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Campos Controversiales Y Progreso en Filosofía: Oscar Nudler

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Dialogue, Language, Rationality. A Festschrift for Marcelo Dascal.

Michael B. Wrigley (ed.).

CDD: 109

CAMPOS CONTROVERSIALES Y PROGRESO


EN FILOSOFÍA

OSCAR NUDLER

Fundación Bariloche
Casilla de Correo 138
(8400) BARILOCHE
ARGENTINA
[email protected]

Abstract: Is there progress in philosophy? This question is addressed along the three
sections of this article. In the introductory section a comparison with similar questions
which may be posed in connection to the arts and the sciences is made. A preliminary
result of such comparison is that the same as in science the notion of progress in
philosophy should be understood in an epistemic sense. However, if a notion of epistemic
progress useful in the case of science is applied, a negative conclusion concerning the
existence of such progress in philosophy may be easily reached.. In fact, a usual way of
arguing for such negative conclusion is to recall the lack of consensus around any
proposed solution of main philosophical problems and, hence, the existence of seemingly
endless controversies around them. But against such conclusion I argue that a particular
notion of progress – involving conceptual or intellectual enlargement and articulation –
is more appropriate to the nature of philosophy. Once such notion is adopted, consensus
ceases to be a necessary condition for progress. In the second section, after defining the
notion of controversial field as a set of interrelated controversies, a classification of main
positions vis-a-vis philosophical controversial fields is proposed. The main distinction is
between the mainstream view according to which lack of consensus and endless
controversies are, to use Kant´s words, the “scandal of philosophy” and an alternative
view, advocated by Russell and Rescher, who praise the controversial status of
philosophy as a way of preserving the plurality of our basic value commitments. Though

©Manuscrito, 2002. Published by the Center for Logic, Epistemology and History of
Science (CLE/UNICAMP), State University of Campinas, P.O. Box 6133, 13081-970
Campinas, SP., Brazil.
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recognizing the merits of those views, a serious flaw affecting all of them is pointed out,
namely, their lack of attention to the actual development of controversial fields. After
introducing such historical focus, the differences between different types of controversial
fields are described. In particular, the difference between progressive and regressive types.
Moreover, the differences between different stages in the development of controversial
fields such as refocusing and substitution are also described. In the last section the
preceding conceptual scheme is illustrated by sketching the development of twenty century
philosophy of science through its main stages and controversial fields. Finally, an
answer to the question posed at the beginning is provided: it is possible to assert the
existence of progress in philosophy, in the sense introduced above, but only within the
limits of controversial fields. If there is also progress between controversial fields is a
question that may be doubted. It is not, in any case, dealt with in this article.

Key-words: epistemic progress; controversial field; refocusing.

1. INTRODUCCIÓN AL PROBLEMA

¿Hay progreso en filosofía? Si planteáramos la misma cuestión en


relación con la ciencia, seguramente obtendríamos, con sólo algunas
pocas excepciones, una respuesta afirmativa, más allá de las diferencias
entre filósofos realistas y antirrealistas, o entre historiadores whig y
antiwhig acerca de la naturaleza de ese progreso. En cambio, si
planteáramos la pregunta en relación con el arte, es esperable que la
respuesta más o menos unánime sea negativa. Si bien es obvio que se
producen a lo largo del tiempo cambios pronunciados en los estilos o las
técnicas que predominan en las distintas artes, no parece justificado
hablar en el dominio del arte de progreso, sobre todo bajo la forma de
juicios de valor comparativo con grandes realizaciones artísticas del
pasado.
¿Cómo podríamos responder la pregunta en el caso de la filosofía?
¿Usando criterios similares a los usados en el caso de la ciencia o usando
criterios análagos al caso del arte? En principio, al ser la actividad
filosófica, por lo menos para una buena parte de sus practicantes a lo

