monogamia) no puede, y, además, lo hace sin
prescribir una alternativa (2016, 96–7). El estallido de este sistema mononormativo
sucede gracias a la antimonogamia de Vita y los poliamores de Iolante. Si los múltiples
casamientos de Vita casi bordean la poligamia, Iolante oscila entre Yuisa y Vita.
En Violeta, Vita se casa por los menos cuatro veces sin divorciase primero:
inicialmente, con Marlene Barral; luego, con Cherylee Meyer; seis meses después de
Cherylee, ya está con una chica canadiense, Gwendolyne, a la que deja diez meses
más tarde para estar con Violeta. Todos estos casamientos se facilitan gracias a la
condición colonial de Vita. Siendo un sujeto puertorriqueño que reside fuera de la
isla, ella ejerce su ciudadanía estadounidense y sexual porque contrae el matrimonio
en Connecticut y Nueva York, dos estados que aprobaron los matrimonios entre
personas del mismo sexo en 2008 y 2011, respectivamente. Al mismo tiempo, el hecho
de que los nombres de todas las parejas de Vita sean anglosajones permite recordar
la metáfora de Rodríguez sobre la fornicación a la que me referí anteriormente. Si
la ejecución de su ciudadanía sexual y de su derecho de casarse normativizan a
Vita (la penetran), ella decide practicar la antimonogamia para desafiar la agenda
homonacional (penetrándola a su vez). Aunque todas sus uniones tienden a recrear
una díada, la subversión de la mononormatividad se considera como acto político que
va en contra del homonacionalismo y, por lo tanto, puede llamarse lesboterrorista,
la palabra por la que opta la misma autora para caracterizar su propia obra y el
activismo multifacético. Al constituirse en un sujeto colonial lesboterrorista, Vita
ataca la homo y mononormatividad impuestas por el imperialismo estadounidense,
reclamando la soberanía sexual y apuntando a la nacional.
En contraste, Iolante convive con Yuisa durante 48 meses:

Yuisa promete serme leal y honesta siempre. En la salud y en la enfermedad, en la


exclusividad y en la poliamoría, me dice, hasta que la muerte nos separe… ¿Y qué
deseas tú que yo te prometa?, pregunto acto seguido. Que me dejes conocer a Vita.
Es el paso siguiente más lógico… Yuisa me ama, y no solo me ama a mí; ama el mundo
conmigo. Me ha visto correr a los brazos de Vita y luego regresar a ella porque en este
centro es que tengo sentido. (2013, 114)
310 centro journal • volume xxx • number ii • summer 2018

Su poliamor queer se basa en la lealtad, la honestidad, el igualitarismo de


género y el autoconocimiento (Emens 2016, 259; Schippers 2016, 17), puesto que para
mantener la calma espiritual Iolante practica yoga y Yuisa conoce a las metamours de
Iolante, que, explica Schippers, son la pareja de una pareja (2016, 17). Pero el lugar
más importante en su poliamor lo ocupa la compersión, que se define como el sen-
timiento de alegría empática que uno se siente al observar a su pareja experimentar
la felicidad. El cultivo de la compersión se convierte en la contra-narrativa de la
monogamia, en la que los celos y la competencia son una expectativa (Schippers
2016, 17). En Violeta, el triángulo amoroso —cuyo resultado en la narrativa occidental
tiene, tradicionalmente, una resolución diádica— crea un ambiente sexodiverso.21

El nombre de la cacica también referencia a la sociedad taína que practicaba la


poligamia y en la que el poder social se heredaba por la línea materna.

