Relatos en La Arena, Espacio e Identidad Del Norte Mexicano
Relatos en La Arena, Espacio e Identidad Del Norte Mexicano
by
LEONEL CARRILLO
Doctor of Philosophy
2010
This thesis entitled:
Relatos en la arena: Espacio e identidad del norte mexicano en la literatura del desierto
written by Leonel Carrillo
has been approved for the Department of Spanish and Portuguese
____________________________________
Dr. Leila Gómez
____________________________________
Dr. Julio Baena
____________________________________
Dr. José Manuel García
Date
The final copy of this thesis has been examined by the signatories, and we
Find that both the content and the form meet acceptable presentation standards
Of scholarly work in the above mentioned discipline.
DISSERTATION ABSTRACT
Relatos en la arena: Espacio e identidad del norte mexicano en la literatura del desierto
This dissertation addresses problems of space, solitude, and representation of the desert
region of northern Mexico by examining the narrative works of six contemporary Mexican
writers –Ricardo Elizondo, Gerardo Cornejo, Severino Salazar, Miguel Méndez, Jesús Gardea,
and Daniel Sada. Relatos en la arena identifies a series of specific rhetorical devices in a corpus
of texts produced as part of a new literary phenomenon known as Desert Literature (literatura del
desierto) produced in the last three decades of the Twentieth Century. These authors propose the
use of several narrative models such as Historical Novel, Latin American Boom, Regional
Novel, Buildungsroman, etc., in order to expose differences and similarities in the construction
and definition of desert region of north Mexico. Situated in the desert landscape, the four novels
and two volumes of short stories propose the re-writing of a series of traditional discourses that
The first chapter is an introduction to the main topic of the desert and its multiple
meanings throughout history. The second chapter examines Ricardo Elizondo´s Setenta veces
siete and Gerardo Cornejo´s La sierra y el viento, and how these novels propose the Mexican
desert as a place where progress and wealth are possible, contrary to canonical literary works that
iv
embrace most the traditional myths regarding the Mexican desert as a site for political and
spiritual testing and self-scrutiny under extreme conditions of violence and poverty. The third
chapter focuses on Severino Salazar´s Desiertos intactos and Miguel Méndez´s El sueño de
Santa María de las Piedras, and how these works establish a particular dialogue with narrative
models such as Historic and Regional Novel in order to question the ways by which the official
discourse has represented specific events that occurred in the area of northern Mexico. Salazar
presents a story, in which past and present appear closely linked by the actions of the main
characters. On the other hand, Méndez proposes an ironic version a narrative called “desert” and
its products –wetbacks, chicanos, tourists, drug dealers, politicians, philosophers, common
citizens, etc. Méndez focuses on the arid territory as a complex experience that claims its own
identity.
The fourth and last chapter explores the topic of solitude as an essential condition of
inhabitants of the arid territory of northern Mexico, as marked out in the narrative works of Jesús
Gardea and Daniel Sada. The former establishes solitude as a result of lack of human contact,
absence of reference, and a constant silence in his characters. The latter proposes solitude as a
consequence of abandonment. These short stories present a series of events that reflect aspects of
daily life of the desert dwellers and their contradictory condition of abandonment in the open
space. The significance of this study lies on the fact that these novels and short stories mean not
only a critical response to those works that have produced a traditional perception of the desert
region of northern Mexico, but they also mean a crucial way to face problems such as National
Space in contemporary Mexico. Desert Literature claims a particular place within the canonical
literary works and it focuses on problems related to concepts of space in literary discourses.
v
ACKNOWLEDGMENTS
This dissertation would not have been possible without my wife and other self Ana I.
Sánchez. This work certainly owes its existence to her unconditional love and support throughout
these years of studying at the University of Colorado at Boulder. All my life and my work is
therefore dedicated to her, especially now that she is giving the precious gift of life.
I would like to express my enormous gratitude to the greatest intellectual I have ever
known, my advisor and friend Juan Pablo Dabove for being the most patient person who never
stopped believing in this project in spite of every difficult moment that I experience during my
graduate studies at CU. I want to say thanks to the members of my defense committee, professors
Leila Gómez, Peter Elmore, Julio Baena, and professor José Manuel García from NMSU. I also
wish to thank my coordinator and friend, Professor Mary Long for her support and friendship.
Spanish and Portuguese, for his great kindness, generosity and genuine support to my family and
I throughout these years of studying and teaching. He deserves all my respect and gratitude for
Special thanks should be given to all my friends and colleges of the Department of
Spanish and Portuguese, who shared all those years with me at CU, in particular Silvia Arroyo,
Raúl Pérez, Matt Bush, Leticia Robles, Daniel Salas, and Gisela Salas. Thank you my dear
friends for every word and every gesture of kindness. I finally want to dedicate this work to my
family in Mexico, and especially to my dearest Carlos, who could not see the snow of Boulder
CONTENIDO
CAPÍTULO
I. INTRODUCCIÓN……………………………………….……………………………1
COMENTARIOS FINALES…………………………………………………………….....129
BIBLIOGRAFÍA……………...……………………………………………………………135
1
CAPÍTULO I
INTRODUCCIÓN
En el polémico film de 1999, La ley de Herodes, dirigido por Luis Estrada, se relatan las
en cacique de una diminuta y atrasada comunidad conocida como San Pedro de los Saguaros, en
algún lugar del desierto sonorense a mediados de siglo XX. La imagen singular del improvisado
una representación paródica del mito nacional post-revolucionario en México, sino que es
asimismo un claro gesto de reescritura del espacio desértico del norte, lugar donde tan sólo
décadas atrás se había escenificado la gran épica de la Revolución Mexicana en obras como
Detrás de esta perspectiva crítica que propone La ley de Herodes, yace todo un gran
repertorio de obras que aparecieron durante las tres últimas décadas del siglo XX, ya sea en el
ámbito cinematográfico, como Las fuerzas vivas (1975), de Luis Alcoriza, o bien, en el mundo
de las letras, a través de un fenómeno artístico conocido como la literatura del desierto. Ésta se
compone de un grupo de autores que se caracteriza por una serie de particularidades. En primer
lugar, todos ellos nacieron en el norte de la República, y allí mismo se formaron como escritores.
Asimismo, dichos autores escogieron el género narrativo como forma, y el espacio desértico y su
2
especificidad como escenario de sus respectivas historias, con el pleno objetivo de expresar una
serie de preocupaciones comunes. Entre las más relevantes podemos mencionar el valor de la
idea de que el desierto es una máquina productora de significado, pero también un objeto de
colecciones de cuentos. Las novelas son Setenta veces siete (1987) de Ricardo Elizondo
Elizondo, La sierra y el viento (1977) de Gerardo Cornejo Murrieta, El sueño de Santa María de
las Piedras (1986) de Miguel Méndez y Desiertos intactos (1990) de Severino Salazar. Por lo
que respecta a las colecciones de cuentos, éstas son Reunión de cuentos (1999) de Jesús Gardea y
primer lugar, a la idea de crear un compendio que incluyera una muestra de cada estado
fronterizo1 (Tijuana, Sonora, Chihuahua, Coahuila2 y Nuevo León). Asimismo, fue posible
encontrar una idea compartida de que los escritores mencionados son los más representativos a
través de estudios realizados por críticos como Miguel Rodríguez Lozano, Eduardo Antonio
los años setenta, cuando escritores de la talla de Carlos Fuentes, Gustavo Sainz y José Agustín,
Asimismo es justo mencionar que el canon literario vivía aún en esa época bajo la sombra de
autores concentrados en el ámbito rural, como Juan Rulfo y Agustín Yáñez (65). Las artes, y la
1
Severino Salazar, nacido en Zacatecas es un caso excepcional, pero se trata de un estado norteño donde se
incluye la revaloración del espacio desértico.
2
Aunque nació en Baja California Norte, Daniel Sada vivió gran parte de su infancia en el estado de Coahuila,
donde se escenifican algunos de sus relatos más representativos.
3
literatura en particular, eran productos culturales y, al mismo tiempo, prácticas sociales aún
sujetos a la sanción de la estructura dominante que se ubicaba en la capital del país. Este discurso
las expresiones de provincia buscaban legitimarse y así buscar un lugar en el canon. Vicente
Francisco Torres sostiene al respecto, que “una cantidad nunca vista de escritores que estaba en
profesores de literatura mexicana” que trabajaban para las instituciones de educación superior”
(“Tres lustros”14). Las sociedades del norte, por ejemplo, vivieron un tiempo de cambios
cruciales en la esfera socio-política y cultural, específicamente, durante las tres últimas décadas
maquiladoras. Surgieron fenómenos como la creación del Programa Cultural de las Fronteras, y
se logró la descentralización del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Escenarios del
norte 17-23). Para Humberto Félix Berumen, el norte, y en especial la frontera es “ese
“un campo heterogéneo de múltiples discursos sociales” en un sentido bajtiniano (26). En este
nuevo espacio tiene cabida para un sinnúmero de prácticas culturales y los múltiples tipos que las
representan: el pachuco, el cholo, el pocho, el chicano (Bayardo 79-89). Federico Patán afirma
que para los años ochenta la literatura mexicana “es de una variedad considerable” (56), y por
esa razón es muy difícil clasificarla de manera exhaustiva. Esto explica en parte el hecho de que
las obras que aquí se estudian se componen de argumentos y formas narrativas más o menos
4
esas condiciones donde impera la variedad, la serie de conflictos y contradicciones que presenta
esta temprana literatura gravita alrededor de los mismos cuestionamientos: Norte, desierto,
frontera, etc.
Aunque los escritores norteños de esta época manifestaron una notable indiferencia por la
temática urbana, tampoco se puede decir que éstos se enfocaron en los temas provincianos
imitando indiscriminadamente las propuestas de Rulfo y Yáñez. Vaquera-Vázquez aclara que así
como el desierto se opone al espacio de la ciudad, éste puede guardar asimismo ciertas
But it is not simply the city/country dichotomy that is at play in the distinction between
the city and the desert. The country and the desert, though opposed to the city, are
themselves contrasted in that the country, at a symbolic level, implies fertility, whereas
the desert is barren. Where in the city presence wins out over absence –the city already
exists, the roads –narrative paths- marked out –in the desert absence wins (Vaquera-
Vázquez 176).
Ciertamente, es un hecho que en la mayoría de los casos, esta literatura fue producida y hace
notable referencia a un área geográfica y cultural específica. Además, en algunos casos aparecen
elementos de la narrativa regional, como la relación entre la acción del hombre y la implacable
ninguna de las obras que compone este estudio plantea el espacio desértico como alegoría de la
nación. Nuestros narradores, en cambio, dejaron muy en claro que el desierto es un espacio que
exige su propia especificidad. Éste involucra, amén de otros aspectos, el debate sobre un
En este contexto, se puede observar que el desierto aparece en forma de categorías, que al
final lo constituyen como un espacio específico. Por ejemplo, mientras que en las obras de
todo, un espacio textual donde los autores han filtrado y reconstruido una serie de momentos
paisaje, y en cambio refleja una serie de estados como la soledad y el abandono, que emanan de
Justo es mencionar que la vocación de estos escritores es, por una parte, la de
experimentar con las formas narrativas disponibles para buscar una nueva manera de replantear
“frontera”. Por otro lado, llama la atención que todos estos autores dialoguen, ya sea en contra o
a favor, con un grupo de intelectuales que contribuyeron a la construcción del carácter nacional
del México post-revolucionario. Entre ellos aparecen Samuel Ramos, Octavio Paz y José
Vasconcelos, entre otros, y sus de obras El perfil del hombre y la cultura en México, El laberinto
nacional en La sierra y el viento; en cambio Miguel Méndez se proclama en contra de esa forma
Lo cierto es que debido a la relación empírica que existe entre estos escritores y las
regiones donde escenifican sus respectivas historias, se puede entender que esta literatura
represente una especie de aventura personal para plasmar las propias vivencias y conocimientos.
Asimismo se podría interpretar que esta búsqueda resume una postura radical en contra de la
institución literaria controlada por el discurso dominante del “centro”. Sin embargo, estos autores
simplemente han buscado la forma de colocarse en el escenario de las letras contemporáneas con
el objetivo principal de ampliar las posibilidades de lectura, ya sea en el campo de la temática y/o
las formas. Hay ciertamente una agenda política presente a lo largo de los textos que aquí se
6
estudiarán. Ésta consiste básicamente en reevaluar los vínculos que existen entre espacio y
cultura, y que a lo largo de la historia han sido objeto de representaciones parciales y maniqueas,
como la de que el norte es el locus de la barbarie y miseria, y en ese sentido, no podemos más
que afirmar que, en efecto, estos elocuentes narradores han construido una retórica del desierto.
Las novelas que componen este estudio muestran notable grado de experimentación en la
medida que establecen singulares diálogos con diferentes modelos narrativos como la novela
histórica, la novela regional y la literatura del Boom latinoamericano, entre otros. A través de
este vínculo, dichas obras pretenden, entre otras cosas, reevaluar no sólo el pasado de la zona
norte de México, sino la manera en que éste ha sido representado a lo largo del tiempo. En
general, son todos textos de índole indagatoria y crítica que por lo general intentan reconstruir un
pasado de manera idealizada, salvo el caso de Miguel Méndez, quien se propone cuestionar y al
mismo tiempo honrar con humor el desierto, la frontera y los productos que los conforman. En
todas las obras, el pasado merece una revisión exhaustiva, especialmente aquellos relatos que
etc.
En Setenta veces siete, Ricardo Elizondo (re)crea un espacio idílico donde se privilegia la
esfera regional sobre el ámbito nacional. El gesto escritural de Elizondo consiste en idealizar el
período porfirista como la única posibilidad de progreso que experimentó el norte mexicano del
siglo XIX. Su espacio ficcional, Carrizales y Carrizalejo, aparece como el lugar propicio para el
estructura familiar, representada por la mujer como generadora de amor y descendencia. Así, el
7
matrimonio es, en el sentido que propone Doris Sommer, el modelo de consolidación donde se
originan los ideales nacionales de la novela decimonónica (22). Este orden y prosperidad que
plantea Elizondo encuentra su principal amenaza en la ingratitud filial, y por ello la decadencia
familiar es paralela a la ruina económica y social de los personajes. Para fijar su propuesta, el
autor regiomontano finca un diálogo, en distintos grados, entre su obra, la novela histórica
Occidental (Tarachi) hasta las planicies desérticas del Valle del Yaqui en Sonora (Cajeme), en la
tercera década del siglo XX. La narración se presenta en primera persona, en la voz de este niño
que observa la transformación de su realidad, ya sea por el motivo del viaje, o por la
transfiguración que la comunidad es capaz de darle al desierto. Así, la novela retoma algunos
aspectos que evocan el modelo del Bildungsroman o novela de aprendizaje. Al igual que en el
caso de Elizondo, Cornejo expone una visión idealizada del norte mexicano, donde la
modernidad y la prosperidad son posibles, cuestionando así los mitos que han retratado dicho
espacio como lugar de barbarie y capitalismo dependiente, tal y como aparece en obras como
Crónica de un país bárbaro (1955) de Fernando Jordán, México se refugió en el desierto (1954)
Revolución Mexicana, o asimismo textos de lengua inglesa como All the Pretty Horses (1992) y
protagonista de la obra. Zacatecas aparece como un mundo ficticio controlado por la fatalidad,
puesto que las acciones del pasado y del presente que se originan en la codicia y la desmedida
explotación de la naturaleza atentan contra un orden elemental. Éste se sostiene mediante una
contradicción que coloca en el mismo espacio un gesto de censura y celebración para valorar las
empresas de los exploradores, quienes movidos por la ambición hicieron posible el progreso y la
En El sueño de Santa María de las Piedras Miguel Méndez combina elementos del
modelo neorrealista y la novela del Boom, para crear un mundo donde lo real y lo mítico ordenan
humorístico para exponer de manera paródica momentos históricos y relatos cruciales que han
Mexicana. A través de este modo de representación el autor manifiesta un proyecto estético, cuya
desencanto del mito nacional, la modernidad y el progreso. Méndez propone el desierto como
representación alegórica, pero no del ámbito nacional, como en el caso de la novela telúrica, la
novela regional, o la narrativa del Boom; sino que el autor chicano presenta un espacio alegórico
que funda su propia identidad y que apela constantemente a sus propias condiciones y
especificidad.
9
generación de escritores del norte que comenzaron a publicar a fines de los setenta. En esta
época se ponen a prueba los conflictos y afinidades de los nuevos narradores en relación con el
canon cuentístico representado por figuras como Juan José Arreola, Juan Rulfo, Edmundo
Valadés, y posteriormente por Elena Garro, Gustavo Sainz, José Emilio Pacheco, entre otros. En
efecto, la década de los setenta se caracterizó por el surgimiento de una rica producción de
relatos y la experimentación de las formas. Alfredo Pavón pone especial énfasis en un rasgo
general de algunos nuevos cuentistas, como Juan Villoro, Ethel Krauze y Silvia Molina, quienes
se enfocan en “[l]a recuperación del pasado para explicar las condiciones, traumáticas o
paradisíacas, del presente… (29); o bien en aquellos que retratan la ciudad como espacio
privilegiado como Cristina Pacheco, Ignacio Trejo Fuentes y Emiliano Pérez Cruz.
De forma paralela a este gran fenómeno narrativo, se gestó un gran movimiento literario
en la zona norte del país. Así como explica Pavón, “[e]n esta zona geográfica, el género breve
recupera a la provincia mexicana, el ámbito fronterizo, el desierto, la sierra, el mar, las ciudades
con su vida abigarrada y concupiscente, los pueblos aislados, los temas campiranos, las
posibilidades expresivas del lenguaje vernáculo” (24). El rescate de estos espacios es una de las
búsquedas esenciales que se puede detectar autores como Federico Campbell, Luis Humberto
Crossthwaite, Daniel Sada y Jesús Gardea. Aunque los dos últimos escogieron el paisaje
desértico para escenificar sus historias, guardan cierta semejanza con los rasgos que presentan
sus coterráneos: “El cuento del norte no siempre busca el final sorpresa ni la estructura lineal o la
donde los personajes viven en el encierro, pese a la amplitud de dicho espacio que es,
evidentemente, el hábitat de la soledad. A través de esta soledad el autor revela un inmenso vacío
provocado por la ruptura de todo vínculo entre los seres, cuya única esperanza se cifra en los
objetos de uso cotidiano. Y aunque en la obra Septiembre y los otros días, Gardea propone la
representación de un mundo con más descripciones, personajes y colores; persiste aún la soledad
y la violencia. En este mundo dominan, aunque en menor grado, las omisiones y explicaciones
satisfactorias que den congruencia a la fenomenología de los eventos. Por esta razón, el mundo
inquietante obra cuentística, el autor bajacaliforniano nos muestra un enorme grado de evolución
que se manifiesta a través de una prosa capaz de capturar al lector mediante la conversión
indistinta del registro coloquial o formal en discurso literario, pero que siempre se articula en un
tono irreverente y crítico. Sada construye sus relatos a partir de escenarios cotidianos donde la
soledad del ser humano (Escenarios del norte 52), pero siembre en el ámbito de la vida común.
soledad como una señal inevitable del paso del tiempo y el abandono.
palabra “desierto”, me encontré con la sorpresa de que el término ha transitado por distintos
11
significados a través del tiempo y de distintas prácticas culturales. Por ejemplo, en el Diccionario
tomado del lat. Desĕrtus, -a, -um, ‘abandonado’, propiamente participio de desĕrĕre ‘abandonar,
desertar’. 1.ª doc.: Princ.. s. XIII (Berceo; Santa María Egipciaca), como sustantivo…; pero es
semicultismo muy antiguo y arraigado. Cuervo, Dicc. II, 1088-9; Cej. VIII, § 33. (464). En el
Tesoro de la lengua castellana o española, desierto es el “lugar solitario, que no habita nadie ni
le cultiva. Allí se retiran los santos padres ermitaños y monjes, y en la primitiva iglesia estaba
poblado de santos… Estar una cosa desierta, no tener dueño” (690). En su Enciclopedia del
idioma, Martín Alonso menciona que Ercilla utilizó el término “desierto” en la Araucana como
Cuervo hace una amplia mención del uso del término “desierto”. Por un lago, Cuervo cita las
palabras de Antonio de Solís en Historia de la conquista de Méjico. “Reconocieron las casas que
estaban desiertas de gente, pero bien proveídas de maíz, gallinas y otros bastimentos” (1088).
Cuervo agrega que la mención fue muy recurrente en textos peninsulares desde el siglo XVI,
XVII, hasta Juan Valera y su obra Poesía y arte de los árabes, específicamente estableciendo
referencias al discurso bíblico, al mundo árabe o a la geografía del Medio Oriente. Cuervo
concluye diciendo que el término “desierto” aparece en textos que describen la experiencia de la
espacios como la selva, la pampa o los altos bosques aparecen comúnmente bajo dicha categoría,
extrema dureza, tiene escasísima vegetación o está desprovisto de ella… Los grandes desiertos se
localizan en el interior de los continentes y alrededor de los 30º latitud N y S. Ocupan parte del N
definición, sino asimismo el caso particular de la región denominada Árido América (América
árida), donde se localiza la zona desértica del norte de México. Ésta ha sido considerada
tradicionalmente una región inhóspita que se caracterizó por la existencia de grupos nómadas y
guerreros mejor conocidos como los chichimecas, cuyo gentilicio significa “linaje de perro”
México, Hers advierte que para explicar en un sentido amplio el papel que el norte de México ha
Manuel Valenzuela sostiene que “[E]l norte (mexicano), desértico por su geografía, era fértil en
espejismos y fantasías; en él, las cosmovisiones milenarias fueron sometidas por las armas de
fuego y las conversiones obligadas” (13). El desierto ha sido, sin duda, una máquina semiótica,
donde se ha generado toda clase de relatos. Valenzuela hace hincapié en aquellos mitos que
construyeron los conquistadores cuando llegaron al continente, como “portadores de una cultura
diferente a las de los pueblos nativos, por lo que la lucha armada se complementó con la disputa
simbólica en la cual los dominadores hicieron prevalecer una parte importante de sus referentes
culturales, sus mitos y fantasías” (11). Valenzuela cita como ejemplo de lo anterior la
reproducción de leyendas medievales que dieron origen a múltiples mitos como el de California:
13
“isla poblada por espléndidas amazonas comandadas por Calafia”, relato creado con base en los
California es quizás una de las evidencias más interesantes y ricas del alcance de los
mitos que se multiplicaron en la zona norte de lo que hoy es México, ya que dicha región
representaba “la magnificación del deseo de los ávidos soldados, quienes la imaginaron como un
espacio paradisíaco, abundante de bellas mujeres, oro y perlas” (11). Así, los viajes de
vivificadas por los testimonios de los soldados, quienes afirmaban haber visto maravillosas
ciudades de oro, como fue el caso de la expedición de Pánfilo de Narváez en mil quinientos
treinta y seis (12). En este mismo contexto, Miguel León Portilla menciona el caso de Álvar
Núñez Cabeza de Vaca y los otros sobrevivientes de la expedición a Florida, que dirigió Narváez
en 1528, como otro suceso más que contribuyó a la búsqueda de las ciudades doradas, cuyo
referente pudo ser un lugar conocido como Chicomóztoc o lugar de las siete cuevas, en la zona
centro de lo que hoy es México. León-Portilla agrega que Fray Marcos de Niza quedó
total de siete ciudades. De modo que al nombrarlas como Quivira, Totónteac, Tiguex y Tusayán,
Fray Marcos no sólo prolongó las ambiciones de búsqueda de oro, sino que asimismo contribuyó
Tiempo después, los relatos de este personaje llegaron a la presencia del virrey Mendoza,
quien en 1540 escogió a Vázquez de Coronado para buscar las portentosas ciudades. Sin
embargo, como afirma Charles M. Tatum, las ciudades resultaron ser asentamientos de los
Coronado set out in 1540 to seek the Seven Cities, only to find dilapidated little Indian
villages. Even the Pueblo of Acoma, situated on a flat-topped mountain, was a far cry
from the visions of streets paved with gold and jewel-laden natives that had inspired
further exploration so the Southwest after Cabeza de Vaca. Undaunted, Coronado
proceeded across the plains into Kansas in search of the Gran Quiviram another chimera
that clouded the Spaniard´s view of reality. Like the Seven Cities, the Quivira turned to
be a modest collection Indian mud huts. (Chicano Literature 2)
Álvar Núñez Cabeza de Vaca como el primer documento que describe la experiencia desértica en
importancia de las expediciones que buscaron expandir el dominio español en el norte, bajo el
mandato del virrey Luis de Velasco (1550-1564). Jordán pone singular énfasis en las campañas
de Francisco de Ibarra, Rodrigo del Río y Juan de Oñate, ya que en éstas se reflejó el gesto
racional que tenía como propósito principal, no sólo fundar ciudades a lo largo del Camino Real,
sino asimismo esclarecer el puñado de mitos que hablaban sobre la existencia de ciudades
una experiencia llena de vicisitudes. Jordán advierte que para estos arrojados hombres la zona
desierto implicaba una situación de completa ausencia, y hasta cierto punto de momentáneo
alivio. Dentro de esa soledad Jordán describe la condición anímica y física de los soldados
expedicionarios de Ibarra por la región norte de Chihuahua, después de sobrevivir a las tribus
Yaquis del territorio sonorense. “Las llanuras que se extienden al sur de Paquimé están desiertas
y heladas. Ha entrado el invierno y los soldados sufren por el viento glacial que pinta de blanco
los pastizales. Afortunadamente no hay indios (39). Lo que uno puede detectar a través del texto
letrada de Ángel Rama3, quien afirmaba que la ciudad latinoamericana, concebida desde la caída
Brasilia (1960), se había convertido en el “parto de la inteligencia” (1). La noción de desierto que
plantea Jordán se puede considerar un tropo que nombra ese espacio indeterminado, donde el
trazo urbano parece no tener sentido. De acuerdo con Vaquera-Vázquez, “[t]he image of the
desert is the opposite of that city. Where the city symbolizes progress, civilization, and order, the
desert signifies its contrasts: stasis, wilderness, and disorder. To read and write of the city and
the desert is to think the difference between the city and the country, between civilization and
barbarism (176).
Gary Keller utiliza el caso del desierto sonorense para ilustrar cómo éste se ha concebido
This has been a place of mirages or radically contradictory opinions, depending on your
access to expert local guidance. In the 1760´s Padre Ignaz Pfeffercorn found Sonora to be
a “blessed country” redolent of fertile, pastoral soil that produced incomparable plants,
choice grasses, and all kinds of beautiful herbs. Its hills and valleys were seen as shinning
with gold and silver mines. Pfeffercorn had the benefit of local guides who could speak
the range of Uto-Aztecan languages found here, although they were ignorant of the
Apache and Yuman languages. In contrast, others, left to their own devices, believe it to
be a great wasteland. Padre Luis Velarde in 1716 called it a place of “sterile lands”,
William Emory termed it a “hopeless desert” in 1857, and it was similarly described by
D.D. Gaillard in 1894. (1)
absoluta trascendencia. Se trata de un cambio de tipo geográfico que repercutió en todos los
In 1848, a monumental change occurred in the area of Mexico that is today the country´s
northwestern borderlands. The present Mexican state of Sonora and surrounding
territories including the Baja California peninsula and western Chihuahua, which had
once situated in the middle of Mexico´s vast northwestern frontier territories –more or
less in the middle of nowhere, far away from central Mexico and farther away from any
3
Rama, Ángel. La ciudad letrada. Hanover: Ediciones del norte, 1984.
