La Escultura Espanola en Tiempos de El G
La Escultura Espanola en Tiempos de El G
U
STUDIA ndoubtedly, the most important scholarly event of the Year of El Gre
DE ARTE co in Poland was the international congress Art in the Time of El Greco
which was organised by the Institute for the History of Art and
MODERNA
Culture of the Pontiical University of John Paul II in Krakow, the
Royal Castle Museum in Warsaw and the Diocesan Museum in Siedlce. It took
place at the Royal Castle in Warsaw and at the Ogiński Palace in Siedlce on
the 28th–30th of May 2014. More than forty outstanding academics from Greece,
Spain, Germany, Belgium and Poland participated in the congress.
Discussion of the issues of art in the time of El Greco inspired us to prepare the
next volume of STUDIA DE ARTE MODERNA which is published by the Insti
tute for the History of Art and Culture of the Pontiical University of John Paul II
in Krakow. Facing the plethora of the gathered materials we decided to publish
the volume in two parts. The irst part which is presented here is a collection of
works written in the so called congress languages: English, Spanish, German and
French. The second part shall contain the articles which were written in Polish.
This tome consists of nine studies which were prepared by the researchers
from Greece, Spain, Germany and Poland. They focus on the reinterpretation of
the oeuvre of El Greco which is based on such source materials which often reveal
research ields that were yet unknown. Moreover, new attempts at placing the work
of Domenikos Theotokopoulos in the context of Cretan, Italian and Spanish art
appear to be interesting, as does the reference to the theological thought of St. John
of the Cross. The analysis of the iconography of the Poor Man of Assisi which is so
important for the artist’s oeuvre, also could not be lacking, as the picture St. Francis
in Ecstasy which is kept in a Polish collection is an example thereof.
Art in the Time
Rev. Andrzej Witko
of El Greco
Art in the Time
of El Greco
Instytut Historii Sztuki i Kultury
Uniwersytetu Papieskiego Jana Pawła II w Krakowie
II/1
Krakow 2016
Reviewed by
Agnieszka Bender (Warsaw, UKSW)
Paweł Pencakowski (Krakow, ASP)
Assistant editor
Renata Komurka
Technical editor
Jadwiga Malik
Proofreading
English: Kevin Lay, Peter Martyn
Français: Eva Kotul
Español: Ramón Lodeiro Vales
On the cover: El Greco, St. Francis in Ecstasy, circa 1580, Siedlce, Diocesan Museum, details
Photo: Andrzej Ring, Lech Sandzewicz, prop. of Diocesan Museum (Siedlce)
Cover design
Jadwiga Malik
Photograph on page 5
Andrzej Witko
he publication was inanced by the subsidy for the maintaining of research potential
of the Pontiical University of John Paul II in Krakow, granted by the Minister of Science
and Higher Education in the year 2015.
Publikacja inansowana z dotacji na utrzymanie potencjału badawczego Uniwersytetu Papieskiego
Jana Pawła II w Krakowie przyznanej przez Ministra Nauki i Szkolnictwa Wyższego w roku 2015.
he authors bear the sole responsibility for the observing of copyrights of illustrations which were
used in this publication.
All rights reserved. his book must not be reproduced in whole or in part, in any form, without
written permission from the Publisher.
Al
confrontar las imágenes de San Jerónimo penitente que tallaran Juan de An-
chieta con destino al retablo de la capilla Zaporta en la seo de Zaragoza y Juan
Martínez Montañés para el altar mayor de la iglesia del monasterio de San Isi-
doro del Campo en Santiponce (Sevilla), advertimos con claridad el recorrido trazado por
la escultura española en tiempos de El Greco (Candía, Creta, 1541–Toledo, 1614), desde el
manierismo romanista impregnado de la inluencia de Miguel Ángel, hasta el primer natu
ralismo barroco que va imponiéndose con paso irme a medida que avanza el siglo XVII1.
