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Umberto Eco - Lector in Fabula
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LECTOR IN FABULA
LA COOPERACION INTERPRETATIVA
EN EL TEXTO NARRATIVO
Traduccion de Ricardo Pochtar
EDITORIAL LUMENPublicado por Editorial Lumen, $. A.,
Ramén’ Miquel y Planas, 10 - 08034 Bajcelona.
Reservados los derechos de edicién
para todos Jos paises de lengua castellana.
Primera edicién: 1981
‘Segunda edicién: 1987
© 1979 Casa Editrice Valentino Bompiani & C. S.p.A.
Depdsito Legal: B. 6160-1987
ISBN 84-264-1122-3
Printed in Spain
Lector in fabula
PALABRA.EN EL TIEMPO
142las teorias de ese tipo que se formulan en Ja actualidad. Sin
embargo, insistiremos en que la nociéa de interpretacida cons-
tituye el fundamento de 1a hipétesis segin la cual un semema
¢ un texto vittual y un texto es un semema expandide, Tam-
bién insistiremos en que la obra de Peirce, més que Ia de mu-
chos autores posteriores, proporciona Ja junta cardénica capaz
de articular una semistica del eédigo con una semiética de los
textos y de los discursos, Esta wltima tarea debe desarrollarse
en més direcciones que las imaginadas por Peirce: pero ya sa-
bemos que somos enanos encaramados sobre los hombros de
gigantes,
2
3. EL LECTOR MODELO
3.1. El papel del lector
Un texto, tal como aparece en su superficie (0 manifesta
ci6n) lingiifstica, representa una cadena de artificios expresivos
que el destinatario debe actualizar. Como en este libro hemos
decidido ocuparnos sélo de textos escritos (y a medida que
avancemos jremos restringiendo nuestros experimentos de ang
lisis a textos narrativos), de ahora en adelante no hablaremos
tanto de destinatario como de “lector”, asi como usaremos
indiferentemente la denominacién de Emisor y de Autor para
definir al ptoductor de! texto.
En la medida en que debe ser actualizado, un texto esti
incompleto. Por dos razones. La primera no se refiere s6lo a
los objetos lingiisticos que hemos convenido en definir como
textos (cf. 1.1), sino también a cualquier mensaje, incluidas
las oraciones y los términos aislados. Una expresién sigue
siendo un mero flatus vocis mientras no se la pone en corre-
lacién, por referencia a determinado cédigo, con sx contenido
establecido por convencidn: en este sentido, el destinatario se
postula siempre como el operador (no necesariamente empi-
rico) capaz, por decirlo ast, de abrir el diccionaria a cada pa-
labra que encuentra y de recuttir a una Serie de reglas sintéc~
ticas preexistentes con el fin de reconocer las funciones rect-
procas de los términos en el contexto de la oracién, Podemos
BRdecir, entonces, que todo mensaje postula una competencia
gramatical por parte del destinatario, incluso si se emite en una
lengua que solo el emisor conoce (Salvo los casos de gloso-
lalia, en que el propio emisor supone que no cabe interpre-
tacién lingitistica alguna, sino a lo sumo una repercusién
emotiva y una evocacién extralingiiistica).
Abrir el diccionario significa aceptar también una serie de
postulados de significacién: un término sigue estando esen-
cialmente incompleto aun después de haber recibide una deti~
nicién formulada a partir de un diccionario minime. Este dis
cionario nos dice que un bergantin es una nave, pero no des-
entrafia otras propiedades semanticas de |nave|. Esta cuestioa
se vincuta, por un lado, con el cardcter infinite de la interpre-
tacién (pasado, como hemos visto, en fa teoria peirciana de
los interpretantes) y, por otro, con la tematica del entrafie
(entailment) y de la relacién entre propiedades necesarias,
esenciales y accidentales (cf. 4). .
Sin embargo, un texto se distingue de otros tipos de ex-
presiones por su mayor complejidad. El motivo principal de
esa complejidad es precisamente ei hecho de que estd pla-
gado de elementos no dichos (cf. Ducrot, 1972).
“No dicho” significa no manifiesto en la superficie, en
el plano de la expresién: pero precisamente son esos elemen-
tos no dichos los que deben actualizarse en la etapa de la
actualizacion del contenido. Para ello, un texto (con mayor
fuerza que cualquier otro tipo de mensaje) requiere ciertos
movimientos cooperativos, activos y conscientes, por parte
del lector.