16
foreign country –now found themselves sharing a border with United States, a country
that aggressively seized half of Mexico´s lands and seem poised to grab more. (xiii)
Irwin agrega que el término “frontera”, como significado de “frontier” dejó de tener efectividad
para definir una zona desértica, ya que cuando ésta quedó partida se convirtió en frontera, pero
cuyo vecino era una nación sumida en un rápido proceso de modernización, motivada por dos
hechos históricos como el Destino Manifiesto y la Fiebre del Oro de 1849. El resultado de este
significativo evento es, para Irwin, la creación de una zona de contacto cultural o “a social space
where cultures meet, clash and grapple with each other, often in contexts of highly
Éste es el centro de múltiples debates algunas literaturas del norte han abordado, como el caso de
la literatura de la frontera. Sin embargo, salvo el caso de Miguel Méndez, por su cercanía a la
literatura chicana, y pequeño asomo literario de Ricardo Elizondo, la literatura del desierto no
recurre a esta problemática con la frecuencia que podría pensarse, o por lo menos la frontera no
En un interesante ensayo, Víctor Zúñiga sostiene que el norte mexicano ha dado origen a
“imágenes, conceptos, leyendas, prejuicios, posturas, defensas y muchas otras mañas humanas al
servicio de la necesidad de definir” (18). Zúñiga entiende la enorme importancia que implica
recabar todo este cúmulo de estereotipos, ideas y mitos con el fin de recrear la óptica particular
bajo la que se ha filtrado este grupo de “prácticas y productos” que han caracterizado este gran
fenómeno llamado norte de México. Para Zúñiga, los arquetipos del norte han generado un
número considerable de expresiones que van desde el corrido, la leyenda y hasta las
(18). En el marco de los estereotipos que definen el norte del país, Zúñiga advierte que dominan
aquellos personajes de baja elaboración conceptual que aparecen en películas comerciales, como
los hermanos Almada y Rosa Gloria Chagoyán4. Zúñiga los describe como “sujetos de baja
director del Instituto Nacional de Bellas Artes. Sin embargo, son precisamente estas figuras de
prestigio intelectual o “personas con mucho poder de definición”, los representantes de la cultura
dominante del centro que se han encargado de definir el norte no sólo como desierto geográfico
sino también como cultural. Para ilustrar su argumento, Zúñiga cita el ejemplo de La tormenta
Quien haya recorrido la sierra de Puebla, la meseta de Oaxaca, ya no digo del Bajío y
Jalisco, comprenderá en seguida la impresión del mexicano del interior cuando avanza
hacia el Norte. Todo es barbarie, mientras se llega a Nueva York, donde ya cuajó una
cultura distinta de la nuestra, pero al fin cultura. El sur Yaqui con su tradición francesa
fracasada en Louisiana, y su aristocracia contagiada culturalmente del negro, es en todo
inferior a lo que ha existido en Anáhuac como centro, y Guatemala y Durando, acaso
Saltillo como extremos. (19).
De este fragmento parte la idea de que el norte se define a partir de tres modalidades: Como No
man´s land, desierto como carencia y desierto como barbarie. “No man´s land o desierto de las
almas en un doble sentido: territorio vacío por un lado, territorio que separa dos culturas por el
otro”. Es un espacio vacío, donde “sólo hay débiles huellas del paso de alguna cultura. Si es que
de nadie es de cualquiera, por eso es una zona en la que todo se adopta” (19), es decir, cualquier
práctica se vuelve una mera imitación. Zúñiga, hace hincapié en que este territorio “separa dos
civilizaciones, dos modos de ser humanos. No los divide, los separa, no permite la emergencia de
4
Estos personajes dominaron durante las últimas dos décadas del siglo XX un formato de cine que se
caracteriza por temas como la violencia, el narcotráfico, etc.
18
mediante “la gradualidad cultural” (20). Finalmente, el desierto como barbarie es la materia
prima que ha sostenido “los arquetipos cinematográficos, cómicos y legendarios –el norteño
bruto, pero noble”. Esta idea plantea al sujeto de la región como primitivo.
propone la correspondencia entre el valor del gaucho y las características del terreno. Esta
relación no aparece, salvo en contados casos, en las obras de la literatura del desierto. Nuestros
autores, aun bajo sus diferentes enfoques, proponen una retórica para reevaluar la infinita
narrativa que se ha gestado a lo largo de más de cinco siglos sobre un espacio tradicionalmente
liminar y salvaje.
Aunque solamente en dos de las obras se contempla la noción de frontera, esta literatura
buscan la disolución de todo ese conjunto de mitos y datos históricos; pero en cambio, sí
negocie constantemente las nociones que han fundado este gran territorio, donde se continúe con
el gran debate que los ha impulsado a escribir, y así se escuche por todas partes esa voz en el
desierto.
19
CAPÍTULO II
Setenta veces siete (1987) del escritor neoleonés Ricardo Elizondo Elizondo y La sierra y
el viento (1977) del sonorense Gerardo Cornejo Murrieta son novelas que ocupan un lugar
especial dentro de la literatura del desierto debido a una serie de factores, entre los cuales
destacan la distancia temporal entre los eventos (ficcionales) narrados y sus respectivas fechas de
publicación5, así como el modo en que dichas obras escenifican sus respectivas historias dentro
de la transición del siglo XIX al siglo XX, reapropiándose en distintos grados de modelos
Con respecto a Setenta veces siete, se trata de una narración con una clara tendencia a
Esta prosperidad tiene su mayor obstáculo en la decadencia familiar provocada por la ingratitud
filial. Mediante esta revisión del pasado, la novela de Elizondo proyecta la posibilidad de un
regional sobre la esfera de lo nacional. Para establecer dicha propuesta, esta obra dialoga en
5
Elizondo, nacido en 1950, publica en 1987 Setenta veces siete, cuya historia se ubica entre 1866 y 1935.
Por su parte, Cornejo, de 1937, publica en 1977 La sierra y el viento, situada alrededor de 1930.
20
la post-revolución, de modo que para clarificar su postura, el autor hace uso de una forma
particular de contar que se relaciona con el Bildungsroman o novela de aprendizaje, pero sin que
conjunto de estereotipos que presentan al norte mexicano como refugio del capitalismo
dependiente o bien, de acuerdo con Víctor Zúñiga, como un “desierto cultural” (“El norte de
México como desierto cultural” 18-23). Lo que es indudable es el contraste entre las novelas de
Elizondo y Cornejo, y obras como Crónica de un país bárbaro (1955) de Fernando Jordán,
campaña de Chihuahua: 1892. Relación escrita por un testigo presencial (1893) de Heriberto
como Blood Meridian (1985) y All the Pretty Horses (1992) de Cormac McCarthy, ya que en
todos estos textos el norte mexicano se representa como un lugar agreste y violento.
Ahora bien, es también importante señalar cómo las condiciones de escritura de ambas
novelas coinciden en la medida en que se trata de proyectos literarios instalados a finales de siglo
XX. Lo cierto es que al examinar el contexto que alberga los relatos de Elizondo y Cornejo, da la
impresión de que en las culturas del norte mexicano a finales de siglo XX existe una enorme
necesidad de legitimar, tanto la noción de espacio y la historia del mismo, como los límites de la
práctica literaria. Por ello, como parte de la literatura del desierto, Setenta veces siete y La sierra
Humberto Félix Berumen, las literaturas de provincia, especialmente del norte, experimentaron
notable cambio que experimentaron las sociedades del norte mexicano a finales de siglo XX,
empresas maquiladoras en las ciudades de la frontera norte; la creación del Programa Cultural de
las Fronteras, como un esfuerzo del presidente Miguel de la Madrid durante la década de los
descentralización del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, suceso que derivó en la
Humberto Félix Berumen analiza la situación de la literatura del norte de México a finales de
siglo XX, así como una de sus preocupaciones fundamentales: la frontera. Ésta se plantea como
un objeto de reflexión que ocupa en la actualidad el “centro de los debates teóricos. Como quizás
encontrar la clave para explicarse los fenómenos socio-culturales del mundo contemporáneo”
Por otra parte, Setenta veces siete y La sierra y el viento guardan una particular relación
con obras que han dado forma al imaginario nacional desde la post-revolución, hasta aquello
denominado por Roger Bartra como “condición postmexicana”. Esto es debido a que ambas
narraciones se encuentran ligadas a épocas históricas de gran importancia, ambas obras fueron
publicadas hacia finales de siglo XX. Más allá de sus diferencias, en ambas obras el conjunto de
22
sucesos representados así como sus cambios significativos se proyecta como la materia que
sustenta la exaltación nacionalista en el discurso de una serie de figuras del campo intelectual
mexicano como Samuel Ramos, Octavio Paz y José Vasconcelos, entre otros. Por esa razón,
considero que una de las condiciones esenciales para justificar la representación espaciotemporal
en novelas como Setenta veces siete y La sierra y el viento, involucra un profundo diálogo con
un grupo de obras como El perfil del hombre y la cultura en México, El laberinto de la soledad y
La raza cósmica.
El perfil del hombre y la cultura en México de Samuel Ramos, por ejemplo, se enfoca en
analizar el modo de ser del mexicano, pero también en una búsqueda identitaria cuyo balance se
cultura mexicana, la cultura universal hecha nuestra, que viva con nosotros, que sea capaz de
expresar nuestra alma” (95). Ramos postula la conciencia como instrumento de “introspección
necesidad de rescatar la relación entre hombre y su cultura, define el discurso de Ramos como el
“transformó a México, lo hizo otro” (56), es el suceso que lo incorporó al orden mundial, y al
mismo tiempo, lo transformó en el país de la soledad: “Estamos al fin solos, como todos los
hombres… Somos, por primera vez contemporáneos de todos los hombres” (175). La dialéctica
de la soledad, al mismo tiempo que implica ruptura, expresa comunión. Ruptura entre pasado y
presente, y comunión para traer de nuevo el pasado hacia el presente. De tal manera que el
presente es, hasta cierto punto, una reconstrucción del pasado. En ese presente, Paz postula la
nueva identidad contemporánea del mundo moderno, la identidad nacional. Ruy-Sánchez resume
23
las reflexiones de Paz acerca de la identidad al afirmar que “[T]he Labyrinth of Solitude is the
answer to two basic questions: What does it mean to be Mexican in the twentieth century? What
Entre las obras de estos pensadores y las novelas de Elizondo y Cornejo hay, a mi
entender, un espacio común. Este espacio involucra una gran reflexión sobre la transición de
una transformación regional premoderna hacia la modernización del siglo XX, aunque sólo el
veces siete que “las gentes eran las mismas, uno que otro rubio ojos color de hielo, uno que otro
indio color de piano, los demás mezcla de aquí y de allá” (26), no sólo se realiza una mera
descripción, sino que esta cita articula una reafirmación de lo que Vasconcelos propuso como
paulatina a la modernidad implican un punto de contacto con la identidad que propone Ramos en
caso de La sierra y el viento, a pesar de las vicisitudes, la posesión final de la tierra, sin la
felizmente al espacio nacional. Los espacios de ambas novelas se vuelven, como diría Paz,
En ambos casos, los sucesos históricos citados en las novelas de Elizondo y Cornejo, son
hasta finales de siglo XX. Estas reflexiones dieron forma a un carácter nacional, cuyo punto de
sistema político mexicano construyó una forma de identidad basada en un mito nacionalista
sistema político a partir de 1968 y hasta el fin del siglo XX. Mientras que para Paz y Ramos el
“ser mexicano” es una relación entre sujeto y cultura, en La jaula de la melancolía, Bartra afirma
que El “‹‹ser mexicano›› no es más que una serie de lugares comunes e ideas-tipo que desde
antiguo la cultura occidental se ha forjado sobre su sustrato rural y campesino” (La jaula de la
melancolía 47).
Sin embargo, pese a que Elizondo y Cornejo publican sus obras desde un momento
histórico postmexicano, también parece evidente que sus novelas no son solamente un gesto de
evasión nostálgica con respecto a la condición postnacional, sino que al mismo tiempo son la
exaltación del nacionalismo postulado por Paz, Vasconcelos y Ramos. Con la única excepción
que este nacionalismo se traduce en una modernidad regional en Elizondo, y que ambas obras
de acuerdo con el discurso cultural dominante del centro. Habrá quien se atreva a afirmar que
Elizondo y Cornejo intentan rescatar una condición espacio-temporal que se ha perdido en algún
lugar de la historia o que quizás nunca ha existido. Sin embargo, es innegable que ambos se
atreven a experimentar con un modo de contar que parecía haber clausurado una serie de
preocupaciones sobre el “otro México”, el espacio desierto transitado por los bárbaros del norte,
injustamente reducido a “La gran Chichimecatl”, según Marie-Areti Hers y José Luis
A través de su novela Setenta veces siete, Ricardo Elizondo manifiesta una postura
singular con respecto a la zona norte de México durante la transición del siglo XIX al XX. Para
lograr dicho propósito, el autor selecciona una serie de datos históricos, y de esa manera, su
época en cuestión. El mismo autor comenta la naturaleza de dicha representación al decir que
enfocar toda su energía en el futuro y dejar de recordar el pasado (Fundación de los pueblos de
La novela presenta la historia de los Villarreal y los Govea, familias de Charco Blanco y
algún lugar cercano a la frontera entre México y los Estados Unidos, en los estados de Nuevo
León o Tamaulipas. Ambas familias se unen por el matrimonio de Cosme Villarreal y Carolina
Govea, quienes forman el eje de la obra. Por su parte, los dos hermanos de Carolina, Ramón y
Agustín, parten de su pueblo natal para buscar fortuna y, después de un tiempo, logran fundar
una de las más prósperas empresas comerciales de la región fronteriza (Govea BROS.), del lado
norteamericano, en Carrizales.
Al comienzo de la obra se describe una época de paz y prosperidad durante las dos
últimas décadas del siglo XIX. “Ahora era diferente, el gobierno central estaba comandado por
un hombre aguerrido, el general Díaz, quien como militar había metido en cintura a los bandidos
26
y a los apaches del norte, por eso se sentía un aire de paz, poco a poco los caminos dejaban de
tener bandoleros y ya eran varios los inviernos que los indios no molestaban” (14). Los datos de
la cita anterior guardan notable cercanía con respecto a una serie de referentes históricos. Por una
parte, es correcta la mención al régimen de Porfirio Díaz, quien años atrás había sido nombrado
jefe militar del grupo insurrecto que desconociera al entonces presidente Sebastián Lerdo de
Tejada6, a través del llamado Plan de Tuxtepec (1876). Además, dicha época coincide con una
serie de datos históricos: De acuerdo con José Luis García Valero, durante la penúltima década
del siglo XIX llegó el ferrocarril a los estados del noreste de México7 (Nuevo León), y mientras
que la población de este estado creció desde 129,626 a 189,722 durante 1848 a 1874; en cambio,
a partir de éste último año a 1887 ocurrió un notable crecimiento demográfico, hasta alcanzar la
cifra de 244,938 habitantes. De esta manera, los referentes históricos mencionados y la ficción
comparten la noción de que en la sociedad del noreste mexicano se gestó la firme idea de que
Porfirio Díaz llevaba a cabo con éxito la construcción de un Estado nacional moderno (Nuevo
Ahora bien, el comentario sobre las invasiones del norte es parcialmente acertado. En
realidad se trata del ocaso de las campañas comanches a lo largo del norte mexicano desde la
frontera hasta regiones de los actuales estados de Zacatecas y San Luis Potosí durante los meses
de julio a marzo y en invierno (Nómadas y sedentarios del norte de México 675-76), pero que,
efectivamente, durante un tiempo se habían presentado como invasiones de lipanes, una facción
de las tribus apaches, en combinación con los comanches (Nuevo León. Textos de su historia
342-361). En este sentido es importante señalar que sólo al principio de la novela, el narrador
6
Entre otras críticas hacia el gobierno de Lerdo de Tejada, el Plan de Tuxtepec censuraba el corte
presupuestal de los estados fronterizos del norte para sostener las guerras contra los bárbaros.
7
Se menciona en la obra: “El tren de México a Estados Unidos llegó a Carrizales en 1881” (Setenta veces siete 31).
27
menciona, como parte de un “pasado” no muy lejano, los ataques constantes desde el norte, los
estados fronterizos, como Nuevo León, Coahuila, Chihuahua, etc. “Viven los pueblos en zozobra
perpetua. No hay seguridad de los bienes ni de la vida. Los hogares, los campos y los caminos,
no están exentos de la terrible amenaza… En los desiertos se ven los carros y carretas
abandonadas por sus ocupantes que fueron muertos u obligados a huir” (Nuevo León. Textos de
su historia 353-54).
tiempo reproduce una peculiar condición de aislamiento inicial, de modo que por momentos, da
Unidos. Por una parte, resalta el hecho de que poblaciones como Carrizales y Carrizalejo, no
obstante ubicadas en la zona fronteriza, de acuerdo con la ficción, aparezcan como sociedades
sin Estado (no hay jefe político ni ejército). Además, pese a la cercanía entre el presente narrado
y la guerra entre México y Estados Unidos, así como la firma de los Tratados de Guadalupe
Hidalgo en 1848, impera en esta parte de la obra una vaga conciencia de lo que debiera ser una
Carrizales y Carrizalejo, ahora divididos por un río que deslindaba países, tenían un
mismo origen: la antigua misión franciscana. Al momento de arribar los dos hermanos
(Agustín y Ramón), no hacía ni cincuenta años —allá por mil ochocientos cuarenta y
tantos— la decisión de lejanos gobiernos había puesto una línea divisoria a mitad de la
corriente del río, línea que en la práctica se resolvía en pagar impuestos a diferente
patrón. Las propiedades e ingresos de Carrizales pagaban tasa a Estados Unidos, todo lo
de Carrizalejo a México. (25-26)
ser el resultado de una notable ineficacia o quizás de un olvido deliberado. Lo cierto es que en
28
este pasaje se entiende una situación particular que involucra la presencia polémica de la esfera
Es evidente que a través de su relato Ricardo Elizondo propone una revisión del pasado,
sobre todo con respecto a los valores históricos y a los mitos que han definido el norte mexicano
específico del Porfiriato, en este caso como la posibilidad de paz y prosperidad, es el elemento
detonante que el autor utiliza para lograr un objetivo mayor. La novela Setenta veces siete no
desmitifica, sino que retoma un mito como es el del progreso decimonónico. En este caso parece
La selección de referentes aparece más bien como un ejercicio intelectual dotado de sentido, en
tanto que no se trata de un escritor ajeno a la historia de su región. Como ejemplo de lo anterior
bastaría con mencionar que Elizondo ha contribuido a la formación del acervo histórico sobre el
noreste mexicano a través de su obra Fundación de los pueblos de Nuevo León y Pliegues en la
Decir que Setenta veces siete es tan sólo una narración que recrea un fragmento del
pasado mexicano sería una forma de limitar un proceso de escritura. En esta novela hay una serie
acontecimientos históricos en la ficción, y por lo tanto, una postura singular con respecto a la
historia y a sus protagonistas. Esto explica en gran medida un proyecto literario interesante y
Domínguez afirma que se trata de una “una novela tradicional” (10), mientras que Miguel
29
Rodríguez Lozano sostiene que dicha obra fue escrita dentro de “una tradición más ligada a las
obras del siglo XIX que a la exploración formal” (Escenarios del norte de México 128). Frente a
ambas afirmaciones se puede decir que, ciertamente, la novela de Elizondo recoge varios
aspectos de la tradición del siglo XIX a través de una narración con “historias lineales relatadas
desde un narrador que cuenta y observa todo” (128). Sin embargo, Setenta veces siete dialoga de
la novela histórica latinoamericana contemporánea con base en un estudio sobre cuatro novelas8.
Para Elmore las obras que componen el corpus de la novela histórica comparten un espacio
género se ha encargado de explorar épocas cruciales del pasado, pero también de cuestionar el
modo en que dichos momentos han sido representados, por esa razón, Elmore advierte que este
Benedict Anderson, agrega que “[l]a propuesta de visiones alternativas del pasado cuestiona a las
imágenes y los relatos que permiten la integración de los individuos en el dominio abarcador de
lo nacional…;”. (12). En este caso, aunque, como ya se ha dicho, Elizondo propone una visión
8
El siglo de las luces (1962), de Alejo Carpentier; Yo el Supremo (1974), de Augusto Roa Bastos; La
guerra del fin del mundo (1981), de Mario Vargas Llosa; así como El general en su laberinto (1989), de Gabriel
García Márquez.
30
alternativa del pasado en el norte de México, llama la atención que su obra refleja por momentos
una gran ausencia de la esfera nacional, o por lo menos ésta se encuentra supeditada a la visión
idílica y aislada de lo regional. Para ello debemos recordar que en uno de los espacios principales
Carrizales. Vino después la guerra de Independencia y luego consumada ésta, las luchas entre
Carrizalejo para ver a sus hijos, don José Govea expresa una idea particular sobre ambas
poblaciones y, sobre todo acerca de la frontera que en teoría las divide. “[P]ero las gentes eran
las mismas, uno que otro indio color de piano, los demás mezcla de aquí y de allá. Los habitantes
de ambos pueblos cruzaban sin más la línea que aunque clarísima por los mapas, era
perfectamente invisible en la realidad”. (26). En este contexto, causa aún más sorpresa que a
integración del espacio novelado a la modernidad no termina por definir del todo la esfera
nacional, o por lo menos en un intento de trascender el plano regional la obra se dirige a espacios
Cuando se cuenta que los hermanos Govea fundan en la frontera una de las empresas más
que la zona había experimentado una condición de barbarie y abandono, y al mismo tiempo se
genera en la familia Govea (Ramón, Agustín y Virginia) un afán de modernizar y así contribuir a
31
las grandes ciudades, en Virginia, esposa de Agustín, se da a través de una práctica social, acorde
a su experiencia personal: la moda femenina. La señora Govea se dedica a comercializar las más
novedosas muestras que definen la experiencia femenina en lo que ella entiende como las
principales ciudades del mundo. En el momento en que Virginia reubica su tienda para el público
femenino de la alta sociedad, no sólo realiza una estrategia comercial, sino que propone la
edificación de una tienda típica de las capitales más modernas del mundo. “(Virginia) Encargó
maderas, espejos, tapetes y vidrios, eligió telas para cortinas y tapicería de paisajes al óleo y algo
muy novedoso, iluminación y ventilación eléctrica, igual que en las tiendas de Nueva York,
experiencia moderna en un punto de la frontera. Ella es el vínculo más eficaz entre Carrizales y
la modernidad, en este caso representada por Nueva York, aún en el plano textual, es decir, a
través de las revistas sobre moda. Aquí resalta el hecho de que la Ciudad de México, como
centro de poder político, económico y social, ni siquiera se mencione. Del resto de México se
dice poco en comparación a otros lugares en la Unión Americana, como el caso de San Antonio
de Béjar, mejor conocido como San Antonio, Texas, Nueva Orleáns, Louisiana, lugar a donde
llega Carlos Nicolás, o bien Washington DC., última residencia de Ramón Govea y su familia.
Por esa razón, resulta difícil hablar de una condición explícita de lo nacional en Setenta veces
enfocarse al norte, donde todos los personajes, de un modo u otro, experimentan lazos fuertes en
Menton, citando a Anderson Imbert, señala que las novelas históricas son aquellas “que cuentan
una acción ocurrida en una época anterior a la del novelista” (33). Así mismo, el crítico establece
una cronología para la novela histórica latinoamericana, desde su inicio en 1949 con la
publicación de El reino de este mundo de Alejo Carpentier, hasta 1992. Dentro de este período
Menton enumera una serie de obras dividiéndolas entre “nuevas novelas y novelas tradicionales”
(10-27), y para la segunda categoría propone una fecha inicial en 1979, en la cual también se
inaugura una profunda relación entre la NNH y el fenómeno del Boom latinoamericano. De
acuerdo con Menton, Setenta veces siete pertenece al ciclo de “novelas tradicionales”, no
obstante su fecha de publicación en 1987, y su íntima relación con la novela del Boom. Por esa
razón él mismo aclara que en algunos casos dichas categorías son debatibles (15).
En este mismo contexto, el crítico propone seis características para distinguir la NNH de
aquellas novelas históricas consideradas tradicionales. Cito algunos de estos rasgos sin recurrir a
ningún orden específico. Por un lado se menciona el aspecto desmitificador de dichas obras, lo
cual, en el caso de Setenta veces siete refleja una condición especial, ya que, si bien es cierto,
esta novela puede postularse como un claro cuestionamiento sobre los mitos esenciales que
definen al norte de México, su autor decide retomar el mito del progreso porfirista, sin romper de
manera total con los estereotipos de barbarie y violencia que definen dicho territorio. Por
dicho conflicto con otro significado. De modo que en este caso Elizondo presenta un proyecto re-
mimética de cierto período histórico a la presentación de algunas ideas…” (42), lo cual explica la
33
cercanía afectiva del autor con respecto al Porfiriato, con una visión claramente distinta de
aquella formada por el discurso histórico convencional. Así la reproducción de los hechos
históricos queda en segundo plano con respecto al propósito literario de Elizondo, es decir,
reelaborar un fragmento del pasado fronterizo. Con el propósito de ilustrar más claramente estas
dos características con respecto a Setenta veces siete, cito un pasaje donde aparece lo que debiera
la novela como un acto convulso, resumido como una efímera revuelta de maleantes.
Probablemente bastaría con decir que los escándalos que los supuestos revolucionarios
traen consigo nunca ponen en peligro las vidas ni el bienestar de los protagonistas de la obra.
capitán Alfonso Corona, de quien no se sabe su bando y sólo se dice que “[l]legó a jefe por
pescaran el dedo” (122). Lo anterior expone, por una parte, al movimiento armado como un
suceso confuso y caótico en la región, pero sobre todo, resalta la descripción de Corona en
contraste con las características tradicionales de los héroes revolucionarios, es decir, el valor y la
ferocidad notablemente alejados de todo gesto de astucia política, como pudiera ejemplificarse
34
Azuela.
De acuerdo con la novela, el único recuerdo dejado por Corona en Charco Blanco es una
“niña pequeña, medio flaca y derrengada” (123) llamada María Rosa, quien, a pesar de no
encajar con las prácticas de su nueva familia adoptiva (Carolina y Cosme), se convierte en una
figura de más peso que el mismo capitán revolucionario, a medida que avanza la narración, y
hasta el final de la misma. El dato anterior es interesante en la medida que contradice los relatos
populares sobre la idea de que los revolucionarios raptaban mujeres y robaban cuanto podían. En
este caso, el líder revolucionario realiza un acto inverso, el cual a largo plazo trae felicidad, tanto
Además de lo anterior, considerando el hecho de que hay una evidente relación entre el
conjunto de referentes históricos y la ficción de Setenta veces siete, sobre todo por tratarse de
una novela sobre el norte mexicano, llama la atención la manera en que Elizondo representa un
suceso tan importante como la Revolución Mexicana para el imaginario de la sociedad norteña.