En el panorama de la escultura renacentista y manierista española, los planteamientos
estéticos más renovadores, casi siempre inspirados en el modelo italiano, conviven con
otras opciones estilísticas, técnicas y expresivas que pudieran caliicarse de tradicionales,
aunque por lo general pasadas en sus componentes formales por el tamiz de la “moder
nidad”. Fuera del ámbito cortesano, donde pudo desarrollarse con mayor amplitud la
escultura profana, hubo escultores de gran talento, ya durante las últimas décadas del
siglo XVI, que supieron aplicar a la predominante imaginería religiosa y devocional las
composiciones y criterios igurativos propios del clasicismo, aunque reinterpretados en
clave emocional y dramática por el espíritu contrarreformista, tan atento a los intereses
DOI: http://dx.doi.org/10.15633/9788374385114.08
1 Para el estudio de la escultura española de la segunda mitad del siglo XVI y primeros lustros
del XVII siguen resultando del máximo interés las monografías de: J. M. Azcárate, Escultura del si‑
glo XVI, Madrid 1958 (Ars Hispaniae. Historia Universal del Arte Hispánico, XIII), passim; J. Camón
Aznar, La escultura y la rejería españolas del siglo XVI, Madrid 1961 (Summa Artis. Historia General
del Arte, XVIII), passim; F. Checa, Pintura y escultura del Renacimiento en España, 1450–1600, Madrid
1983, passim; J. J. Vélez Chaurri, Becerra, Anchieta y la escultura romanista, Madrid 1992, passim.
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José Roda Peña
de la piedad popular, que defendía el decreto tridentino sobre las imágenes sagradas,
y su ulterior aplicación por parte de los diferentes sínodos provinciales. En función de
la cualiicación y de los intereses culturales y artísticos de los comitentes, así como de la
diversidad de las zonas geográicas y ciudades integradas en el territorio peninsular,
nos encontraremos con una sugestiva variedad de géneros escultóricos, a los que inten
taremos aproximarnos someramente.
La escultura cortesana
Los escultores al servicio del rey deinen un arte oicial que traduce la imagen de la
monarquía hispánica, utilizando materiales nobles como el bronce y el mármol. Si durante el
reinado de Carlos V (1500–1558) se asistió a un proceso de paulatina decantación clasicista
en el arte español, puede airmarse que su culminación se alcanzaría bajo el gobierno de
Felipe II (1527–1598), adoptándose como lenguaje oicial de la monarquía2. Los escultores
cortesanos más importantes del siglo XVI fueron los italianos Leone y Pompeo Leoni, padre
e hijo, naturales de Arezzo y vecinos de Milán, quienes destacarían por su virtuosismo
técnico y un alto grado de corrección formal.
A Leone Leoni (1509–1590) lo encontramos trabajando al servicio del emperador
Carlos desde 1546, acaparando desde mediados de la década de 1550 casi todos los en
cargos reales, cuya realización afronta en su obrador milanés con la activa colaboración
de su hijo Pompeo (c. 1533–1608), quien terminaría por residir más de cincuenta años
en la corte española3. Ocupa un lugar principal el grupo alegórico de Carlos V y el Furor
(1551–1564) del Museo Nacional del Prado (il. 84), donde la mayestática y grave presencia
del emperador – cuya armadura se puede desmontar, ofreciéndosenos su igura desnuda,
como la de un héroe griego – se yergue dominadora sobre el encolerizado Furor que se
retuerce a sus pies, aludiéndose así al conjunto de sus victorias y de su talante paciicador4.
Resulta bien conocida la comparación que fray José de Sigüenza estableció entre el mo
nasterio de San Lorenzo de El Escorial con el tabernáculo de Moisés y el templo de Salomón.
Es verdad que, desde un punto de vista meramente cuantitativo, la escultura escasea en los
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84. Leone y Pompeo Leoni, Carlos V y el Furor, 1564, Madrid, Museo Nacional
del Prado
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5 F. Checa Cremades, Un príncipe del Renacimiento. El valor de las imágenes en la corte de Fe‑
lipe II, [en:] Felipe II. Un monarca y su época. Un príncipe del Renacimiento, ed. F. Checa Cremades,
cat. exp., Madrid, Museo Nacional del Prado, Madrid 1998, p. 49–50.
6 Escultor y arquitecto, se duda sobre si su nacimiento aconteció en la montaña santanderina o en
la ciudad de Toledo, su lugar habitual de residencia. Su primer encargo conocido lo forman las iguras
de la Fe y la Caridad para la puerta de la Presentación de la catedral toledana, contratadas en 1569.
Para 1577 se encontraba trabajando en los retablos y custodia del monasterio de Santo Domingo el
Antiguo, de Toledo, donde debía seguir las trazas suministradas por El Greco, en las que sin embargo
introdujo ciertas modiicaciones, con el consiguiente disgusto del cretense. A. de Vicente y García,
La escultura de Juan Bautista Monegro en el Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, Madrid
1990, passim.
