D. Ricardo - Lezama Lima y Las Redes Intelectuales Antimodernas
D. Ricardo - Lezama Lima y Las Redes Intelectuales Antimodernas
Los Angeles
by
2017
Copyright by
2017
ABSTRACT OF THE DISSERTATION
by
This dissertation maps out the connections between the Cuban author José Lezama Lima
(1910-1976) and a network of anti-modern intellectuals, journals, and publishing houses that had
an active presence in Latin American’s public sphere during mid 20th century. My dissertation
argues that in order to understand, not only Lezama’s singular position in the history of Cuban
and Latin American literatures, but also some of the most characteristic and polemic features of
his work —his radical critique of rational subjectivity, his explicit Catholicism, and his nostalgia
for the past—, it is crucial to recuperate a context that has been largely ignored both by Lezama
scholarship and traditional Latin American intellectual history. The anti-modern milieu, which
took deep roots in Latin America and Europa between 1920 and 1959, embarked on a fierce
critique of Modernity that transcended the paradigms of rejection and revisionism. The
singularity of their critiques comes from the fact that they were able to see Modernity trough
lenses that were at the same time anachronistic and contemporaneous, archaic and ultramodern.
ii
The connections between Lezama and anti-modern writers such as Paul Claudel (1868-1955),
Jacques Maritain (1882-1973), and G. K. Chesterton (1874-1936), or his interest in journals such
as Sur (1931-1970), Sol y Luna (1938-1943), and Cruz y Raya (1933-1936), to mention just a
few, have traditionally been seen as a part of a larger debate about the orthodoxy or heterodoxy
of his Catholicism. Taking a set of traditional ideas about Catholicism as a starting-point, this
approach tends to emphasize the ontological and theological dimension of those interactions by
a precise logic, this slant concludes that the “transcendent” poetics of the anti-modern Lezama
are not only anachronistic, but have an implicit link with what Rafael Rojas has called “the
My dissertation situates this debate within the rather different domains of intellectual
history and comparative literature. More specifically, I propose that any assessment of Lezama’s
intellectual net that made possible the dissemination of an anti-modern agenda in cultural
capitals such as Buenos Aires, Havana, Paris, and London. In this new context, the very idea of
an anti-modern Lezama gains in complexity and, at the same time, offers both a more flexible
framework to understand the paradoxical modernity of the Cuban writer and a way to recover an
alternative response to the narratives of Modernity that have prevailed in the continent.
iii
The dissertation of David Ricardo Ramírez Prieto is approved.
Efraín Kristal
2017
iv
ÍNDICE
Presentación
José Lezama Lima, el antimoderno 1
Introducción
Los católicos antimodernos o la retaguardia de la vanguardia
1. Dos acepciones de antimoderno 8
2. La tribu perdida 16
Capítulo I
La biblioteca antimoderna 28
1. Los libros del aficionado pobre 33
2. Los antimodernos españoles 43
3. Los antimodernos argentinos 51
Capítulo II
De Paul Claudel a Jacques Maritain: Lezama y los antimodernos franceses 67
1. Claudel en Verbum 72
1.1. Lezama contra Descartes 76
1.2. ¿Lezama contra Claudel? 80
2. Las genealogías de los modernos 87
2.1. Lezama contra Valéry y los surrealistas 96
3. Poesía y conocimiento 106
Capítulo III
La Edad Media de Lezama: de Calderón a Chesterton 121
1. Un auto sacramental en La Habana 125
2. La Edad Media de Chesterton 138
2.1. El Chesterton de los otros 140
2.2. El Chesterton de Lezama 146
2.2.1. “La piscina participante” 148
2.2.2. Los círculos concéntricos de la historia 154
Capítulo IV
Lezama y el “profetismo dostoievskiano” 165
1. La escena del crimen 170
2. El profetismo de Dostoievski 176
3. Lezama judío 188
Bibliografía 194
v
AGRADECIMIENTOS
Agradezco a mi asesor, Jorge Marturano, y a los miembros de mi comité —Efraín Kristal, Juan
Pablo Lupi y Maarten van Delden— por su lectura cuidadosa de mi trabajo y por todas sus
recomendaciones para mejorarlo. Tanto en Estados Unidos como en Cuba varias instituciones
de Cuba, la Casa Museo José Lezama Lima y The Cuban Heritage Collection. En UCLA mi
trabajo contó con el respaldo de becas del Departamento de Español y Portugués y de Graduate
Division.
vi
VITA
Education
PhD University of California, Los Angeles
2017 (expected) | Hispanic Languages and Literatures
MA National Autonomous University of Mexico (UNAM)
2010 | Comparative Literature | With distinction
BA Los Andes University (Colombia)
2004| Literature
Publications
Peer-Reviewed Articles
Under Review “Testimonios del secuestro en la Amazonía colombiana (1998-2013). Dos horizontes
de lectura.” Submitted to Cuadernos de literatura.
2017 “Los libros del aficionado pobre: José Lezama Lima y la (de)formación por la lectura.”
Mutatis Mutandis. Revista latinomericana de Traducción. Issue devoted to literary
translation in the Caribbean Basin. July, 2017.
2011 “La nación religiosa: Cuba según la poética teológica de José Lezama Lima.”
Perífrasis 3 (2011): 22-39.
2010 “Jorge Luis Borges y los dones incompletos.” Variaciones Borges (30), 2010:
161-182.
Volume Edited
2016 Párrafo Magazine # 8. The Animal Issue, 2016.
Other Publications
2016 “Entrar na esfera de animalidade.” Interview to Maria Ester Maciel. Párrafo
Magazine # 8, 2016: 44-49.
2014 “‘Hay sangre en la arena y no es del torero’: artistas, intelectuales y la
fascinación por la violencia.” antropologika. 2014. Online.
2010 “Religión y autonomía literaria.” Vivarium XXIX. La Habana, 2010.
Conference Participation
Papers Presented
2016 “Los libros del aficionado pobre: José Lezama Lima y la formación de su biblioteca.”
Reading Cuba: An Interdisciplinary Conference on Cuban and Cuban-American
Literature. FIU, Miami. November 9-10.
2016 “La industria editorial argentina y la formación del nuevo lector cubano.”
Latin American Studies Conference. California State University, San Bernardino,
California. April 28-29.
2015 “La biblioteca medieval de José Lezama Lima.” UC-Cuba Conference. Irvine.
2015 “Lezama’s Claudel.” XXXIII LASA International Congress.
2011 “José Lezama Lima y Emmanuel Lévinas: el sentido ético de la literatura.”
Coloquio sobre teorías y literaturas del Caribe. Pontificia Universidad
Javeriana. Bogotá, Colombia.
2010 “Religión y autonomía literaria.” X Congreso Internacional de Poesía y
vii
Poética Centenario del natalicio de José Lezama Lima. Benemérita
Universidad Autónoma de Puebla, Mexico.
2007 “La Poetria nova y el lenguaje peregrino”. Coloquio de historia y literatura:
textos del occidente medieval. UNAM, Mexico.
Panels organized
2016 Organizer. “Global Cuba: Cultural exchanges with Argentina, Czechoslovakia, and
Spain”. Latin American Studies Conference. San Bernardino, California.
2015 Organizer. “Poéticas latinoamericanas: filiaciones y desencuentros”. LASA
International Congress. Puerto Rico.
Teaching Experience
2016 - 2013 University of California, Los Angeles
Teaching Assistant
2010 National University of Colombia
Lecturer
2010 - 2012 University Jorge Tadeo Lozano, Bogotá
Lecturer
2005 - 2007 University Jorge Tadeo Lozano, Bogotá
Lecturer
Professional Service
2016 Editor-in-chief. Párrafo Magazine. UCLA Department of Spanish and Portuguese.
2015 Editor. Párrafo Magazine. UCLA Department of Spanish and Portuguese.
2014 Guest Editor. Mester XLIII. Focus: On Violence.
2011 Workshop to prepare college students for the Test on The Higher Quality of
Education (Saber Pro). Jorge Tadeo Lozano University.
2011 Jury. V Short Story National Award (High school students). Ministry of Education,
Colombia.
Languages
Spanish (Native speaker), English (Near-native), Italian (Advanced)
French (Advanced), Portuguese (Intermediate)
viii
PRESENTACIÓN
En el mapa literario y cultural de América Latina José Lezama Lima (1910-1976) es un autor al
mismo tiempo central y periférico. Por muy diversas razones, que van desde el hermetismo de su
(1966) y La expresión americana (1957), muchos de sus ensayos, poemas, cuentos y crónicas
aún hoy son poco leídos fuera del “very exclusive club” de los lezamianos (Cortázar 47), e
Surgidas en el seno del origenismo, las primeras lecturas críticas de Lezama se acercaron a
formulaciones más lograda de esta certeza (que era a la vez una idea y una pasión) se encuentra
en la decimotercera lección de Lo cubano en la poesía (1958). Allí Cintio Vitier asegura que
Lezama no empezaba su discurso en verso o prosa desde el mismo plano que los otros.
No había en él la menor continuidad con lo inmediato anterior [...]. Su espacio y sus
fuentes no estaban en relación esencial ninguna con la circundante atmósfera poética. Su
tiempo no parecía ser histórico ni ahistórico, sino, literalmente, fabuloso (310).
Aunque varias de las ideas de Lo cubano y, en general, de los origenistas han sido reevaluadas,
esta imagen fabulosa del poeta de Trocadero ha logrado trascender las más diversas
aproximaciones a su obra. Existe un claro vínculo entre la excepcionalidad a la que Vitier, María
1
Zambrano y Fina García Marruz hicieron referencia en las décadas de 1940 y 1950 1 y la
inclusión de Lezama en la tradición del excepcionalismo americano a partir del ensayo de Julio
trabajos posteriores a esta fecha (como los de Gustavo Pellón, Irlemar Chiampi o Lois Parkinson
Zamora y Monika Kaup), ha sido el de darle formas distintas a la premisa del argentino que antes
fue de los origenistas, esto es, a la certidumbre de que el autor de Paradiso es un “primitivo que
todo lo sabe”, un “Adán previo a la culpa”, un “Noé” que se ha librado de “una inmensa y casi
La importancia de este tipo de lecturas fabulosas para los estudios lezamianos ha sido
innegable. Ellas no sólo continuaron una línea de interpretación que en algunos de sus puntos
seguramente habría suscrito el mismo Lezama, sino que a ellas debemos tanto su
mediados de 1960 era muy poco conocido fuera de Cuba) como también parte de su vigencia (de
la mano del interés crítico suscitado por las interpretaciones posmodernas y neobarrocas) (Cf.
Lupi, Reading Anew 159-162; van Delden 576-581). Pese a esto, una de las consecuencias no
Lezama mismo, no hay “la menor continuidad con lo inmediato anterior”, que su aparición en el
acercamientos de perfil comparativo e histórico que permitan no sólo rastrear los vínculos que
conectan a Lezama con un grupo amplio y diverso de filósofos, artistas y escritores (desde
1
Además del capítulo en Lo cubano en la poesía, quizás los textos más elocuentes a este respecto sean “La Cuba
secreta” (1948), de María Zambrano, y “Lo exterior en la Poesía” (1947), de Fina García Marruz. Ambos trabajos
fueron publicados en Orígenes.
2
Aristóteles hasta Albert Einstein), sino además reconstruir las redes intelectuales y artísticas en
las que se inscriben esos vínculos. Si en los estudios sobre Lezama de finales del siglo XX podía
detectarse la tendencia a precisar y articular los elementos que constituyen su sistema poético del
mundo, en los del siglo XXI, incluso en aquellos que se concentran en la materialidad de su
escritura, es posible advertir un intento por reconstruir polémicas, rastrear préstamos e identificar
apropiaciones.
Writing of the Formless. José Lezama Lima and the End of Time, de Jaime Rodríguez Matos
(2016); Reading Anew. José Lezama Lima’s Rhetoric Investigations, de Juan Pablo Lupi (2012);
La biblioteca en la isla. Una lectura de La expresión americana (2011), de Sergio Ugalde, y las
tesis de doctorado dirigidas por Salgado en UT Austin Rostros del reverso: José Lezama Lima en
científicas en la obra de José Lezama Lima (2012), de Omar Vargas. Otros libros que también
van en esta dirección, aunque no se ocupan exclusivamente de Lezama, son El diálogo oblicuo:
Calomarde; Los motivos de Anteo. Patria y nación en la historia intelectual de Cuba (2008), de
Rafael Rojas; Los límites del origenismo (2005), de Duanel Díaz; Un dibujo del mundo:
Si bien esta lista no es exhaustiva, y varios de estos trabajos exceden el campo de los
los últimos años y en la Lezama ocupa un lugar principal. Siguiendo de cerca a varios de estos
3
páginas es también escenificar un diálogo, trazar un mapa literario que dé cuenta del modo en
que Lezama participó y se alimentó de una compleja red intelectual por la que circulaban libros y
revistas, estilos e ideas, disputas y complicidades. Hasta cierto punto, parto de la premisa de que
esta red fue la que hizo posibles sus textos y también la que definió sus límites. Lezama trabajó
con un archivo cultural vastísimo pero no ilimitado, y son justamente algunas de esas
limitaciones las que le dieron forma a su ambicioso proyecto literario y cultural. Sus estrategias
de lectura o su trabajo con las fuentes, por ejemplo, estaban relacionadas con su dificultad para
leer en otros idiomas, con las condiciones del mercado del libro en la isla e inclusive con el tipo
Ahora bien, aun teniendo en cuenta sus límites, la vastedad del repertorio cultural del autor
de Paradiso es sólo abarcable de manera parcial. Las numerosas referencias que articulan sus
textos revelan la coexistencia de varios Lezama, algunos muy distintos entre sí y otros
circunscribirá al que quizás sea el más huidizo e incómodo de esos Lezama, al Lezama
antimoderno. Explorar esta faceta del cubano resulta difícil porque, por una parte, pensar a
Lezama como antimoderno significa situarlo junto a una serie de autores y obras que le dicen
muy poco a un lector contemporáneo. ¿Dónde se pueden encontrar hoy los lectores de Paul
Claudel (1868-1955) o Léon Bloy (1846-1917)?, ¿de Nicolas Berdiaeff (1874-11948) o Jacques
Maritain (1881-1973)? Esta desaparición de los antimodernos del escenario intelectual pone en
4
A esta dificultad hay que agregar una segunda, que en cierta forma es una prolongación de
la anterior: pensar a Lezama como antimoderno también significa conectarlo con una plataforma
Proust, sino Charles Maurras (1868-1952) o Pierre Drieu La Rochelle (1893-1945); en vez de
antimoderno sería, pues, uno que oscila entre un nacionalismo católico de inclinaciones fascistas
Mi trabajo pretende abordar estas dificultades rastreando la relación de Lezama con una
compleja red intelectual antimoderna que, pese haber sido poco estudiada, alcanzó cierto
naturaleza trasnacional de esta red, mi atención se enfocará en sus conexiones con un grupo de
intelectuales y revistas (en su mayoría de Argentina, Francia e Inglaterra) a los que unía un
ideario estético, religioso y político con una identidad definida pero al mismo tiempo flexible y,
como veremos más adelante, por momentos incluso conflictiva. Una de las tareas pendientes de
esta investigación —que conviene señalar desde su mismo inicio— es la articulación de esta red
relación con otros integrantes de la generación de Orígenes. La parte cubana de esta ecuación ya
ha sido explorada en los estudios seminales de Duanel Díaz (Los límites del origenismo) y Rafael
5
ensayos o pasajes de ensayos de Lezama que justamente por su ostensible componente
crítica. La mirada católica que informa textos como “Calderón y el mundo personaje” (1939),
visibles” (1956), textos que por lo demás se ocupan de autores no cubanos, hace difícil su
inclusión en las lecturas modernizantes de la obra de Lezama, mientras que otros ensayos más
En segundo lugar, este énfasis también explica la importancia que tendrá en mi tesis el
trabajo con las fuentes de Lezama. La faceta antimoderna del autor de Paradiso quedaría
incompleta sin un diálogo serio con los textos y los autores que la alimentaron, así como sin un
examen cuidadoso de las dinámicas internas, de las controversias y de la diversidad del campo
antimoderno. Mi propósito al rastrear las referencias en sus ensayos, al insistir en las fechas en
que leyó o publicó un texto o al señalar las editoriales y las traducciones en que hizo sus lecturas
Por último, este énfasis determina asimismo el período que cubre mi investigación. Además
de ser selectivo, puesto que indica un conocimiento de los matices y las tensiones constitutivos
del campo antimoderno, el antimodernismo de Lezama fue también formativo. Una mirada
cuidadosa a sus lecturas tempranas, y en especial a las antimodernas, mostrará cómo algunas de
sus posiciones fundamentales en los principales debates de su tiempo fueron tomando forma de
manera progresiva y en diálogo directo no sólo con el campo intelectual cubano, sino sobre todo
con el campo intelectual latinoamericano y europeo. En este sentido, Lezama fue un escritor
6
antimoderno antes de ser un escritor cubano. Pese a haber salido de Cuba sólo un par de veces,
Lezama estaba al tanto de lo que ocurría en los círculos antimodernos de Europa y América
noticias de estos círculos en París y Buenos Aires, los dos centros de la geografía antimoderna
entre las décadas de 1920 y 1950. Mi tesis se enfoca en este período —el texto más tardío que
analizo en detalle, “La dignidad de la poesía”, es de 1956— porque durante estos años las voces
antimodernas no solamente lograron hacerse un lugar en la esfera pública, sino que alcanzaron
esfera pública, sus integrantes pasaron a ser parte de una tribu perdida.
que se conservan entre la Biblioteca Nacional José Martí y la Casa Museo José Lezama Lima
proveen una información invaluable no únicamente sobre sus lecturas tempranas, sino además
sobre las editoriales, traducciones e incluso librerías que difundían el pensamiento antimoderno
en Cuba. La revisión de estos libros sirve de preámbulo al análisis que llevaré a cabo en los
tradición antimoderna. Esos autores son Paul Claudel, Jacques Maritain, Gilbert Keith
Chesterton (1874-1936) y Fiódor Dostoievski (1821-1881). Como veremos, cada uno de estos
autores representa un pequeño sector dentro del universo antimoderno y permite explorar
distintos aspectos de esta faceta de Lezama, desde su pasión por la Edad Media, compartida con
Chesterton, hasta su fascinación, de clara raíz dostoievskiana, con el crimen y los dilemas éticos
y estéticos que éste plantea. La conjunción de todas estas facetas es, en definitiva, la que justifica
7
el estudio del Lezama antimoderno. Mi trabajo busca darle coherencia —en la medida en que
esto es posible con el autor cubano— a este aspecto de su obra y situarlo junto a otras respuestas
A manera de introducción, en las páginas que siguen discutiré la historia del término
8
INTRODUCCIÓN
De acuerdo a su uso más extendido, el literal, el término antimoderno indica simplemente una
antimodernista” (1910) del papa Pío X. Esta declaración de fe —obligatoria para la jerarquía
eclesiástica hasta 1967— presentaba de manera sintética los principales errores del modernismo,
la corriente teológica de finales del XIX y principios del XX que quiso adaptar el catolicismo al
negativa, aunque conservó la misma lógica oposicional del juramento papal: si el moderno es
2
Los cinco puntos que refuta el juramento son: el agnosticismo, el racionalismo, el anticlericalismo, el historicismo
(que cuestionaba la inalterabilidad de los dogmas) y el psicologismo (que cuestionaba la exterioridad de la fe). El
juramento estaba inspirado en el Syllabus (1864) de Pío IX y en la encíclica Pascendi dominici gregis (1907) de Pío
X, probablemente los documentos papales que más contribuyeron a definir la relación de la Iglesia Católica con la
modernidad. Desde una perspectiva eclesiástica, el calificativo antimoderno sirve para identificar la fracción de la
Iglesia que se opone a los cambios introducidos por el Concilio Vaticano II (1962-1965).
9
el antisemitismo y el fascismo. Alice Kaplan llamó a esta oposición binaria entre moderno y
algunas de las razones por las que esta oposición resulta problemática, a pesar de la frecuencia
con la que se la utiliza. La principal de ellas es la variabilidad de los términos que se emplean
para explicar los dos extremos de esta ecuación. Conceptos como fascismo o antisemitismo,
según Kaplan, han hecho colapsar el carácter fundacional de este modelo porque han sido
En América Latina quien empleó esta “máquina” de manera más sistemática, y en cierto
modo sentó las bases que permiten trascenderla, fue Octavio Paz. A ella recurrió en sus ensayos
América Latina es, por tanto, el resultado y la continuación de una “tradición antimoderna” (73),
heredera no de René Descartes, Baruch Spinoza o Martín Lutero, sino de teólogos neotomistas
10
En Los hijos del limo (1974) Paz llevó esta oposición al terreno estético para estructurar su
Eliot y Ezra Pound, los describe como defensores de la tradición, nostálgicos del orden cristiano
medieval, nacionalistas con aspiraciones universalistas y teólogos con la voz inspirada del poeta;
su gran error habría sido el de confundir el retorno a Roma con las promesas de proyectos
políticos como la Action française de Charles Maurras o el fascismo de Benito Mussolini. Ellos
serían, en este sentido, la contraparte del verdadero impulso poético de la modernidad que,
iniciado con William Blake y Friedrich Hölderlin, habría alcanzado su mejor expresión en las
Este primer sentido del epíteto antimoderno (el antimoderno como contra-moderno, como
trabajos recientes que, en el marco de investigaciones sobre las dinámicas constitutivas del
campo cultural cubano, estudian las intervenciones de Lezama (y de los origenistas en general)
en la ciudad letrada cubana. Estos trabajos —que muestran que el autor de Paradiso participaba
en la vida cultural de la isla como intelectual católico, o al menos que así era percibido por los
demás actores del campo—, entienden su catolicismo como una fuerza antimoderna, en un
sentido muy similar al que le da Octavio Paz al término. Para Rafael Rojas, por ejemplo, el
“laicismo predominante en los estudios lezamianos”, los cuales tienden a presentar a Lezama
“como menos católico de lo que era” (“Del derecho” 288), tiende a oscurecer no sólo el papel
que éste desempeñó en los debates que dominaron la esfera pública en los años de la segunda
República, sino los vínculos de su poética “con las fórmulas del nacionalismo autoritario, sea
11
Duanel Díaz estudia todavía con mayor detalle la faceta antimoderna de Lezama, aunque su
límites del origenismo (2005) Lezama es presentado como un fundamentalista de la poesía cuya
cuando no francamente totalitarias” (33-34). Este libro fue el primero en que se usó el
sus fuentes antimodernas, entre las que se destacan algunos nombres que ya hemos mencionado:
Jacques Maritain, Paul Claudel, G. K. Chesterton, Charles Du Bos, Léon Bloy, entre otros.3
Un rasgo interesante de las lecturas de Rojas y Díaz es que, al menos en lo que atañe a sus
apreciaciones de Lezama, resultan más fieles al modelo paciano que el mismo Paz. Ya que de
haber seguido su esquema al pie de la letra, el autor de Los hijos del limo habría tenido que
ubicar a Lezama junto a Eliot y a Pound, como ya vimos lo hizo Díaz. Pero éste no es el caso, y
el libro de Paz, que por un lado sirve de punto de referencia para la lectura antimoderna de
Lezama, por el otro sirve también de modelo para la lectura radicalmente opuesta. El Lezama
que le interesa al mexicano no es el reaccionario a la Herf que describe Díaz, sino el precursor de
un retorno latinoamericano a las raíces románticas de las vanguardias europeas. Este Lezama
moderno no tendría nada que ver con el tradicionalismo de los poetas norteamericanos. Todo lo
contrario: él habría profesado un horror a Occidente y una fascinación por Oriente y los
primitivos comparables a los de los vanguardistas europeos. Al igual que poetas como el mismo
Octavio Paz, el autor cubano habría sido heredero del surrealismo y habría practicado un
3
“Antimoderno, en el sentido que reivindica Maritain, resulta Orígenes, más que posmoderno en el sentido de
Vattimo” (32), escribe Díaz en respuesta a un artículo de 2003 de Irlemar Chiampi que había señalado esta filiación:
“La revista Orígenes ante la crisis de la modernidad en América Latina”. Díaz también asocia a Lezama y a
Orígenes con lo que Jeffrey Herf llamó, a propósito de la Alemania posterior a la primera guerra mundial,
“reactionary modernism”, esto es, la combinación entre un proyecto político irracionalista, de raíces románticas, y la
celebración de la tecnología. Ejemplos de modernistas reaccionarios son, según Herf, Oswald Spengler y Ernst
Jünger.
12
“ateísmo religioso” o una “religiosidad rebelde” en la línea de “una frase del Camus de aquellos
Octavio Paz, que probablemente conocía mejor al poeta de La fijeza (1945) que al ensayista
maestros André Breton y Claude Lévi-Strauss. Su operación consiste en diluir los elementos
como lo sagrado o lo mítico. En esencia, éste es uno de los procedimientos recurrentes de ese
“laicismo predominante en los estudios lezamianos” del que habla Rafael Rojas.
La rectificación que los trabajos de Rojas y Díaz le hacen a la lectura modernizante de Paz
es sin duda necesaria. Pues, en efecto, hablar del horror a Occidente en un autor que desde sus
primeros escritos enfatizó de hecho su amor por la cultura occidental resulta igual de
problemático que reivindicar la vena surrealista de quien criticó con violencia al surrealismo. 4 De
Lezama tampoco se puede decir que haya practicado una religiosidad rebelde ni que haya sido un
que estas lecturas antimodernas enriquecen y complementan la imagen que de Lezama han
creado tanto la academia norteamericana como la crítica de la isla, al ponerlas a dialogar con una
visión más amplia del universo antimoderno en ellas se revela un componente homogeneizador
Este rasgo es más acentuado en el libro de Díaz, quien da por sentado que la “cosmovisión
mencionar sólo dos casos, no hay mayor diferencia. Dado que su interés principal es responder a
4
En una entrevista con Fernando Martínez Laínez, Lezama insistió en su pertenencia a la tradición de Occidente, a
la que, interesantemente, relacionó con el catolicismo: “Me debo, como le decía antes, a la tradición de Occidente.
Es decir, creo que el catolicismo es la mayor de las síntesis que se ha hecho en Occidente, y de lo que llega hasta
nosotros, los americanos. Me gusta repetir con frecuencia la frase de San Pablo: ‘A griegos y a romanos, a antiguos
y a modernos, a todos soy deudor’. Ese sentido del catolicismo de considerarse deudor de lo que se debe a Oriente y
a Occidente, al Mediterráneo, me seduce porque lo considero un reto para el hombre contemporáneo” (66).
13
las lecturas modernizantes de Lezama y los origenistas, los momentos de su argumentación en
los que se establecen algunas distinciones son excepcionales y marginales (34). En su conjunto,
el libro da a entender que la común filiación católica de las fuentes de Lezama es suficiente para
desestimar las críticas que éste hace a los “tres ismos libertarios” del siglo XX: el surrealismo, el
oculta algunos matices que vale la pena rescatar. Menciono sólo uno: el énfasis de Díaz en el
rechazo lezamiano del surrealismo pierde de vista, por ejemplo, que entre 1930 y 1940 —época
de las más fuertes críticas del cubano al movimiento de Breton— este “ismo libertario” también
fue rechazados por los principales escritores latinoamericanos, algunos de ellos a partir de un
ideario similar al de los antimodernos católicos, como Jorge Luis Borges, y otros desde orillas
completamente distintas, como Pablo Neruda, Alejo Carpentier e incluso el mismo Octavio Paz.5
La ausencia de matices también pasa por alto la naturaleza dual de algunos antimodernos; el
pasada, en Los hijos del limo el escritor mexicano hace varias referencia a este último aspecto en
su análisis de Pound y Eliot, dos escritores cuya poesía acaba por caracterizar como una
Esta observación de Paz va en la misma línea del argumento central de todo el libro, construido
también sobre una paradoja. “La oposición a la modernidad”, afirma Paz, “opera dentro de la
modernidad. Criticarla es una de las funciones del espíritu moderno; y más: es una manera de
realizarla” (463). Una postura muy similar a ésta es la que adoptan tanto Alice Kaplan, para
14
moderno (25), como Antoine Compagnon, el crítico que puso a circular de nuevo el término en
espacios académicos. El caso de Compagnon, autor del libro Les antimodernes. De Joseph de
Maistre à Roland Barthes (2005), es particularmente interesante porque, al proponer una manera
modernité” que, sin embargo (y en algunos casos a pesar de sí mismos), se saben parte de la
modernidad; son los modernos “divisés, déchirés, partagés, animés par la haine de soi comme
modernes, ou de moins par la doute —non pas enthousiastes aveugles, mais résignés, si l’on
veut” (“Après les antimodernes” 13). A esto se debe que el de ellos sea un “caractère à la Janus”
(18). En términos estéticos, los antimodernos son dandis, aristócratas de la cultura; en términos
políticos, excéntricos, aquellos que “les gens de droite pensent de gauche et que les gens de
gauche pensent de droit” (19). No se les debe confundir con “des simples réacs, nostalgiques du
passé, croyant sa restauration posible” (14). A ellos es preciso situarlos, más bien, “à l’arrière-
garde de l’avant-garde”. Compagnon toma esta expresión de Roland Barthes, quien la explica de
la siguiente manera: “être d’avant-garde, c’est savoir ce qui est mort; être d’arrière-garde, c’est
l’aimer encore” (21). Los antimodernos aman un pasado que saben irremediablemente perdido.
lectura de Lezama— se remonta a Charles du Bos y Jacques Maritain, dos escritores católicos
que el cubano empezó a leer desde muy joven. Du Bos utilizó el término antimoderno en una
entrada de su diario de 1922 para defender “un autre ordre de connaissance, intuitif ou sensible”
15
(Les antimodernes 8).6 Maritain, por su parte, lo empleó para titular un libro de ensayos sobre la
uso que de él hacen estos escritores apunta en una misma dirección: en ambos casos “l’épithète
antimoderne qualifiait une réaction, une résistance au modernisme, au monde moderne, au culte
Quien hizo un uso más programático del término fue Maritain. Elegir el calificativo
antimoderno para presentarse a sí mismo fue una manera de reivindicar una identidad intelectual,
de darle un giro afirmativo a lo que en los círculos intelectuales franceses —divididos entonces
libro aclara que “ce que j’appelle ici antimoderne, aurait pu tout aussi bien être appelé
ultramoderne” (14). Con esta oscilación entre lo anti y lo ultra —que se acentuará después de su
ruptura con la Action Française en 1926— Maritain buscaba distanciarse tanto de la neolatría
como del misoneísmo (16), de la aceptación ciega de “la pensée moderne” como de su rechazo
acrítico (21).7 A la vez discípulo de Bergson y experto en la obra de santo Tomás de Aquino,
Maritain era consciente de estar escribiendo después de Nietzsche y Marx, así como de ser
contemporáneo de Proust, Freud y Joyce. “Nous savons que le cours du temps est irréversible”,
“nous ne voulons pas [...] retourner au moyen âge”, explica en las primeras páginas de
Antimoderne (21).
6
“Ce matin, j’ai essayé de faire sentir à mes élèves l’emploi si remarquable, si totalement anti-moderne que Pascal
fait du mot cœur, le cœur pour Pascal, est organe de connaissance avant et plus même qu’organe de sensibilité: c’est
par le cœur que nous connaissons le trois dimensions de l’espace” (en Compagnon 8).
7
“S’il s’agit de sauver et d’assimiler toutes les richesses d’être accumulées dans les temps modernes, et d’aimer
l’effort de ceux qui cherchent, et de désirer les renouvellements, alors nous ne souhaitons rien tant qu'être
ultramodernes” (21). En otro ensayo del volumen dirá: “nous pouvons et devons sympathiser non pas avec les
doctrines, mais avec l’effort spirituel des modernes, en repensant selon le mode de saint Thomas les problèmes de
notre temps” (150).
16
Otra cuestión que deja en claro el uso maritaniano del término, y que resulta esencial para
antimoderno. Por lo menos hasta el inicio del Concilio Vaticano II en 1962, la perspectiva
católica presuponía una relación incómoda, tensa, con la modernidad. 8 No debe sorprendernos,
por tanto, que la red antimoderna de la que participa el autor de Tratados en La Habana (1958)
eslavos” (Lezama, “La imaginación medioeval” 119)9 que se exiliaron en Francia tras la
revolución rusa y fueron ampliamente leídos en América Latina a través de revistas como Sur —
Léon Chestov (1866-1938), Nicolas Berdiaeff o Vladimir Weidlé (1895-1979)— fue una
extensión de sus vínculos con la intelectualidad católica que empezó a formarse en Europa a
La crítica le ha prestado muy poca atención a las características propias de este catolicismo,
cuya marca en la obra de Lezama se puede detectar desde sus primeras textos. Los trabajos sobre
el cubano en los que se ha recalcado, desde ópticas distintas, la importancia del catolicismo
(Brett Levinson, Jaime Rodríguez Matos, Rafael Rojas, Duanel Díaz, Jorge Luis Arcos y Amauri
Gutiérrez)10 no sólo no le han prestado atención suficiente a sus fuentes católicas —si bien
algunos de ellos han hecho aportes esenciales en este sentido—, sino que tampoco han señalado
los varios nexos que las conectan entre sí. Por eso, con el fin de completar este perfil inicial del
8
El concilio se realizó en cuatro etapas. La primera fue en 1962, bajo el pontificado de Juan XXII; las siguientes
sesiones fueron presididas por Pablo VI. Su clausura fue en diciembre de 1965.
9
Salvo en los casos en que se indique lo contrario, todas la citas de Lezama vienen de la edición de Aguilar de sus
Obras completas.
10
El pequeño texto de Gutiérrez, Orígenes y el paraíso de la eticidad (2010), aporta información interesante sobre el
catolicismo del grupo y sus fuentes. De Jorge Luis Arcos, me refiero a su libro La solución unitiva: sobre el
pensamiento poético de José Lezama Lima (1990). El trabajo que mejor integra la atención a las fuentes con el
estudio de Lezama (en tanto integrante de Orígenes) es el de Duanel Díaz.
17
se afilió Lezama. Mi objetivo es que estas ideas iniciales se carguen de contenido y ganen en
2. La tribu perdida
Lezama se formó como escritor y empezó a publicar en un período singular en la historia del
catolicismo. Desde finales del siglo XIX hasta bien entrada la década de 1950 hubo en Europa y
ayudaron a preparar este movimiento —como la creación a principios del siglo XX de la Acción
católica o la publicación de las encíclicas Aeterni Patris (1879) y Rerum Novarum (1891), las
cuales sentaron las bases del neotomismo y de la doctrina social de la iglesia—, los verdaderos
protagonistas de lo que Stephen Schloesser llamó “jazz age Catholicism” fueron varios
acompañado de una vocación religiosa o espiritual. Lo que inició en el XIX con la conversión de
colegirse con tan sólo recordar nombres como Georges Rouault (1871-1958), Giovanni Papini
(1881-1956), Graham Greene (1904-1991), Evelyn Waugh (1903-1966), Gabriel Marcel (1889-
moda una literatura de clara impronta católica (Albert Thibaudet, por ejemplo, llegó a dedicarle
más amplio significó el resurgimiento del interés intelectual tanto en las religiones primitivas
como en los grandes monoteísmos. Desde la orilla judía, estos fueron los años de Martin Buber
11
Se trata de “Réflexions sur la littérature, le roman catholique”, un texto publicado en el número de junio de 1926
de la NRF.
18
(1878-1965), Franz Rosenzweig (1886-1929), Walter Benjamin (1892-1940), Franz Werfel
(1890-1945) y Emmanuel Lévinas (1906-1995), para mencionar sólo algunos de los filósofos o
posición marginal del catolicismo en la sociedad en general, pero principalmente entre artistas e
intelectuales. Las novelas de François Mauriac o Evelyn Waugh surgieron en parte como
respuesta a una literatura que había sido concebida por escritores y para lectores no sólo sin
filiación religiosa, sino además indiferentes al hecho —como aseguró el converso Eliot en u
1935— “that there are still people in the world so ‘backward’ or so ‘eccentric’ as to continue to
believe” (“Religion and Literature” 112). Aunque puede ser objeto de debate si Lezama, al igual
que el autor de The Waste Land, consideró que por esta razón se creaba un “gulf fixed between
[him] and the greater part of contemporary literature” (112), lo que no parece discutible es que sí
Como acabamos de ver, fue sólo recientemente cuando el catolicismo de Lezama comenzó a
ser motivo de discusión entre sus críticos. En los primeros trabajos sobre su obra se solía aludir
cubano en la poesía (1958) tienden a enfatizar un rasgo de la poética lezamiana que, de manera
algo confusa, se suele calificar con adjetivos tan variados como trascendental, ontológico,
19
Por esto resulta paradójico que varios de los trabajos sobre Lezama publicados después de
1990, sobre todo en Estados Unidos, se hayan presentado como una respuesta a interpretaciones
que sólo pueden llamarse católicas en un sentido muy general. En un artículo de 1991, “Summas
Criticas/ Restas Erratas: Strange Notes on Lezama´s Miscues”, Brett Levinson identifica dos
tendencias críticas en los estudios lezamianos de la época: “On the one hand, there are those such
as Cintio Vitier, Emilio Bejel, José Prats Sariol, and Gustavo Pellón who attempt to rescue
Lezama for Catholicism and/or Cuba. The other school, headed by Severo Sarduy and Enrico
Mario Santí [y de la que se desprende la crítica más reciente en Estados Unidos], reads Lezama
contingente de críticos —desde Vitier hasta González Echevarría— presupone que “Lezama’s
texts are grounded on the logic […] of orthodox Catholicism” (Secondary Moderns 13), el
catolicismo del que parece estar hablando Levinson es más bien una concepción atemporal de la
occidental (12), dice muy poco sobre el catolicismo con el que en efecto se relacionó Lezama, el
“Nietzschean Catholicism” (130-156) es, desde esta perspectiva, una continuación del mismo
gesto de descontextualización que llevaron a cabo los trabajos que él cuestiona. Esto de ningún
modo invalida su lectura, pero sí muestra un desfase entre sus facetas filosófica e histórica. Para
reconciliar el catolicismo de Lezama con su propuesta teórica, para armonizarlo con el proyecto
(también religioso) de la posmodernidad (144), el autor de Secondary Moderns pasó por alto las
fuentes católicas de las que abrevó el cubano; pasó por alto no únicamente sus lecturas, sino el
medio y el modo en el que tuvieron lugar, y también la forma en que fueron asimiladas. Un
procedimiento similar a éste es que el sigue el reciente libro de Jaime Rodríguez Matos. Aunque
20
Writing of the Formless no es tanto un estudio sobre Lezama como un trabajo de filosofía
política (y ése es en definitiva el terreno en el que debe ser juzgado), la comprensión del
afirma Rodríguez Matos en la primera parte de su libro, “that it is only through an honest
confrontation with [Lezama’s] Catholicism that his writing begins to speak to us beyond the
limits of Orígenes and the putative nihilism of the generation of intellectuals that came of age in
the decade prior to the Cuban Revolution” (23). Significativamente, este catolicismo con el que
Además de las tradicionales reservas ideológicas que despierta la complicidad del algunos
sectores del catolicismo con regímenes totalitarios, se me ocurren dos razones para explicar por
de sus conexiones con el catolicismo de su época, y ambas están relacionadas con la pérdida de
contexto. La primera tiene que ver con lo que César Salgado ha llamado “endogenous criticism”
(18).12 Pese a que algunos de los estudios que siguen esta dirección ponen la obra de Lezama en
contacto con un extenso repertorio de escritores y artistas (pienso en aportes como los de
Gustavo Pellón o José Luis Arcos), su objetivo es, en última instancia, ofrecer una visión total de
su sistema poético. Preocupados por descifrar los mecanismos internos de la enigmática poética
del cubano, este tipo de estudios dejan de plantearse algunas cuestiones que serían esenciales
para entender mejor la relación de Lezama con el catolicismo de entreguerras. Ellos no se hacen
12
Luis Miguél Isava ha hecho una de las mejores formulaciones de esta naturaleza especular de la crítica lezamiana:
“resulta sorprendente ver hasta qué punto, en el ‘caso’ de Lezama, le ha sido concedido al autor el privilegio casi
exclusivo de establecer los lineamientos, los parámetros e incluso las categorías de interpretación y lectura de su
propia obra. La crítica en efecto no sólo parece haber insistido en recurrir a la singular terminología lezamiana (‘el
súbito’. ‘la evaporación’, ‘la vivencia oblicua’, ‘las eras imaginarias’, etc.) para acceder a sus textos sino que, en
cierta forma, parece haber quedado atrapada en la esfera de los pronunciamientos del propio Lezama sobre el origen,
el fundamento, y sentido de los mismos” (200).
21
preguntas que, como mostró Juan Pablo Lupi, son indispensables para leer a Lezama: “where
does this or that reference comes from? Where could Lezama have read it? What edition or
translation —if any— of a certain work or author could have been available to him?” (Reading
Anew 20). Estos interrogantes, que permiten situar a Lezama en un lugar y un tiempo específicos
e integrarlo a circuitos intelectuales más amplios, no tienen cabida en estos acercamientos que en
última instancia acaban por volver la obra del cubano sobre sí misma.
La segunda razón tiene que ver con un detalle sobre el que se ha hablado muy poco pero de
muerte en 1976 era ya muy distinto del catolicismo en el que él se había formado en la década de
1920. Los católicos antimodernos, que hasta bien entrados los años 50 eran todavía leídos a
ambos lados del atlántico, para la década siguiente desaparecieron casi por completo de la escena
intelectual. Autores como Paul Claudel pasaron rápidamente de la gloria al olvido y el interés en
su obra, tanto en Europa como en Cuba, comenzó a ser visto, cuando no con malos ojos, al
menos sí con sospecha. Lezama se mantuvo inmune a estos cambios, pero no ocurrió lo mismo
con otros origenistas, en particular con quienes después se convertirían en sus lectores más
autorizados: los esposos Vitier. La conversión revolucionaria de Cintio Vitier en 1968 significó,
entre otras cosas, una corrección de su previa conversión al catolicismo en 1953 (Tumbas sin
sosiego 236-43).13 Esta segunda conversión hizo que los súbitamente envejecidos modelos
13
Vitier se refiere a lo que estaba en juego en esta serie de conversiones en los siguientes términos: “Mi ánimo en
aquellos días [se refiere a agosto de 1961] se hallaba hondamente turbado por conflictos ideológicos y de
conciencia. Después de un 1 de enero inolvidable y dos años de exultación patriótica sólo amargada por el veneno
de los oportunistas, empezaron a surgir entre nosotros –aludo a un pequeño grupo de poetas católicos– los
inevitables problemas que nos planteaba el creciente perfil marxista de la Revolución. Por una parte identificados
con sus medidas populares y con su decisión antiimperialista, por otra absolutamente desarmados en el campo
teológico, con una Iglesia tan impregnada como nosotros mismos, sin autoridad histórica, sospechosa de
connivencias reaccionarias, la ola arrolladora que se veía venir nos golpeó, sin escudo posible, en pleno pecho. La
Revolución cubana, en suma, que desde su triunfo había acometido una obra de justicia social sin precedentes en
América Latina, se había declarado aquel año 1961, el año cruel de Playa Girón, marxista-leninista, y por lo tanto
oficialmente atea. Tal era el nudo de la cuestión” (en Gutiérrez 59-60).