Los fragmentos anteriores parecen plantear la idea de que el movimiento armado fue en el
espacio novelado sólo un asalto desordenado y fugaz de bandidos, el cual curiosamente trajo
menos desgracias que la epidemia de poliomielitis o “fiebre tullidora” (73), pero principalmente
con efectos significativos muy distantes, si no es que opuestos, a la versión del discurso histórico
oficial, es decir, una trascendencia que solamente incumbe a la familia Villarreal-Govea hasta el
condición extrema sería, “el palimpsesto o la re-escritura de otro texto, como La guerra del fin
mundo alucinante (1969) de Reinaldo Arenas, re-escritura de las Memorias de Fernando Santa
Teresa de Mier…;” (44). En este sentido, la obra de Elizondo no es la reescritura concreta de una
obra precedente, como en los ejemplos citados. Lo más cercano a ese tipo de interxtualidad es
una profunda relación entre Setenta veces siete y obras del Boom, como Cien años de soledad.
Este íntimo diálogo entre la obra de Elizondo y la de Gabriel García Márquez se da de manera
evidente a través del manejo de los personajes, tal y como se observará más adelante.
Con base en todo lo anterior da la firme impresión de que Ricardo Elizondo propone un
imaginario existente, mediante una versión alternativa del pasado hecha ficción, pero, sobre todo,
afirma que en el plano social el mito tiene una función integradora de manera muy similar a
Esta elaboración mítica en Setenta veces siete se compone de elementos como la modernidad, el
progreso y la paz social, y sin afán de forzar la lectura, se diría que es parte de un proyecto
fundador que aparentemente comparte preocupaciones comunes con el resto de la literatura del
desierto.
Una de las primeras impresiones que deja la lectura de Setenta veces siete es su enorme
semejanza con la novela del Boom. Este hecho resalta al vincular algunos rasgos entre los
Gabriel García Márquez. Lo mismo sucede al señalar algunos objetos cotidianos y las prácticas
que se realizan alrededor de éstos, y sus posibles contrapartes en Cien años de soledad y Como
agua para chocolate: Novela de entregas mensuales con recetas, amores y remedios caseros
(1989) de Laura Esquivel9. En la medida en que la figura de la mujer se presenta como la piedra
angular en Setenta veces siete, se puede entender una preocupación compartida con la novela del
Boom en su visión retrospectiva con respecto a la saga familiar del siglo XIX. Esto se debe a que
cual significa para Doris Sommer el modelo de consolidación donde se originan los ideales
nacionales de la novela decimonónica (22). Sin embargo, lo que distingue plenamente la novela
de Elizondo y el Boom, es que en ésta se cuestiona aquello que Sommer denomina como la
resistencia y parodia del Boom sobre el romance nacional, y más específicamente del progreso
del siglo XIX (19). En el caso de Setenta veces siete se contempla con fervor la posibilidad de la
prosperidad, cuya principal amenaza es la decadencia del linaje Villarreal-Govea, provocada por
una fuerza descriptiva excepcional…, el interés del autor por abarcar el mundo femenino desde
la experiencia interna de los personajes logra una narrativa que se desprende de una visión
cerrada y unitaria” (132). Así mismo, ambas cumplen con una serie de funciones en la historia a
9
Es necesario aclarar que la novela de Esquivel fue publicada dos años después que Setenta veces siete.
37
través de prácticas específicas, sobre todo en el ámbito doméstico, de modo que dichos
decimonónica mexicana. Según Bárbara Ann Bockus, “[S]on restringidas las posibilidades que
tenemos de conocer bien a la mujer mexicana que vivía en el campo en el siglo XIX, porque éste
era una región del país que se descuidó entonces política, económica y culturalmente” (81); sin
imágenes comunes de la mujer llena de bondad, resignada, modesta y hasta cierto punto como
elemento decorativo (82), de manera semejante a la novela del Boom, como, por ejemplo, Cien
años de soledad. Ahora bien, este paralelismo entre figuras no se da de manera exclusiva ni
absoluta. Hay personajes de Elizondo que poseen correspondencia con dos o quizás más
Carolina Govea aparece al principio de la narración como una mujer dedicada al hogar,
específicamente a su padre, don José Govea, viudo de avanzada edad. Tanto su apariencia física,
tipo, pero quizá “no como un carácter, sino como una imagen decorativa” (82). Además, pese a
descripción de notable extrañeza. “Carolina Govea llegó llevando hasta el corredor olor a telas
limpias y asoleadas, vestida de muselina parecía cascada de espuma de sal, toda de blanco, desde
el zapato hasta la cinta que sostenía el pelo, saludó con los ojos bajos y de la misma forma
ofreció y sirvió refresco” (21). Aquí existe un notable paralelismo entre Carolina y dos
personajes de Cien años de soledad. Uno es Remedios la bella durante su ascensión, y el otro se
En el primer caso, Carolina Govea y Remedios, la bella, comparten la imagen de las telas
blancas, la primera en sus vestiduras, la última junto a las sábanas en movimiento durante su
Apenas habían empezado, cuando Amaranta advirtió que Remedios, la bella, estaba
transparentada por una palidez intensa... Fernanda sintió que un delicado viento de luz le
arrancó las sábanas de las manos y las desplegó en toda su amplitud. Amaranta sintió un
temblor misterioso en los encajes de sus pollerines y trató de agarrarse de la sábana para
no caer, en el instante en que Remedios, la bella empezaba a elevarse. Úrsula, ya casi
ciega fue la única que tuvo serenidad para identificar la naturaleza de aquel viento
irreparable, y dejó las sábanas a merced de la luz, viendo a Remedios, la bella, que le
decía adiós con la mano, entre el deslumbrante aleteo de las sábanas que subían con
ella…, (250)
Esa misma blancura de Carolina posee un gran parecido con la visión de Fernanda del Carpio a
temprana edad. “Siendo muy niña, una noche de luna, Fernanda vio una hermosa mujer vestida
de blanco que atravesó el jardín hacia el oratorio. Lo que más le inquietó de aquella visión fugaz
fue que la sintió exactamente igual a ella, como si se hubiera visto a sí misma con vente años de
anticipación. ‹‹Es tu bisabuela, la reina››, le dijo su madre en las treguas de la tos” (218).
principio de la novela que era “la pura bondad sin pensamiento, vivía sumerja en un lugar de
fragancias donde la peste del mundo no existía… Sabía cosas tan simples como imitar la forma
en que las gallinas buscan su comida o interpretar en el canto de las palomas, la frase que
incesantemente repetían” (19). Dicho estado de aparente pureza en Nicolasa establece un notable
vínculo con la descripción que se hace de Remedios, la bella, en su pubertad. “En realidad,
Remedios, la bella, no era un ser de este mundo. Hasta muy avanzada la pubertad, Santa Sofía de
la Piedad tuvo que bañarla y ponerle la ropa, y aun cuando pudo valerse por sí misma había que
vigilarla para que no pintara animalitos en las paredes con una varita embadurnada de su propia
caca” (209).
39
arduo, y por ello, dedicada en cuerpo y alma a ayudar a Cosme en todo tipo de labores. Como
ejemplo, cito la siembra, cosecha y la molienda de la caña, aun cuando “Colasa” comienza a
quedarse ciega.
En este fragmento, parece más que evidente el paralelismo entre Nicolasa Villarreal y Úrsula
manera.
contraste entre Carolina Govea y Nicolasa Villarreal. Mientras que la primera se define
sobrenatural. Sin embargo, hay un dejo de extrañeza en las descripciones sobre Carolina,
40
mientras que en las actividades de Nicolasa se encuentra presente el elemento religioso mezclado
con la superstición.
Con respecto a los objetos cotidianos, así como el manejo de éstos a lo largo de la obra de
elementos que complementan la función del personaje: un mantel blanco bordado con hilo
blanco y un cuaderno dividido en cuatro partes10. Por una parte, hay una relación de reciprocidad
entre objetos y personaje, en tanto que las prácticas cotidianas de Carolina tienen un efecto
significativo sobre este par de objetos, cuya existencia, al mismo tiempo, interviene en la
realidad de Carolina y los demás personajes. En ese sentido, quizás la relación más importante
sea la significación del cuaderno y –especialmente- del mantel como elementos cuyas
apariciones son esenciales, desde el inicio de la narrativa familiar, hasta la decadencia y final de
la estirpe Villarreal-Govea; pero, sobre todo, debido a que este par de objetos poseen una clara
referencia en objetos con función similar en la novela Cien años de soledad, como es el caso
específico de los manuscritos “empastados en una materia acartonada y pálida como la piel
bordando su nombre con hilo blanco sobre un mantel blanco, fechado en 188611. Mediante este
acontecimiento, Carolina, “la blanca”, inaugura la historia familiar que habrá de concluir con la
10
Miguel G. Rodríguez Lozano señala que no es mera coincidencia el hecho de que Setenta veces siete y el
cuaderno de Carolina Govea estén divididos en cuatro partes o cuatro tiempos (Escenarios del norte de México 133).
11
La fecha es importante debido a que de 1886 a 1935 se da un período de 49 años. Esta cifra aparece en varias
ocasiones en la novela de Elizondo, por ejemplo cuando Nicolasa mezcla las fórmulas de los remedios caseros siete
veces siete, representando “siete veces los siete dolores de la Virgen “(47).
41
mención del mismo mantel, en la última página de la obra, de manera muy similar a la función
que cumplen los pergaminos de Melquíades. Sin embargo, es Carolina quien también comienza a
Carolina encargó a Blas, el del comercio, un cuaderno de cuatro manos, de los mejores
que haya don Blas, que tenga hojas resistentes y las pastas de cartón grueso… Tan pronto
recibió el cuaderno lo dividió en cuatro partes, Cocina, Campo, Remedios y Otros. Todas
las tardes con su cuaderno bajo el brazo, iba con las vecinas a pedir recetas y remedios.
Las hojas en blanco comenzaron a llenarse de guisos de calabaza y elote, de borrego con
tomillo, de arroz con papas y pasas, de turcos, semitas y pan de boda….Apuntó que el
estafiate en ayunas saca la lombriz, que los retoños de carrizo hervido son para granos en
la cabeza… En el apartado de Campo vació prácticamente lo que su padre sabía sobre
animales y sembradíos… El apartado de Otros, que era el más abundoso, crujía con
métodos para curtir cueros, para saber si el agua era dulce o gruesa… (23-27)
anunciar en gran medida la forma narrativa que más tarde habría de presentarse en Como agua
para chocolate: Novela de entregas mensuales con recetas, amores y remedios caseros. En este
caso, es interesante la relación, ya no entre personajes ni entre sucesos de una obra a otra, sino
que dicho vínculo se establece entre un objeto (un texto) en el interior de la novela de Elizondo y
una obra posterior. Dicho sea de otro modo, la novela de Laura Esquivel bien pudiera ser
novela de Elizondo, por una parte porque se trata de un compendio de conocimientos específicos
sobre actividades definidas, concentradas a través del tiempo para crear una narrativa personal y
con el afán de trascendencia colectiva. La vida de Carolina Govea está inscrita a lo largo de sus
páginas, como un relato de prácticas que la identifican como mujer provinciana y ama de casa.
Por otro lado, en un sentido inverso, el cuaderno representa un modelo de escritura, cuya lectura
42
personaje, es decir, la hechura de platillos, remedios, etc. Carolina posee un texto que convoca
elementos tradicionales y los renueva en cada acto de creación, como principio de un mito
familiar. De entre las cuatro partes que componen el cuaderno, resaltan las secciones referentes a
la cocina y, especialmente, la de remedios. Uno de los remedios que más llama la atención es el
jarabe a base de miel que prepara Nicolasa Villarreal para curar la tos de Crispín, empleado de
Melisa, gordolobo, raíz de perro, hojas de sauce, bolitas de pirul y otras más que sólo ella
sabía. Ya en su casa, a unas las dejaba secar, a otras las tostaba y a otras más las
machacaba en el metate. Luego, midiéndolas por puños y por medios puños, las metía en
saquitos de manta con una piedra bola bien limpia, santiguaba el atado y los sumergía
dentro del jarro con miel, cubría éste con una tapa y sellaba las junturas con mezcla de
cal. Por último un trozo de carbón, le ponía fecha. Dejaba cada jarro tres noches
serenándose, dos semanas al sol y el resto del tiempo en lo fresco y oscuro. Ya al final
sacaba el saquito de hierbas, y con un palo de retamas que sólo para eso usaba, lo
meneaba cuarenta y nueve veces, siete veces los siete dolores de la Virgen (46-47)
La receta anterior, enfatiza una de las características esenciales de la obra de Laura Esquivel;
esto es que cada capítulo de Como agua para chocolate: Novela de entregas mensuales con
recetas, amores y remedios caseros comienza con una receta, posteriormente seguida de su
respectiva “manera de hacerse”, es decir que cada capítulo comienza con una receta junto con
sus instrucciones precisas para llevarla a cabo. Al igual que el cuaderno de Carolina, la obra de
Esquivel representa una serie de conocimientos fundamentales que tiene que ver con una
idealizado donde el progreso es una constante. Por ello se entiende que la obra muestre una clara
tendencia a imitar la forma decimonónica de la saga familiar, en tanto que la familia representa
un modelo de consolidación en el que se apoyan los ideales nacionales, según Doris Sommer
(22). La singular combinación entre las condiciones favorables de una tierra fértil y el
aparece en la obra de Elizondo. Sin embargo, esta prosperidad llega a su momento de crisis como
personaje Carlos Nicolás Govea. Éste aparece por primera vez a la mitad de la novela como el
primer hijo varón de la unión entre Cosme Villarreal y Carolina Govea. La vida del primogénito
se ve marcada por una serie de sucesos fortuitos, los cuales desembocan en su disfunción y
separación con respecto al núcleo familiar y la comunidad. Carlos Nicolás deja de ser un hijo de
campesinos, para convertirse en hijo adoptivo de una familia de comerciantes, criado con mimos,
una relajada disciplina escolar y sin la obligación de ayudar en el comercio debido al capricho de
sus nuevos padres. Por diversas causas el joven Govea se lanza a la vida disipada y
experimenta una vida itinerante por diversos lugares de Estados Unidos. De ese modo, a causa de
No obstante se describe un breve retorno del heredero al final de la novela, ésta concluye con el
Ahora bien, Carlos Nicolás Govea no es el único caso relacionado con la decadencia de la
estirpe en la obra, hay otros personajes que en menor medida contribuyen a este singular
fenómeno, sobre todo en la parte final, por lo que después de la huida del primogénito del
44
incapaces de reconstruir, o por lo menos sostener las economías familiares edificadas al principio
de la obra, pero, sobre todo, porque fallan de modo general en su intento de perpetuar los
ambos pierden la esperanza de establecer descendencia y, por lo tanto, continuar con el progreso
de la Govea Brothers & CO, “considerada la institución comercial más sólida y fuerte del sur de
Texas” (151), en tanto negocio familiar. Así mismo, Ramón Govea procrea sólo mujeres y por
dicha razón se temía en la región que “la fortuna de los dos hermanos terminaría en las manos de
los yernos de Ramón” (151); y aunque Teresa, hija de éste, se queda a cargo de la “tiendita”
(193) de Virginia durante tres décadas, se dice de esta heredera que finalmente vende dicho
negocio para mudarse a San Antonio, Texas, solamente con su esposo y sin descendencia.
post-revolución. Gerardo Cornejo declara una postura singular con respecto a la forma
tradicional de concebir dicho territorio, y en gran medida coincide con la propuesta de Ricardo
Elizondo, de modo que ambos autores realizan una especial selección de sucesos históricos, con
el propósito de reevaluar los valores tradicionales que han definido a la zona norte como, según
afirma Víctor Zúñiga, “intermedio vacío entre dos civilizaciones…, como una acumulación de
carencias” (19). Si bien es cierto, en la obra de Cornejo, la percepción que se plantea sobre el
desierto varía a medida que avanza la historia, hay una postura consistente de que el desierto es
un lugar privilegiado para el progreso. Por una parte, el escritor sonorense se suscribe a una
45
forma de contar que involucra dos tipos de novela. Uno de estos modelos tiene posee gran
como reescritura de la Novela de la Revolución Mexicana, pero en sentido opuesto a las formas
de violencia y pesimismo que este género plantea sobre las condiciones del mundo agrario. De
Agraria en México durante los años treinta dejando completamente de lado referentes históricos
esenciales como las guerras yaquis, el despojo y retribuciones de tierra a dichos grupos étnicos,
durante la transición del siglo XIX al XX. De esta manera, Cornejo busca a través de su obra
En La sierra y el viento se narran las peripecias de una familia integrada a una migración
Occidental (Tarachi) hasta las planicies desérticas del Valle del Yaqui en Sonora (Cajeme12),
durante la tercera década del siglo XX. De manera similar a Setenta veces siete, hay algunos
pasajes ligados a acontecimientos históricos, de los cuales destacaré dos. El primero se refiere al
economía agraria tras el agotamiento de las minas13 en lo profundo de la sierra sonorense tal y
[L]a tierra fue empezando a escatimar sus tesoros y los negaría definitivamente antes que
ellos (los vaqueros de Tarachi) llegaran a convertirse en mineros de por vida. Todavía
durante años la mano temblorosa que sostenía las barretas y manejaba los marros insistió
en quebrar el metal arrancado por las explosiones de pólvora que desgarraban los cerros.
Pero las vetas estaban agotadas y solo yacimientos incosteables mantenían viva la
esperanza de unos cuantos (18-19)
12
El nombre de la región se designó en honor a José María Leyva, Cajeme, quien en 1875 encabezó la
rebelión yaqui en contra del gobierno sonorense, debido al sistemático despojo territorial que habían sufrido los
indios desde la época colonial hasta el Porfiriato (Valenzuela 23-43).
13
Miguel Ángel Vázquez Ruiz, en su obra Sonora: Sociedad, economía, política y cultura, sostiene que “desde
principios del Porfiriato hasta 1929-1932 la minería fue la principal fuente de riqueza en Sonora” (23).
46
Valle del Yaqui14 y su ocupación. Éste es quizás el aspecto más importante, ya que el traslado, la
constante lucha contra el desierto y la lucha burocrática por la posesión de la tierra dominan casi
toda la obra. Ésta abre con un diálogo referido por el narrador protagonista sobre las primeras
José Juvencio? —Pues sí, Anselmo, vamos a bajar para los valles, por ái por el rumbo de
Cajeme” (17). A este fragmento le sigue el movimiento migratorio colectivo, en el cual participa
el protagonista junto con su familia a través de la sierra que continúa hacia las planicies, hasta
Llegamos (a Estación Punta de Fierro) cuando los días se contaban ya por montañas y
cuando nuestras tortillas crujían como ramas secas… Las cosas tenían otra dimensión
desde allí y el paisaje me fue avisando que había salido para siempre de mi elemento
primario. Las montañas comenzaron a convertirse en cerros negruzcos y aislados y luego
en lomas alargadas, chatas, sin quiebres ni gracia. Los árboles comenzaron a encogerse y
a transformarse en chaparral desértico, salpicado de extraños cactos largos como dedos
gigantes y espinosos extendidos hacia el cielo. Me dijeron que se llamaban pitahayas y
que cuando se les limpiaba y secaba al sol, su esqueleto servía para entretejer muros
zarpeados de lodo. No pude entender cómo podían hacerse casas con aquellas raras
plantas hasta meses después cuando tuvimos que levantar nuestra primera choza, en el
espinudo Valle del Yaqui. (59)
Ahora bien, hay dos elementos de suma relevancia que deseo resaltar. Por una parte, llama la
atención en la obra de Cornejo la total ausencia de cualquier referente histórico sobre las
rebeliones de los indios yaquis a lo largo de la región en contra del despojo territorial,
especialmente porque el pasaje anterior donde se describe dicha migración minera coincide
plenamente con la época en que el presidente de México, Lázaro Cárdenas, promulga un decreto
14
La primera afectación de tierras en el Valle del Yaqui ocurrida el 31 de octubre de 1937, bajo el régimen del
general Lázaro Cárdenas, fue precedida por toda una serie de acciones organizativas que asumieron dos vertientes.
Por un lado, primero a través de la CROM y después de la CTM, se promueven la formación de sindicatos agrícolas,
siendo los principales dirigentes de esa época Jacinto López y Matías Méndez… Por otro lado alrededor de 1935, y
amparados en la Ley de Tierras Ociosas se empiezan a constituir uniones de colonos que exigen a las autoridades
municipales… la adjudicación de tierras ociosas” (Gordillo 94).
47
en donde el Estado reconoce el derecho de los yaqui a la propiedad de las tierras del Valle del
Yaqui. Everardo Escárcega López comenta que durante ese tiempo los indios yaquis reclamaron
asimismo las tierras que el mismo gobierno había otorgado a los colonos, es decir, a los
personajes principales que aparecen en La sierra y el viento. Contrasta, pues, el proceso pacífico
de la tenencia de la tierra que aparece en la novela con un contexto histórico lleno de conflictos y
contradicciones. En este sentido, no sólo destaca la omisión del contexto histórico en general,
sino que asimismo es sobresaliente la completa ausencia del mundo indígena en la novela de
Cornejo. Me atrevo a pensar sobre esta relación entre historia y ficción, que el autor propone esta
visión idealizada del espacio desértico sonorense, de la misma manera que hiciera Ricardo
determinados momentos históricos. Sin embargo, aquí la diferencia yace en el hecho de que
Cornejo echa mano de otros modelos narrativos además del formato de la novela histórica.
aproximada entre hechos históricos y el plano de la ficción, se plantea en profunda relación con
consolidación nacional. Sin embargo, en este caso Cornejo no suscribe su relato a la corriente del
Boom, sino que se inclina hacia otros modelos narrativos. En este contexto, es necesario notar
que uno de los rasgos que define La sierra y el viento es el motivo del viaje, en tanto que se
recrea una movilización a través una serie de lugares en relación directa con las transformaciones
fechas en un espacio definido, sino que se plantea una secuencia coherente típicamente contada
48
adolescente, y que éste, rodeado de su familia, se enfrenta a una serie de obstáculos y momentos
de aprendizaje. Por tales motivos, vale la pena notar que la estructura de la obra se sostiene en un
Buckley ubica de manera formal los inicios del Bildungsroman hacia el siglo XIX. “Though that
term (Bildungsroman) was not in common usage until quite late in the nineteenth century, the
genre was already popular in Germany among the Romantics and in England by the time of the
early Victorians” (13). Buckley agrega que este modelo narrativo produjo en Alemania un
Künsterroman (sobre formación artística), “But none of the substitutes quite replaces the label
Bildungsroman (viii). Mientras tanto, Franco Moretti afirma en su obra The Way of the World
que, si bien es cierto se puede ubicar el inicio del Bildungsroman hacia el siglo XVII, este
estamental y la derrota de los viejos sistemas. El Bildungsroman es, pues, la voz moderna que
que posibilita a la formación del Estado-Nación moderno en la gran explosión del siglo XIX.
49
cuyas expresiones en la literatura hispanoamericana abundan desde textos como Don Segundo
Sombra (1926) de Ricardo Güiraldes, hasta Batallas del desierto (1981) de José Emilio Pacheco.
Sin embargo, las definiciones y comentarios en conjunto demuestran que La sierra y el viento no
es, en efecto, una novela de aprendizaje. Hay que recordar que a pesar de que la trama se
sostiene a partir del narrador protagonista en proceso de crecimiento y aprendizaje para superar
una serie de obstáculos, en este caso se trata de una historia colectiva, y no personal, como por
incluye la presencia de una comunidad de gauchos, pero aun sobre éstos, se narra la historia
individual de un joven, discípulo del gaucho don Segundo Sombra, desde la perspectiva del
Es cierto que hay una serie de hechos relatados en primera persona por un narrador que
experimenta la transición de la niñez a la juventud, específicamente desde los siete años, hasta
viaje y del cambio de vida, pero ante esto debo insistir en que la novela de Cornejo sólo dialoga
con algunos rasgos de la novela de aprendizaje para justificar una manera particular de contar. Es
decir, La sierra y el viento es una novela concebida pensando en algunos aspectos de la novela
de aprendizaje, sin llegar a configurarse como tal. Lo cierto es que a través de esta cercanía entre
modelos narrativos, Cornejo busca resaltar una relación alegórica entre el protagonista y el
relación especular con respecto al proyecto que cifra las aspiraciones de los migrantes
convertidos en colonos del Valle del Yaqui. Así, la madurez del protagonista coincide con el
50
éxito final en la exhaustiva búsqueda de la posesión y explotación del espacio desértico. Por tal
sobre todo, el contacto inicial del personaje con los artefactos del mundo moderno: el tren, el
automóvil, el cine y la maquinaria agrícola, pero también la visión personal del narrador sobre la
protagonista con respecto a los artefactos que lo introducen a la modernidad es, entonces, la
moderno.
aparición en la trama, inaugura esta sección la experiencia del ferrocarril, la cual puede dividirse
en dos partes. Una es el encuentro con las vías férreas y la otra es el contacto directo con el
Mi naturaleza inquieta me traía de adentro para afuera, cuando, de pronto descubrí la vía
del tren. Nada me interesó desde entonces. Toda mi mente se dedicó a explicarme
aquello. ¡Qué extraña rigidez de metal! ¡Qué frialdad lineal más absoluta! Luego, ¿este
era el camino de fierro? Primero pensé que servirían sólo al principio para impulsar al
tren en su carrera. No era posible que hubiera rieles en todo el camino. ¿Cómo iban a
seguir derechos entre lomas y montes? Además, eso costaría demasiado. Nadie me había
dicho que el tren corría sobre rieles, menos que corría todo el tiempo sobre una vía. Nadie
me lo había mencionado siquiera y yo lo encontraba simplemente imposible. (53-54)
Más adelante, la ignorancia y asombro por el primer encuentro con la vía del tren, se
transforman en una sorpresa aterradora para el personaje en el justo momento que se acerca la
máquina del ferrocarril. “¡Dios, qué grande era, y cuánto ruido hacía! ¡Qué portentosa y terrible
fuerza domeñada! Corrí a una distancia prudente y, con ojos azorados, lo vi acercarse a la
estación… Decidí que jamás me meterían allí y comencé a inventar toda clase de excusas
caballo” (54-55). Aquí cabe mencionar que el ferrocarril es el primero de los objetos modernos
la experiencia subjetiva del el espacio-tiempo, entre el tren y el viaje a caballo por la sierra. Por
esta razón, el suceso del ferrocarril parece concentrar todos los sentidos del protagonista en el
atención se dispersa al describir al mismo tiempo los coches y la novedad del trazo urbano:
Pronto llegamos a unas casonas grandes donde había mucha gente y, abajo,
estacionados en fila, un grupo de máquinas amarillas y azules. Cuando vi que se
movían y salían con gran rapidez en todas direcciones, encontré de pronto la
respuesta. Entonces, ¿esos eran los automóviles? Me quedé asombrado viendo
que se movían por sí mismos y me encantaron sus formas y colores. Qué bellos
eran y qué ágiles… Por eso, años más tarde, cuando se pavimentó la primera calle
de lo que entonces se llamaría Ciudad Obregón, todos vinimos del pueblo para
contemplar tal hazaña y ver cómo los carros se deslizaban serenito sobre aquella
capa tersa y anchurosa. Aquella ciudad parecía haber sido hecha sobre una
enorme mesa de cocina donde no cabía ningún obstáculo que desviara sus rayas,
ni vueltas, ni dudas sobre la intención lineal. (63)
El descubrimiento del cinematógrafo se presenta como uno de los pasajes construidos con
mayor destreza, en primer lugar, por los detalles utilizados, pero sobre todo, por la segmentación
de la experiencia en una forma particular. El protagonista, instalado con su familia en algún lugar
en medio del desierto llamado “Colonia Irrigación” (73) construye una especie de preámbulo al
describir el momento que da origen al gran suceso del cine; después recrea la mecánica de la
exhibición como acto social y, finalmente, resume el impacto que deja la iconografía
cinematográfica en su noción del mundo moderno. Comienzo por la llegada del cine:
Una tarde dorada, cuando el llano estaba todo bañado de horizonte, se oyó entre
mezquites el desconocido ruido de un magnavoz. El llamado se esparció por todo
el caserío convirtiendo un rumor antiguo en realidad. Una estructura de madera
delgada sosteniendo una endebla pared de petates rígidos y gruesos; una
empalizada tensa soportando una caseta de madera donde se distinguían dos
pequeñas ventadas y enfrente una gran sábana blanca jalada por cuatro cuerdas en
52
sus esquinas, era el nuevo portento que ocuparía desde entonces las noches del
pueblo. (75)
Interesante es que el narrador marque aquella tarde como una especie de encuentro entre dos
épocas. El lector puede detectar que hay un tiempo antes, y otro después de la llegada del
cinematógrafo, pero en este suceso se involucra la presencia de dos elementos. Uno es la tarde y
el horizonte como parte del escenario diario y común en la experiencia desértica, y el otro es el
comentario de que el sonido del altavoz se convierte de “un rumor antiguo en realidad” (75).