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CAMPOS CONTROVERSIALES Y PROGRESO EN FILOSOFÍA 339

largo de su historia, una actividad que se encuentra ligada, si no


exclusívamente al menos en alto grado, con la búsqueda de
conocimiento, la opción más natural parece ser aplicar un criterio
epistémico de progreso. Pero si aceptamos esto, y consideramos entonces
apropiado comparar a la filosofía con la ciencia, una conclusión negativa
acerca de la existencia de progreso en filosofía parece volverse
inescapable. Y no ciertamente por la misma razón que en el arte, por la
excelencia de ciertas obras artísticas cuya superación ni siquiera parece
sensato plantearse como posibilidad sino, más bien, por una razón
opuesta, por el fracaso de las doctrinas filosóficas en resolver los
problemas filosóficos. Esta es al menos una visión que ha llegado a ser
muy difundida, ante todo entre los mismos filósofos. La fuente de tal
visión negativa respecto de la capacidad de progreso de la filosofía ha
sido sin duda la existencia de controversias interminables en torno de
problemas filosóficos básicos como, por ejemplo, la relación cuerpo-
mente, la existencia de entidades abstractas, la objetividad de los valores,
etc. El sobreentendido de esta crítica a la filosofía es que si en una
disciplina no se logra alcanzar consensos generalizados sino que, por el
contrario, las posiciones enfrentadas permanecen irreductibles a lo largo
del tiempo, entonces no es posible hablar de progreso en la disciplina en
cuestión. Quienes así piensan suelen reforzar su posición mostrando
justamente el contraste que presenta en este aspecto la filosofía con la
ciencia, donde si bien las controversias son también usuales generalmente
llega, más temprano o más tarde, un momento en que son superadas, al
alcanzarse un consenso en torno de alguna propuesta que es reconocida
por la comunidad científica como la solución al o as los problemas
planteados. Esto no significa por cierto afirmar que el disenso no juega
un papel en el progreso científico. Por el contrario, juega un papel
fundamental sólo que no es permanente, en algún punto es reemplazado

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por el consenso, aunque tal consenso de paso a su vez a otros disensos


pero que no serán ya los mismos sino nuevos.
En contra de esta visión negativa de la filosofía, me propongo
cuestionar en lo que sigue la creencia en que esta dialéctica entre disenso
y consenso que caracteriza el progreso de la ciencia es un modelo
adecuado para decidir si hay o no hay progreso en filosofía. En otras
palabras, argumentaré en favor de la idea de que puede haber progreso en
filosofía a pesar de la falta, tal vez permanente, de consensos. A fin de
desarrollar mi argumento me concentraré especialmente sobre el tema de
las controversias filosóficas ya que, como se ha mencionado, constituye
una motivación poderosa de la postura que niega la existencia de
progreso en filosofía. Este tema de las controversias, sobre el cual varios
filósofos, entre los cuales merece destacarse Marcelo Dascal, han
contribuído significativamente en los últimos años, es un tema
metafilosófico central. Y lo es porque las controversias, en tanto implican
argumentación y contraposición racional de posiciones, son constitutivas
de la actividad filosófica, al menos tal como se ha desarrollado en
Occidente desde sus orígenes en Grecia. Lo son aún en el caso límite del
filósofo que expone su pensamiento sin discutir explícitamente con otros
filósofos, ya que hasta en tal caso suele desarrollarse una argumentación
que toma de manera implícita posición en relación con el correspondiente
campo controversial. Con este término deseo aludir a conjuntos de
controversias relacionadas entre sí, ya sea que pertenezcan a la misma o a
distintas disciplinas filosóficas. Del mismo modo como los problemas
metafísicos, epistemológicos, éticos, etc. están relacionados entre si (por
ejemplo, una respuesta a un problema epistemológico dado suele
condicionar las respuestas posibles a un determinado problema
ontológico y viceversa), las controversias en torno de tales problemas
también lo están. Existe, podría afirmarse, una relación de

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CAMPOS CONTROVERSIALES Y PROGRESO EN FILOSOFÍA 341

correspondencia entre la estructura de los campos problemáticos y la


estructura de los campos controversiales.
En la próxima sección pasaré brevemente revista a algunas de las
posturas más influyentes en torno de las controversias filosóficas.
Introduciré luego mi propio punto de vista y, finalmente, lo ilustraré con
un ejemplo concreto.