22
religiosos del período de entreguerras cedieran su lugar a los entusiastas jóvenes de la Teología
precisamente esta vena del catolicismo —y esto es lo que se suele perder de vista— en la que se
cimentó lo que Enrico Mario Santí llamó la “invención de Lezama”, aludiendo al renovado
interés en el autor de Paradiso en Cuba a partir de 1980. El Lezama contra el que reaccionaron
Santí y Levinson fue el que surgió de esta coyuntura; fue el Lezama que Fina García Marruz, en
un congreso en Nicaragua en 1984, incluyó en una genealogía de americanos que, desde Simón
Bolívar hasta los revolucionarios cubanos y sandinistas, lucharon por la libertad del continente
inspirados en “la idea cristiana de encarnación” (en Díaz 264); fue el Lezama que en la trama
histórica de Ese sol del mundo moral (1975) desempeñó la función de profeta de la Revolución
de 1959. Si no necesariamente falso, este profeta no es el mismo que estudiaba las obras de santo
¿Qué tipo de católico fue entonces Lezama? Ésta es una de las preguntas que, al menos
indirectamente, intentaré responder en esta investigación. Por ahora, lo único que se puede decir
con certeza es que la distinción entre un Lezama ortodoxo y otro heterodoxo no es suficiente
para encarar esta cuestión, pues, aparte de una idea general de trascendencia, nunca queda claro
cuáles son los fundamentos que permiten distinguir al uno del otro. De hecho, en sí mismos estos
conceptos ya resultan problemáticos. ¿O podemos decir sin más, por ejemplo, que el catolicismo
de Cintio Vitier fue ortodoxo? Desde la perspectiva de Juan Pablo II, un papa que en su visita a
14
La famosa conferencia del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) que sirvió de plataforma a la Teología
de la Liberación tuvo lugar en Medellín en agosto de 1968. Tal vez el primer acercamiento personal de Vitier y
García Marruz a este movimiento teológico fue a través del poeta y sacerdote Ernesto Cardenal, de quien los Vitier
probablemente tuvieron notica a través de su correspondencia con el monje norteamericano Thomas Merton (1915-
1968) (Merton 235-41) y a quien conocieron cuando fungió como jurado del Premio Casa de las Américas en 1970.
Poco después Cardenal publicó su libro En Cuba (1972) y, años después, junto a García Marruz, el poemario Viaje a
Nicaragua (1987). En la década de 1980 también otro sacerdote asociado con la Teología de la Liberación visitó la
isla. Se trata de Frei Betto, autor del libro Fidel y la religión (1985). Gutiérrez Coto habla brevemente de la
influencia de la Teología de la Liberación en Cuba en su introducción a la Poesía completa de Ángel Gaztelu (20-1).
23
Nicaragua en 1983 reprendió públicamente a Ernesto Cardenal, la respuesta seguramente sería
que no.
El tipo de aproximación que propongo para analizar este asunto es muy distinto. “Muerte y
sobre las dificultades en la recepción crítica del catolicismo del período de entreguerras, resulta
útil para explicar cuáles son las bases de mi lectura. El texto de Zaid fue publicado en Vuelta en
1989 y casi una década después pasó a ser la introducción de un libro sobre Ramón López
Velarde, Carlos Pellicer y Manuel Ponce titulado significativamente Tres poetas católicos
(1997). ¿Por qué reunir varios trabajos dispersos en un sólo volumen y con esta introducción?
Explica Zaid:
López Velarde, Pellicer y Ponce son miembros de una tribu cuyo contexto se perdió:
los poetas y artistas que creyeron que era posible ser católicos y modernos. Y eso era,
finalmente, lo que estaba mal en la recepción de su obra: la ignorancia del contexto. El
sueño de crear una cultura católica moderna fracasó hasta el punto de que ni siquiera es
historiado, de que la tradición crítica recibida no conserva ni siquiera una precaución
que diga: hay cosas de la cultura mexicana que nunca entenderás, si ignoras que el
catolicismo mexicano soñó con la modernidad (13; énfasis mío).
europeos compartieron la misma aspiración de Pellicer y Velarde, y sus historias han sido
solamente contadas de manera parcial. Ser católico, en este contexto, implica, pues, pertenecer a
un linaje exótico, a una tribu perdida. El católico —este católico— da cuenta no de una literal
negación de la modernidad sino de una modernidad extraviada, olvidada, perdida; sus reparos a
antimoderno como el moderno verdadero, del católico del que habla Zaid se podría decir que es
24
el católico verdadero, esto es, el católico crítico, el único posible en una sociedad secularizada.
eclesiásticos lo hacen una figura ambivalente, dividida entre dos realidades contradictorias:
José Zanca, un estudioso del catolicismo humanista en Argentina (que él distingue del
catolicismo nacionalista), dirá también que “la ambigua posición del intelectual católico” se debe
a que, por una parte, “tanto para el liberalismo como el laicismo, representó un elemento siempre
sospechable de ser retrógrado”, y por la otra, a que “frente al poder que monopoliza lo sagrado
[…], [él] proponía interpretaciones que, por más controladas y vigiladas que se encontraran,
Los estudios sobre este figura anacrónica y contemporánea son muy pocos, aunque hay un
interés creciente en el tema. Los trabajos de Philippe Chenaux, Frédéric Gugelot, Olivier
Compagnon, Hervé Serry, Stephen Schloesser, Ian Kerr y Brian Sudlow, ofrecen distintas
15
Para Francia: Frédéric Gugelot, La conversion des intellectuels au catholicisme en France, 1885-1935 (1998);
Philippe Chenaux, Entre Maurras et Maritain. Une génération intellectuelle catholique (1999); Olivier Compagnon,
Jacques Maritain et l’Amérique du Sud. Le modèle malgré lui (2003); Hervé Serry, Naissance de l’intellectuel
catholique (2004); Stephen Schloesser, Jazz Age Catholicism: Mystic Modernism in Postwar Paris, 1919-1933
(2005). Para Inglaterra: Ian Kerr, The Catholic Revival in English Literature 1845-1961 (2003); Catholic Literature
and Secularization in France and England, 18880-1914 (2011).
25
católicos suele estar enmarcado por investigaciones sobre el catolicismo integral y nacionalista
de la llamada década infame. Su premisa es, por ende, como lo muestra Zanca, “que el límite de
la cultura católica [está] dentro de los marcos, más o menos jurídicos, que la jerarquía
eclesiástica, en sus diversas corrientes, juzgaba como propios” (22). Libros como los de Loris
Zanatta, Fortunato Mallimaci o Fernando Devoto están más interesados en personajes como el
sacerdote fascista Julio Meinvielle (1905-1973) que en el escritor Leopoldo Marechal (1900-
En Cuba, por otra parte, aún no hay una investigación comprehensiva sobre el catolicismo
intervención de los católicos en el mundo cultural; como ya vimos, en esta área las referencias
principales son los libros de Rafael Rojas y Duanel Díaz. Las historias del catolicismo en la isla
también suelen ser historias de la Iglesia, que por regla general tienden a prestarle más atención
señaladamente católicos durante el período republicano. Lezama fue, entre los más conocidos —
Gastón Baquero (1914-1997), José María Chacón y Calvo (1891-1969), Emilio Ballagas (1908-
1954), Octavio Smith (1921-1987) o los sacerdotes Ignacio Biaín (1909-1963) y Ángel Gaztelu
16
Loris Zanatta, Del estado liberal a la nación católica. Iglesia y ejército en los orígenes del peronismo, 1930-1943
(1996); Fortunato Mallimaci, El catolicismo integral en la Argentina, 1930-1946 (1998); Fernando Devoto,
Nacionalismo, fascismo y tradicionalismo en la Argentina moderna. Una historia (2002).
17
“Historically, the Catholic church in Cuba has generally been considered among the weakest in all of Latin
America; by the 1950s it had the lowest percentage of nominal (70-75 per cent) and practicing Catholics (17 per
cent). This was the result, in part, of institutional weaknesses dating back to the colonial period when the church
suffered as a result of Spain’s treatment of the island as a colonial backwater and occasional dumping ground for
miscreant clerics. The behavior of the latter contributed to the growth of anticlericalism in Cuba, which was further
encouraged by the spread of Freemasonry and Protestantism in the nineteenth and early twentieth centuries”
(Crahan, “Catholicism in Cuba” 3-4). Véanse también las historias del cristianismo en América Latina de Hans-
Jürgen Prien y Jean Meyer, al igual que el libro de Manuel Fernández Revolución y religión en Cuba (1984).
26
(1914-2003) —, quien incorporó de manera más sistemática su concepción del catolicismo a su
propia obra. Sus primeros ensayos no sólo dan cuenta de su uso reiterado de conceptos
teológicos en un contexto literario (un ejemplo sería “Gracia eficaz de Juan Ramón Jiménez y su
visita a nuestra poesía”, de 1937), sino que también sugieren cierta coherencia en su utilización
En “El acto poético y Valéry”, un texto de 1938, habla de “la solución poética-católica”
(251); en “Conocimiento de salvación”, un texto sobre Claudel de 1939, hace referencia a “la
altísima dignidad del católico” (249); en “Julián del Casal”, de 1941, descubre en el dandismo de
tomista solución unitiva” para hablar de Paul Valéry (111). A todas estas expresiones subyace
una distinción entre un catolicismo formal, rígido, generalmente asociado al Concilio de Trento
(1545-1563), y otro renovado, ligero, cuyo signo sería la participación y el espíritu de apertura
Un buen ejemplo de esto último es el contraste que hace el joven Lezama —en ese entonces
del Casal”. La distancia que va del esteta al dandi es el resultado, según Lezama, de dos maneras
fue más que la religión de la infancia y, por ello, no tuvo la menor repercusión en su obra, en el
de Baudelaire generó “la desesperada brusquedad y tenebrosa angustia” que constituyen “las
integraciones de su obra” (91). A diferencia del católico obsesionado con la salvación, el católico
a la Baudelaire se lanza al “fondo de lo desconocido” porque sabe que “la única novedad puede
27
Este último gesto es justamente el que acaba por configurar el perfil antimoderno del dandi,
algo que Lezama resalta citando la lista que hace el propio Baudelaire de los pocos autores
modernos que le atraen. La cita viene de una de sus cartas a Narcisse Ancelle: “‘Excepto
Chateaubriand, Balzac, Stendhal, Merimeé, Vigny, Flaubert, Banville, Gautier, Leconte de Lisle
—nos dice Baudelaire— toda la chusma moderna me da horror. La virtud, horror; el vicio,
Esta pequeña diatriba contra lo moderno (virtud, vicio, estilo fluido, progreso) concluye, en
un giro típicamente lezamiano, con una referencia a santo Tomás: “Ved a Baudelaire
coincidiendo con Santo Tomás de Aquino en el rechazo y condenación de lo que los escolásticos
hace referencia en sus trabajos sobre Valéry tiene que ver con esto mismo, con la opción por lo
El ensayo de Lezama que describe con mayor detalle a este católico que, como dice Zaid, es
capaz de dominar el discurso moderno sin dejar de ser católico es “La imaginación medioeval de
Chesterton” (1946). Aunque en el tercer capítulo haré una lectura cuidadosa de él, hay un
aspecto que considero esencial para entender la ambivalencia del católico antimoderno que vale
asegura Lezama en este ensayo, se diferencia del católico en su rechazo a “la contradicción
primera”. Evitar esta contradicción quiere decir evitar lo desconocido, rehuir al misterio. Esto, lo
18
En el fragmento que cita Lezama la enumeración está incompleta. La versión original es la siguiente: “Excepté
Chateaubriand, Balzac, Stendhal, Merimeé, Vigny, Flaubert, Banville, Gautier, Leconte de Lisle, toute la racaille
moderne me fait horreur. Vos académiciens, horreur. Vos libéraux, horreur. La vertu, horreur. Le vice, horreur. Le
style coulant, horreur. Le progrès, horreur. Ne me parles plus jamais de diseurs de riens” (523).
28
La formulación de esta idea en “La imaginación medioeval de Chesterton” es aún más
explícita. En este texto un arquetípico “inglés victoriano” toma el lugar del esteta Casal. Su
situación es más extrema porque él ni siquiera logra preservar el vínculo con el cristianismo de la
infancia, como sí pudo hacerlo el autor de Nieve. Ya no hay rastro ni del hastío del esteta ni del
horror y la burla del dandi: “El inglés [...] ya no es cristiano porque no puede ser anticristiano,
[...] no es católico porque no puede burlarse del catolicismo” (129). La versión positiva de esta
idea quizás sea la más adecuada para describir el catolicismo del propio Lezama: él es cristiano
porque es anticristiano, es católico porque se burla del catolicismo; está adentro y afuera; habla
en dos lenguas, como afirma Zaid. Católico indica, pues, en esta tesis, no tanto la adhesión a un
determinado sistema doctrinal (en cuya interpretación, además, habrá siempre espacio para la
controversia) sino más bien la pertenencia a un momento histórico y, a su vez, una práctica
discursiva, un ir y venir entre distintos discursos. Es en este sentido que el intelectual católico del
período entreguerras y el antimoderno son una misma cosa: animales de otro tiempo, reliquias
29
CAPÍTULO I
La biblioteca antimoderna
En “Las eras imaginarias: la biblioteca como dragón” (1965), uno de los últimos ensayos que
publicó José Lezama Lima, las bibliotecas son definidas como la morada de “lo inasible, lo
inapresable, lo inaudible” (919). 19 Su símbolo es el dragón porque, al igual que ese animal
mítico, ellas son inmunes al desprecio y el abandono. Ni siquiera el fuego puede destruirlas,
escribe Lezama recordando la mítica (y según él inútil) quema de libros ordenada por el primer
emperador de la China unificada, Qin Shi Huan, en el siglo II antes de Cristo. 20 Para los libros
“verdaderamente clásicos”, explica el cubano, la hoguera es en realidad una prueba; de ella salen
Por los mismos años de “la biblioteca como dragón” Lezama conversó con Félix Guerra
sobre su proyecto de una biblioteca habitable. También inasible e intangible, esta biblioteca está
multiplicarse de manera indefinida. Vale la pena citar completa la larga descripción que Lezama
19
Aunque escrito en 1965, este ensayo apareció en 1966 en el octavo número de la revista Islas.. Después fue
incluido por Lezama en La cantidad hechizada (1970).
20
Según las Memorias históricas (109-91 a. C.) del historiador Sima Qian, la quema de libros ocurrió en el año 213
a. C y fue, junto al enterramiento vivos de 460 intelectuales confucianos, una medida que buscaba garantizar la
unidad política y de pensamiento al imperio. Shi Huan también es conocido por haber iniciado la construcción de la
gran muralla China.
30
Mi biblioteca imaginada tendría amplios salones iluminados y un mínimo de paredes y
muros: sería comunicante y comunicable, de puntal alto y techo de dos aguas. Y además,
cómo no, con un número aceptable de ventanas y sillones, pues acostumbro, para dicha
de la corpura y la suavidad de los glúteos, permanecer sólo donde hay una ventana y un
sillón, una para viajes cortos por la luz y otro para periplos de más largo alcance. La
biblioteca tendría, claro, trozos de cielo —sería una especie de biblioteca a cielo
abierto—, tendría, claro, alguna espléndida luz de mediodía, árboles y pájaros
respectivos, lunas y puñados de soles tiritando en la oscuridad de un pedazo de noche.
Habría olores trasegando, por supuesto: el nocturno y furtivo del jazmín y el diurno de la
calandria colgado de sus penachos rosados. Y perfumes bien condimentados; de fríjoles
negros, por ejemplo, de plátanos maduros fritos o verdes a puñetazos. Y algunas otras
golosinas de carne. Y café en el ambiente. De ninguna manera faltaría un bañito íntimo,
con algunos buenos títulos en el estante, para refrescar las vehemencias que se sufren en
el trance de aligerar. En fin, un paraíso o un Paradiso calientito. Algo bien pensado,
amigo, no tema, para quien subsiste con letras, engorda con lecturas, nutre con palabras el
protoplasma, entra en solfa después de lecturear. Este proyecto de biblioteca, posible
porque es imposible, es susceptible de cambios y sugerencias y permanece abierto de par
en par. Se le puede agregar algo de cualquier imaginación y naturaleza. Un hidrante
contra incendios. Un manantial a la entrada. Hamacas para siestas y algún paraguas para
capear temporales. Y si lo desea, algo, una regadera o manguera para mantener el
jardincito, sí, porque ni los jazmines ni la calandria viven de chuparse el codo. Ese es mi
proyecto: una majadería, una quimera con alas de papel (Guerra, 63-4).
La contraparte literaria de esta biblioteca imaginaria se puede reconocer con facilidad: se trata de
descifran libros que están fatalmente ordenados y tienen el mismo número de páginas, renglones
biblioteca —menos célebre y poética— que Lezama comenzó a formar en su casa de Trocadero
desde la década de 1920 y que con el tiempo se apoderó de todos sus cuartos y paredes? ¿Qué
decir aparte de que la historia de la biblioteca real es, de algún modo, el testimonio del fracaso de
la biblioteca imaginada? En efecto, de los aproximados diez mil volúmenes que calcularon
31
Roberto Pérez León, Alberto Lauro y otros a la muerte de María Luisa Bautista en 1981, hoy
sólo se conservan un poco menos de tres mil, repartidos, de manera arbitraria, entre la Biblioteca
Nacional José Martí (BNJM) y la Casa Museo José Lezama Lima (CMJLL). 21 La condición
actual de la biblioteca de Lezama es, en este sentido, y de un modo que él mismo no pudo haber
previsto, más inasible, inapresable e inaudible que nunca. Ella da cuenta no de la resistencia sino
Sin embargo, contrario a lo que sugiere esta accidentada historia, tal como está, con sus casi
tres mil volúmenes, la dimensión de esta colección de libros sigue siendo excepcional. Para
poner esta cifra en contexto, basta compararla con los 761 volúmenes de la biblioteca de Samuel
Beckett (van Hulle y Nixon), 22 los 1100 de la de Friedrich Nietzsche (Brobjer), 23 los 1311 de la
21
Las noticias y testimonios sobre lo que ocurrió con la biblioteca personal de Lezama después de 1981 son vagos y
a veces contradictorios. Sabemos que la casa de Trocadero permaneció cerrada hasta que, después de “gestiones
desagradables e incomprensibles”, el poeta Emilio de Armas y su esposa Lourdes Marrero se mudaron a ella “con la
tarea de hacer un inventario exhaustivo y habitarla” (Lauro, 2010). La pareja probablemente vivió en Trocadero 162
en algún momento entre 1982 y 1984, pues en este año la casa pasó a ser una extensión de la Biblioteca Municipal,
función que cumpliría hasta 1989. Aunque el inventario exhaustivo nunca llegó a realizarse, debemos al acceso
privilegiado de Emilio de Armas a la biblioteca de Lezama el descubrimiento del poemario juvenil Inicio y escape –
desde 1985 incluido en las ediciones cubanas de su Poesía completa (1985)– así como de los manuscritos de
algunos poemas. No es claro si los libros que alimentaron la Biblioteca Municipal que funcionó en la casa de
Lezama venían de su biblioteca personal o para ese entonces lo que quedaba de ella ya había sido trasladado a la
BNJM. Lo cierto es que el traslado se decidió a mediados o finales de la década de los 80, y que al llegar a la BNJM
los libros pasaron por un larguísimo proceso de catalogación (algunos fueron incluidos en el catálogo apenas en los
años 90) y luego entraron a formar parte de la colección general de manera individual, aislados. Fragmentada y
parcialmente desmantelada, la biblioteca lezamiana se dividió una vez más a mediados de los 90, cuando la idea de
transformar su casa en un museo volvió a cobrar fuerza y alrededor de mil libros, seleccionados arbitrariamente,
fueron llevados de regreso a Trocadero, donde están desde 1994, año en el que se inauguró la CMJLL. Los libros
que quedaron dispersos en la colección general de la BNJM fueron finalmente reagrupados en 2010 y con ellos se
conformó el catálogo con el que hoy contamos.
22
La biblioteca se puede consultar en www.beckettarchive.org.
23
El sexto volumen de la colección Supplementa Nietzscheana está dedicado a la biblioteca personal del filósofo
alemán. El catálogo que pudieron reconstruir los editores consta de 2200 títulos. Los libros que lograron preservarse
se encuentran en su archivo en Weimar.
32
Benjamin (“Unpacking my Library”) o los 3786 de la de Julio Cortázar (Marchamalo). 25 El
l’espace social dans lequel il est immergé” (Ferrer 8). En el caso particular de Lezama, además
fuente inagotable de información sobre la faceta del cubano que primero despertó la admiración
de sus contemporáneos y sobre la que reposa gran parte de su originalidad como escritor: la
faceta de lector.
Más que en el catálogo de títulos que ofrece o en las notas manuscritas en las márgenes de
sus libros (aportes en sí muy valiosos), la importancia de esta biblioteca radica en el sistema de
relaciones que a partir de estos datos es posible discernir. ¿De dónde vienen los libros en sus
anaqueles? ¿Por qué redes editoriales y de librerías circularon antes de llegar a sus manos? ¿Qué
tipo de libros eran? ¿Cuántos de ellos eran traducciones? ¿Cuál era la calidad de esas
Lezama, lo son aún más en el caso de sus fuentes católicas y antimodernas, pues la presencia de
éstas en sus textos es, como veremos, tan difusa como omnipresente, tan imprecisa como
constante.
En este sentido, la biblioteca de Lezama no solamente nos permite arrojar una nueva luz
sobre su proceso de formación intelectual, un asunto sobre el que, debido al éxito que ha tenido
la idea viteriana de que Lezama “no tuvo inmadurez en ningún momento” (en Hernández 62), en
24
La Casa Fernando Pessoa publicó versiones impresa y digital del catálogo de su biblioteca. Este último se puede
consultar en www.casafernandopessoa.cm-lisboa.pt.
25
La biblioteca fue donada a la Fundación Juan March en 1993 y su catálogo se puede consultar en la siguiente
dirección: www.march.es/bibliotecas/repositorio-cortazar/?l=1.
33
realidad sabemos muy poco. También nos permite reconstruir la dimensión material de sus
lecturas menos visibles y situarlas en un contexto de circulación de ideas y estilos más amplio.
Una revisión de los casi tres mil volúmenes que hoy conforman la biblioteca de Lezama
sería, desde esta perspectiva, un trabajo ambicioso y necesario, pero al mismo tiempo quizás
inagotable. De manera parcial o indirecta, ésta es una tarea que ya han emprendido Duanel Díaz
en Los límites del origenismo (2005), Sergio Ugalde en La biblioteca en la isla (2011) y Juan
Mi objetivo en este capítulo es seguir el camino abierto por estos críticos, especialmente por
Díaz, y examinar el que tal vez sea uno de sus anaqueles más olvidados; me propongo, por una
parte, mostrar cuáles fueron las fuentes que alimentaron la porción antimoderna de su biblioteca
y, por otra, identificar algunas de las implicaciones que emergen de las rutas de circulación de
El presente capítulo está dividido en tres partes. En la primera reflexiono sobre las
facilitaron su participación en las redes intelectuales antimodernas; en las dos partes siguientes
examino las rutas que siguieron las ideas y los libros antimodernos hasta llegar a La Habana. Allí
enfatizo el papel que jugaron editoriales y revistas de España —especialmente Cruz y Raya
pues estos campos culturales fueron los que conectaron a Cuba con el universo antimoderno
europeo. Este trayecto pondrá en evidencia hasta qué punto el antimodernismo del autor de
Paradiso cumple una función formativa y obedece a una toma de posición consciente y selectiva
34
1. Los libros del aficionado pobre
Una de las maneras más seguras de adquirir una biblioteca, escribió Walter Benjamin en 1931, es
heredándola (66). El vínculo especial que existe entre el poseedor de una biblioteca y sus libros
attitude of an heir, and the most distinguished trait of a collection will always be its
le rindieron culto a la lectura —como Alfonso Reyes o Jorge Luis Borges—, no tuvo la fortuna
de crecer en la biblioteca del padre 26; Lezama tampoco tuvo la posibilidad de llenar ese vacío
cuando por fin entró a la universidad, Machado ordenó cerrarla; cuando por fin iba a graduarse
emblemático de la República que se haya iniciado en la vida intelectual con un capital cultural
tan limitado. Ni Fernando Ortiz ni Jorge Mañach ni Alejo Carpentier. Su mayor herencia, de la
que más se enorgullecía, fue lo que él llamó la “gracia criolla” (Bianchi Ross 80), esto es, una
manera de ser que estaba profundamente ligada a las modulaciones de la palabra oral y no
escrita. Resulta significativo, por eso, que a su madre y a sus tíos los evoque no leyendo en la
biblioteca, sino conversando en el portal de la casa; que a su padre lo recuerde diciendo “las
26
El sustituto natural de la biblioteca del padre pudo haber sido la biblioteca pública. Y, en efecto, hay testimonios
de que a finales de la década de 1920 Lezama visitaba con frecuencia la Biblioteca Nacional, en ese entonces
ubicada en la antigua Maestranza de Artillería. Vicentina Antuña recuerda que, junto a José Vasconcelos, uno de los
visitantes más memorables en esos años era Lezama, “un joven que nos llamaba la atención porque metía su cabeza
en los libros y no la levantaba para nada, es decir, que siempre estaba leyendo, leyendo, leyendo” (en Ugalde 36).
Sin embargo, la Biblioteca Nacional sólo funcionó en la antigua Maestranza hasta 1929, cuando los libros fueron
trasladados a la vieja cárcel de La Habana. Allí permanecieron en cajas hasta que, otra vez de manera precipitada, se
decidió llevarlos al Castillo de la Fuerza. Será sólo hasta 1941 cuando José Antonio Ramos, con el apoyo de varios
intelectuales, inicie el largo trabajo de reestructuración de la Biblioteca que culminará con la inauguración de su
sede actual en 1957.
27
La Universidad de La Habana estuvo clausurada, por órdenes de Machado, entre 1930 y 1933. Posteriormente,
entre 1935 y parte de 1936, la Universidad fue ocupada por militares al mando del coronel Fulgencio Batista.
35
palabras Adelfa, torbellino, veleidad, sacrosanto, azor, inmaculado, cornucopia, migajuela,
Ahora bien, si los libros no se heredan, es preciso entonces comprarlos. Una de las
fue la expansión del público lector. El inicio de Lezama en la lectura se dio justamente en una
época en la que, gracias al desarrollo de la industria editorial en países como Argentina, México
excluidos de los circuitos por los que transitaba la palabra escrita pudieron aspirar a tener una
biblioteca propia (Cf. Romero; Castillo; De Diego; Delgado). Cuba, que carecía de un sistema
público de bibliotecas y de una industria editorial consolidada, contaba, sin embargo, con una
librerías la conectaba con los centros del mercado del libro en América y Europa.
Esto explica, por ejemplo, por qué sólo un pequeño porcentaje de los libros que entraron a la
biblioteca de Lezama hasta los años 40 venían de editoriales cubanas (de Cultural, Minerva,
Trópico, entre otras29), y por qué prácticamente todos fueron comprados en librerías de La
Habana como La Victoria, Económica, La Martí, la Librería Nueva de Jorge Morlón o la Casa
28
Significativamente, estas palabras vienen precedidas del siguiente comentario: “Mi privilegio me hace
privilegiado. Siempre me rodearon conversadores de abolengo: no creí nunca en la aristocracia de la sangre: eso es
pamplina. La nobleza no proviene del bolsillo ni del poder ni de los líquidos circulatorios” (Guerra, 2013, p. 167).
Al rememorar su infancia, Lezama aludirá varias veces a la importancia de la conversación familiar: “Cuando tenía
examen señalado resultaba para mí un doble castigo saber que el tío Alberto se encontraba conversando con mi
abuela y mi madre en el portal de nuestra casa de Prado, y yo, metido en mi cuarto estudiando la epopeya, la
química inorgánica o la clasificación de Linneo, no podía participar de su pequeña fiesta, de su hablar incesante, del
chisporroteo de su cigarro” (Bianchi Ross, 1983, p. 80).
29
Los libros hechos en Cuba eran de autores cubanos. Algunos ejemplos: En Cultural: Escritos de Domingo del
Monte (1929); Curso de gramática castellana (1936), de Miguel Garmendia; Tratado de sociología: resumen de las
lecciones explicadas en clase (1937), de Roberto Agramonte; Poesías, discursos y cartas (1939), de José María
Heredia; La libertad condicional en Cuba (1943), de Federico de Córdova. En Minerva: La zafra: poema de
combate (1926), de Agustín Acosta; Bongó: poemas negros (1934), de Ramón Guirao; Apuntaciones literarias: el
ensayo, el romanticismo, el romancero (1935), de Medardo Vitier; Elementos de la lengua española (1942), de
Raimundo Lazo. En Trópico: Las ideas en Cuba: proceso del pensamiento político, filosófico y crítico en Cuba
(1938).
36
Belga. Probablemente en esta última, especializada en libros provenientes de Francia, Estados
(1937), de Paul Valéry (sobre el que escribió en 1938) y Art et scolastique (1920) de Jacques
Maritain (Cf. Cuadriello, Españoles en Cuba 13-65; Smorkaloff 37-60; Ricardo 118-216).30
Esta democratización del libro también hizo posible el surgimiento de un nuevo tipo de
lector. El perfil de este recién llegado a la cultura —que Beatriz Sarlo llamó el “aficionado
El aficionado pobre es, al igual que Lezama, un autodidacta: “he sido un autodidacta
culturalmente me he hecho tratando de domeñar mi caos que a veces me jugaba una mala
partida” (Guerra 78). En una serie de artículos de finales de la década de 1940 publicados en
Bohemia y después reunidos con el título de La formación por la lectura (1974), Jorge Mañach
plantea que, para iniciarse en la lectura, el autodidacta debe, primero, hacer a un lado toda
30
La librería que Lezama parece haber visitado más asiduamente fue La Victoria. Ángel Gaztelu recuerda que allí
terminaban sus paseos por la ciudad: “Muchos de estos paseos terminaban en la librería La Victoria, situada en la
calle Obispo, entre Habana y Compostela. En ese establecimiento uno podía conseguir con bastante facilidad
revistas y libros editados en el extranjero, sobre todo en México y España” (30). También Virgilio Piñera, Cintio
Vitier y Eliseo Diego mencionan la importancia que tuvo esta librería para Lezama y para el grupo de Orígenes en
general (Cuadriello 49; Ugalde 37).
37
justificación utilitaria del conocimiento y, segundo, debe elaborar un plan de lecturas realista,
[L]o primero a que debe atender el lector en trance de iniciación cultural es la necesidad
de imponerse a sí mismo hábitos discretos, no estragándose con excesivas vigilias, pero
tampoco con demasiados alimentos, no atrofiándose en la pereza ni hipertrofiándose con
atletismos prematuros. Recuerdo la penosa impresión que alguna vez tuve al ver un
domingo por la tarde a cierto dependiente “de guardia” que leía pacientemente en su
taburete, con el ceño fruncido, ¡La crítica de la razón pura! El gran peligro de la
formación autodidactica es el de frustrarse en la “deformación” que suele acarrear una
avidez precipitada (Mañach 15).
él “el caos del autodidacta” no es una limitación; “si en realidad es un ser caótico y si se toma en
(Guerra 148). El autodidacta es, pues, un personaje a la vez épico y cómico; tiene la ambición
desmesurada del héroe (se propone leer a Kant, por ejemplo) pero carece de su solemnidad. Por
esta razón, cuando por azar se decide a armar una biblioteca, el suyo es el estilo del acumulador
El otro rasgo destacado del aficionado pobre es, evidentemente, su pobreza. De Lezama no
sólo sabemos que vivía en continuo estado de deuda con los libreros de La Habana, sino que
además solía aplicar un criterio económico a la hora de elegir sus libros. En efecto, la
característica de su biblioteca que primero salta a la vista tiene que ver precisamente con el tipo
de libro que la compone: el libro económico. Este hecho, en apariencia insignificante, debe ser
tenido en cuenta si queremos entender qué clase de lector era Lezama. Pues ¿de qué otra manera
31
Si, como dice Benjamin en “Unpacking my library”, “there is in the life of a collector a dialectical tension
between the poles of disorder and order” (60), habría que decir que en el caso de Lezama esa tensión se inclina
claramente hacia el desorden. Benjamin, en cambio, fue un coleccionista profesional, que asistía a subastas de libros
y compraba libros de lujo y ordenaba sus adquisiciones cuidadosamente en su biblioteca.
38
habría podido construir una biblioteca un poeta que en su juventud vivió de la exigua pensión de
su madre y, después, del salario de un funcionario menor? Sin este tipo de libros, ¿cómo habría
podido “engordar con lecturas”?, ¿cómo habría podido “nutrir con palabras el protoplasma”?
libro económico. Entre 1915 y 1940, año en que el Lezama cumplió 30 años, además de
consolidarse las primeras editoriales especializadas en el llamado libro de bolsillo —como Tor y
el Fondo de Cultura Económica (1934), Espasa-Calpe Buenos Aires (1937), Losada (1938),
Sudamericana (1939), Emecé (1939), Santiago Rueda (1939), para mencionar sólo las más
conocidas. En su época dorada, a mediados de los 30, la chilena Ercilla (en la que Lezama leyó,
México, Argentina y Cuba e imprimió un título por día (Castillo 194);32 las editoriales
argentinas, mientras tanto, exportaban el 40% de su producción y cada libro alcanzó un tiraje
promedio de 7 mil ejemplares, un número elevado incluso para los estándares de hoy (De Diego
104).
En estas editoriales Lezama hizo sus primeras lecturas de Descartes, Platón, Claudel,
32
De esta editorial chilena, la biblioteca de Lezama tenía, entre otros, el Frankenstein de Shelley o Una novela que
comienza de Macedonio Fernández. Otras editoriales chilenas cuyos libros también podían encontrarse en los
anaqueles de Lezama eran Zig-Zag, Cultura y Nascimento. En ellas leyó obras de autores como Miguel de
Unamuno, Aldous Huxley, Sigmund Freud, Nicanor Parra y Waldo Frank.
39
Imagen 2: Libros de la
biblioteca de Lezama.
David Ramírez
Lo más importante de estas editoriales, sin embargo, fue su función pedagógica. Aunque
indomeñable, lo cierto es que hay un principio general que le otorga cierta coherencia. Apoyadas
autodidacta, algo más que la posibilidad de acceder a la Cultura. A través de ellas podían
objetivo era abarcar todas las áreas del saber. “No cerrarse a nada”, como rezaba el eslogan de
una revista de la editorial Tor (Romero 55). De ahí que el autodidacta serio, el que de verdad se
sumergía en ese caos, terminara no formándose sino (de)formándose, como temía Mañach.
33
Estas son algunas de las colecciones más recurrentes en la biblioteca de Lezama entre las décadas de 1920 y 1940:
Biblioteca de iniciación cultural (Labor), Colección Austral (Espasa-Calpe), Biblioteca de iniciación filosófica
(Aguilar), Biblioteca del estudiante universitario (UNAM), Biblioteca Mundial (Sopena), Colección de Clásicos
inolvidables (El Ateneo), Biblioteca Emecé de obras universales, Biblioteca de ideas del siglo XX (Espasa-Calpe),
Biblioteca de Autores Célebres (América), Biblioteca contemporánea (Losada), Biblioteca americana (F.C.E).
40
Y en efecto, si revisamos la biblioteca de Lezama, podrían señalarse algunas de las
ideas antimodernas. Por una parte, la ambición de universalidad de la que dan cuenta sus libros
es, digamos, provincial, puesto que está determinada por el repertorio de lo traducible
establecido en unos cuantos lugares. Si bien los emprendimientos editoriales que participaban del
mercado del libro económico tenían distintos perfiles, tanto los que aspiraban a un lector popular
—tipo Tor o Sopena— como aquellos que apelaban a un lector más sofisticado —tipo Revista de
Occidente o Sudamericana— todos operaban bajo una idea universalizante de Cultura que, no
editorial española, y luego, al menos desde el inicio de la Guerra Civil en julio de 1936, por las
diseñaba no sólo un canon cultural y literario, sino el ámbito mismo de lo legible. Cuba, en este
sentido, se encontraba en la periferia de la periferia. Una de las razones por la que Lezama pudo
escribir en 1937, a sus 27 años, en su famoso “Coloquio con Juan Ramón Jiménez”, “que la
Argentina, México y Cuba son los tres países hispanoamericanos que podrían organizar una
expresión” (61), fue justamente porque de esos países venían la mayoría de los libros de su
tela de juicio esta noción de universalidad se apoyó en los mismos circuitos de difusión que la
promovían. Quizás el ejemplo más elocuente de esto sea su mención en el “Coloquio” de la idea
de un “imperialismo antillano, de una hegemonía del Caribe” (49). Con esta propuesta, arguye el
cubano, podría llegarse “a algo seductor […] y también a levantar nuestra voluntad de poderío
con un pueblo y una sensibilidad que siempre padecieron de complejo de inferioridad” (49).
41
Curiosamente, esta sugerencia no sólo la tomó de Waldo Frank (1889-1967), sino que
traducido por León Felipe para Ercilla en 1937. 34 Esto nos lleva a la segunda limitación. La
materias, autores y períodos— contrasta con su innegable uniformidad lingüística. Aparte del
español, sólo el francés (un idioma que leía aunque no de manera fluida) está representado
tímidamente en su biblioteca (Cfr. Suárez León). Sus estantes estaban llenos de libros de
literatura francesa, italiana, rusa, inglesa, alemana pero prácticamente todos en español.
Ahora bien, las limitaciones del autodidacta —su monolingüismo, su pobreza— ¿son en
impulso devorador que lo llevó a concebir un sistema poético del mundo o a diseñar una historia
de las eras imaginarias no presupone una imaginación monolingüe? ¿Acaso una visión de la
idioma, o mejor, a una biblioteca en un solo idioma? De cierta manera, las circunstancias que
constriñeron su universo de lecturas a libros de bolsillo en una lengua fueron las mismas que le
permitieron acumular tan rápidamente un vasto capital cultural, las que le ayudaron a tomar
posesión, a hacer suyo, a adueñarse del patrimonio cultural que prometían los libros. Su
capacidad para discutir con Descartes o Nietzsche no sólo como si fueran sus contemporáneos,
34
La referencia de Lezama puede venir de varios pasajes del libro. Uno de ellos es el apartado sobre Cuba en el
capítulo dedicado al Caribe, que Frank llama la región del mar Central. Después de hablar de la crisis cubana
durante los últimos años del machadato (recuérdese que el libro fue publicado en 1932), el estadounidense concluye
destacando el surgimiento en la isla de nuevos “líderes espirituales”: “Se alzan firmes en Cuba, en la vanguardia del
mundo americano, mirando con ojos claros hacia los Estados Unidos y hacia la América Hispana, y dándose cuenta
de la continuidad de su isla diminuta con todo el mundo occidental” (256). Otro pasaje similar al que también puede
estar aludiendo Lezama es el que cierra la reflexión de Frank sobre el Caribe. Ante la amenaza de los Estados
Unidos, dice Frank, esta región de América responde con un “espíritu tradicional que no había muerto, que había
sólo dormido y que ahora despierta al choque de su invasión. La vida en este mundo ardiente es una perpetua
floración. Pero bajo el sol tropical una sombra se cierne. La negrura de una voluntad, jamás realizada en las viejas
culturas, y jamás olvidada: una voluntad de la que participaron el indio, el negro y el español, cada uno a su modo, y
que ahora se cierne sobre las aguas. Es la voluntad de forjar en forma nueva el proyecto humano, antiguo y eterno:
un mundo humano a imagen y semejanza del dios que tiene por rostro la Belleza” (260).
42
sino como si hablaran en su mismo idioma, se debe en parte al hecho de que los leyó en español
y en ediciones económicas que, además de estar plagadas de erratas y tener un aparato crítico
que solía reducirse (cuando existía) a un prólogo, hacían parte de colecciones eclécticas, en las
que se publicaban, uno junto al otro, autores de vanguardia, sexólogos y espiritistas. Ésta no es,
Tampoco es la biblioteca del pobre. La biblioteca de Lezama —el aficionado serio— es más bien
Hasta cierto punto podría decirse que, más que de Lezama, esta forma de apropiarse del
generales, del intelectual que piensa y escribe desde la periferia. Desde esta perspectiva, el caso
del autor de Paradiso es comparable al de Roberto Arlt (1900-1942), otro aficionado pobre
célebre. A semejanza de lo que ocurre con Lezama. la existencia de un escritor como Arlt está
relacionada con un fenómeno “difundido” y “borroso” que surge en “lugares de la sociedad más
técnica 64). En tanto aficionados pobres, Lezama y Arlt miran, leen, desde otra parte. Las
particulares condiciones en que se dio su acceso a la Cultura explica por qué su imaginación,
como ocurre también con la del cubano, “es a la vez tan extraña e irreconciliable si se la compara
con la de sus contemporáneos de la cultura culta” (64), como Borges en el caso del uno, o
Mañach en el del otro. Sin duda ambos habrían firmado la frase de André Gide que Lezama cita
en uno de sus cuadernos de apuntes: “La cultura no se hereda, ella se conquista y siempre
35
No es casualidad, por esto, que el autor del Juguete rabioso (1926) también se considerara un autodidacta: “Me he
hecho solo. Mis valores intelectuales son relativos, porque no tuve tiempo para formarme. Tuve siempre que trabajar
y en consecuencia soy un improvisado o advenedizo de la literatura. Esta improvisación es la que hace tan
43
Con todo, hay una diferencia fundamental entre ambos escritores que hace manifiesta la
singularidad de Lezama. Los motivos que impulsaron a Arlt a apropiarse del conocimiento que
ponían a su disposición los libros económicos o los manuales de inventores fueron “el
resentimiento, la ambición, el furor, la codicia y el apuro” (La imaginación técnica 64). Por eso,
resulta previsible que sus estrategias de apropiación hayan sido, como lo mostró Ricardo Piglia,
el saqueo y la hoguera (61-66), y asimismo que él se resistiera a ser parte de la cultura letrada.
En cierto modo, Arlt quería armar una biblioteca para después quemarla. Lezama, por el
contrario, hizo de las limitaciones de su formación intelectual una devoción: no bastaba con
querer los libros, era preciso crear un culto en torno a ellos; no bastaba con ser un intelectual
sobre su biblioteca y sobre los rasgos más sobresalientes de su formación intelectual porque creo
que éstos dan luces sobre las condiciones y el contexto en que tuvieron lugar sus conexiones con
los católicos antimodernos. Esta colección de libros demuestra la inmediatez con que, ya desde
muy joven, Lezama podía seguir de cerca los debates de las capitales culturales de América
Latina y Europa. Como mostraremos a continuación, este hecho es importante porque los
antimodernos eran animadores constantes de estos debates; aunque anacrónicos (o quizás por
ello mismo), las suyas no eran voces marginales en la esfera de la cultura. De hecho, sus pugnas
con otras corrientes intelectuales (como por ejemplo la marxista) eran parte del mainstream
cultural.