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La escultura española en tiempos de El Greco
86. Pompeo Leoni, Cenotaio de Felipe II y su familia, 1597–1600, El Escorial, basílica de San Lorenzo
y Juan Bautista Comane – en el más severo de los lenguajes clásicos, alojándose en sus tres
cuerpos y ático quince esculturas en bronce dorado de Leone y Pompeo Leoni (con la par
ticipación en algunas de ellas del lamenco Adriaen de Vries): los padres de la Iglesia latina,
los evangelistas, los apóstoles Santiago, Andrés, Pedro y Pablo, y el Calvario (1579–1589),
junto a pinturas de Federico Zuccari y Peregrino Tibaldi, desarrollándose una suerte de
ciclo redentorista a través del Nacimiento, Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, en
unión de las escenas de Pentecostés y de la Asunción de María con que se culmina este
camino de salvación7. A Monegro también correspondió a partir de 1589 la ejecución
de los cuatro evangelistas de mármol situados en las hornacinas del templete ochavado
que centra el patio al que dan nombre, cada uno de los cuales se acompaña, en imágenes
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San Pablo de Valladolid – sobre modelos suministrados en 1601 por Pompeo Leoni – y la
del arzobispo Cristóbal de Rojas y Sandoval en la colegiata de San Pedro de Lerma. El
hieratismo y compostura de las eigies anteriores contrasta con el aire más libre y desen
vuelto que muestra el inquisidor apostólico y canónigo de la catedral de Sevilla Antonio
del Corro, docto clérigo a quien encontramos reclinado y acodado, leyendo ensimisma
damente en el sepulcro marmóreo que le tallara Juan Bautista Vázquez el Viejo en 1564,
con diseño de Hernán Ruiz el Joven, para la parroquia de Santa María de los Ángeles en
San Vicente de la Barquera (Santander), donde se encontraba el panteón familiar8.
8 El estudio más penetrante y completo de este sepulcro se debe a E. Gómez Piñol, Las atribu‑
ciones en el estudio de la escultura: nuevas propuestas y relexiones sobre obras de la escuela sevillana
de los siglos XVI y XVII, [en:] Nuevas perspectivas críticas sobre historia de la escultura sevillana,
ed. C. Bellvís Zambrano, Sevilla 2007, p. 28–34.
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9 M. C. García Gaínza, El retablo de Astorga. Una nueva tipología de retablo de época de Felipe II,
[en:] Felipe II y las artes. Actas del Congreso Internacional 9–12 de diciembre 1998, Madrid 2000,
p. 623–631; M. Arias et al., El retablo mayor de la catedral de Astorga: historia y restauración, Salamanca
2001, passim.
10 S. Andrés Ordax, El foco de escultura romanista de Miranda de Ebro: Pedro López de Gámiz
y Diego Marquina, Valladolid 1984, passim; A. A. Barrón García, El retablo de Santa Clara de Briviesca
en el romanismo norteño, “Boletín del Museo e Instituto Camón Aznar” 1999, no. 78–79, p. 241–300;
L. Vasallo Toranzo, Gámiz, Anchieta y Juni: el pleito por el retablo de Briviesca, “Archivo Español de
Arte” 2009, no. 328, p. 355–366.
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La escultura española en tiempos de El Greco
de Santa Casilda de la colegiata de Santa María la Mayor, cuyo mentor fue el obispo de
Segorbe don Juan de Muñatones, con relieves e imaginería exenta debidos indudable
mente a Juan de Anchieta11.
En Valladolid, crisol de tendencias y centro artístico de máxima importancia a pesar
de la designación de Madrid como capital en 1561, fue muy profunda la huella que en este
capítulo de la ensambladura de retablos dejara el escultor originario del norte de Francia
Juan de Juni (1506–1577)12. El que contratara para la iglesia de Santa María la Antigua en
1545, cuya inalización se dilató hasta 1562, es una de sus realizaciones más emblemáticas,
ofreciendo una gran originalidad en su planteamiento arquitectónico, donde la escultura
queda magistralmente integrada, mostrando una perspectiva convergente en las escenas
en relieve, al tiempo que las iguras de bulto se debaten por librarse de la angostura que
ofrecen los intercolumnios. Prueba evidente de que en Valladolid también se impuso la
maniera romana es que al concertar Juan de Juni en 1573 el retablo mayor de la parroquia
de Santa María de Mediavilla en Medina de Rioseco, tuvo que atenerse a la traza que había
suministrado con anterioridad Gaspar Becerra; el fallecimiento del maestro francés en
1577 – justamente el año en que El Greco llegara a España estableciéndose en Toledo –
determinó que su terminación recayera en manos de su discípulo dilecto, el escultor leonés
aincado en Valladolid Esteban Jordán (c. 1530–1598)13, quien logró culminarlo en 1590.