Allí empezaron nuestros primeros “yo quisiera ser como…” y nuestras tiernas
personalidades comenzaron a recibir la superimposición de personalidades ajenas.
Allí empezaron a deslindarse los primeros Pedros Armendáriz, los Jorges
Negretes, los Tarzanes y los vaqueros solitarios de unas llanuras muy parecidas a
las nuestras. Después de algún tiempo, aprendí a distinguir sólo con mirarlos
quién era un “Pedro” o un “Jorge” o un “Garicuper” o un “Gregoripé”. Nuestros
juegos entonces comenzaron a convertirse en bandos de charros y vaqueros y
empezamos a relegar los carritos de pitahaya, las construcciones de ramas y las
trampas de codornices en el monte. (76)
15
El narrador se refiere a Tarzan the Ape Man (1932), protagonizada por Johnny Weissmuller y dirigida
por W.S. Van Dyke.
53
En este fragmento hay dos hechos relevantes. Uno es que, al igual que con el resto de las figuras
encarnan figuras del pasado (Tarzán, El Llanero Solitario16, etc.). Es decir, figuras como Jorge
Negrete, Pedro Armendáriz y Gary Cooper son, en efecto, actores famosos de la época, pero que
en general representan papeles de personajes ubicados en el pasado. Por ejemplo, aunque Tarzan
the Ape Man data de 1932, se trata de un film basado en la novela de Edgar Rice Burroughs,
Tarzan of the Apes, de 1912, y cuya trama se ubica en 1888. Por lo que la experiencia del
temporalidades. Por un lado ficciones del pasado, y en el otro, artefactos que despiertan la
tiene un efecto particular en la subjetividad del protagonista frente al espacio desértico. “Los
tractores oruga llegaron demasiado tarde a mi vida y ya cuando el semidesierto se había ganado
todo mi odio. Maldije el día en que los vi arrasando el monte con sus cuchillas, recriminándoles
no haber llegado unos años antes. Cuánto dolor físico, cuánta maldición desesperada y cuánto
sudor emponzoñado le hubieran ahorrado a mi adolescencia” (90). Este último pasaje muestra
la total incomodidad a medida que pasa el tiempo, hasta llegar a un sentimiento de odio que
solamente tiende a disminuir cuando el personaje principal opta por dedicarse a los estudios y,
por esa razón, debe salir del hogar paterno para asistir a la escuela, primero en la capital del
estado y hacia el final de la obra en la capital de la República. Sin embargo, en general, domina
16
Aunque la figura de The Lone Ranger nació como serie radial en Detroit durante 1933, fue llevada al cine como
The Lone Ranger (1938) seguida inmediatamente de la secuela The Lone Ranger Rides Again (1939). Hollywood’s
West. The American Frontier in Film, Television, and History (81-84).
54
desierto. De acuerdo con Vicente Francisco Torres, esta condición descrita hacia el fin de la
novela es la que descompone la estructura novelar ya que “el final de la obra surge de manera
desafortunada pues la acción ya no sucede ni en la sierra ni en el páramo y los ojos del niño son
ahora inopinadamente los de un joven universitario que empieza a narrar sus penurias en la
década de los treinta. La llegada al Valle del Yaqui de los nuevos colonos coincide con una etapa
Lázaro Cárdenas. Dicha reforma anunció durante esa época el reparto de tierras en parcelas
conocidas como “ejidos”, así como la ayuda gubernamental para que los nuevos dueños pudieran
acceder a los medios de explotación. En un sentido opuesto a la literatura que ha representado las
condiciones del mundo agrario entre la violencia y el escepticismo17, la nociones que aparecen
sobretodo, pacífico. A través de esta historia particular, Gerardo Cornejo expone, por una parte,
cómo el fenómeno de la Revolución y sus efectos han sido representados bajo un solo discurso,
cuya constante es la denuncia, tal y como si en todos los rincones de la República el suceso se
hubiera dado de manera idéntica. El mayor gesto condenatorio que aparece en La sierra y el
17
Entre esta literatura se encuentra el caso de El llano en llamas de Juan Rulfo o de La muerte tiene
permiso de Edmundo Valadés, entre otros.
55
viento se establece en contra del aparato burocrático, ya sea por ineficacia o por actos de
corrupción. Mientras que, por otro lado, quizás ante la necesidad de legitimar una práctica
post-revolución sin la protección del aún entonces canon literario dominante. Recordemos que
antes de la época de revalorización cultural que experimentaron los estados del norte de México,
el discurso literario dominante se ejercía desde la capital mexicana. El auge de literaturas como
crecimiento.
decir que poco después de la llegada de los serranos a las planicies con la intención de fundar
colonias agrícolas, la obra describe las dificultades de los nuevos colonos para regularizar los
terrenos aún áridos que desean cultivar. El narrador comienza por describir el peregrinaje de
comitivas resueltas a solicitar la legalización de las parcelas directamente con las autoridades
agrarias. “Tendrían que viajar dos mil kilómetros cruzando una costa de once ríos, un trópico
lujurioso, tres cadenas de montañas y una alta planicie extendida. Todo sobre un tren que
avanzaría por días en vez de por horas. Penarían en un vagón de segunda sobre duras bancas de
madera pelada hasta llegar a la capital; ‘a la gran repartidora de injusticias, que desde allá
esparce desigualdad por todo este inmenso país’” (70). Así mismo, el narrador hace mención de
[H]ay que dar mordida para todo: al de la oficialía de partes que exige mordida para sellar
la solicitud; al que la pasa a la siguiente mesa; al que la pone en el escritorio del jefe de
sección; al que esto y al que el otro. ¡Ah, y si no, la pondrán debajo de las demás
solicitudes y nunca llegará la firma para que se inicie el estudio! El jefe de la mesa
56
también exige mordida para pasarla a selección y ponerle el sello de revisada. Y luego el
director de sección, y de éste para arriba empiezan a los que hay que darles de a de veras,
porque no se van a conformar con unos cuantos centavos como los de abajo…, (71)
Cuando Juvencio, padre del narrador de la novela, intenta en vano mantener la fe entre
los colonos, recibe a cambio frases como “Te invito a comer tortillas rellenas de fe, Juvencio”.
Sin embargo, don Juvencio finalmente ve premiados sus esfuerzos al lograr la regularización de
las parcelas en Colonia Irrigación. “Y se leyó el oficio, y se volvió a leer, y aun así muchos no
podían creerlo. Entre aquel palabrerío, entre aquel enlistar de condiciones y compromisos; entre
aquel papelero se descubría, toda enredada en envolturas inútiles, la buena nueva: Después de
siete años de penurias incontables se les concedía por fin, la tierra” (87). Una vez consumada la
tenencia, el narrador comienza a describir los cambios que llegan con la prosperidad de la
colonia.
Con las primeras cosechas llegaron los cambios al pueblo. La escuela se terminó y ya
pudimos hacer el sexto año sobre pupitres de madera. Se repartieron lotes a los nuevos
colonos y se empezaron a construir las primeras casas de adobe. Ya no se filtrarían las
heladas de enero por entre la pitahaya entretejida, ya no se colaría el viento polvoriento
de la primavera y los adobes nos darían una fresca protección contra las oleadas
hirvientes de los asientos de agosto. (91)
Este suceso es de gran importancia, sobre debido a que en la obra no se narra un solo episodio
enfrenta el grupo de colonos, encabezados por el padre del protagonista, pero sobre todo,
dejando de lado los grandes conflictos que la realidad histórica rodearon este relato que concluyó
CAPÍTULO III
Con la publicación de la obra Donde deben estar las catedrales, ganadora del Premio
Juan Rulfo en 1984 para primera novela, Severino Salazar (Tepetongo 1947) dio comienzo a una
carrera literaria que lo colocó en un lugar eminente en las letras mexicanas contemporáneas. Su
crítica de la literatura tanto en cada una de las regiones como en la capital y en el extranjero. En
el capítulo anterior, de acuerdo con Humberto Félix Berumen y Miguel G. Rodríguez Lozano, la
causa de este auge fue una serie de fenómenos como el acelerado crecimiento económico de la
zona norte y su incorporación a la red económica, política y cultural del país durante los ochenta,
así como la descentralización del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Así, el poeta
Armando González Torres sostiene que Severino Salazar es “uno de los más auténticos
representantes de una pequeña constelación de autores mexicanos que, en los últimos años, de
narrativa nacional y han reivindicado la provincia como espacio vital y literario” (80).
Seis años más tarde, el escritor zacatecano dio a conocer una de sus novelas más
Metropolitana, Leega Literaria, a la que siguieron La arquera loca (1992), Los cuentos de
Tepetongo (2001), Pájaro, vuelve a tu jaula (2002), Mecanismos de luz y otras iluminaciones
(2003), y El imperio de las flores (2004)18. La carrera de Salazar se vio truncada el 7 de agosto
del 2005 con el fallecimiento del escritor. Ese mismo año un grupo de críticos seguidores de la
obra de Salazar, entre los que destacan Luis Leal y Vicente Francisco Torres, realizó un
homenaje a la vida y obra del escritor en la Revista casa del tiempo (81, octubre 2005). Vicente
Francisco Torres destacó de Salazar “su lirismo de su prosa, el equilibrio de la forma novelesca y
lo sugerente de sus ideas”, así como un talento comparable al de escritores como Daniel Sada,
Jesús Gardea, Gerardo Cornejo y Ricardo Elizondo, entre otros (65-66). Por su parte, Dolores
Castro afirma que Salazar logró observar minuciosamente el pasado de su tierra “asomándose al
cuerpo y alma del paisaje”, así como a sus escenarios con “personas que tienen un habla rica en
esencialidad y vida propia, universal y con sabor a la tierra zacatecana” (74). A casi cinco años
más importante de su estado natal. Se podría pensar que esta relevancia se debe, en gran medida
a su afán por rescatar y reinventar la particularidad del ámbito local a través de aquello que
Armando Paredes denomina como “la vieja y renovada fórmula del microcosmos”. Sin embargo,
es necesario aclarar que Salazar está lejos de ser, por sus opciones estéticas, un escritor
porque su espacio ficcional no produce esa gran alegoría, tal y como sucede con el discurso
destaca la influencia de la alegoría barroca, ya que el novelista ha mostrado que “todo es cosmos
reflejándose a sí mismo: una venta del camino es teatro del mundo, una torre solitaria manifiesta
18
Marquet, Antonio. “Severino Salazar: 1947-2005.” Revista casa del tiempo.
59
el sueño de la vida” (Los cuentos de Tepetongo 9-10). Es decir que los objetos concretos poseen
la capacidad de conectarse con la totalidad y, sobre todo, producir la reflexión filosófica, tal y
como de alguna manera sucede con los personajes principales de Desiertos intactos.
Esta novela se compone de dos historias, una de las cuales es un relato inserto en una
historia que le sirve de marco. La línea argumental mayor presenta el auge y decadencia de una
familia terrateniente de Tepetongo (Zacatecas). Esta familia está compuesta por don Cayetano,
su esposa doña Ermila y sus hijos Aristeo, Lázaro, Susana, Luis y de Gerardo (protagonista de la
obra). Gerardo es un joven seminarista a quien invade el repentino deseo de interrumpir sus
estudios para volver a La Chaveña, la hacienda de sus padres. Luego de su retorno, Gerardo
atraviesa por una serie de etapas. Primero, una profunda depresión y aislamiento de los que
emerge para enfocarse en la docencia, al mismo tiempo que intenta dedicarse (con poco éxito) a
labores del campo. Durante este período conoce bajo extrañas circunstancias a Ángeles, una
adolescente de turbio pasado con quien se casa y tiene una hija (Ángela). Así, la vida de Gerardo
desde terribles muertes, desastres naturales, hasta el desafortunado accidente que lo deja atado a
(Susana, Lazaro y don Cayetano), y de algunos personajes relacionados con la Chaveña. Entre
ellos destaca el capataz don Daniel. Él representa en la historia una conciencia y una sabiduría
elementales en las que convergen las vidas de todos los personajes. Don Daniel es un personaje
dotado de cierta cualidad profética que evoca la figura de Melquíades, el gitano de la novela
Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez. A causa de dicho don, el capataz no sólo
anticipa los conflictos y adversidades que definen la historia familiar de Gerardo, sino que
60
Gerardo es el narrador del relato secundario que se enfoca en la vida de Gregorio López,
un personaje histórico, pero al mismo tiempo rodeado de mitos, mejor conocido como el “Primer
Anacoreta de Indias” (11). Esta historia se divide en cuatro partes que se intercalan a lo largo de
la obra. La primera parte aparece como una plática informal de Gerardo en el seminario a
petición del profesor de Historia de la Iglesia en México (49). El resto de los relatos aparece en
diferentes situaciones que van desde una conversación de sobremesa en la Chaveña (93), un
momento de reflexión del protagonista (122), o bien como un drama escenificado por los
estudiantes de Gerardo (253). La última parte de la historia abre el cuarto capítulo (193).
Madrid. Hijo bastardo de Felipe II, Gregorio experimenta una niñez escindida entre breves
estancias durante los inviernos en casa de su madre y su vida en el palacio real, donde es
educado por los súbditos de su padre. El narrador describe su infancia como la de un ser
enfermizo y aun mentalmente afectado. Con el paso de los años, el hijo bastardo engendra un
gran odio hacia las personas del palacio, especialmente hacia su padre. Éste decide confinarlo, y
por esa razón el infante de tan sólo diez años decide huir a casa de su madre, y de ahí se traslada
a los páramos de Navarra, donde se recluye durante veintiún meses al lado de un tío lejano, un
viejo ermitaño (54-55). Este dato es importante, ya que dicho viaje definirá su vida futura. El rey
ordena el regreso de su hijo, quien aún más lleno de odio, decide tramar una conspiración en
61
contra de su padre19. Al monarca no le queda más remedio que desterrarlo de manera permanente
de sus dominios.
Una vez expulsado, el personaje decide llamarse Gregorio López y dedicarse a la vida de
anacoreta en los desiertos de Nueva Galicia (hoy Zacatecas). A su llegada a este espacio, el
eremita no sólo adquiere una conciencia de la inmensidad del imperio español, sino también de
que hoy es México, cuando visita los nuevos asentamientos humanos en la región, o bien, cuando
se encuentra con decenas de exploradores que buscan ávidamente oro y fama más allá de los
límites del reino20. Gregorio comienza su nueva vida, no sin enfrentar una serie de calumnias y
práctica cristiana convencional. Esta situación define el alejamiento del anacoreta durante el
resto del relato debido a su postura ascética que rechaza al mundo21. De esta manera, el gran
conflicto del ermitaño consiste en encontrar el espacio adecuado para su misión durante las tres
décadas que lo separan de su muerte, el 20 de julio de 1596, en San Agustín de las Cuevas, hoy
conocido como Tlalpan, México D.F. La importancia del relato sobre Gregorio López, no
obstante, radica en una obsesión de su propio narrador, Gerardo, en su intento de emular la figura
del anacoreta. Por medio de este relato, que interviene en el presente de la obra, Salazar propone
19
Este evento se refiere al hecho histórico conocido como la conspiración de Flandes, en la que participó
don Antonio Pérez, quien en la novela aparece como el consejero del joven hijo de Felipe II. Historia General de
España. Tomo X, de Modesto Lafuente (220).
20
(Gregorio) deja la capital de la Nueva España una madrugada estrellada de otoño, no con la mente envenenada por
la codicia y atraído por el brillo del preciado metal, sino por el resplandor dorado del desierto, por la paz y la quietud
inagotables que se deben encontrar en el aire, en la arena, en sus inabarcables distancias. Lo rebasan los buscadores
de minas, quienes van con premura tras la búsqueda de la ruta que lleva a las fabulosas siete ciudades de Cébola y la
Gran Quivira (123).
21
En su obra Sociology of Religion, Max Weber describe la condición ascética de Gregorio: Concentration upon the
actual pursuit of salvation may entail a formal withdrawal from the “world”: from social and psychological ties with
the family, from the possession of worldly goods, and from political, economic, artistic, and erotic activities –in
short, from all creaturely interests. One with such an attitude may regard any participation in these affairs as
acceptance of the world, leading to alienation from god. This is “world-rejecting asceticism” (166).
62
una relación especular entre pasado y presente. Este paralelismo encierra una serie de
problemáticas, entre las cuales destaca la fatalidad que controla los sucesos de la historia
principal y del relato secundario. Así, Salazar examina la representación de los mitos y relatos
del pasado que son parte esencial de la condición actual de su estado natal.
En su obra La sociedad de Zacatecas en los albores del régimen colonial, José Ignació
Dávila Garibi sostiene que Zacatecas, fundada en 1548 y declarada en 1588 “Muy noble y leal
ciudad de nuestra señora de los Zacatecas”, se asentaba sobre “uno de los más ricos, antiguos y
variados minerales de la América Española del siglo XV” (3-6) que le otorgó indudable
preeminencia en el orden colonial. Arturo Burnes Ortiz nos recuerda que en “México como en el
Perú, el sector minero fue la base del sistema colonial y de la posición internacional de España
en Europa Occidental”. Zacatecas contribuyó durante dicha época con el 80% de las
exportaciones de metales preciosos de la Nueva España a la metrópoli. Por esta razón, la minería
de la región (33). Dicho espacio es la materia prima que sustenta la novela Desiertos intactos,
donde a través de la revisión de ese pasado se intenta actualizar el protagonismo zacatecano. Este
gesto cobra notable importancia, sobre todo debido a que, como agrega Brunes, Zacatecas es
actualmente “uno de los Estados más atrasados del país y sus contradicciones económicas y
donde se vinculan el pasado (siglo XVI) y el presente (1962) mediante la relación especular entre
biografía de ambos personajes. A partir de este vínculo Salazar configura, por una parte, un
mundo ficticio controlado por la fatalidad, en la medida en que las acciones, tanto del pasado
atentan contra un orden cifrado por la relación entre el hombre y la naturaleza. Por otro lado, en
ese mismo mundo ficticio persiste la idea de que el progreso y la consolidación colonial
anacoreta para censurar dicha actividad como una agresión en contra de la naturaleza. Este rasgo
fundamental nos recuerda en gran medida la gran contradicción que expone Euclides da Cunha
en su obra Os Sertões (1902). Según este autor, la campaña de Canudos que emprendió el
gobierno a finales de siglo XIX para someter al movimiento milenarista encabezado por Antônio
Conselheiro fue un crimen monumental, pero al mismo tiempo fue una acción necesaria para
incorporar el Sertão al espacio nacional. En ambas obras se muestra una profunda preocupación
Salazar recurre a una combinación particular de modelos narrativos, entre los cuales
destacan la novela regional y la novela histórica. El autor establece un diálogo entre ambos
modelos para revisitar un período específico, y así reconstruir el ambiente que rodeó la
fundación de Zacatecas a través de la óptica del personaje Gregorio López. De ese modo, y pese
intactos propone un espacio específico y sus relatos tradicionales no sólo como elementos de
64
vital importancia para la búsqueda identitaria zacatecana, sino asimismo como instrumento para
presente posee un claro referente en una serie de obras de la literatura mexicana contemporánea.
En su narración “La culpa es de los Tlaxcaltecas”22, Elena Garro propone una singular relación
entre un personaje del presente (Laura) y la figura histórica de la Malinche. Carlos Fuentes
cuenta la historia de una figura de piedra maya que cobra vida en el presente a través de su relato
“Chac Mool”23. José Emilio Pacheco narra en “Fiesta brava”24 el viaje fantástico del capitán
Keller, un excombatiente de Vietnam que visita el Distrito Federal. Keller es llevado a un mundo
subterráneo donde perviven restos de la gran Tenochtitlán, y ahí es sacrificado por sus
moradores. En estos relatos domina, sin duda, el elemento fantástico, pero sobre todo la idea de
que el pasado es una amenaza que puede irrumpir en la realidad presente. En Desiertos intactos
el pasado, en cambio, tiene una función didáctica, y a través de éste el protagonista intenta
explicarse los mecanismos que controlan el mundo y los factores que atentan en contra de su
orden.
Gerardo da vida a Gregorio, un individuo que busca la soledad del desierto en la frontera de la
Nueva España para convertirse en un eremita. Esta búsqueda particular no solamente representa
uno de los puntos centrales en la historia que cuenta Gerardo, sino que éste intenta definir su
relación con el entorno a través de la experiencia del anacoreta. Las concepciones que desarrolla
el personaje sobre el ser y a la divinidad están dictadas por el diálogo que Gerardo establece con
22
Garro, Elena. La semana de colores. Xalapa, Méx.: Ficción. Univ. Veracruzana, 1964
23
Fuentes, Carlos. Los días enmascarados. México: Ediciones Era, 1982.
24
Pacheco, José Emilio. El principio del placer. México: Joaquín Mortiz, 1972.
65
el personaje que ha creado. De ahí que el lector encuentre una relación especular entre ambos
personajes. Así, lo primero que salta a la vista es el motivo del doble. Entre ambos se forma esta
idea fundamental de los desiertos intactos, en tanto que el estado prístino del espacio se
manifiesta como garantía del contacto entre el sujeto y un nivel de conciencia superior, sin
contemplar por largo tiempo las montañas que rodeaban La Chaveña. “Entonces pensaba que
atrás de esos cerros estaba el fin del mundo, que desde ahí Dios mandaba las nubes, el aire y
guardaba el sol” (106). Con el tiempo, pese a que Gerardo va descubriendo los misterios que
rodean a la existencia, éste no renuncia a la contemplación del entorno, cuyas formas representan
dentro de sí el fluir de nuevas leyes, como si el personaje articulara para sí mismo nuevos
las plantas, los animales y los hombres… No pondrás límites, fronteras o diques. No detendrás ni
Hay un pasaje que llama particularmente la atención, ya que enfatiza el paralelismo entre
único río de la región. Por un lado, el anacoreta censura los abusos del imperio español contra los
ciertas “formas de pensar en Dios, la vida y el mundo” (135). Sin embargo, el peregrino reprueba
la lucha que los nativos sostienen entre ellos por el agua. “Pero el Anacoreta pronto se da cuenta
que la humanidad está hecha para la riña y el conflicto, que hay una ley oculta que se está
cumpliendo, que los indios río arriba se disputan las aguas del riachuelo. Hacen represas y se la
debido a problemas por la posesión del agua, comienza a conjeturar acerca de la naturaleza de tal
conflicto.
Los ejidatarios no tienen agua para sus agostaderos y quieren partir en dos el estanque del
Cerro Verde, que es nuestro. Es un conflicto de límites, ya que el estanque linda con el
ejido. ¿Cómo se puede echar una raya en el agua? A ver dime tú. Y para colmo de males
se dividieron los ejidatarios católicos y los protestantes de la Presita. Cuando menos
acordamos ya éramos tres partes disputándonos los límites. Poniendo límites hasta en las
religiones. (47)
Este paralelismo entre el pasado y el presente es una de las ideas centrales que definen a Gerardo
y a Gregorio, como habitantes del mismo territorio durante diferentes épocas, sobre todo con
respecto a la idea de los límites como atentado en contra lo natural. La naturaleza en estado puro
se define a través de los desiertos intactos. El progreso y la idea de posesión sobre los objetos
A pesar de la relación entre ambos personajes, es necesario recalcar las diferencias entre
éstos. Por su parte, Gregorio busca perderse en el espacio, entrar en contacto con el desierto, es
decir, un territorio sin límites ni dimensiones definidas. El lector no tiene duda que el peregrino
67
logra la tarea que él mismo se ha conferido. Gerardo, en cambio parece fallar en cada intento por
definir su propia identidad. A lo largo de su vida, el protagonista tiene que experimentar una
serie de cambios y, con base en éstos, reexaminar su mundo. En este proceso, Gerardo no puede
fundar una identidad concreta o estable. Es decir, no logra ser sacerdote, y tras este fracaso
decide trabajar la tierra, pero no llega a convertirse en un hombre de campo, mucho menos en un
terrateniente como su padre. Finalmente, cuando intenta convertirse en jefe de familia, le ocurre
Gerardo iba a ver pasar los grandes cambios del municipio cómodamente sentado en su
silla metálica, leyendo periódicos y revistas. Dejó de impartir clases en Jerez… Su cuerpo
perdía fuerza y se hizo magro… Pensaba que había perdido control sobre ella (su hija).