Pero esta inmediatez funcionaba solamente en una dirección. Las relaciones de Lezama con
los antimodernos fueron oblicuas —para emplear un término que hace poco utilizó Nancy
interesante la figura de todos los ambiciosos que de una forma u otra tienen la necesidad instintiva de afirmar su yo”
(en Sarlo, Una modernidad 52).
44
Calomarde en su estudio sobre las relaciones de Sur y Orígenes. Su distancia de los centros
culturales, aunada a la particular evolución del catolicismo cubano, limitaba sus posibilidades de
ser un interlocutor reconocido, pero al mismo tiempo le otorgaba la libertad que, como veremos,
aspiración de universalidad que también identificaba a los católicos antimodernos. Al igual que
los planes de lectura de las editoriales económicas, los católicos del período entreguerras
deseaban trascender los límites de la cultura occidental —piénsese en el interés de Paul Claudel
pero partiendo de un afianzamiento sólido en la tradición. Ésta funcionaba no tanto como centro,
Durante las décadas de 1920 y parte de 1930 el mercado del libro cubano estuvo dominado por la
industria editorial española. Lezama, como prácticamente todo los intelectuales cubanos de su
Sopena, Labor, Maucci o Juventud. Las editoriales más influyentes fueron Espasa-Calpe y
Revista de Occidente, ambas proyectos de José Ortega y Gasset (1883-1955) que se proponían
llevar “la modernidad europea al mundo intelectual hispánico” (Ugalde 27). 36 Revista de
36
Cuando uso Revista de Occidente en cursiva me estoy refiriendo solamente a la revista; sin cursiva, me refiero al
proyecto editorial de Ortega en su conjunto (revista y editorial).
45
No se necesita mucha agudeza para percatarse de que la adolescencia de Lezama
transcurrió durante la expansión editorial promovida por Ortega [….]. Entre 1923 y
1936, de los trece a los veintiséis años […], vio pasar libros y ensayos que promovían y
renovaban el campo de la cultura en Cuba. El joven, que nacía al mundo de las lecturas,
muy probablemente encontró en ese acervo bibliográfico, aunque no sólo en él, una
fuente de inspiración y apreciación” (Ugalde 31-2).
Una de las tareas que emprende Sergio Ugalde en su libro La biblioteca en la isla. Una
Revista de Occidente en los textos del autor de La expresión americana. Su trabajo muestra que,
gracias a la influencia de esta empresa editorial, Lezama se familiarizó con la filosofía alemana
—desde Kant hasta Heidegger— y desarrolló su pasión por la Historia, la Cultura y la mitología,
las tres grandes predilecciones de la Revista y del pensamiento alemán que la inspiró. Algunos
de los escritores que la Revista introdujo al mundo hispano, como Oswald Spengler (1880-1936),
Leo Frobenius (1873-1938), Johan Huizinga (1872-1945) o Max Scheler (1874-1928), fueron
Evelyne López Campillo en su estudio sobre la revista, que en ella se reforzó de manera
esporádica la línea católica y se señaló la recuperación de Paul Claudel por parte de algunos
jóvenes escritores franceses (François Mauriac, Georges Bernanos, Saint-John Perse). “Si
sombra del poeta del Arbre [Claudel], toda una pléyade flamante entonando su oración, la
férvida oración en que se pide: ¡Utilisez-moi!” (en López Campillo 192). No obstante, este
llamado a recuperar el legado de uno de los modelos de la poesía católica no sólo no fue
constante, sino que se inscribió en el ya de por sí restringido interés de la revista por la literatura
46
y la cultura francesas, quizás los ejes fundamentales del mundo antimoderno católico. La
“obsesión francesa” de Revista de Occidente nace, en realidad, como explica López Campillo,
“de la irritación provocada por este personaje [Francia] omnipresente, ruidoso, próximo a España
situación coincide, además, con el hecho de que la vocería del antimodernismo español en esos
años recaía sobre personajes como el cardenal Isidro Gomá y Tomás (1869-1940) o el orador
José María Pemán (1897-1981), de los que significativamente no hay rastro alguno en la
biblioteca de Lezama. 37
Sin embargo, a pesar de esto, en España había algunos intelectuales que, ya fuera desde
las márgenes del círculo de Ortega o desde las márgenes del catolicismo español, alimentaron al
Lezama antimoderno. Amigos o discípulos del autor de Meditaciones del Quijote como Manuel
García Morente (1886-1942), Xavier Xubiri (1898-1983), María Zambrano (1904-1991) o Julián
traducción, la cual el autor de Paradiso conoció de primera mano. 38 Por otro lado, desde la orilla
literaria, algunos de los escritores agrupados en torno a Cruz y Raya, revista dirigida por José
Bergamín (1895-1983) y en la que publicaron varios poetas de la Generación del 27, también
37
El compromiso de Pemán con la dictadura de Miguel Primo de Rivera, primero, y la causa nacionalista de Franco
después, es de sobra conocido. Inspirado en pensadores como Juan Donoso Cortés y Marcelino Meléndez y Pelayo,
Pemán fue uno de los intelectuales nacionalistas más activos; se le conoció como “el Poeta alférez” y “el ingenio del
Régimen”. Participó en la revista Acción española (1931-1936), uno de los ejes del antimodernismo reaccionario
español.
38
Lo que Amauri Gutiérrez anota sobre el catolicismo de Zambrano y Juan Ramón Jiménez también podría
aplicarse a los demás nombres en esta lista: “La catolicidad de ellos se presentó muy libre y desprejuiciada, como
reacción frente a esa vetusta Iglesia católica que conocieron y, en el caso específico de la Zambrano, en su contacto
con la Iglesia renovada de Zubiri” (64-5). En el segundo capítulo de La biblioteca en la isla Sergio Ugalde le dedica
un apartado al estudio de la relación entre Lezama y María Zambrano.
47
publicaciones que después dirigirá Lezama; el ideal de católico y catolicismo que los editores
esta cuestión:
Nuestro SÍ, nuestro NO, tienden a la rectitud de una voluntad penetrante, como el gladio
evangélico: porque se prolonga espiritualmente en el tiempo traspasándolo, por encima y
por debajo de todo, hasta la raíz espiritual de su ser: lo mismo en la oscura entraña terrena
de su historia que en la celeste claridad racional de su pensamiento (10).
El tipo de catolicismo al que se afilian los de Cruz y Raya reproduce esa dinámica particular de
la que habló Gabriel Zaid y que comentamos en la introducción de este trabajo; ellos pretenden
“dominar el discurso moderno, sin dejar de ser católicos[s]” (26); estar adentro y afuera, según
dijo el crítico mexicano, o estar “por encima y por debajo”, como prefieren decirlo los editores
48
de la revista española. Jacques Maritain, en un libro de la década de 1920 cuya primera edición
Además de una decisión estratégica para ganar acceso a espacios artísticos seculares, el
equivalente al salto al “fondo de lo desconocido” (92) que Lezama resalta en Baudelaire: el signo
Ahora bien, el principal vínculo de Lezama con los antimodernos españoles fue el
dos escritores lo que se suele destacar es el influjo de Lezama sobre el religioso español. De
esta amistad en su formación intelectual y artística. Para él, el amigo fue también un mentor y un
crítico:
39
En la biblioteca de Lezama lo único que se conserva de Cruz y Raya es el suplemento de la revista de 1934: El
acabose del año y nuevo de 1934. Esta ausencia pone en evidencia una de las pérdidas más lamentables de la
biblioteca de Lezama: su colección hemerográfica, que debió ser enorme. De José Bergamín, mientras tanto, se
encuentran dos obras de teatro, La hija de Dios y La niña guerrillera (1945), y el libro de ensayos La voz apagada:
Dante dantesco y otros ensayos (1964).
40
Lezama conoció a Gaztelu en 1932. Él tenía 22 años y el joven de origen navarro, que recién iniciaba su
formación sacerdotal en el Seminario de san Carlos y san Ambrosio, apenas contaba con 18. El encargado de
presentarlos fue Salvador Gaztelu, hermano del seminarista y compañero de universidad del poeta. Los dos jóvenes
acostumbraban verse todas las tardes y emprender largas caminatas por las calles de La Habana discutiendo sobre
literatura, arte y filosofía.
49
muy antigua. Mi profesor nos recomendaba que ante todo leyéramos a los clásicos, y no
se le podía ni hablar de los escritores modernos. Esa formación chocó con las lecturas
que me orientaba Lezama. Fue así como se fue modificando mi estilo. Lezama me leía
los poemas, me los criticaba, me decía cuáles debía publicar y cuáles no (Gaztelu 31;
énfasis mío).
Gracias al joven Lezama, Gaztelu no sólo leyó por primera vez a Federico García Lorca y a
James Joyce (de hecho en su biblioteca se conserva un Ulises dedicado al sacerdote), sino que
pudo encontrar un lugar para publicar su obra. Desde Verbum (1937) hasta Orígenes (1944-
1956), el sacerdote fue una firma recurrente en todos los proyectos editoriales de Lezama.
en la poesía, suele despertar menos interés, aunque fue probablemente igual de decisivo. A veces
se olvida que el sacerdote navarro también fue su primer crítico. El primer estudio de un texto de
Lezama en una revista cubana —“‘Muerte de Narciso’, rauda cetrería de metáforas”— apareció
en Verbum en noviembre de 1937. “Muerte de narciso”, escribió allí el religioso a sus 23 años,
“tal vez sea en Cuba el más alto y atrevido intento de llevar la poesía a su desligamiento y región
substantiva y absoluta” (Verbum 254). Pero Gaztelu fue quizás más determinante estimulando
nuevas aficiones en Lezama o ayudándole a consolidar algunas que ya tenía. Desde el inicio de
su amistad ambos establecieron un sistema de préstamos y regalos de libros que se mantuvo casi
intacto hasta la muerte de este último en 1976 y dejó un testimonio de su diálogo intelectual. El
catálogo de la BNJM registra una decena de libros con dedicatorias de Gaztelu (a los que habría
que sumarle las 19 postales comentando obras de arte de museos de Madrid, Nueva York, Roma,
Paris, Ciudad de México, entre otros lugares) que cubren un período de más de cuarenta años,
desde principios de la década del 30 hasta finales de la del 60. Más que por su cantidad, estos
50
Gaztelu puede quejarse de haber recibido una educación tradicional en el seminario, pero a
esa educación le debía su conocimiento del griego y el latín —lengua esta última de la que fue
profesor— y también su familiaridad con la literatura clásica y medieval, algo que sin duda debió
deslumbrar a Lezama. Si aquél nunca había oído hablar de Joyce, Lezama, interesado sobre todo
en “las principales corrientes de la literatura y el arte modernos” (Gaztelu 31), apenas sabía algo
de santo Tomás de Aquino o san Agustín de Hipona. Es más, a través de Gaztelu, como dice el
propio Lezama en una entrevista con Tomás Eloy Martínez de 1968, él cursó de manera indirecta
los estudios del seminario: “Uno de los poetas de Orígenes, el padre Ángel Gaztelu, párroco de
la iglesia del Espíritu Santo y traductor de Pico della Mirandola, me inició por aquellos tiempos
en los estudios teológicos. Ahora es Monseñor, pero eso ya no importa. A nuestro modo, cada
acceso a libros como Europa medieval (1911), del historiador británico H. W. C. Davis, editado
por la editorial Labor; Las obras de San Juan de la Cruz editadas en Burgos por la Tipografía El
Monte Carmelo; La suma contra los gentiles de santo Tomás editada en dos tomos por la
Biblioteca de Autores Cristianos o Rusia y la iglesia universal (1895), del amigo de Dostoievski
Vladimir Solovief (1853-1900). Como regla general, los libros que regalaba Gaztelu solían venir
de editoriales españolas y eran o bien clásicos españoles, como el Guzmán de Alfarache, u obras
religiosas.
los rasgos de este proyecto que parecía salirse de su programa modernizador, o que convivía
51
tensamente con él, era el desinterés por la historia moderna. La naturaleza “inactual” de sus
en la Edad Media (141), el tema más típicamente antimoderno en el que Gaztelu inició de
En el tercer capítulo de esta tesis estudiaré de cerca el interés de Lezama en la Edad Media,
por ahora sólo me interesa anotar que en las revistas que dirigió el cubano hay numerosas huellas
del intercambio de lecturas con Gaztelu alrededor de esta visión inactual o anacrónica de la
bello con Dios (1942-1944). Repárese simplemente en este listado de autores: los poetas latinos
Ausonio y Catulo, el apologista cristiano Firminiano Lactancio (leído, según recuerda Gaztelu en
su nota para Espuela, en la Patrología latina del padre Jacques Paul Migne), los teólogos y
52
Fray José de Sigüenza (1544-1606), Salvador Jacinto Polo de Medina (1603-1676), Francisco de
Aldana (1537-1578) y Pico della Mirandola (1463-1494).41 Cuando no eran traducidos por el
propio Gaztelu, la persona que se encargaba de esta labor era el poeta y latinista español
religioso que participó esporádicamente en las revistas de Lezama fue el sacerdote vasco Ignacio
Biaín, quien llegó a Cuba en 1933 y después fue conocido como director de la revista católica La
Quincena (1955-1961).
Esta lista de obras y autores muestra, de manera indirecta, que el poeta de “Muerte de
Narciso” entró en contacto con los antimodernos españoles por dos vías: 1) A través de un
estaban cerca de Ortega y confluyeron en la revista Cruz y Raya. 2) A través de su amigo Ángel
Gaztelu. Por intermedio del religioso navarro, Lezama incursionó en nuevos temas y, aún más
importante, sacó provecho del plan de estudios que formaba a los sacerdotes católicos a
En septiembre de 1936, los editores de la revista cubana Ultra (1936-1947), dirigida por un ya
La trágica conmoción que desde hace ya un mes está sufriendo España ha trastornado
temporalmente la producción económica de aquel país y, por tanto, su producción librera.
Por este motivo a Cuba han llegado en el mes pasado escasos libros procedentes de
España. Los lectores de ULTRA pueden, pues, explicarse la parquedad del presente
CORREO DE LIBROS (“Revolución española” 22).
41
A excepción Firmiano Lactancio y Catulo, publicados en Espuela de plata y Orígenes respectivamente, los demás
autores fueron incluidos en Nadie Parecía.
53
La crisis del libro español a mediados de los años 30 creó una coyuntura favorable para las
industrias del libro en México, Chile y Argentina, a la vez que contribuyó a la diversificación del
mercado del libro en Cuba. La industria que más se benefició de la guerra española fue la
argentina, que ya desde la década de 1920 había iniciado un acelerado proceso de modernización
y se encontraba mejor preparada para responder a las nuevas demandas del mercado
latinoamericano. Según José Luis Diego, un estudioso de la historia del libro en Argentina, el
período 1938-1955 constituye la época de oro de la industria editorial de ese país. Durante estos
años Argentina exportó el 40% de su producción y proveyó el 80 % de los libros importados por
España (105).
En la parte final de este capítulo me propongo estudiar, tomando como base la biblioteca de
Trocadero, los vínculos de Lezama con el campo cultural antimoderno en Argentina. Además de
que facilitaron su circularon en América Latina; además de ofrecernos una imagen de los debates
que dividían a los intelectuales católicos argentinos y de sus ecos en el campo cultural cubano,
este ejercicio es imprescindible para entender hasta qué punto el antimodernismo de Lezama
pública, y particularmente en los círculos intelectuales, a partir de la fundación del Ateneo Social
en 1917 y de los Cursos de Cultura Católica (CCC) en 1922 (Devoto 208). 42 A finales de la
(1928-actualidad), Número (sí, sí; no, no) (1930-1931), Sur (1931-1992), Sol y Luna (1938-
42
Sobre los CCC véase Mallimaci (“El catolicismo argentino desde el liberalismo integral a la hegemonía militar”
261-269); sobre el papel que jugaron los Cursos en la segunda parte de la década de 1930 véase Zanatta (Del estado
liberal 194-197).
54
1943)— y a la creación de un conglomerado de editoriales en las que confluían obras religiosas y
literarias.43 En su biblioteca Lezama tenía libros de editoriales como Espiga de oro, Sol y Luna,
CEPA, Gladium, CCC y Difusión. Para tener una idea del alcance de estas editoriales, basta con
constatar que el catálogo de esta última llegó a incluir 662 títulos y que entre 1936 y 1942
distribuyó seis millones de libros y folletos (Mallimaci, “El catolicismo integral” 11).
Adicionalmente, el perfil popular de estas editoriales era complementado por otras que, pese a
que apuntaban a un público más culto, como la editorial de Sur, también tenían tirajes grandes.
Una lista detallada de los libros de estas editoriales que aún se conservan en la biblioteca del
cubano revela algunas cosas sobre el perfil y los intereses de los antimodernos. 44 Revela, en
43
La más importante de todas estas revistas fue Criterio. Aunque todavía circula, sus años de prestigio en el mundo
cultural fueron entre 1928 y 1930. A partir de entonces, primero bajo la dirección de Enrique Osés y luego la de
monseñor Gustavo Franceschi, la revista empezó a tener una dependencia cada vez mayor de la jerarquía
eclesiástica, lo que, sin embargo, no afectó su enorme popularidad. Nora Pasternac hace la siguiente semblanza de
Criterio: “Expresión doctrinaria del catolicismo, a pesar de sus proyectos conservadores, durante dos años dedicó
muchas de sus páginas a la cultura y la literatura; a partir de un golpe interno aún más conservador se aleja de la
heterodoxia que la había hecho recibir en sus páginas no sólo a los principales intelectuales católicos, sino también a
otros numerosos artistas de prestigio de distintas posiciones. Siempre tuvo una actitud ferozmente anticomunista y
una postura, por un lado, oscilante entre el fascismo y, por el otro, decididamente pro-franquista” (107-8) (Cf.
Devoto 206-234; Lafleur 118-119; Mallimaci, “El catolicismo argentino” 274-279). Aunque Sur no suele ser
considerada una revista católica, lo cierto es que, como muy bien lo ha mostrado Pasternac y lo discutiremos más
adelante, la corriente católica tuvo una influencia considerable en la revista, especialmente desde el estallido de la
guerra en España y por lo menos hasta 1944. Este hecho “está hoy casi olvidado por la persistencia imaginaria de
una sola faceta de la revista: la (supuestamente) liberal, que se consolidó como tal más en los años del peronismo
que en la década del treinta” (109).
44
He aquí un pequeño catálogo, no exhaustivo, de los principales libros antimodernos en la biblioteca de Lezama:
Los ejercicios espirituales, de san Ignacio de Loyola (Gladium, 1938); Vida de san Benito, de Gregorio Magno
(Gladium, 1938); Libro de la eterna sabiduría, del beato Enrique Susón (Gladium, 1938); Descenso y ascenso del
alma por la belleza, de Leopoldo Marechal (Sol y Luna, 1939); Himno al Santísimo Sacramento, de Paul Claudel
(Sol y Luna, 1939); La filosofía de la Edad Media, de Étienne Gilson (Sol y Luna, 1940); Sonetos a Sophia y otros
poemas, de Leopoldo Marechal (Sol y Luna, 1940); Fisionomías de santos, de Ernst Hello (Difusión, 1940);
Filosofía moderna y filosofía tomista, de Octavio N. Derisi (Sol y Luna, 1941); Homilías sobre la santísima Virgen,
de san Bernardo (CCC, 1941); La ciudad sin Laura, de Francisco Luis Bernárdez (CEPA, 1941); San Agustín y el
neoplatonismo cristiano, de Régis Jolivet (CEPA, 1941); La filosofía de la cultura de santo Tomás, de Martin
Grabmann (CEPA, 1942); Nuestro amigo Pschiari, de Henri Massis (CEPA, 1942); Un gran escritor inglés: G. K.
Chesterton, de Hilaire Belloc (La espiga de oro, 1942); Dones del Espíritu Santo, de san Buenaventura (CCC,
1943); Obras escogidas, de Juan Donoso de Cortés (Difusión, 1944); Virgilio, padre de Occidente, de Theodor
Haecker (Sol y Luna, 1945); Arte y escolástica, de Jacques Maritain (Espiga de Oro, 1945); Historia de las
variaciones de las ideas protestantes, de Bousset (Difusión, 1945); Rusia y la iglesia universal, de Vladimir
Solovief (Sol y Luna, 1946); Catena Aurea, de Tomás de Aquino (CCC, 1946). Navidad y año nuevo: nacimiento y
vida de Jesús, de fray Alonso de Cabrera (Difusión, 1946); El criterio, de Jaime Balmes (Difusión, 1952); ¿Qué es
el personalismo?, de Emanuel Mounier (Criterio, 1956).
55
primer lugar, que la mayoría de estos libros ingresaron a su biblioteca entre 1938 y 1946.
Durante ese período, que abarca la Guerra Civil española y la segunda Guerra Mundial, Lezama
escribió algunos de los ensayos que sentaron las bases de su sistema poético, como “Del
aprovechamiento poético” (1938) “Conocimiento de salvación” (1939), Julián del Casal” (1941)
y “X y XX” (1945). La presencia de los antimodernos en la biblioteca del cubano será constante
hasta finales de los 50, momento a partir de cual empieza a ser más difícil seguirles el rastro.
Otro detalle valioso que arroja esta lista tiene que ver con el repertorio de temas que reúne.
En este pequeño catálogo es clara la predilección por los libros de autores medievales o que se
relacionados con éstos, se encuentran asimismo los libros que revisitan los orígenes filosóficos
de la modernidad para polemizar con sus fundadores, sobre todo con René Descartes, y para
revindicar la filosofía medieval y clásica; otra línea fácil de identificar es la de autores católicos
contemporáneos, algunos de ellos poetas o con especial interés en la poesía como un fenómeno a
Por último, de este pequeño catálogo antimoderno también se puede deducir que estos libros
tenían una gran circulación fuera de los grupos católicos. Varios de los escritores que aparecen
en esta lista publicaban además en editoriales no católicas como Losada, Espasa-Calpe Buenos
Aires, Emecé, Sudamericana o Santiago Rueda (todas fundadas entre 1937 y 1939). 45 Otros que
no aparecen, como Léon Bloy, no lo hacen justamente porque ya otras editoriales difundían sus
reimpresión de Espasa-Calpe Buenos Aires y la edición de Losada Del ente y la esencia; de Léon
45
Espasa-Calpe Argentina se fundó en abril de 1937 y su famosa colección Austral comenzó a circular en 1938. La
Editorial Losada inició operaciones en agosto de 1938 y en diciembre de ese mismo año hizo lo propio Editorial
Sudamericana. Por último, en 1939 fueron fundadas Emecé y Santiago Rueda.
56
Bloy leyó La sangre del pobre, El mendigo ingrato y El simbolismo de la aparición en la
popularísima editorial Mundo Moderno; de Charles Péguy poseía la Nota conjunta sobre
Belloc lo leyó en Emecé y La idea de una sociedad cristiana, de Eliot, en Espasa-Calpe Buenos
distribución masiva de otros países conectadas con el mercado argentino, como las chilenas
Ercilla y Zig-Zag. En esta última, por ejemplo, Lezama leyó, en regalo de Virgilio Piñera, Los
grandes cementerios bajo la luna de Georges Bernanos. “A José Lezama Lima, que aún no está
‘bien quemado’, este libro que no se atreverá a quemar antes de leerlo”, reza la dedicatoria que
En última instancia, este ejercicio de bibliotecario revela que el interés de Lezama en los
antimodernos, que en retrospectiva puede parecer anacrónico, al menos durante las décadas de
1930 y 1940 coincidió con el de muchos de sus contemporáneos. El anacronismo era una manera
efectiva de ser actual. Los antimodernos no sólo tenían un lugar en los vastos y eclécticos
catálogos de las editoriales de la época, sino que esos catálogos funcionaban, para lectores con
Hay una última cuestión que se desprende de este recorrido por la biblioteca de Lezama que
me interesa comentar. Aunque menos visible, probablemente sea la más importante para situar a
Lezama en los círculos antimodernos. Se trata de la historia que subyace a esta trama de
llamada “década infame”, porque sólo así se entenderá de qué manera las dinámicas propias de
57
este campo —que produjo libros y revistas indispensables para Lezama— tuvieron un eco en
identificar dos grupos relativamente bien definidos. El grupo mayoritario, o al menos el más
visible, estaba conformado por defensores fervientes de lo hispánico que tenían nexos directos
con la jerarquía eclesiástica, o hacían parte de ella, y se sentían inclinados a la acción política, en
esta corriente “tomará decidido partido por el bando ‘nacional’ o franquista, […] asumirá
una postura neutralista en la guerra europea, […] participará en la revolución de 1943 y
apoyará al movimiento popular no liberal y no comunista en las elecciones de 1946 […].
Creerán que combatir los errores del liberalismo lleva a renegar y combatir su principal
creación: la democracia, y por ende apoyan y buscan elementos en los regímenes que han
derrotado al liberalismo: las dictaduras, sea en su versión española, portuguesa, italiana o
austriaca” (12-13).
Entre sus órganos de difusión más importantes se encontraban Criterio y periódicos como Crisol
formados en revistas de vanguardia como Martín Fierro (1924-1927) (Cf. Devoto 152-159), que
valoraban por igual tanto su compromiso con la Iglesia como su independencia crítica y creativa.
El modelo de este último grupo fue Jacques Maritain, un filósofo con inquietudes artísticas y
46
Recuérdese que la Action française, el movimiento político que lideró Maurras, fue condenado por el Papa Pio XI
en 1926 y que el periódico de la organización y varios de los libros de su líder fueron incluidos en la lista de libros
prohibidos. En la biblioteca de Lezama sólo se conserva un libro de Charles Maurras: Vers un art intellectuel.
Barbarie et poésie (1925). El libro tiene una dedicatoria que indica que fue un regalo.
58
cuya noción de independencia les permitía conciliar la libertad intelectual con las exigencias de
en ellos hay “una constante que va desde el apoyo a la República española (fenómeno con
características especiales en los descendientes del pueblo Vasco) o neutralidad en ese
conflicto; a la toma de posición a favor de los llamados ‘países democráticos’ o aliados
en la guerra europea, y llegado el momento en el país, a la opción ‘contra el partido y el
candidato fascista’, apoyando a los candidatos de la Unión Democrática en 1946 […].
[Para estos intelectuales], recristianizar la sociedad, imponer el reinado de Cristo,
significa hacer un frente común contra el fascismo-comunismo y sus representantes
locales. Dicen estar, por principio, contra todo totalitarismo, y buscan tener presencia
especialmente en sectores de las clases dominantes y sectores medios profesionalizados.
La revista Sur, entre otras, cobijará este tipo de análisis católico” (12-13).
Pese a sus diferencias, la visión crítica de la modernidad que compartían estas dos facciones
(que, por lo demás, salvo unas pocas excepciones, se apoyaban en prácticamente las mismas
fuentes teóricas) hizo posible que pudieran convivir de manera relativamente pacífica hasta
1936. En publicaciones como Criterio, esta convivencia fue cordial durante sus primeros años,
época en la que “la revista tenía amplísima autonomía para tratar los temas y ello hacía que
enfoques contradictorios […], con implicancias no sólo políticas sino filosóficas y religiosas,
fueran comunes y que muchos debates tuvieran lugar en sus páginas” (Devoto 213). Firmas
indisociables de Sur, como Jorge Luis Borges o Eduardo Mallea, llegaron a participar en ella. El
autor de Ficciones también publicó en Sol y luna y asistió y dio charlas en el Convivio que los
El acontecimiento que fracturó de manera definitiva “el ala restauradora” y “el ala liberal-
pluralista” del catolicismo argentino fue la visita de Jacques Maritain a Buenos Aires en agosto
47
Sobre este tema véase el capítulo que Nora Pasternac le dedica a “las corrientes cristianas” en Sur en su libro Sur.
Una revista en la tormenta. Los años de formación 1931-1944. Sobre Borges y el catolicismo argentino véase
“Simpatías y diferencias. Borges y la intelectualidad católica argentina en la segunda mitad de la década del veinte”,
de Lucas Martín Adur.
59
de 1936 (Buchrucker 181). El filósofo francés estuvo dos meses en el país sudamericano invitado
por los CCC y el Centro de Estudios Religiosos, aunque hubo otras instituciones —como Sur, la
Sociedad Hebraica Argentina y el PEN Club— que también fueron sus anfitriones. La visita,
ansiosamente esperada por los intelectuales católicos, cambió de manera radical la recepción de
Maritain en América Latina. Dos fueron sus consecuencias principales. La primera, que aceleró
cómo de 17 artículos de él o sobre él publicados entre 1925 y 1935, en los años posteriores a su
visita Argentina, entre 1936 y 1940, se pasó a 105 y el número de sus obras traducidas al español
se multiplicó (116-7). En el Caribe hispano, además de Cuba, su obra despertó interés en Puerto
Rico, donde fue publicada por la revista cultural Asomante (1945-1970).48 La segunda
consecuencia fue que las ideas que sostuvo en Argentina precipitaron la radicalización del campo
española, fundadas en un rechazo inequívoco del fascismo y el nazismo, les revelaron a los
grupos más conservadores del catolicismo argentino una faceta del filósofo tomista que no
48
Asomante publicó a Maritain, en traducción de Pedro Salinas, en el tercer número de la revista (1945). El texto,
titulado “Fundamentos de la democracia”, es un comentario a uno de los artículos de T. S. Eliot que después
pasarían a integrar sus conocidas Notes Towards the Definition of Culture (1948).
49
Los estudios más completos del periplo argentino de Jacques Maritain son el de José Zanca (58-88) y el de Olivier
Compagnon, hasta ahora el único trabajo que ofrece una visión comprehensiva de la influencia del filósofo francés
en América Latina (109-135). Sobre la significación de este viaje también escriben Zanatta (Del estado liberal 190-
208) y Buchrucker (180-182). “Es necesario destacar que la ‘defección de Maritain constituyó un duro golpe para el
60
La desilusión que generaron estas posturas se vio agravada por los nuevos vínculos que
Maritain estableció en Buenos Aires. En particular, causaron molestia sus relaciones amistosas
con Sur —ese “petit cercle de gens snobs et de gauche”, al decir de Enrique Osés, un nombre
cuenta la importancia que esta publicación tuvo para Lezama. En su estudio sobre las relaciones
entre Orígenes y la revista que fundó Victoria Ocampo, Nancy Calomarde ha mostrado la
manera en que Sur modeló el canon de la literatura argentina y europea que le interesó a Lezama
y los origenistas (64). Esta función mediadora, que aparece registrada “de manera informal en las
correspondencias cruzadas entre Lezama Lima y Feo y de manera formal en la agenda de autores
y obras” de Sur que llamaron la atención de Orígenes (64), puede de hecho identificarse desde
una época muy anterior. Ya en Verbum, la revista que Lezama dirigió a sus 26 años, se reproduce
larga. Allí se encuentran desde Silvina Ocampo y Jorge Luis Borges hasta Eduardo González
Lanuza, Vicente Barbieri y el ficcional H. Bustos Domecq; desde Graham Greene y Roger
Caillois hasta Virginia Woolf, Cyril Connolly, Albert Camus y el crítico protestante Denis de
Rougemont.
Lo que no resulta tan evidente en este panorama rápido de sus relaciones es el impacto que
¿Cómo reaccionó el campo intelectual cubano a esta disputa de los católicos argentinos? ¿De qué
nacionalismo restaurador que hasta ese momento siempre había sostenido orgullosamente que ‘todos’ los
intelectuales católicos compartían sus posiciones básicas”, concluye este último (181). Sobre la importancia de la
visita de Maritain para Victoria Ocampo y Sur, véase el interesante trabajo de Nora Pasternac (102-127).
50
Se trata de un par poemas póstumos de Federico García Lorca tomados del número 34 de la revista argentina y
comentados por Gastón Baquero, otro veinteañero.
61
manera pudo Lezama enterarse de ella? En Cuba, a diferencia de lo que ocurría en Argentina, el
campo cultural católico no tenía la misma preeminencia en la esfera pública. Las revistas San
Antonio (¿?-1937) y Semanario Católico (1938-1955) —las más cercanas al modelo de revista
última instancia los referentes e interlocutores de Lezama. Fuera de los círculos estrictamente
católicos, sin embargo, las polémicas llegaron a tener cierta resonancia. El mejor ejemplo de ello
publicación y debido a que sus redes de circulación coincidían con las de Lezama, Ultra es un
además, entender la perspectiva que informó el conocimiento que Lezama tuvo de ellos.
Ultra publicó su primer número en julio de 1936, pocos días antes de que se iniciara la
afirma que el objetivo de la revista es ofrecer “directa y pronta traducción de las vibraciones más
resonantes del pensamiento contemporáneo” (2). “Por esta razón será una REVISTA DE
prueba un recorrido por sus páginas: una selección de textos, en su mayoría breves, que traen
noticias de actualidad de diferentes partes del mundo, sobre una enorme variedad de temas y
Desde sus primeros números la revista reservó un espacio habitual para dar cuenta de los
principales debates del mundo católico. El título de algunos de los textos publicados ya enseña
(agosto/1937), “El cristianismo ante las dictaduras” (agosto/1937), “La iglesia católica y el
62
capitalismo” (diciembre/1937), “Comunismo y fascismo” (marzo/1938), “El comunismo de los
primeros cristianos” (mayo/1938), “El fascismo y la iglesia” (marzo/1939). Éstos y otros de los
varios trabajos que sobre estos asuntos recoge Ultra provenían de España, Francia, Estados
Unidos e Inglaterra, e incluían firmas de autores como Nicolas Berdiaeff, Étienne Gilson,
o Crisol sino la revista Sur. El primer texto de Jacques Maritain en Ultra apareció en abril de
1937 con el título “Ideas de política cristiana”. Originalmente publicado en Sur en diciembre de
1936, el texto era una transcripción de la conferencia que el francés había dado en las
instalaciones de la revista de Ocampo durante su visita a Buenos Aires. 51 Pero ésta no fue la
única vez que el autor de Arte y escolástica fue incluido en la revista habanera. En enero de 1937
una pequeña nota anunció y comentó el lanzamiento de Humanismo integral (1936)52; después,
en julio de 1938, otro ensayo breve, “El cristiano y el mundo”, fue reproducido en sus páginas;
en octubre del año siguiente apareció “Racismo, cristianismo y democracia”, una selección de
fragmentos de otro texto del francés publicado previamente en Sur. Aunque Ultra aspiraba a la
imparcialidad, las contribuciones que venían de la revista argentina — de autores como Augusto
José Durelli53 y Rafael Pividal54— y en general los trabajos que se ocuparon de cuestiones
51
La conferencia se encuentra en la primera página de Sur. Su título es “Conferencia de Jacques Maritain a
propósito de la ‘Carta sobre la independencia’”.
52
La pequeña nota, sin firma, dice lo siguiente: “El autor, católico, se dirige a los cristianos y a los no cristianos a
quienes preocupen las realizaciones del cristianismo en el orden de la civilización y de la vida temporal de los
hombres. A los primeros, les recomienda ponerse en condiciones de oponer una doctrina a otra doctrina, un ideal a
otro ideal. Dirigiéndose a los discípulos de Karl Marx, les desea que comprendan el anhelo de equidad que lo ha
guiado en su crítica a la filosofía del maestro. El autor ha tratado de definir frente al marxismo sus propias
posiciones, orientadas hacia un humanismo integral y hacia una idea justa de la libertad” (“Humanismo” 15).
53
“Divisiones católicas”, diciembre de 1938.
54
“Los católicos, la política y el dinero”, junio de 1939.
63
católicas durante estos años, seguían la misma línea de pensamiento maritaniana que causó tanta
La principal preocupación del sector antimoderno al que le da voz Ultra era cómo articular
la vocación espiritual, trascendente, del catolicismo con un programa de acción que respondiera
presentaban como las únicas opciones viables. Maritain representó justamente la posibilidad de
organizar este programa. Su texto “Ideas de política cristiana” —publicado un par de meses
después de que la revista (a instancias de Juan Ramón Jiménez) convocara a los poetas de Cuba a
elegidos para la antología La poesía cubana en 1936, en la que como bien se sabe participó
Lezama (“Festival de la poesía cubana” 375) 55—, este texto, reitero, formula este programa de
Se trata, si queréis, de intentar rehacer una cristiandad, o de ver en qué condiciones sería
posible y pensable hoy una nueva cristiandad totalmente distinta de la medieval. Lo cual
quiere decir que hay otra solución, que debe haber otra solución del dilema fascismo o
comunismo; y que, a mi juicio, sólo puede dar esta solución una filosofía y una actividad
de inspiración cristiana, orientadas hacia lo que he llamado humanismo integral, y hacia
una justa idea de la libertad […]. Las posiciones que creo verdaderas se oponen a lo que
se llama vulgarmente fascismo, mejor dicho (porque esta palabra es equívoca) se oponen
al totalitarismo del Estado político y a la violencia dictatorial de derecha, así como se
oponen al comunismo y a la violencia dictatorial de la izquierda, y ello precisamente por
oponerse al comunismo […]. Creo que el orden temporal, en el orden temporal de la vida
terrena, y no sólo en lo que se refiere a la vida eterna, llegará quizás un momento en que
el cristianismo aparecerá ante los hombres como la última esperanza (312-3).
55
Así inicia la convocatoria, firmada por Fernando Ortiz, del festival de poesía: “Por sugestión feliz del poeta
español Juan Ramón Jiménez, que tanto ha honrado con su colaboración a la institución Hispanocubana de Cultura,
la Junta Ejecutiva de esta Sociedad ha tomado el acuerdo de celebrar un Festival de la Poesía Cubana previo un
certamen con las siguientes bases” (“Festival de la poesía cubana. Convocatoria” 178). Una de esas bases consiste
en patrocinar la impresión de “una edición no menor de un mil ejemplares del florilegio La poesía cubana en 1936”
(178).
64
Cuando dos meses después de la aparición de este ensayo Lezama puso a Verbum, su
primera revista, bajo la tutela del “humanismo integral que se está dictando de nuevo en la severa
cátedra escolástica de Maritain” (Verbum 62), era precisamente esto lo que tenía en mente. La
propuesta de Verbum para recuperar la universidad cubana (propuesta a la que volveremos con
más detalle en el siguiente capítulo), resulta más concreta y transparente en cuanto se la lee al
La Universidad ha sido hasta ahora un mero eco de las equivocaciones radicales que
dentro del demos suelen presentarse en forma de llamadas contradictorias y de antinomias
irresolubles […]. Estamos urgidos de una síntesis, responsable y alegre, en la que
podamos penetrar asidos a la dignidad de la palabra y a las exigencias de recalcar un
propio perfil, un estilo y una técnica de civilidad (61).
Entre 1937 y 1940, años decisivos para Lezama, Ultra no sólo respaldó la difusión del
programa maritaniano con contribuciones que continuaban su línea de pensamiento, sino que
además se encargó de diferenciarlo del que defendía la rama más conservadora del catolicismo,
ya no únicamente argentino, sino también cubano. Lezama debió leer textos como los del
argentino Augusto José Durelli también en clave cubana: “Creo que no debo demorar más en
expresar la situación en que nos encontramos algunos católicos argentinos: los católicos que no
creemos que nacionalismo y catolicismo sean palabras sinónimas y que la guerra civil española
sea una guerra santa, que inicia ya sobre la tierra el reino de Cristo” (518). 56 No será gratuito que
unos meses después (marzo 1939), junto a un artículo del New York Times sobre las críticas de
Pio XII al “neopaganismo fascista”, los editores de Ultra tomen un párrafo de un artículo de un
56
El texto de Durelli apareció en Sur en agosto del 1938 y en Ultra en diciembre del mismo año. Su irónico título
original, “La unidad entre los católicos”, en la revista cubana fue modificado para transmitir un mensaje más directo.
65
Esas revistas católicas que han sido copadas por las fuerzas reaccionarias son más
peligrosas al programa católico de justicia social que los mismos comunistas. El Partido
Comunista sigue abiertamente las enseñanzas de sus líderes, pero esas revistas tienden a
ignorar las enseñanzas del Papa en cuanto a su aplicación se refiere (“Prensa católica”
307).57
Revistas argentinas como Criterio, Crisol o Sol y luna fueron, en este sentido, un modelo de
publicación que tenía equivalentes en todo el continente americano. La pequeña nota en Ultra
pretendía poner en evidencia, de un modo similar al que lo hacía Sur, a publicaciones como
¡Arriba España!, San Antonio, entre otras (Cf. Cuadriello, Los españoles en las letras cubanas
220-23).
Este recorrido por Ultra nos muestra que, para la intelectualidad cubana, la revista de
Victoria Ocampo no significó solamente un marco de referencias literarias. Fue también un filtró
católica militante en la esfera pública cubana (el papel de Ultra fue sobre todo de difusión) 58,
Lezama y los de su grupo pasaron a ocupar ese lugar, o al menos así lo veían las otras fuerzas del
campo intelectual cubano (Cf. Rojas, Tumbas sin sosiego 112-144). Ni él ni ninguna de sus
revistas —ni siquiera Nadie Parecía, la más abiertamente religiosa de todas— formularon nunca
una agenda católica explícita al estilo de Criterio o Sol y Luna. Las contrapartes de éstas en Cuba
serían, como ya dijimos, San Antonio, Semanario Católico y, después, aunque ya en un contexto
religiosos muy distinto, La Quincena. Sin embargo, a través de Sur, sí incorporaron algunas de
sus temáticas y reprodujeron algunas de sus elecciones estéticas, sugiriendo así una continuidad
Sur hará una advertencia muy similar sobre la revista Sol y Luna también a mediados de 1939. “No siempre es
57
melancólico el ejercicio de examinar el segundo número de Sol y Luna (junio, 1939); a veces es también alarmante.
Hasta los avisos son tremebundos, cuando no inverosímiles” (“Capricho español” 70).
58
Téngase en cuenta que, como dice Cuadriello, al menos durante los años de la Guerra Civil española
prácticamente ningún intelectual cubano de peso publicó en revistas franquistas como San Antonio, ¡Arriba España!
o Nueva España.
66
entre un sector del campo antimoderno argentino y el cubano. Una continuidad parcial, oblicua
(otra vez el término de Calomarde), que permitía un apropiación selectiva de ideas y actitudes.
siempre diferencias, diferencias que son necesarias y que no hacen sino manifestar la diversidad,
la complejidad y al mismo tiempo la libertad humanas. Esas diferencias […] expresan el respeto
Mientras que el grueso del movimiento católico argentino contaba con un respaldo popular
que auguraba su rentabilidad política, la matriz católica en la que se inscribía Lezama apelaba a
una élite intelectual que tendía a identificar literatura y religión a la vez que mostraba cierto
desdén por la mundanidad de la política. Ese catolicismo minoritario es el que Lezama logró
llevar al centro de la ciudad letrada cubana, cuya “concepción abierta y respetuosa del debate
intelectual” (Rojas 120) contrastaba con la radicalización ideológica argentina, que enfrentaba a
los católicos no sólo a las demás fuerzas del campo intelectual, sino que también los dividía
internamente. Dicho de otro modo: ser antimoderno y resistirse a la tentación del fascismo era
más fácil en Cuba que en Argentina. La presión para tomar partido era muchísimo menor. Las
disputas sobre la guerra española y el fascismo que fracturaron al catolicismo argentino están
lejos de la posición casi unánime a favor del bando republicano que se dio en la isla.