Dado el fragmento de texto:
(9) Juan entré en el cuarto, «jEntonces, has vueltols, exclamé
Maria, radiante,
1. Cf. Camap, 1952, La cuestién vuelve a plantearse en el pre-
sente libro, pardgrafo 8.5.
4
es evidente que el lector debe actualizar el contenido a través
de una compleja serie de movimientos cooperatives. Dejemos
de lado, por el momento, Ia actualizacién de las correferencias
(es decir, la necesidad de establecer que el |tti| implicito en
el uso de la segunda persona singular del verbo |haber| se
refiere a Juan); pero ya esta correferencia depende de una
regla conversacional en virtud de la cual el lector supone
gue, cuando no se dan otras especificaciones, dada la pre-
sencia de dos personajes, el que habla se refiere necesaria~
mente al otro, Sin embargo, esta regla conversacional se in-
jerta sobre otra decisién interpretativa, es decir, sobre una
operacién exiensional que realiza el lector: éste ha decidido
que, sobre la base del texto gue se le ha suministrado, se
perfila una parcela de mundo habitada por dos individuos,
Juan y Maria, dotados de la propiedad de encontrarse en
el mismo cuarto, Por iiltimo, el hecho de que Maria se en-
euentre en el mismo cuarto que Juan depende de otra infe-
rencia basada en ef uso del articulo determinado |el!: hay up
cuarto, y sélo uno, del cual se habla? Aun queda por ave-
tiguar si el lector considera oportuno identificar a Juan y a
Maria, mediante indices referenciales, como entidades ‘del
mundo externo, que conoce sobre la base de una experien-
cia previa que comparte con el autor, si el autor se refiere a
individuos que el lector desconoce o si el fragmento de texto
(9) debe conectarse con otros fragmentos de texto previos 0
ulteriores en que Juan y Marfa han sido interpretados, 0 lo
seran, mediante descripciones definidas.
Pero, como decfamos, soslayemos todos estos problemas.
No hay dudas de que en la actualizacién inciden otros mo-
vimientos cooperativos. En primer lugar, el lector debe ac-
tualizar su enciclopedia para poder comprender que el uso
2. Sobre estos procedimientos de identificacién vineulados con el
uso de los articulos determinados, cf. Van Dijk, 1972a, donde se hace
tuna resefia de la cuestién, Para una serie de ejemplos, cf. el paragrafo
B11 y el capitulo 10 del presente libro.
1Sdel verbo |volver| entrafia de alguna manera que, previa-
mente, el sujeto se habia alejado (una gramatica de casos
analizaria esta accién atribuyendo a los sustantivos, determi-
nados postulados de significacién: el que vuelye se ha alejado
antes, asf como el soltero es un ser humano masculino adul-
to). En segundo lugar, se requiere del lector un trabajo de
inferencia para extraer, del uso del adversativo |entonces|, la
conclusién de que Marja no esperaba ese regreso, y de la de-
terminacién |radiante|, el convencimiento de que, de todos
modos, lo deseaba ardientemente,
Asi, pues, el texto esté plagado de espacios en blanco,
de intersticios que hay que rellenar; quien Jo emitié preveia
que se los rellenaria y los dejé en blanco por dos razones,
Ante todo, porque un texto es un mecanismo perezoso (0 eco-
némico) que vive de la plusvalia de sentido que el destina-
tario introduce en él y sdlo en casos de extrema pedanteria,
de extrema preocupacién diddctica 0 de extrema represién
el texto se complica.fon redundancias y especificaciones ulte-
riores (hasta el extremo de violar las reglas normales de con-
versacién). En segundo lugar, porque, a medida que pasa de
la foncién diddctica.a la estética, un texto quiere dejar al
lector 1a iniciativa interpretativa, aunque normalmente desea
ser interpretado con un margen suficiente de univocidad. Un
texto quiere que alguien lo ayude a funcionar.
Naturalmente, no intentamos elaborar aqui una tipologta
de los textos en funcién de su “pereza” o del grado de Ti
dertad que ofrece (libertad que en otra parte hemos definido
como “apertura”). De esto hablaremos ms adelante. Pero
3. Sobre el tema de las reglas conversacionales hay qne referirse,
naturalmente, a Grice, 1967. De todos mados, recordemos cuales son
fas maximas conversacionales de Grice. Mdxima de la canfidad, haz
de tal modo que tu contribucién sea tan informativa como lo re-
quicre Ia siluacién de intercambio; mdximas de la cualidad: no digas
lo que creas que es falso ni hables de alga si no dispones de pruebas
adecuadas, mdxima de da relacim: sé pectinente; mdximas eed estilo:
evita la oscuridad de expresidn, evita la ambigiedad, sé breve (evita
Jos detalles inttiles), sé ordenado.