Pues iba por la casa como dueña y señora… La niña sabía que ninguna sanción la podía
tocar mientras su padre no se moviera de donde estaba, mientras que siguiera siendo
como un árbol petrificado. (301)
cuya presencia se esperaría como secundaria en el relato. Por ejemplo, los hijos de don Daniel,
Neftalí y Emanuel, quienes a pesar de que se les menciona una vez en la novela, con todos sus
defectos y contrariedades, logran consolidar su identidad de una manera más efectiva que
Si bien resulta imposible para Gerardo emular la experiencia de Gregorio López, o por lo
menos compenetrarse con el cosmos de una forma similar que el protagonista de Desiertos
intactos logra acceder a la realidad del eremita a través de la escritura. A pesar de sus fracasos,
Gerardo logra acceder a una identidad mediante la ficción. En ese sentido, Severino Salazar
propone la experiencia del frustrado seminarista como una alegoría del presente zacatecano, en
tanto que en el presente permanece la imposibilidad de reproducir o imitar los pormenores del
pasado, lo cual pareciera contradecir el propósito del escritor al rescatar y reevaluar los tiempos
enfatizado la crítica. Vicente Francisco Torres, en su artículo “Tres lustros de novela mexicana”,
sostiene que Severino Salazar, Daniel Sada, Jesús Gardea y Miguel Méndez, forman parte de un
grupo de narradores que “eligieron el desierto como ámbito literario, y no sólo porque su
experiencia vital así se lo dictaba, sino porque la soledad y los infinitos espacios les dieron una
inusual conciencia del sonido, del valor de las palabras y las formas de los objetos, que tarde o
temprano remiten al tropo y a la música de la frase” (17-18). Por su parte, Rodrigo Martínez, en
un breve artículo titulado “De la finitud y el sentido de la vida”, afirma que los mencionados
autores, “se distinguen porque toda su obra se ubica en una región de provincia. A esta condición
geográfica se añaden, como elementos caracterizadores, el que estos narradores concentran los
argumentos de sus obras en personajes de su entorno social, y en muchos casos recurren a las
formas del habla y los giros del habla de sus localidades” (55-56). Existe, asimismo, una
supervalorización de la naturaleza como vehículo esencial para que el hombre pueda descifrar el
Martínez, continuaría “un par de tradiciones definitorias en la literatura nacional durante el siglo
XX: Agustín Yáñez y Juan Rulfo, especialmente por el tratamiento de personajes, su condición
y, también, por la estética de las obras” (55). Una de las novedades, quizás la más radical de
Desiertos intactos es que en la novela la región no funciona como una sinécdoque de la nación (o
América Latina) como ocurre en la novela de la tierra o en la narrativa del Boom que apela a
69
nación venezolana se cifra a través del llano, o en Cien años de soledad, de García Márquez, la
México, sino la especificidad del desierto norteño, un espacio que reclama el examen de su
propia identidad. A través de la lectura uno puede observar cómo algunos elementos del modelo
regionalista permiten al autor representar el ambiente local y sus rasgos distintivos. Ellos son la
relación entre la acción del hombre y la implacable intervención de la naturaleza. Del mismo
modo, aunque en grado menor, Salazar retoma el tópico de civilización y barbarie para explicar
las repercusiones del proceso de consolidación colonial en Zacatecas. Orlando Gómez Gil
advierte que la novela regionalista presenta comúnmente la disputa entre el individuo y un estado
social injusto, y en esta lucha “a menudo se imponen las fuerzas retardatarias” (574). Desiertos
Intactos no reprueba las condiciones de los mineros como lo hace la novela social o más
vincula más a la idea del maltrato a la tierra, presente en el pensamiento gongorino sobre la edad
de oro.
que la novela regional mexicana posee algunos rasgos distintivos. “Los perfiles pintorescos en
México están concentrados en el hombre. Sus regiones llaman la atención por los diferentes usos
de sus pobladores antes que por las peculiaridades de sus paisajes, siendo tan profundas”, y en
ese sentido, Sánchez resalta los objetos cotidianos y las prácticas sociales sobre el aspecto
telúrico, sobre todo como modo de aproximación a una realidad social y política del espacio, en
tanto que el problema humano se vuelve primordial (264-65). Sin el menor asombro uno puede
observar que Salazar otorga gran peso a la caracterización de sus personajes, tanto del presente
70
como del pasado, en comparación a las descripciones del paisaje. Sin duda el espacio goza de
una posición privilegiada, pero éste se plantea como continente y reflejo de una condición
existencial de los personajes. Esto explica, sin duda, en lo que respecta al pasado, la
El desierto está más vivo, respira y crece, se hace, avanza, cambia de forma. El cielo y la
tierra se abrazan en el misterio, mientras los astros en las alturas y las criaturas y los
elementos sobre el suelo bailan con precisión y en armonía misteriosa y perfecta danza
del cosmos. Y es entonces cuando el eremita llora de alegría, porque de repente le llega la
certidumbre de que él forma parte de esa fuerza, de esa energía universal, de todo que es
Dios. (141)
En este fragmento se hace patente una relación esencial entre Gregorio y la divinidad. Sin
embargo, este vínculo está enteramente ordenado por la naturaleza. Si Dios se encuentra en todas
partes, es debido a que el desierto está en todo lugar. “El pétalo de una flor de biznaga no es más
que un inmenso desierto de millones de millones de átomos color de rosa, o un puño de granos
de polen parece un desierto en las manos de un hombre, como el desierto más árido: pliegues,
montículos y dunas tienen la apariencia y color del campo fértil de un cerebro humano” (149).
Salazar utiliza este componente de la novela regionalista con dos propósitos. El primero
es ilustrar un problema constante entre el ermitaño y los cristianos de la región, quienes censuran
“[N]o oye misa cada domingo como todo buen cristiano, no tiene santos ni imágenes en su
choza, no reza como todos, no mortifica su cuerpo con azotes o cilicios” (153). En segundo
lugar, este vínculo entre individuo y naturaleza es un instrumento eficaz con el que el autor logra
producir la relación especular entre Gregorio López y Gerardo. Así, pues, intervienen elementos
del paisaje que evocan imágenes femeninas cuando se narra el período de tentaciones de
ese modo logra reincorporarlas a su elevado estado de conciencia, a través del cual busca la
71
compenetración personal con el cosmos. “Que aquellos cerros en el horizonte con tanto parecido
al perfil de los labios de una mujer se transformen en los labios de la naturaleza que alaba a Dios.
Que aquellas colinas como ubres se vuelvan el triángulo de la Santísima Trinidad. Que el mundo
cambie pues, que sus lugares tengan otro significado” (142). Este paisaje es el mismo cerro en
forma de labios femeninos que contempla Gerardo durante su despertar sexual. “Y sobre ese
desfile de montañas, el perfil de los labios de una mujer tirándole eternamente un beso al cielo.
Gerardo no podía dejar de pensar en ellos, de mirarlos a cada rato, de escaparse de su embrujo”
(106-107).
En un estudio sobre la novela histórica hispanoamericana, Peter Elmore afirma que “el
pasado colectivo tiene, con frecuencia, un peso traumático y perturbador en las ficciones del
continente”. En éste género “el impulso retrospectivo y la meditación sobre el tiempo no sirven
para ensayar un escape ilusorio a un mundo idílico, sino para encontrarse con problemas aún no
resueltos, con conflictos todavía vigentes; en esa medida la escritura se mide con las grandes
latinoamericana (La fábrica de la memoria 10-11). Uno puede afirmar con razón que Severino
Salazar se adscribe a este tipo de relato, no sólo porque la historia es un elemento esencial para
entender Desiertos intactos, sino que al igual que el resto de las novelas que componen este
estudio, ésta no sólo revisita períodos cruciales de la historia de la región, sino que también
cuestiona el modo en que éstos han sido representados. Hay una información regulada de tal
forma que la divulgación del pasado se somete a una ardua reflexión sobre el acto de contar.
72
Fenómeno que Elżbieta Skłodowska entiende como conocimiento y representación del pasado
Este proceso de escritura se manifiesta mediante la disposición de los eventos del pasado,
y de ésta deseo resaltar dos hechos. En primer lugar se encuentra el orden en que se presentan los
de un personaje ficticio (Gerardo), ya que a través del anacoreta el lector accede al mundo
colonial. En segundo lugar destaca el papel de la memoria, no sólo porque de ésta nacen los
relatos episódicos sobre Gregorio López, sino también porque este proceso implica un
mecanismo de ajuste de los momentos históricos que conforman dichos pasajes. Así, uno debe
integrarse a la tarea de descifrar el propósito de dicha selección. Si bien Desiertos intactos fue
publicada en 1991, el presente novelesco ubicado en la década de los cincuenta coincide con una
época en la que, según Roger Bartra, México vivió un momento de profundo nacionalismo
edificado por el sistema político post-revolucionario en complicidad con un grupo de obras que
tinta 60). Para Elmore es “comprensible que en la retórica de la identidad nacional se adjudique
convicción de pertenecer a una comunidad” (13). No obstante en Desiertos incactos dicho valor
Es cierto que los eventos históricos se presentan de manera desigual, por eso llama la
atención la ligera mención que se da a sucesos como la muerte de Aristeo a manos de los
ejidatarios durante el proceso de la Reforma Agraria (47) o a la Guerra Cristera a través del
relato del “coamil del ahorcado” (100). En cambio, Salazar no sólo se enfoca ampliamente en la
73
época colonial, sino que la representa con enorme precisión. Por ejemplo, son abundantes los
datos biográficos de Gregorio López, especialmente aquellos que narran su llegada a Nuestra
Señora de los Zacatecas en 1562. Se hace referencia a personajes como Cristóbal de Oñate, Juan
Zaldívar de Oñate, así como don Pedro de Ahumada Sámano, quienes participaron en las
campañas contra los indios Chihimecas en el proceso de consolidación de “El Real de Minas”
ataque de los indígenas de la zona, también escribió un texto de relación25 en el que se describe,
entre otras cosas, cómo los Guachachiles de Mazapil comían carne humana (The Cambridge
Fernando Ocaranza, en Gregorio López. El hombre celestial, no sólo cuenta vida y obra
del personaje histórico, sino que analiza un tema polémico manejado por Salazar acerca de la
verdadera identidad del anacoreta. Este conflicto encierra la idea antes mencionada de que
Gregorio fue un hijo bastardo de Felipe II. De acuerdo con Ocaranza, en el México colonial y de
épocas posteriores corrió la versión de que Gregorio López era en realidad el príncipe don
Carlos, hijo de Felipe II y María de Portugal, debido a la corta estancia del eremita en la
península. Para explicar el alcance de dicho mito, Ocaranza menciona dos obras relacionadas con
la leyenda del personaje: La novela corta El Misterioso26 (1836), y la obra México a través de los
siglos de don Vicente Riva Palacio, quien “encuentra posible que don Carlos y Gregorio López
hayan sido la misma persona”, especialmente debido al misterio que rodeaba la figura del
anacoreta (23-24). Inclusive, Ocaranza sugiere que dicho mito sobre López trascendió a otras
25
Relación sobre la rebelión de los indios Zacatecas (1562). México: Vargas Rea, 1954.
26
El Misterioso de Mariano Meléndez y Muñoz, publicada en 1836.
74
aparecen dos imágenes de Gregorio López27 (2, 33) en las que destaca un considerable grado de
Sin embargo, en un apartado posterior, Ocaranza aclara dicha polémica al establecer tres
años de diferencia entre el nacimiento de don Carlos (1545) y el de Gregorio (1542). El autor
refiere las características y conductas de don Carlos mediante testimonios como el de Guillermo
Maurenberger, quien describe al príncipe como hombre de “estatura ruin, aspecto enfermizo, con
un hombro más alto que el otro y un pié más pequeño que su compañero, con una protuberancia
caprichoso, alambicado y confuso en el hablar” (25). Esta descripción ilumina dos hechos
fundamentales. El primero revela la manera tan eficaz en la que Salazar debió documentarse para
representar la infancia y juventud de Gregorio a través del relato de Gerardo. En segundo lugar,
se demuestra una posición singular del autor entre el discurso histórico y los mitos sobre la vida
de Gregorio López. Para Salazar el mito y el discurso histórico guardan una relación equidistante
con respecto a la ficción, de tal importancia que dicha combinación ha dado origen a esta
búsqueda de la identidad regional llamada Desiertos intactos. Así como la historia, el mito tiene
27
Una de las imágenes es un cuadro pintado por José de Páez en 1771 en la parroquia de Santa Fe de Tacubaya,
según María Concepción Amerlinck de Corsi en México en el mundo de las colecciones de arte (242).
28
Según Vicente de Cadenas y Vincent, los historiadores concuerdan en que el prognatismo de los Habsburgos tiene
su origen en Cimburga de Mosawien (1292?-1429), Madre de Federico III, abuela de Maximiliano I, y tatarabuela
de Carlos V. Carlos V. Miscelánea de artículos publicados en la Revista «Hidalguía». (247).
75
El resultado de esta combinación encierra la idea de que, para Salazar, las historias se encuentran
en los objetos, personas y lugares más comunes, pero que sobreviven al tiempo sin dejar de ser
materia de relato.
Cuando Miguel Méndez publicó El sueño de Santa María de las Piedras (1986) bajo el
un ciclo de siete novelas iniciado doce años atrás con el gran éxito literario de Peregrinos de
Aztlán (Miguel Méndez in Aztlán 10), sino que además dio a conocer uno de sus más importantes
sinnúmero de críticas positivas de intelectuales como Luis Leal, William David Foster, Charles
M. Tatum, Juan Bruce Novoa y Camilo José Cela. Éste último expresó en repetidas ocasiones su
admiración por el escritor chicano a través de memorables cartas publicadas por Gary Keller
(Miguel Méndez in Aztlán 34-35). Asimismo, el autor español fue uno de los principales
promotores para que Miguel Méndez obtuviera su doctorado en 1984 por la Universidad de
Arizona, donde impartió cátedra de literatura chicana durante varios años. No obstante que su
cátedra lo haya acercado a las preocupaciones políticas e intelectuales del discurso chicano,
Méndez se declara asiduo lector de escritores mexicanos contemporáneos como Yáñez, Rulfo,
Miguel Méndez se ha destacado, entre otras razones, por ser un escritor involucrado con
múltiples expresiones literarias. Por una parte, desde el inicio de su carrera artística en la década
de los sesenta, Méndez ha sido ligado al fenómeno de la literatura chicana, junto a figuras como
Tomás Rivera, Ron Arias y Rudolfo Anaya, entre otros. Roland Walter, en su artículo “Social
76
and Magical Realism in Miguel Méndez´ El Sueño de Santa María”, cita a Charles M. Tatum29
para sostener que la novela de Méndez posee un notable componente de realismo social heredado
de John Steinbeck, un rasgo ciertamente común de la literatura chicana. Por otra parte, el mismo
Walter agrega más adelante que la obra de Méndez posee una profunda relación con el fenómeno
del Boom latinoamericano, en tanto que en ésta “the literary art of magical realism attains a
maturity and literary skill comparable to modern Latin American writers such as Carpentier,
espacio desértico. Gary Keller sostiene que Méndez “has been a lifelong native and connoisseur
of the Sonoran macrodesert. With its subdivisions that include the Colorado and Yuma desert, it
stretches 120,000 square miles lapping the feet of the big mountains of the Mogollon Rim about
one hundred miles beyond Phoenix to the north” (1). El desierto, sin duda, ha colocado a Méndez
en una situación privilegiada, no sólo por su condición de sujeto binacional, sino que gracias a
dicho contacto empírico el autor ha plasmado en sus obras, de manera única, diversas
de los grupos étnicos que habitan este territorio árido, tal como se muestra en su primera
aproximación crítica y veraz a la problemática que define la experiencia desértica. Este rasgo es
el vínculo más evidente entre Miguel Méndez y los escritores de la literatura del desierto, como
29
Charles M. Tatum. “Contemporary Chicano Prose Fiction: A Chronicle of Misery,” Latin American
Literary Review 1.2 (1973): 7.
30
“Tata Casehua” es un relato que apareció originalmente en la revista El Grito, en 1968, y donde Méndez
se enfoca en las tradiciones orales de los indios Yaquis de Sonora. Posteriormente, el cuento apareció en la antología
Tata Casehua y otros cuentos. Berkeley: Editorial Justa, 1980.
77
lugar indeterminado del desierto sonorense (7). Los relatos de los ancianos van del presente
(1987) hacia el pasado más o menos lejano (siglo XVI). Se trata, pues, de personas que
recuerdan y reconstruyen una tradición oral fragmentada. En el otro extremo, el mismo narrador
da voz a un “narrador ficticio” (Piña Ortiz 126) que cuenta la historia de la familia Noragua,
especialmente la de Timoteo y sus aventuras en los Estados Unidos. Dicho viaje tiene su origen
en una obsesión del protagonista, quien después de escuchar un relato mítico sobre lugares
No, de veras que no, ni siquiera pueden ustedes imaginar lo que es ese mundo, ¡una
maravilla! Los Estados Unidos es un país de magia, es la gloria. Uno no lo puede creer
hasta que lo ve. Miren manitos, los güeros son como dioses, no sólo tienen puentes sobre
los ríos, también sobre el mar, largos, largos y muy anchos. Se montan en carrazos muy
lujosos, se llevan con ellos unos gatos y unos perros muy bonitos y muy bien comidos y
se van por esos puentes hasta contra las Europas… Son muy ricos los gringos, no hallan
dónde almacenar tanto dinero… Allá en los EE. UU. No tienen más negocio que gozar y
gozar. (41)
Preso de una gran curiosidad, Timoteo pregunta a los norteamericanos la identidad del creador
de tales maravillas. Éstos, al ignorar el contenido de la pregunta tan sólo pueden responder
“What´d you say?”. El personaje malinterpreta y da origen al mito de “Huachusey” (63), y éste
se convierte en el motor de una constante búsqueda que conduce al héroe a la eventual desilusión
del mundo observado y a la destrucción de Santa María de las Piedras al final de la novela.
31
“Tucsón, Yuma, Los Ángeles, San Francisco, Chicago, Nueva York, posiblemente Boston y San
Antonio, amén de ciudades intermedias” (171).
78
Las dos historias convergen en determinados pasajes de la obra, por ejemplo cuando los
ancianos y el narrador ficticio discuten la veracidad de sus respectivos relatos sobre la familia
Noragua, pero muy en especial, cuando se discuten aspectos relacionados al acto de contar. Así,
cuando este narrador ficticio comparte con los ancianos sus escritos sobre el viaje de Timoteo,
éstos responden:
Pos será el sereno pero esa historia no me la trago. Quién va a creer que exista un hombre
tan bruto como ese indio Timoteo, que es que busca a Dios en Gringuía. Pues si no crees
que hay pendejos tan pendejos como ese indio, es que tú eres más pendejo. Estás loco y
te faltan tamborazos. Acarreas al indio Timoteo de una ciudad a otra montado en un
burro; tú sabes que eso no puede ser, en la realidad el animal se clavaría de hocico a las
primeras. Los gringos tienen guardias donde quiera que se necesite y tú los metes a los
lugares más absurdos como si nada, ¿dónde está la lógica, pues? (117-18)
Más adelante, el narrador ficticio emite una respuesta a sus interlocutores mostrando un claro
desdén por la reconstrucción oral de la historia que llevan a cabo los viejos placeros de manera
ritual.
Para Santa María de las Piedras no hubo historiador oficial. Los jirones de historia
que subsisten de ese pueblo de piedras, sol, arena y cactos, andan de lengua en
lengua salpicándose de babas. Son infundios de borrachos, que ruedan tal las
monedas falsas, argüendes de viejos seniles y vaya Ud. a saber muy señor o señor
mío… (los viejos), nos han endilgado anécdotas a granel, sin ton ni son. (155)
El narrador principal complementa los anteriores relatos (ancianos y narrador ficticio) con la
neorrealista y la novela del Boom. Esta mezcla particular da forma a un mundo novelesco
confrontado ante la constante disyuntiva entre lo real y lo mítico que se ordena de la siguiente
forma. En primer lugar, existe un espacio regido por un tiempo heterogéneo que se manifiesta de
forma no causal, fragmentada, inversa y aun cíclica. Esta condición espaciotemporal, de acuerdo
79
con Martín Piña Ortiz, se encuentra permanentemente definida por una singular relación,
sentido, Santa María puede llamarse el sueño de las rupturas, por la multiplicidad de sucesos que
implican las distintas etapas históricas por las que pasa el pueblo, pero también,
imaginario de la zona noroeste de México (Sonora), y entre los cuales me propongo destacar, en
Méndez propone un proyecto estético, cuyo objetivo es poetizar el desierto como experiencia
compleja, totalizadora y como ficción capaz de definir el desencanto del mito nacional sostenido
en la idea de modernidad y el progreso. Así, el autor presenta una propuesta ética con la cual se
examina el valor de los productos del desierto y la frontera noroeste, previamente tratados por
Méndez en la obra De la vida y del folclore de la frontera. “Allí… confluyen el espalda mojada,
los polleros, el chicano, el educador, el cholo, las madrotas y lenones, el humanista, los
filósofo, el ciudadano común, el feligrés, el obrero… (2-3)”. Este gran compendio es el resultado
de una compleja narrativa, llena de relatos y mitos, cuya gran edificación es el desierto, el cual
aparece en el discurso de Miguel Méndez como representación alegórica, mas no del ámbito
nacional, como en el caso de la novela telúrica, la novela regional o aun la narrativa del Boom;
sino que, en este caso, se trata de un espacio alegórico que funda su propia identidad. Es decir, se
Como se dijo anteriormente, los ancianos placeros de Santa María de las Piedras recrean
una historia en reversa. Es decir, recuerdan y cuentan una serie de eventos, desde los más
recientes hasta los más lejanos. Este rasgo particular trae a la memoria del lector relatos del
Boom latinoamericano como “El regreso a la semilla” de Alejo Carpentier, o bien, La muerte de
Artemio Cruz de Carlos Fuentes. Junto a este hecho, Méndez enfatiza cómo la memoria define la
escritura del narrador ficticio, quien pese a su posición contra los ancianos, ha plasmado lo que
éstos le han contado. Así, el lector debe enfrentarse a un singular protocolo de lectura, a través
del cual el autor propone un juego verbal entre el mundo onírico y el registro de lo real. Roland
Walter, en “Social and Magical Realism in Miguel Mendez´ El Sueño de Santa María”, dice
sobre la novela que “it presents certain difficulties for the reader: a collage of narrative
techniques, such as multiple points-of view and perspective, dreams, visions, interior
monologues, flashbacks, fragmented narration, the juxtaposition of past and present actions as
well as of unreal elements, and the cinematographic transition from one scene to the next” (104).
Este grado de experimentación formal es quizá uno de los vínculos más evidentes entre la
que ambas plantean la concepción del espacio novelesco. Dicho espacio es representado
mediante una escritura capaz de explorar la relación entre lo real y lo irreal (onírico o mítico).
Arturo Flores advierte que Santa María de las Piedras, se plantea como una problemática desde
“Aclaración”. Dicho fragmento, “en síntesis, plantea el discurso como un juego entre el sueño y
la realidad ya que, por ejemplo, junto con hacer notar la existencia del desierto de Sonora se deja
81
en claro que todo —espacio, historia, personajes, etc. — ‘es simple y pura coincidencia’” (131).
Santa María de las Piedras es sólo un sueño; de veras, de esos sueños que se sueñan en
las piedras. Sin embargo, existe el Desierto de Sonora, y en la zona de la frontera algún
pueblo con calles y plaza. Anécdotas y personajes coinciden con hechos reales, como
coinciden las imágenes que los espejos reflejan. Bien pudieran ser también los hechos los
que deambulan por los espejos y la realidad de lo que emana reflejos. Qué raros,
ciertamente, suelen ser los sueños. Si acaso hay a quienes les ofendieron los contextos de
estos sueños por verse entre ellos enmarañados, sépanlo, pues, que es simple y pura
coincidencia. (5)
Cuando se afirma que Santa María es un sueño, el lector debería inferir que el sujeto de
enunciación se encuentra situado en el plano real, fuera del mundo onírico. Sin embargo, ese
mismo sujeto opina sobre la rareza de los sueños, como si éstos no fueran tan ajenos a su
experiencia. El lector, entonces, puede llegar a la conclusión de que las fronteras entre el sueño y
la realidad no son del todo precisas. Es decir, si Santa María de las Piedras es tan sólo un sueño,
entonces, ¿por qué enfatizar la existencia geográfica del Desierto de Sonora y la zona fronteriza?
Flores sugiere la idea de que dicho fragmento no es parte de la ficción, sino que éste tan sólo
“señala vías de aproximación” (131) a la lectura. No obstante, se incorpora al relato tres páginas
más adelante lo que parece ser otra voz narrativa, en sentido contrario a la “Aclaración”. “Habrá
quien diga que Santa María de las Piedras no pasa de ser un mito; se atreverán a negar su
existencia, porque lo buscan en mapas y no lo hallan. Pero pues este pueblo de Santa María de
las Piedras no está fincado en ninguna cartulina sino aquí, en este pedregal circundado por
fundamenta en la pluralidad de voces narrativas, a las cuales el lector deberá poner suma
atención, y así lograr una mayor comprensión de la obra. Sin embargo, para Flores, la Aclaración
inicial, acaba más bien ratificando las reglas sobre la realidad y el sueño.
82
Por lo tanto, una vez desvanecidas las líneas que dividen el mundo real y el onírico, el texto
postula un modo particular de existencia, en este caso de un espacio, cuyo rasgo esencial es el de
ser cualquier lugar, y al mismo tiempo ninguno. Dicho de otro modo, la aclaración inicial de la
novela propone a Santa María de las Piedras como un espacio alegórico, un microcosmos o
espacio ficcional que trasciende la geografía, y cuyos atributos se apegan a las preocupaciones
Con el fin de ilustrar la enorme influencia que William Faulkner ha tenido en la literatura
latinoamericana, Lee A. Daniel hace una amplia lista de los espacios ficticios más
Comala en Pedro Páramo del mexicano Juan Rulfo, por mencionar algunos. Según Daniel,
dichos espacios poseen una serie de características específicas. “En general son pueblos remotos
y aislados que están perdidos en su propio espacio geográfico: desierto, montaña o la costa donde
los habitantes trabajan, aman y sufren en el calor y el atraso” (“El pueblo ficticio en la literatura
mexicana” 19-20). En este sentido, Miguel Méndez y El sueño de Santa María de las Piedras,
sin duda, forman parte de esta serie. Esta pertenencia, asimismo, puede explicarse a través de
Ignacio Trejo Fuentes, quien en su obra De acá de este lado se basa en el caso de Peregrinos de
Aztlán para ilustrar el gesto totalizador en la obra del autor chicano a través de un esquema
narrativo tipo “muralista” (153). El sueño de Santa María de las Piedras se apoya en una
83
ésta última se distingue una peculiar combinación del realismo social y lo fantástico. Con base en
esta mezcla, la novela de Méndez no sólo alcanza el nivel de lo mítico, sino que este relato logra
acceder a ciertos valores universales (“Frontera geográfica y ficción.” 457). Santa María es,
pues, el pueblo y el desierto, el lugar del auge y la miseria, de lo idílico y lo infernal, lo mágico y
lo terrenal, etc. Su enorme parecido con Macondo, Comala o Luvina no es casualidad. Los
opuestos dan forma a una totalidad que vincula el presente y el pasado, gracias en parte a la
heterogeneidad del tiempo, en reversa, hacia delante, fragmentado y, a veces, segmentado sin
una lógica aparente que ordene los eventos representados. Sin embargo, lo que distingue a Santa
María de las Piedras de sus espacios antecesores en la literatura es, a mi entender, la presencia de
se determina por la naturaleza del contacto empírico, de acuerdo a la aproximación que el sujeto
“Huachusey”, difiere radicalmente de la de aquellos que intentan encontrar oro en Santa María
de las Piedras.