El recorrido que hicieron las ideas antimodernos antes de llegar a Cuba y el contexto en que
Lezama se apropió de ellas pone en evidencia no sólo el prestigio intelectual de ciertos autores
antimodernos en el período entreguerras, sino que además devela su capacidad para crear
vínculos transnacionales a distintos niveles. Lezama participaba de esta red sobre todo a través
de revistas y autores españoles y argentinos. Estos últimos a su vez eran un puente que conectaba
67
con el catolicismo de Francia e Inglaterra. Desde una perspectiva más amplia, este mapa da
**
Una biblioteca es una promesa no sólo de lectura sino también de escritura. La historia de la
formación y las múltiples configuraciones de sentido que alberga la biblioteca de Lezama están
atadas de un modo inextricable a sus textos. La única manera que tenemos de valorar la
reflejada en sus textos. Ése es justamente el ejercicio que haré en los siguientes capítulos de esta
disertación. Para ello trabajaré con un conjunto de ensayos de Lezama que se ocupan de autores
alrededor de los cuales es posible articular varios de los motivos que caracterizan el ideario
antimoderno del cubano. Esos textos son “Conocimiento de salvación” (1939), “Calderón y el
Claudel” (1955) y “La dignidad de la poesía” (1956). Todos son trabajos publicados en los dos
primeros libros de ensayos de Lezama, Analecta del reloj (1953) y Tratados en La Habana
(1958), pero que originalmente aparecieron en revista culturales de Cuba y Puerto Rico.
Aunque éstos no son los únicos ensayos de Lezama que voy a discutir en los siguientes
torno a ellos resulta posible agrupar otros textos atravesados por temáticas similares
ensayos teóricos breves de finales de la década de 1930) y de ese modo darle coherencia a la
faceta antimoderna de Lezama. La participación del autor de Paradiso en las redes intelectuales
68
antimodernas de mitad del siglo XX está hecha de referencias sobreentendidas que, por eso
mismo, no suelen pasar de la mención velada o de la cita marginal, están “por encima y por
que éstos le conceden a autores como Claudel o Chesterton, es útil en la medida en que facilita la
tarea de descubrir los hilos invisibles, difusos, que conectan a los pasajes, citas, menciones y
asociaciones imprevistas (como ocurre con Dostoievski en “La dignidad de la poesía”) que le
69
CAPÍTULO II
Hoy son pocos los que recuerdan que durante la primera mitad del siglo XX el poeta, dramaturgo
y crítico literario Paul Claudel fue admirado en América Latina y Europa. La religiosidad no
escritor respetado y, al mismo tiempo, el blanco ideal de críticas y agresiones por parte de
diversos sectores del estamento cultural. Si los testimonios que de él dejaron autores tan
disímiles como André Gide (1869-1951), Charles Maurras o André Breton (1896-1966) son
puestos junto al “plus jamais Claudel” de los jóvenes parisinos de 1968, la profanación de su
tumba en mayo de 1968 y los recientes retratos cinematográficos de Claude Chabrol y Bruno
un hombre censurable y un escritor de vez en cuando ejemplar.59 Tal vez el mejor resumen de
59
Sobre las pasiones que Claudel despierta en la cultura francesa y sobre los posibles matices de estas etiquetas
véase el libro de Gilles Cornec L’Affaire Claudel (1993). La película de Dummont, Camille Claudel 1915 (2013),
recrea los primeros días de la hermana del poeta en el asilo de enfermos mentales del que Claudel se rehusó a
sacarla. Inspecteur Lavardin (1986), la película de Chabrol, presenta una imagen aún más oscura y violenta del
poeta. Uno de sus personajes más desagradables, un poeta católico que intenta abusar sexualmente de su hijastra,
está inspirado en Claudel .
70
este perfil ya habitual de Claudel sean los versos de W. H. Auden con los que inicia una reseña
del 2004 sobre una de sus piezas de teatro en The Guardian: “Time will pardon Paul Claudel,/
a veces vergonzante, que acompañaba sus lecturas Claudel. Alejo Carpentier, que había
escribió desde Venezuela una nota necrológica celebrando su genialidad y lamentando que
hubiese sido “un abogado de malas causas” (“La muerte de Claudel” 264).61 En México, después
de llamarlo “una de las voces más poderosas del siglo”, una de las “ramas más fuertes, más
opulentas, más pesadas” del “gran árbol de la literatura”, Elena Poniatowska anotó que nadie
“recordó que Claudel le había hecho un poema a Pétain” (135-6)— aunque de hecho era eso lo
que más se recordaba. En La Habana, varios intelectuales, entre ellos José Lezama Lima, se
reunieron en el Lyceum para rendirle un homenaje a Claudel pero, según cuenta Guillermo
Cabrera Infante, el poeta surrealista José Álvarez Baragaño (1932-1962) los interrumpió “para
producir lo que fue un anticlímax: una pobre diatriba contra Claudel que terminaba no con las
60
Esta alusión a Auden está basada en una confusión, quizás intencional, por parte del reseñista. Las palabras
exactas del poeta inglés son diferentes: “Time that with this strange excuse/ pardoned Kipling and his views,/ and
will pardon Paul Claudel,/ pardons him for writing well” (95). Este último verso no se refiere a Claudel sino a W. B.
Yeats, autor a cuya muerte está dedicado el poema. El título del poema es “In Memory of W. B. Yeats” y sólo
incluye estos versos en su primera versión de 1939. Como comentario al margen, quizás también valga la pena
mencionar que Roberto Fernández Retamar usó estos mismos versos de Auden para referirse a Borges en la
antología de Páginas escogidas que en 1988 preparó para Casa de las Américas.
61
“La muerte de Claudel”, apareció en El Nacional de Caracas el 24 de febrero de 1955. Al día siguiente Carpentier
publicó otro texto sobre el francés en el mismo diario: “Un recuerdo de Paul Claudel”. Además de estos dos, el autor
de El reino de este mundo escribió nueve artículos sobre Claudel en las páginas de El Nacional de Caracas: “El arca
de Noé”, “El apocalipsis de Claudel”, “Conócete a ti mismo”, “Cartas de Claudel”, “Aragon rinde homenaje a
Claudel”, “Claudel y la muerte”, “Nacimiento de una gran obra”, “En torno al Apocalipsis”, “La juventud de un
genio”. Sobre la relación de Carpentier y Claudel, específicamente sobre su influencia en El arpa y la sombra
(1978), véase Klaus Müller-Bergh “The Perception of the Marvelous: Paul Claudel and Carpentier’s El arpa y la
sombra”.
71
posibles frases de fuego de un Breton tropical, sino con la frase bíblica: ‘Dejad que los muertos
Las referencias podrían multiplicarse, y en todas ellas se encontraría una narrativa similar:
en muy poco tiempo Claudel pasó de ser portada de la revista Time (1929) a simbolizar un ideal
de poeta caduco y éticamente censurable; llegó no sólo a encarnar las creencias de un mundo que
se consideraba ya desaparecido —lo que para algunos hacía ilegible su obra—, sino que además
personificó los peores defectos del buen escritor. “En el siglo XX”, comentó Octavio Paz en una
entrevista con Claude Fell, “hemos visto a muchos y grandes escritores ceder ante las exigencias
de los partidos y las iglesias. Pienso en Claudel y en sus odas a Franco y Pétain; pienso en
Aragon y Neruda, en sus odas a Stalin […]. El siglo XX ha sido el siglo del ‘déshonneur’ de los
poetas, como decía Benjamin Péret” (“Vuelta al Laberinto de la soledad”, 187). Sin duda esta
opinión no era únicamente de Paz: para la mayoría de sus colegas Claudel ejemplificaba,
ciertamente más que Neruda, el deshonor; era el pobre poeta con el que nadie quería salir en la
foto.
Salvo Lezama.
Es cierto que otros escritores latinoamericanos también sintieron un aprecio similar por
Claudel. En la lista de sus entusiastas lectores se encuentran no sólo poetas católicos como
Carlos Pellicer, Leopoldo Marechal, Gastón Baquero o Francisco Luis Bernárdez —los dos
62
La versión de Leonardo Acosta de lo que ocurrió en ese evento aporta nuevos detalles: “Por esos años se organizó
en el Lyceum de Calzada y 8 un conversatorio sobre Paul Claudel al cual acudieron tres generaciones de escritores.
Los organizadores eran los intelectuales más o menos oficiales del ancien régime, que invitaron a los del grupo
Orígenes por tratarse de un poeta católico como Claudel, pero en el fondo sospecho que fue porque ellos sabían
poco o nada de Claudel. Los más jóvenes, encabezados por el poeta surrealista José Baragaño y el crítico de cine G.
Caín (como se conoce era Guillermo Cabrera Infante), situados entre el público, armaron un escándalo digno de
mejor causa. Confundían a los intelectuales ‘establecidos’ con los de Orígenes y se perdieron lo mejor, que era
precisamente la diferencia entre unos y otros, que se manifestaron en el acto. Creo que fue Luis Baralt quien hizo la
apertura y al presentar a Lezama, cometió la marfilada de anunciar: ‘Ahora damos la palabra a los especialista en
Claudel’. Lezama recogió el guante y en lugar del consabido ‘señoras y señores’ comenzó diciendo: ‘la poesía es
negación de toda especialidad’ (en Gutiérrez 103-4).
72
últimos autores de sendas notas sobre su muerte en el Diario de la Marina63 y en la revista Sur.64
Aunque suele olvidarse, también lo admiraron Jorge Luis Borges65, el filósofo cubano Humberto
Piñera Llera (el hermano de Virgilio)66, Juan José Arreola67 y, sobre todo, Alfonso Reyes, quien,
además de identificarse con su doble condición de diplomático y hombre de letras, fue uno de
sus primeros traductores al español.68 Con todo, y pese a que son varios e importantes los
claudelianos en América Latina, el autor de Paradiso fue uno de los pocos que siempre mostró
hacia el poeta francés una admiración pública sin condiciones, y prácticamente el único que hizo
Lezama escribió tres ensayos sobre el poeta francés: “Conocimiento de salvación” (1939),
pequeño texto del poeta católico en Verbum y en 1955 incluyó una traducción de la pieza teatral
63
“En la muerte de Paul Claudel” apareció el 25 de febrero de 1955. Diez años después Baquero celebró el
aniversario de la muerte del poeta francés con un texto en la revista española Arriba: “Claudel, o el retorno de la
grandeza”. El primero de estos artículos fue recogido en Geografía literaria (2007) y el segundo en Fabulaciones en
prosa (2014).
64
“Impresión de Claudel” se titula la nota de Bernárdez. Además de colaborar en Sur, el argentino también participó
regularmente en la revista católica Criterio y junto a Leopoldo Marechal jugó un papel clave en la consolidación de
Convivio, la sección cultural de los Cursos de Cultura Católica. Su libro de poemas El buque (1935) fue elogiado
por Jorge Luis Borges, uno de sus amigos más cercanos. Su nota sobre Claudel abrió el número de la revista.
65
En su sección de actualidad literaria en El hogar, entre 1935 y 1938, Borges reseñó varias veces la publicación de
obras de Claudel o sobre él. El argentino también se valió de él para sentar su posición sobre la amenaza Nazi en
Europa (Borges en El hogar 33; 132).
66
Director de la Revista cubana de filosofía (1946-1959), Piñera Llera también escribió sobre Claudel en el editorial
del número 13 de la revista. Allí lo comparó con Thomas Mann, quien murió el mismo año.
67
Arreola llegó a decir de Claudel que estaba “instalado en un nivel muy alto. Es un poeta de voz bíblica; tal vez sea
el más grande poeta de este siglo” (Preciado Zacarías 277).
68
En 1931 Reyes tradujo uno de los textos de Positions et propositions (1928) en su revista Monterrey. De acuerdo
a Paulette Patout, durante su primera estancia como diplomático en Francia Reyes leyó a “Léon Bloy, Francis
Jammes, Péguy, Maritain, conversos todos a la edad madura, y sobre todo a Claudel, poeta y diplomático como él,
hacia quien sentía un aprecio del que no renegó jamás: ‘él es el más grande poeta de Francia […], sabe cantar la
grandeza de las cosas simples y crear cantos profundos y muy bellos’” (98; mi traducción).
69
Ya anteriormente, en 1943, Vitier había traducido para su revista Clavileño (1942-1943) dos poemas de Claudel:
“San José” y “Santa Escolástica”, y en 1951publicó en la revista teatral Prometeo “Contorno del teatro de Claudel”.
Otro escritor cercano a Lezama, Guy Pérez Cisneros, también escribió en 1948 una crítica sobre “La anunciación a
73
referencias directas se le suman las menciones rápidas de su nombre, las alusiones veladas a sus
obras o la apropiación de algunos de sus temas o ideas, se verá que la presencia de Claudel en la
obra de Lezama no sólo es constante, sino que está libre de advertencias y reproches.70
Esta sorprendente incondicionalidad resulta valiosa porque una vez se la analiza en detalle
efecto, estudiar los hilos que dan forma a esta relación, como me propongo hacer en este
capítulo, es interesante porque con ella sale a la luz una parte de la biblioteca de Lezama que,
aunque inexplorada, ha sido uno de los principales motivos de disputa entre los estudiosos de su
obra. El Lezama católico que evoca el nombre de Claudel y contra el que, como vimos en la
introducción, ha reaccionado gran parte de la crítica reciente, es en realidad muy poco conocido.
Esto es así no sólo porque su vínculo con Claudel aún no ha sido estudiado en detalle, sino
porque el poeta francés es solamente el nombre principal entre un grupo de escritores católicos
franceses que, si bien menos conocidos, fueron leídos con igual curiosidad por Lezama. Decir
Paul Claudel es, en cierta medida, decir también León Bloy, Charles Péguy, Jacques Maritain,
Étienne Gilson, Georges Bernanos, Emmanuel Mounier, Gabriel Marcel, Charles du Bos, y
varios más. Pese a ser muy diferentes entre sí, estos escritores eran percibidos en el campo
María” en Prometeo. Por último, Virgilio Piñera tradujo para Ciclón un fragmento de las Mémoires Improvisées de
Claudel que nunca llegó a publicarse. Tenemos noticia de esta traducción por una carta de abril de 1955 a José
Rodríguez Feo: “Al fin llegó Mémoires Improvisées. He traducido el capítulo sobre el Arte Poética! Como verás, ha
dado 11 páginas de tamaño oficio” (Piñera 280).
70
Lo que no ocurre, por ejemplo, en los casos de Carpentier y de Vitier, quienes de hecho a veces elogian al francés
con mayor énfasis que el propio Lezama. A este respecto, no deja de ser curioso que después de la década del 60 el
nombre de Claudel haya prácticamente desaparecido de la obra de Vitier, y que cuando eventualmente se lo
menciona sea combinando elogios y amonestaciones. En una fecha tan reciente como 2009 Vitier declaraba lo
siguiente: “Hasta qué punto se puede sostener —como yo, intrépidamente, lo hago a esta altura de mi vida— que la
poesía es revolucionaria. Un ejemplo fue Paul Claudel, que era reaccionario ideológicamente. Se atrevió a defender
a Franco, y cometió una serie de errores y disparates. Pero su poesía lo ensalza a uno hacia el bien, hacia lo utopía,
hacia lo imposible, en un sentido siempre creador” (“Cintio Vitier”).
74
compartían una visión crítica —en unos más radical que en otros— de la modernidad; eran
antimodernos o, dicho de otra manera, escribían alegatos y diatribas contra el mundo moderno
(contra lo que entendían como moderno) pero lo hacían en formas artísticas o filosóficas
Maritain o las novelas de Bloy, serían inconcebibles al margen de esta tensión que también es
Para explorar el Claudel de Lezama a la luz de estas ideas he dividido el presente capítulo en
tres partes que, en lo esencial, siguen un orden cronológico. En la primera parte, examino el
momento y la manera en que el nombre de Claudel aparece por primera vez en el universo
lezamiano. Allí veremos que el pequeño texto del francés que Lezama incluye en Verbum sienta
las bases sobre las que se desarrollará la relación entre ambos y a la vez remite a una serie de
conexiones cardinales para entender el contexto en que se inscribe esa relación. En la segunda
parte revisaré algunos ensayos tempranos de Lezama que muestran que la lectura de Claudel le
resultó decisiva para elaborar sus propias genealogías de la modernidad y así posicionarse en uno
de los debates claves de las décadas de los 30 y los 40 en América Latina: la oposición entre el
ideal de poesía pura y el surrealismo de Breton. Finalmente, en el último apartado haré una
lectura de algunos breves ensayos teóricos de Lezama de la década del 50, sobre todo “Loanza
epistemología de la poesía fue sin duda uno de los antecedentes principales del sistema poético
75
1. Claudel en Verbum
“Descartes” es el título del breve ensayo de Claudel que Lezama incluyó en noviembre de 1937
Las preguntas propuestas por la revista “Les Nouvelles littéraires” eran las siguientes:
1. ¿Ha leído usted íntegramente el Discurso del método?
2. ¿Lo ha vuelto a leer? ¿Por qué? (229)
El primer interrogante que suscita el texto de Claudel tiene que ver con la decisión editorial que
llevó a incluirlo en la revista. ¿Por qué publicar un trabajo del “gran poeta católico” justo en el
momento en que su nombre provocaba el mayor rechazo tanto en Europa como en América
Latina? ¿Por qué, además, elegir precisamente un texto que no hacía ninguna mención al gran
Antes de 1937 el prestigio del poeta francés entre los intelectuales latinoamericanos era
todavía enorme. En 1913 su obra había empezado a circular en el mundo hispano gracias a la
traducción de Enrique Díez Canedo de una de sus Cinco grandes odas (1911) y desde entonces
revistas de las más diversas orientaciones le abrieron sus páginas. Menciono algunas: en 1919
Enrique Gómez Carrillo reprodujo la traducción de Díez Canedo e hizo versiones propias de
famosa “Parábola de Animus y Anima”; en 1931 Alfonso Reyes incluyó unos versos del francés
sobre Río de Janeiro en el quinto número de Monterrey. Correo literario (1930-1937); en 1932
76
América Latina, tradujo para la revista estudiantil de la Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad de Buenos Aires, llamada también Verbum, los poemas “El niño Jesús de Praga” y
“La virgen a mediodía”. Entre las revistas católicas que publicaron textos suyos o se sirvieron de
su nombre destacan las argentinas Criterio (1928-en circulación) y Heroica (1928-1957). Esta
última, por ejemplo, hizo de unas palabras de Claudel su lema: “La juventud no ha sido hecha
Quizás el punto culminante de su recepción en América Latina fue la difusión del homenaje
que en diciembre de 1936 le hiciera la Nouvelle Revue Française (1909-), la revista literaria
europea de mayor reconocimiento entre las élites letradas del continente. El homenaje fue
reseñado en febrero de 1937 en Sur por el filósofo Emile Gouiran y comentado irónicamente por
Borges desde las páginas de El hogar: “La validez poética de Claudel es indiscutible. ¿A qué
molestarlo con elogios que se parecen tanto a la parodia y tan poco a la comprensión?” (33).
El panorama que permite trazar esta lista de publicaciones en la que coexisten revistas
circulación masiva con otras, como Monterrey, esencialmente privadas, cambió radicalmente en
1937, el año en que Lezama incluyó a Claudel en Verbum. En ese año, en medio de la
radicalización ideológica agudizada por la Guerra Civil española, Claudel publicó un par de
textos que, aunque nacieron de la desinformación, dejaban en claro sus simpatías franquistas. Su
poema “Aux martyrs espagnols” apareció en junio de ese año como prefacio del libro de Joan
Estelrich La Persécution religieuse en Espagne y, poco después, fue reproducido en las páginas
del semanario católico Sept.71 El poema, traducido de manera casi inmediata por Jorge Guillén y
71
Joan Estelrich (1896-1958) fue “un curioso político e intelectual, que tiene una trayectoria muy representativa de
una parte prácticamente olvidada del conservadurismo catalán; aquélla que establece vínculos entre L’Action
Française de Charles Maurras con España y sobre todo con Cataluña; una derecha partidaria de una monarquía
77
Leopoldo Marechal, se convirtió rápidamente en herramienta de propaganda para los
Editora Nacional— la primera versión completa en español de una de sus obras de teatro, El
libro de Cristóbal Colón, traducida por Luis Felipe Vivanco, sobrino de José Bergamín). El
poema también generó indignación y vergüenza entre los intelectuales republicanos, en ese
Defensa de la Cultura.
Pero esto no fue todo. Sólo un mes después de la aparición del poema, Claudel escribió para
republicanos y clamaba por una respuesta enérgica de parte del bando nacional. El texto era
también una ataque directo al filósofo Jacques Maritain, el otro gran intelectual católico del
momento, quien, como vimos en el capítulo anterior, había advertido sobre los peligros de
Por supuesto que Lezama estaba al tanto de esto cuando decidió incluir a Claudel en el
tercer número de Verbum.73 Además de los vínculos históricos que unían a Cuba con España de
un modo tal vez más íntimo que a otras naciones latinoamericanas, hechos concretos como la
tradicional y moderadamente regionalista, enemiga del igualitarismo liberal, que hace tabla rasa de las diferencias
culturales y ‘orgánicas’” (Salas 12).
72
“De la guerre sainte” es el título de este artículo publicado el 1 de julio de 1937 en La Nouvelle Revue Française.
Una traducción española del texto apareció en agosto en la revista Sur, donde Lezama pudo haberlo leído –si no lo
hizo directamente.
73
Antes de aparecer en Verbum, Claudel había sido mencionado de paso por Lezama en dos ensayos fechados en
junio del 1937: “Secreto de Garcilaso” y “Coloquio con Juan Ramón Jiménez”. En el primero se limita a decir que
usará la palabra “ánimo” en el sentido que le da Claudel (38); en el segundo pone su nombre en boca de Juan Ramón
Jiménez para discutir sobre los modos de versificación propios del idioma español (63).
78
Escritores para la Defensa de la Cultura hacían imposible que las noticias de la guerra pasaran
crónicas de Guillén, Lino Novás Calvo y Carlos Montenegro en Mediodía, así como las de
Carpentier en Carteles. “Si yo fuese miembro del Gobierno de Valencia”, escribió este último en
una fechada el 10 de octubre de 1937, “invitaría al señor Claudel a darse un paseo por estas
regiones. Se convencería de que el único crimen cometido con ciertas iglesias […] ha consistido
Volvamos, pues, a la pregunta inicial: ¿Por qué obstinarse en publicar a Claudel en este
contexto? ¿Por qué poner a circular su nombre unas semanas después de que hiciera público su
respaldo a los nacionalistas y de que Carpentier —uno de los intelectuales cubanos más
importantes del momento— lo increpara desde las páginas de una revista de circulación
nacional? Aunque el texto de Claudel no hiciera la más mínima alusión a la guerra española, la
cubano; posicionamiento que, sin embargo, no necesariamente indica una refrendación de sus
posiciones.
Hay al menos dos razones que justifican esta elección editorial para Lezama: una primera
tiene que ver con el hecho de que el artículo ataque con “vigor” y “violencia” precisamente a
René Descartes; la segunda, está relacionada con su convicción de que el poeta participa en los
perspectiva histórica.
74
Según Niall Binns, Marinello, que fungió como presidente de las delegaciones de América Latina en el Congreso,
“fue el pensador e ideólogo hispanoamericano más comprometido –o por lo menos el más prolífico- en la defensa de
España y publicó Dos discursos de Juan Marinello al servicio de la causa popular (1937), España republicana
(1937), Momento español y, junto a Nicolás Guillén, el libro de entrevistas y semblanzas Hombres de la España
Leal (1938)” (324-5).
79
1.1. Lezama contra Descartes
El pequeño texto con que Claudel —y Lezama a través suyo— participa en la celebración de los
300 años del Discurso del método es un alegato furioso contra la precariedad del lenguaje de su
autor y la simpleza de su proyecto filosófico.75 ¿Qué se puede esperar —se pregunta Claudel—
de un hombre que, además de escribir en jerigonza (no en francés), confunde las operaciones del
espíritu con la contabilidad? (Verbum 230). En cuanto escritor, el único aporte que “el gran poeta
católico” le reconoce a Descartes es, como ya lo dijera Sainte-Beuve, el de ser “testigo del
idioma de su tiempo”. “[T]anto peor para dicho idioma” (230), precisa con malicia.
recusación cartesiana de la evidencia sensible ni el jactancioso “Je pens donc je suis” que la
soporta le parecen aceptables. Para él, una postura semejante no sólo presupone que “todo lo que
no sea capaz de decir ‘yo’ y de ‘pensar’ no tiene derecho a la existencia”, sino que además pierde
El verdadero alcance de estas críticas se hace evidente en la segunda parte del texto, cuando
Claudel proyecta las ideas de Descartes sobre una larga historia de la filosofía que las reduce a
una regular imitación de los filósofos escolásticos. De su aplicación metafísica de las cuatro
reglas del método cartesiano (evidencia, análisis, síntesis y enumeración) dice que “no hace más
que repetir la prueba de san Anselmo (discutida por santo Tomás y las más fuertes autoridades
teológicas)”; de su aplicación en la física dice que “hubiera ruborizado a los más mediocres
escolásticos”; y sobre las reglas mismas, que Aristóteles y los escolásticos ya las “habían
75
El acontecimiento más importante de esta celebración fue la realización de un congreso internacional que, además
de la presidencia honoraria de Henri Bergson, contó con la participación de pensadores como Léon Brunschvicg,
Étienne Gilson, Célestin Bouglé y Paul Valéry. Francisco Romero escribió un largo artículo sobre el congreso para
el número 30 de Sur, en marzo de 1937. Emile Gouiran, por su parte, también en Sur (febrero del 38), destacó las
varias revistas que se unieron a esta celebración. Entre las publicaciones que le dedicaron números especiales a
Descartes él menciona Les Archives de philosophie, Le Revue de Métaphysique et de Morale y Les Nouvelles
Littéraires. De esta última, que fue de la que Lezama tomó el artículo de Claudel, Gouiran dice que hizo el
homenaje más mediocre.
80
formulado […] y empleado mucho mejor que su alumno” (231). La única novedad que Claudel
filosófico es “un acto de fe en la razón individual” (231). Descartes es, en definitiva, el Martín
Lutero de la filosofía. “El uno ha sido padre de sectas, el otro de sistemas o, como dice Voltaire,
de ‘novelas’ más extravagantes unas que otras, desde las de Spinoza hasta las de Herbert
Spencer” (232).
También un poeta católico, Lezama no podía dejar de ver con simpatía esta crítica a la fe de
Descartes en la razón individual, un asunto sobre el que manifestó un marcado interés durante
esos años. “[D]ebo de leer y releer a Descartes”, escribió en su diario en noviembre de 1939
(Diarios 21) . Y en efecto eso es lo que hace. El Discurso del método (1637) y las Meditaciones
metafísicas (1641) son el tema sobre el que escribió con mayor insistencia en las primeras
páginas de su diario entre octubre y noviembre de ese año. Es verdad que las reflexiones de
Lezama no reproducen la violencia de Claudel y que en ellas se percibe no sólo un esfuerzo por
descubrir “las muchas raíces poéticas de [su] pensamiento” (13), sino también la simpatía de
quien descubre un destino común, ya que, al final de cuentas, “[t]odo poeta construye
Pese a esto, sin embargo, no es posible ocultar la coincidencia esencial que une la lectura
pasaje de las Meditaciones metafísicas en que el filósofo afirma que los cuerpos “no son
propiamente conocidos por los sentidos […], sino por el entendimiento solo”, Lezama reacciona
81
limitado mundo gaseoso que envolvería al planeta, sin llegar nunca a la intuición amorosa
que penetraría en su esencia, como el rayo de luz impulsado por su propio destino (20).
El tono exclamativo de Lezama puede ser muy diferente al de Claudel, pero su argumento es el
mismo: reducido a su razón, el hombre habita un “mundo gaseoso” en el que es imposible “la
intuición amorosa”, la cual siempre viene de afuera, siempre viene del otro. De hecho, en sus
diarios Lezama lleva esta lectura de Descartes un paso más allá: si para Claudel el filósofo
francés fue el precursor de teorías modernas como el darwinismo social de Spencer, para el
alude que se encuentra situado entre el vacío y el suceso puro, está inspirada en las siguientes
frases de las Meditaciones metafísicas: ‘y me veo como un término medio entre Dios y la nada’”
(22). El mismo día escribe que Descartes “parece darle la razón a los surrealistas” al decir que
los errores de la razón se deben a “‘la debilidad de no poder adherir continuamente [el] espíritu a
un mismo pensamiento’” (23). Estas conexiones, que ponen a dialogar “Le Cimetière marin”
(1920) con la cuarta de las Meditaciones metafísicas76, pueden parecer arbitrarias a primera vista,
pero adquieren sentido cuando se las lee junto al texto de Claudel en Verbum y, como haremos
Por el momento lo que me interesa resaltar es que la elaboración de esta genealogía de los
modernos, que va a grandes saltos de Descartes a los surrealistas, lleva también implícita la
elaboración de una genealogía propia. ¿Desde dónde habla Lezama cuando toma distancia de
76
La traducción de Mariano Brull del verso de “Le Cimetière marin” al que alude Lezama es “entre el vacío [le
vide] y el suceso puro [l'événement pur]”. La meditación cuarta está dedicada a discutir la diferencia entre lo
verdadero y lo falso.
82
Valéry o Descartes? El centro de esta otra genealogía, de esta genealogía antimoderna, lo ocupa
Claudel, quien —como queda claro por su participación en Verbum— es también la filosofía
medieval, especialmente santo Tomás; Claudel, “el gran poeta católico”, es asimismo una
lectura alternativa de Mallarmé (recuérdese que, junto a Valéry, él se formó en el salón literario
del poeta simbolista) y de Rimbaud (a quien convirtió, para furia de Bretón, en profeta de su
conversión al catolicismo); Claudel es, por último, el más conocido de un grupo de intelectuales
católicos del período entreguerras que Lezama leyó con intensidad en sus años formativos.
Autores como Léon Bloy, Charles Péguy o el filósofo Jacques Maritain, a quien se menciona en
el editorial de Verbum, también hacen parte de esta genealogía alternativa a la que el cubano se
Este aire de familia es sólo una respuesta parcial a la pregunta sobre el interés de Lezama en el
poeta francés. La otra cuestión en juego en esta asociación tiene que ver con la manera en que el
poeta, según el autor de Paradiso, debe participar en la vida pública. Como toda familia, los
antimodernos también discutían entre sí, y precisamente este asunto era una de las motivaciones
Contrario a lo que puede percibir una lectura desprevenida de Verbum, una de las narrativas
centrales de los tres números de la revista es la crisis española, sobre todo en tanto cifra de la
cuestión en la revista está inspirada no en Claudel sino en el filósofo católico Jacques Maritain,
uno de los pensadores que Lezama menciona en el texto programático con el que presenta la
revista.
83
Tal como ocurría con la obra de Claudel, la obra de Maritain no circulaba solamente en
Nouvelle Revue Française o Esprit publicaban con cierta frecuencia sus textos, en América
Latina sus ideas eran conocidas y discutidas por intelectuales de todas las tendencias. Su postura
ante el conflicto español así como su viaje a Buenos Aires entre agosto y octubre de 1936 le
habían granjeado una cierta notoriedad, no libre de críticas, en lugares como Brasil, Uruguay y
Argentina, este último un país cuya vida cultural Lezama seguía muy de cerca. En revistas como
Sur y Ultra el cubano pudo leer varios textos de Maritain, casi todos publicados justo cuando él
trabajaba como editor en Verbum. Tal vez los más destacados fueron su famosa “Carta sobre la
independencia” (1936) y el artículo de la polémica con Claudel, “Sobre la guerra santa” (1937).77
De las varias cosas que Lezama retoma de este filósofo quizás la más importante sea su
pertenezco”, escribía en su “Carta sobre la independencia” (56). Esta distinción entre un plano
idea, extendida en el momento, de que la Guerra Civil española era una guerra santa. La razón
por la que esta idea que defendían Claudel y los sectores más conservadores del catolicismo78 le
únicamente de que no tuviera sentido llamar santa a una guerra en la que un bando “ha sido
77
Sobre la relación de Sur con Orígenes, además de El diálogo oblicuo, de Nancy Calomarde, puede verse Un
dibujo del mundo: extranjeros en Orígenes (2004), de Adriana Kanzepolsky.
78
En Argentina, ése fue el caso de la revista Criterio, especialmente en las voces del padre Julio Meinvielle y
Monseñor Gustavo Franceschi; en México ocurrió lo mismo con la revista Lectura, de Jesús Guisa y Azevedo,
mientras que en Cuba hicieron lo propio publicaciones como Diario de la Marina, ¡Arriba España! y Nueva España
(Cuadriello, Los españoles en las letras cubanas 222).
84
apoyado por la Alemania nacional-socialista, perseguidora también del catolicismo, y por la
Italia fascista”, sino que además la idea misma de guerra santa le parecía un mito que pretende
encubrir “ideologías y corrientes históricas que se proponen un fin muy distinto a la expansión
del reino de Dios y cuya inspiración es enteramente política e imperialista” (“Sobre la guerra
santa” 104-5; nota al pie). De un modo quizás inesperado, Maritain, que se hizo famoso en la
década de 1920 por un libro llamado Antimoderne (1922), reconoce el impulso secularizador de
religión nunca antes hayan sido tan evidentes como en la modernidad resulta, en su opinión,
beneficioso tanto para la religión (que ya no tiene excusas para confundir sus asuntos con los del
César) como para la política (que ya no puede servirse del mito de la guerra santa —ni de su
reverso que sería el mito de la revolución— para legitimar sus acciones) (111).79 En otros de sus
libros como Art et scolastique (1920) o Situation de la poésie (1937) abordó esta misma cuestión
desde el terreno estético, en el que consideró que también debía primar la independencia del
A partir de estas ideas, el editor de Verbum optó por que la revista respondiera a la guerra
arte y la cultura. Desafiar a sus lectores con un ensayo de Claudel buscaba precisamente ratificar
lo que Maritain llamó la primacía de lo espiritual.80 Independencia, sin embargo, no quiere decir
79
Aun en medio de las discrepancias, resultan sorprendentes las similitudes de este acercamiento a la religión con el
que han elaborado algunas corrientes posmodernas. Pienso específicamente en el filósofo italiano Gianni Vattimo,
para quien la secularización supone no un distanciamiento de las raíces cristianas de Occidente sino su purificación.
Véase al respecto su libro Credere di credere (1996). Sobre el pensamiento de Jacques Maritain y su influencia en
América Latina véase el libro de Olivier Compagnon, Jacques Maritain et L’Amérique du Sud. Le modèle malgré lui
(2003).
80
Si bien desde una perspectiva distinta, hay otros dos textos de la revista que ponen este tema de la independencia
intelectual en el centro. El primero es “Juventud de un intelectual puro”, la selección de algunos fragmentos del libro
La Jeunesse d’un clerc (1936) de Julien Benda. Autor también del famoso La Trahison des Clercs (1927), Brenda
era conocido por defender la idea de que, para mantener su “pureza”, para no traicionar su vocación, el intelectual
debía mantenerse al margen de disputas ideológicas. El segundo texto se titula “Límite del progreso” y recoge las
85
ni imparcialidad ni indiferencia, ni “retirada” ni “evasión” (“Carta sobre la independencia” 56).
La recepción del pensamiento de Maritain —acusado a ambos lados del Atlántico de simpatías
liberales e incluso “comunistoides” (Olivier Compagnon 145)— no hace más que confirmarlo.
revista. Esta narrativa del “compromiso” empieza a forjarse desde el editorial de la publicación,
titulado “Inicial”. Allí Lezama presenta la revista como un antídoto a la crisis en la que se
Verbum hacía frente a las “equivocaciones radicales” de la universidad ofreciendo “un estilo y
una técnica de civilidad” inspirados en “el humanismo integral que se está dictando de nuevo en
la severa cátedra escolástica de Maritain” (Verbum 61-2). Sólo a través de este estilo y esta
técnica sería factible reestablecer los vínculos entre la universidad y el “demos” sin caer ni en el
“virtuosismo” ni en “la jaculatoria, el grito o el aspaviento” (62) —atributos, estos últimos, muy
afines a Claudel.
española. A pesar de haberse abstenido de tomar partido de manera explícita por un bando, la
revista no pudo dejar de hablar de España y dar muestras de su oposición al fascismo. Esto
principales.
Distanciándose del Claudel intransigente y ruidoso, Lezama decide iniciar la revista con las
semblanzas que uno de los símbolos del exilio, Juan Ramón Jiménez, hace de varios pintores
impresiones de Juan Ramón Jiménez sobre Nueva York después de su breve paso por esa ciudad tras su exilio. En la
sección final, dedicada a Lezama, Jiménez dice lo siguiente: “No inventemos, no compremos, no fomentemos ni
ayudemos nada injenioso, menudo, vanamente artificial. Limitémonos con nuestro espíritu, con nuestra intelijencia,
aún con nuestro instinto, nuestro injenio” (Verbum 145).
81
Recuérdese que la Universidad pasó por varios cierres durante la década de 1930. El primero fue durante la
dictadura de Gerardo Machado entre 1930 y agosto de 1933; el segundo fue en 1935, cuando el entonces coronel
Fulgencio Batista ordenó cerrar la universidad. La universidad abrió de nuevo en 1937.
86
españoles, algunos de ellos, como Eduardo Vicente, abierta y públicamente comprometidos con
mismo número que el “Descartes” de Claudel— de un par de poemas inéditos de García Lorca,
tomados de Sur y comentados por Gastón Baquero.83 Por último, el conflicto español es el
trasfondo de los ensayos de Luis Amado Blanco y Emilio Fernández Camus, ambos publicados
Esta línea editorial hace incluso posible leer el ensayo de Claudel de un modo distinto. Pues
histórico que empleó Claudel para presentar a Descartes como una heredero mediocre de los
filósofos medievales y para escribir panfletos como “L’anarchie dirigée” es el mismo del que se
sirve Lezama para darle sentido histórico a la crisis española y europea. Dicho esquema,
difundido de manera más sistemática por Maritain, constituye un esfuerzo por historiar la
82
Aquí es importante recordar de nuevo las fechas. El primer número de Verbum, de junio de 1937, empezó a
circular al tiempo que el famoso poema de Claudel “A los mártires españoles”, traducido al español por Jorge
Guillén y Leopoldo Marechal.
83
Los poemas aparecieron en la revista Victoria Ocampo en julio de 1937, tres meses antes que en Verbum.
84
Amado Blanco nació en España en 1904 y buscó refugio en Cuba al inicio de la Guerra Civil. Desde La Habana
apoyó “la causa republicana a través de artículos que publicó en Mensajes, Crónicas de España, Nuestra España, y
otras revistas” (Cuadriello, Los españoles en las letras cubanas 29-30). Su texto, “Aprendiendo a ensayar”, apareció
en el tercer número de la revista y su publicación se debió, según afirma él mismo en una pequeña nota
introductoria, a preocupaciones alentadas por la “guerra que se desarrolla en España” y a “la apremiante incitación
del poeta Lezama Lima” (Verbum 233). Emilio Fernández Camus también nació en España y llegó muy joven a
Cuba. En 1926 se convirtió en profesor de la Facultad Derecho de la Universidad de La Habana, de la que llegó a ser
decano (Cuadriello, Los españoles en las letras cubanas 68). Para Rafael Rojas “la idea de la ‘romanidad’ en
Lezama” tiene la marca sobre todo de su libro Derecho romano: sucesiones (“Del derecho a la poesía” 283). El
Curso de Derecho Romano de Fernández Camus es una obra en 6 tomos que se completó en 1941. El tomo III de
ese proyecto lleva el título de Sucesiones y es un estudio técnico de la historia del derecho hereditario romano que
difícilmente se puede asociar con la idea de Roma que aparece en los textos de Lezama. Además de la confusión del
título (que Rojas quizás toma de Cuadriello), también hay una imprecisión en sus datos de publicación. El libro fue
editado por el Departamento de Publicaciones de la Facultad de Derecho de La Habana y no, como afirma Rojas,
por la Secretaría de Educación. Los demás tomos del Curso de Derecho Romano de Camus no he podido
consultarlos.
87
modernidad y a la vez explicar las causas de su fracaso.85 De él vienen no solamente la pasión
genealógica que comentamos en el apartado anterior, sino también el principio que rigió la
Emilio Fernández Camus, “Hacia una nueva consciencia histórica”, que empieza dibujando el
mismo paisaje de crisis que detectan los antimodernos: “los sólidos pilares sustentadores de
nuestra vasta y compleja civilización se han tornado temblorosos y quebradizos, como si fueran
débiles juncos de bambú” (Verbum 180). En su variante filosófica y estética, los ejemplos más
significativos son los dos trabajos críticos de Lezama para la revista: “El secreto de Garcilaso” y
“Gracia eficaz de Juan Ramón Jiménez y su visita a nuestra poesía”. Todos estos textos
escenifican una crisis, puede ser política o simbólica, cuyo detonante más inmediato fue la
Guerra Civil pero que se remonta, en últimas, a la revolución cartesiana. “El ‘yo’ ha sido
exagerado hasta ponerlo en crisis” (187), sostiene Camus, siguiendo a Claudel y a Maritain.
En “Gracia eficaz de Juan Ramón Jiménez y su visita a nuestra poesía”, por ejemplo, el
escenario de crisis que se describe es doble: por una parte, hay una “crisis del lenguaje” cuya
elemental de que el lenguaje es capaz de revelar “el nombre exacto de las cosas” (Verbum 260);
por otra parte, hay una crisis histórica. Según Lezama, si algo puso de manifiesto la llegada de
Juan Ramón Jiménez a La Habana en 1936 fue no sólo que la lírica nacional era una “lírica
incipiente” (264), sino además que la crítica que la evaluaba era “municipal”, “limitadísima”,
inferior al “esfuerzo poético” (265). El encuentro de Jiménez con Cuba tiene la fuerza casi
85
En las décadas de 1920 y 1930 Maritain usó esta misma visión de la historia en Humanisme intégral (1936) —
donde la reconcilia con la democracia—, Trois réformateurs: Luther, Descartes, Rousseau (1925) y Antimoderne
(1922), un libro temprano cuya popularidad le valió ser reseñado por T. S. Eliot. La reseña de Eliot apareció en el
Times Literary Supplement en 1928. Sobre la relación de Maritain con el poeta norteamericano puede verse el
artículo de Jason Harding “´The Just Impartiality of a Christian Philosopher’. Jacques Maritain and T.S. Eliot”.
88
irresistible de lo que los teólogos solían llamar la gratia eficax precisamente porque su aporte es
ante todo el de un mediador infalible.86 La respuesta a esa ruptura entre palabras y cosas que
inaugura Descartes y al sentimiento de vacío que define a la joven nación caribeña vienen no
constitutiva de una tradición que, como mostró Claudel, tiene una Edad Media y una antigüedad.
cosas— sobre la ruptura que inició la modernidad. El arsenal de términos escolásticos que
Lezama emplea en estos textos, arsenal que con el tiempo irá depurando pero del que nunca se
deshará del todo (“gracia eficaz”, “beatitud”, “acto naciente”, “redención”, “naturaleza
naturalizante”, “naturaleza naturalizada” son sólo algunos de ellos), además de querer mostrar su
capacidad para explicar el fenómeno poético, busca darle un soporte material a esta continuidad
histórica en la que Garcilaso y Juan Ramón Jiménez ocupan un lugar crucial, pero que en
Teniendo en cuenta esto retomemos una vez más la pregunta inicial de este capítulo: ¿cómo
justificar la aparición de Claudel en el universo lezamiano? Este recorrido por las páginas de
Verbum demuestra, por un lado, como ya lo vimos al comentar el texto sobre Descartes, que su
inclusión tiene que ver con la identificación del joven Lezama con una narrativa histórica que,
tiempo. Por otro lado, la inclusión de Claudel también es un gesto de independencia de su parte.