Este último supo fundir las inluencias de Juni, Berruguete y Becerra, con el que había
trabajado en Astorga, siendo su principal obra en la capital del Pisuerga el retablo mayor
de la iglesia de la Magdalena (1571), aunque sus aportaciones más consumadas ya en la
última década del siglo XVI, fuesen los retablos mayores de la parroquia de Santa María en
Alaejos y del monasterio catalán de Nuestra Señora de Montserrat, diseñado este último
por Francisco de Mora y destruido en la invasión francesa14.
El escultor vasco Juan de Anchieta (c. 1533–1588) se revela como una de las más pode
rosas personalidades de la escultura española del último tercio del siglo XVI15. Formado
artísticamente en el importante foco escultórico de Valladolid, se relacionó con Inocencio
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17 M. Estella Marcos, Juan Bautista Vázquez el Viejo en Castilla y América, Nicolás de Vergara,
su colaborador, Madrid 1990, passim.
18 J. M. Parrado del Olmo, Los escultores seguidores de Berruguete en Ávila, Ávila 1981, p. 200,
462–463.
19 J. M. Palomero Páramo, Gerónimo Hernández, Sevilla 1982, passim.
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20 B. Gilman Proske, Juan Martínez Montañés: sevillian sculptor, New York 1967, passim; J. Her
nández Díaz, Juan Martínez Montañés. El Lisipo andaluz (1568–1649), Sevilla 1976, passim; idem, Juan
Martínez Montañés (1568–1649), Sevilla 1987, passim; Juan Martínez Montañés, ed. E. Pareja López,
Sevilla 2008, passim; J. L. Romero Torres, Juan Martínez Montañés, maestro de generaciones, [en:]
J. L. Romero Torres, P. Jaime Moreno de Soto, Martínez Montañés y Osuna a comienzos del Barroco,
Osuna 2011, p. 131–171.
21 J. M. GómezMoreno Calera, Evolución de la retablística granadina entre los siglos XVI y XVII,
[en:] La escultura del primer naturalismo en Andalucía e Hispanoamérica…, op. cit., p. 239–272.
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Becerra en este proceso, al traer de Italia “la manera que aora está introduzida entre los
más artíices, que es las iguras compuestas de más carne que las de Berruguete”22, juicio
que más tarde ampliaría Pacheco en su Arte de la pintura, su antigüedad y su grandeza al
declarar que “Gaspar Becerra quitó a Berruguete gran parte de la gloria que había adqui
rido, siendo celebrado no sólo en España, pero en Italia, por haber seguido a Micael Ángel
y ser sus iguras más enteras y de mayor grandeza. Y así imitaron a Becerra y siguieron su
camino los mejores escultores y pintores españoles… y la manera suya, como reina de las
demás, que mejor que ninguno aprehendió del divino Micael Ángel, lo levanta a tan alto
grado”23. Se preiere, por tanto, la monumentalidad de la igura humana, tratada según lo
hace Becerra en clave triunfalista, con amplitud de masas y volúmenes, como símbolo de
la grandeza moral del personaje representado24, en contraposición a los tipos más enju
tos y nerviosos de Alonso Berruguete, quien había sido uno de los pioneros a la hora de
introducir en la escultura española los ecos del manierismo lorentino.