Martín Piña Ortiz afirma en Frontera y literatura: La expresión de una ruptura histórica
en la obra de Miguel Méndez que El sueño de Santa María de las Piedras destaca del resto de la
obra del autor chicano debido al dominio de la técnica narrativa. En primer lugar, resalta una
serie de alternancias entre voces narrativas, desde la voz omnisciente y las intervenciones
84
testimoniales de los ancianos, hasta la presencia del “narrador ficticio” (126). Así, se entiende
que la figura del narrador aparece de forma heterogénea, ya sea representando el mundo
novelesco o bien apareciendo en el mundo representado como actor multifacético. Sobre éste
último Piña Ortiz cita a Bajtín para sostener que el narrador “puede representar los momentos
reales de su vida o hacer alusiones a éstos; puede intervenir en la conversación de los personajes;
o puede polemizar abiertamente con sus adversarios literarios” (126). Para Piña Ortiz “lo
representado. Ambos se hallan ahora en las mismas coordenadas valorativas y temporales” (126-
7).
común. Así, cuando la perspectiva del narrador difiere de la del personaje se dan los distintos
grados de parodia: “se estiliza, se ridiculiza, se contradice, etc.” (391). Según Piña Ortiz, esta
nueva posición del narrador es un rasgo fundamental de la obra de Méndez, en tanto que en ésta
se ha logrado “la superación de la distancia épica (jerárquica) del narrador con respecto a sus
personajes”, y por lo tanto, “el carácter heroico del protagonista se ha familiarizado a través de la
ironía” (127). El resultado de este enfrentamiento con la norma del discurso épico es una
representación paródica, y cuyo objetivo, según Piña Ortiz, es “desmitificar la riqueza superficial
del mundo desarrollado” de acuerdo con una percepción moral del mundo degradado (128).
enfatiza dos elementos clave para entender del rasgo paródico en la novela hispanoamericana
coadyuvada por el humor- crea una distancia necesaria para la desautomatización de los
procedimientos narrativos convencionales” (19); así, Skołodowska explica cómo se impone “la
incertidumbre frente a los valores que sostenían el pensamiento positivista del siglo XIX…”
(22). En segundo lugar, la autora cita la importancia del “texto de goce”, que para Barthes es
aquel “que pone en estado de pérdida, desacomoda (tal vez incluso hasta una forma de
aburrimiento), hace vacilar los fundamentos históricos, culturales, psicológicos del lector, la
consistencia de sus gustos, de sus valores y sus recuerdos, pone en crisis su relación con el
lenguaje”. Según la autora, en el caso de la nueva novela hispanoamericana, “el reajuste entre el
El sueño de Santa María de las Piedras es un caso donde el elemento maravilloso trabaja
en estrecha relación con el discurso paródico, una condición frecuente en la literatura del Boom.
usualmente con el objetivo de examinar ciertos períodos históricos, pero sobre todo,
cuestionando la manera en que éstos han sido representados. Para Skołodowska esta relación
considerada obsoleta, sino reevaluada en cuanto ‘texto’”. Esta toma de conciencia sobre la
novela, impulsada por el Boom, han construido un “fundamento sólido para la escisión de las
premisas de la escritura histórica tradicional” (28). La obra de Miguel Méndez se inscribe a esta
serie de principios. El escritor propone su relato como una máquina auto-reflexiva que revela un
gesto irreverente en contra del conjunto de obras que han entronizado el mito nacionalista,
especialmente el de la Revolución.
Revolución. Méndez presenta pasajes específicos del conflicto armado que se definen por un
tono paródico con el afán de cuestionar los valores tradicionales que el discurso oficial ha
postulado sobre este acontecimiento histórico. Este tipo de gesto humorístico sobre la
Revolución Mexicana, de acuerdo con Skołodowska, ya había sido llevado a cabo en 1964 por
Jorge Ibargëngóitia en su obra Los relámpagos de agosto (55). Méndez recurre a una
combinación entre la novela histórica y el modelo del Boom para darle una dicción peculiar a su
discurso. Éste da forma a un espacio que tiene una enorme influencia sobre la forma en que
ocurren los eventos. El autor propone la experiencia desértica como una trampa, como un mundo
donde existe una realidad cambiante y escurridiza, tal y como sucede con los espejismos. De
modo que la representación de los acontecimientos debe ajustarse a los accidentes que sufre
dicha realidad.
entre ellos el general del ejército federal, Isaías Gallardete, y el coronel yaqui Rosario Cumea.
87
suceso que lanzó a México hacia el encuentro consigo mismo, que lo posicionó en la
modernidad, ya que lo hizo contemporáneo del mundo (56). Thomas Benjamin afirma que la
Revolución (con mayúscula) es una invención. Se trata de la construcción de un relato para dar
sentido a un hecho histórico bajo el mando de una agenda política cuya necesidad de ordenar el
inspirar a sus ciudadanos (31). Por su parte, Juan Pablo Dabove sostiene que la Revolución es un
“evento fundacional del propio Estado” cuya narrativa se inauguró en 1910, y que se fue
forjando durante las sucesivas décadas bajo la dirección del sistema político mexicano con el
las cuales van desde las festividades y espectáculos, a obras de índole histórica, plástica, pero
sobre todo literaria. Dabove agrega que el México del siglo XX yace “a la sombra de la
Revolución”. Ésta es el centro alrededor del cual gravitan, casi en su totalidad, las
La llegada de la Revolución a Santa María de las Piedras se describe de una forma que
evoca novelas como Los de abajo de Mariano Azuela o Vámonos con Pancho Villa de Rafael
Muñoz. El narrador retrata el evento con pesimismo, sobre todo por que la violencia genera un
A caballo llega 1915 a Santa María de las Piedras: es la guerra, la muerte, la Revolución,
el miedo, el hambre. Perros, lobos, coyotes y buitres se hartan de los caídos… De los
antaño jóvenes desposeídos, escarnecidos, desamparados, ha nacido el hombre que se
educa en la guerra y llega a los más altos escaños de la jerarquía militar. De los otros
jóvenes, idealistas furibundos, ideólogos fanáticos, surgen los aspirantes al poder. La
88
justicia social es el tema medular de sus discursos. Con excepciones sumamente raras, es
ahora la ambición por el poder y la riqueza lo que anima sus entrañas. (130)
Con respecto a este panorama desolador, donde los hombres están destinados a ejercer la
violencia, o bien a acceder a los oscuros círculos de poder, llama sobremanera la atención la
fecha en que llega la Revolución, es decir, cinco años después de lo que marca el discurso
histórico (1910). Uno puede pensar que se trata de una típica dislocación del tiempo, sobre todo
si se considera la naturaleza maravillosa de este relato. Sin embargo, esta fecha también coincide
con el enfrentamiento entre Plutarco Elías Calles y Francisco Villa por la posesión de Agua
Prieta, y en general el norte de Sonora durante 1915 (Historia de la Revolución Mexicana 194).
Este dato refuerza la afirmación de Luis Leal, quien afirma que Rosario Cumea es una evocación
del Centauro del Norte; por lo que Gallardete sería el alter ego de Elías Calles. Así mismo, 1915
es, de acuerdo con Marta Portal, el fin de la cronología que traza Mariano Azuela en Los de
abajo (57) Lo importante aquí es recalcar que desde este punto, aún bajo un tono realista,
federales. Se dice que Gallardete “se afrontó con 2000 guachos de a caballo, pelones,
requemados como comales, de estatura chaparra, rostros pétreos” (130). Sin embargo, después de
un enfrentamiento con Cumea, el ejército de Gallardete queda reducido a tan sólo 200 hombres,
mismos que, mal heridos y hambrientos, entran al pueblo a pedir ayuda. Se describe la solitaria
ayuda que brinda el padre Auxilio a los federales, ante la negativa de todo el pueblo; y de pronto
Por una vereda mágica apareció el niño milagroso, sus pasos sobre la tierra sin llegar a
tocarla. Como en un ensueño común intuyeron todos su bendita presencia. El niño santo
que parecía brotado de nubes fosforescentes sorteó sus pasos azules entre los
moribundos. Fue entonces que el morado gangrenoso volvió a la blancura de los sueños
felices… En la diestra asía una vara, en la otra mano un trozo de pan y atado a la cintura
89
un guaje con agua bendita. ¡A todos curó al mismo tiempo, a la misma hora! Bastaba con
que los heridos humedecieran apenas sus labios con el agua milagrosa con la fuente que
contenía el guaje, para que a la sed y el dolor los sucediera un beneplácito. (133)
El narrador retrata el desierto, si bien como espacio de batallas, pero también como un infierno y
a los soldados federales como a demonios. La aparición del niño milagroso para sanar y
maravilloso, sino que asimismo funciona como transición para presentar el desenlace del pasaje
Piedras, sino en la mitad del desierto. El narrador cuenta que las batallas entre Cumea y
Gallardete se dieron en círculo durante un tiempo prolongado. “Hacía 17 meses que Rosario
Cumea perseguía al general Gallardete. A cada ocasión que lo topaba se daban los dos ejércitos
en tan fiera pelea que ambos compartían la misma derrota. Hasta llegaron a olvidarse por qué
peleaban. La pasión de la venganza les daba aliento y rabia. Parecían girar en círculo eterno”
(142). Este fragmento contiene una clara referencia a pasajes bíblicos, donde se relata el
peregrinaje del pueblo hebreo por el desierto de Moeb durante cuarenta años, específicamente en
el cuarto libro de Moisés, mejor conocido como “Números”32. Después de las largas correrías en
círculo, ambos bandos experimentan un olvido total de quiénes son y qué hacen en mitad del
desierto.
32
(Números 14:33) “[y] sus hijos andarán tras sus rebaños en este desierto durante cuarenta años, por causa
de la traición de sus padres, hasta que todos ustedes hayan caído en el desierto” (La Biblia Latinoamericana 201)
90
con mucha potencia: ¡Somos arrieros, pues! ¿Y dónde están las bestias? No vemos
caballos ni mulas. Pos no, porque nos los comimos, nos agarró el hambre. ¡Ah, sí! ¿Y por
qué traemos armas? A ver. Por encargo del ejército federal las llevamos a Santa María de
las Piedras, porque andan una bola de bandidos sediciosos en el desierto levantados
contra el supremo gobierno. El yaqui Cumea se acercó al Bichi y le dejó ir dos preguntas:
¿Quién nos manda a nosotros, pues? ¿Quién es el jefe? El Bichi se levantó sobre sus
talones. ¡Yo soy el mero mero, cabrones! Cumea por puro instinto le respondió pegado a
la cara: No me gustas para jefe. El Bichi Buitimea le asestó una tremenda cachetada entre
oreja y quijada al yaqui Cumea, éste se incorporó escupiendo arena con sangre, llorando
como un bebé. (143-44)
Méndez utiliza el elemento maravilloso para revertir algunas de las nociones tradicionales de la
figura del héroe revolucionario. La primera, y quizás la más obvia es el del valor hiperbolizado
del personaje típico de la Novela de la Revolución, un rasgo que Azuela lograra retratar con
maestría a través de Demetrio Macías en Los de abajo. Con el retrato de Cumea llorando como
bebé, Méndez rompe totalmente el vínculo entre el héroe y el fenómeno que lo construye, que lo
revolucionarios y federales han perdido la memoria se desata una escena carnavalesca que
culmina en el instante en que ambos bandos se ponen a practicar juegos y canciones infantiles
sobre la arena ardiente. Este olvido juega un papel fundamental, no sólo porque se ha
ahora en piezas de una fiesta inaudita. Debido al olvido, éstos ignoran quiénes son y lo que hacen
en mitad del desierto. Esta ignorancia súbita, este no saber, evoca de manera casi inmediata uno
de los primeros diálogos entre Luis Cervantes y Demetrio Macías en Los de abajo. “–[p]ersigo
los mismos ideales y defiendo la misma causa que ustedes defienden. Demetrio sonrió: –¿Pos
cuál causa defendemos nosotros?...” (93). Se crea una especie de ironía dramática en la medida
que el lector sabe lo que el personaje (ahora) ignora, y con base en esa distancia, Mendez detona
los propósitos de la novela histórica”; ya que, por una parte, “los historiadores intentan re-
familiarizarnos con los acontecimientos olvidados por culpa de un accidente, una negligencia o
una represión, mientras que los novelistas persiguen una desautomatización de lo aceptado y de
tanto, determina la ilegitimidad del discurso estatal con respecto a un conflicto armado, ahora
que Dabove señala como violencia revolucionada convertida en “consenso institucional” (168), y
por lo tanto, se ratifica el enunciado en el que se afirma que “[p]ara Santa María de las Piedras
CAPÍTULO IV
El 12 de marzo del 2000 las letras mexicanas contemporáneas perdieron a uno de sus
narradores más sobresalientes, el escritor nacido en Delicias, Chihuahua, Jesús Gardea Rocha
(1939). Gardea fue un autodidacta de grandes cualidades, y a pesar de que comenzó a publicar en
su madurez, creó una abundante obra que abarcó un total de dieciocho textos publicados a lo
largo de casi veinte años: Once novelas, seis libros de cuentos y uno de poesía (Escenarios del
Norte 93). De la obra cuentística que se analizará en este capítulo, destaca su primer libro Los
viernes de Lautaro (1979), De Alba Sombra (1985), Las luces del mundo (1986), pero sobre todo
Septiembre y los otros días (1980), ya que con esta obra Gardea ganó en el Premio Xavier
Villaurrutia (Escenarios del Norte 96), galardón que el Instituto Nacional de Bellas Artes otorga
Vicente Francisco Torres afirma que desde el inicio de su carrera, Jesús Gardea “se
reveló como un verdadero artífice de la prosa, como un insólito orfebre que, año tras año,
entregó libros que son verdaderos alhajeros…,” (17). Miguel G. Rodríguez Lozano sostiene que
Gardea “[a]sumió la labor creativa con una responsabilidad titánica, con un entusiasmo y una
infatigable audacia”; asimismo agrega que sus creaciones “son una muestra de la constancia
93
escritural…” y con ellas “construyó un imaginario que con el tiempo no se ha desvanecido, por
el contrario, ahora es un referente indispensable del proceso por el que pasaron las letras
mexicanas del fin de siglo pasado” (93-94). Gardea fue un asiduo lector de autores como Martín
Luis Guzmán, Lezama Lima, Juan Carlos Onetti, pero en especial de Juan Rulfo, con quien se le
“[E]s una forma de arreglar cuentas con el mundo por un momento, posteriormente se volverán a
suscitar nuevos problemas y habrá que lidiar de nuevo. Para mí, mi herramienta, mi instrumento,
mi manera de defenderme del mundo es ésta: el escribir” (La muerte y la soledad 15).
literario mexicano, y por esa razón siempre intentó alejarse de aquello que él mismo llamó
“mafias” (Escenarios del norte 93), cuando se refería a los grupos intelectuales que se
concentraban en la capital del país. Asimismo, el escritor mostró siempre un rotundo rechazo por
las etiquetas, y sobre todo un gran escepticismo por la crítica literaria que se acercó a su obra
(“La literatura: tráfico entre vivos” 64). De acuerdo con Vicente F. Torres y Miguel G.
Rodríguez, el escritor chihuahuense siempre se mostró renuente a que se asociara su obra con el
espacio desértico. Sin embrago, ambos críticos sostienen que es imposible desligar el discurso
gardeano del ámbito geográfico. Torres confiesa que a través del discurso gardeano pudo sentir
“la presencia y el bochorno seco y de los rayos del solo como dagas” y asimismo pudo
experimentar la “vida asfixiante” de ciudad Juárez aún antes de conocerla. Rodríguez utiliza el
ejemplo de Placeres, el espacio ficticio que Gardea construyó con clara referencia a su natal
Delicias, como muestra de esta indudable relación entre el escritor y el ámbito geográfico.
“[S]ólo en una ciudad construida en medio de grandes extensiones sedientas el sol se filtra por
94
todas las páginas, sólo en un área desértica los personajes hablan de beberse la sombra;
únicamente allí los entes de ficción se dejan llevar por las visiones que engendran el polvo y el
calor” (El paisaje norteño 201). Fuera de toda discusión, Gardea ha sido uno de los escritores
contemporáneos más elocuentes que escogieron el desierto como escenario de sus relatos más
interesantes.
Es importante señalar que el autor chihuahuense enfocó toda su obra narrativa fuera del
espacio urbano en un momento específico en el que escritores de la talla de Gustavo Sainz y José
Agustín dominaban la escena literaria con obras que exploraron la experiencia del mundo
capitalino. María Elvira Villamil reconoce la gran influencia de narradores como Agustín Yáñez,
tratamiento del mundo rural y el laconismo de Rulfo. Sin embargo, la autora afirma que, salvo en
raros casos, “la introspección en el texto es mínima, ya que no hay interés en la profundidad
sicológica en los personajes”. Al contrario de obras como Al filo del Agua o El luto humano, el
personaje” (94). La narrativa de Gardea se despega de la de Rulfo, no sólo porque aquélla “se
apoya en una mesurada dicción poética donde no cabe lo ‘irreal’ ni lo ‘mágico’, donde no cabe
ningún fantasma, donde el milagro consiste en ser profundamente trágico a partir de hechos
insólitas maneras” (Irigoyen 80); sino que asimismo, el escritor chihuahuense no propone una
literatura regionalista. Si bien posee rasgos como el retrato del espacio rural y el acecho de la
mismo.
95
Villamil agrega que a pesar de la cercanía entre la obra de Gardea y la de autores como
Daniel Sada, Federico Campbell y Ricardo Elizondo, existen algunas diferencias notables. En
primer lugar, Gardea tiende a alejarse del discurso referencial. Su espacio “se diferencia
han dejado huella” (93). Gardea propone un mundo hostil dominado por la “deformación de las
relaciones interpersonales, por la deformación de la vida común” (17) y que se aleja del paisaje
idealizado que aparece en Setenta veces siete de Ricardo Elizondo. Es un espacio improductivo,
soledad. Ésta se manifiesta no sólo por “el sentimiento derivado de la falta de (o incapacidad de)
comunicación e identificación” (La muerte y la soledad 109), sino también por la ausencia de
histórica, que en cambio, sÍ aparecen en el resto de las obras que se han analizado.
La relación entre Gardea y los autores de la literatura del desierto puede considerarse
árido del norte, sobre todo si observamos que no existe el espacio privilegiado por el progreso y
la posibilidad de auge. El espacio ficcional tampoco puede plantearse como marginal, ya que la
y lejanía de dicho espacio con respecto a cualquier noción de centro. No hay crítica hacia el
manifiesta, pues, como el espacio de lo indiferente. Los seres están adheridos al espacio, y éste,
96
al mismo tiempo, es un personaje de la narración. Por esa razón el desierto se revela como la
alegoría de la soledad.
En este apartado se analizarán tres cuentos; dos que pertenecen a la obra Los viernes de
Lautaro (“El hombre solo” y “Los viernes de Lautaro”); y otro que forma parte del volumen de
cuentos Septiembre y los otros días (“Trinitario”). Los tres relatos aparecen concentrados en el
experiencia del desierto. En “Los viernes de Lautaro” y “Hombre solo”, Gardea propone el
desierto como un espacio hermético donde los personajes Lautaro Labrisa y Juan Zamudio
Gardea comunica a través de esta soledad un inmenso vacío provocado por la ruptura de los
lazos fraternales entre los seres que no encuentran un estado feliz, y cuya única esperanza se
sostiene de una serie de objetos que conforman la vida cotidiana de dichos personajes. Por otra
parte, en el cuento “Trinitario” de la obra Septiembre y los otros días, Gardea propone la amplia
relatos, más cuentos que en cualquier otro volumen del autor chihuahuense. La extensión de
éstos es considerablemente desigual. Según Rodríguez Lozano es “el libro que acumuló en
primera instancia las experiencias escriturales del autor”. Quizás debido a ese hecho es difícil
concentrar todos los relatos alrededor de una temática central. Rodríguez Lozano explica que se
trata de “la presentación en las letras mexicanas de Gardea y por lo tanto no extraña encontrar
historias por momentos tan dispares33”. Por esa razón el crítico agrega que en la obra “se percibe
cierta ansiedad por contarlo todo” (101). Este grupo de narraciones refleja un gran número de
aspectos vivenciales del autor, lo cual se nota en la precisión de detalles con que se describe los
A lo largo de estos relatos domina el tempo lento, excepto en contados pasajes como el
desenlace de “La acequia”, donde se narra un ajuste de cuentas entre hombres del campo que
culmina en un asesinato (31). La acción de los cuentos se demora e inclusive se detiene para
incluir detalles que van desde la inserción de flashbacks; descripciones del paisaje, de partes
elemento ausente. Cada historia está construida con una particular sobriedad: diálogos escuetos,
frases cortas que connotan silencios. Desde las primeras líneas se puede detectar un enorme
narración escueta escasamente informan al narratario o lector acerca de la situación que se está
33
Rodríguez Lozano aclara que los cuentos “La puerta lila”, “Hombre solo”, y “El mueble” aparecieron en
agosto de 1977 en la revista Plural, y dos años después se incluyeron en Los viernes de Lautaro. Asimismo se
cambió el título de “La puerta lila” por el de “La acequia” (Escenarios del norte 95).
98
queda la escena inconclusa que ha leído” (97-8). Sin embargo, en esa información limitada hay
asimismo una gran revelación. Ésta manifiesta al lector la existencia de un terrible vacío que,
Gardea construye sus historias mediante el uso de escenas cotidianas que se desarrollan
en el espacio rural. En este caso nos enfocaremos en aquellas que se ubican en el desierto. Éste
se plantea como un lugar monótono, hermético, que de no ser por la ausencia del registro
fantástico, parecería que nos encontramos ante una reescritura del páramo rulfiano. Este desierto
es un encierro aun en toda su amplitud, y los personajes que lo habitan se han asimilado
mujer…,” (97). Dichos personajes, según Duncan “they are not simply mimetic, nor written for
documentary purposes, any more than they are written for exclusive aesthetic end (179). Si bien
abundan los rasgos que han definido tradicionalmente al desierto del norte como zona marginal:
Es un arenal inhóspito, siempre se encuentra agobiado por una luz y un calor intensos; el
establecer la condición liminar de dicho espacio. Nunca se habla de un espacio urbano, ni de una
época específica que sirvan como referentes para determinar el grado de aislamiento o
Mientras que en relatos como “Los viernes de Lautaro” o “Hombre solo” aparecen descripciones
del espacio abierto donde aparecen “fajas de dunas” (24) o “remolinos de polvo que se
persiguen” (17), en narraciones como “Gemelos”, el espacio ficcional se reduce tan sólo a una
99
pequeña área (un comedor) y la perspectiva del narrador se concentra casi en su totalidad en una
mesa, sobre la que los gemelos Malaquías y Quintín, atendidos por el mozo, comen la merienda.
Quintín termina de desmoronar el pan. Del extremo de la mesa le envían leche en una
jarra… Pero Quintín siente en la atmósfera del comedor también la impaciencia de los
otros. A través del asa del traste, cuando lo tiene a la altura de los ojos, los observa con
disimulo. Sombríos, reposan las manos –armadas de tenedores y cuchillos– sobre el
mantel blanco que muere a mitad de la larga mesa, como una ola. (77)
Este tipo de contraste entre la amplitud y la reducción espacial, donde domina el detalle
minucioso, provoca por momentos la sensación al lector de que se encuentra frente a una
recreación cinematográfica. El uso de dicha técnica es para Villamil una de las características
“Los viernes de Lautaro” recrea una escena vespertina común (de viernes) en la vida de
Lautaro Labrisa, hombre solitario y hermético que vive en medio del desierto, solamente
acompañado por un gato (Talavera). La geografía de dicho lugar se describe como una
“espiral”34 (21). Como en el resto de los relatos, el paisaje árido no posee referentes geográficos,
es, al mismo tiempo, la soledad. Vive alejado de la civilización y, según el relato, él mismo
momento que por casualidad un chofer de camión, otro personaje solitario y perdido entre los
arenales, le pregunta por la ubicación de la carretera más cercana, éste recibe atónito la siguiente
respuesta del protagonista. “No sabría decirle… Yo trabajé allá, paleando grava hace muchos
34
La geografía espiral del desierto evoca hasta cierto punto la imagen del Infierno de Dante. Esta relación
refuerza la idea de que Gardea, por momentos re-escribe la condición infernal del páramo rulfiano. Sin embargo,
para Vaquera-Vázquez que esta topografía circular “could also be considered as characteristics of postmodernity”
(Wandering Stories 191).
100
éste se representa un mundo lleno de omisiones y que, por lo tanto, carece de una lógica
satisfactoria que explique la fenomenología de los eventos de una manera clara. La soledad es
uno de los temas principales de los cuentos porque a través de ella el autor resume la presencia
de lo extraño. De la soledad no se sabe ni su origen ni sus causas. Gardea, en cambio, coloca una
serie de objetos alrededor del protagonista, y éste les otorga un valor que se ajusta a la
experiencia singular de ese pequeño universo. Estos elementos son un zopilote, un gato y una
piedra, y por momentos uno pensaría que éstos proponen un vínculo peculiar entre Lautaro y la
naturaleza, como si se tratase de una relación original. El zopilote aparece como fuente
primordial de conocimiento al servicio de Lautaro; mientras que el gato actúa como interlocutor
esencial en los escasos gestos de comunicación que lleva a cabo el protagonista. Por último, una
piedra cumple su función como motor de los recuerdos más nítidos que se generan en la mente
de Lautaro Labrisa, más explícitos incluso que su vida cotidiana. Estos tres elementos, a los que
Con respecto al primer caso, el cuento abre con la imagen del Labrisa observando con
unos binoculares el vuelo de un zopilote negro. Esta observación es un acto de lectura que el
personaje debe realizar para entender la mecánica de su entorno. El narrador anticipa la gran
importancia de este conocimiento: “Hay estíos particularmente infernales, de las cosas al rojo
vivo. Por eso es bueno observar al zopilote: detecta lo tórrido (del estío) mucho antes de que
35
Los llamo “objetos de la naturaleza” porque a través de estos parece fundarse una relación prístina entre
la naturaleza y el protagonista, quien se ha desentendido de la civilización. En contraste, más adelante se mencionara
la presencia de otros objetos que involucran un grado de desarrollo científico o industrial, y en los que se puede leer
determinados referentes culturales.
101
aparezca”. Unas líneas después, Lautaro confirma el diagnóstico “he leído lo que tenía que leer.