En vez de corregir al poeta católico, lo que hizo Lezama fue tomarse en serio su labor de editor y
86
Se entiende por gracia eficaz “[a] supernatural, divine influence, on account of which the human will is
determined, infallibly but freely, to act with respect to eternal life. The characteristic note of this grace is the
infallibility of the effect” (Parente 116-17). Benigno Sanchez-Eppler comenta los posibles sentidos de esta gracia en
un ensayo sobre las resonancias de Juan Ramón Jiménez en la poesía del cubano (43-46).
89
re-contextualizarlo, rodearlo de discursos que desestabilizaban su lectura. De este modo, la
misma narrativa histórica que el poeta francés empleó para apoyar al fascismo en Verbum pudo
recibir, siguiendo el modelo de Maritain, una articulación antifascista. Con esta estrategia
editorial Lezama no sólo reconcilió al poeta con el filósofo (una conciliación que de hecho él
autoproclamaban portavoces del catolicismo, como Charles Maurras, el español José María
Pemán o el sacerdote argentino Julio Meinvielle. Asimismo, logró preparar un modelo de lectura
que volverá a utilizar en sus trabajos futuros sobre Claudel, también claramente mediados por el
Entre sus 26 y 29 años Lezama escribió un conjunto de ensayos teóricos definitivos para
entender las fuentes de las que se nutrió en sus inicios su personalísima visión de la literatura y la
que incluyen “Coloquio con Juan Ramón Jiménez” (1937), “Del aprovechamiento poético”
(1938) y “El acto poético de Valéry” (1938)— apareció en la revista Grafos en septiembre de
1939 y está dedicado a Paul Claudel. Este es el primer trabajo de Lezama que se ocupa
Son varios de los textos que están detrás de este ensayo temprano del autor de Paradiso.
Además de las previsibles referencias a obras de Claudel, especialmente a las Cinq grandes odes
y al Art Poétique, en este texto se encuentran alusiones a estudios que le dedicaron Georges
Duhamel y Charles Du Bos, a las Cartas sobre la educación estética del hombre (1796) de
90
Schiller y a El concepto de la angustia (1844) de Søren Kierkegaard.87 Como ha explicado
Sergio Ugalde en su libro La biblioteca en la isla, el principal objetivo de Lezama al reunir todos
estos materiales es precisar la distinción que hace Claudel entre dos tipos de conocimiento: “uno
metódico, sistemático y dialéctico; otro intuitivo, sensible y abrupto” (113). Parte del valor de
esta distinción entre “conocer poético” y “conocer dialéctico” (sobre la que volveré al final de
este capítulo) depende sobre todo del armazón de nombres e ideas que la sostienen, del “centro
que éstos convergen. Este centro no es metafísico, sino nominal; no es un concepto, sino un
Empero, antes de llegar a esta cita, es preciso señalar las características generales de este
ensayo y comentar brevemente su recepción crítica. En Writing of the Formless. José Lezama
Lima and the End of Time, Jaime Rodríguez Matos afirma que “Conocimiento de salvación” es
un texto ambicioso, porque “[i]n its four pages, Lezama moves from the creation of the world
according to the Book of Genesis all the way to the effects of modern knowledge on the
creación del mundo con la capacidad de la poesía para iluminar la realidad. Así como la Tierra,
que en el principio estaba desordenada, vacía y en tinieblas, se transformó cuando “el Espíritu
Santo y la luz fueron penetrando las cosas” (“Conocimiento” 246), así también la poesía, a través
del mundo exterior, la poesía aporta una solución: su sustitución por la evocación, capacidad
87
Los trabajos de Duhamel y Du Bos son, respectivamente, el libro Paul Claudel (1919) y el ensayo “Corona
Benignatis Anni Dei”. Lezama leyó este último texto en el número especial que le dedicara la NRF en 1936. Por otra
parte, los libros de Schiller y Kierkegaard los leyó en traducciones conjuntas de Manuel García Morente y José
Gaos. Schiller fue publicado por Espasa-Calpe y Kierkegaard por Revista de Occidente.
91
devolutiva del sujeto, después que se ha perdido el imposible diálogo con la naturaleza” (247).
Una vez establecida esta premisa, la segunda parte del ensayo se ocupa de presentar esta teoría
poética del conocimiento como una superación de las estéticas “in vogue at the end of the
1930s”.
El rasgo que distingue el singular modo en que Claudel se aproxima al conocimiento es, en
principio, simple: mientras las estéticas modernas permanecen presas del “espejo de su
identidad” (246) y así reducen el problema del conocimiento al conocimiento de sí, la propuesta
poética del francés no sólo afirma que es posible conocer el mundo exterior, sino que se atreve
implicaciones que se desprenden de este hecho no son siempre las mismas. Para Rafael Rojas y
Duanel Díaz, por ejemplo, este ensayo, que encapsula la relación de Lezama con Claudel, es una
de las evidencias más claras de la naturaleza conservadora (que aquí es lo mismo que católica) de
la poética del autor de Paradiso (Cf. Rojas, Tumbas, 115, 117; Díaz 18, 26). Para Amauri
Gutiérrez, por otro lado, este texto está marcado por “la teleología que rige la vida del poeta
la que formula Jaime Rodríguez Matos, para quien este ensayo —“Lezama’s (apparently) most
univocal endorsement of Claudel”— lo que hace es crear un abismo entre ambos poetas y, de esa
manera, “gives us a more nuanced and complicated version of Lezama’s Catholicism” (207). El
92
argumento de este crítico (cuyo territorio natural, vale la pena recordarlo, es el de la teoría
política) es que el apetito de conocimiento de Claudel padece del mismo mal de las estéticas
modernas que en un principio cree criticar. “In Claudel’s attempt to achieve knowledge of
salvation, he begins to confuse the point of view of God with his own” (143-4). No sería
casualidad, por eso, que en el ensayo de Lezama ese tipo conocimiento sea descrito en términos
bélicos: Claudel es el “conquistador” que anhela penetrar victorioso en “la suprema esencia”
(“Conocimiento de salvación” 249) y, debido a ello, otro ejemplo más de un poeta romántico
incapaz de trascender “el espejo de su identidad (246). En suma, para Lezama el poeta francés
sería “not a model to be emulated but […] a problem to deal with” (Rodríguez Mattos 139).
provocativa lectura de Rodríguez Matos busca presentar una alternativa “[to the] black-and-
white political imagery” que caracteriza los trabajos para los cuales “the only possible question is
aproximaciones a la obra del cubano pueden superar “the limits of Orígenes [Cintio Vitier, Fina
García Marruz, etc.] and the putative nihilism of the generation of intellectuals that came of age
in the decade prior to the Cuban Revolution” (23) es, según este estudioso, a través de “an honest
confrontation with [Lezama’s] Catholicism”. Con todo, este esfuerzo por articular “a more
nuanced and complicated version” del siempre polémico catolicismo de Lezama, la estrategia de
Levinson en 1996, aunque su alcance y los temas que invoca son muy distintos: por un lado, se
insiste en la importancia del catolicismo de Lezama; por el otro, se lo corrige pasando por alto
93
Llamar la atención sobre este problema no supone una validación de las posiciones de Díaz
o Gutiérrez; supone, más bien, que un diálogo con el catolicismo de Lezama comienza con un
diálogo franco con sus fuentes, que no sólo incluyen a Claudel. Paralela a la reflexión sobre la
antimoderna de los modernos que se empezó a gestar en los años de Verbum y, de un modo
implícito, nos ayuda a ver cómo el joven Lezama se posicionó en la escena intelectual de los
La huellas más claras de esta genealogía emergen en una cita. Esta referencia aparece en un
momento clave del ensayo: cuando Lezama inicia un contraste entre la teoría poética de Claudel
y las estéticas modernas que, según él, estaban en boga en ese momento: el surrealismo y la
poesía pura de inspiración valeriana. Rodríguez Matos también reconoce la importancia de este
Una primera dificultad que presenta este pasaje se deriva del hecho de que la versión que
reproducen las Obras completas de Lezama, y que cita Rodríguez Matos, es ligeramente
revista:
primera, Lezama hace referencia a las implicaciones del acercamiento de la poesía a la filosofía
94
o, para usar sus términos, al “desarrollo dialéctico”; la segunda parte alude al problema contrario:
a las limitaciones de la filosofía para dar cuenta de esa zona “indomeñable del existir” a la que se
supone la poesía sí puede acceder. Esta idea es la que en la versión de las Obras completas
resulta algo confusa, pues el adjetivo “indomeñable”, que en la versión original califica a la
palabra “zona”, fue trasladado al inicio de la oración, donde puede modificar, dependiendo de la
identidad dialéctica a la zona sinusoidal del existir, ha tenido la peligrosidad hirviente de lanzar a
La parte final del fragmento es la más interesante, no solamente porque allí Lezama explica
cuáles son esas “limitaciones esenciales” de la filosofía, sino porque revela el contexto en que se
formaron sus ideas y, en cierto sentido, clarifica las muchas referencias del ensayo. Por esto
llama la atención que, al traducir este pasaje, Rodríguez Matos omita la referencia a un tal
Lantsheere que hace Lezama: “What contemporary philosophers are looking for … is less a real
explanation of things than an intellectual epic, a sort of drama of the spirit, a poem of the
subject” (146). Desde la perspectiva de este trabajo, que intenta trazar los vínculos de Lezama
A pesar de que su rastro apenas se puede seguir en las enciclopedias, son varios los detalles
de la vida de Léon Marie Joseph Antoine de Lantsheere (1862-1912) que explican el conjunto de
88
Esta no es la única diferencia entre la versión que apareció en Grafos y la que después se ha reproducido en
prácticamente todas las ediciones de Analecta del reloj, volumen al que pertenece “Conocimiento de salvación”, y
en sus Obras completas. Al inicio del ensayo hay una omisión significativa. En el texto de Grafos Lezama escribe:
“Habrá pues en la creación poética tanto la prudencia del trabajo físico o de experimentación, o de resultados
provocados, como de impulsión a los más reservados estratos de la substancia, aunque desde luego no de la
pasividad de la substancia tal como la concibieron los cartesianos, sino más bien como en Leibnitz, a una síntesis de
la substancia y el devenir”. En las ediciones en libro del ensayo desaparece la aclaración “aunque desde luego no de
la pasividad de la substancia”. Además de dificultar la lectura de este pasaje del ensayo, esta confusión hace que se
pierda la distinción que quería hacer Lezama entre la idea de substancia tal como la concebían los cartesianos, es
decir, como una esencia atemporal, y la idea de substancia tal como la concebía Claudel, como una síntesis entre
sustancia y devenir. Después de haber comentado el artículo de Claudel sobre Descartes, esta alusión al filósofo del
Discurso del método no puede pasar desapercibida.
95
afinidades que llevaron a Lezama a asociarlo con Claudel. Lantsheere estudió filosofía en la
Universidad de Lovaina, de donde se doctoró con una tesis sobre Santo Tomás y el problema del
bien. Además de ser ministro de justicia y diputado de Bruselas y escribir sobre el lenguaje de
los hititas y sobre criminología (una de las ramas del derecho que más interesó a Lezama), fundó
Anales del Institute Supérieur de Philosophie. Sin embargo, no fue en estas revistas donde
Lezama la descubrió, sino en Antimoderne, uno de los libros más conocidos de Jacques Maritain
y del que sabemos que estuvo en la biblioteca de Trocadero.89 Éste es un ejemplo típico de lo que
Enrico Mario Santí llamó la “densidad barroca” de la cita lezamiana: no a Lantsheere, sino a
“Ce que cherchent les contemporains dans la philosophie”, remarque très justement M. de
Lantsheere, “c’est moins une explication réelle des choses qu’une épopée intellectuelle,
une sorte de drame de l’esprit, un poème subjectif” (101).
89
Aunque el libro está en los catálogos disponibles, la copia física ya no se encuentra entre los libros de la
Colección Lezama en la Biblioteca Nacional José Martí.
96
Lo que buscan los contemporáneos en filosofía, ha observado Lantsheere, es menos una
explicación real de las cosas que una epopeya intelectual, una suerte de drama del
espíritu, un poema subjetivo (“Conocimiento de salvación” 248). 90
Los diferentes textos por los que circulan las palabras de Lantsheere —el de Maritain, el de
Lezama y el suyo propio— tienen varias cosas en común. La más notoria es que los tres
proponen una crítica al pensamiento moderno que se apoya en un mismo marco temporal. Tanto
para Lantsheere en 1913 como para Maritain en 1922 y Lezama en 1939 el término
“contemporáneos” designa no tanto a aquellos que habitan un mismo presente como a los que
habitan la edad contemporánea, la modernidad; los contemporáneos son los modernos, una
familia de pensadores a la que une un “esfuerzo desesperado” ya no por ofrecer “una explicación
real de las cosas” (al modo de santo Tomás), sino por retratar el instante en su fugacidad, por
anular el tiempo, como entiende Lezama que hacen Descartes, Valéry y Breton.
Hay otro par de coincidencias que vale la pena resaltar. La primera tiene que ver con la
naturaleza de estos ensayos. Quizás por ser escritos de carácter panorámico, los textos de
Lantsheere y Maritain elaboran una genealogía del pensamiento moderno cuya continuación se
puede rastrear en Lezama. Todos señalan a Descartes como la cabeza del árbol familiar de los
modernos. A él le siguen, en orden riguroso, Baruch Spinoza, Immanuel Kant, Johann Fichte,
Friedrich Schelling, G. W. Friedrich Hegel y Arthur Schopenhauer, casi todos nombres que el
autor de Paradiso retoma en “Conocimiento de salvación” y que vistos fuera de este contexto
sólo conformarían una lista dispar de filósofos. Esta pasión de las genealogías nos muestra hasta
qué punto el joven poeta y editor que aún no cumplía 30 años y apenas iba a publicar su primer
libro —Enemigo rumor (1941) — se encontraba ansioso por hallar su lugar entre los grandes
90
Además de los conocidos textos de Enrico Mario Santí (“Lezama, Vitier y la crítica de la razón reminiscente”,
“Párridiso”) y Brett Levinson (“Summas críticas/ Restas erratas: Strange Notes on Lezama´s Miscues”), tanto los
libros de Arnaldo Cruz-Malavé, El primitivo implorante (1994), como el de Juan Pablo Lupi, Reading Anew (2012),
discuten esta característica de Lezama en detalle.
97
relatos estéticos y filosóficos de la modernidad: visiones panorámicas, historias generales, a la
vez literarias, filosóficas y teológicas, en las que la mirada anacrónica de los antimodernos —que
no se debe olvidar que en el momento eran leídos incluso fuera de los círculos católicos— ocupa
una posición referencial y le da paso a una suerte de genealogía paralela y todavía en formación:
Claudel-Maritain-Lantsheere-santo Tomás.
efecto, la motivación que inspira los textos de Lantsheere y Maritain, por un lado, y de Lezama,
por el otro, no podría ser más diferente. A los filósofos europeos lo que les preocupa son los
borrosos límites entre la estética y la filosofía, que ponen en cuestión el monopolio de esta última
sobre la verdad. Basta con ver la continuación de la cita del filósofo belga en el ensayo de
Maritain para notar por qué Lezama no la reprodujo completa. Después de afirmar que los
Nada más contrario a lo que desea comunicar Lezama, para quien el problema de los
límites borrosos debe leerse en la dirección contraria: la poesía es la que está perdiendo
Todos los intentos poéticos contemporáneos, desde la poesía pura hasta el surrealismo, no
son otra cosa que un esfuerzo desesperado por prolongar la percepción de temporalidad
rapidísima o trocar el estado sensible […] en ajustada percepción (“Conocimiento de
salvación” 248-9).
98
Lo más interesante de estas perspectivas enfrentadas es que la oposición radical que se
manifiesta en la superficie de los textos apunta a una coincidencia esencial. En el fondo, Lezama
no modifica las líneas centrales de los trabajos del belga y el francés, pues identifica un mismo
es contradictorio que prácticamente todo el aparato crítico del que se sirve para llamar la
atención sobre la distinción entre “conocer poético” y “conocer dialéctico” sea filosófico y
confluya en la figura de un poeta-filósofo como Paul Claudel. De hecho, esto es coherente con el
hecho de que la filosofía en que se apoya el ensayo, el Neotomismo maritaniano, aspire a ser más
una ciencia total de la realidad que una filosofía en el sentido tradicional, disciplinar, del
término. Si la genealogía que comienza en Descartes y pasa por Spinoza, Kant, Hegel, Spencer y
Kierkegaard puede terminar sin mayor problema en Valéry y los surrealistas es porque el
racionalismo excesivo de ambos, de filósofos y poetas, sólo les permite dar cuenta de una
porción pequeña de la realidad: el sujeto. Los sistemas filosóficos y estéticos de los modernos,
comme un feu d’artifice, attachantes comme un poème, fragiles comme un château de cartes. A
peine élevées, elles s’écroulent pour être reprises aussitôt après par quelque disciple
único que ofrecen es “une grande synthèse subjective, fondée sur une idée originale, poussée à
son tour jusqu’aux limites extrêmes”, que nunca van más allá del sujeto (359).
99
2.1. Lezama contra Valéry y los surrealistas
Uno de los ejes centrales de la genealogía de los modernos que construye el Lezama
más citado por Lezama y también uno de los que más aprecia y mejor conoce, hay un punto
sobre el que insiste en polemizar con él: su pretensión de crear una poesía del intelecto. Tanto
para Lezama como para Claudel, al igual que para la mayoría de sus contemporáneos, este deseo
En sus Mémoires improvisées (1954), Claudel asegura que Valéry, poeta que él admiraba
tanto como Lezama, “ne prenait pas les êtres et les choses au sérieux. Il se figurait qu’il était
devant un spectacle qui n’a pas beaucoup de sens, tandis que moi je suis persuadé qu’il a un
sens” (69). En vez de “una explicación real de las cosas”, Valéry opta por una poética de la
imagen que usa Claudel es la del escultor que trabaja con lima y cincel en la fabricación
‘Tu ne feras pas de sculpture’: eh bien, c’est ce que font les écrivains ou les poètes qui se
fabriquent, pour ainsi dire, du dehors, par le travail de la lime et du marteau” (200).92 Visto de
91
Valéry le dedicó cinco ensayos a Descartes: “Fragment d’un Descartes” (1925), “Le retour de Holland” (1926),
“Descartes” (1937), “Un vue de Descartes” (1941) y “Seconde vue de Descartes” (1943).
92
Curiosamente Valéry apelará a una imagen muy similar para describir a Descartes en un texto escrito también a
propósito de los 300 años del Discurso del método: “Mais, homme prudent qu’il était, et artiste incomparable dans le
travail des matières les plus dures, il s’est bâti de ses mains un tombeau, de ces tombeaux qui font envie. Il y a mis la
statue de son esprit, et si nette, et si vraie à considérer, que l’on jurerait qu’il est vivant, qu’il nous parle en personne,
qu’il n’y a point trois cent ans entre nous, mais un commerce possible avec lui […]. Son monument est ce Discours
qui est à peu près incorruptible, comme tout ce qui est écrit exactement” (Œuvres I 789).
100
este modo, el método valeriano es básicamente el mismo que el de Descartes, repite su
Pese a que la recepción de Valéry en el mundo hispánico y especialmente en Cuba fue muy
favorable, autores importantes como José Ortega y Gasset, Antonio Machado, Octavio Paz y, lo
que resulta importante desde la perspectiva de Lezama, Juan Ramón Jiménez, no disimularon el
escepticismo con que leyeron su obra.94 Incluso en una fecha tan tardía como 1956 Octavio Paz
intelectual, el lenguaje consistía en un sistema de signos. Su actitud nunca fue diversa de la del
filósofo y el matemático” (47). La eliminación de estas líneas en la revisión que Paz hizo del
libro en 1967 revela hasta qué punto es reciente el cambio en la valoración del poeta de
Charmes.
En prácticamente todos los ensayos tempranos de Lezama hay ecos de las posturas de
Jiménez ficcional del “Coloquio” citando al Jiménez real: “Valéry, dentro de su dificultad y
rareza, menos agudas y claras que las de su maestro, tiene algo de divulgador de Mallarmé”
(Estética 317).95 Lezama, por su parte, interviene en el diálogo diciendo que con Valéry la poesía
93
La comparación entre Claudel y Valéry ha sido un lugar común de la crítica tanto en Francia como en América
Latina. Entre los estudiosos que los enfrentaron y que Lezama sin duda leyó sobresalen Eugenio D’Ors y Wladimir
Weidlé. El escritor catalán comentó brevemente en sus Glosas las vidas paralelas de estos poetas (159) y trazó para
cada uno un linaje distinto: Mallarmé-Valéry conforman, según él, la familia de los académicos, mientras que
Verlaine-Rimbaud-Claudel la de los genios (86-7); Weidlé, por su parte, en un libro publicado en 1936 y del que
Lezama tradujo unas páginas para Nadie Parecía en 1943, dijo que había un abismo entre el “´rien que la petite
pression de la main pour gouverner’ de Claudel […] et ce défi de Valéry à la création poétique qu’il prétend
gouverner par la seule raison” (119). Para un estudio más detallado de la relación de estos dos poetas, véase el texto
de James R. Lawler, “Valéry et Claudel”.
94
Para un estudio panorámico de la recepción de Valéry en Hispanoamérica véase el libro de Monique Allain-
Castrillo, Paul Valéry y el mundo hispano; para el caso específico de Cuba véase La poesía pura en Cuba y su
evolución de Martha Linares Pérez.
95
En un texto de 1936, año de su llegada a la isla, el poeta español será todavía más duro: “Paul Valéry no es, creo
yo, un poeta, un pensador, un crítico propiamente dicho, sino un virtuoso, un ejecutante ‘perlado’, terso, demasiado
101
moderna “empieza a encerrarse en un castillo limitadamente cartesiano” (“Coloquio” 52). Y
nuevamente, en su entusiasmo por las genealogías, proyecta esta idea sobre una: Valéry haría
parte de la tradición de la “crisis europea” por dos vías distintas, aunque complementarias. Por
un lado, junto a Charles Maurras, Julien Benda y Eugenio D´Ors, pertenecería a esa “línea de
resumirse en dos palabras: clasicismo y nacionalismo (53); por el otro, se movería “dentro de las
categorías ordenadas por buenos europeos como Leibnitz, Descartes, Goethe y Mallarmé”, todos
precursores del inhumano mundo de la técnica: “Quizás un Spengler del mañana […] halle
relaciones entre la mentalidad colectiva de una asamblea de ingenieros reunidos para tratar de la
construcción de un puente y la sensibilidad estética que dictó ‘El cementerio marino’ o las
décimas, tan del gusto de Joyce, de ‘La serpiente’” (54).96 A estas opiniones podría agregarse,
para ver lo extendido de esta valoración en los primeros ensayos de Lezama, su advertencia
contra el número en “El acto poético de Paul Valéry” y el reproche por su eliminación de “la vía
redondo de la crítica, la idea, la poesía. Hay gran diferencia y distancia entre él y Mallarmé, su constante e
imperecedero maestro: Valéry hincha, rellena, cae en lo académico de retorno, en lo platonizante discursivo: muchos
discursos en honor de, etc. Contra lo que pudiera creerse, nadie menos académico que Mallarmé. No es, pues, la
insistencia, la exactitud lo que hace de un poema un objeto de vitrina, sino el instrumento, la mano de obra, el estilo”
(Estética 72).
96
En su ensayo “Julián del Casal” (1941), el primer texto extenso que le dedica a un autor cubano, Lezama propone
una nueva versión de estas genealogías. Esta vez, con el objetivo de situar a Casal en el panorama literario de su
época, propone el siguiente linaje para lo que él llama la “tradición clásica: Descartes-Racine-Baudelaire-Mallarmé-
Valéry” (72).
97
Al igual que con Descartes, la relación de Lezama con Valéry es ambivalente, aunque esté basada en una profunda
admiración. La autoridad de su magisterio le parece incuestionable, pero a la vez se permite criticarlo o adaptarlo a
su propio pensamiento poético. Así como Descartes puede ser un poeta, y además un poeta religioso (Diarios 13),
Valéry es un racionalista que se “[inclina] a la católica tomista solución unitiva” (“Sobre Paul Valéry” 111). Sergio
Ugalde comenta brevemente la ambivalencia de Lezama en relación con Valéry en su libro (111-2).
102
La recurrencia de estas críticas a Valéry funciona con una dinámica similar a la de sus
simétricas, estas críticas son simultáneas y pretender mostrar que la fidelidad al intelecto es lo
mismo que la fidelidad a los instintos (“Conocimiento de salvación” 247). En esto también
Claudel y Jiménez son los antecedentes más inmediatos de Lezama, si bien estas ideas se
período de entreguerras. El hombre, reitera una y otra vez Claudel, es “indéchirable” y sus
sentidos jamás trabajan “si l’intelligence n’est pas derrière, et de même l’intelligence n’a pas son
jeu si elle oublie des éléments comme la mémoire, comme la volonté, comme la sensibilité”
(Mémoires Improvisés 132). Maritain, compañero de generación de los surrealistas, será a la vez
En fin, parce qu’ils ont confondu la passivité de l’expérience poétique avec celle de
l’automatisme psychique, les surréalistes ont cru que le moyen par excellence ou plutôt la
source unique de la poésie était la délivrance des images, la mise en liberté des charges
d’émotion et de rêve accumulées dans notre inconscient d’animal empli de désirs et de
signes. C’est qui s’est développé alors chez les poètes de cette génération, c’est une
remarquable habileté d’instinct à brouiller les pistes et à déconcerter l’esprit par la
surprise et la stimulante blessure de l’imagination; et combien cette rapidité allusive vaut
mieux que le discursus classique! Mais d’elle-même, et si l’on en restait là, elle n’est
encore à vrai dire qu’une autre technique, un tour de goût et de talent (“De la
connaissance poétique” 116-7).
Estas ideas que el filósofo católico escribió en 1938, poco tiempo antes de “Conocimiento
de salvación”, son las que están detrás de los violentos ataques de Lezama al surrealismo en “Del
acumulación de palabras “sin criticismo dominador” (255)— y detrás del aforismo irónico con el
103
que un año después, en el editorial de Espuela de Plata, opuso el compás de Dios al “desgano
Ahora, ¿cuál era el rostro detrás de estas críticas de finales de los 30? ¿A quién o a quiénes
aludía Lezama en ellas? ¿Quiénes eran sus interlocutores? El primer texto crítico de Lezama
sobre un autor de la isla es de 1941 y está dedicado a Julián del Casal.98 En Verbum ya había
comentado con algún detalle la obra de Emilio Ballagas, uno de sus contemporáneos, pero sin
duda no era él, un poeta asociado a la poesía pura, a quien tenía en mente al atacar al
surrealismo.99 Tampoco estaba pensando en los vanguardistas de revista de avance, que no sólo
jamás llegaron a practicar una estética surrealista sino que ya en la década de los veinte habían
sido críticos de las vanguardias (Lupi, “Orígenes ante las vanguardias” 617-19). Tampoco
pensaba en Alejo Carpentier, quien siempre se relacionó con el surrealismo desde las márgenes y
movido sobre todo por un interés en el “arte nuevo”, una idea general de arte de la que el
inspiración maritaniana —como el de Cocteau— eran sólo algunas de sus formas (Birkenmaier
35-7).
98
El ensayo fue publicado en El nuevo Mundo, suplemento dominical del periódico El Mundo, apenas en junio de
1941. La Habana Elegante publicó recientemente una edición crítica de este texto a cargo de Arnaldo Cruz-Malavé.
99
El comentario se encuentra en el último número de Verbum, de noviembre de 1937: “La inexplicable popularidad
de que ha disfrutado un poeta homogéneo y sin propia voz, como Emilio Ballagas, se debe sin duda a esa
desapetencia revisionista que [lo] convierte en un poeta colocado invariablemente al lado de Guillén y de Florit […],
es en estos pastiches de Neruda y Cernuda, donde se hace más visible la pobreza de imágenes y la ambigua
embestida creadora de este poeta hecho para las simpatías liceísticas tanto provincianas como capitalinas. En nuestra
opinión ningún poeta como Emilio Ballagas revela las influencias mal asimiladas, las simpatías inconsecuentes, los
plagios porque sí, y el atolondramiento por incorporar a su obra las realizaciones técnicas y formales de otros poetas
que han ganado en verdad esas posiciones” (265). Sólo un par de meses antes de que Lezama escribiera esto, en
septiembre de 1937, José María Chacón y Calvo le dedicó un artículo elogioso a Ballagas desde las páginas de
Grafos. Entre otros elogios, Chacón y Calvo aseguró que en una lectura de Ballagas presenció “la poesía pura, sin
mancha de acento declamatorio, sin una sola flexión teatral, salir del corazón lírico y llegar a la muchedumbre, y
suspenderla en un éxtasis y hacerla vivir en toda su plenitud la pureza del canto sin nombre y la mágica canción
nunca oída” (“La poesía de Emilio Ballagas”, n/p).
104
En contraste con los comentarios del “Coloquio” sobre el purismo de Valéry o sobre lo que
José Ardévol llamó el “arte afro-cubano” (“Coloquio” 51; Espuela 60), que sí nacieron como
respuesta a tendencias artísticas que cada vez cobraban mayor importancia en la isla, la posición
de Lezama sobre las vanguardias parece formarse sobre todo en un diálogo con el campo
intelectual europeo, principalmente el francés y español, los cuales en cierta medida prolonga.100
Una polémica que resulta interesante enfocada desde esta perspectiva es la polémica entre
Claudel y los surrealistas, cuya anécdota más célebre es la carta abierta dirigida en 1925 al
entonces embajador en el Japón.101 En aquella carta, firmada, entre otros, por André Breton,
Louis Aragon, Antonin Artaud, Robert Desnos, Paul Eluard, René Crevel, Max Ernst y Benjamin
Péret, no había ninguna defensa de una poética del inconsciente, sino una negación violenta de la
tradición. “C’est une singulière méconnaissance des facultés propres et des possibilités de
l’esprit qui fait périodiquement rechercher leur salut à des goujats de votre espèce dans une
tradition catholique ou gréco-romaine”. Para estos artistas sólo un “canalla” (goujat) podría ser a
la vez poeta, católico y embajador; y sólo la enferma “civilisation occidentale” con sus ideas de
Si se lee esta carta con un pie en Cuba, en principio resulta inevitable no compararla con la
carta abierta de Lezama a Jorge Mañach. En un momento de crisis nacional, lo único que queda
—y estas palabras las pudo haber escrito el director de Orígenes en 1949— es una “idée morale,
à savoir par exemple qu’on ne peut être à la fois ambassadeur de France et poète”, que no se
puede cambiar la fede por la sede, como dice Lezama en su carta a Mañach (Imagen y
posibilidad 199). El joven de 1938, sin embargo, tomó el lado de Claudel, el lado de la sede, y se
100
Nótese que incluso en sus revistas, que por obvias razones establecían lazos más fuertes con la actualidad cultural
cubana, suelen ser otros colaboradores —como Guy Pérez Cisneros en Verbum o José Ardévol en Espuela de
Plata— los que asumen posiciones críticas frente a las tendencias del arte cubano del momento.
101
Gilles Cornec analiza la relación entre Claudel y el surrealismo, especialmente su disputa por el legado de
Rimbaud, en el segundo capítulo de su libro L’Affaire Claudel.
105
opuso abiertamente al tipo de modernidad que alentaban Breton y los surrealistas. Imaginar la
posición de Lezama ante al surrealismo como una respuesta a esa carta de 1926 es interesante
porque pone en evidencia no sólo la continuidad del debate, sino el desfase temporal entre el
campo cultural francés y el cubano. El anacronismo quizás sea deliberado, quizás una estrategia.
Pero en el fondo muestra que la posición de Lezama sobre este asunto tiene que ver menos con la
práctica poética de los surrealistas que con el lugar que éstos ocupaban en América Latina.
¿Acaso el Breton de finales de la década de 1930 no había abandonado también la fede por la
sede?
Un detalle que se suele pasar por alto cuando se examina esta postura de Lezama es que sus
críticas al surrealismo eran más la regla que la excepción entre la intelectualidad cubana y
América que el surrealismo había sido abandonado y quedaba sólo como un recuerdo útil de las
exposición” n/p). Desde orillas muy diferentes, aunque no siempre con argumentos distintos, en
contra del surrealismo se pronunciaron Borges, Paz, Carpentier y Neruda. Octavio Paz, que con
el tiempo se convertiría no sólo en uno de sus publicistas más reconocidos sino además uno de
sus teóricos e historiadores más importantes, en 1943 no disimulaba su desdén por “los pobres
balbuceos del inconsciente” y “las revueltas aguas negras del inconsciente” (Primeras letras
301). Será sólo hasta 1945, año de su llegada a Paris, cuando su singular y tardía relación con el
102
Sobre la relación del poeta mexicano con el surrealismo véase el interesante artículo de Evodio Escalante, “La
vanguardia requisada. Octavio Paz y el surrealismo” (2013).
106
Todavía más interesante en relación con Lezama es el caso de Alejo Carpentier. En 1949, un
año después de publicar el que iba a ser el prólogo del Reino de este mundo en Caracas y a la par
de la publicación de la novela, Carpentier presentó una versión personal del enfrentamiento entre
Hacia el año 1927, centenares de jóvenes latinoamericanos creyeron que era un “deber de
modernidad” rechazar a Paul Claudel, porque unos cuantos surrealistas lo hubieran
tratado públicamente de cerdo en un manifiesto cuya lectura actual se hace
particularmente odiosa a quienes supieron admirar la heroica resistencia francesa. Hoy
resulta evidente que, en aquellos años, teníamos mucho más que aprender con la
meditación de La zapatilla de raso de Claudel, que acababa de publicarse en las
ediciones del Roseau d’Or [dirigidas por Maritain], y que se emparentaba
magníficamente con nuestro patrimonio hispánico, que con la lectura del Primer
manifiesto de Breton —papel de consumo exclusivamente local (36).
Más adelante en el mismo ensayo Carpentier volverá a enfrentar a Claudel con los surrealistas. E
insistirá —casi 10 años después que Lezama— ya no únicamente en lo que pudo haber aportado
Claudel al escritor americano, sino en lo que todavía, a finales de la década de 1940, podía
107
Chatres; la voz de Léon Bloy tiene resonancia de grandes registros de órgano. Y aunque
mucha gracia nos haga la bufonada de Les Mamelles de Tiresias —puesta en música por
Poulenc— debe reconocerse que, con todos sus simplismos, con la peligrosísima “petite
larme pour Jeanne” de una de sus escenas, la Jeanne d’Arc au bûcher de Claudel, puesta
en música por Honegger, responde a un tipo de tradición bastante más honda y más
enaltecedora, con sus canciones infantiles, su imaginería tierna, la robusta y cabaretera
canción de Heurtebise, su aliento honesto y popular, que las bromas dudosas sobre
chupetas de goma, hechas por Apollinaire en el prólogo de su farsa (38).103
Quizás lo más interesante de estas ideas es que ponen en evidencia que para el Carpentier de esos
años, como era el caso para otros intelectuales latinoamericanos, el surrealismo en algún
que pudo haber representado para la juventud francesa de principios de los 20. En este contexto
resulta lógico que la anacrónica toma de partido por Claudel y los antimodernos católicos
pudiera ser una opción modernizadora, es decir, una opción que, a la vez que permitía marcar
una distanciamiento frente a la cultura europea (al fin y al cabo Claudel ya era cosa del pasado),
contribuía a sentar las bases de una tradición propiamente americana. Un opción, además, que
resultaba atractiva no sólo para intelectuales católicos, sino también para intelectuales con
Para el poeta que en 1939 aún no cumplía 30 años y que contaba en su haber sólo con
“Muerte de Narciso” y Verbum—la más breve de todas sus aventuras colectivas—, acompañar a
Claudel en sus principales apuestas estéticas, que más que suyas eran las de una generación
particular de católicos, fue una decisión crucial. En un momento determinante para su formación
103
Después de haber sido estrenada en Rio de Janeiro un año antes, en 1943 se presentó en La Habana una versión
de L’Annonce faite à Marie dirigida por Louis Jouvert. Además de ser quizás la primera representación de una obra
de Claudel en Cuba (Jeanne d’Arc au bûcher se presentará en la plaza de la catedral en 1951), esta puesta en escena
resultó especial para Carpentier porque, al menos en su memoria, a ella le debe su primer viaje a Haití, adonde fue
acompañando a Jouvert en su gira (“Sobre su novelística” 132). Graziella Pogolotti ha demostrado que esta versión
de Carpentier no es del todo correcta, pues por dificultades de último momento el cubano viajó solo (“Cuba, Haití,
Jouvert y Carpentier”).
108
intelectual, la lectura del poeta francés, y del conjunto de nombres que orbitaban alrededor suyo,
internacional y también a preparar sus próximas intervenciones en el campo cultural cubano (de
ahí la pasión por las genealogías y su distanciamiento de Valéry y del surrealismo). Es en este
sentido que puede afirmarse que Lezama fue un escritor antimoderno antes que cubano, pues su
mirada sobre la literatura y el arte de la isla está marcada por este imaginario.
él no sólo fue el modelo que animó al joven Lezama a elaborar su propia teoría de la poesía sino
entre “conocer poético” y “conocer dialéctico” delineada previamente por Claudel para en las
décadas siguientes hacer sus principales contribuciones teóricas sobre la poesía y la cultura.
Todos sus ensayos entre 1936 y1940, incluso aquellos que tienen un objetivo crítico, son una
3. Poesía y conocimiento
Entender la posición de Lezama entre los antimodernos es crucial para proponer una lectura de
Rodríguez Matos. Si bien el horizonte del que surge mi interpretación es muy diferente al de
Rodríguez Matos, considero que el interés compartido en este ensayo justifica, aun a riesgo de
Para el autor de Writing of the Formless, la imagen del Claudel-conquistador con que
termina “Conocimiento de salvación” revela que, pese a sus pretensiones de encontrar “a way
109
out of the modern theoretical stance toward reality” (143), la epistemología poética claudeliana
también pone al sujeto “in the structural place of the conqueror of a new world, reordered and
populated in his image” (140). En este sentido, Claudel repite el error de Valéry y los
surrealistas. A la pregunta sobre “how to think the outside world, Nature, as something other
than an unchangeable object” (143), Claudel responde que la relación del sujeto cognoscente con
la naturaleza es una batalla de dominación: conocer es tomar posesión, conquistar. Desde esta
perspectiva, el sujeto que imagina Claudel es no sólo una metáfora del Sujeto moderno, sino de
Un primer acercamiento al Art Poétique de Claudel y a sus Cinq grandes odes, los textos de
cabecera de Lezama al escribir “Conocimiento de salvación”, permite, sin embargo, leer de una
manera distinta el significado de esta lucha del Sujeto con la Naturaleza. Tras revisar sus
páginas, escritas entre 1900 y 1908, resulta evidente que en ambas obras Claudel deja claro su
interés en pensar la realidad distanciándose de las que en ese momento eran sus definiciones
tradicionales: la realidad como el dato bruto en frente nuestro (lo dado) y la realidad como una
representación del sujeto. En el lugar de estas dos alternativas, Claudel opta por el misterio, lo
L’inconnu est la matière de notre connaissance, il est le bien de notre esprit et sa chère
nourriture. Les hommes antérieurs n’ont point endommagé notre droit, ils n’ont point
réduit notre patrimoine. Les choses ne sont point comme les pièces d’une machine, mais
comme les éléments en travail inépuisable d’un dessin toujours nouveau (Art Poétique
45).
La base en la que Claudel fundamenta su teoría del conocimiento no es, de acuerdo al limitado
enfoque que quiero proponer, “the history of Western metaphysics” y su “attempt to achieve
110
Claudel es sobre todo semítico y remite a una discursividad histórica que recuerda al Antiguo
Testamento antes que a Platón e incluso a santo Tomás. Hay un pasaje del Génesis que resulta
Lezama de “que para Claudel el conocimiento tiene un sentido bíblico, de diálogo carnal”
Una noche, camino al temido encuentro con su hermano Esaú, Jacob se ve involucrado en
una riña con un extraño. Cito de la traducción de la Reina Varela, que es la que Lezama solía
utilizar:
Y quedose Jacob solo, y luchó con él un varón hasta que rayaba el alba. Y como vio que
no podía con él, tocó en el sitio del encaje de su muslo, y descoyuntóse el muslo de Jacob
mientras con él luchaba. Y dijo [el desconocido]: “Déjame que raya el alba”. Y él dijo:
“No te dejaré si no me bendices”. Y él le dijo: “¿Cuál es tu nombre?”. Y él respondió:
“Jacob”. Y él dijo: “No se dirá más tu nombre Jacob, sino Israel; porque has peleado con
Dios y con los hombres, y has vencido”. Entonces Jacob le preguntó, y dijo: “Declárame
ahora tu nombre”. Y él respondió: “¿Por qué preguntas por mi nombre?” Y bendíjolo allí.
Y llamó Jacob el nombre de aquel lugar Peniel: porque vi a Dios cara a cara, y fue librada
mi alma (Gen 32, 24-30).
Leamos este pasaje en los términos de Claudel, esto es, pensando este combate como una
intenta imponerse sobre lo desconocido, pero el ángel, Dios, la realidad, ocultan sus nombres, se
resisten a la representación.104 “Et je fus devant vous comme un lutteur qui plie, / Non qu’il se
104
Vale la pena recordar aquí lo que en su análisis de La expresión americana escribió Juan Pablo Lupi sobre el
término resistencia, muy usado por Lezama: “‘Resistencia’ is […] what ‘resists’ the full actualization of knowledge;
it is that which preserves knowledge-as-potentiality –‘resistencia’ is the preservation of that residual part of
knowledge that always remains a the ‘yet-to-be-known’” (Reading Anew 164). Ejemplo de uno de los textos donde
Lezama desarrolla esta noción de resistencia es una prosa poética que, precisamente con ese título, apareció en la
primera página de Nadie Parecía en marzo de 1944 y después recogió en La fijeza (1947). Nótese que el lenguaje
que allí utiliza Lezama también es un lenguaje de lucha, de enfrentamiento: “En el mundo de la poiesis, en tantas
cosas opuesto al de la física, que es el que tenemos desde el Renacimiento, la resistencia tiene que proceder por
111
croie faible, mais parce quel’autre est plus fort. / Vous m’avez apellé par mon nom” (Œuvre
poétique 249), escribe Claudel en el “Magnificat”, la tercera de sus Cinq grandes odes. Tras su
lucha con el ángel Jacob no sólo termina con el fémur dislocado sino que acaba por descubrir su
propio nombre; el deseo de posesión del sujeto desemboca en un nacimiento: “No se dirá más tu
nombre Jacob, sino Israel”. El combate concluye con un bautizo y una revelación a su vez
irrepresentable: “[V]i a Dios cara a cara”, clama Jacob; el patriarca judío vio el rostro de Dios
Los paralelismos entre el final de la historia bíblica y el final del texto de Lezama son
dicientes. El autor de Paradiso hace varias referencias a versos de Claudel —todas, salvo una,
provenientes de las Cinq grandes odes— con el fin de insistir en dos cosas: la primera, que
“[p]ara Claudel todo conocimiento es un nacimiento, una navidad sanguínea” (249); la segunda,
que el modelo de todo conocimiento es “un gran combate”, no una conquista. Así como Jacob,
en su derrota, es bendecido por el ángel, Claudel, el “lutteur qui plie”, se hace merecedor de “la
altísima dignidad del católico”, que como hemos visto también puede ser la del judío: el “cara a
El tipo de conocimiento poético que propone Claudel logra superar “the fundamental
structure of the modern world” (Rodríguez Matos 146), o al menos así lo veía Lezama, no
porque se imponga a la realidad, sino porque lucha con ella; a la vez que confía en su capacidad
rápidas inundaciones, por pruebas totales que no desean ajustar, limpiar o definir el cristal, sino rodear, romper una
brecha por donde caiga el agua tangenciando la rueda giradora […]. La resistencia asegura que todas las ruedas
estén girando, que el ojo nos ve, que la potencia es un poder delegado dejado caer en nosotros, que ella es el no yo,
las cosas, coincidiendo con el yo más oscuro, con las piedras dejadas en nuestras aguas” (Poesía completa 152).