Para ilustrar el triunfo del vocabulario miguelangelesco en la escultura devocional
española de este momento, acudimos a sendos ejemplos pertenecientes a la iconografía de
la Virgen del Rosario, que tanto éxito obtuvo a raíz de la victoria de Lepanto, convirtién
dose la Orden de Predicadores y las cofradías instituidas bajo su égida en las principales
difusoras de esta advocación. La primera se debe al maestro abulense aincado en Sevilla
Jerónimo Hernández, quien la tallaría en torno a 1575–1578 para el convento dominico de
San Pablo, presidiendo su altar mayor, aunque tres siglos más tarde se trasladó a la parroquia
de Santa Cruz, en la capital hispalense (il. 92). Se muestra la Virgen sedente, cuya cabeza
velada y peinada con raya central se nos brinda como la expresión renaciente de una ma
trona de la antigüedad clásica, presentando al hercúleo Niño Jesús erguido y ascendiendo
sobre su rodilla derecha. Su modelo más cercano me parece la Madonna del Parto que
labró en mármol Jacopo Sansovino para la iglesia romana de San Agustín, hacia 1521. La
segunda fue contratada por el vasco Juan de Anchieta en 1586 para la cofradía rosariana
de la parroquia de la Asunción de Navarrete, en La Rioja. En este caso, María aparece
erguida, llevando al corpulento y desnudo Niño Jesús sobre su brazo izquierdo, al tiempo
que sostienen ambas iguras unos rosarios de gruesas cuentas talladas en la propia madera,
como también lo están la esfera del mundo bajo el pie izquierdo del divino infante, el libro
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incluso la admiración de Juan Martínez Montañés, que en 1590 los tomó como referente
para un encargo, del mismo género y material, recibido del presbítero Nicolás Monardes,
cuyo paradero se desconoce.
El elegante clasicismo espiritualizado del que hace gala Montañés encuentra el ca
mino de la expresión naturalista, aun escogiendo siempre sus rasgos más bellos, en el
formidable Cruciicado de la Clemencia (1603–1606) de la catedral sevillana, que dialoga
abiertamente con el iel arrodillado a sus plantas, tal como lo ajustara con su comitente,
el arcediano de Carmona Mateo Vázquez de Leca, a quien manifestó que tenía “gran
deseo de acavar e hacer una pieça semejante a ésta para que quede en España y no se
lleve a las yndias ni a otras partes y se sepa el maestro que la hizo para gloria de Dios”.
Para la colocación de sus pies cruzados y atravesados por sendos clavos se apoyó, desde
el punto de vista literario, en las Revelaciones de Santa Brígida de Suecia, sin poderse ob
viar la sugestión formal que debió producirle el modelo, entonces considerado de Miguel
Ángel, que había sido traído desde Roma a Sevilla en 1597 por el platero Juan Bautista
Franconio, vaciado en bronce y después multiplicado en cruces de orfebrería29, con el
que comparte su estilizada verticalidad, aunque Montañés cambió la disposición de sus
piernas, colocando la derecha sobre la izquierda. Por su parte, el Niño Jesús tallado para
la Hermandad Sacramental del Sagrario de la catedral de Sevilla (1606–1607) encarna otro
acierto pleno en la producción montañesina30, consagrando un modelo que de inmediato
obtuvo el refrendo popular, siendo objeto de innumerables reproducciones en madera
y vaciados de plomo, estaño o peltre, destinadas a satisfacer una intensa y extensa demanda
que llegó hasta el Nuevo Mundo (il. 94). Resulta portentoso el tratamiento blando de la
anatomía infantil, que describe un airoso y rítmico contraposto de estirpe clásica. En
actitud deíica, el pequeño Jesús se yergue sobre un cojín para bendecir con la diestra,
al tiempo que su mano izquierda fue concebida originalmente para portar una cruz de
ébano de tipología arbórea, aunque ahora suele sujetar un cálizostensorio de iligrana.
Nos conmueve la apacible dulzura de su rostro, enmarcado por una cabellera de ensor
tijados bucles, muy del gusto del maestro alcalaíno. Por lo que respecta a sus esculturas
marianas, realizó algunas interpretaciones memorables de la Virgen Madre, como la del
29 F. Pacheco, Arte de la pintura…, op. cit., p. 725. Después se demostraría que, en realidad, era
obra de su discípulo el arquitecto y escultor Giacomo del Duca. C. Heredia, La recepción del clasicismo
en la platería española del siglo XVI, [en:] Congreso Internacional “Imagines”: La Antigüedad en las
artes escénicas y visuales, ed. M. J. Castillo Pascual, Logroño 2008, p. 458–459.
30 E. Gómez Piñol, El Niño Jesús de la Sacramental del Sagrario hispalense: introducción al estudio
de la génesis de un prototipo distintivo de la escultura sevillana, [en:] Actas del Coloquio Internacional
“El Niño Jesús y la infancia en las artes plásticas, siglos XV al XVII”, ed. R. Ramos Sosa, Sevilla 2010,
p. 15–104.