Ahora bien, la afinidad entre Yuisa e Iolante también se debe al amor decolonial
que incorpora diversas manifestaciones de la sexodiversidad y la cultura poliqueer,
agudizando la conciencia acerca del impacto tóxico de la colonialidad de género
y de la mononormatividad. Las mismas afiliaciones políticas de Yuisa e Iolante
también refuerzan sus afinidades decoloniales: “Yuisa, una activista pro derechos
humanos que colabora con Amnistía Internacional, a quien conocí en una protesta
multitudinaria que exigía la excarcelación del preso político puertorriqueño
Oscar López Rivera” (2013, 92). En este contexto, el nombre de Yuisa adquiere
simbolismo. Yuisa fue una cacica taína en Borinquen que se casó con Pedro Mejías,
un conquistador andaluz de origen africano que creció en la isla de La Española.
La muerte de ambos durante la defensa de un asentamiento español en un ataque
de los indígenas los convierte en mártires de la colonización española.22 El nombre
de la cacica también referencia a la sociedad taína que practicaba la poligamia
y en la que el poder social se heredaba por la línea materna. La colonización
española destruyó las ginocracias e inferiorizó a las mujeres nativas, imponiendo
el sistema moderno/colonial de género y sexo. Si en la leyenda el matrimonio de
Yuisa ejemplifica una relación colonial que establece un núcleo heteropatriarcal
y normativo, al insertarla en el contexto político contemporáneo, Arroyo Pizarro
en su novela decoloniza el origen femenino, lésbico y potencialmente poliamoroso
de la gran familia puertorriqueña, reescribiendo con esto el romance fundacional
isleño: “Perpetuar el mito flojo del parasiempre en nuestra idealización trunca de
una relación ancestral, enraizar el constructo chueco del amor eterno sin importar
qué o perdonándolo todo, ha sido la mentira más angustiosa en la que nos hemos
atragantado ambas” (2013, 132).
Visibilizando la sexodiversidad • Elena Valdez 311

Hacia una rizomática afropuertorriqueña queer


Para realizar ese cambio epistemológico hacia lo femenino, Violeta construye una
red de afiliaciones y afinidades entrelazadas entre las protagonistas a base de una
rizomática afropuertorriqueña queer. Partiendo de la noción de rizoma, teorizada
por Gilles Deleuze y Felix Guattari, Jafari S. Allen elabora su visión de un rizoma
black y queer: “it inspires connection beyond a staid, linear genealogy; it rejects old
teleologies of heteronormative natural ‘progress’ from a single root or (family) tree.
Feel here the ineluctable association and relatedness with ‘intersectionality’” (2016,
28–9). Para Allen, el rizoma es creativo, promiscuo y contradictorio (2016, 30), y por
eso está fuera del alcance de la distribución jerárquica del poder y de la autoridad.
Violeta cultiva un sistema rizomático formado por distintos desdoblamientos
diseñados para recuperar el origen femenino:

Será porque tú y yo somos de piel oscura, Violeta. Será porque ambas tenemos labios
gruesos... Será porque nuestro nombre significa lo mismo. Será que contigo me
tiene de nuevo, otra vez joven, con la raza mejorada y un tongoneo de seducciones
interminables. Tu juventud le hace creer que no se pone vieja. Le hace creer que no
moriremos. Ninguna de nosotras. Ni tú, ni ella, ni yo. (2013, 98)

Al recurrir a la ambigüedad del pronombre tú a lo largo de toda la novela,


Iolante, la narradora principal, cambia constantemente de destinatario y se dirige a sí
misma, a Vita o a Violeta, creando una narración inherentemente incestuosa. En esa
multitud rizomática queer se ramifican las conexiones con el otro: cada protagonista
se ve a sí misma en la otra y ve la otredad en sí misma. Por eso, el sentido de su exis-
tencia se deriva de la comprensión de la otra persona. A la perturbación que el lec-
tor experimenta en este entretejido de destinatarios contribuye la resonancia entre
los nombres de las tres protagonistas: Vita-Violeta-Iolante: “Eso es lo que significa
‘violeta’. Un color. Una mujer. Una flor. Una tía cómplice” (2013, 7). Así, la novela
juega con las asociaciones evocadas por las semejanzas fonéticas que varían entre la
violación, la vida (en italiano) y el placer sexual, y el color violeta como el marcador
racial. Por eso, la palabra violeta termina teniendo un significado individual para
cada personaje: la violación para Vita, el color de piel para Iolante y Violeta, y el
sexo lésbico para las tres. En los nombres, sus significados y experiencias también se
ve que los traumas individuales del pasado afectan a todas, mientras que la historia
personal y familiar se entrelaza con la de la isla y la diáspora.
Estas connotaciones y conexiones forman parte de un sistema onomástico que
constituye parte de la poética de la obra. Sin embargo, el uso de violeta precisamente
como título de la obra no se relaciona exclusivamente con las experiencias de los
personajes, sino también con el mensaje principal de la novela. El violeta es el
color de la mujer.23 Con el color violeta se marca la lucha contra la violencia hacia
las mujeres y niñas, como en el eslogan “Puerto Rico se levanta de violeta” de una
de las campañas educativas llevadas a cabo por la Fundación Alas a la Mujer, una
312 centro journal • volume xxx • number ii • summer 2018