105
Este aspecto semítico de la teoría claudeliana nos permitirá extender, en el capítulo cuarto, esta reflexión a otras
facetas del Lezama antimoderno. Por lo pronto, me limito a anotar que no es difícil establecer una conexión entre
este cara a cara con Dios al que hacen referencia Jacob, Claudel y Lezama y la fenomenología del rostro del filósofo
lituano Emmanuel Lévinas, que también busca desestabilizar la autosuficiencia del Sujeto, del Ser. Un buen texto
para tener un primer acercamiento con esta filosofía del rostro es Étique et infini (1982) (89-97).
112
para ofrecer “una explicación real de las cosas”, sabe que dicha explicación es inagotable y está
Los trabajos que el Lezama maduro escribirá sobre Claudel en la década de 1950 operarán
con estas mismas ideas, aunque la relación entre el sujeto y la realidad ya no seguirá el modelo
Menos de un mes después de la muerte del francés en febrero de 1955 Lezama escribió un
par de notas sobre él. Al igual que “Conocimiento de salvación” años antes, esas notas, “Loanza
de Claudel” y “Plenitud relacionable”, no son textos aislados sino que hacen parte de una red de
ensayos críticos y teóricos que empiezan con “Introducción a un sistema poético” en marzo de
1954 y terminan con “Dignidad de la poesía” en noviembre de 1956. Una cualidad en común de
estos ensayos —que precedieron por poco las conferencias que después conformarán La
es que retoman la reflexión sobre la poesía como forma de conocimiento y reiteran sus dos
cara con el otro. De este grupo de textos vale la pena destacar “Torpezas contra la letra” (julio de
1954), “Plegaria tomista” (septiembre de 1954), “Loanza de Claudel (marzo de 1955), “Plenitud
relacionable” (junio de 1955), “No rechazar teresiano” (octubre de 1955), “Playas del árbol”
Una de las ideas fundamentales para discutir los aportes del poeta francés a la teoría del
conocimiento que se elabora en estos textos es precisamente la que abre “Loanza de Claudel”:
“nuestra época”, dice allí Lezama aludiendo a un pasaje crucial del Art Poétique, “puede mostrar
113
Antes de ahondar en lo que hay detrás de esta nueva alusión al libro de Claudel, cabe
preguntarse qué periodización se halla en la base de esta indicación de tiempo. ¿A qué época se
refiere el cubano cuando habla de “nuestra época”? Por lo menos resulta revelador que, aunque
formulada en 1955, la constatación de este hallazgo tuviera ya más de una década. Las pocas y
ambiguas marcas temporales que aparecen en los textos de estos años ofrecen una
caracterización general y al mismo tiempo señalan una continuidad previsible: “nuestra época”
contra la letra” 433), la del “romanticismo antisignario” que cree que la poesía nace de “la
horticultura de la pereza” (“Pascal y la poesía” 566); una época, en suma, en la que, al menos
para Lezama, aún sigue vigente la percepción de crisis que le dio forma a las disputas estéticas
que iniciaron el siglo XX y él vivió de manera intensa a finales de 1930 cuando escribió
“Conocimiento de salvación”.
lo largo de este capítulo— remontarse a grandes saltos hasta Lutero y Descartes, explica por qué
su opinión de Claudel apenas si se modificó con el paso del tiempo (en cierta medida su primera
lectura lo marcó de manera definitiva) y explica también, aunque ya en un sentido más amplio, lo
que hay detrás de la estabilidad de sus convicciones estéticas. Que Lezama pudiera celebrar en
1955 un hallazgo que ya había comentado en 1939 tiene que ver, en definitiva, con la amplitud y
estabilidad de esta noción de época que se ha confundido a veces con una idea de precoz
106
Tal vez el mejor ejemplo de esta postura sea el capítulo que Cintio Vitier le dedica a Lezama en Lo cubano en la
poesía. Allí Lezama es presentado como un ser mítico que no estaba “en relación esencial ninguna con la
circundante atmósfera poética. Su tiempo no era histórico ni ahistórico, sino, literalmente, maravilloso” (310).
114
Dicha perspectiva histórica da cuenta igualmente de la distancia que a partir de 1950
empieza a separar a Lezama de los escritores más jóvenes, algunos de ellos reunidos en torno a
Lunes de Revolución (1959-1961) y otros provenientes del propio seno origenista.107 Estos
con los restos de un pasado superado por la Revolución. José Álvarez Baragaño lo dijo
enfáticamente en 1960 desde las páginas de Lunes: “es un sueño pensar que partiendo de santo
Tomás y de santa Teresa, de Maritain y Claudel, se puede inscribir una conciencia revolucionaria
Ahora bien, ¿qué de valioso había el Art Poétique de Claudel para que, casi medio siglo
Lezama todavía la considerara el acontecimiento decisivo de su época? ¿De qué habla ese texto
Lo primero que se puede decir es que, al igual que el sistema poético del mundo de Lezama,
el conjunto de ideas que constituye el Art Poétique es muy singular. Ninguno de sus tres tratados
discute las normas que regulan la creación poética y cuando hablan de poesía lo hacen de un
modo indirecto. Su título está menos en la línea de Boileau que, como se hace explícito en su
versión alemana, en la de una Ars poetica mundi: allí hay lugar para la botánica, la astrología, la
fisiología, los problemas de la respiración, los movimientos de los insectos o las reacciones de
107
Pienso específicamente en Lorenzo García Vega (1926-2012), un poeta formado en el origenismo y que, como se
ve en su libro Los años de orígenes (1979), desde muy temprano tuvo una relación conflictiva con el grupo. En
1996, en una entrevista con Enrico Mario Santí, dijo lo siguiente a propósito de Lezama y Claudel: “Tampoco
entendí el claudelianismo de Lezama, o de Orígenes. Yo siempre me he interesado, con respecto a Claudel, en lo
que dice Valéry: ‘Necesitaba una grúa para levantar un cigarrillo’. Y me parece que eso es un poco una
característica también de Orígenes: para levantar un cigarrillo no necesitas una grúa, un aparato de palabras. Eso yo
lo rechacé mucho. Me acuerdo incluso de que cuando murió Claudel se hizo un acto homenaje en el Lyceum. Fue la
única vez que yo aparecí en un acto de Orígenes. Por supuesto, yo estaba invitado de entrada, y Lezama me propuso
un tema como Rimbaud y Claudel. Yo no lo quise hacer; y no sólo no lo quise hacer, sino que no me aparecí por
ahí” (“La tremenda mentira”).
115
los minerales (Fimmiani 19). El postulado central de esta poética —que el mismo Claudel, en un
gesto que visto en retrospectiva resulta lezamiano, bautizó el “Art Poétique de l’Univers” (Art
Poétique 57)— es esa “nouvelle Logique” (57) a la que Lezama alude en los ensayos de 1939 y
1955.
Recordemos la reflexión con que inicia “Loanza de Claudel”: “Ciega para las verdades
reveladas, nuestra época se adensa y magulla para recibir unas cuantas verdades que han
procurado avivar su cuerpo de ceniza, su árbol de llamas secas. Pero albricias, tímpanos de
cobre, puede mostrar un hallazgo: haber llevado la metáfora al sitio ocupado por el silogismo”
(467). El responsable de este hallazgo es Claudel, y el lugar en que lo anuncia es su Art Poétique.
La descripción de este acontecimiento en el texto del francés tiene un componente dramático que
Detrás de este contraste entre lo antiguo y lo nuevo—que, como se puede ver, Lezama cita casi
(1865) de Claude Bernard y Man’s Place in the Universe (1903) de Alfred Russel Wallace. No
obstante, son dos las principales líneas de pensamiento en las que está inspirado. Por un lado, la
tradición simbolista de Poe, Baudelaire (los ecos de sus “Correspondances” son evidentes en este
116
una pregunta definitiva para cuestionar la obsesión positivista por los hechos: “Qu’est-ce que
cela veut dire?” (Mémoires 64). Por el otro, y en cierta medida como respuesta a esa pregunta,
esa “espèce de grammaire” que fue para él la filosofía de santo Tomás de Aquino (64).
Stephen Schloesser llamó “dialectical realism”, esto es, “a dialectical composite of two
interpenetrating planes of reality: seen and unseen, created and uncreated, natural and
supernatural” (6). En principio, este realismo no es exclusivamente católico. Fue más bien un
sentimiento de época cuya presencia puede rastrearse desde el simbolismo y la filosofía vitalista
de Bergson (no por azar L’évolution créatrice y la edición definitiva del Art Poétique son de
1907) hasta el surrealismo, el realismo mágico de Franz Roh, las imágenes dialécticas de
Benjamin e incluso el utópico realismo socialista (107-37). Para una generación de artistas y
pensadores que no querían escapar de la realidad pero que tampoco estaban dispuestos a
aceptarla como un hecho dado (116), este nuevo realismo significó la posibilidad de dejar atrás
de una vez por todas la mirada unidimensional del positivismo y, con él, la estética mimética en
que se manifestaba.
materiales. Para el poeta católico la palabra clave era forma, un concepto aristotélico del que se
apropió santo Tomás y del que él enfatizó su dimensión relacionable: la forma es el límite entre
lo que existe y lo que es, entre el mundo y Dios.108 Ésta es una conceptualización filosófica del
108
Sobre la relación entre el concepto de forma en el aquitense y el del arte moderno véase Umberto Eco, Il
problema estetico in Tommaso d’Aquino (93-99). También sobre este mismo concepto véase el libro de Fimmiani
sobre la poética de Claudel y las páginas en que Schloesser analiza el concepto de forma en Maritain (148-151).
117
verdadero conocimiento, el conocimiento de la forma, es un co-nacimiento (co-naître). La idea
de que “naître, pour tout, c’est co-naître”, de que “tout naissance est une connaissance” (Art
Poétique 66) no sólo se repite, casi a modo de mantra, a lo largo de toda el Art Poétique, sino
que en cierto sentido se convertirá en emblema para la generación posterior y, al menos desde
Aunque la peculiar naturaleza del Art Poétique dificulta el estudio de su recepción, hay un
par de aspectos de esta obra sobre los que los intelectuales franceses han llamado la atención y
que Lezama no sólo retomó sino que llevó hasta sus límites. Maritain y los historiadores,
filósofos y artistas que en algún momento estuvieron alrededor suyo (Jean Cocteau, Raymond
Radiguet, Georges Rouault, Igor Stravinski, Emmanuel Mounier, Étienne Gilson, entre otros) se
apropiaron de esta versión católica del realismo dialéctico para reconciliar la religión con el
mundo moderno y, especialmente, con el arte moderno. La acepción claudeliana de forma les
ayudó a defender la idea de una realidad compleja, multidimensional, que hacía compatible la
contradicción, estos pensadores y artistas se vieron a sí mismos a la vez como herederos del
(Schloesser 148-51).
Otra vertiente en la recepción del Art Poétique, la que se formó en torno a Gabriel Marcel y
la filosofías francesa, llamó la atención sobre el otro mantra de Claudel, la relación entre
conocimiento y alteridad: “nous ne naissons pas seuls” (Art Poétique 66); “Je comprends que
chaque chose ne subsiste pas sur elle seule, mais dans un rapport infini avec toutes les autres”
(58). Paul Ricoeur (1913-2005), Emmanuel Lévinas (1906-1995), Jean Paul Sartre (1905-1980)
118
y, sobre todo, Maurice Merleau-Ponty (1908-1961) leyeron el Art Poétique a través de ese lente
de la alteridad que, como ya se sabe, sus obras desarrollaron de distintas maneras y aplicaron a
Lezama recogió estos dos énfasis en sus lecturas de Claudel y se esforzó por mostrar su
Lantsheere planteó esta idea en 1913, Maritain la retomó en 1922, Lezama la descubrió en 1939
y volvió a destacarla en 1955: los contemporáneos, insistió esta vez en un ensayo sobre Thomas
Mann, no han sabido asumir “una nueva posición ante la realidad” y se han dejado tentar por una
Varios de los ensayos teóricos de Lezama, y con especial intensidad desde la década de los
50, pueden entenderse como un intento por precisar esta nueva posición ante la realidad que
descarta el componente realista. Piénsese, por ejemplo, en textos poco comentados como
“Plenitud relacionable” y “Tres visibles”, o en otro más conocido como “Pascal y la poesía”. En
ellos Lezama expone su concepción sobre la relación entre realidad y poesía, ya no a través de un
combate con el gran Pez, sino sirviéndose de una de teoría del don que tiene claras conexiones
La “poesía es la anotación de una respuesta” (563), dice el cubano al principio del ensayo
dedicado a Pascal; anotación, agrega después, que entraña una obligación: “la grandeza del
devolver” (564):
109
A propósito de esta faceta del Art Poétique Merleau-Ponty dice lo siguiente: “Ce qui fait qu’il touche tant
d’hommes pourtant étrangers à ses croyances, c’est qu’il est un des rares écrivains français qui aient rendu sensibles
le tintamarre et la prodigalité du monde. La logique nouvelle dont parlait l’Art Poétique n’a rien à voir avec celle des
théodicées classiques […]. C’est par cette pudeur, cette franchise, cet humour qu’il agit au-delà du catholicisme”
(395).
119
Devolver en el hombre es intuir el escoger de los dioses. El único indicio que podemos
tener de ese escoger de la divinidad, es su correspondencia en el devolver de los
humanos. Luego ese devolver es la raíz de la imagen. Devolver los dones acrecidos es
vivir dentro de la gracia. Devolver, como en el orden de la caridad soñado por Pascal […]
aclara como si recibiésemos por el espejo, pero al mismo tiempo, devolviésemos también
por el espejo. Al ‘por enigma en el espejo’, podemos responder ‘por el acrecentamiento
en el espejo’, buscando una correspondencia amistosa entre el hombre y la divinidad […].
Hay incluso como la obligación de devolver la naturaleza perdida. De fabricar naturaleza,
no de recibirla como algo dado (564).
realidad. Su segundo componente sería el vínculo entre conocimiento y alteridad. Para poder ser,
la amistad entre los dioses y el hombre —que no puede ser recíproca— debe pasar por un
En “Plenitud relacionable” y “Tres visibles” la teología trinitaria que subyace a esta relación
entre lo Uno y lo Otro es a un mismo tiempo más visible y más literaria. En el primero de estos
110
Esta imagen de san Pablo, que justamente hace parte de un poema sobre la caridad (ágape), es muy recurrente en
la obra de Lezama. Otros artistas y filósofos —tal es el caso, para mencionar sólo unos pocos, de Ingmar Bergman
en Como en un espejo (1961), Northrop Frye en The Great Code (1982) o Jorge Luis Borges en el “El espejo de los
enigmas” (1952)— han ofrecido distintas lecturas sobre este pasaje que ya desde los Padres de la Iglesia ha sido
motivo de fascinación. Al igual que el tema del don, éste será otro elemento que retomaremos en el capítulo final de
esta disertación.
120
En “Tres visibles”, mientras tanto, la relación entre la imagen y la metáfora es “avivada” por el
“orden de la caridad”; éste es el que permite que “la imaginación [actúe] sobre lo visible,
Al igual que ocurre en el Art Poétique, lo que más le preocupa al realismo dialéctico que
anima esta teoría del don, y a la teología trinitaria que le sirve de trasfondo, es diferenciarse tanto
del realismo positivista como del idealismo kantiano. Por eso Lezama, a diferencia de otros
teóricos del don (Marcel Mauss, Claude Lévi-Strauss y Borges111), considera que, aunque pide
reciprocidad, ningún regalo verdadero puede ser recíproco, a menos de que medie el Espíritu, la
caridad, el lenguaje (los términos son cambiantes). Este proceso de medición instaura una suerte
intacto al Padre, como teme Jacques Derrida, otro teórico del don, en Donner le temps (1991).
Baudelaire (“La fausse monnaie”) que comenta el libro del filósofo argelino, sino un “imposible
razonable” (“Plenitud relacionable” 477). La reciprocidad puede ser desinteresada porque está
siempre en deuda con el otro, porque no es la donación de una moneda, una limosna, sino una
donación de sí; es, en términos que resultarán más claros en las referencias a Emmanuel Lévinas
de palabras que nunca son enteramente suyas; ls dona no tanto porque le pertenecen sino porque
nunca le pertenecieron del todo; ellas también son una donación. La manifestación física de esta
economía del don es, como lo mencionamos en el primer capítulo de esta tesis, la biblioteca de
111
Essai sur le don (1923-24) y la introducción de Lévi-Strauss a la obra de Mauss son textos bastantes conocidos.
En cuanto Borges, el mejor lugar para encontrar sus ideas sobre el don son las dedicatorias de sus libros. Léase por
ejemplo la dedicatoria del poemario La cifra (1981): “De la serie de hechos inexplicable que son el universo o el
tiempo, la dedicatoria de un libro no es, por cierto, el menos arcano. Se la define como un don, un regalo. Salvo en
el caso de la indiferente moneda que la caridad cristiana deja caer en la palma del pobre, todo regalo verdadero es
recíproco. El que da no se priva de lo que da. Dar y recibir son lo mismo” (OC3 347). Un intento por articular la
teoría del don borgiana se puede encontrar en mi artículo “Jorge Luis Borges y los dones incompletos”.
121
Lezama: una acumulación de libros cuyo fin no era convertirse en colección, sino fundar otras
bibliotecas, ser prestados, del mismo modo en que antes también habían sido objetos de
préstamo.
Esta interpretación del don, que emparenta las ideas del cubano con la filosofía heterónoma
de Lévinas, es quizás su vínculo más importante con Claudel, al que, citando a san Pablo, no por
capricho Lezama llamó un “deudor sanguíneo” (“Loanza de Claudel” 469). Que el poeta cubano
La unión del friso aristotélico con la energía de Rimbaud, tenía para Claudel esa
condición de deudor sanguíneo que necesita el católico. A griegos y romanos, a antiguos
y modernos, nos dice San Pablo, a todos soy deudor (477).
El pasaje de san Pablo al que se refiere el autor de Paradiso es Romanos 1,14. En la versión
sabios y a ignorantes”; Reina Valera, por su parte, traduce: “A griegos y a no griegos, a sabios y
a no sabios soy deudor”. Las palabras que el cubano convierte en “antiguos y modernos” son en
El esquema histórico al que he hecho referencia desde las primeras páginas de este capítulo
está relacionado con esta negociación continua entre lo moderno y lo antimoderno que aquí
aparece enmarcada en una economía del don. A esta nueva lógica del don se debe, por una parte,
inacabable con el otro —en este sentido las deudas de Lezama con los libreros de La Habana
también tienen un valor simbólico— es el hilo conductor de una tradición que está alerta a la
mitificación de la historia, del presente. Por otra parte, esta lógica también lleva el sello
122
distintivo del universalismo católico del poeta cubano y del francés. Aunque hablen de Claudel,
Lezama podría igual haber usado estas palabras para describirse a sí mismo:
[Él] podía entonar la alabanza de Santa Genoveva, en la era de las tribus misteriosas,
como la del actor chino Mei Lan Fan; apoderarse de la fuerza de la escritura horizontal
como el devenir del río de los chinos, donde el signo es un ente; podía cantar a Dante y a
Charles Louis Philippe; sentir a San Luis pasar a caballo por una aldea en un día de Noel,
como a De Gaulle, negado a perpetuidad por la miseria de su época. Podía, y he ahí la
más poderosa abertura de su arco, ser deudor de Aristóteles y Rimbaud, de una gran
extensión de conocimiento y de la acumulación de energía en un pillete sagrado (470).
La deuda de Lezama con Claudel es, en este sentido, una deuda con una tradición entera, con la
tradición en Claudel, y no simplemente con una poética individual. Dicha tradición no se limita a
la tradición de Occidente, sino que incluye a Oriente y, a través de Lezama, se prolonga hasta las
Américas. El uso que Lezama le da a las palabras católico y catolicismo desde sus primeros
textos es congruente con esta idea, cuya puesta en práctica resulta, en su caso, quizás aún más
misma negación.
Aunque impensable en el poeta francés, este gesto moderno de Lezama está contenido en
la visión antimoderna de Claudel, así como su mirada sobre la cultura americana ya está
contenida en El libro de Cristóbal Colón. La “vehemencia del Lezama Lima católico” que
Irlemar Chiampi señala de pasada en una de sus notas a La expresión americana (107) debe ser
vista no como un defecto menor, un capricho excusable, sino como un principio verdaderamente
estructurador. Tanto los personajes que allí recrea Lezama, como su propia perspectiva histórica,
ni “se hace tronal” ni “rehúsa el descampado” (112), y para el que la tradición no es un depósito
que “resguarda” sino una fuerza viva que “se expande, juega y recorre destinos” (113).
123
CAPÍTULO III
Una de las grandes pasiones compartidas por los antimodernos fue el interés en la Edad Media.
Las genealogías de la modernidad y las críticas al sujeto moderno que revisamos en el capítulo
anterior están en parte fundamentadas en una revaloración del pensamiento medieval. En algunos
particular—fue el detonante de una conversión estética. Libros decisivos para Lezama como el
Art Poétique y las Cinq grandes odes se fraguaron en un diálogo íntimo con la obra de santo
horizonte a partir del cual evaluaron diferentes aspectos de la modernidad. Así lo hicieron
Jacques Maritain en Art et scolastique, Nicolas Berdiaeff en Un nouveau moyen âge (1923) y
Étienne Gilson en sus varios trabajos sobre el período medieval, especialmente en L’esprit de la
philosophie médiévale (1932) y La philosophie au moyen âge (1922), una ambiciosa obra de
112
Curso Délfico fue el nombre que Lezama le dio al plan de lecturas personalizado que diseñaba para algunos
jóvenes escritores y amigos que se acercaban a él en busca de un guía intelectual. Lezama les sugería lecturas, en
muchas ocasiones les prestaba los libros y comentaba los textos con sus “alumnos”. A propósito del Curso, véase el
artículo de Manuel Pereira, “El Curso Délfico”, en la edición crítica de Paradiso para la Colección Archivos (598-
618).
124
Un detalle que se suele olvidar cuando se reflexiona sobre el medievalismo de estos autores
es que el interés moderno en la Edad Media fue, como recuerda Octavio Paz en El arco y la lira,
un sueño y una profecía del espíritu romántico (234). El redescubrimiento del mundo medieval
Inventing the Middle Ages (1991), Norman Cantor asegura que “[t]he romantics liked the Middle
Ages because they thought they saw in that world the beliefs and behavior that contrasted vividly
with the rationalism of the Enlightenment, the mechanism of the Industrial Revolution, and the
centralizing bureaucracy of the national state” (29). Y, en efecto, fue la nostalgia del mundo
Europe (1799), a recordar que alguna vez hubo un período “hermoso” y “espléndido” en que
“Europe was a Christian land, when one Christendom dwelt in this continent, shaped by human
hand, [and] one common interest bound together the most distant provinces of this broad
religious empire” (Novalis 137).113 Ideas como ésta, acompañada de la ola de conversiones al
Alessandro Manzoni (1785-1873)—, muestran hasta qué punto los antimodernos (muchos de
Con todo, las relaciones de los antimodernos con el Romanticismo fueron polémicas,
cuando no de abierta oposición. Pues sus reparos al racionalismo moderno iban dirigidos no
tanto a la razón como facultad de conocimiento, sino al lugar que la razón pasó a ocupar en la
modernidad. Al estudiar la distancia que separa a Lezama del surrealismo —un movimiento
113
Sobre la relación de Lezama con Novalis y con el romanticismo alemán en general véase el artículo de Juan
Pablo Lupi “Lezama, Novalis y las vicisitudes de la futuridad”.
125
también heredero del Romanticismo— mostramos que uno de los motivos que lo aparta de este
movimiento no son sus prácticas de escritura, que hasta cierto punto pueden ser comparables,
sino precisamente su rechazo absoluto de la razón. En parte, esto explica el particular interés de
como suma del pensamiento medieval, como una forma de conocimiento que, además de integrar
pasión moderna por el fragmento, la escolástica aspiraba a una unidad de pensamiento que era, a
su vez, reflejo de su visión tradicionalista de la cultura. Así pues, recuperar en pleno siglo XX la
tradición filosófica medieval era una manera de demostrar que la Edad Media no se limitaba a
ser el territorio del sueño o la nostalgia, ni una simple negación del presente ni una idealización
del pasado, como ocurría con los románticos. “Fréderic Schlegel a beau se réclamer du moyen
Resulta significativo que, pese a las continuas referencias de Lezama al universo medieval,
aún no haya un estudio crítico sobre su concepción de la Edad Media. Todavía no contamos con
un trabajo que analice las huellas de lo medieval en Paradiso o La expresión americana, textos
que incitan a una lectura en esta dirección. El presente capítulo busca llenar este vacío sólo de
manera parcial. Sus limitaciones están dadas no únicamente por el largo aliento que requeriría un
trabajo que tratara este tema en el conjunto de la obra de Lezama, sino porque el marco de mi
114
Sobre la idealización romántica de la Edad Media Berdiaeff dice lo siguiente: “Il n’est pas nécessaire d’idéaliser
le Moyen Age, comme l’ont fait les romantiques. Nous savons très bien quels sont les aspects négatifs et vraiment
ténébreux du Moyen Age: la barbarie, la grossièreté, la cruauté, la violence, le servage, l’ignorance dans le domaine
des connaissances positives de la nature, un terreur religieuse rythmée sur l’horreur des souffrances infernales”
(139).
126
lectura es el estudio de sus conexiones antimodernas. Mi objetivo en las páginas que siguen se
constreñirá, por tanto, a explorar la visión lezamiana de la Edad Media a partir de un análisis de
dos textos que no han recibido atención por parte de la crítica — “Calderón y el mundo
tiene un protagonismo considerable. Publicado en mayo de 1939 en Grafos, este texto ofrece un
comentario sobre el teatro de Pedro Calderón de la Barca basado en la lectura crítica de unos de
sus más conocidos autos sacramentales: El gran teatro del mundo (1633-1635). La importancia
de este trabajo para mi disertación radica en el hecho de que esta lectura de Calderón supone un
distanciamiento de las teorías del hispanismo que defendían los sectores más conservadores del
en el período de entreguerras, por José María Pemán. Como veremos, Lezama enfatizará los
conservador, se servirá de ellos no para promover una agenda nacionalista, sino para polemizar
con el Romanticismo.
“La imaginación medioeval de Chesterton” es, por otra parte, la reflexión más sistemática
sobre la Edad Media que produjo el autor cubano. Según Romano Guardini (1885-1968), un
teólogo alemán de origen italiano que escribió sobre Dante, Rilke, Hölderlin y Sócrates, y cuyos
libros alcanzaron cierto reconocimiento en América Latina en las décadas de 1950 y 1960 (su
libro La cuestión judía llegó a ser editado por ediciones Sur en 1963), según Guardini en The
End of the Modern World (1956), “[t]he medieval conception of the world gave birth to an
element and powerful feeling for the symbolic value of existence itself. Medieval man saw
127
symbols everywhere. He did not look upon reality in terms of energy, the elements, of physical
laws; he saw things in terms of form” (41). Esta pasión medieval y católica por el símbolo es la
que Lezama comenta en “La imaginación medioeval”, el ensayo en el que, además de explicar
con detalle sus ideas sobre la correlación entre catolicismo y poesía, sienta las bases de la visión
de la historia que después desarrollará en trabajos más conocidos como La expresión americana.
qué manera la interpretación lezamiana de Chesterton contrasta, por un lado, con las lecturas
estrictamente literarias de Jorge Luis Borges y Alfonso Reyes, y por el otro, con las lecturas más
“Calderón y el mundo personaje”, un ensayo que a primera vista puede considerarse un texto de
ocasión, es en realidad una pieza en la que Lezama puso un esfuerzo considerable, como lo
revelan las varias fuentes que entraron en juego en su redacción. A parte de su motivación
coyuntural (la presentación de El gran teatro del mundo en la plaza de la catedral de La Habana),
La primera fue la visita a la isla del romanista alemán Karl Vossler (1872-1949) entre enero
y marzo de 1939, apenas dos años después de que fuera retirado de su cargo en la Universidad de
Múnich por el gobierno nazi. Durante su estadía en el Instituto de Altos Estudios, un centro
adscrito a la Dirección de Cultura del Ministerio de Educación dirigida por José María Chacón y
Calvo, Vossler disertó, según cuenta Sergio Ugalde, “sobre Tirso de Molina, sobre las
características de la literatura del Siglo de Oro, sobre la lírica simbolista y neosimbolista del
128
siglo XIX y, finalmente, sobre el teatro de Calderón” (“El joven Lezama, Casal, y la crítica
literaria” 218). Sabemos que Lezama asistió a estas conferencias no sólo porque Vossler
manifestó su asombro ante el conocimiento especializado del cubano 115, sino porque éste
menciona la conferencia sobre Calderón en el ensayo mismo: “Cuando oíamos a Karl Vossler
hablar sobre Calderón saltaba esta afirmación suya: ‘es el más sensual de los poetas
supersensuales’. Buena manera de acercarse a lo español, intentar apoderarse de ese reverso que
va hacia la tierra en una furia de formas” (“Calderón y el mundo” 258-9). Según Ugalde, lo que
más debió atraerle a Lezama de la charla del crítico alemán es que su acercamiento a la literatura
estaba mediado por “una reflexión cultural y filosófica” (218). El carácter filosófico de la crítica
literaria de Vossler coincidía con la batalla que por esos mismos años daba el joven Lezama a
favor de “una crítica literaria desprovista de los elementos técnicos de la filología” y capaz de
vincular “la concreción lingüística de las obras con una expresión cultural” (220).
Menéndez y Pelayo titulado Calderón y su tiempo. Este trabajo reúne una serie de conferencias
que Menéndez y Pelayo dictó en 1881 para celebrar el segundo centenario de la muerte de
Calderón. La lectura cuidadosa que Lezama hizo de este libro está documentada en uno de sus
cuadernos de apuntes (La posibilidad infinita 72-80). Sus notas ponen en evidencia la
identificación del joven Lezama con el modelo crítico del español, que en sus rasgos más
Vega y Tirso de Molina), lo que hace su análisis es mostrar que, tanto por sus defectos como por
115
Debemos el recuento detallado de esta anécdota a Medardo Vitier en las páginas del Diario de la Marina: “Es
oportuno recordar la visita de Vossler a La Habana. Por cierto que con excepción de la calurosa acogida de Chacón
y Calvo y de la simpatía de la Academia de Ciencias que cedió su salón para los actos, pudiera decirse que se
desconoció de modo innoble al eminente filólogo a quien en seguida llamaron a Harvard. Disertó en excelente
español sobre Tirso de Molina. Asistió Lezama Lima y no olvido su comentario: ‘Vean que número de clásicos
menores maneja este hombre’” (En Ugalde, “El joven Lezama” 218).
129
sus virtudes, el teatro de Calderón es cifra del teatro y el alma españoles:
Queda claro que la “España antigua”, “no adulterada”, que el crítico montañés encuentra
viva en Calderón es la España que se alzaba sobre los pilares de la monarquía y el catolicismo; la
España medieval. A pesar de no ser un género propiamente medieval, pues su auge fue entre los
siglos XVI y XVIII, el auto sacramental sí es el género que mejor conserva la cosmovisión
tiempo, como también subraya el crítico español, exclusivamente española: “me atrevo a
sostener que el drama teológico simbólico no se ha dado en ninguna literatura antes ni después
de la nuestra” (85).
La lectura que propone Lezama de El gran teatro del mundo parece indicar, al menos
inicialmente, su deseo de reforzar esta búsqueda del espíritu nacional a través de la literatura. La
primera parte del ensayo llama la atención sobre un rasgo de los autos sacramentales que es
también un rasgo, según el joven Lezama, del “tipo hispánico”: el soliloquio (256). Al destacar
este aspecto de los autos, su primer objetivo es poner de manifiesto el mecanismo que vincula a
El gran teatro del mundo con los orígenes “de nuestra literatura y nuestra dramática”, cuyos
130
orígenes se remontan, como Lezama recuerda, al Auto de los reyes magos en el siglo XIII.116 La
estructura “seca” y “desnuda” de los autos sacramentales de la que habla Lezama en el ensayo
tiene que ver con esta continuidad formal de las representaciones religiosas —no exclusivamente
los autos— desde la Edad Media hasta el siglo XVII. Los autos son, pues, como piezas
escenificar la historia de la vida humana desde la creación hasta el juicio final. En cierto modo,
el “especial lujo” con que, en el Auto de los reyes magos, cada uno de los reyes va “diciendo su
reacción ante los signos” y “se goza en describir la señal, considerándose bono stelero” (257), es
auto calderoniano.
La lectura de El gran teatro del mundo clarifica aún más la insistencia de Lezama en el
soliloquio y su relación con la identidad española. Los personajes del auto son el Autor, el
ensayo, el Autor se dirige al Mundo para explicarle cuáles serán los papeles de cada personaje:
Yo a cada uno
el papel le daré que le convenga,
y porque en fiesta igual su parte tenga
el hermoso aparato
116
Este auto escenifica el recorrido que, siguiendo la estrella Belén, hicieron los Reyes Magos hasta el castillo de
Herodes, con quien debaten sobre el nacimiento de Jesús. Sobre esta obra Menéndez y Pelayo escribe lo siguiente:
“Cuando el teatro nace en España nace en el seno de la Iglesia: las primeras representaciones de que se tiene noticia
son litúrgicas. A Dios gracias, poseemos el texto auténtico, en su primitiva forma, de una de ellas, El misterio de los
reyes magos, representada en la catedral de Toledo en los últimos años del siglo XII o en los primeros del XIII” (60-
1). A pesar de mencionar El misterio de los reyes magos, el crítico español no lo relaciona con los autos
sacramentales y tampoco destaca la importancia del soliloquio.
131
de apariencias, de trajes el ornato,
hoy prevenido quiero
que, alegre, liberal y lisonjero
fabriques apariencias
que de dudas se pasen a evidencias.
Seremos, yo el Autor, en un instante,
tú el teatro, y el hombre el recitante” (41-2).
Calderón. “Solamente este derecho de agrandar su voz hasta ser oído, hacen cercano y
comprensible que en El gran teatro del mundo, uno de los personajes sea el mismo mundo”
Calderón, como ocurría ya antes en el Auto de los reyes magos, el hombre no se contenta con
“las conversaciones consigo mismo”, sino que descubre que no hay contradicción entre su
derecho a interpelar a Dios y la omnipotencia divina. Lezama lo reitera varias veces: “El
nacimiento de una forma divinizada o la presencia real en la Eucaristía [recuérdese que los autos
se representaban en la fiesta del Corpus Christi] agrandaban el soliloquio del pecho, pero
también la oreja para oír y oírse” (257); “Esta consideración del Mundo como personaje supone
a la persona que habla una confianza orgullosa que se ve forzada para establecer el diálogo a
situar en la otra ribera la existencia simbólica de ese Mundo personaje” (257). Para Lezama, en
el mundo al que da vida el auto de Calderón, el cual a su vez es reflejo del mundo medieval
español, el hombre es una subjetividad libre y orgullosa en diálogo directo, físico, con Dios. “La
suficiencia orgullosa” del soliloquio, “ese discurso solitario” (258), debe por eso entenderse en
132
En la segunda parte del texto, la reflexión sobre esta subjetividad antimoderna, que en un
principio parece limitarse a un comentario sobre las tesis “favoritas de la hispanidad” (259),
desemboca en una meditación de carácter filosófico, similar a la que tiene lugar en sus textos
teóricos de esos años. El debilitamiento de esta lectura nacionalista, que Lezama insinúa de
pasada al decir que el Auto de los reyes magos inicia “nuestra literatura y nuestra dramática”, es
italiana fue un antecedente de los autos sacramentales.117 Esta evolución en las aspiraciones del
texto es reforzada todavía más cuando Lezama, repitiendo un procedimiento que ya había
empleado en “Conocimiento de salvación”, contrasta su lectura de El gran teatro del mundo con
A pesar del soliloquio y del orgullo suficiente, los románticos olvidaron El gran teatro
del mundo. Acaso les molestaba. Sería que esa calderoniana parte obedencial les hacía
pensar en la detención de sus declaraciones. Esa parte obedencial enlaza con la potencia
obedencial de otro gran teólogo y poeta español, donde se intentaba resolver los enlaces
del providencialismo con los trabajos por la salvación (258).
El comentario de Lezama parte de una observación de Menéndez y Pelayo. Éste asegura que si
bien los románticos alemanes son responsables de la recuperación de la obra del dramaturgo
español desde finales del siglo XVIII, sólo “se han limitado a la parte profana del teatro de
Calderón” y han hecho a un lado la teológica, a la que ignoran por no intervenir en ella “afectos,
caracteres y pasiones humanas” (82). Lezama atribuye el desinterés de los alemanes en los autos
117
El contraste entre Romain Rolland y el crítico español es más llamativo si tenemos en cuenta que,
ideológicamente, ambos eran autores de orillas completamente opuestas. Prototipo del intelectual comprometido,
Rolland asistió al congreso del Pen Club en Buenos Aires en 1936 y fue, junto a Jacques Maritain, una de las voces
más vehementes del bloque antifascista que se opuso a Tommaso Marinetti y Giuseppe Ungaretti. Sus libros fueron
enormemente populares entre la intelectualidad latinoamericana en las décadas de 1930 y 1940.
133
ellos no hay lugar para las pasiones humanas, como queda claro en su aceptación del juicio de
Vossler sobre la sensualidad de Calderón (258). Su explicación es bastante más vaga: “[s]ería
que esa calderoniana parte obedencial les hacía pensar en la detención de sus declaraciones”. En
el texto nunca se explica cuáles declaraciones pueden ser éstas, pero el desarrollo del argumento
da entender que el cubano apunta, no a una doctrina concreta de los románticos, sino a la falta de
(característica del tipo de nociones panorámicas con las que operaba en esos años) y la
contrapone a un principio de autoridad. 118 ¿Acaso hay algo que pueda ser menos romántica que
la obediencia? Justamente por esto acentúa la importancia del Mundo como personaje, puesto
que las intervenciones del Mundo enmarcan, y en esa medida limitan, la libre expansión de los
soliloquios del hombre. Dicho en otras palabras: el Mundo personaje evita que el soliloquio
devenga en monólogo.
Mundo decide obedecer libremente la tarea de crear el universo que le asignó el Autor. ¿El
motivo?
118
Como ha mostrado Juan Pablo Lupi, la recepción de la Edad Media por parte de los románticos, sobre todo por
los románticos alemanes, es bastante más compleja de lo que aquí sugiere Lezama (Cf. “Lezama, Novalis”). Como
reconoció el mismo Menéndez y Pelayo, “el romanticismo alemán, que ensalzó el Catolicismo de la Edad Media, y
que vio en las catedrales góticas, en la Divina comedia de Dante y en las tablas de los pintores prerrafaelitas el ideal
del arte”, fue crucial en la revaloración de Calderón. Aunque el crítico español critique las interpretaciones de
Calderón que hicieran los románticos (31-33), no deja de resaltar el hecho de que éstos, especialmente los hermanos
Schlegel, lo consideraron “el artista cristiano más grande que habían visto las edades después de Dante” (28-9). Por
otra parte, es preciso añadir que, contrario a lo que supone el énfasis tradicional del romanticismo en el individuo, el
interés de los románticos alemanes en la Edad Media está relacionado con proyectos nacionalistas que, en algunos
casos, como los de Novalis o Schlegel, derivó en un “cosmopolitan medievalism”, esto es, un universalismo que
diluye la idea misma de nación (Lupi, “Lezama, Novalis” 142; Barclay 7-8; cf. Kudrycz).
134
lo que ordenas, que aunque es mía
la obra el milagro es tuyo (42).
Pero la “parte obedencial” también remite a una discusión teológica más amplia, como lo
advierte el propio Lezama: “[e]sa parte obedencial enlaza con la potencia obedencial de otro
gran teólogo y poeta español, donde se intentaba resolver los enlaces del providencialismo con
los trabajos por la salvación”. El teólogo y poeta español de esta cita seguramente es san Juan de
la Cruz, aunque también podría estar refiriéndose a Francisco Suárez (1548-1617) o a Luis de
auxiliis, que a finales del siglo XVI enfrentó a jesuitas y dominicos por sus posiciones sobre la
Uno de los conceptos cruciales de la postura conciliatoria de san Juan de la Cruz, Suárez y
(1932), un libro de época que la editorial argentina Sol y Luna tradujo en 1940 y que se
encontraba en la biblioteca de Lezama, Étienne Gilson afirma que, aunque la formulación más
conocida del concepto potentia obedientalis viene de santo Tomás, éste en realidad designa uno
de los aspectos más profundos del orden cristiano medieval (359). Para los pensadores
medievales, sostiene Gilson, la realidad estaba conformada por un orden natural y otro
sobrenatural. En el orden natural, las cosas tienden al fin que les es propio y funcionan de
acuerdo a sus necesidades. Esto explica la existencia tanto de las leyes naturales como de la
libertad humana. En el orden sobrenatural, por otra parte, Dios impone su voluntad a las criaturas
sin violentarlas. Del mismo modo en que Dios puede modificar las leyes de la naturaleza sin
119
No debe confundirse a Luis de Molina, inspirador del molinismo, con Miguel de Molinos (1628-1696), el padre
del quietismo o molinosismo, y autor de una Guía espiritual (1675) que interesó mucho a Lezama. En un ensayo de
1955, “El ‘no rechazar’ teresiano”, el cubano fue severo en su juicio del misticismo de Miguel de Molinos: “Oración
de quietud, la mala, la de Miguel de Molinos, se aleja ya del respirar, silencioso cometa, con totalidad en el
desfallecimiento de la voluntad” (495).