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José Roda Peña
monasterio de San Isidoro del Campo (1609–1610) o la que, bajo el título de la Cinta, se
le atribuye acertadamente en la catedral de Huelva (1606–1609). Pero, sin lugar a dudas,
fue el candente tema de la Inmaculada Concepción el que le permitió plasmar algunas
de sus obras más carismáticas, pues partiendo de versiones manieristas granadinas y se
villanas, llegó a ijar todo un prototipo que siguieron muchos escultores de su entorno,
ofreciéndonos su primera exégesis en la aniñada y poética Inmaculada de la parroquia
de El Pedroso (1606–1608), en la provincia de Sevilla.
Este precoz sentimiento barroco lo encontramos formulado, dentro del importante
foco escultórico granadino, en las últimas creaciones de Pablo de Rojas (1549–1611)31
– extraordinarias sus series iconográicas de temáticas pasionista y mariana – y en las pri
meras de Bernabé de Gaviria (1577–1622)32, quien en su excelente apostolado (en realidad
le pertenecen diez de los doce, realizados en dos fases: 1611–1613 y 1616–1617) de la capilla
mayor de la catedral de Granada nos ofrece uno de los más felices conjuntos de la plástica
andaluza e incluso española de la segunda década del siglo XVII.
La escultura procesional
Los escritos de nuestros ascetas y místicos del siglo XVI persiguieron actuar sobre sus
lectores, excitándoles sensorialmente hasta hacerles experimentar que se encontraban ante
la escena o acontecimiento a meditar, y todo para moverles a la devoción. Esta vía de la
meditación realista, cuyos verdaderos creadores fueron los franciscanos, genera una suerte
de imaginería mental que alcanza tintes de gran intensidad dramática y expresiva cuando
se trata de rememorar los pasos de la Pasión de Cristo, en lo que fray Luis de Granada fue
un auténtico maestro33.
Para estos autores, el mundo sensorial es valorado no tanto por sí mismo, cuanto como
estímulo capaz de mover el alma hacia Dios. En este sentido, la plástica escultórica jugará
un protagonismo esencial para desatar en el devoto esa desbordante emoción comunicativa
que alcanza su cenit en los días de Semana Santa, durante las estaciones de las cofradías
de penitencia, cuando las imágenes que representan a Cristo en los diferentes momentos de
su pasión y muerte, y a la Virgen en sus dolores y soledad, se encuentran a pie de calle
con el iel cristiano, haciéndole copartícipe de sus padecimientos. Puede decirse que estas
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94. Juan Martínez Montañés, Niño Jesús, 1606–1607, Sevilla, parroquia del Sagrario de la
catedral
José Roda Peña
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La escultura española en tiempos de El Greco
95. Juan de Juni, Virgen de las Angustias, hacia 1570, Valladolid, iglesia de Nuestra Señora de las
Angustias
37 J. Urrea, El escultor Francisco Rincón, “Boletín del Seminario de Estudios de Arte y Arqueología”
1973, no. 39, p. 491–500; E. García Martín, Los escultores Francisco del Rincón y Gregorio Fernández,
Valladolid 2001, passim. Los pasos que estudiaremos de Rincón y Fernández se exponen en el Museo
Nacional de Escultura de Valladolid.
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96. Gregorio Fernández, Camino del Calvario, 1614, Valladolid, Museo Nacional de Escultura
38 J. J. Martín González, El escultor Gregorio Fernández, Valladolid 1980, passim; Gregorio Fer‑
nández y la Semana Santa de Valladolid, ed. E. García de Wattenberg, cat. exp., Valladolid, Museo
Nacional de Escultura, Madrid 1986, passim; I. del Río, Gregorio Fernández y su escuela, Madrid 1992,
passim; Gregorio Fernández, 1576–1636, ed. J. Urrea, Madrid 1999, passim; Gregorio Fernández: la gubia
del barroco, eds. A. Álvarez Vicente, J. C. García Rodríguez, Valladolid 2009, passim; R. de Orueta,
Gregorio Fernández: la expresión de dolor en la escultura castellana, Valladolid 2013, passim.
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La escultura española en tiempos de El Greco
las iguras hacen gala de unas actitudes dinámicas, pero perfectamente equilibradas. El
mismo año de la muerte de El Greco, en 1614, concertó con la antigua Cofradía de Nuestra
Señora de la Pasión el paso del Camino del Calvario, que incorpora piezas de sobresaliente
calidad, como el Cirineo, la Verónica, el sayón que tira de la cuerda y el que abre camino
tocando la trompeta (il. 96). En estos últimos personajes, de zaia naturaleza, parece depo
sitar Fernández toda la maldad humana, acudiendo a gestos descompuestos, expresiones
hostiles, miradas torvas y ademanes vulgares.