organización sin fines de lucro que brinda apoyo a mujeres en situaciones de crisis
en Puerto Rico. Además, al retratar los temas de la violencia, el abuso sexual y la
homosexualidad femenina, la novela de Arroyo Pizarro hace referencia a The Color
Purple (1982), una novela epistolar de Alice Walker sobre la vida de las mujeres
afroamericanas en el estado de Georgia durante la década de 1930. También hay
paralelos con Perfume de violetas (2001), un largometraje mexicano sobre cómo
la amistad entre dos muchachas adolescentes se acaba cuando violan brutalmente
a una de ellas. Además, el color violeta apunta hacia políticas de blanqueamiento
o colorismo (conocido en inglés como shadeism): la frase “un negro violeta”
suele utilizarse como insulto y demuestra prejuicio contra una persona de una
tez “muy” oscura. En contraste con Violeta, quien se embellece (se blanquea)
siguiendo patrones occidentales de la apariencia física, Iolante se describe violeta.
Al redefinir de manera positiva el significado del violeta en el contexto del color de
la piel, ella se enorgullece de su afrodescendencia. En conclusión, resulta que todas
estas connotaciones vuelven a resaltar una mujer rizomática afropuertorriqueña y
queer inspirada por un espíritu de lucha, resistencia y respeto, es decir, el espíritu
representado por el color violeta en la bandera arcoíris.
Ahora bien, la misma Iolante ejemplifica la estructura rizomática del
conocimiento, que se transparenta en una pulsión persistente de dar una etimología
de su nombre cuando se dirige a sí misma:

Vita se esmera además de encontrar similitudes de tu nombre en otros referentes y


eso te endiosa. Para ella eres la guardiana de Hércules, el subplot de Iolante y Calypso,
un poema de Phillip Massinger, Hitopadesha, el folclor bengalí, un fragmento del
Decamerón de Boccaccio, la ópera de un acto de Tchaikovski. Eres el personaje de La
revuelta de Afrodita, tres especies de insectos, un ancestro de Poseidón y la mutante
del universo X-men. (2013, 21)

Aunque estas alusiones pertenecen a diferentes culturas, señalando el


sostén rizomático mundial, no se prioriza ninguna, y tampoco se elige ninguna
como el origen. No obstante, debido a que la mayoría de estas obras son
creaciones de autores hombres, Iolante opta por destacar el aspecto femenino
de sus propias raíces. Como explica la novela, en las versiones grecolatinas “Ion
significa violeta, ante, anthos significa flor” (2013, 18), en las germánicas existe
“Wioland, cuya etimología procede de las palabras ‘wiol’ que significa riqueza o
‘land’, tierra, país o territorio” (2013, 54). Esta etimología conecta la autonomía
sexual de la mujer con la tierra.
En Thiefing Sugar: Eroticism between Women in Caribbean Literature, Omise’eke
Natasha Tinsley explora la estrategia decolonial de las escritoras caribeñas que usan
los tropos del paisaje caribeño para retratar el homoerotismo entre mujeres (2010,
2–3). En Violeta, esa estrategia descolonial emplea los cuerpos de Vita e Iolante
como los rizomas queer que se conectan con la naturaleza a través de la imaginería
Visibilizando la sexodiversidad • Elena Valdez 313