6
debemos decir ya que un texto postula a su destinatario como
condicién indispensable no s6lo de su propia capacidad co-
municativa concreta, sino también de la propia potencialida:!
significativa. En otras palabras un texto se emite para que
alguien Jo actualices incluso cuando no se espera (0 no se
desea) que ese alguien exista concteta y empiticamente.
3.2. Cémo el texto prevé al lector
Sin embargo, esta obvia condicién de existencia de Jos
textos parece chocar con otra ley pragmética no menos obvia
que, si bien ha podido permanecer oculta durante gran parte
de ja historia de la teorfa de las comunicaciones, ya no lo
esta en la actualidad. Dicha ley puede formularse facilmente
mediante el lema: la competencia del destinatario no coin-
cide necesariamente con la del emisor.
Ya se ha criticado ampliamente (y en forma definitiva en
el Tratado, 2.15) el modelo comunicative vulgarizado por
Jos primeros teéricos de la informacién: un Emisor, un Men-
saje y un Destinatario, donde el Mensaje se genera y se inter-
preta sobre la base de un Cédigo. Ahora sabemos que ios c6-
digos del destinatario pueden diferir, totalmente o en parte,
de los cédigos del emisor; que el cédigo no es una entidad
simple, sino a menudo un complejo sistema de sistemas de
reglas; que el cédigo lingiiistico no es suficiente paca com-
render un mensaje lingiiistico: |gFuna?| {No[ es descodifi-
cable lingilisticamente como pregunta y respuesta acerca de
los habitos del destinatario de la pregunta; pero, en determi-
nadas circunstancias de emisidn, la respuesta connota “mala
educacién” sobre Ja base de un cdigo que no es lingtifstico,
sing ceremonial; hubiese debido decirse |no, gracias|. Asi,
pues, para “descodificar” un mensaje verbal se necesita, ade-
més de la competencia lingiiistica, una competencia ciscuns-
tancial diversificada, una capacidad para poner en funciona-
7miento ciertas presuposiciones, para reprimir idiosincrasias,
eteétera. Por eso, también en el Tratado sugeriamos una
serie de constricciones pragmaticas que se ejemplifican en
la figura 1.
BEE |
Ficura!
{Qué garantiza la cooperacién textual frente a estas posi-
bilidades de interpretacién més 0 menos “aberrantes”? En
Ja comunicacién cara a cara intervienen infinitas formas de
reforzamiento extralingiistico (gesticular, ostensivo, etc.) e in-
finitos procedimientos de redundancia y feed back (retsoali-
mentacién) que se apuntalan mutuamente. Esto revela que
nunca se da una comunicacién meramente lingtiistica, sino
una actividad semiética en sentido ampli, en la que varios
sistemas de signos se complementan entre si, Pero gqué ocu-
tre en el caso de un texto escrito, que el autor genera y des-
pués entrega a una variedad de actos de interpretacién, como
quien mete un mensaje en una botella y luego Ja arroja al
mar?
8
Hemos dicho que el texto postula la cooperacién del
lector como condicién de su actualizacién. Podemos mejorar
esa formulacién diciendo que un texto es un producto cuya
suerte interpretativa debe formar parte de su propio meca-
nismo generativo: generar un texto significa aplicar una estra-
tegia que incluye las previsiones de los movimientos del otro;
como ocurre, por lo demés, en toda estrategia. En la estra-
tegia militar (0 ajedrecistica, digamos: en toda estrategia de
juego), el estcatega se fabrica un modelo de adversario, Si
hago este movimiento, arriesgaba Napoleén, Wellington de-
beria reaccionar de tal manera. Si hago este movimiento, ar-
gumentaba Wellington, Napoleén deberia reaccionar de tal
manera. En ese caso concreto, Wellington generé su estra-
tegia mejor que Napoleén, se construyé un Napoleén Modelo
que se parecia mas al Napoleén conereto que el Wellington
Modelo, imaginado por Napoledn, al Wellington conereto. La
analogia s6lo falla por el hecho de que, en el caso de un
texto, 10 que el autor suele querer es que el adversario gane,
no que pierda. Pero no siempre es asi, El relato de Al-
phonse Allais que analizaremos en el iltimo capitulo se pa-
rece mas a la batalla de Waterloo que a la Divina Comedia.