Pasando ahora a Sevilla39, el Cristo de la Expiración de la capilla del Museo de Be
llas Artes representa con singular verismo el momento del espasmo agónico que hace
contorsionar sus miembros como una llamarada entre estertores de dolor. Realizado por
Marcos de Cabrera40 en diciembre de 1575, el mismo año en que se erigió canónicamente
su cofradía por el gremio de maestros plateros, es la primera representación, a tamaño
natural, de Cristo expirante en el seno de la escultura sevillana, al menos que se haya con
servado. Para la composición serpentinata de su cuerpo se apunta como posible fuente de
inspiración para su autor el Cruciijo que dibujó Miguel Ángel para Vittoria Colonna en
torno a 1541 (British Museum), muy divulgado en Europa a partir del grabado de Giulio
Bonasone. La ductilidad del material empleado, la pasta, sirve a Cabrera para acentuar las
curvas y dislocar dramáticamente las extremidades inferiores, abocetando ciertas partes
de su anatomía. Debe aclararse que tanto su corona de espinas como el paño de pureza, de
atrevido dinamismo, no son más que postizos añadidos por Manuel Gutiérrez Reyes en
1893 y 1895.
Temprano y justo renombre adquirió el formidable Niño Jesús que Jerónimo Hernández
esculpiera para la Cofradía del Dulce Nombre de Jesús y Primera Sangre de Nuestro Señor
Jesucristo, residente en la actual parroquia de Santa María Magdalena. Fechable hacia 1580,
puede considerarse, en el ámbito escultórico sevillano, como pionero en su género, com
poniéndose su igura con acusado contrapposto de evocación praxiteliana. Desde el punto
de vista iconográico, se especula con que Hernández pudiera haberse basado en el modelo
pictórico que Pedro de Villegas Marmolejo ofrece en el ático del retablo de la Visitación de
la catedral hispalense. Sabemos que esta imagen, al menos desde comienzos del siglo XVII,
desilaba en Semana Santa bajo un palio sostenido por seis varas de plata. Fray Francisco
39 Para esta etapa germinal de la imaginería procesional de la Semana Santa de Sevilla, véase:
J. Roda Peña, La escultura sevillana a inales del Renacimiento y en los umbrales del Naturalismo, [en:]
La escultura del primer naturalismo en Andalucía e Hispanoamérica…, op. cit., p. 294–295.
40 Su trayectoria vital está documentada desde 1565 hasta 1601, acreditándosele una estancia en
Colombia entre 1582 y 1590. P. F. Amador Marrero, J. C. Pérez Morales, El sevillano “capitán” Marcos de
Cabrera: personaje enigmático, notable escultor. Revisión histórico‑artística y técnica, “Atrio” 2007–2008,
no. 13–14, p. 87–98.
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José Roda Peña
El Greco, escultor
En su Arte de la pintura, su antigüedad y su grandeza (1649), Francisco Pacheco nos
ofrece un valioso testimonio a propósito de la visita que en 1611 le hizo al Greco en Toledo,
quien con la mayor naturalidad y conianza le mostró “una alhazena de modelos de barro
de su mano, para valerse dellos en sus obras”. Por otro lado, en el primer inventario de sus
41 Citado por: J. Bermejo y Carballo, Glorias religiosas de Sevilla, Sevilla 1882, p. 90–91.
42 J. Roda Peña, La imagen de Nuestro Padre Jesús de la Pasión: un modelo para la iconografía del
Nazareno en Sevilla, [en:] Actas del Congreso Internacional “Cristóbal de Santa Catalina y las Cofradías
de Jesús Nazareno”, II, Córdoba 1991, p. 675–686.
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97. Juan Martínez Montañés, Jesús de la Pasión, hacia 1610–1615, Sevilla, iglesia colegial del Divino
Salvador
José Roda Peña
bienes, elaborado por su hijo Jorge Manuel en 1614, se registran veinte modelos de yeso
y treinta más de barro y cera – susceptibles estos últimos de experimentar un sinnúmero de
transformaciones – comprobatorios de que habitualmente modelaba con carácter previo
las iguras de sus cuadros, procedimiento aprendido en Venecia con Tintoretto, sirviéndole
para resolver con éxito ciertos aspectos diicultosos de la composición pictórica43.