2. OPTIMISTAS Y PESIMISTAS

Dentro de la visión negativa acerca de las controversias filosóficas,


especialmente motivada, según se ha mencionado, por la persistente falta
de consenso en torno de problemas filosóficos básicos, situación que
Kant no dudó en calificar como “escándalo”, distinguiré dos posturas
opuestas. Una que llamaré “optimista” y otra que denominaré
“pesimista”. Según la postura optimista, dicha falta de consenso es
atribuible, no a una supuesta naturaleza insoluble de los problemas
filosóficos, sino a la carencia de un enfoque o método adecuado para
formularlos y enfrentarlos. Entre los principales métodos a los cuales se
atribuyó o aún se atribuye tal poder de resolución se podrían recordar,
por ejemplo, el uso de argumentos trascendentales, el análisis conceptual,
la reducción fenomenológica, la naturalización, etc. La idea es que una
vez que tales métodos se aplican, los problemas filosóficos, al menos
aquellos que son rescatados dentro del marco propuesto, se pueden
resolver y, por lo tanto, se espera que las controversias en torno de ellos
lleguen a su fin. Nada más típico de esta postura que la del autor del
Tractatus 1 quien, luego de declarar que había resuelto definitivamente

1“...the truth of the thoughts that are here set forth seems to be unas-

sailable and definitive. I therefore believe myself to have found, on all


essencial points, the final solutions of the problems”. (Wittgenstein (1922),
preface).

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todos los problemas filosóficos, abandona en consecuencia la filosofía.


Podría afirmarse que tal actitud optimista, si bien por lo general más
moderada, es compartida, independientemente de las diferencias
sustanciales, aún abismales, entre los métodos de solución que han sido
propuestos, por una corriente central de la filosofía occidental desde
Platón hasta Quine pasando por Descartes, Kant, Husserl, etc.
Por el contrario, la postura pesimista considera equivocado por
principio todo programa que se proponga resolver los problemas
filosóficos. Toman así el estado de perpetua confrontación entre distintas
propuestas de solución como un indicador de la insolubilidad intrínseca
de los problemas filosóficos. Gran parte de la labor filosófica dentro de
esta tradición se ha dedicado justamente a mostrar las confusiones y
errores que han cometido quienes han propuesto soluciones a los
mismos. Al igual que en el caso de los optimistas, los pesimistas abogan
por el fin de la larga confrontación entre posiciones opuestas respecto de
los problemas filosóficos pero no ya como resultado de su solución sino
como consecuencia de su disolución, deconstrucción o simplemente
abandono. También dentro del campo pesimista hay por supuesto
grandes diferencias. Basta mencionar que incluye por ejemplo a la
tradición escéptica, en particular el pirronismo, el segundo Wittgenstein y
sus seguidores, neopragmatistas como Rorty o Stich, postmodernos, etc.
Como queda dicho, estos filósofos comparten con los anteriores –
los que caractericé como optimistas – una actitud negativa respecto del
estado de controversia interminable en torno de los problemas
filosóficos. Pero hay también filósofos que no están de acuerdo con tal
actitud. Por ejemplo Rescher, quien en su libro acerca de la lucha entre
sistemas filosóficos (véase Rescher (1995)), sostiene que dicha lucha no
puede ser superada porque en el fondo obedece a diferencias entre
valores, especialmente epistémicos, y tales diferencias no son eliminables
mediante el recurso a la argumentación lógica. Pero esto, lejos de ser

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motivo de crítica debería según él considerarse un rasgo valioso de la


filosofía, ya que permite expresar y preservar la pluralidad de nuestros
compromisos de valor. Ya Russell había esbozado una posición similar al
afirmar que “el valor de la filosofía debe buscarse, en gran medida, en su
misma incertidumbre” (Russell (1912); (1959), p. 156).
Ahora bien, todas estas diferentes posturas acerca de las
controversias filosóficas tienen a mi juicio, independientemente de su
capacidad para iluminar distintos aspectos de las mismas, el defecto de
que no discriminan, o no discriminan suficientemente, entre diferentes
tipos de controversias filosóficas. Ponen a todas, diríamos, en la misma
bolsa. Tal falta de discriminación está ligada, a su vez, a una falta de
consideración concreta de la evolución histórica de los campos
controversiales. Cuando tal dimensión histórica es incorporada aparecen
claramente diferencias entre campos controversiales que, como supone la
concepción standard, se han mantenido estáticos, y campos que, por el
contrario, han experimentado un proceso de transformación. Como se verá
en lo que sigue, en ciertos casos de transformación es, a mi juicio,
plausible asociar una noción de progreso con ella, aún a pesar de que ella
no implique el logro de consensos. Pero no se trata, como en el caso de la
ciencia empírica, de un progreso en el sentido de aumento de nuestro
conocimiento directo acerca del mundo. Ni tampoco por cierto de un
aumento de nuestro conocimiento lógico y matemático. Se trata de una
forma de progreso de un carácter conceptual o intelectual peculiar, que
especificaré enseguida, y que, indirectamente, puede favorecer las otras
formas de progreso epistémico.