frutal: “estos muslos de textura de naranja” y “mi pulpa de parcha granulada” (2013,
13). Asimismo, como la vorágine de la naturaleza conquista todo con su fertilidad y
crecimiento, se desborda el cuerpo lésbico para fortalecer sus capacidades rizomáticas:
“mi visible voluptuosidad, de mis carnes grandes de mujer grande, de mis caderas y
amplios glúteos cual venus de otentote” (2013, 10). También se mencionan la celulitis,
la papada y los cachetes, bolsitas de grasa bajo la panza y “los alargados y horripilantes
vellos que le salen a uno de los rotitos de la nariz” (2013, 106).
Al establecer un paralelo entre el cuerpo femenino y la naturaleza, la novela
reescribe la metáfora colonial de una tierra feminizada y un espacio virgen listos
para ser invadidos, penetrados y violados. En otras palabras, Arroyo Pizarro se
reapropia de esa metáfora alejando el cuerpo femenino y la tierra de su imagen
atractiva y fértil, como aparece, por ejemplo, en las observaciones en los diarios
de Cristóbal Colón. Enfatizando lo que puede llamarse un cuerpo repugnante a
los hombres, Violeta aniquila la actitud colonial del hombre como conquistador
y extractor de recursos naturales o como agresor sexual. En contraste, el cuerpo
disidente se convierte en la fuente del placer y el empoderamiento. Resulta,
pues, que el regodeo en un cuerpo diferente y su naturaleza constituye una
respuesta contestataria a las normas de la bioproductividad y la marginalización
de los cuerpos y sujetos como desviados. Esto a su vez refleja la agencia sexual
de las protagonistas de Arroyo Pizarro, que toman control de su sexualidad
y el placer erótico bajo sus propias condiciones, que superan las necesidades
procreativas de la nación (Alexander 2005, 22–3; King 2014, 124). Su autonomía
sexual amenaza a la familia y al Estado y, rompiendo con los confinamientos de la
belleza occidental, descoloniza el cuerpo de la mujer afropuertorriqueña.

Enfatizando lo que puede llamarse un cuerpo repugnante a los hombres, Violeta


aniquila la actitud colonial del hombre como conquistador y extractor de recursos
naturales o como agresor sexual

El amor descolonial que permea sus cuerpos-rizomas se expande a los actos y


prácticas sexuales, reescribiendo el descubrimiento como el momento fundacional
del Caribe. A diferencia de cómo fue explorada y dominada la naturaleza, las mujeres
mismas describen y descolonizan el cuerpo femenino: “Vita me pide desvirgar algún
entorno desconocido y yo le cuento que mis glúteos y su centro esperan por ella, que
nunca han sido de nadie” (2013, 50). La clara denotación relacionada con el sexo
anal contrasta con la penetración vaginal, que en el contexto de esta novela tiene
implicaciones de violación: el incesto entre Vita y su padre, y el embarazo después
de la inseminación artificial. Por un lado, el sexo anal trae consigo la idea del sexo
no reproductivo que imposibilita el embarazo. Por el otro, aunque puede leerse
como un acto en el que se duplica una relación heterosexual con un rol activo de
314 centro journal • volume xxx • number ii • summer 2018

hombre y otro pasivo de mujer, la penetración de Iolante por Vita se realiza bajo sus
propias condiciones y deseos, con los que se inaugura un nuevo auge de su amor. En
este contexto, la confluencia del cuerpo y la afinidad fundan la pertenencia queer,
mientras que el apego emocional y físico dispone del potencial de su renovación.
Si al principio de Violeta las relaciones sexuales de Vita e Iolante retrataban la
invisibilidad o abyección de una mujer lesbiana, sus cuerpos lésbicos entrelazados
con las imágenes naturales fomentan los sistemas rizomáticos y renuevan un sentido
de la pertenencia queer y del amor decolonial.
Visibilizando la sexodiversidad • Elena Valdez 315