Habrá un verano benigno” (21). El lector entiende que esta forma de conocimiento juega un
papel fundamental en la experiencia vital del protagonista, ya que a medida que avanza el relato
comunicación en Lautaro. Éste permanece como hombre hermético y de diálogos secos frente a
aquellos personajes que aparecen por casualidad en su espacio. En cambio, Labrisa no repara en
comunicarle sus pensamientos al gato Talavera, y más aún en insistirle al animal para que
“escuche”: “Tanta negrura en las plumas (del zopilote) –se queja a su gato echado al fondo de la
tina– me asusta… ¡Talavera! –le grita– te estoy hablando, despierta… Te decía –continúa
Lautaro– que cuando enfoco al zopilote siento un miedo grande; igual que si me abrazaran los
muertos” (21). Además, ésta es la única ocasión en todo el relato que el protagonista levanta la
voz.
Por último, si bien en el cuento se dice que Lautaro es viudo, tan sólo aparece una
dirige a visitar la tumba de su esposa, “una especie de altarcito de huesos y cornamentas”. Acto
memoria sabe que es un árbol que él plantó para la defensa del cuerpo querido”. Aunque el
nombre de la mujer connota su condición de personaje “ausente”, al igual que Lautaro, ella se
integra plenamente a la naturaleza, como se afirma en la narración. “Los huesos del árbol se
habrán fundido con los de ella (Ausencia)” (24). Bajo esta condición, sería obvio pensar que
Ausencia, aún muerta, ocupa un lugar privilegiado en la memoria de Lautaro. Sin embargo, no
hay registro de un sólo recuerdo de ella en la mente del protagonista. En cambio objetos tan
102
simples como una piedra son capaces de recrear una memoria en Lautaro, por ejemplo en el
momento en que éste “tapa (el pozo) con una lámina de asbesto, mantenida en su sitio por el
Si bien este fragmento recrea el recuerdo que emana de la mente del protagonista, es asimismo
(Anderson 203), comprende tan sólo unas horas en la tarde de Lautaro Labrisa; en cambio el
flash-back que éste experimenta cuando recuerda la piedra, abarca desde temprano por mañana
hasta las seis de la tarde. Así, el relato secundario que emerge de la memoria de Lautaro no sólo
representa una extensión temporal superior a la de la historia principal, sino que también acelera
En los tres casos se observa cómo los objetos mencionados poseen un significado
zopilote no representa sólo una fuente de conocimiento, sino que, como afirma Vaquera
Vázquez, el animal es “a figure of hope, for it can fortell how the desert summer will be” (189).
Lautaro es un preso no sólo del espacio, sino también del tiempo. El desierto “is a zone where
time is a repetition. Lautaro´s daily routine does not change. The generic desert chronotopic than
infuses this story stretches out time, the passing of the time is noted only in brief, unexpected
moments and encounters” (190); pero sus encuentros se dan con escasos personajes, perdidos en
los arenales, y como él, completamente solos. Lautaro se ha reapropiado de estos objetos que en
103
soledad. Lautaro no sólo es el hombre del desierto, sino que también es el desierto.
tercera persona y dividido en cuatro partes no numeradas” (La muerte y la soledad 116). Aquí se
relata la experiencia de Juan Zamudio, el día último de agosto, tratando de refugiarse de un calor
a que, “no trabaja el día último de cada mes” (18). Por esa razón, el ritmo de la narración es aún
más lento que en el cuento anterior. Inclusive, el lector podría pensar que el relato se enfoca en el
flujo de los minutos. Como el resto de los personajes gardeanos éste vive “estados anímicos
mucho más que experiencias” (La geografía de la conciencia 61). Este cuento es un caso
especial, ya que, en contraste con el resto de la obra, en “Hombre solo” el narrador realiza “uno
de los retratos físicos más completos” (La muerte y la soledad 117). En el cuento anterior, por
Zamudio se recrean sus características con sumo detalle, aunque no deja de llamar la atención
cierto toque de extrañeza en las descripciones: Hombre de sesenta años, rubio, sin una sola cana.
“Zamudio es un hombre flaco, un enamorado de su esqueleto. Dicen que le sudan los huesos,
cuando no sea, en realidad, el alma… es un hombre alto y al andar se balancea hacia los lados”
(17). Si bien aparece como un hombre mentalmente afectado, “dueño ya de unas voces que
escucha dentro de él” (18), es, por otra parte, un sujeto físicamente sano que “no conoce
enfermedad” (19). Sobre su oficio, se dice que “hace palomitas de lámina que vende en la plaza”
(18), lo cual evoca instantáneamente la figura del coronel Aureliano Buendía de Cien años de
soledad.
104
La experiencia de Juan Zamudio, de modo muy similar al del relato anterior, se reduce a
instantes dominados por la hostilidad del entorno y la soledad desértica. Persiste asimismo el
medio, se dice que en su pequeño mundo, el protagonista vive bajo un constante asedio,
principalmente del sol, sus voces interiores y las moscas. El sol es la fuente del intenso calor que
lo tiene adormecido, desnudo, entre cuatro paredes “deslumbradas y mordidas por la resolana”
(17); es el fuego que hace arder los árboles (17), es la luz “que le hiere intermitentemente los
ojos con su reflejo” (20). De las voces se dice que el protagonista “Emplea las noches en volver a
las voces y en tratar de entenderlas. Se acuesta boca arriba y espera. Las voces se anuncian como
lluvia… Las voces quieren ser descifradas” (18). Para Poncarova “estas voces son primero
llamadas ‘alguna otra cosa’, después se alude a ellas como a ‘lo otro’ y aquello que no entiende,
luego ‘unas voces’, indefinidas se concretizan como ‘las voces’ (118). Las moscas36 son la
alegoría de lo indeterminado, de lo atemporal, del ocio y la voracidad, “se pasean como animales
de la tierra, por brazos, hombros y piernas de Juan Zamudio” (20). De los tres elementos “[A] lo
único que Zamudio no puede acostumbrarse es a la impertinencia de las moscas y a alguna cosa,
de por dentro (las voces), y que no sabe a bien a bien de qué se trata” (17).
sujeto pasivo que permanece dentro de su casa, solo y en un completo silencio. Vende sus
palomitas de lámina en la plaza, pero “nunca mira a los ojos del cliente” (18) porque en él
“[F]alta el esfuerzo necesario para cualquier comunicación” (La muerte y la soledad 121). En un
momento en el que Zamudio sale a la acera de su casa, se dice que éste “mira el fondo de la calle
36
Las moscas han tenido significados distintos en diferentes culturas. Aunque generalmente evocan el mal,
en la cultura egipcia representaban el valor y la persistencia. Para el cristianismo se consideran demonios (The
complete Dictionary of Symbols 181). Filippo Picinelli sostiene que San Francisco utilizaba el término “moscas”
para referirse al ocio (El mundo simbólico 337).
105
solitaria. Su vida –piensa- es como esa calle” (20). En el marco de esta soledad, el protagonista
repite la experiencia de Lautaro Labrisa y, así, se establecen los vínculos particulares entre
hombre y naturaleza. Ésta significa también un modo de conocimiento, por eso se dice que
Zamudio “se sabe de memoria el verano” (17). Además, el relato establece una singular
personaje. “Sus ojos son grises y desolados. Pocos los pueden ver sin que sientan desértico el
mundo” (18).
una serie de objetos que poseen un valor esencial en la vida cotidiana de su protagonista. En el
relato “Hombre solo” aparecen asimismo objetos de uso común en la vida de Juan Zamudio, que
en esta ocasión hacen clara referencia al ámbito cultural: Son un diario y un calendario. Como
elementos que cumplen una función dentro del relato, éstos deben poseer un significado que se
representa gráficamente el tiempo. Estos objetos, que deberían tener un grado de utilidad
convencional en las prácticas elementales del protagonista, han quedado reducidos a artefactos
de un uso atípico, que llega a causar cierta extrañeza en el lector. Éste pudiera asumir que el
valor de dichos objetos ha sido desplazado debido a la indiferencia que Juan Zamudio siente por
el contacto humano. Por ejemplo, aparece la imagen de un periódico hecho rollo. Esto sugiere
Zamudio lea el diario; en cambio se manifiesta que lo usa para matar moscas: “Zamudio se
defiende de las moscas matándolas con un periódico hecho rollo” (17). Más adelante se reitera la
función del diario. “De un golpe con el periódico mata cinco moscas que le pican en el hombro”
106
(19). El objeto ha adquirido un uso práctico que, sin embargo, se ha anticipado cuando se
describen los malestares principales del personaje en el calor. “A lo único que Zamudio no puede
que por lo menos connota un valor alejado de su condición original. “(Zamudio) Se acerca
después al calendario de la pared y le arranca una hoja. Esto parece reportarle felicidad, porque
sonríe y tiene de pronto en sus ojos más luz que agosto… Hace una bola con la hoja y la avienta
al patio. La bola de papel se hunde en la luz como una piedra en el agua de un estanque” (18). La
sonrisa del protagonista sugiere la idea de que éste guarda un valor afectivo por el calendario,
como si estuviera involucrado un extraño placer en su uso común. Se puede argumentar que
Zamudio arranca la última hoja del mes no sólo para señalar su día libre al final de agosto, sino
Este inventario de objetos, ya sea en el ámbito natural o cultural, pero sobre todo su uso
particular, confirma al lector el hecho de que el mundo de Gardea es extraño y solitario. Para
Labrisa y Zamudio, dichos artefactos son el ensamblaje de un asidero, donde ambos personajes
fincan una leve esperanza para sobrellevar la soledad y el acecho del desierto, un espacio de
donde no hay escapatoria aparente. En ambos relatos, Gardea configura personajes que parecen
conscientes de su soledad, y que según Duncan, “they are so resigned to their loneliness that it
has become merely another feature of the landscape, like the heat, the lack of water, or the
primitive nature of their living quarters” (Voices, visions 183). Quizá esto explica el hecho de
que el agua sea el único elemento que genera placer en ambos personajes: Lautaro sueña con
mujeres en su tina con adornos de uvas (22), mientras que Zamudio se defiende del calor con su
Septiembre y los otros días, segunda obra cuentística de Jesús Gardea, apareció en 1980
y, como ya se ha mencionado, con ella el autor obtuvo el premio Xavier Villaurrutia. El libro
contiene diez historias que, según Rodríguez Lozano, fueron “la muestra de que estábamos frente
argumental, vinculado con cierto lirismo, eran los elementos demostrados frente al libro
En los nuevos relatos, Gardea dio forma a un mundo más abundante, quizá no de grandes
dimensiones, pero sí poblado de más personajes, acciones y una singular inclusión de colores.
“Hay más descripción y énfasis narrativo en las escenas y ambientes… El detalle visual
sobresale” (Escenarios del norte 102). Asimismo el lector puede detectar, a través de ciertas
historias, vivencias del pasado del autor, como por ejemplo en “Según Evaristo”, donde un
narrador situado entre la niñez y la juventud cuenta la amistad particular entre su padre y un
presencia de atmósferas hostiles, donde los seres son víctimas o ejecutores de la violencia, la
por una mecánica difícil de entender, y donde el silencio define los eventos en un tono de
108
extrañeza. Las acciones siguen siendo, aunque en menor grado, un enigma de causa y efecto, y
así lo explica Duncan: “actions seem mysterious, even incongruous: we do not know who the
people are, why they act as they do, or what becomes of them. We simply watch them act, react,
register emotions. We are aware that they suffer or rejoice, struggle or resign themselves, but
neither they nor we fully understand why…;” (180). Asimismo se privilegia el espacio desértico
como escenario de eventos, sólo que ahora éste aparece en múltiples ocasiones reelaborado con
un rasgo distintivo. Aquellos amplios lugares acechados por la luz del sol y el calor, ceden ante
“Trinitario” es el tercer relato que aparece en Septiembre y los otros días. Según Margo
construcción, sino porque también en el relato se concentran “varios de los temas y de las
afectada por la extrañeza que no acaba por declarar el mundo irreal o completamente absurdo. La
historia trata de un crimen perpetrado por misterioso un grupo de hombres en contra de un viejo
vendedor de autos llamado Trinitario. Estos personajes, actores al parecer, visten capas rojas y
llegan a casa del viejo, con el supuesto interés de comprar un coche antiguo. Durante la
demostración del auto, los extraños visitantes conducen al protagonista rumbo al llano, y sin la
menor advertencia lo matan, como parte de una venganza que ha sido ordenado por el jefe de una
compañía teatral y antiguo enemigo de Trinitario, “don Martín (Santiago)” (157). Cabe
mencionar que Trinitario es el único personaje con rostro, cuerpo y detalles, que son poco
comunes en el discurso gardeano. Se dice del viejo que es “corto de estatura. Recio de cuerpo…
109
Con un movimiento vigoroso de sus anchas manos”, la cara llena de arrugas y sudor negro por la
grasa” (148-9).
simula un interesante desplazamiento para recorrer el espacio representado, donde se incluye una
combinación entre interiores y terreno abierto. La abundancia permanente de luz que acecha el
contrastes entre planos iluminados y sombríos. El cuento abre con la entrada de los hombres a lo
que parece ser la casa de Trinitario, después de que una joven de singular belleza, y de quien no
se dice dato relevante, les abre la puerta. El inmueble se divide en cuatro partes (cada una con
diferente iluminación) que culminan con la salida a un patio. Este recinto es para Glantz “una
casa enigmática a pesar de su carácter vulgar. Es una casa común y corriente; por ella circulan
los rayos del sol y los perfumes. Cuando el sol desaparece el perfume también y la muchacha ha
perdido su encanto para trasladarlo a Trinitario…,” (54-5). Durante este recorrido por la casa, el
narrador concentra toda la atención en (la nuca de) esta mujer, mientras dirige a los visitantes a
través de las distintas piezas. La mujer, que actúa como objeto de deseo para dichos visitantes, se
convierte en el equivalente al foco de atención de una cámara de cine. Por esa razón ella parece
dictar las normas que rigen, no sólo la luz, sino también un inusual elemento olfativo, a partir del
cual Gardea propone el uso de la sinestesia. Este efecto concluye cuando se dice que los hombres
A partir de este momento el lector se percata por completo que ha entrado al extraño
mundo gardeano, lleno de trampas y apariencias. Éste comienza a organizarse de una forma
irregular y, por momentos, incongruente. Según Glantz este relato “une varios mundos y al
mismo tiempo los desliga y los dispersa para retomarlos dentro de un coche mullido e
110
medio del desierto calcinado” (55). Retomemos el hecho de que tres hombres vestidos con capas
rojas llegan a comprar un auto antiguo de condición impecable que permanece en un lugar sucio
engranajes, como muñecos montados en sendas plataformas mecánicas. En su vuelta, con el sol
prendido a las capas de seda, incendiaron con un sordo fuego rojo la región sombría del patio”
(149). Se enrarece aún más la escena cuando comienza a generarse la interacción entre los
Acto seguido, todos suben al carro y comienza un viaje que se llena diálogos que parecen
haber extraviado el sentido. Los personajes, pese a estar conversando, han perdido la capacidad
plena para comunicarse entre sí. Trinitario les pregunta a los actores:
El recorrido en coche se detiene unos momentos y Trintario llega a una pequeña tienda a
comprar un refresco, donde se detiene el narrador a describir la escena con sumo detalle:
Allí, la desolación era peor aún: las tablas, pintadas de azul como la fachada, se hallaban
desiertas y habían venido a parar en polvosas terrazas a donde otras moscas iban a
pasear… una mosca voló del queso a la nueva botella, al pico. Se columpió, atraída por el
dulce fondo amarillo, por las heces tranquilas. El viejo (Trinitario) la había visto, y
entonces, con un rapidísimo movimiento de su mano, tapó el pico, despeñándola. Navegó
sin fortuna apreciable, unos cuantos segundos… Pero el viejo quiso, como un dios
impaciente, rematar la peripecia de la mosca y tomó otra vez la botella por el cuello y
empezó a agitar vivamente las heces. (153-4)
111
De acuerdo con Duncan, éste es un recurso muy común del discurso gardeano, donde el espacio
se describe con minucioso esmero, mientras que “the extremely laconic dialogue hints at the
main drama (181-2). Gardea intenta capturar la atención constante del lector, cuya ingenuidad
ante lo que viene se compara a la de Trinitario. Asimismo, con la descripción del viejo como
“dios impaciente” se anticipa cierta superioridad del vendedor de autos con respecto a los
actores, que sin embargo quedará revertida al final del relato, cuando éstos asesinen al viejo.
Glantz hace aquí hincapié en que la aparente superioridad de Trinitario radica en que éste
es el único personaje con nombre; “es un nombre detonante. Suena a nitroglicerina y a Santísima
Trinidad y en esta disparidad estriba su sentido. La relación de las palabras está sometida a una
cierta probabilidad despertada por un juego incesante de antítesis…,” (55). Los nombres, a pesar
de que tienen la función de señalar y establecer vínculos, son aquí el elemento que rompe la
comunicación, como si se tratase de palabras inconexas. En la misma escena del paseo, Trinitario
recuerda a un viejo enemigo, y se sostiene una rara discusión sobre su nombre. Este diálogo,
—Hace años tuve dificultades con un carpero ― dijo el viejo cortándoles las palabras.
¿cómo se llama el patrón de ustedes?
―La nuestra no es carpa. Es compañía. El patrón se apellida Santiago.
―Entonces no es. Aquél era un tal Martín. (155)
El nombre y el apellido conducen a un conflicto que hay que descifrar, pero que Trinitario,
totalmente desprevenido, deja de lado. Para él, nombre y apellido se vuelven indiferentes y
seguirán así hasta el final del cuento. Si para Glantz, “la escritura cuando se intenta descifrarla”
mata (57), para Gardea la palabra olvidada, o aún peor, ignorada es el camino que conduce a la
muerte. Esta ignorancia no se resuelve, ni siquiera tras la muerte del viejo, cuando uno de los
asesinos pregunta:
―¿Quién va a saberlo? ―dijeron los otros― habría que preguntárselo a don Martín.
―¿Y la mujer…? ―tornó a preguntar la voz solitaria. (157)
Aunque Daniel Sada (1953) nació en la ciudad de Mexicali, Baja California Norte, el
autor siempre se ha considerado a sí mismo originario de “todo el norte del país”, debido a que
pasó toda su infancia en distintas regiones del norte de México (Narrativa hispanoamericana
295). Sada comenzó su carrera literaria con el libro de poesía Los lugares (1978), pero encontró
su vocación narrativa dos años más tarde con su primera novela, Lampa vida. A ésta le han
seguido siete más, entre las que destacan Albedrío (1989), Porque parece mentira la verdad
nunca se sabe (1999), ganadora del premio de literatura José Fuentes Mares, y finalmente, Luces
artificiales (2002). Con respecto a su obra cuentística, destacan Juguete de nadie y otras
historias (1985), Registro de causantes (1992), “que le mereció el premio Xavier Villaurrutia”
(La cuentística de Daniel Sada 55); y El límite (1997). La publicación de sus textos cuentísticos
de cuentos completos llamado Todo y la recompensa (2003). Sada radica en la capital mexicana
desde 1977 y es actualmente miembro del Sistema Nacional de Creadores. Sus obras han sido
con la aparición de obras como La sierra y el viento (1977) de Gerardo Cornejo, y Los viernes de
Lautaro (1979) de Jesús Gardea. Rodríguez Lozano afirma que este momento específico de la
literatura del norte mexicano puede considerase el punto de partida del fenómeno que después se
conoció como la literatura del desierto, etiqueta que en un principio Sada “tomó tal cual” (45).
Sin embargo, tiempo después el mismo Sada declaro lo siguiente: “Se me esquematizó como un
113
escritor del desierto y no me parece muy correcto sobre todo con escritores que todavía están
produciendo y pueden cambiar mucho” (Quemain 3). Lo cierto es que, al igual que el
chihuahuense Jesús Gardea, Daniel Sada se alejó de los temas urbanos que, en cambio, eran
materia prima de escritores como Cristina Pacheco e Ignacio Trejo Fuentes, entre otros.
particulares de narrar que se han depurado a través de un trabajo incesante. Mediante este
propio. Éste es uno de los rasgos que, sin duda, distingue a Sada de autores contemporáneos,
como Juan Villoro, Rafael Pérez Gay y Enrique Serna. Para Rodríguez Lozano las “[f]rases
poéticas, el uso de un vocabulario concreto, el apego al ambiente del desierto, son antecedentes
de los intereses estéticos” (44) del autor y que hasta cierto punto continúan a lo largo de su obra.
compendios de regionalismos y neologismos que reflejan el habla coloquial de norte, hasta el uso
agobiante” que se mezcla con una prosa no accesible para todo tipo de lectores. En una entrevista
con Martín Solares, Daniel Sada reconoce la dificultad que implica leerlo, y así lo explica el
autor: “exijo que se me lea casi frase por frase, algo que no puedo exigirle a cualquier tipo de
lector. No escribo para un mercado. Escribo para lectores ideales, prefigurados en mi literatura.
Exijo que me lean con atención, o si no, que no me lean. Y por eso estoy muy contento con los
cuarenta lectores que tengo” (26). Aunque, en efecto, se trata de un autor, hasta cierto punto
inquietante obra cuentística, el autor bajacaliforniano nos muestra un enorme grado de evolución
114
que se manifiesta a través de una prosa capaz de capturar al lector mediante la conversión
indistinta del registro coloquial o formal en discurso literario, pero que siempre se articula en un
tono irreverente y crítico. Sada construye sus relatos a partir de escenarios cotidianos donde la
soledad del ser humano (Escenarios del norte 52), pero siembre en el ámbito de la vida común.
soledad como una señal inevitable del paso del tiempo y el abandono.
Acercarse a la escritura de Sada como una totalidad puede ser tarea complicada, sobre
más de tres décadas de publicaciones. Para ilustrar mejor esta problemática, bastaría con analizar
el tránsito estilístico de su obra cuentística, desde Juguete de nadie y otras historias, Registro de
causantes, hasta culminar con El límite. Con respecto al primer caso, tenemos, sin duda, un libro
experimental que se distingue por el uso de frases cortas, segmentadas por innumerables signos
de puntuación (especialmente los dos puntos). Éstos llegan a generar un número considerable de
pausas que influyen notablemente en el ritmo de las narraciones, las cuales se vuelven difíciles
anuncian mediante epígrafes donde se cita a Francisco de Quevedo y Miguel de Cervantes (56).
Lo cierto es que, como agrega Rodríguez, en esta obra se revelan, no sólo las preocupaciones
experiencia norteña; sino que además, se evidencia cómo el autor comenzó a dar forma a los
temas que seguirían perdurando en el resto de su obra cuentística: “la soledad, el destino
115
implacable, la muerte, la religiosidad como parte de lo cotidiano y el humor sutil” que logró
éste, Sada nos muestra sus más elementales inquietudes sobre los pormenores que involucran el
acto de contar. Samuel Noyola pone especial énfasis en el cuento “Redor”, donde Sada “pone en
movimiento el lirismo de un ars poética…,” (44). Este relato se enfoca en la historia de Bernabé,
un anciano invidente a quien sus padres abandonaron siendo éste un pequeño. La condición
general del protagonista es la de quien busca el sentido de la palabra en una realidad que le es
correspondencia entre los sonidos y la palabra. Así, Sada explora a través de su personaje el
valor del lenguaje como materia y objeto de representación al mismo tiempo. “Y Bernabé
abstraído tentaleando las lenguas de olas en retiro, su variado sentir que en todas partes el mar
era sorpresa; y pasaba las tardes en la playa pensando que quizás las palabras eran también al
tacto corrosivas y nuevas, tentarlas en las cosas podía ser muchas veces asunto prohibido, porque
eran invisibles para él…,” (79). Rodríguez advierte que en esta obra, Sada suele caer en un
“exceso de estilización en el lenguaje, que sobrepasa la historia que se quiere contar” (52). De
cualquier modo es indudable que el autor busca con gran ahínco lograr un equilibrio que se hará
Registro de causantes significa un gran salto en el derrotero literario del autor, quien ha
buscado a través del discurso narrativo consolidar un estilo personal. Es un libro de temas y
ambigüedad que se advierte desde los títulos de los relatos, y por eso Rodríguez afirma que con
ello Sada propone distintos niveles de lectura (55). Sólo hay un cuento narrado en primera
116
persona, pero en general abunda el humor y la ironía a lo largo de todas las páginas. Es
importante recalcar que el autor se aleja del lenguaje acartonado del primer libro y da paso a una
notable agilidad verbal, aunque persisten aspectos líricos y aspectos relacionados con el ritmo
que vuelven a presentarse por el uso particular de la puntuación. Llama la atención cómo
principia la obra con un poema titulado “Claridad reminiscente”, donde se muestra la insistencia
del autor por el aspecto lírico, sino que además se anuncia la temática que domina el resto del
libro:
En este fragmento aparece una idea muy similar a la que proponía Miguel Méndez en El sueño
de Santa María de las Piedras sobre el desierto. Éste es una especie de trampa, donde la
Este hecho explica cómo se pueden encontrar relatos llenos de profundo dramatismo donde Sada
explora el implacable paso del tiempo sobre las personas y los objetos, como “El arma de la
inmovilidad” y “Cuando nada pasa hay un milagro que no estamos viendo”; mientras que en
“Cualquier altibajo”, Sada retrata con singular humor un día en la vida común de los pueblos
norteños a través de un típico partido de béisbol llanero. Dicho juego, programado para durar un
día completo y jugarse con una sola pelota, termina en el justo momento en el que el “jardinero
central” renuncia a buscar la pelota que se ha ido de “jomrón” hasta un cementerio cercano. Así
117
este desertor decide irse a beber un “frasco de sotol” con su compadre que pasa por el lugar
El discurso irreverente es uno de los sellos característicos que el autor tijuanense lleva a
su máxima expresión en su tercer volumen de cuentos, El límite. Rodríguez detecta en esta obra a
“un Sada más versátil, más genuino, menos artificioso en el uso de la prosa, lo que no quiere
decir más sencillo” (58). Persiste una temática hasta cierto punto heterogénea, de modo que el
lector puede encontrar relatos que de ciencia ficción como “Obra de roedores”, cuya historia se
enfoca en la desaparición y búsqueda de Abigael Centeno en el año 2046; pero también aparecen
cuentos como “El aprovechado”, donde el autor retrata con suma ironía y desencanto un evento
ladrón y estafador que aparentemente y de súbito decide regenerarse. Sobre éste se dice que “se
cansó de vivir del tingo al tango. Quería tener domicilio, un área verde, una acera, a la buena de
las bambas como si tuviese empaque para esperar resignado a que vinieran de pronto sus
múltiples cobradores. Así, el protagonista decide personificar al Mártir del Calvario durante la
tradición del Viernes Santo “por mor de quitarse las culpas, para que si lo mataban (los
cobradores) no dejara en este mundo una imagen mezquina” (57). Dicha personificación obedece
más a una postura que a una convicción, pues en la página anterior se advierte que el timador
decidió representar a Cristo “porque tenía muchas deudas y acreedores al acecho”. Uno de éstos
decide desafiar la solemnidad de esta investidura y a empellones se mete entre los fieles para
bueno que te encontré!¡Págame lo que me debes!... ¡Anda! ¡págame! ¡cabrón!” (59). El evento se
describe plenamente como un simulacro, y éste no sólo se hace más evidente, sino además
cómico, cuando se dice que este singular Jesucristo camina a solas, sin los ladrones Dimas ni
118
Gestas, bajo la explicación de que “no los consiguieron” (58). El autor maneja una cuidadosa
mezcla entre las palabras soeces y giros coloquiales del furioso cobrador y las conmovedoras
imágenes poéticas que articula el narrador, amén de una lista de latinajos37. “Pero Cristo,
obnubilado, metido en una idea fija, mirando hacia un horizonte emocional y soberbio, todo
relatos cortos, tanto como lo ha hecho en la novela. El autor presenta una variedad de historias
Federico Patán recalca que mientras el cuento más breve, “Pase lo que pase”, se compone de
solamente diez palabras, y que además contiene un epígrafe de dieciocho; en cambio el relato
más largo abarca un total de veintiséis páginas. Este gran contraste envuelve para el crítico una
gran problemática que trasciende un simple asunto de extensión física del relato de Sada. La
respuesta estriba, en parte, cuando “la extensión parecería estar razonada por una necesidad de
de significado” (57-8): En el primer caso todo lo que se dice es “Quizá entienda en la otra vida,
en ésta sólo imagino” (Todo y la recompensa 63). Patán sostiene que se trata de un cuento
alguien”, dice que éste narra la vida de Luis Carmona, “el noble gigantón que aproximadamente
hace quince años nadie daba por él un cacahuate. Y lo que son las cosas: hoy vive como rey”
37
“[F]inis coronat, incontinenti, argumentum ad rem” (58-9).