3. TRANSFORMACIONES PROGRESIVAS Y REGRESIVAS

Hay en verdad distintas transformaciones posibles de los campos


controversiales en filosofía, transformaciones que los hacen pasar por

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distintas fases, ya sea de estancamiento, incluso desaparición, progreso o


retroceso. Me valdré en este punto de la distinción de Lakatos (Lakatos
(1970)) entre programas de investigación progresivos y regresivos,
aplicándola no ya a programas de investigación sino a las fases en el
desarrollo de campos controversiales en filosofía. Diré así que un campo
controversial dado se encuentra en una fase progresiva si contribuye a
poner de manifiesto y profundizar en nuevos aspectos o relaciones o
problemas relativos a los objetos de indagación filosófica en cuestión.
Estos objetos pueden ser por cierto muy diversos; muchos de ellos
corresponden al nombre que sigue a la partícula “de” en la expresión
“filosofía de...”: filosofía de la ciencia, de la religión, el lenguaje, la
historia, la mente, etc. Bertrand Russell (Russell, op. cit., p. 161) se refirió
metafóricamente a esta forma de progreso susceptible de ser lograda
mediante la reflexión filosófica como una ampliación – enlargement – de
nuestras ideas. Por el contrario, si un campo controversial entra en una
fase en que hay una reducción u obstaculización de las posibilidades de
descubrimiento y profundización mencionadas, diremos que se encuentra
en una fase regresiva.
El desarrollo de un campo controversial supone que existe algún
terreno común formado por supuestos o problemas compartidos, no
sometidos a discusión, a partir de los cuales se plantean los desacuerdos.
Tal terreno común puede ser variable en extensión pero si falta por
completo puede haber conflicto pero no controversia en el sentido de
desacuerdo racional. Esto no significa que los participantes en una
controversia sean necesariamente conscientes de la existencia y extensión
del terreno que tienen en común. Por el contrario, muchas veces no lo
son. Siguiendo a Kuhn, aplicaré el término “normal” a toda controversia
o campo controversial en que los participantes desacuerdan sobre la base
de un terreno común amplio y en su mayor parte implícito. Así pues, en
un campo controversial normal hay límites más estrechos que en campos

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no normales para las cuestiones que pueden ser objeto de disenso. Esto
no implica sin embargo que los campos controversiales normales no
puedan dar lugar a un progreso en el sentido antes mencionado; solo, no
se tratará ciertamente de un progreso capaz de alterar supuestos
fundamentales. Pero si durante largo tiempo tales alteraciones no se
producen es probable que el campo controversial tienda a estancarse y
adquirir finalmente ese carácter regresivo, estéril, que los pesimistas tanto
subrayan y que suele ejemplificarse, muchas veces injusta o
anacronísticamente, con las disputas medievales. Para que esta tendencia
al estancamiento o bloqueo se revierta, de modo que se pueda entrar en
una fase de progreso, por lo general se requiere la intervención de lo que
suele denominarse un tercer actor, el cual en realidad más que un solo
individuo puede ser toda una corriente de pensamiento. Este tercer actor
es un nuevo participante del campo que desafía a los participantes
tradicionales poniendo sobre la mesa y criticando todos o buena parte de
los supuestos implícitos sobre los cuales reposaba el debate anterior. Si
ese tercer actor tiene éxito, es decir, si los viejos participantes no tienen
más remedio que tomarlo seriamente en cuenta, se produce la ruptura de
la normalidad y el debate se concentra sobre todo, o buena parte, del
terreno común hasta entonces implícitamente aceptado. Esta es pues una
transformación que resulta en una refocalización. Tal refocalización tiene
consecuencias diversas. No sólo suele producirse un notorio incremento
de la pasión puesta en juego por los contendientes en relación con las
posturas enfrentadas sino también una extensión del interés por el campo
hacia nuevos círculos, incluso círculos no profesionalmente
especializados en los temas en discusión. La refocalización es, desde el
punto de vista del contenido, y tomando en cuenta la caracterización
anterior del progreso en filosofía, una transformación progresiva ya que
consiste en una ampliación del campo controversial al sacar a luz y poner
en discusión supuestos que antes permanecían subyacentes.