N o tas
1
El 25 de marzo de 2014, Ada Mercedes Conde Vidal e Ivonne Álvarez Vélez exigieron en una
demanda que Puerto Rico reconociera legamente su matrimonio contraído en el estado de
Massachusetts en 2004. En junio del mismo año, a la demanda se le suman Lambda Legal,
Puerto Rico Para Tod@s y cuatro parejas del mismo sexo. Entre ellas se encuentran Yolanda
Arroyo Pizarro y Zulma Oliveras Vega, que conforman la primera pareja gay que se casa en
Puerto Rico tras el reconocimiento de la Corte Suprema de Estados Unidos del matrimonio de
parejas del mismo sexo como derecho legal el 26 de junio de 2015.
2
Rosamond King explica que la invisibilidad lésbica en las sociedades caribeñas es un
resultado de no nombrar ciertas prácticas sexuales e identidades que existen dentro de ellas.
Refutando el mito de esa invisibilidad, la autora provee muchos ejemplos de la existencia
de las lesbianas caribeñas, entre los cuales se puede nombrar el uso de ciertas palabras que
describen las preferencias y prácticas sexuales (2014, 99).
3 El proyecto de ley 238 del Senado de Puerto Rico, convertido en ley el 28 de mayo de 2013,
prohíbe el discrimen por orientación sexual o identidad de género en el empleo, gestiones públicas
o privadas, acomodaciones públicas y vivienda. Tres días antes de su aprobación, la alcaldesa
de San Juan exigió que la policía capitalina aplicara leyes de violencia doméstica a pesar de la
orientación sexual de la víctima. El 29 de mayo, el gobernador Alejandro García Padilla convirtió
en ley otros dos proyectos de ley que cobijan las protecciones que otorga la Ley 54 de violencia
doméstica a todo tipo de personas, independientemente de su preferencia sexual y su identidad
de género. Sin embargo, varios meses antes, en febrero de 2013, la Corte Suprema de Puerto Rico
ratificó la prohibición practicada de la adopción de niños por parejas del mismo sexo.
4
Oscar López Rivera es un activista puertorriqueño y uno de los líderes militantes de
las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional Puertorriqueña que luchó a favor de la
independencia de Puerto Rico. En 1981, se le sentenció a 55 años de cárcel federal por
conspiración sediciosa. El presidente saliente de Estados Unidos, Barack Obama, le concedió
el perdón en 2016, después de casi 35 años en prisión.
5
Eleanor Wilkinson analiza el rechazo de la monogamia como un acto político que permite
establecer múltiples afinidades y ver una posibilidad transgresora del sexo radical. Con
esto, se subvierte la imagen incuestionable del amor romántico que continúa desigualdades
estructurales (2010, 243).
6 Luisa Capetillo (1879–1922), una anarquista e intelectual puertorriqueña, fue partidaria del
feminismo, el sindicalismo, la igualdad de derechos para la mujer y el amor libre. Se le considera
una de las primeras sufragistas de la isla y la primera mujer en Puerto Rico que usó pantalones.
7
Esta frase, “sin ese rollo binario”, pertenece a Aixa Ardín: “Quizá sea más generacional, pero
lo que más estoy viendo entre los jóvenes ahora es que no hay necesidad de una definición y
cada vez hay más chicos y chicas bisexuales o mejor dicho ‘sin ese rollo binario’… Al corriente,
la identidad más favorecida es la ‘diversa’” (Martínez-Reyes 2014–2015, 132).
8
Entre muchos autores puertorriqueños que retratan el núcleo familiar como un ente
homofóbico represivo, se puede mencionar a Luis Rafael Sánchez, Víctor Fragoso, Manuel
Ramos Otero, Ángel Lozada, Luis Negrón, Mayra Santos-Febres, Ana Lydia Vega, Carmen
Lugo Filippi, Magali García Ramis, Rosario Ferré y Aixa Ardín, entre otros. Sin embargo,
hay que destacar la importancia de “¡Jum!” (1966), de Luis Rafael Sánchez, y Brincando
el charco: Portrait of a Puerto Rican (1994), de Frances Negrón-Muntaner. Por un lado, el
cuento de Sánchez se considera el primer texto que representa la homosexualidad después
de una treintena de años de silencio alrededor del tema, a pesar de la representación de la
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homosexualidad latente en las obras de René Marques (Cruz-Malavé 1996, 132). Por el otro, la
película de Negrón-Muntaner continúa el tema de la expulsión del sujeto sexual desviado del
imaginario nacional, al retratar la confrontación directa entre Claudia Marín, la protagonista
lesbiana de la película, y su padre. Con esto, la experiencia migratoria se da desde la
perspectiva de una lesbiana puertorriqueña que reside en Estados Unidos. Para el análisis de
Brincando el charco: Portrait of a Puerto Rican y “¡Jum!”, ver Arnaldo Cruz-Malavé (1996) y
Alberto Sandoval-Sánchez (2007), respectivamente.
9
Según el video, la incapacidad de tener relaciones estables puede categorizarse como un
trastorno “borderline”, caracterizado por acciones impulsivas y caóticas hacia otras personas.
10
Las publicaciones, el activismo y la presencia en las redes sociales muestran claramente la
posición política de Arroyo Pizarro, quien se compromete públicamente y participa en múltiples
manifestaciones a favor de la liberación del preso político independentista Oscar López Rivera.
11
La misma Violeta está casada y cría al hijo de su esposo, “convirtiéndose aquello en una
situación perfecta para ti que siempre habías deseado hijos, pero que no estabas dispuesta a
embarazarte porque eso te dañaba la figura” (2013, 13).
12
Mi reflexión parte del trabajo de José Esteban Muñoz (2009). Según el crítico, la queerness
es utópica porque pertenece a la futuridad: “Queerness is not yet here. Queerness is an
ideality. Put another way, we are not yet queer. We may never touch queerness, but we can
feel it as the warm illumination of a horizon imbued with potentiality. We have never been
queer, yet queerness exists for us as an ideality that can be distilled from the past and used to
imagine a future. The future is queerness’s domain” (2009, 1).
13
Duggan define la homonormatividad como “a politics that does not contest dominant
heteronormative assumptions and institutions but upholds and sustains them while promising the
possibility of a demobilized gay culture anchored in domesticity and consumption” (2003, 179).
14
El verbo sexiliarse deriva de sexilio, un neologismo de Manuel Guzmán que se refiere a “the
exile of those who have had to leave their nations of origin on account of their sexual orienta-
tion” (1997, 227).
15
Varios estudiosos ven el impacto negativo de la homonormatividad en la búsqueda de
la respetabilidad y reconocimiento social. Entre ellos, se encuentran Rodríguez (2014),
Warner (1999), Edelman (2004) y Puar (2007), quienes ven la homonormativización como
intrínsecamente negativa. Dadas sus tendencias asimilacionistas, se convierte en una fuente
de generación de exclusiones y desigualdades que refuerzan el sistema dual sexo-género.
16 Por ejemplo, Story (2016) explora el entrecruce entre identidades raciales, sexualidad y
género para interrogar la respetabilidad como una de las formaciones sociales que influyen
sobre las experiencias y la vida de las personas queer de color.
17
Uno de los ejemplos es Waiting in the Wings: Portrait of a Queer Motherhood (1997), de la
autora lesbiana chicana Cherríe Moraga. El libro consta de las entradas de diario que incluyen
las descripciones de la decisión de concebir, el período del embarazo de la autora, las experi-
encias de la maternidad con su pareja y el año difícil del recién nacido.
18
A partir de la década de 1940, el gobierno puertorriqueño inició un programa auspiciado
con fondos de Estados Unidos, que implementa la política de esterilización forzada. Al seguir
la retórica que conecta la ideología eugénica con la pobreza, la sobrepoblación y la presumida
hiperfertilidad de las mujeres puertorriqueñas, la esterilización, conocida también como “la
operación”, se propuso como método de control de la natalidad. De esta manera, sin tener
otras opciones anticonceptivas, se esterilizó a mujeres sin que ellas lo supieran o sin que
conocieran las consecuencias irreversibles de la operación.
Visibilizando la sexodiversidad • Elena Valdez 317