Pero en la estrategia militar (a diferencia de la ajedre-
cistica) pueden surgir accidentes casuales (por ejemplo, la
ineptitud de Grouchy). Otro tanto ocurre en los textos: a ve~
ces, Grouchy regresa (cosa que no hizo en Waterloo), a veces
llega Massena (como sucedié en Marengo). El buen estratega
debe contar incluso con estos acontecimientos casuales, debe
preverlos mediante un célculo probabilistico. Lo mismo debe
hacer el autor de un texto. “Ese brazo del lago de Como”:
23 Si aparece un lector que nunca ha ofdo hablar de Como?
Debo apafiérmelas para poder recobrarlo més adelante; por
el momento juguemos como si Como fuese un flatus vocis,
similar a Xanadov. Més adelante se haran alusiones al cielo
de Lombardia, a la relacién entre Como, Milén y Bérgamo,
99a la situacién de la peninsula itélica. Tarde 0 temprano, el
lector enciclopédicamente. pobre quedaré atrapado.
Ahora, [a conclusién parece sencilla. Para organizar su
estrategia textual, un autor debe referirse a una serie de com-
petencias (expresién més amplia que “conocimiento de los
cédigos”) capaces de dar contenido a las expresiones que
utiliza. Debe suponer que el conjunto de competencias a que
se refiere es el mismo al que se refiere su lector. Por consi-
guiente, deberd prever un Lector Modelo capaz de cooperar
en la actualizacién textual de la manera prevista por él y de
moverse interpretativamente, igual que él se ha movido gene-
rativamente.
Los medios a que recurre son miltiples: la eleccién de
una lengua (que excluye obviamente a quien no la habla),
Ja eleccién de un tipo de enciclopedia (Gi comienzo un texto
con {como esté explicado claramente én la primera Critica...
ya restrinjo, y en un sentido bastante corporativo, la imagen
de mi Lector Modelo), la eleccién de determinado patrimonio
léxico y estilistico... Puede proporcionar ciertas marcas dis-
tintivas de género que seleccionan la audiencia: |Queridos ni-
fios, habia una vez en un pais lejano...|; puedo restringir el
campo geografico: |; Amigos, romanos, conciudadanos!|. Mu
chos textos sefialan cudl es sv Lector Modelo presuponiendo
apertis verbis (perdén por el oximoron) una competencia enci-
clopédica especifica, Para rendir homenaje a tantos anélisis
ilustres de filosofia del lenguaje, consideremos el comienzo
de Waverley, cuyo autor es notoriamente su autor:
(20) ... gqué otra cosa hubiesen podido esperar mis lectores de
epitetos caballerescos como Howard, Mordaunt, Mortimer 0
Stanley, 0 de sonidos més dulces y sentimentales como Bel-
more, Belville, Belfield y Belgrave, sino paginas triviales,
como las que fueron bautizadas de ese modo hace ya me-
dio siglo?
Sin embargo, en este ejemplo hay algo mAs que lo ya men-
cionado. Por un Jado, el autor presupone la competencia de
80
su Lector Modelo; por otro, en cambio, la instituye. También
a nosotros, que no tenfamos experiencia de las novelas g5-
ticas conocidas por Jos lectores de Walter Scott, se nos invita
ahora a saber que ciertos nombres connotan “héroe caba-
lleresco” y que existen novelas de caballeria pobladas de. per-
sonajes como los mencionados, que ostentan caracteristicas
estilisticas en cierto sentido lamentables.