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En otras ocasiones la transformación no asume la forma de un


cambio de foco sino que se presenta como una sustitución completa del
antiguo terreno común por uno nuevo. Se suele proclamar en tal sentido
que los problemas anteriores no son legítimos o relevantes o,
simplemente, que ya no interesan y que la mejor alternativa es por ende
olvidarlos y ocuparse de otros problemas. Pero en la realidad, cuando
ocurre tal sustitución de un campo problemático y controversial por otro,
ella sólo tiene lugar de una manera gradual, a pesar del lenguaje radical
que suelen emplear los abogados de la misma. Además, aún cuando
pueda afirmarse que ya está constituído un nuevo campo controversial,
de todas maneras éste no carecerá por lo general de continuidad con
campos anteriores. Aunque se la niegue, en los hechos casi siempre es
posible discernir, aún en casos extremos de cambio conceptual, una
“herencia recibida”.

4. ESTUDIO DE UN CASO: LA HISTORIA DE LA FILOSOFÍA DE


LA CIENCIA DEL SIGLO XX

Ilustraré ahora este pequeño modelo de las transformaciones de


campos controversiales en filosofía tomando como ejemplo la historia de
la filosofía de la ciencia del siglo XX. He explorado también algunos
otros casos, que por razones de espacio no puedo exponer aquí, de
desarrollo de campos controversiales en distintos períodos de la historia
de la filosofía (por ejemplo, la historia de las controversias sobre la
naturaleza del cambio en la filosofía antigua o la historia del problema de
la relación sujeto-objeto en la filosofía moderna), llegando a conclusiones
muy similares a las que formularé en relación con el caso presente acerca
de la naturaleza de su desarrollo.
En una primera aproximación pueden distinguirse dentro de la
historia de la filosofía de la ciencia del siglo XX o, más precisamente, en

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la evolución de su campo controversial, tres grandes fases. La primera,


que suele llamarse “clásica” y que, usando nuestra terminología
llamaremos “normal”, transcurrió desde fines de los años veinte hasta
fines de los cincuenta. La segunda fase, conocida como “historicista” y
que en nuestro esquema corresponde a una transformación por
refocalización, abarca desde fines de los años cincuenta hasta fines de los
setenta. Finalmente, a partir de los años ochenta nos encontramos en una
tercera fase de carácter mixto ya que, como enseguida veremos, en ella
parecen coexistir (la falta de suficiente perspectiva histórica justifica un
lenguaje cauto) diversas tendencias.
Tal como la veo, la historia de este campo controversial nos
provee, a través de sus distintas fases, un buen ejemplo de transformación
progresiva en el sentido dado anteriormente de avance en el
descubrimiento y profundización de nuevos aspectos del objeto de
indagación filosófica, en este caso, de una “cosa llamada ciencia”.
Veamos, por empezar, la primera fase. En ella el foco principal estaba
puesto, como se acaba de mencionar, en la estructura lógica de las teorías
científicas y, en particular, en los aspectos lógicos y metodológicos de la
relación entre la teoría y su base empírica. Dentro de este marco común,
el ideal de tratamiento riguroso de los problemas y las ricas controversias
que se desarrollaron, por ejemplo dentro mismo del movimiento
positivista o entre los positivistas de credo inductivista y los racionalistas
críticos como Popper que negaban el papel de la inducción, permitieron
alcanzar una profundización rigurosa en tales aspectos lógicos y
metodológicos. Esto constituyó pues un progreso en relación con la
época anterior, en la cual el campo problemático específico de la filosofía
de la ciencia no estaba siquiera claramente reconocido. Fue justamente en
base a esa profundización rigurosa que autores clásicos como Carnap
fueron reconociendo los puntos débiles de sus propios planteos y
sustituyéndolos por nuevos.