119
(Todo y la recompensa 27), y en esa frase “queda resumida la totalidad de lo narrado. El resto es
una ampliación de lo especificado en la cita” (59). Patán observa, en primer lugar, que “los
cuentos de mayor extensión son novelas condensadas. Incluyen todos ellos historias fáciles de
alargar hasta la dimensión de novelas con sólo ampliar los episodios meramente sugeridos”, y
entonces “si cada texto necesita la extensión que le es propicia, éstos anhelan salir de aquella que
el autor les ha impuesto” (59). Asimismo, el crítico resalta la importancia del tiempo en la
narración, aunque éste no sea explícito. Para explicar esta necesidad utiliza el ejemplo del cuento
dinosaurino de Augusto Monterroso. Patán afirma que las palabras “‘Cuando despertó…’ hablan
ya de un transcurrir temporal” (59-60), mientras que el microrrelato de Sada dice “otra vida”, y
por ello, en ambos casos “tiempo y lugar quedan implícitos y vagos en esta minificción” (60).
Para Patán, Sada parece ir en contra de la idea de Cortazar, quien decía que “[E]l tiempo del
cuento y el espacio del cuento tienen que estar como condensados, sometidos a una alta presión
espiritual y formal”. En sus largos relatos, Sada cuenta sin el más mínimo temor por generar
sólo en sus cuentos de largura moderada o breves concentra en un solo episodio la razón de ser
Daniel Sada ha sabido trascender la experiencia de sus personajes a un plano que resulta
atractivo a los lectores. Aunque, como señala Federico Patán, se trata de gente provinciana,
inculta y, sobre todo, que no aspira a aquello que se conoce como “alta cultura”. Estos personajes
no son conscientes de sus condiciones (al contrario de los personajes gardeanos). Son afectos a
toda clase de diversiones: Son personajes a los que les gusta jugar béisbol, beber sotol, bailar en
cabarets, etc., y viven su momento, ajenos al mundo exterior. Estos personajes habitan un
espacio donde los problemas importan poco, o simplemente no importan “No parecen
120
interesadas en leer la prensa, en escuchar noticias, en enterarse de cómo va ese mundo radicado
más allá de su entorno inmediato (60). Asimismo, estos seres asimilan al ámbito de lo personal
cualquier asomo a una experiencia profunda, así que ésta se vuelve trivial y vacía. Por ejemplo,
Jesús como forma de atenuar sus problemas económicos. Del mismo modo, los personajes de
Sada crean sus propios remansos para huir de sus situaciones precarias, aunque como se muestra
Con un justificado interés, Patán se pregunta si acaso el desfile de personajes que aparece
en la obra de Sada con tales características podría carecer de interés ante los ojos del lector. La
respuesta del crítico es que se trata de seres “que presentan conductas inesperadas”, a los que el
autor ha sabido “extraerles su esencia dramática, que los transforma en interesantes casos
representativos del ser humano” (61). No obstante, éste no es el único rasgo que hace universales
a los personajes de la cuentística de Daniel Sada. Su literatura ha tenido un gran éxito en los
de dichos personajes. Uno no puede evitar identificarse tanto con escenas de la vida cotidiana
Como ya se ha mencionado, la soledad es uno de los temas que Sada explora con mayor
frecuencia a lo largo de sus relatos. Ésta se presenta como una condición generalizada de
monotonía y ausencia que en parte trae a la memoria del lector los cuentos de Jesús Gardea.
Aunque el desierto es para ambos autores el inobjetable hábitat de la soledad, Sada recurre en
menor grado al uso de escenarios áridos para representar sus historias. El autor concibe a sus
121
personajes como víctimas que con el paso del tiempo van experimentando el irremediable
abandono, casi como si se tratara de objetos inservibles. La soledad en los relatos de Sada se
presenta de dos maneras básicas: cuando el personaje es consciente de ella, o cuando solamente
el lector se percata de ella. Patán advierte que la soledad física de éstos es menos frecuente que la
interna, pero, sobre todo que en su grado extremo es “aquella de la muerte”, y que aparece
perfectamente detallada en el relato “La voz del río”, donde se relata la desaparición y búsqueda
de un hombre que se ha ahogado en el río “solitario… tranquilo, sereno, como siempre” (25). El
breve cuento abre con el epígrafe “La soledad es legendaria como los ríos y como los perfumes
impregna”38, y así se anticipa que la soledad será el eje central del texto. El río es el protagonista,
Así, muerte, oscuridad y soledad aparecen como un campo semántico que domina el
relato para crear la atmósfera de dramatismo. Las imágenes que el lector construye sobre la idea
de un hombre solo flotando en las aguas del río, pueden evocar hasta cierto punto el pasaje de El
luto humano de José Revueltas, donde aparece Adán, el campesino que flota por las aguas del río
desbordado. Sin embargo, mientras que para Dabove, el pasaje de la obra de Revueltas
suficientes señales como para asegurar que se trata de un gesto escritural idéntico. Es decir, en el
En contraste con el discurso gardeano, la soledad que plantea Sada no es una condición
gratuita ni atemporal. El paso del tiempo es el factor principal que va marginando a los seres, los
va dejando solos y les arranca cualquier propósito que hayan tenido en el pasado. “El arma de la
38
El epígrafe es un fragmento del poema “The Saga of Ana-Ta-Han” que aparece en la obra Museo de cera
(1970) del escritor español José María Álvarez.
122
perdido a su hijo con anterioridad, y recientemente a su esposa, “dos-tres semanas atrás” (74). El
personaje aparece sumido en una tienda desierta que el lenguaje reduce a formas sumamente
elementales. “El rectángulo de luz dejando ver la figura: la puerta abierta de día, y hacia dentro:
acaso una perfección de grises sin contrastes” (74). El tiempo, con su paso implacable, le va
arrancando al anciano una a una las formas de su vida cotidiana. Por ejemplo de la tienda se dice
“su comercio fue el más pródigo del pueblo. Los surtidos abundantes, por lo mismo entrando y
saliendo gente con chiquihuites cargados. Pero ahora únicamente vendía dulces, chicles, pan:
como antes…,” (74). Patán reflexiona alrededor de éstas pérdidas que van conformando la
En el cuento “El filo del equilibrio” se narra un momento de gran tensión durante el acto de un
equilibrista de circo en lo alto de la cuerda floja, sin red protectora y, por lo tanto, a merced de la
inseguridad. Al igual que en el relato anterior, hay una muerte que espera39 (219). El drama se
hace intenso, puesto que el cuento marca un espacio definido, que son los dieciocho metros de
longitud de la cuerda que debe recorrer el cirquero. Esta condición de ansiedad provoca un
singular efecto en la temporalidad. Desde abajo, los espectadores esperan impacientes por la
consumación del número circense, mientras que en las alturas, el tiempo se alarga para el
equilibrista, quien siente la ausencia de todo, excepto de su deber. La soledad aparece en el texto
de dos formas. En primer lugar se encuentra la soledad como abandono. El protagonista espera
que la concurrencia cruce los dedos, que alguien rece un Padre Nuestro, o que algún samaritano
39
En el relato se menciona que el padre del equilibrista ha muerto un año atrás en el mismo lugar.
123
haga a todos guardar silencio. En cambio, el personaje se enfrenta a “un público gritón, hostil”
(219). El segundo caso, y tal vez el más interesante, es el de la soledad como espectáculo. El
equilibrista sabe cuál es su papel, entiende que ése es su deber, y que allá arriba no hay nadie
más, excepto él y sus miedos. Este espectáculo requiere de observadores: ese mismo público que
“hacía apenas media hora hizo fallar al payaso que caminaba con zancos haciendo malabarismos
través de la relación, o digamos pacto, que hay entre el equilibrista y la audiencia, sino también
en las descripciones que hace el narrador, como la anterior. Así, el lenguaje se hace parte de este
protagonista, es decir, no es un relato en primera persona, el lector se sabe dentro de la mente del
acróbata.
Otro tipo de soledad que se plantea en los relatos de Daniel Sada, es aquella que, de
y, así penetrar en un espacio ajeno, con el pleno objetivo de “inventarse en un nuevo territorio”,
pero sobre todo disolver el fantasma de la rutina. En “Eumelia” se cuenta el viaje que realiza un
grupo de provincianos (Ema, Matías y su abuela Eumelia) en coche desde la frontera norte hasta
la Ciudad de México. Sada muestra un gesto escritural similar, que no contrario, al que manifestó
Carlos Fuentes en La frontera de cristal. En este caso, se trata de un autor norteño relatando la
experiencia de un grupo de norteños en el centro de la República, sino que recrea los mitos
tradicionales que han definido el mundo capitalino en el imaginario del norte mexicano. Matías y
su esposa viajan con el aparente objetivo de llevar a la abuela para que ésta vea a un especialista
pretexto perfecto para gozar, junto con su esposa, de la vida nocturna de la capital durante
algunos días: “Pero… Y aquí viene el motivo principal: el nieto y su señora, acá muy a la sorda,
le ofrecieron al médico una jugosa dádiva para que éste en seguida convenciera a la abuela de
que sólo allá en México podría encontrar a tal especialista” (13). Matías, un próspero
comerciante de abarrotes, planea el viaje a petición de Pepe Abaroa, un cliente capitalino que
promete alojarlo en su hogar. Una vez que han llegado a la ciudad, el resto del relato se enfoca
en la soledad de Eumelia, tanto en la casa del anfitrión, como en las calles de la ciudad, donde
En el relato abundan diversas referencias en cuanto a lugares (Eagle Pass, Mc Allen, Del
Río, centros nocturnos de la ciudad de México) y objetos de uso común, como marcas
comerciales (Ford, Liverpool, Nescafé). El autor utiliza toda esa información para reproducir una
serie de mitos que definieron el Distrito Federal durante la segunda mitad de siglo XX, pero
sobre todo que dominaron el imaginario colectivo del norte mexicano. El primero de estos mitos
encierra la idea de que la capital es un gran monstruo consumidor, y el resto del país su fuente de
suministro. Pepe Abaroa, el anfitrión de los visitantes, simboliza esta noción de voracidad
urbana. De él se dice “que recibía en bodegas semirrefrigeradas los fletes colosales de frutas y
legumbres para su mercadeo, y su proveedor, Matías, “le enviaba mes con mes unos siete, ocho
que no pueden acceder en la experiencia cotidiana del norte, y por eso se dice que “ellos
acariciaban el anhelo garzón de una luna de miel en ese laberinto, una curiosidad por darle vuelo
a la embriaguez y al baile durante toda una noche: cuando menos: querían volverse locos de risa
y risa para desentenderse de ese México idílico que sale en las películas, de esos centros
125
nocturnos fabulosos” (13-14). Esta imagen que concibe la pareja sobre el Distrito Federal tiene
un claro referente en una serie de películas que apareció en la escena del cine mexicano de los
setenta y ochenta, con filmes como Bellas de noche (1975) y Las vedettes (1983), del director
Miguel M. Delgado40. Para ambos personajes, esta diversión implica asimismo acceder a una
Por eso la gran ciudad aparece también un “laberinto”, “el lugar idóneo para perderse” (20).
realidad empírica, cuando ésta se queda sola en casa del anfitrión y decide mirar la noche
40
Para Óscar Robles, bajo el mandato de López Portillo (1976-1982), surgió un tipo de cine barato y de
mala calidad técnica que se caracteriza por “la liberación en el lenguaje y el sexo”, pero también porque la figura
maternal que dominó el cine antecesor fue reemplazada por la imagen de la prostituta de la gran ciudad. Además
esta clase de filme fue una reacción en contra del cine que subvencionaba el Estado en el anterior sexenio de Luis
Echeverría (Identidades maternacionales 68).
126
Eumelia encuentra en esas voces del pasado un mensaje muy claro: “¡No vayan!, ¡No sean
tontos!” (20). Este lema ancestral cobró especial importancia en el ámbito cultural de los ochenta
a través de películas de corte popular como El mil usos41 (1981) de Roberto G. Rivera. Este film
contenía un gesto propagandístico que tenía el propósito, no sólo de concienciar al país sobre los
problemas que la capital sufría por el exceso de población, sino también evidenciar la ineficacia
La soledad de Eumelia es, por una parte, un sentimiento de desamparo que proviene de
en este gran temor por la ciudad, y que, sin embargo, parece esfumarse por completo cuando ella
se encuentra frente las infinitas luces del paisaje nocturno. La tranquilidad del espacio urbano
parece tener el efecto de una revelación en la mujer que después de un rato llega a su propia
conclusión: “―Yo creo que la gente aquí se la pasa rebién”. Sin embargo, esa soledad, ausente
día siguiente. Los estragos de la fiesta dejan a Matías y Ema en cama, y Eumelia tiene que
trasladarse completamente sola al consultorio médico. En alguna parte de este camino, un ladrón,
atraído por el posible botín que se encuentra en bolsa de Liverpool42, decide arrebatársela y huir.
Lo único que queda en esta parte del relato, es el eco sin respuesta que se origina en la voz de
41
En este filme se cuentan las amargas peripecias de Tránsito, un campesino que huye de la miseria para
probar fortuna en el Distrito Federal, y que en cambio sólo encuentra hambre, engaño y explotación. Charles
Ramírez que “[C]learly, crudely, El mil usos tell its rural viewers to stay put, or, if they´ve already gone to the city
to go home. Ramírez hace un claro hincapié en una canción que aparece en la película donde se resume la propuesta
temática: “Ya no vengan para acá/ Quédense mejor allá/… Allá donde tienen todo/ El campo, las flores, su gente y
el mar” (193).
42
La bolsa de Liverpool aparece en el relato como “metáfora engañosa” (22). El ladrón cree que se trata de un
preciado botín, ya que aparentemente se trata de un producto de dicha tienda departamental, la cual gozaba de gran
prestigio entre la clase media-alta de la capital durante la década de los ochenta. Estas tiendas departamentales no
existían en la zona de provincia durante la época en la que se ubica el relato, y por ello la protagonista no entiende el
valor simbólico que representa la marca.
127
Después del robo, el lector se percata que la soledad de Eumelia se ha hecho absoluta a
través del abandono de su hijo, quien la ha dejado a su suerte, caminando por las calles del D.F.
Asimismo hay un ingrediente de ironía en el hecho de que el ladrón actúa atraído por la bolsa de
conclusión es que el hombre ha robado un simple frasco de Nescafé con una muestra de
gesto de enojo que se origina, más que en el acto consumado del hurto, en una verdad que se ha
Efectivamente, la soledad es una pesadumbre para aquél que procura acceder al más
mínimo cambio, especialmente cuando se quiere romper con la monotonía. No obstante, en los
humana, sino asimismo en los objetos. “Cuando nada pasa hay un milagro que no estamos
viendo” trata sobre la historia de un espejo. Es un relato lleno de detalles y lirismo que lo hacen
sumamente pictórico. “Cada línea bebe luz porque da una sombra a las formas, les da tamaño
hacia adentro, un ajuste perdulario. Un espejo puede estar en cualquier sitio, en el campo o en un
En una interesante reflexión, Patán afirma que este espejo es el “símbolo del abandono
cuando el envejecimiento nos aparta del mundo…, Porque un espejo, sin nada que reflejar,
pierde todo propósito de vida” (62). El implacable paso del tiempo hace su labor, y los múltiples
deterioros que sufre el objeto aparecen como cicatrices que constatan ese envejecimiento y, por
lo tanto su caducidad. Patán advierte que la soledad que se presenta en ese relato es “aquella
impuesta por el mundo cuando decide inútil a un objeto o, va implícito, a una persona” (62).
128
Se hace especial hincapié no sólo en las funciones del espejo, sino asimismo en sus
valores, como si fueran testigos con vida propia. “[L]la vida de los espejos es como la vida
humana o la vida de las cosas incapaces de vivir. Son objetos que conforme pasa el tiempo van
perdiendo su nitidez, se carcomen a sí mismos: sea primero por los bordes o empezando por el
centro: es igual” (195). El narrador contempla la posibilidad de que los espejos “tengan memoria
si se parte del supuesto de que añoran una cara inolvidable” (195), o bien que puedan “cansarse
algún día de repetir lo inmediato” (196). Aunque se trata de un objeto, es claro que Sada recurre
a un uso particular de la prosopopeya que evoca de manera notable al poeta modernista José
Asunción Silva, quien a través de su poema “Vejeces”, alude la existencia del alma en las cosas,
En esa soledad, seres y objetos experimentan una revelación que les produce un grado de
conciencia, que les comunica momentáneamente un lapso de identidad. “Cuando nuevos los
espejos se parecen, pero después cada uno vive su temeridad” (196). Sin embargo, en la cúspide
de esta epifanía se encuentra el hecho de que la existencia ha llegado a su fin. “Se rompió:
pedacería: aquél que fuera el motivo de vanidades radiantes, que aprisionara molicies y que
imantara figuras con líneas muy definidas, tanto, que daban ganas de estar durante largo rato allí
descubriendo un no sé qué de misterio en una cara bonita: ahondando en las proporciones” (199).
La soledad es una espera o el resultado de ésta, pero siempre envuelve un proceso de deterioro
irreversible y cierto.
129
COMENTARIOS FINALES
Con justa razón se diría que las cuatro novelas y los dos volúmenes de cuentos que
componen esta investigación recorrieron caminos más o menos diferentes a finales de siglo XX
para reexaminar la condición de un espacio que durante largo tiempo había permanecido
relegado del imaginario nacional. El norte, la frontera y, especialmente, el desierto, habían sido
el objeto de representación de una narrativa ancestral conformada por leyendas, relatos, sucesos
Severino Salazar, Miguel Méndez, Jesús Gardea y Daniel Sada se entregaron a la complicada
misión de desentrañar este entramado forjado a golpe de tradiciones; pero, sobre todo
inauguraron una retórica que se sustenta en el contacto empírico cabal con la vida cotidiana de la
Las obras cumplieron, sin duda, con su propósito de reevaluar el pasado, y lo han hecho a
través de una indagación crítica de las formas en que éste ha sido representado, pero también
filtrando de un modo singular los sucesos históricos que acontecieron en esta gran región
norteña. El diálogo que existe entre el corpus de novelas y modelos como el de la novela
histórica, regional y la literatura del Boom, evidencia las necesidades de experimentación que
una literatura joven y elocuente debía asumir para inscribirse al canon de literario que en esa
época en particular exigía una renovación para encarar el nuevo milenio. La literatura del
desierto no tenía como objetivo la disolución del discurso institucional, pero sí del
reconocimiento colectivo de que el norte no es un desierto cultural y, sobre todo, que la escritura
130
respondía a las preocupaciones elementales para dar forma a grandes obras. No es casualidad que
este grupo de obras haya sido publicado durante la época que Roger Bartra denomina como
colapso del mito nacionalista que había construido el sistema para legitimarse, y el concepto de
sobre los temas tradicionales que han definido la experiencia desértica: el espacio regional y
nacional, el concepto de frontera, discurso histórico, etc. Importante es la incógnita que surge de
aquellos temas ausentes en la literatura del desierto, en especial, la violencia. Uno no puede dejar
de extrañarse al leer La sierra y el viento de que este tema se ausenta de un momento histórico
plagado de conflictos sociales y políticos como las rebeliones de los indios yaquis a finales de
siglo XIX y principios del XX, o bien la repartición de tierras durante la post-revolución.
Asimismo resalta el hecho de que en Setenta veces siete la Revolución Mexicana no merezca
más que tres páginas de la novela y, sobre todo que éstas hagan referencia al conflicto armado
Siguiendo con cuestiones temáticas, es necesario recalcar que existe una notable
diferencia entre la novela y el cuento. Aunque en ambos casos se escenifica un grupo de historias
en el ámbito provinciano, el relato corto propone la tarea de explorar temas muy específicos del
el eje central y la vida fuera de ellos parece carecer de sentido. Gardea y Sada no muestran la
menor intención de revisitar el pasado, sencillamente porque la soledad del sujeto desértico es un
problema que requiere toda la atención del discurso. No hay cuentos al estilo de “La noche boca
arriba” de Julio Cortázar, donde presente y pasado se confunden para evidenciar la crisis de la
131
historia como relato sospechoso y cuestionable. Aunque todos los personajes de los breves
relatos tienen nombres, sólo unos pocos poseen facciones, sueños y un pasado que merezca una
historia para contarse. Los cuentos pueden construirse con un lenguaje hosco y taciturno como
en el caso de Jesús Gardea, o bien, con el sello distintivo de Daniel Sada: humor y elocuencia.
Setenta veces siete (1987), de Ricardo Elizondo, muestra una etapa del proceso de
consolidación de la zona norte a finales de siglo XIX. El autor presenta un espacio idílico donde
la modernidad y el avance son más que posibles, inevitables. Es evidente que la postura del autor
va en contra de la representación que ha edificado el discurso oficial del período porfirista. Justo
discurso del Boom, y la evidencia de dicho acierto apareció un par de años después con el gran
éxito editorial de Laura Esquivel Como agua para chocolate: Novela de entregas mensuales con
recetas, amores y remedios caseros (1989). La relectura y reescritura que realiza Elizondo de la
saga decimonónica funciona como el instrumento ideal para presentar la profundidad y fuerza de
los personajes femeninos que juegan un gran papel en la construcción de la prosperidad familiar.
Ésta representa el orden necesario para la consolidación regional, que sin embargo se
herederos incapaces de continuar con los procesos de producción. Elizondo resume, así, el
por esa razón introduce a la ficción el caso concreto de la colonización del Valle del Yaqui
durante las post-revolución. El autor no minimiza los problemas que surgieron con la repartición
132
de tierras durante los treinta en las planicies sonorenses, pero sí resalta la efectividad del
gobierno federal para reconfigurar los grandes latifundios y así, echar a andar la gran máquina de
espacio que durante la Revolución fue escenario de cruentas batallas, sobre todo si consideramos
que en Sonora se forjaron caudillos de la talla de Obregón y Elías Calles. La sierra y el viento es
zacatecana de la Colonia. En este territorio, el pasado encuentra cualquier pretexto para mostrar
especular entre ambos tiempos es el instrumento de un gesto escritural que busca rescatar una
que el progreso y la consolidación regional sólo pudieron ser posibles gracias a la empresa de los
comunidades más ricas y productivas del período colonial en México. La sobre explotación de
los recursos y el abuso sistemático de la población indígena son parte de ese precio que se debe
De Miguel Méndez se puede decir que es, entre todos los escritores, el único que revela
un claro gesto de compromiso social. El autor chicano es severo con el espacio, y lo retrata como
un obstáculo que el hombre debe enfrentar si acaso éste quiere sobrevivir día con día, pero
también en los arenales hay poesía y relatos que sólo se pueden traducir cuando la memoria los
convoca. En efecto, el desierto es multifacético, puede ser el alivio o la muerte del viajero en su
133
travesía, puede ser el infierno donde se queman las esperanzas o el lugar de reflexión para
entender cómo el norte de México se las ha arreglado por sí solo durante centenares de años. El
desierto es una trampa llena de espejismos, y quien caiga en ésta no se salvará del humor agudo
y mordaz del escritor que dialoga con en el modelo del Boom para dar forma a su propuesta de
retratar el desierto como una totalidad, como un objeto poético donde la parodia y la ironía son el
modo eficaz de criticar y, al mismo tiempo, de rendir homenaje a los tipos y productos que
habitan el desierto y la frontera. La Revolución es quizá el blanco principal de ese humor que
lenguaje de sus relatos. Reunión de cuentos es un catálogo de soledades donde la monotonía del
hombre y el paisaje se hacen una forma. El hombre se inscribe en el paisaje y éste se vuelve
personaje. La soledad está implícita en un espacio sin devenir histórico ni referentes culturales,
por ello no extraña al lector encontrar personajes viviendo en el abandono, presenciando el paso
de las horas que son indistintas de los días. El desierto es un rincón cotidiano, donde el hombre
no encuentra salida, pero sí un asomo de esperanza en los objetos de uso común que lo
mantienen vivo. En el mundo gardeano no hay causa ni argumento que explique el estado de las
cosas, los vínculos fraternales se han borrado y la falta de palabras provoca la interacción del
lector que busca significados la simplicidad de los mensajes inconclusos. Sin duda, Gardea
revolucionó la manera de concebir el relato contemporáneo en México, y por esa razón se ganó
Sin restar méritos al silencio gardeano, Daniel Sada una elocuencia singular que se
manifiesta a través del juego con el lenguaje y las alternativas que brinda la prosa moderna. Su
repertorio de regionalismos mezclado con un discurso formal, así como la inclusión de elementos
134
líricos a la prosa, son elementos esenciales de una cuentística inquietante que propone distintos
grados de lectura y, por lo tanto se hace solamente accesible para los cuarenta lectores que Sada
se repite como tema central, pero ésta se presenta como una forma del abandono que regala el
paso del tiempo. Asimismo, la soledad es la espera y el resultado de ésta que alcanza su cúspide
en la muerte o la destrucción definitiva. Sus personajes, siempre víctimas de ese abandono, son
seres ordinarios que gozan con lo inmediato y que no aspiran a la comprensión del mundo más
allá de su experiencia vital. Así, Sada logro crear personajes tan universales que con sus
conductas capturan el interés de cualquier lector, o bien tan regionales que sin la menor
Por último, después de evaluar los contenidos y formas de todo este conjunto de obras,
uno sólo puede concluir que sus respectivos autores han fundado una retórica particular, y a
través de ésta han logrado cristalizar sus preocupaciones más elementales. La representación del
espacio desértico, aún como categorías que abarcan tópicos como el progreso, la sociedad o la
de los mitos fundamentales que han definido el norte mexicano como territorio salvaje y
precario, sino que, al contrario, gracias a la presencia de este puñado de escritores se ha ampliado
el espacio discursivo en un tiempo de pluralidad y tolerancia, donde el diálogo crítico debe ser
una constante.
135
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