De manera que prever el correspondiente Lector Modelo
no significa slo “esperar” que éste exista, sino también mo-
ver el texto para construirlo. Un texto no sélo se apoya sobre
una competencia: también contribuye a producirla. Asi, pues,
Gun texto no es tan perezoso y su exigencia de cooperacién
no es tan amplia como lo que quiere hacer creer? ySe parece
‘a una caja lena de elementos prefabricados (“kit”) que hace
trabajar al usuario sdlo para producir un Unico tipo de pro-
ducto final, sin perdonar los posibles errores, o bien a un
“mecano” que permite construir a voluntad una multiplicidad
de formas? {Fs una lujosa caja que contiene las piezas de
un rompecabezas que, una vez resuelto, siempre daré como
resultado a Ja Gioconda, 0, en cambio, es una simple caja de
lépices de colores?
jHay textos dispuestos a asumir los posibles eventos pre-
vistos en la figura 1? ;Hay textos que juegan con esas des-
viaciones, que las sugieren, que las esperan; textos “abier-
tos” que admiten innumerables lecturas, capaces de propor-
cionar un goce infinito? ZEstos textos de goce renuncian a
postular un Lector Modelo 0, en cambio, postulan uno de
otro tipo? *
Cabria tratar de elaborar ciertas tipologias, pero la lista
se presentaria en forma de continuum graduado con infinitos
4, Sobre Ia obra abierta rentitimos, naturalmente, a Obra abierta
(Eco, 1962), pero aconsejamos consultar la seeunda edicién castellana
Obra abieria, Barcclona-Caracas-México (Editorial Ariel, 1979), que
incluye el ensayo “Sobre la posibilidad de generar mensajes estéticos
en un Jenguaje edénico”.
81matices. Propongamos sélo, en un plano intuitivo, dos casos
extremos (mas adelante buscaremos una regla unificada y uni-
ficadora, una matriz generativa que justifique esa diversidad).
3.3, Textos “cerrados” y textos “abiertos”
Ciertos autores conocen Ja situacién pragmatica ejempli-
ficada en la figura 1. Pero creen que se trata de la descrip-
cién de una serie de accidentes posibles, aunque evitables.
Por consiguiente, determinan su Lector Modelo con sagaci-
dad sociolégica y con un brillante sentido de la media esta-
distica: se dirigiran alternativamente a los nifios, a los melé-
manos, a los médicos, a Jos homosexuales, a los aficionados
al surf, a las amas de casa pequefioburguesas, a los aficionados
a las telas inglesas, a los amantes de la pesca submarina, etc
‘Como dicen los publicitarios, eligen un iarget (y una “diana”
no coopera demasiado: s6lo espera ser alcanzada), Se las apa-
farén para que cada término, cada modo de hablar, cada
referencia enciclopédica sean los que previsiblemente puede
comprender su lector. Apuntarén a estimular un efecto pre-
ciso; para estar seguros de desencadenar una reaccién de
horror dirén de entrada “y entonces ocurrié algo horrible”.
En ciertos niveles, este juego resultaré exitoso.
Pero bastara con que el libro de Carolina Invernizio, es-
crito para modistillas turinesas de finales del siglo pasado,
caiga en manos del més entusiasta de los degustadores del
Kitsch literario para que se convierta en una fiesta de litera~
tura transversal, de interpretaci6n entre lineas, de saboreado
poncif, de gusto huysmaniano por los textos balbucientes. Ese
texto dejard de ser “cerrado” y represivo para convertirse en
un texto sumamente abierto, en una maquina de generar
aventuras perversas.
Pero tambiéo puede ocurrir algo peor (0 mejor, segén
los casos): que la competencia del Lector Modelo no haya
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sido adecuadamente prevista, ya sea por un error de valora-
cin semidtica, por un andlisis histérico insuficiente, por un
prejuicio cultural o por una apreciacién inadecuada de las
circunstancias de destinacién. Un ejemplo espléndido de tales
aventuras de la interpretacién lo constituyen Los misterios
de Paris, de Sue. Aungue fueron escritos desde la perspectiva
de un dandi para contar al pGblico culto las excitantes expe-
riencias de una miseria pintoresca, el proletariado los leyé
como una descripcién clara y honesta de su opresién, Al
advertirlo, et autor los siguié escribiendo para ese proleta~
riado: los embutié de moralejas socialdemécratas, destinadas
a persuadir a esas clases “peligrosas” —a las que compren-
dia, aunque no por ello dejaba de temer— de que no deses-
peraran por completo y confiaran en el sentido de Ja justicia
yen la buena voluntad de las clases pudientes. Sefialado por
Marx y Engels como modelo de perorata reformista, el libro
realiza un misterioso viaje en el Animo de unos lectores que
volveremos a encontrar en las barricadas de 1848, empefiados
en hacer la revolucién porque, entre otras cosas, habfan lefdo
Los misierios de Paris.® ,Acaso el libro contenia también esta
actualizacién posible? ;Acaso también dibujaba en filigrana
a ese Lector Modelo? Seguramente; siempre y cuando se le
leyera salténdose las partes moralizantes 0 no queriéndolas
entender.