135
alterar su esencia, puede también, a través de la Gracia, incidir en la voluntad del hombre sin
La interacción de estos dos órdenes, que recuerda el “dialectical realism” que estudió
Stephen Schloesser en Jazz Age Catholicism y que comenté en el primer capítulo, es una
cualidad distintiva no solamente del teatro de Calderón, sino del catolicismo de raigambre
medieval al que quiere afiliarse Lezama.120 Por esto no sorprende que en sus apuntes de lectura
partido por una “catolicidad amante de la iluminación salvadora de la materia” (259), una
catolicidad que, como ya se nota en este ensayo pero es todavía más evidente en el dedicado a
Chesterton, es medieval antes que española, y sienta las bases de un modelo crítico de
120
Menéndez y Pelayo recalca esta peculiaridad de los autos sacramentales del dramaturgo español en un pasaje que,
previsiblemente, Lezama señaló en sus apuntes de lectura de Calderón y su teatro. Escribe el crítico montañés:
“Calderón es un poeta católico por excelencia. En llevar cierta especie de simbolismo cristiano a las tablas
indudablemente obtiene el lauro entre todos los nuestros. Es más: en la historia de la alegoría dentro de la literatura
cristiana habría que colocarle en un puesto muy cercano a Dante. Tiene, pues, de ventaja Calderón la grandeza de las
ideas, el vigor sintético y comprensivo, cierto armonismo que […] enlaza lo real y lo ideal, lo visible y lo invisible,
lo tangible y lo intangible, el cielo y la tierra, lo de este mundo y el otro, reduciéndolo todo a cierta unidad, y
haciendo que todo concurra al mayor loor del verdadero Dios Pan, es decir, del Cuerpo de Jesús Sacramentado”
(306).
136
salvación” y “Calderón y el mundo personaje”, dos trabajos escritos solamente con cinco meses
de diferencia, es que mientras que el primero explora las implicaciones epistemológicas de este
El elemento que introduce la “parte obedencial” en la relación con el Otro, en el cara a cara
Esa potencia obedencial permite que en El gran teatro del mundo, el mismísimo Mundo
personaje ejerza una inapelable justicia distributiva: yo el autor, tú el teatro, y el hombre
el recitante […]. El Autor reparte los papeles, pero con una igualdad indiferente: haz tú el
Rey. Calderón resuelve la oposición arbitrismo y Gracia, estableciendo no la diferencia
de encargo, sino la igualdad en la comparecencia: “obrar bien, que Dios es Dios”
(258).121
La contraparte de la justicia de Dios es, por supuesto, la responsabilidad. Como Dios es justo, el
hombre puede ser responsable. Lo que le atrae al joven Lezama de esta correlación fundamental
para el orden medieval es que, por una parte, le permite reivindicar la libertad individual (y
religiosa) en un período histórico de rígidas estructuras jerárquicas; por otra, que le permite
con otro ético, asociado con la estructura “seca” y “desnuda” de los autos sacramentales. El
cubano llamó a esto la unificación del “ornamento con la agónica responsabilidad de la doctrina
de la justificación” (260).
cristiano” que defendía José María Pemán desde las páginas de Sol y Luna, una revista de la que
121
Aquí Lezama está aludiendo a dos pasajes de la obra de Calderón. En el primero, que citamos hace poco, el Autor
(y no el Mundo como equivocadamente asegura el cubano) se encarga de distribuir los papeles entre los personajes:
“Seremos, yo el Autor, en un instante, / tú el teatro, y el hombre el recitante” (42). El segundo es una intervención de
la Ley de la Gracia que, a modo de coro, interviene al final de cada soliloquio para recordarle a los personajes la
máxima que copia Lezama: “Obrar bien, que Dios es Dios”.
137
se reprodujeron algunos artículos en la cubana Grafos, donde Lezama publicó su ensayo sobre
Calderón.122 La “Hispanidad en toda su anchura”, dictaminaba Pemán, “es la que puede dar la
fórmula del único totalitarismo legítimo, o sea, el totalitarismo cristiano donde verdaderamente
se salve todo: la Nación y el Estado de una parte, y de otro la dignidad de la persona humana, el
Espíritu, la cultura” (Pemán 40). Libre de la nostalgia imperial de Menéndez y Pelayo así como
de la fiebre nacionalista de Pemán, Lezama recupera el atributo del “estilo hispánico de más
Esta ética de las “mañas y florescencias” (260) que se bosqueja en “Calderón y el mundo
personaje” quizás ayude a entender mejor el polémico vínculo que Lezama mismo estableció
entre su obra y los autos sacramentales. Al ser preguntado en una entrevista sobre la posible
censura de su novela en España, el escritor cubano respondió lo siguiente: “Mi obra podrá ser
censurada por defectos de estilo, pero jamás por motivos éticos, puesto que su raíz es
esencialmente la de un auto sacramental” (en Eloísa Lima 14). Vale la pena detenerse un
momento en las reacciones críticas que ha suscitado esta asociación porque son representativas
del marco en que se han dado los debates sobre el catolicismo lezamiano y sus relaciones
antimodernas.
Originalmente utilizada por su hermana para hacer una semblanza íntima de Lezama, la
conexión de Lezama con los autos sacramentales fue retomada en 1988 por José Prats Sariol en
“Paradiso: recepciones”, uno de los artículos que Cintio Vitier incluyó en la edición crítica de la
novela para la Colección Archivos. En este trabajo, Prats Sariol comenta que
En agosto de 1939 publicaron “Los héroes de Chesterton”, una versión abreviada de un artículo de Ignacio B.
122
Anzoátegui que bajo el título de “Chesterton novelista” apareció en el primer número de Sol y Luna; de ese mismo
número, pero en noviembre de 1939, se publicó en Grafos “El poeta y la república de Platón” de Leopoldo
Marechal”.
138
así como establecer curiosas analogías […] con la tradición de los “misterios”
medievales. ¿Acaso no es también Paradiso una parábola ontológica y eucarística donde
los procesos escriturales se acercan a ciertos conceptos y maneras del teatro de Calderón
(567).
La idea apareció de nuevo cuatro años después en “Summas Críticas/Restas Erratas: Strange
Notes on Lezama’s Miscues”, un artículo de Brett Levinson que adelanta algunas de las
Prats Sariol “works hard to make sure that Lezama’s writing supports certain orthodox Christian
beliefs” (200) y “goes so far as to say that Paradiso should be considered a traditional,
obra del cubano que se basan en la idea de que ésta “obeys the Christian law” (201) y, al mismo
un auto sacramental” podría leerse de un modo distinto si partimos de su reflexión sobre los
autos sacramentales en “Calderón y el mundo personaje”. Por eso, en vez de tomar partido en la
polémica entre José Prats Sariol y Brett Levinson, quisiera llamar la atención sobre un vacío
presente en ambas lecturas. Que la relación con los autos reafirma “la catolicidad subyacente” en
Paradiso y en la obra de Lezama en general es una verdad evidente que no necesita mayor
justificación. Ahora bien, lo que no queda claro en la explicación de Prats Sariol es qué tipo de
catolicidad es ésta y cómo entra a formar parte de los textos del cubano. 123 Si la obra de Lezama
sigue “una parábola ontológica y eucarística donde los procesos escriturales se acercan a ciertos
123
Prats Sariol justifica su lectura católica de Lezama con un par de citas de Cintio Vitier y Reynaldo González, dos
figuras de autoridad que, no obstante, reproducen la misma vaguedad. La cita de Vitier viene de su introducción a
las Obras Completas: “Es un mundo [el de Lezama] que se mueve entre la mitología y la revelación, entre un
cristianismo de raíz mariana, materno, volcado al cuerpo glorioso en la luz, y un orfismo que baja a los infiernos
insustanciales en busca de la forma perdida” (567). La cita de González es de un artículo de 1970: “Su obra, pues,
independientemente a sus peculiaridades y su bondad poética, está en función mística. Si ese carácter no se
comprendió a tiempo es porque se trata de comprender a quien usa al diablo al servicio de Dios” (567-8).
139
conceptos y maneras del teatro de Calderón” (567), ¿qué “ciertos conceptos” son estos? Este
vacío es idéntico al que se manifiesta en la posición de Levinson: ¿cuáles son esas “certain
orthodox Christian beliefs” a las que él remite? El interrogante latente en estas coincidencias
salta a la vista: ¿Acaso no ha sido esta vaguedad mistificadora la que ha dado pie tanto a la
dependan de otro tipo de misticismo, ¿conceptos generales y algo grandilocuentes, como “the
Christian law”, no funcionan de manera similar a los efluvios poéticos con que Vitier describe el
cristianismo de su maestro?
La lectura de “Calderón y el mundo personaje” deja en claro que aquello que Lezama rescata
en su análisis de los autos sacramentales son los restos de un catolicismo medieval que, al menos
en este texto, él lee en clave ética. La máxima que repite la Ley de la Gracia en El gran teatro
del mundo, “Obrar bien, que Dios es Dios”, es actualizada al final del ensayo de Lezama con otra
máxima tal vez más precisa: “responsabilidad con lo transitorio y justificación ante la muerte”
(260). En el próximo capítulo volveremos sobre esta idea de responsabilidad que constituye otro
Mientras tanto, es importante aclarar que esta ética es sobre todo un mecanismo con el que se
pretende cuestionar la ilusión de autonomía del sujeto moderno, su presunción de que tiene
y el mundo personaje” la pregunta de fondo es sobre la naturaleza de la relación del Uno con el
Otro. En esta ocasión, sin embargo, el énfasis recae no sobre el conocimiento, sino sobre la
voluntad. La dignidad del católico es, en este nuevo contexto, el encuentro de la suficiencia
orgullosa de su palabra con una “responsabilidad con lo transitorio”, con el ornamento, las
140
2. La Edad Media de Chesterton
dirigido las revistas Espuela de Plata, Nadie Parecía y Orígenes. Obras: Muerte de Narciso,
Emilio Prados (“uno de los más sólidos valores de la poesía lírico-española contemporánea”),
probablemente vino a través de Cintio Vitier, quien había publicado algunos de sus poemas en el
A pesar de que “La imaginación medioeval” fue el primer texto que Lezama publicó fuera de
Cuba y que después ocupó un lugar importante en Analecta del reloj (1953), donde apareció en
la misma sección de algunos de sus ensayos más ambiciosos, como “Julián del Casal”, “Las
desapercibido para la crítica. De hecho, hasta donde yo sé, sólo hay un único trabajo dedicado a
estudiarlo. Se trata de “Chesterton, Lezama Lima y la función social del arte”, un artículo de
Efraín Barradas en el que “La imaginación medioeval” es presentada como “un oscuro y casi
conveniencia” (98-9). De acuerdo con Barradas, el interés de este ensayo se debe básicamente a
dos cosas: la primera, a que en él aparece un primer esbozo del conocido concepto lezamiano de
“están los orígenes de una teoría poética que logra armonizar la poesía, la historia y los cambios
141
políticos” (98). Las conclusiones de Barradas intentan ofrecer una manera de contrarrestar la
ostensible presencia del catolicismo en “La imaginación medioeval”. Pero la incomodidad que
suscita este texto no depende únicamente de su componente religioso, pues al fin y al cabo
Barradas sortea este impase usando un procedimiento que, aunque difícil de justificar, ha sido
habitual entre los estudiosos del cubano. Él asegura que “[e]l catolicismo lezamiano es
éste “siempre funciona como parte de su sistema poético, nunca como forma de pensamiento
independiente” (94). Más problemático que esta separación artificial de lo religioso y lo literario
resulta que sea precisamente Chesterton —un escritor de una “rara posición política”: un
motivado la redacción de este ensayo. Para Barradas, que escribía en 1983 desde las páginas de
la revista Unión, esta simpatía sin duda tenía que haber surgido del desconocimiento y por eso su
resultado no podía ser otro que una tergiversación —es decir, una corrección— del autor de
Ortodoxia. Como ya vimos, algo similar dijo Jaime Rodríguez Matos sobre “Conocimiento de
salvación”. En ambos casos se sugiere que el aprecio que Lezama tenía por Claudel y Chesterton
era sólo aparente, pues escritores con ideas políticas o religiosas “raras” no le pueden servir de
modelo. Lezama escribió o contra ellos o a pesar de ellos; los leyó mal, puesto que de haberlos
La lectura de “La imaginación medioeval” que quiero explorar en este capítulo parte de una
ensayo como el tipo de texto que se propuso escribir Lezama, esto es, como un trabajo crítico
sobre el escritor inglés y no como “una excusa para presentar los fundamentos de su sistema
poético” (93). Ignorar la tarea crítica del cubano es una manera de evitar el aspecto más
142
incómodo del texto; es saltarse su argumentación y quedarse con sus conclusiones. Si al escribir
sobre Chesterton Lezama también se describe a sí mismo, esto se debe sobre todo a que sus
trabajos críticos son inseparables de su obra poética y narrativa. Este principio explica por qué en
también escribieron sobre él. A semejanza de críticos culturalistas como Karl Vossler o Ernst
interpretaciones conoció Lezama: Jorge Luis Borges, Alfonso Reyes, Eduardo Mallea e Ignacio
Chesterton que le interesaron a Lezama; por último, en el tercer apartado comentaré la lectura
posteriores.
Chesterton comenzó a ser leído en el mundo hispano tras el final de la Primera Guerra mundial,
(1920), El candor del padre Brown (1921) y El hombre que fue jueves (1922) que hiciera
Alfonso Reyes. A este trabajo de traducción, que fue continuado en la década de 1920 y 1930
por varias editoriales españolas y argentinas, se suma la labor de difusión que ejercieron
escritores como Jorge Luis Borges, quien además de mencionar a Chesterton en varios de sus
143
textos, incluyó algunos cuentos del inglés en su Antología de la literatura fantástica (1940) y en
la colección, realizada junto a Adolfo Bioy Casares, de Los mejores cuentos policiales (1943).
Cuando Barradas se pregunta cómo pudo haber llegado Lezama a Chesterton menciona el
generación, como José Rodríguez Feo y Eliseo Diego (91). Sin duda todos estos canales fueron
importantes. Pero la razón decisiva fue más sencilla: la enorme popularidad de su obra durante la
primera mitad del siglo XX. Chesterton puede ser considerado “un accidente artístico o una
expresión literaria sin importancia” (89), pero el éxito de sus libros en el mundo hispano desde la
popularidad de sus temas le permitían llegan a un público lector en el que podían confluir tanto
misterio. Por ello no es casualidad que sus libros hayan sido publicados, de manera casi
Además de poder acceder fácilmente a la obra del inglés, Lezama también debió estar
familiarizado con lo que sobre él escribieron algunos autores latinoamericanos que él admiraba.
tiene un valor particular porque su acercamiento al autor de The Innocence of Father Brown
quizás sea el más radicalmente distinto al de Lezama. Antes de 1946, el argentino le dedicó dos
124
La mayoría de estos libros (que debe ser sólo una porción pequeña de los que tuvo) entraron a su biblioteca antes
de 1946. He aquí la lista: Ortodoxia (Editorial Calleja, 1917), Dickens (Tor, 1933), El hombre que fue jueves
(Losada, 1938), El candor del padre Brown (Losada, 1939), La esfera y la cruz (Espasa-Calpe Buenos Aires, 1940),
Robert Browning (Lauro, 1943), Enormes minucias (Espasa-Calpe Argentina, 1946) y Maestro de ceremonias
(Emecé, 1950).
144
Chesterton”, de julio de 1935, y “Modos de G. K. Chesterton”, de julio de 1936. 125 Estos escritos
demuestran, como lo señaló Enrique Anderson Imbert y lo recuerda también Barradas, que el
autor de Ficciones admiraba a Chesterton sobre todo por su destreza como narrador. “Pienso que
Chesterton”, escribió Borges en el segundo de estos textos, “es uno de los primeros escritores de
nuestro tiempo y ello no sólo por su venturosa invención, por su imaginación visual y por la
felicidad pueril o divina que traslucen todas sus páginas, sino por sus virtudes retóricas, por sus
méritos de destreza” (22). Los aportes del inglés al cuento policiaco incluso inspiraron a Borges
para elaborar un pequeño decálogo con los principios básicos del género (“Los laberintos
Para el argentino, todas las demás facetas del creador del padre Brown se subordinaban a la
civilizado” y “liberal” y con un buen sentido del humor —lo que lo alejaba del “catolicismo
petulante y autoritario que padece nuestra república” (“Modos de G. K. Chesterton 18-9)—, sino
porque consideraba que éste era un atributo no de su obra, sino de su personalidad. El argumento
objetivo era más bien recobrar un Chesterton “secreto y ciego y central” distinto al Chesterton
intransigente que esgrimían los católicos nacionalistas. La prueba de la existencia de este otro
personaje se halla, según Borges, en sus ficciones. El Chesterton real, el que se consideraba
católico, buscaba en sus relatos una visión beatífica, pero “algo en el barro de su yo” siempre se
su catolicismo (“Sobre Chesterton” 67). En última instancia, ésta es el motivo por el cual para
Borges Chesterton fue ante todo un inventor de tramas memorables y no un crítico agudo de la
125
Hay otro ensayo de Borges sobre Chesterton también interesante, y que es una continuación, casi literal, de su
ensayo de 1936. Apareció en Los Anales de Buenos Aires un año después que el de Lezama con el título de “Nota
sobre Chesterton”. Posteriormente fue incluido en Otras inquisiciones (1952).
145
modernidad, como sí lo fue para Lezama. 126
Otro importante lector de Chesterton fue Alfonso Reyes. De manera paralela a sus
traducciones, el mexicano escribió varios textos, la mayoría de ellos prólogos, sobre este “nuevo
Padre de la Iglesia” (“‘El hombre que fue jueves” 27). Aunque menos especulativos que los de
Borges, sus escritos comparten algunas de las ideas de su amigo argentino. La principal: la
[C]uando todos los valores dogmáticos hayan sido discutidos —su ortodoxia, que acaba
por admitir, con cierta amonestación previa, algunas heterodoxias cristianas en su seno,
su antisocialismo especial, su democracia caprichosa, su política algo díscola, sus teorías
históricas y críticas—, Chesterton, el literato, quedará ileso. Sus libros seguirán siendo
bellos, su vigorosa elocuencia seguirá cautivando (28).
las ideas, Reyes rescata algunas cualidades de Chesterton que Borges apenas menciona y que
serán muy valiosas para Lezama. El escritor propenso a la pesadilla de Borges en Reyes se
transforma en un personaje con “una gracia de hombre gordo”, cuya “cara redonda” y “cabellos
enmarañados de rorro” inspiran “una simpatía instantánea” (24); el mexicano también destaca su
regocijo “ante las maravillas del mundo”, su entrega “a las alegrías sencillas de la calle y del aire
(26)). El Chesterton del regiomontano es, adicionalmente, un apologista singular, que prefiere los
“juegos de saltimbanqui” a “la parábola cristina” (27); que ataca furiosamente el agnosticismo y
el pesimismo de los modernos mientras defiende la “imperiosa necesidad” de los milagros (28).
126
El mismo Chesterton empleó esta estrategia de lectura en su libro sobre Dickens: “Criticism does not exist to say
about authors the things that they knew themselves. It exists to say the things about them which they did not know
themselves” (en Ker, Chesterton 172-3). Curiosamente, su objetivo, contrario al de Borges, era mostrar que
“Dickens was unconsciously medieval and even Catholic” (172).
146
En la superficie, su “sistema católico y revolucionario” (28) puede llegar a ser incómodo, “pero,
en el fondo, aun los descreídos pueden estar con él”, pues “para Chesterton ser católico […] es
algo como no ser vegetariano, ni enemigo del buen vino, ni hipócrita; algo como ser persona
(“Chesterton y la historia inglesa” 50); es, en definitiva, ser un poco como Alfonso Reyes.
Hay otros dos autores cuyos textos sobre Chesterton Lezama debió leer y que, a primera
vista, podrían suponerse más afines a su lectura. Se trata de los argentinos Eduardo Mallea e
Ignacio B. Anzoátegui. Mallea publicó en diciembre de 1940, también en Sur, un ensayo titulado
“El hombre gordo de Kensington”. Este texto prescinde de cualquier referencia a la obra de
espiritual. Para Mallea el inglés es ante todo un hombre ejemplar, “un insomne iluminado” (35).
La “belleza de su visión mágica y poética del universo” (23) puede ser entrañable, pero lo
que él compara al del cruzado (24). Por lo demás, el argentino también menciona algunos de los
atributos señalados por Reyes: “su risa caudalosa” (21), “su hermosa contextura densa” (27), su
heroísmo (31), su beligerancia (34). De su catolicismo sostiene que era un catolicismo renovado,
que había logrado sobrevivir a la Reforma, al Renacimiento y a “las cámaras estultas y viciadas
del siglo XIX” (28). Anota también que era “antiimperialista, demócrata y liberal”, aunque en su
caso no se trata del “antiimperialismo, la democracia y la liberalidad del político” (29). Estas
periodista— en constante evolución espiritual, en lucha agónica por su salvación. Pese a las
desencarnado.
147
Todo lo contrario ocurre con el de Ignacio B. Anzoátegui, una suerte de Léon Bloy argentino.
El título de su ensayo es “Chesterton novelista”. Lezama pudo haberlo leído o bien en las
páginas de la revista Sol y Luna, donde apareció en el primer semestre de 1938, o bien en Grafos,
donde fue parcialmente reproducido en agosto de 1939, un año en que el cubano publicó varias
En marcado contraste con el lenguaje abstracto y lírico de Mallea, las herramientas que
emplea Anzoátegui para retratar a Chesterton como novelista son la injuria y el humor. Lo
mundo moderno” (95). Luego precisa: “[p]or mundo moderno entiendo yo no sólo el conjunto de
los idiotas sino también el conjunto de los católicos que serían idiotas si no fueran católicos”
(95). Así pues, la inteligencia separa a Chesterton no sólo de la turba moderna, sino de los
“novelistas piadosos”, que lastimosamente, refunfuña Anzoátegui, aún no creen que “se [pueda]
ser católico sin ser tonto y sin tener aspecto de tonto” (97). En su opinión, basta con ver los
personajes que crean esos novelistas para darse cuenta de que ya sea por miserables o por
insípidos —por ser algo así como una mezcla “de San Luis Gonzaga con […] Amado Nervo”—
ellos demuestran “el grado de estupidez al que puede llevar la rutina de la verdad” (97).
Si Chesterton y sus personajes no tienen nada de piadosos, o al menos nada de ese tipo de
piedad aburrida, ¿cómo se podría describir, entonces, a este “amigo de Dios que le daba muy
148
Para Anzoátegui, este gordo alegre creó personajes ridículos y caricaturescos porque sus
personajes eran humanos. (¿O acaso quién no es ridículo cuando se afeita o se pone las medias?
(98-9)). También porque el suyo era “un mundo en ruinas”, en el que no había nada más falso
que las ideas edulcoradas de santidad (100). Por eso el mecanismo de todas sus novelas —cosa
que también a su modo dijeron Borges y Reyes— fue la paradoja. Pero mientras que el autor de
El Aleph llamó la atención en la paradoja como estrategia narrativa, Anzoátegui reconoce en ella
un atributo moral de sus personajes: en sus novelas “hay hombres respetables que resultan
Quizás éste sea el único rasgo en común de su lectura con la de Mallea, además de la
repetición de algunos motivos que, como hemos visto, se volvieron comunes: la alegría, la
gordura, el humor, la pasión por la polémica, etc. El énfasis de Anzoátegui en los personajes, que
en Grafos hicieron manifiesto al cambiar el título del ensayo a “Los héroes de Chesterton”,
guarda cierta semejanza con el interés de Mallea en “la persona total” (23). Ambas
orden moral. Lo que parece unificar semblanzas tan disímiles de un mismo hombre, la que lo
convierte en un espíritu en camino hacia el orden (Mallea 23) y la que lo imagina como un
“gordo ejemplar que baila desnudo delante de una junta de viejas puritanas” (Anzoátegui 102),
por estos autores, pero también habrá algunas diferencias fundamentales que separan la lectura
149
de Lezama tanto de las interpretaciones literarias de Borges y Reyes como de las católicas de
Mallea y Anzoátegui.
La primera de todas estas diferencias tiene que ver con el material del que se sirve el cubano
para escribir su texto. Aunque en su ensayo hay referencias a uno de los cuentos de Chesterton—
“The Shadow and the Shark”, del libro The poet and the Lunatics (1929)127— y a una de sus
novelas —The Ball and the Cross (1909)128—, sus principales fuentes de trabajo fueron
Orthodoxy y A Short History of England, ambas en las traducciones de Reyes. Esta elección es
significativa porque muestra que a Lezama le atrajo una faceta de Chesterton sobre la que
ninguno de los otros autores que hemos comentado se pronunció, tal vez con la excepción de
que le interesaba era justamente aquello que Borges consideró secundario: sus ideas. Si para el
argentino Chesterton era sobre todo un narrador, para Lezama era sobre todo un ensayista y un
historiador. No se trata de que el valor de sus cuentos y sus novelas sea inferior, sino de que el
“orbe conceptual” (124) de su obra se forja en sus ensayos. De ahí que para entender los motivos
de sus narraciones sea preciso reducirlos “a figuras o símbolos”, tal y como hace él con “The
que el catolicismo y la Edad Media tienen en la lectura del cubano. Si bien para Lezama
Chesterton no fue un apologeta, como sí lo fue para Anzoátegui o Reyes, la centralidad del
catolicismo en sus textos le parece indiscutible. Sin embargo, esta relevancia no se manifiesta
127
La versión española del libro estuvo a cargo de Manuel de Oxué y apareció en 1941 en la popular editorial
argentina Difusión, que llegó incluso a crear una colección “Chesterton”.
128
La novela fue traducida como La esfera y la cruz por Manuel Azaña en 1930. Aunque originalmente apareció en
la editorial Biblioteca Nueva, la edición más conocida, y la que probablemente leyó Lezama, es la de Espasa-Calpe
en su Colección Austral, que también reproduce la traducción de Azaña.
150
únicamente en un repertorio de temas o en la psicología de los personajes.
En este punto también cabe una comparación con Borges. Definido el catolicismo por éste
como “el último término de una serie de procesos mentales y emocionales” (“Sobre Chesterton”
66) o como “un conjunto de imaginaciones hebreas supeditadas a Platón y Aristóteles” (67),
resulta coherente que se lo circunscriba al ámbito de lo privado, y que una vez allí, se lo descarte
por carecer de interés (66). Ahora bien, mientras que para Borges el catolicismo (en realidad
cualquier religión) sólo es estimable “por su valor estético y aun por lo que [encierra] de singular
se lo puede reducir a “una serie de procesos mentales” porque en realidad no está hecho de
Las primeras líneas de “La imaginación medioeval de Chesterton” son una pequeña pieza teatral
con dos protagonistas: Gilbert Keith Chesterton, en el papel del gordo, y George Bernard Shaw,
El homo faber y los five o´clock tea men, que habían contrastado a Chesterton y a
Bernard Shaw en la piscina del primer avant guerre del siglo, gozaban en hacerse un
Chesterton brotado de una salsa condimentada con una pimienta locuaz y una
incontenible generosidad. En la gran piscina de lo cotidiano y de lo secular un hombre
abundante se precipita, sin prescindir del exceso de sus paños y capas, mostrando al salir
la manzana que se había mecido en dos árboles. Después, en la misma piscina, con aguas
de cotidianidad y de siglo XIX, otro semejante a un esqueleto vegetal se sometía a la
misma prueba, mostrando al salir del chapuzón, la manzana sin el recuerdo de los dos
árboles.
151
Lezama revive los conocidos debates públicos de estos dos escritores sobre cuestiones como la
familia, el matrimonio o las formas de gobierno, y les da, literalmente, la forma de una
zambullida: Chesterton y Shaw, Hardy y Laurel, se sumergen en “la piscina del primer avant
guerre del siglo” y lo que encuentran en ella es tan radicalmente distinto como la dimensión de
sus cuerpos. El uno, Shaw, “todo lo destruía porque el mundo no era sincero”; el otro,
Chesterton, “todo lo reconstruía, porque ese mundo no era, después de todo, tan hipócrita”
(119).129
Usando un motivo que después le será aplicado a él mismo, Lezama hace de la gordura un
emblema, un símbolo en torno al cual es posible agrupar los diversos elementos que constituyen
a cambiar de actores pero el guion seguirá siendo el mismo; Shaw saldrá de escena después de
los primeros párrafos pero su papel lo tomará Miguel de Unamuno. Esta sustitución hace aún
más evidente el valor que Lezama le quiere conceder al catolicismo de chestertoniano, pues le
permite contrastarlo, ya no con un socialista empedernido, como Shaw, sino con un escritor en el
De esto último se desprende otro rasgo característico de la interpretación lezamiana del autor
129
La completísima biografía de Chesterton de Ian Ker, G. K. Chesterton. A Biography (2011), le dedica un capítulo
entero a esta relación, que está marcada por la rivalidad y el respeto, por la polémica y la admiración (233-276).
130
El gordo y el flaco de la literatura cubana son, como bien se sabe, José Lezama Lima y Virgilio Piñera. Además
de Piñera –quien apeló a este contraste en la obra de teatro El flaco y el gordo (1959) que, entre otras posibles
interpretaciones, se puede leer como una revisión de su relación con el autor de Paradiso–, también Guillermo
Cabrera Infante comparó a estos autores a partir del tamaño de sus cuerpos en el apartado que les dedicó en su libro
Vidas para leerlas (1998).
131
El libro que subyace a la mención de Unamuno es La agonía del cristianismo (1924), una obra que promueve una
visión individualista, agónica, casi mística, del cristianismo. Con todo, sería equivocado creer que Lezama desprecia
esta aproximación al cristianismo. Al comentar “Calderón y el mundo personaje” ya vimos que rescata, aunque
matizándolo, su énfasis en la responsabilidad. En el ensayo sobre Chesterton hace lo mismo con el concepto de
meterótica, que el español utiliza para definir la mística (La agonía 850). La “meta erótica” (como aparece en la
versión del ensayo que apareció en Asomante) o “metaerótica” (como corrigen, parcialmente, en la versión de las
Obras completas) ilumina, según Lezama, “la mitología de ultratumba” de Unamuno (120).
152
de Orthodoxy. Además de concentrar su atención en la obra ensayística del inglés, en su faceta
otras igualmente populares en la primera mitad del siglo XX y que él también veía como
variaciones de lo flaco. El autor de Paradiso es, en este sentido, de los autores que hemos
comentado, el único que concibe el catolicismo como una pluralidad. Esta es una cualidad que el
recurso a Unamuno también le ayuda a resaltar. Pues la espiritualidad del bilbaíno encarna no
permite, asimismo, situar a Chesterton en una tradición que remite explícitamente a la Edad
Media. Es cierto que Reyes y Borges señalaron el interés de Chesterton en la Edad Media, pero
Lezama lo considera un escritor medieval. En una operación semejante a la que llevó a cabo en
Ahora bien, ¿qué tipo de catolicismo es éste? ¿Qué de interesante descubrió en él Lezama?
Como bien se sabe, santo Tomás de Aquino es el referente detrás de las menciones de la doctrina
132
En los últimos años de la década de 1930 en Sur se tradujeron varios textos de Chestov y Berdiaeff. Del primero
se publicó “Kierkegaard y Dostoievski” (1935) –un ensayo que Lezama recordó en “El secreto de Garcilaso” (27)–,
“Iasnaia Poliana y Astapovo: Tolstoi filósofo” (1937), “Sobre la transformación de las convicciones en
Dostoievski” (1938) y “Un capítulo de ‘Las revelaciones de la muerte’” (1938), un fragmento de uno de sus libros.
De Berdiaeff, mientras tanto, se publicó “Personalismo y marxismo” (1935), “La misión de los intelectuales” (1938)
y “La paradoja de la mentira” (1939). Recuérdese, además, que, como lo mencionamos en el primer capítulo, en la
revista cubana Ultra ocasionalmente se hablaba de él. Por último, en la biblioteca de Lezama se conserva un libro de
Solovief editado por Sol y Luna: Rusia y la iglesia universal (1946) y otro de Berdiaeff: La destinación del hombre
(1947).
153
de la participación133 y la felix culpa.134 Hechas a un lado las sutilezas teológicas (a las que el
cubano no les presta atención en su ensayo), ambos conceptos guardan cierta similitud formal
con el de potentia obedientalis, ya que, al igual que éste, presuponen la interacción entre una
esta formulación se puede detectar una cualidad propia del catolicismo participante, para el cual
que el hombre pueda actuar en el embrión y en la eternidad, su participación tiene que verificarse
Aunque Claudel y Maritain también llamen la atención sobre esta función mediadora del
“mundo de los símbolos”, ninguno lo hace con el mismo énfasis ni con la misma sencillez que
la vez en una práctica de escritura. “Christian pleasure [is] poetic”, nos explica en el quinto
133
Étienne Gilson explica de la siguiente manera el concepto de participación del teólogo dominico: “Le rapport
entre la créature et le créateur […] s’appelle participation. Remarquerons immédiatement que, bien loin d’impliquer
aucune signification panthéiste, cette expression vise au contraire à l’écarter. Participation exprime à la fois le lien
qui unit la créature au créateur, ce qui rend la création intelligible, et la séparation qui leur interdit de se confondre
[…] Participer, ce n’est pas être une partie de ce dont on participe, c’est tenir son être et le recevoir d’un autre être,
et le fait de le recevoir de lui est cela qui prouve que l’on n’est pas lui” (La philosophie au moyen âge 534).
134
La expresión felix culpa viene de un himno litúrgico cantado en la vigilia de Pascua. Santo Tomás la cita en un
pasaje de la Summa teológica en el que explica por qué, a pesar de ser pecador, el hombre puede aspirar a la
redención. Vale la pena citar el pasaje: “[N]ada se opone a que la naturaleza humana haya sido elevada a un fin más
alto después del pecado; pues Dios permite los males para sacar así un bien mayor. Por eso se dice en Rom 5,20:
‘Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia’. Y en la bendición del cirio pascual se proclama: ‘Oh feliz culpa,
que mereció tan grande Redentor’” (III, I, 3). En el ensayo dedicado a Chesterton, la noción de sobreabundancia,
que es muy importante en Lezama, está relacionada con el énfasis en la gordura. Regresaremos a este punto en el
siguiente capítulo.
154
capítulo de Orthodoxy, “for it [dwells] on the unnaturalness of everything in the light of the
supernatural […] I [know] now why grass [has] always seemed to me as queer as the green beard
of the giant” (Orthodoxy 284). Además de esta imagen final, que Lezama cita en su ensayo, son
numerosos los ejemplos que se pueden dar del modo en que el “Christian pleasure” se transforma
So long as we regard a tree as an obvious thing, naturally and reasonable created for a
giraffe to eat, we cannot properly wonder at it. It is when we consider it as a prodigious
wave of the living soil sprawling up to the skies for no reason in particular that we take
off our hats, to the astonishment of the park-keeper. Everything has in fact another side to
it, like the moon, the patroness of nonsense (On Lying in Bed 298).
Viewed from the other side, a bird is a blossom broken loose from its chain stalk, a man a
quadruped begging on its hind legs, a house a gigantesque hat to cover a man from the
sun, a chair an apparatus of four wooden legs for a cripple with only two (298).
Exactamente este mismo procedimiento repetirá Lezama en su ensayo, alegando, además, que
Esta estrategia de desnaturalización de lo real, que Chesterton llama “mystical materialism” (On
Lying in Bed 324), le atrae a Lezama porque tiene un sustrato poético. Esto, sin embargo, no
quiere decir, como afirma Barradas, que la lectura de Lezama sea una lectura estetizante, esto es,
155
una lectura que “salva” a Lezama del cristianismo del inglés al permitirle conservar su faceta
es que quien subraya la naturaleza poética del cristianismo no es Lezama, sino el mismo
Chesterton. En Orthodoxy, por lo menos, este tema aparece desde el primer capítulo:
Poetry is sane because it floats easily in an infinite sea; reason seeks to cross the infinite
sea, and so make it finite […]. To accept everything is an exercise, to understand
everything a strain. The poet only desires exaltation and expansion, a world to stretch
himself in. The poet only asks to get his head into the heavens. It is the logician who
seeks to get the heavens into his head. And it is his head that splits (120).
Así pues, al llamar la atención sobre este asunto, el cubano sólo está indicando su importancia
coincide con la de Elmar Schenkel, quien considera que para el autor inglés el “último valor de la
religión residía […] en el sentido de la ficción”; “Chesterton”, continúa este crítico, “alaba la
dogmas católicos porque apelan al sentido de la ficción en los seres humanos, un sentido al que
cristianismo de Chesterton es imposible porque la idea que él tiene de cristianismo, como ocurre
cristianismo (126). Pero no sólo esto. De éste también depende su teoría del conocimiento, una
cuestión que Chesterton, poco dado a la reflexión abstracta y especulativa, en realidad nunca
desarrolla, pero a la que Lezama le concede un lugar especial en el ensayo e incluso le asigna un
nombre: “la contradicción primera” (122). En la elaboración lezamiana este concepto indica,
156
simplemente, la suspensión de la ley de no contradicción. El cubano parte de un pasaje de
conoce o comprende porque la sustancia sagrada que le hostiga es irreductible. De ahí deriva la
salud plenaria del cristiano, y Chesterton creyó siempre que en cuanto se destruía el misterio
empezaba la morbosidad”. 135 Las resonancias que tienen estas ideas en la obra posterior de
Lezama, incluso si son atribuidas a otras fuentes, son de sobra conocidas. 136 Lo que aquí me
interesa señalar es que el autor de Paradiso contrasta esta forma de conocimiento con la que, a su
afición que tienen por ellas Unamuno y Nietzsche (123). Después de comentar las críticas al
Romanticismo en “Calderón y el mundo personaje” podemos ver con mayor claridad lo que hay
A lo largo de esta tesis hemos visto cómo Lezama vuelve una y otra vez, como dando vueltas
sobre un mismo punto, sobre esta idea que no es tanto suya, sino más bien de una época o de un
157
hacer funcionar esta premisa en diferentes terrenos: en el filosófico, el poético, el ético y, como
Lezama introduce el recorrido chestertoniano “por los tres círculos concéntricos de la historia de
Inglaterra” (126) con una reflexión sobre el acto inmotivado, otra expresión que aparece en
Chesterton pero que el cubano eleva a la categoría de concepto. Esta vez la alusión es al segundo
capítulo de Orthodoxy. Allí, en respuesta al escritor Robert Bentley Suther, quien había
asegurado “that free will was lunacy, because it meant causeless actions”, Chesterton sostiene
que “[t]he last thing that can be said of a lunatic is that his actions are causeless. If any human
acts may loosely be called causeless, they are the minor acts of a healthy man […]. It is the
happy man who does the useless things” (221; énfasis mío). He aquí la explicación de Lezama:
Si me froto las manos porque estoy contento o tengo frío estamos dentro de una
pragmática; pero la inmotivez empieza cuando sin causa justificada comienzo a frotarme
las manos, ¿es eso inútil? Cuantos más actos inmotivados puedo realizar mayor mi
plenitud, porque estos actos sin causa atestiguan la paz y la riqueza extraterrena de un
cumplimiento. Significan la felicidad mayor, apartada de toda satisfacción fragmentaria
(126).
inmotivado en la obra de Lezama revelan por qué este concepto pudo haberle llamado la
atención137; lo que resulta menos claro es por qué lo utilizó para introducir su análisis de la
lectura chestertoniana de la historia inglesa. Sin embargo, una lectura atenta de A Short History
137
Aquí también son varios los ejemplos que podrían citarse. Uno muy conocido se encuentra en las primeras
páginas de “A partir de la poesía”, un texto escrito en 1960: “Es para mí el primer asombro de la poesía, que
sumergida en el mundo prelógico, no sea nunca ilógica. Como buscando la poesía una nueva causalidad, se aferra
enloquecedoramente a esa causalidad” (821).
158
of England demuestra que esta asociación está completamente justificada.
Pese a que a primera vista parece una simple obra de divulgación histórica, A Short History
of England es algo más que una visión panorámica de la historia de Inglaterra (desde el siglo V
Reyes, esta obra de Chesterton “resulta tan heroica como una novela de caballería, tan hermosa
como un cuento de hadas” (50). A su índole literaria se puede atribuir el hecho de que, a
semejanza de esa historia de la literatura imaginada por Valéry que no incluye nombres de
autores ni títulos de obras, esta historia no incluya fechas y muestre cierto desdén por los hechos.
De hecho, Chesterton mismo se encarga de subrayar que sus fuentes no son documentos
históricos rescatados de algún archivo, sino que provienen de la tradición oral, las leyendas e
incluso el chisme. A diferencia “[of the] nineteenth-century historians”, que operan bajo “the
curious principle of dismissing all people of whom tales are told”, él considera que cuando
“fictitious stories are told about a person is, nine times out of ten, extremely good evidence that
there was somebody to tell them about” (24). También se diferencia Chesterton de los
convencional.
Esta ruptura del orden lineal del discurso histórico es quizás el aspecto más problemático del
libro, al menos para un lector tradicional. La impresión de linealidad que da la distribución de los
capítulos contrasta con las constantes analepsis y prolepsis en la escritura, que avanza siguiendo
una forma de espiral. A pesar de los varios elogios que Reyes le dedicó al libro, el hecho de que
acontecimientos que el inglés refunde indica de manera implícita lo que un par de años después
dirá de manera explícita: que su valor histórico no está a la misma altura de su valor literario. Por
159
ello sugiere que se le lea, pero no que se le ponga como “libro de texto en ninguna escuela” (50).