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El cambio de foco característico de la segunda fase tuvo que ver,


como es conocido, con la puesta en debate de un conjunto de supuestos
clásicos centrales como la distinción neta entre lenguaje teórico y
observacional (aunque ya hubo, durante la fase clásica misma,
antecedentes de ese cuestionamiento), la dicotomía entre contexto de
descubrimiento y contexto de justificación y la concentración exclusiva de
la filosofía de la ciencia sobre este último, el énfasis en los aspectos
sincrónicos en detrimento de los diacrónicos o históricos y, sobre todo, la
reducción de la filosofía de la ciencia a una lógica de la ciencia. Esta
refocalización del campo controversial implicó incorporar como tema
central de la filosofía de la ciencia al sujeto de la ciencia, entendido no
como individuo aislado sino como comunidad científica, y a las
representaciones unificadoras de ésta (variadamente denominadas
paradigmas, programas de investigación, etc.). Hubo pues en esta fase una
transformación progresiva ya que, además de ampliarse el campo
controversial por incorporación al mismo de supuestos que antes
formaban parte del terreno común, se incluyó un nuevo aspecto
fundamental – el referido a las comunidades científicas – dentro del
objeto de indagación filosófica. Tal inclusión no era producto de un mero
agregado sino, como señalamos, de una transformación de la estructura
del campo controversial.
Finalmente, la tercera fase, fase que aún se encuentra en desarrollo,
parece caracterizarse, como se mencionó antes, por una variedad de
fuerzas o tendencias que presentan, por lo demás, espacios variables de
yuxtaposición entre sí. Tenemos así, entre otras, una tendencia a la
continuación y hasta refuerzo del interés clásico – e incluso pre-clásico –
en algunos temas controversiales tradicionales como, por ejemplo, la
controversia sobre el realismo. Junto a esta tendencia se desarrolla
también una corriente de recuperación crítica de perspectivas y
problemas de las fases anteriores pero dentro de cuadros conceptuales y

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formales más abarcadores, como es el caso de la llamada “concepción


semántica” o “estructural” de las teorías científicas desarrollada por
autores como Sneed, Stegmüller, Moulines, etc. Finalmente hay una
cantidad de nuevas corrientes que pretenden llevar a cabo una sustitución
lisa y llana de todo el foco problemático y controversial anterior por uno
nuevo. Es típica en este sentido, por ejemplo, la postura de Hacking
(Hacking (1983)) en relación con los problemas de la racionalidad y el
realismo científicos, tan centrales en las fases anteriores. Esta tendencia
sería pues la que impulsa un cambio más radical. Sus defensores sostienen
que en las fases anteriores el foco siempre estuvo puesto erróneamente
en la teoría y su relación con la observación. Ahora en cambio el foco es
puesto en la práctica científica, tanto experimental como no experimental,
práctica que no es concebida como antes, como estando de manera
inevitable “teóricamente cargada” o sólo en función de la construcción y
puesta a prueba de teorías. Como señala McGuire, en esta nueva fase la
ciencia es vista como “una red compleja de habilidades, competencias,
negociaciones, persuaciones y recursos intelectuales y materiales”
(McGuire (1999)). Otra característica de esta corriente es el avance, a
tono con una concepción naturalizada de la disciplina, en el proceso de
integración de la filosofía de la ciencia no sólo con la historia de la ciencia,
como ya había ocurrido en la fase historicista, sino también con otras
disciplinas constitutivas de los estudios metacientíficos, en particular la
antropología y la sociología de la ciencia.
En líneas generales y a pesar de esta mezcla o, tal vez, gracias a
ella, esta fase contemporánea exhibe también un carácter progresivo ya
que implica avances en dirección a una mejor percepción y mayor
comprensión de la complejidad de la ciencia y sus diversos procesos y
contextos.

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5. OBSERVACIONES FINALES

Es claro que la historia anterior puede ser leída de otras maneras.