Nada més abierto que un texto cerrado, Pero esta aper-
tura & un efecto provocado por una iniciativa externa, por
un modo de usar el texto, de negarse a aceptar que sea él
quien nos use, No se trata tanto de una cooperacién con el
texto como de una violencia que se le inflige. Podemos violen-
tar un texto (podemos, incluso, comet un libro, como el
5, Cf. Eco, 1976, en particular “Sue: el socialismo y 1a consola-
cin”, Sobre los problemas de la interpretacidn “aberrante”, véase,
ademas, “Della difficolta di essere Marco Polo”, en Daila perifera
delvimpero, Mitin, Bompiani, 1977. Cf. también Paolo Fabbri, 1973,
asi como Eco y Fabbri, 1978.
83apéstol en Patmos) y hasta gozar sutilmente con ello, Pero
Jo que aqui nos interesa es la cooperacién textual como una
actividad promovida por el texto; por consiguiente, estas mo-
dalidades no nos interesan. Aclaremos que no nos interesan
desde esta perspectiva: la frase de Valéry “il n’y a pas de vrai
sens d'un texte” admite dos Jecturas: que de un texto puede
hacerse el uso que se quiera, ésta es Ja lectura que aqui no
nos interesa; y que de un texto pueden darse infinitas inter
pretaciones, ésta es la lectura que consideraremos ahora.
Estamos ante un texto “abierto” cuando ¢l autor sabe
sacar todo el partido posible de ta figura 1. La lee como
modelo de una situacién pragmatica ineliminable. La asume
como hipétesis regulativa de su estrategia. Decide (aqui es
precisamente donde la tipologfa de los textos corre el riesgo
de convertirse en un continuum de matices) hasta qué punto
debe vigilar la cooperacién del lector, asf como dénde debe
suscitarla, déade hay que dirigirla y dénde hay que dejar
que se convierta en una aventura interpretativa libre. Diré
Juna flor] y, en la medida en que sepa (y lo desee) que de
esa palabra se desprende el perfume de todas las flores ausen-
tes, sabra por cierto, de antemano, que de ella no legard a
desprenderse el aroma de un licor muy afiejo: ampliaré y
restringiré el juego de la semiosis ilimitada segin le apetezca.
Una sola cosa trataré de obtener con habil estrategia:
que, por muchas que sean las interpretaciones posibles, unas
repercutan sobre las otras de modo tal que no se excluyan,
sino que, en cambio, se refuercen recfprocamente.
Podré postular, como ocurre en el caso de Finnegans
Wake, un autor ideal afectado por un insomnio ideal, dotado
de una competencia variable: pero este autor ideal deberd
tener como competencia fundamental el dominio del inglés
(aunque el libro no esté escrito en inglés “verdadero”); y su
Jector no podré ser un lector de la época helenista, del si-
glo m después de Cristo, que ignore la existencia de Dublia
ni tampoco podré ser una persona inculta dotada de un 1é
84
xico de dos mil palabras (si lo fuera, se trataria de otto caso
de uso libre, decidido desde fuera, 0 de Jectura extremada-
mente restringida, Jimitada a las estracturas discursivas més
evidentes, cf. 4).
De modo que Finnegans Wake espera un lector ideal, que
disponga de mucho tiempo, que esté dotado de gran habilidad
asociativa y de una enciclopedia cuyos limites seam borrosos:
no cualquier tipo de lector, Construye su Lector Modelo a
wavés de la seleccién de los grados de dificultad lingiiistica,
de Ia riqueza de las referencias y mediante la insercién en ¢l
texto de claves, remisiones y posibilidades, incluso variables,
de lecturas cruzadas. El Lector Modelo de Finnegans Wake
es el operador capaz de realizar al mismo tiempo la mayor
cantidad posible de esas lecturas cruzadas.®
Dicho de otro modo: incluso el ultimo Joyce, autor del
texto mas abierto que pueda mencionarse, construye su lector
mediante una estrategia textual. Cuando el texto se dirige a
unos lectores que no postula ni contribuye a producir, se
vuelve ilegible (mds de lo que ya es), 0 bien se convierte en
otro libro,
3.4, Uso interpretacién
Ast, pues, debemos distinguir entre el uso libre de un
texto tomado como estimulo imaginativo y la interpretacién
de un texto abierto. Sobre esta distincién se basa, al margen
de cualquier ambigiiedad teérica, Ja posibilidad de lo que
Barthes denomina texto para el goce: hay que decidir si se
usa un texto como texto para el goce © si determinado texto
considera como cOnstitutiva de su estrategia (y, por consi-
6. Cf. Umberto Eco, Las poéticas de Joyce, Miléo, Bompiani,
1966 (en castellano en Ja’ primera edicién de Obra abierta, Barcelona,
Seix y, Barral, 1965). Cf. tombién «Semantien della metafora”, en
Eco, 1971
8Sguiente, de su interpretaciéa) la estimalacién del uso mas
libre posible. Pero creemos que hay que fijar ciertos Jimites
¥ que, con todo, la nocién de interpretacién supone siempre
una dialéetica entre la estrategia del autor y la respuesta del
Lector Modelo.