Pero además, airmar que El Greco cultivó el arte de la escultura, y no simplemente
como un proceso intermedio en la ejecución de sus pinturas, es hoy por hoy una eviden
cia que está fuera de toda duda, aunque ciertamente dicha práctica haya merecido una
cuota muy exigua en el reconocimiento de su genio. Para el cretense, tan admirador del
Miguel Ángel dibujante y escultor, la escultura encarnaba un código expresivo tan válido
y digno como cualquiera de las otras artes imitativas de la naturaleza, requiriendo de un
proceso intelectual que sobrepasaba con mucho la aplicación de una técnica manual y de
los procedimientos artesanales de un oicio meramente mecánico. El conocido episodio
ocurrido con el marco de El Expolio, por el que se le pagaron 535 ducados, frente a los
317 correspondientes a la propia pintura, debieron convencerle de la rentabilidad que su
ponía que en sus futuros encargos también se le encomendara la ejecución de este género
de ensambladuras con sus eventuales adornos igurativos.
Comenzaremos nuestro recorrido por el escueto legado de la obra escultórica de El Gre
co con el altorrelieve en madera policromada y pequeño formato de la Imposición de la
casulla a San Ildefonso, que fue parte constitutiva del retablo presidido por el espléndido
cuadro de El Greco que representa El Expolio de Cristo (1577–1579). A inales del siglo XVIII
se desmontó la estructura original del conjunto hasta que, a comienzos del XX, se situó
este grupo escultórico en su localización actual, bajo la mencionada pintura, en la sacris
tía de la catedral de Toledo. El milagro presenta a la Virgen María, descendida y sedente
sobre un cúmulo de nubes y cabezas de querubes, acompañada por cuatro hermosos
ángeles mancebos que le auxilian en el momento de la donación al santo arzobispo, quien
la contempla de rodillas y orando. La casulla es la recompensa, el fruto espiritual por su
defensa de la virginidad de la Madre de Dios, y los ángeles son los celestes cortesanos,
ieles servidores que forman el cortejo de la Señora44.
El Cristo resucitado del Hospital Tavera, en Toledo, aparece enteramente desnudo, ne
cesitado de un paño de pureza textil (il. 98). Este gusto por mostrar sin veladuras la belleza
del cuerpo humano resulta un rasgo más italiano que español de su personalidad y obra,
43 Y. Kitaura, El proceder artístico de El Greco, “Boletín del Museo del Prado” 1986, no. 20, p. 85–93.
44 Ha sido restaurado en 2011 por el Instituto del Patrimonio Cultural de España (IPCE). R. López
Torrijos, Iconografía de San Ildefonso desde sus orígenes hasta el siglo XVIII, “Cuadernos de Arte
e Iconografía” 1988, no. 2, p. 165–212.
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La escultura española en tiempos de El Greco
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99. El Greco, Epimeteo y Pandora, hacia 1600–1610, Madrid, Museo Nacional del Prado
La escultura española en tiempos de El Greco
en 1962 (il. 99). Desde hace décadas se viene asociando como fuente de esta pareja de tallas
policromadas el célebre grabado a buril de Adán y Eva de Alberto Durero, fechado en
150447; y últimamente, también se cree que la igura masculina deriva del David de Miguel
Ángel y la femenina de la Venus de Médici – en posición invertida48. Las dos imágenes
aparecen en perfecta responsión, dialogando antes de que se produzca la apertura de la
caja en la que se contenían los males que habrían de asolar a la humanidad, tal como nos
cuenta Hesíodo en Los trabajos y los días. Aunque lo habitual es que el recipiente aparezca
en manos de Pandora, en esta versión es Epimeteo, el irrelexivo hermano de Prometeo,
quien la sostiene. No conocemos la circunstancia de su encargo o si incluso pudo ser una
creación para uso o disfrute del propio artista49.
47 El Conde de las Infantas, ¿Dos esculturas de El Greco?, “Archivo Español de Arte” XVIII,
1945, p. 193–200; X. de Salas, Sobre dos esculturas del Greco, “Archivo Español de Arte” XXXIV, 1961,
p. 297–301.
48 Y. Kitaura, El Greco. Génesis de su obra, Madrid 2003, p. 43–44.
49 L. Puppi, ¿Adán y Eva o Epimeteo y Pandora? Relexiones sobre El Greco escultor, [en:] El Greco,
ed. N. Sobregués, Barcelona 2003, p. 363–379.
50* Przeł. Marta A. Urbańska.