Una de ellas, muy difundida, es la que cree ver en la fase actual no una
continuación, ni siquiera una recuperación crítica de desarrollos
anteriores, sino una invalidación de los mismos de modo que
prácticamente no quedan rastros de ellos en el nuevo marco que los ha
sustituído. A. Ibarra, en un pasaje de su comentario reciente del libro de
Diez y Moulines Fundamentos de Filosofía de la Ciencia nos suministra lo que
puede tomarse como un buen ejemplo de esa perspectiva. Luego de
abogar por un “estudio postpositivista de la ciencia que procure una
aproximación a ésta y la actividad social que la genera” sostiene: “Un
vasto erial de ruinas filosóficas analíticas fue casi todo lo que pervivió del
período... del Received View” (Ibarra (2001)). Como he sostenido en este
trabajo, la relación entre las distintas fases de la historia de la filosofía de
la ciencia del siglo XX ha sido a mi juicio más compleja que lo que esta
cita sugiere. Ciertamente ha habido oposición y aún destrucción, pero no
han quedado sólo ruinas sino también ha habido una asimilación
fructífera de problemas y resultados anteriores, aunque resignificados
dentro de nuevos marcos. En realidad, ha operado un doble mecanismo
de oposición y asimilación entre las distintas fases, mecanismo que ha
permitido una ampliación del marco analítico y, correlativamente, de los
aspectos del objeto que entran en consideración. Todo este proceso a mi
juicio ha implicado ya, a pesar de que sus frutos aún están en gestación,
un progreso en el sentido aquí utilizado.
Para finalizar, volvamos al principio. Dijimos que así como en la
ciencia parece bien justificado hablar de progreso, en el arte no parece
serlo. Y nos preguntábamos a continuación si en el contexto de este
problema debíamos ubicar a la filosofía junto a la ciencia o junto al arte.
La respuesta inicial fue que, en tanto empresa cognoscitiva, la filosofía

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estaría en el mismo bote que la ciencia, lo cual parecía justificar


compararla con ésta en la dimensión del progreso epistémico. Vimos sin
embargo que era más apropiado utilizar una noción más acotada de
progreso y, que si así lo hacíamos, resultaba defendible hablar de
progreso dentro de ciertas áreas y épocas, dentro de ciertos campos
problemáticos y controversiales. No pretendí pues usar una noción global
de progreso que permita, por ejemplo, afirmar que hubo progreso entre
la filosofía antigua y la filosofía moderna. No lo pretendí porque creo
que, en este aspecto, la filosofía es más parecida al arte que a la ciencia. A
diferencia de ésta, en que, malgré los excesos de los partidarios de la incon-
mensurabilidad, puede hablarse ciertamente a mi juicio de progreso entre
Arquímedes y Newton y entre éste y Einstein, no creo que sea justificado
hacerlo, por ejemplo, entre Aristóteles y algún filósofo posterior. Tal vez
por ello, Aristóteles y otros filósofos del pasado continúan siendo
nuestros grandes interlocutores.

REFERÊNCIAS BIBLIOGRÁFICAS
HACKING, I. (1983). Representing and Intervening (Cambridge, Cambridge
University Press).
IBARRA, A. (2001). “Filosofía de la Ciencia Postpositivista. La reinven-
ción de una disciplina”, Dianoia, vol. XLVI, nº 46, mayo 2001.
LAKATOS, I. (1970). “The Methodology of Scientific Research Pro-
grammes”, in I. Lakatos & A. Musgrave (eds.) (Cambridge,
Cambridge University Press).
MCGUIRE, J.E. (1999). “Scientific Change: Perspectives and Proposals”,
in M.H. Salmon et al. Introduction to the Philosophy of Science (Hackett).
RESCHER, N. (1995). The Strife of Systems (Pittsburgh, University of
Pittsburgh Press).

©Manuscrito, 2002. XXV(2), pp. 337-352, October.


352 OSCAR NUDLER

RUSSELL, B. (1912). The Problems of Philosophy (Oxford University Press;


Galaxy Book (1959)).
WITTGENSTEIN, L. (1922). Tractatus Logico-Philosophicus (London,
Routledge & Kegan Paul).

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