Naturalmente, ademas de una practica, puede haber una
estética del uso libre, aberrante, intencionade y malicioso de
los textos. Borges sugeria leer La Odisea 0 La Imitacién de
Cristo como si las hubiese escrito Céline, Propuesta esplén-
dida, estimulante y muy realizable. Y sobre todo creativa,
Porque, de hecho, supone la produccién de un muevo texto
(asi como el Quijote de Pierre Menard es muy distinto det
de Cervantes, con el que accidentalmente concuerda palabra
por palabra). Ademés, al escribir este otro texto (0 este
texto como Alteridad) se llega a criticar al texto original o a
descubrirle posibilidades y valores ocultos; cosa, por lo de-
més, obvia: nada resulta mas revelador que una caricatura,
Precisamente porque parece el objeto caricaturizado, sin serlo:
Por otra parte, ciertas novelas se vuelven mas bellas cuando
alguien las cuenta, porque se convierten en “otras” novelas.
Desde el punto de vista de una semidtica general, y pre~
cisamente a la luz de la complejidad de los procesos prag-
maticos (fig. 1) y del cardcter contradictorio del Campo Se-
méntico Global, todas estas operaciones son teéricamente ex-
plicables. Pero aunque, como nos ha mostrado Peirce, la ca-
dena de las interpretaciones puede ser infinita, el universo
del_discurso introduce una limitacién en et tamafio de ta
encielopedia, Un texto no es mas que la estrategia que consti-
aye el univers de sus interpretaciones, si no “legitimas”,
legitimables, Cualquier otra decisién de usar libremente un
texto corresponde a la decisién de ampliar el universo del
discurso. La dinémica de la semiosis ilimitada no lo prohibe,
sino que lo fomenta. Pero hay que saber si lo que se quiere
es mantener activa la semiosis o interpretar un texto.
Afiadamos, por iiltimo, que los textos cerrados son més
86
resistentes al uso que los textos abiertos. Concebidos para
un Lector Modelo muy preciso, al intentar dirigir represiva~
mente su cooperacién dejan espacios de uso bastante elasti-
cos. Tomemos, por ejemplo, las historias policiacas de Rex
Stout e interpretemos fa relacién entre Nero Wolfe y Archie
Goodwin como una relacién “kafkiana”, ;Por qué no? El
texto soporta muy bien este uso, que no entrafia pérdida de
la capacidad de entretenimiento de la fabula ni del gusto
cuando, al final, se descubre al asesino. Pero tomemos des-
pués El proceso, de Katka, y leémoslo como si fuese una
historia policiaca. Legalmente podemos hacerlo, pero textual-
mente el resultado es bastante lamentable. Mds valdria usar
las paginas del libro para liarnos unos cigarrillos de mari-
huana: el gusto seria mayor.
Proust podia leer el horati ferroviario y reencontrar en
los nombres de las localidades del Valois ecos gratos y Inbe-
rinticos del viaje nervaliano en busca de Sylvie. Pero no se
trataba de una interpretacién del horario, sino de un uso
legitimo, casi psicodéiico, del mismo. Por su parte, el ho-
rario prevé un solo tipo de Lector Modelo: un operador car-
tesiano ortogonal dotado de un agudo sentido de la irrever-
sibilidad de las series temporales,
3.5. Autor y lector como estrategias textuales
Un proceso comunicativo consta de un Emisor, un Men-
saje y un Destinatario. A menudo, e] Emisor o ef Destinatario
se manifiestan gramaticalmente en el mensaje: |Yo te digo
que...|
‘uando se enfrenta con mensajes cuya funcién es refe-
rencial, el Destinatario utiliza esas marcas gramaticales como
indices referenciales (/yo{ designara al sujeto empirico del
acto de enunciacién del enunciado en cuestién, etc.). Otro
tanto puede ocurrir en el caso de textos bastante extensos,
87como cartas, péginas de diarios y, en definitiva, todo aquelio
que se lee para adquirir informacién sobre el autor y las cir-
cunstancias de la enunciacién.