19
Consúltese la sección “LGBTQIA Reproductive Rights” del sitio web de la Sociedad
Americana de Medicina Reproductiva para ver los ejemplos.
20
Aludo al título del ensayo de Judith Butler (2002), “Is Kinship Always Already Heterosexual?”,
en el que la autora explora el impacto del discurso heteronormativo sobre los temas del matri-
monio, el parentesco y la adopción de las personas del mismo sexo.
21 Eve Kosofsky Sedgwick (1985) usa el concepto del deseo triangular de René Girard para
teorizar su concepto seminal de la homosocialidad. El triángulo amoroso en el que dos hombres
compiten por una mujer revela vínculos afectivos asexuales entre los rivales, lo cual resalta un
continuo entre la homosocialidad y la homosexualidad.
22
Estoy usando la versión de Pura Belpré (Sánchez-González 2001, 99). La otra cacica es
Anacaona, de Jaragua (Haití), a quien el gobernador Nicolás de Ovando condenó a la horca.
23
Nuria Arranz (2016) da varias explicaciones de por qué el violeta es el color de la mujer. Por
un lado, es el color de la igualdad, porque se juntan los colores azul y rosado para que salga
violeta. Por otro lado, el violeta es el color característico de la lucha feminista, que tiene un
toque reivindicativo. La metáfora de ponerse las gafas violetas se usa para describir una nueva
manera de mirar el mundo para luchar contra injusticias hacia la mujer.

Ob r as C itadas
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