Pero cuando un texto se considera como texto, y sobre
todo en Ios casos de textos concebidos para una audiencia
bastante amplia (como novelas, discursos politicos, informes
cientificos, etc.), el Emisor y el Destinatario estén presentes
en el texto no como polos det acto de enunciacién, sino como
papeles acianciales del eaunciado (cf. Jakobson, 1957). En
estos casos, el autor se manifiesta textualmente sélo como
@ un estilo reconocible, que también puede ser un idiolecto
textual o de corpus o de época histérico (cf. Tratado, 3.7.6);
Gi) un puro papel actancial ([yo| = “el sujeto de este enun-
ciado”); (iii) como aparicién inlocutoria (yo juro que}
“hay un sujeto que realiza la accién de jurar”) 0 como ops
srador de fuerza perlocutoria que denuncia una “‘instancia de
Ta envaciacién”, © sea, una intervencién de un svjeto ajeno
al enunciado, pero en cierto modo presente en el tejido tex-
tual més amplio (|de pronto ocurtié algo horrible...f; |...dijo
Ja duquesa con una voz capaz de estremecer a los muertos...\).
Esta evocacién del fantasma del Emisor suefe ir acompaftada
por una evocacién del fantasma del Destinatario (Kristeva,
1970). Veamos el siguiente fragmento de las Investigaciones
filosdficas, de Wittgenstein, pardgrato 66:
(11) Considera, por ejemplo, los procesos que llamamos «juegos».
Me refiero a Jos juegos de ajedrez 0 de damas, a los juegos
de cartas, a los juegos de pelota, a las competiciones depor-
tivas, etc. Qué tienen en comin todos estos juegos? — No
digas: edebe haber algo que sea comin a todos, porque
si no no se llamarian "juegos's; mira, en cambio, si efectiva-
mente hay algo que séa comiin a todos —De hecho, si los
observas no veras, por cierto, nada que sea comin a fodos,
sino que verds semejanzas, parentescos, verds més bien toda
una seri
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Todos los pronombres personales (implicitos 0 explicitos)
no indican, en modo alguno, una persona llamada Ludwig
Wittgenstein o un lector empicico cualquiera: representan
puras estrategias textuales, La intervencién de un sujeto ha-
blapte es complementaria de la activacidn de un Lector Mo-
delo cuyo perfil intelectual se determina sélo por el tipo de
operaciones interpretativas que se supone (y se exige) que
debe saber realizar: reconocer similitudes, tomar en consi-
deracién determinados juegos... Andlogamente, el autor no
es més que una estrategia textual capaz de establecer corre-
laciones semanticas: |me refiero...] (Ich meine...) significa
que, en el Ambito de este texto, el érmino [juego] debera
adoptar determinada extensién (para asi abarcar los juegos
de ajedrez 0 de damas, los juegos de cartas, ete.), al tiempo
que se evita intencionalmente dar una descripcién intensional
del mismo. En este texto, Wittgenstein no es mas que un
estilo filosdfico y el Lector Modelo no es mds que la capa-
cidad intelectual de compartir ese estilo cooperando en su
actualizacién,
Quede, pues, claro que, de ahora en adelante, cada vez
que se utilicen términos como Autor y Lector Modelo se
entendera siempre, en ambos casos, determinados tipos de
estrategia textual. El Lector Modelo es un conjunto de con-
diciones de felicidad, establecidas textualmente, que deben sa-
tisfacerse para que el contenido potencial de un texto quede
plenamente actualizado.?
3.6. El autor como hipétesis interpretativa
Si el Autor y ei Lector Modelo son dos estrategias tex-
tuales, entonces nos encontramos ante una situacién doble.
Por un lado, como hemos dicho hasta ahora, el autor empi-
rico, en cuanto sujeto de la enunciacién textual, formula una
7. Sobre las condiciones de felicidad remitimos, naturalmente, a
Austin, 1962; Searle, 1969.
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