Lo que él encuentra problemático no es su falta de fidelidad a los hechos, pues al fin de cuentas
estilo desmadejado; de lo poco que se cuida de atar unas ideas con otras, y de lo que tarda, a
Nótense las similitudes de esta lectura, que para justificar la importancia del libro de
Chesterton lo saca del ámbito de la historia y lo lleva al más seguro de la literatura, con la que lo
saca del terreno religioso para asimismo llevarlo al literario. Porque esto es lo que intenta Reyes
y, según Efraín Barradas, esto también es lo que intenta Lezama. Al igual que el mexicano, lo
que habría hecho el cubano en “La imaginación medioeval” es “explicar y sistematizar [un] texto
desorganizado” (95), depurar los restos poéticos de lo que, más que una historia, “es la expresión
(95). Si en efecto éste fuera el caso, sería preciso reconocer que la interpretación de Lezama no
logró su propósito, ya que no sólo no es una explicación sistemática, sino que además mantiene
Cabe preguntarse, entonces, si acaso no son estos atributos lo que Lezama más valora de la
concepción de la historia del inglés. A sus ojos, ¿no es precisamente la ruptura con el discurso
histórico lo que hace de A Short History of England un libro de historia? ¿No es su estilo —antes
justamente a sus “defectos”. A Short History of England puede dividirse, según el cubano, en tres
grandes partes: la primera iría “de Esteban de Blois a Ricardo Corazón de León” (126), es decir,
de 1135 (año en que Esteban I sube por primera vez al trono) hasta la muerte en 1199 de Ricardo
160
I; la segunda iría del asesinato de Thomas Becket en 1170 hasta el asesinato de Tomás Moro en
1535 (128); la última, sobre la que “ha descargado Chesterton sus mejores tiros de jabalina”,
sería la era victoriana (129). Aunque no sea clara su correspondencia con la estructura del libro,
choca con una narrativa “desmadejada”, que avanza o retrocede o se extiende de manera
inesperada. Por esto, a diferencia de Reyes, Lezama también omite las fechas. Realizar un
History of England habría hecho este pasaje del ensayo aún más confuso. Así, por ejemplo,
aunque el primer período que delimita Lezama, el que él llama de la “imaginación reminiscente”,
correspondería a la Alta Edad Media, la realidad es que también incluye los años de la
dominación romana (127) y se sobrepone al segundo período que, a pesar de que Lezama lo
asocia con el Romanticismo, en términos cronológicos va de la Baja Edad Media hasta los
Pero además de ser fiel al desorden chestertoniano, Lezama es igualmente fiel a sus
imágenes. En ellas encuentra el rasgo distintivo de cada período: “la fila de álamos” (127), “los
encantamientos del bosque” (127), el “puñal sobre el Arzobispo Becket” (128), “la
homogeneidad gaseosa” de los románticos (128), la “causalidad etnográfica” (129). Por esto
resulta revelador que la forma que haya elegido para caracterizar el modelo histórico
chestertoniano haya sido la de círculos concéntricos: una forma que en movimiento puede
asemejarse al espiral; puede avanzar y al mismo tiempo seguir dando vueltas alrededor del
mismo centro, como si regresara a él. En “La imaginación medioeval” ese centro es
individualismo, al evolucionismo —sobre todo en su faceta social, que tanto Chesterton como
161
Lezama asocian con el imperialismo (129)—, al positivismo y a la noción de progreso es lo que
No obstante, en la Edad Media de Chesterton y Lezama hay algo más radical que el
Schenkel llamó el “sentido de la ficción”. El catolicismo medieval puede ofrecer una alternativa
a las doctrinas modernas debido a su capacidad formal para incorporar la ficción en todos los
aspectos de la vida. Chesterton partió de este principio estructural para perfeccionar sus
habilidades de polemista en prácticamente cualquier tema debatible. Lezama, por su parte, dado
La muestra más clara de la continuidad de este interés es la serie de conferencias que Lezama
dictó en 1957 bajo el título de La expresión americana. El análisis que Juan Pablo Lupi realizó
de uno de los conceptos centrales de estas charlas, el de visión histórica, recuerda algunas de las
igual que el modelo chestertoniano que describe Lezama, la visión histórica “does not aim to
represent any ‘facts’ from the past, or any cause-effect or chronological sequence presenting a
conexiones, arbitrarias y ahistóricas según Lupi, entre diferentes entidades culturales. “These
connections are made from the standpoint of the present, and are applied retroactively to
fragments of the historical past in order to make present the visión in which these fragments
acquire “nueva vida” (172). 138 Eso que, pensando en Lezama y en términos chestertonianos, Lupi
138
Esto dice Chesterton sobre la relación entre pasado y presente en A Short History of England: “a truth is to be
remembered which scarcely ever is remembered in estimating the past. It is the paradox that the past is always
present: yet it is not what was, but whatever seems to have been; for all the past is a part of faith” (25). Recuérdese
162
llama “a distorted, arbitrary, and nonsensical pseudo-historiography” (175), puede asimismo
En sentido inverso, también se podría decir que La expresión americana es una sucesión de actos
En este contexto, vale la pena recordar que una de las fuentes capitales de La expresión
americana fue un texto que también se ocupa de la Edad Media: Literatura europea y Edad
Media Latina, de Ernst Robert Curtius (1886-1956). El libro fue publicado en 1948, dos años
después de la “La imaginación medioeval”, pero fue traducido al español por Margit Frenk y
Antonio Alatorre apenas en 1955. Pero aún más interesante es notar que la comprensión de la
Edad Media de Curtius es homóloga a la de Chesterton y Lezama. Para él, como explica Lupi,
recovered as the site of emergence of modern European culture, as opposite to the site of an anti-
moderna con sus orígenes medievales era una de los proyectos que Curtius tenía en común con
los intelectuales antimodernos —dando por sentado que “antimoderno”, al menos en el contexto
de esta tesis, no es sinónimo de “obscurantista”. De hecho, uno de los mayores méritos de estos
las valoraciones críticas que se hagan de sus obras, trabajos como los de Maritain, Gilson,
Chesterton, entre otros, contribuyeron a una crear visión del período medieval a la vez más
que este libro es de 1917. Por otra parte, no debe perderse de vista que, en “La imaginación medioeval”, Lezama
polemiza constantemente con el “hombre ridículamente contemporáneo” (122).
139
La cita de Curtius en La expresión americana es, como lo mostró Enrico Mario Santí, parcialmente espuria. Pues,
al igual que hiciera con Maritain y Lantsheere, se trata de la cita de una cita. La fuente original de esa referencia es A
Study of History (1934-61), de Arnold J. Toynbee. En su biblioteca Lezama tenía el primero de los doce volúmenes
que llegó a tener esta obra monumental. El ejemplar que se conserva fue editado por Emecé en 1951 y fue traducido
por el argentino Jaime Perriaux. Tiene firma de Lezama de julio de 1951.
163
compleja y más cercana. También se propusieron preservar una tradición que consideraban en
crisis: A Short History of England y Literatura europea y Edad Media Latina fueron respuestas a
los dos grandes guerras europeas. Mientras el inglés quería justificar históricamente la alianza de
Inglaterra con la Europa latina para luchar contra el enemigo germano (A Short History 239-
241), el alemán buscaba salvaguardar “the hard residue of humanistic values of Western
civilization against the barbarian threats of Nazism and Stalinism” (Cantor 165).
En el caso de Lezama, esta sensación de crisis global se aunaba o la de una crisis nacional.
En 1947, unos meses después de “La imaginación medioeval”, el cubano publicó en Orígenes la
primera de sus famosas “Señales”. Dicho texto, en el que se denunciaba la emigración de artistas
de la isla “por no poder cumplir entre nosotros los más elementales modos del vivir cotidiano”
(Imagen y posibilidad 203), termina con una reflexión sobre la tradición que retoma el sentido de
urgencia de Curtius o Chesterton, pero desde una perspectiva americana. “[D]esde el punto de
vista del germa, del protoplasma histórico”, dice Lezama, “cada generación son todas las
generaciones” (204). Sus logros no se miden por el “escandalo momentáneo”, sino por su
“impulsión hacia algo que percibimos como desconocido: que crea, no la tradición y el orgullo
hacia lo que desconocemos” (205). Esta gran tradición americana puede no tener “catedrales que
defender ni catedrales que quemar” (205), pero aun así proviene de un germa medieval, de un
Para terminar este capítulo quisiera comentar brevemente una de las ideas centrales del
artículo de Efraín Barradas sobre “La imaginación medioeval” que sirve también para introducir
el capítulo siguiente. La palabra “revolución”, que Chesterton utiliza con alguna frecuencia en A
Short History of England, aparece igualmente varias veces en el ensayo de Lezama: “siendo tan
164
católico, [Chesterton] fue tan amante de su pueblo cuando llegaban las auroras de las
revoluciones” (122); Chesterton “[t]rabajó dentro de la gran tradición del sentido común
revolución lenta, constante, invariable, secreta del catolicismo” (134). La ansiedad que suscita
Barradas. De acuerdo con este crítico, el desarrollo natural del argumento de Lezama en “La
imaginación medioeval” debe buscarse en el terreno político. La sustitución del Lezama católico
Media por esa suerte de eterno presente que inaugura la Revolución, es consecuencia de este giro
político de su texto. Como siguiendo una premisa lógica, Barradas asevera que en la poética
Escrito en 1983, “Chesterton, Lezama Lima y la función social del arte” es una intervención en
“cuando en la década de 1960 [Lezama] tiene que enfrentarse al mismo problema que, según él,
Chesterton se había enfrentado, reaparece el fantasma del escritor inglés” y con él la posibilidad
conjugar poética y política sin traicionarlas (97). Mi intención aquí no es discutir la relación de
Lezama con la Revolución del 59, sino llamar la atención sobre una estrategia interpretativa que
140
Ésta es la cita de Lezama que hace el puertorriqueño: “Yo no soy un Zoo Politikón. Aristóteles dice que el
hombre es un animal político. Yo no soy de esa clase de Zoo, yo creo que las verdaderas relaciones humanas no se
dan a nivel de masa o de nación sino a nivel de tribu” (97).
165
reafirma el carácter profético (y por ende religioso) de la obra de Lezama, pero sólo para después
negarlo de una forma más radical. Pese a que Barradas insiste en la igualdad entre lo poético y lo
político. Este sacrificio es todavía más claro en un artículo de Abel Prieto de sólo un año después
concluye que, aunque la “utopía de Lezama proponía una fórmula irrealizable para la salvación
nacional”, “sus enemigos eran los mismos de aquellos que hicieron tantos viejos sueños de
Todavía hay otro texto más, éste de 1986, en el que se habla del carácter profético de la obra
Lezama. Se trata de “Hallazgo de una profecía” de Cintio Vitier. En este ensayo el autor de Lo
a José Martí. Leído por Vitier, es decir, leído desde el futuro, el poema es una confirmación de
las capacidades adivinatorias de Lezama. Lo paradójico de esta lectura —que se apropia de una
cierta versión de la historia sagrada para explicar la historia cubana 141— es que acaba por
circunscribir a Lezama al papel del precursor; una vez que el reino por él anunciado alcanza su
feliz realización, la labor del profeta está cumplida. Lezama es un profeta, pero innecesario.
La pregunta que me gustaría plantar sobre este tema es la siguiente: ¿es posible abstenerse de
este salto de la profecía a la política? ¿No será acaso que uno de los aportes más interesantes de
paso final?, ¿en no confundir su “revolución lenta” con una revolución política?
Creo que existe otra posibilidad de articular el elemento profético-religioso en Lezama que se
desprende de la matriz antimoderna. Como hemos visto a lo largo de este capítulo, especialmente
141
Al respecto escribe Vitier: “El período que se inicia con la frustración de la república es interpretado por Lezama
en este poema como una marcha por el desierto, semejante a la que evoca el libro del Éxodo en el Antiguo
Testamento (libro básico para la hoy llamada Teología de la Liberación)” (35).
166
al comentar “Calderón y el mundo personaje”, el interés de los antimodernos en la Edad Media
tiene un componente ético. En Calderón, según Lezama, esta preocupación se manifiesta en una
ética del ornamento; en Chesterton, y en otros antimodernos, como en Lezama mismo, lo hace en
de Lezama, analizaré un pasaje de “La dignidad de la poesía” (1956) que es, a su vez, un análisis
de Crimen y castigo. Éste será el momento de profundizar en el posible diálogo de Lezama con
Emmanuel Lévinas al que hemos aludido varias veces a lo largo de esta tesis. Lector entusiasta
de Dostoievski y Claudel, discípulo de Gabriel Marcel, Lévinas nos permitirá pensar el discurso
prof(ético) no como una antesala a la política sino, a semejanza de los profetas bíblicos, como
una forma de resistencia al rey, como un recordatorio de sus límites, como un cuestionamiento a
sus excesos (“Philosophie, justice et amour” 125). Hacer una pausa en este momento ético puede
darnos las herramientas para pensar una salida a esa lógica extrema, a esa teleología política (no
religiosa, aunque una de sus mayores pretensiones sea parecerlo) por la que se suele descalificar
al Lezama antimoderno.
167
CAPÍTULO IV
“La dignidad de la poesía” es uno de los ensayos teóricos más importantes de Lezama. Aunque
el cubano mostró desde muy joven una inclinación por la especulación teórica, fue a partir de la
segunda mitad de la década de 1940 cuando empezó a publicar sus textos teóricos más
ambiciosos. Los primeros fueron “X y XX” (1945) y “Las imágenes posibles” (1948), ambos
sistema poético” (1954) y “La dignidad de la poesía” (1956). Además de su valor intrínseco,
estos ensayos son significativos porque marcan un período de transición en la obra ensayística de
Lezama. No sólo concluyen los años productivos de Orígenes —“Introducción” y “La dignidad”
también aparecieron en la revista—, sino que también anuncian algunos de los textos más
ensayos que, tras haber sido publicados en la revista Islas entre 1958 y 1965, pasó luego a formar
142
Se trata de “Preludio a las eras imaginarias” (1958), “La imagen histórica” (1959), “A partir de la poesía”
(1960),“Introducción a los vasos órficos” (1961), “Las eras imaginarias: los egipcios” (1961), “Las eras imaginarias:
La biblioteca como dragón” (1965).
168
Las preguntas que intenta responder Lezama en “La dignidad” son formuladas con
sorpresiva claridad en los primeros párrafos: “¿Cómo aumentar la corriente mayor […] sumando
la poiesis y el ethos? ¿Cómo hacer que “creación y conducta puedan formar parte de la corriente
mayor del lenguaje”? (761). A riesgo de simplificar un poco, la respuesta de Lezama a estos
interrogantes puede dividirse en dos partes. La primera consiste en una reflexión teórica sobre lo
que él llama el “ethos en la creación” (761); la segunda, más de perfil histórico, en un análisis de
las manifestaciones de ese ethos en algunos de los períodos más importantes en la historia de la
En este capítulo centraré mi atención en la primera de estas partes, la reflexión teórica sobre
el “ethos de la creación”. Durante la década de 1950 la meditación sobre la relación entre ética y
radica en el hecho de que allí convergen las consideraciones que, de manera fragmentaria y en
relación con diferentes motivos éticos —la envidia (“La noche 78”), el robo (tercer capítulo de
Paradiso), el solipsismo del místico (“No rechazar teresiano”) o la ética del artesano (“Tres
visibles”)—, Lezama llevó a cabo en algunos de los ensayos breves que escribió para el Diario
de la Marina durante esos años (1954-1957) y en el tercer capítulo de Paradiso, que apareció en
Orígenes en 1952.
a las filosofías éticas que, al situar “el ethos en la parte más visible, exterior y grosera de la
vida” (761). La motivación de Lezama para subrayar el vínculo incluso material entre estas dos
bondad” (764), “dignidad de la metáfora” (769), “acto de caridad (774) o “justicia metafórica”
169
(Poesía completa 330).143 El “ethos de la creación” sobre el que escribe Lezama en “La
dignidad” no tiene nada que ver, por tanto, con una ética normativa que regule la conducta del
poeta. No se trata de una ética práctica, que responda a la pregunta sobre cómo debo actuar aquí
y ahora. Su sentido está mucho más cerca de una ética entendida en los términos del filósofo
Emmanuel Lévinas, esto es, como un saber anterior a la filosofía que se ocupa de la relación
entre el Uno y el Otro, entre el Uno y aquello que “ne peut devenir un contenu” (Étique et Infini
91) o, en palabras de Lezama, aquello que “[e]s indescifrable, pero engendra un enloquecido
apetito de desciframiento” (“La dignidad” 765). Lo que está en juego en el “acto del ethos” (763,
764) y en el “événement éthique” (Entre nous 238) es, en este contexto, la posibilidad (o
experiencia del Otro, cuya formulación sería la del “être-pour-l’au-delà-de-ma-mort” (“La trace
de l’autre” 610; Cf. Étique et Infini 33-41). Lezama, por su parte, se distancia del filósofo alemán
(Imagen y posibilidad 135). ¿No sería posible leer estas dos respuestas como variaciones de un
mismo tema? ¿No podría entenderse esta idea de resurrección en términos éticos?
En uno de los varios textos que le dedica a Heidegger, Lévinas explica su discrepancia con
el filósofo alemán a través de un pasaje bíblico en el que el profeta Samuel llora la muerte del
rey Saúl y su hijo Jonatán: “Saúl y Jonatán, amados y queridos en su vida. En su muerte tampoco
143
El uso lezamiano de la palabra dignidad, que ya se puede encontrar en algunos de sus ensayos tempranos
(“Conocimiento de salvación” 248; “X y XX” 138) lo acerca también al catolicismo personalista de inspiración
maritaniana. Dicho concepto adquirió reconocimiento global con la Declaración Universal de Derechos Humanos en
1948, en cuya concepción Maritain jugó un papel destacado (Cf. Beuchot). Debe tenerse en cuenta, asimismo, que
Lezama estudió derecho y se graduó con una tesis titulada, según algunos testimonios, “La responsabilidad criminal
en el delito de lesiones” (Cf. Rojas, “Del derecho a la poesía”). La familiaridad de Lezama con el lenguaje del
derecho y su interés en la ley será, como veremos más adelante, importante en nuestra lectura de “La dignidad de la
poesía”.
170
fueron apartados: más ligeros que águilas, más fuertes que leones” (2S 1, 23). Para el filósofo
lituano estas palabras no son ni una “allusion à une ‘autre vie’ qui, après la mort, puisse unir
ceux qui ne sont plus là” ni tampoco una “façon métaphorique de parler pour exalter l’amour
entre père et fils” (Entre nous 228). Esas palabras son más bien una manifestación de lo más
humano del hombre: de una fuerza más profunda que la de la perseverancia del Ser, de una
fuerza incomprensible que subordina el cuidado de sí a la preocupación por la muerte del otro
(228). “Non pas une vie post-mortem, mais la démesure du sacrifice, la sainteté dans la charité et
la miséricorde” (230).
Mi objetivo en este capítulo es leer, a la luz de la reflexión de Lévinas sobre el versículo del
Libro de Samuel, un pasaje de “La dignidad” en el que, en contravía de lo que piensa Heidegger,
se afirma que el vínculo con el otro no se disuelve ni siquiera con la muerte. No se trata de
evaluar la validez de las críticas de Lezama (o Lévinas) al autor de Ser y tiempo, un tema sobre el
que ya han escrito algunos estudiosos del cubano (Cf. Chiampi 135; Díaz 27-31). Lo que me
El punto de partida de esta convergencia tiene nombre propio: Fiódor Dostoievski. En uno
de los momentos centrales de “La dignidad” Lezama realiza un largo comentario sobre los dos
numerosas similitudes con la interpretación levinasiana del novelista ruso (Cf. Toumayan). Dos
aspectos en particular son los que me interesa subrayar de estas similitudes. A través de Lévinas
la lectura lezamiana de Crimen y castigo adquiere un significado que, aunque inscrito en el texto,
no es tan evidente. Cuando la meditación sobre la poesía es llevada a su límite se encuentra con
el mismo dilema que Lévinas descubre en el rostro (visage) del otro: sacrificarlo o sacrificarse
171
por él. El presente capítulo comienza por eso siguiéndole la pista a uno de los temas centrales de
“La dignidad”: el crimen. Este asunto adquiere protagonismo desde las primeras líneas del
ensayo y desemboca en el largo comentario sobre Sonia y Raskolnikov en uno de los momentos
El otro aspecto que deseo rescatar tiene que ver con una de las mayores dificultades que
enfrenta la lectura antimoderna de Lezama: ¿qué hacer con su catolicismo? Uno de los
propósitos de esta disertación ha sido precisamente el de examinar las formas y caminos que
siguió este elemento católico, primero en sus años de formación, y luego en algunos de sus
textos. Curiosamente, la dificultad de fondo que ha generado esta cuestión a los estudiosos de su
obra ha sido no tanto de carácter religioso como político, o mejor, ha sido religiosa en la medida
en que la religión es considerada una extensión de la política. Como bien ha dicho Rodríguez
Matos, la compulsión por “castigar” o “redimir” a Lezama por su “obvio legado cristiano” ha
tenido lugar en el horizonte político de la Revolución (80) y —agrego yo— a partir de las
El argumento con que concluiré este capítulo es que la lectura ética, es decir, levinasiana, de
“La dignidad” abre la posibilidad para pensar a Lezama al margen de la política. Lévinas fórmula
vision poétique qui la transcende est-elle à jamais vouée à demeurer ‘belles lettres’ et à perpétuer
les fantasmes? N’est-elle pas au contraire —et c’est probablement la définition même de
poésie— ce qui rend le langage possible ?” (Difficile liberté 176-7). Como veremos, lo
interesante de este desdén hacia la política, de esta certeza de la supremacía de la po(ética) sobre
172
la política (que, además, era común entre los antimodernos con los que se identificaba Lezama;
piénsese por ejemplo en la primauté du spirituel de Maritain) es que permite conservar el sentido
religioso del “profetismo de Lezama” sin caer en discursos que reducen su labor a la del vidente,
a la del adivino que predice un futuro que (y éste se supone que sería su mayor talento) ya se ha
cumplido.
Las primeras líneas de “La dignidad de la poesía” sitúan el entrecruzamiento entre ética y poética
Di un grito y volqué el caldero con la mixtura de cobre hirviendo, dice el hombre del
Renacimiento, el Cellini, antes de dirigirse a matar. Y el Papa sonríe (textualmente: su
rostro empezó a serenarse), y añade el gordiano de las confusiones: el hombre único no
debe someterse a las leyes ordinarias, y más cuando la razón lo acompaña (760).
El hecho de que el autor de este crimen sea un hombre del Renacimiento sitúa la discusión en un
terreno familiar para los antimodernos. La fascinación de Lezama con Cellini es de larga data.
Sabemos, por comentarios de sus Diarios, que leyó la autobiografía del artista italiano a
principios de la década de 1940 (40, 43, 48) y que estos comentarios pasaron de manera casi
“Playas del árbol” (509-10). Uno de ellos, el del 9 de septiembre de 1940, ofrece una imagen
Benvenuto apunta seca pero dignamente en sus Memorias: Su majestad me ordenó y rogó
hiciera algún esfuerzo para producir alguna cosa hermosa, lo cual le prometí. Ese
ordenó y rogó, es delicioso. Hay en él algo de lo mejor de Benvenuto. Del que acata la
Ley, pero que también se cree obligado a producirla (Diarios 43).144
144
Lezama está comentando aquí el capítulo XX del Libro Segundo de la Vita de Cellini.
173
Más adelante en la misma nota, después de asegurar que gracias a Cellini llegaron a Francia “las
más puras esencias renacentistas” (43), Lezama aclara que “también asoma en él lo menos
perdurable del Renacimiento, cierta molicie o blandura que en ocasiones le invaden” (44). Y
pasa inmediatamente a comentar la descripción que hace Cellini de una estatua de la Liberalidad,
una virtud sin la cual, según el artista italiano, “no es posible manifestar ninguna de las
admirables Virtudes que Dios concede” (Cellini 357). Lezama reacciona con disgusto:
Liberalidad, fea palabra creada por lo peor del Renacimiento. Esa liberalidad engendra en
el súbdito la adulonería. Pues seguidamente Benvenuto dice al Monarca que el Marte o
figura central del grupo, de cincuenta y cuatro pies de altura, es el mismo Monarca. Y
engendra en el Monarca, malquisto Benvenuto con su querida la de Étampes, cierta
antipatía aunque ya buen renacentista la disimula tras buenas y sanas sonrisas. En
apariencia, sanas (44; énfasis mío).145
Esta ambivalencia ante Cellini da cuenta de la visión también ambivalente que Lezama, y en
general los antimodernos, tenían del Renacimiento. Benvenuto Cellini, asegura Berdiaeff en Un
nouveau Moyen Age, es pagano y cristiano al mismo tiempo, en él confluyen lo mejor y lo peor
del Renacimiento (14); él es, por un lado, el símbolo de un Renacimiento que no se define en
oposición al cristianismo y, por extensión, a la Edad Media. “Un verídico clasicismo […] tiene
que estar precedido por una auténtica Edad Media, no como paréntesis cronológico, sino como
del gusto” 549). Esta convicción reposa sobre una vieja certeza de los antimodernos, la certeza
de que, otra vez en palabras de Berdiaeff, “tout ce qu’il y eut d’authentique grandeur dans la
Renaissance avait un lien avec la Moyen Age chrétien” (24). Por eso Cellini podía acatar la Ley,
como lo haría un hombre medieval, y a la vez producirla, como lo haría un hombre moderno.
145
Cellini describe la fuente de Marte y las Virtudes en el capítulo XXII del Segundo libro de su Vita.
174
Pero por otro lado Cellini también simboliza el surgimiento de un nuevo tipo de
subjetividad: una subjetividad autónoma e indiferente a cualquier realidad que no sea la del yo.
La sonrisa fingida del artista florentino ante Francisco I es el gesto característico de esta otra
llama Lezama en “La imaginación medioeval de Chesterton”, un texto en el que ya había dicho
que fue “desde el Renacimiento cuando la sonrisa se convirtió en una encrucijada sodomítica” y
porque, además de artista, el florentino también fue un conocido criminal. Él mismo presume de
haber matado a dos hombres en su autobiografía. El homicidio al que alude Lezama en el ensayo
es al de Pompeo de Capitaneis, un orfebre con el que el artista competía por ganarse el favor del
papa Clemente VII. Cellini describe los pormenores del crimen sin disimular su violencia:
[L]e di una puñalada en medio del pecho con tal puntería y presteza, que los demás no
pudieron impedirlo. Luego le tiré una puñalada a la cara pero el miedo que se había
apropiado de él lo hizo volverla y le clavé el puñal debajo de la oreja; sólo dos puñaladas
le di en ese punto y cayó muerto al instante. Yo no tenía la intención de matarlo pero,
como luego se dice, golpe dado ni Dios lo quita (181).
Otro detalle del que alardea Cellini es que varios personajes ilustres se ofrecieron para
protegerlo. El más ilustre de todos fue el recién nombrado papa Paulo III, quien justificó la
decisión de darle un salvoconducto aduciendo su talento como artista. “Sabed que los hombres
146
En su Vita, Cellini cuenta que, en una ataque de rabia y envidia, el escultor Baccio Bandinelli lo acusó de
homosexual en frente del duque Cosme de Médici. “Cierra ya la boca, pobre sodomita”, lo increpó Bandinelli (445).
La respuesta de Cellini es significativa porque Lezama la cita en el capítulo IX de Paradiso (258). Cito de la Vita:
“Pobre loco, que no sabes mantenerte dentro de los límites debidos. Dios no me ha concedido la noble gracia que
bien supo emplear Júpiter con Ganimedes en el Paraíso; esa misma gracia que, en este mundo, han disfrutado
también los emperadores más insignes y los más grandes reyes que ha habido” (445). Para ver una lectura queer de
esta cita en Paradiso véase el libro de Eduardo González (146-8).
175
únicos en sus respectivas artes, como Benvenuto, no tienen que estar sujetos a la ley, y mucho
menos en su caso porque conozco muy bien la razón que le asiste”, le dijo el papa a uno de sus
ayudantes (183-4).
En su autobiografía Cellini no problematiza su relación con la ley, pero aun así, al igual que
el poeta francés François Villon (1431-¿1463?), él se convirtió en uno de los prototipos de artista
que más fascinará a los escritores modernos: el artista que no sólo desafía la ley (el homicidio es
en este sentido la más básica de todas), sino que además estetiza su trasgresión, hace de ella una
obra de arte. Siguiendo a Michel Foucault, Joel Black ha mostrado, en The Aesthetics of Murder
(1991), que hay una conexión manifiesta entre la obsesión romántica con el crimen y la
trasgresoras (29-40).
Uno de los primeros textos en articular esta mirada romántica sobre el crimen es “On
Murder Considered as One of the Fine Arts” (1824) de Thomas de Quincey (1785-1859).
Aunque Black menciona otros antecedentes significativos —como Le neveu de Rameau de Denis
Diderot (1713-1784) (35-6)—, el ensayo del inglés es conocido por haber sido el primero que
hizo de la distinción entre las dimensiones ética y estética del crimen el centro de su reflexión.
“Enough has been given to morality; now comes the turn of Taste and the Fine Arts […].
Therefore let us make the best of a bad matter; and, as it is impossible to hammer anything out of
it for moral purposes, let us treat it aesthetically” (De Quincey 12-3). La estetización del crimen
no es sólo una reacción irónica contra esa racionalidad extrema que llevó a Kant, según De
Quincey, a afirmar que es una obligación moral responderle con la verdad al asesino que
176
pregunta por el escondite de su víctima (10). En tanto desafío a la verdad, la respuesta romántica
es también un desafío a la Ley. El cruce de miradas entre Cellini y el Papa en las primeras líneas
de “La dignidad”, que ya vimos se basa en un pasaje de la Vita, es en este sentido elocuente: “el
hombre único no debe someterse a las leyes ordinarias” (760). El artista está más allá de reglas,
códigos y normas; está más allá del bien y del mal, como dirá Nietzsche construyendo sobre la
rebeldía romántica. El salvoconducto que Paulo III, el Papa que convocó el Concilio de Trento,
le concedió a Cellini prefigura la revancha del artista moderno sobre la Ley. La celebración
gideana del homicidio como un acte gratuit en Les caves du Vatican (1914) o a la de Breton
como el más simple acto surrealista en el Second manifeste du Surréalisme (1929) están
En “Literature, Law, Europe”, Claudio Magris asegura que el rechazo de la ley acerca la
poesía a la fe (17). Aceptar esta premisa, que Magris justifica con numerosos ejemplos (Franz
Kafka, Elias Canetti, Herman Melville, entre otros), implica reconocer que el artista moderno (el
heredero de Cellini) es una figura religiosa que oscila entre el desprecio y el miedo a la ley, entre
asoció la poesía con la definición paulina de fe como “sustancia de lo inexistente” (775), en esta
ocasión toma partido por la ley. La escena inicial de “La dignidad” continúa del siguiente modo:
“Pero semejante norma de conducta [la de Cellini ante la ley] quisiera desaparecer ante el
hombre que va a matar. Como igualmente inservible es aquella banal distinción entre el hombre
único y las leyes ordinarias” (760). La ley a favor de la cual se pronuncia aquí Lezama no es la
ley positiva, la ley codificada, sino una especie de ley natural comparable a las “unwritten laws
147
Este sería el caso del quietismo (o molinosismo), un movimiento místico inspirado en las enseñanzas de Miguel
de Molinos que Lezama criticó en “El no rechazar teresiano” (1954), otro texto contemporáneo de “La dignidad”.
Al promulgar una renuncia completa a la voluntad, el quietismo, según Lezama, queda prisionero en la niebla del yo
(496); la suya sería una religiosidad individual que conduce a la nada, que “se relame en el enceguecerse” (497).
177
of the gods” defendidas por Antígona (Magris 18-21). Por ello, aunque devele la culpa de
Cellini, su intención no es presentar una imputación ni asumir el papel de juez. En vez de iniciar
un proceso, el cubano prefiere descomponer la anécdota hasta llegar a sus raíces, a eso que él
llama lo “primigenio indistinto”, para a partir de allí trazar “otro canon” (760).
fundamento de toda relación con el otro. Según el filósofo lituano, la experiencia primigenia no
pasa por la pregunta por el ser —“pourquoi y a-t-il quelque chose et non rien?” (Étique et Infini
130)—, sino por el encuentro con la vulnerabilidad del otro. El Otro antecede al Ser; el otro es un
rostro (visage) y ese rostro “est ce qu’on ne peut tuer, ou de moins ce dont le sens consiste à dire:
Teniendo en cuenta esta reflexión sobre la problemática relación entre el artista y la ley,
Di un grito y volqué el caldero con la mixtura de cobre hirviendo, dice el hombre del
Renacimiento, el Cellini, antes de dirigirse a matar. Y el Papa sonríe (textualmente: su
rostro empezó a serenarse), y añade el gordiano de las confusiones: el hombre único no
debe someterse a las leyes ordinarias, y más cuando la razón lo acompaña. Pero
semejante norma de conducta quisiera desaparecer ante el hombre que va a matar, como
igualmente inservible es aquella banal distinción entre el hombre único y las leyes
ordinaras… (760).
pasaje. Lo que inicialmente parece conducir a una estetización del crimen y a una celebración
romántica del artista como posibiliter —para utilizar un término que usa el propio Lezama
(774)— es contrapuesto a una súplica (también podría leerse como una orden) prácticamente
idéntica a la de Lévinas: “No se puede matar, no se puede matar. La poesía no resiste la escritura.
Ni la traición del rey ni el cuchillo en la nuca pueden ser interpretados rectamente para matar”
178
(761). De los varios ejemplos que emplea Lezama para describir la relación del Uno con el Otro
(el comportamiento de los vermes ciliados, la cópula sagrada de Marduk y Sarpanitu, la parábola
de los dones en el evangelio de Mateo), el asesinato es el que se repite de manera más insistente.
Durante las primeras páginas del ensayo las muertes violentas se suceden unas a otras:
Holofernes muere a manos de Judith (761), santa Bárbara es decapitada por su padre Dióscoro
(764), la cabeza de un dragón “rueda cortada por la cola de una lagartija” (764). El texto parece
progresar a partir de estos asesinatos que, a su vez, actualizan la súplica de la primera página.
Por esto no sorprende que uno de los momentos culminantes del texto sea un largo
como Lezama, admite ante Sonia haber matado a la usurera Aliona Ivanovna y a su hermana
2. El profetismo de Dostoievski
Aunque quizás menos conocidas que las lecturas existencialistas de Dostoievski, las lecturas
antimodernas del novelista ruso fueron bastante comunes durante el período entreguerras y los
primeros años de la posguerra. Si para Jean Paul Sartre (1905-1980) Dostoievski fue “le point de
départ de l’existentialisme” (en McCabe 192) y para Albert Camus (1913-1960) la invención de
Ivan Karamazov anunció el surgimiento de una “nouvelle religion” (Camus 82), para los
antimodernos Dostoievski fue ante todo un escritor religioso, el profeta que mejor advirtió “the
necessary progression from nihilism to murder” (Steiner 144). Quienes primero difundieron en
179
América Latina y Europa la lectura religiosa de Dostoievski fueron Nicolas Berdiaeff y León
Chestov, dos exiliados rusos afincados en Francia que Lezama conoció a través de Sur (a
Chestov por ejemplo lo menciona en “El secreto de Garcilaso” (27)) 148 y de quienes tuvo algunos
libros en su biblioteca. 149 Otros autores afines a Lezama que se interesaron por Dostoievski
Guardini (1885-1968). De este último Lezama leyó, en la década de 1950, El universo religioso
de Dosotyevski (1933), una antología comentada de pasajes célebres de las novelas del ruso, en
Además de restituir el contexto religioso del que se nutren las novelas de Dostoievski (en
opinión de George Steiner una tarea indispensable para alcanzar una verdadera comprensión de
su obra (235-42; 300-21)), las interpretaciones antimodernas tienen en común que leen al autor
ruso como si fuera un filósofo, un hombre de ideas. Lezama, al igual que Marcel o Lévinas (otro
gran admirador de Dostoievski), no habría dudado en afirmar que “Dostoievski n’a pas été
génie aussi, et le plus grand métaphysicien de la Russie” (Berdiaeff, L’Esprit 11). Desde esta
perspectiva filosófica que, como veremos, es la que retoma Lezama, el autor de Crimen y castigo
Antes de entrar a analizar la reflexión de Lezama sobre Crimen y Castigo en “La dignidad”
evangelio de San Mateo, “el alcabalero, el cobrador de cuentas” (770). La primera de ellas es la
Lezama cita un artículo que apareció en noviembre de 1935 en el número 14 de Sur: “Kierkegaard y
148
Dostoyewsky. (Voces que claman en el desierto)”. El artículo de Chestov es el que abre este número.
149
L’Esprit de Dostoievski (1921) es el título del libro que Berdiaeff le dedicó al escritor ruso. El libro fue publicado
por la editorial española Apolo en 1935 y después reeditado en 1951. Por su parte, Chestov publicó La filosofía de la
tragedia: Dostoievski y Nietzsche (1903). La traducción española vio la luz en 1946 en la editorial Emecé.
180
siguiente: “siego donde no sembré y […] recojo donde no esparcí” (766) (Mt 25, 26).150 Para
entender los comentarios de Lezama sobre Sonia y Raskolnikov es importante saber que el
contexto bíblico en el que aparecen éste y los otros versículos que cita es el de la conocida
provisionalmente su fortuna ente sus siervos: a uno de ellos da cinco talentos, a otro dos y a otro
uno. Después de un tiempo, el hombre regresa y descubre que los dos primeros siervos han
duplicado lo recibido, mientras que el último, al que se le había dado sólo un talento, lo escondió
en la tierra por temor a perderlo. Aunque este siervo se esfuerza por explicar sus razones, el
hombre lo recrimina (y ésta es la segunda cita que hace Lezama): “A cualquiera que tuviese, le
será dado y tendrá más; y al que no tuviera, aun lo que tiene le será quitado” (771) (Mt 25, 29).
La evidente conexión de estas dos referencias es complementada unas líneas después con otro
par de citas. “[A] nadie que pide un pescado se le da una serpiente (771) (Mt 7, 10). Éstas son
palabras de Jesús a sus discípulos para exhortarlos a que oren (un poco antes les había dicho
“[p]edid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá” (Mt 7,7)). La última referencia
también está relacionada con el tema del don. Lezama afirma que “[n]adie recibe los dones para
En principio, lo que le atrae a Lezama de esta red de referencias es que inauguran paradojas
éticas. ¿A quien tiene se le dará más? ¿A quien no tiene se le quitará incluso lo que le falta? ¿No
hay aquí una traición del principio mismo de la justicia? La fascinación del cubano por este tipo
150
En el capítulo III de Paradiso, redactado más o menos en la misma época que “La dignidad de la poesía”,
Lezama vuelve a citar, esta vez en boca de la señora Augusta, el mismo versículo. “Hay un versículo del Evangelio
de San Mateo, el alcabalero, que parece implacable, pero que nos dice de lo misteriosos de la voluntad y de sus
acarreos por debajo del mar: Siego donde no sembré y recojo donde no esparcí” (41).
181
de paradojas, que abundan en los evangelios, está en conexión con su capacidad de provocar “un
rompimiento de toda causalidad en la conducta” (766). Pero hay una segundo razón por la que
eligió justamente estas paradojas: de una u otra manera, todas ellas se ocupan del tema del don.
Una vez rota la causalidad en la conducta, la relación entre el siervo y el amo, esto es, entre el
Uno y el Otro, funciona bajo la lógica asimétrica del don. El vínculo entre quien da y recibe es
lo recibido, multiplicar los talentos, responder al exceso con un exceso aún mayor y hacerlo no
que Lezama usa extensivamente en “La dignidad” y con alguna frecuencia en su obra posterior a
1950, es también de origen bíblico. “[L]a ley se introdujo para que el pecado abundase; mas
cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia” (Rm 5, 20). La sobreabundancia implica, pues,
la superación de la ley positiva, la ley de los códigos que, abandonada a sí misma, conduce
pone en funcionamiento una economía del don. La deuda original que une al Uno con el Otro
151
La explicación más elaborada de la teoría lezamiana del don se encuentra en “Pascal y la poesía”, un ensayo de
1956, el mismo año de “La dignidad”. En el primer capítulo de esta tesis ya hicimos referencia a ese texto y a la
cuestión del don (Cf. 116-20). Al margen de su historia religiosa, la discusión sobre el don también ha sido motivo
de reflexión entre intelectuales de diversas disciplinas, desde el Essai sur le don (1923-1924) de Marcel Mauss,
reeditado en 1950 con una introducción de Claude Lévi-Strauss, igualmente famosa (“Introduction à l’œuvre de
Marcel Mauss”), hasta el par de libros de Jacques Derrida Donner le temps: la fausse monnaie (1991) y Donner le
mort (1993) y las meditaciones de Paul Ricœur en “Amour et justice” (1989) y Parcours de la reconnaissance
(2004).
182
puede darse por satisfecho; es impagable, insaciable. Por esto se expresa en fórmulas como la
El lugar en que convergen estas citas es precisamente el largo comentario sobre Sonia y
Raskolnikov casi a la mitad del ensayo. “Apenas oído el dictado de la candela que no se puede
encender en el sótano, nos encontramos con Sonia, la prostituta eslava, en un sótano, con la
candela de una vela encendida, leyendo a San Pablo” (772). La escena a la que alude Lezama es
Raskolnikov, con una insistencia que recuerda el tolle, lege de San Agustín, le ordena a Sonia
que lea el pasaje del evangelio de San Juan (no San Pablo) en que se narra la resurrección de
Lázaro (Jn 11, 1-45). Como dije antes, Lezama elige esta escena no para develar la culpabilidad
moral del asesino, tampoco para reivindicarlo, sino para contrastar dos formas opuestas de
relacionarse con lo Otro: el ethos de la ley, por una parte, y el ethos de la sobreabundancia, por la
otra:
¿Intentaba el profetismo dostoievskiano entreabrir una situación que pudiera ir más allá
del versículo de San Mateo? Raskolnikov se quiere acoger a la doble moral para destruir.
Sonia, la supermujer, la virgen, pues aún su espíritu está intocado, que se apega aún más
a lo imposible de su absolutez, se autodestruye para crear (772).
152
Sobre las raíces bíblicas de esta lógica de la sobreabundancia y sobre los modos en que se expresa, Ricœur dice
lo siguiente: “Cette logique de surabondance trouve dans le Nouveau Testament une grand variété d’expressions.
Elle régit la tournure extravagante de maintes paraboles de Jésus, comme il est clair dans les paraboles dites de
croissance: une semence qui produit trente, soixante, cent grains; une graine de moutarde qui devient un arbre où les
oiseaux peuvent nicher, etc. Dans un contexte différent, Paul interprète toute l’histoire du salut selon la même loi de
surabondance: ‘Si, en effet, para la faute d’un seul, la mort a régné du fait de ce seul homme, combien plus ceux qui
reçoivent avec profusion la grâce et le don de la justice règneront-ils dans la vie par le seul Jésus-Christ’ (Romains 5,
17). L’extravagance dans les paraboles, l’hyperbole dans les paroles de renversement de sort, la logique de
surabondance en étique, autant d’expressions diverses et variés de la logique de surabondance” (35 ; nota al pie).
183
A partir de aquí, el comentario se divide en dos partes. La primera está dedicada a explicar
las raíces del comportamiento de Raskolnikov mientras que la segunda explica el sacrificio de
incapaz de salir de la estructura del Ser, cuya esencia consiste en luchar por su preservación, en
obstinarse en ser-ahí (Entre nous 258). El suyo es un “ethos sin misterio” porque es un ethos del
Sonia, también lo que le reprocha con más vehemencia, es precisamente la ausencia de este
sentido de preservación:
[T]ú eres una gran pecadora, es cierto […] y lo peor es que lo eres sobre todo por haber
acabado contigo y haberte inmolado en vano. […] ¡Cómo no va a ser horrible vivir en el
fango que tanto odias y saber al mismo tiempo […] que con ello no ayudas a nadie, que a
184
nadie salvas! […] ¡Sería más justo, mil veces más justo y razonable, arrojarse de cabeza
al agua y acabar de una vez para siempre! (351-2; énfasis mío).
En este retrato de Raskolnikov confluyen varias de las críticas que, desde muy joven, Lezama
había emprendido contra la noción moderna (romántica) de sujeto. Detrás de sus sospechas sobre
antimoderna en “les procédés d’introspection” del sujeto. “[S]i on se met à se contempler soi-
même, on n’arrive à rien, n’est pas…à rien!” (Mémoires improvisés 38). De ahí que sea el ahorro
la alternativa que Raskolnikov, el siervo avaro de la parábola de Mateo, propone para corregir
ese extravío de la justicia y la razón que personifica Sonia: “¿No es posible ahorrar nada?
¿Guardar algo para un día aciago?” (Dostoievski 350).153 De ahí viene, también, para Lezama y
del bien común, en defensa de una Humanidad sufriente, como él argumenta, sino para abdicar
Ahora bien, el verdadero énfasis de la lectura de Lezama recae sobre Sonia Marmeladova.
Su interpretación, en este sentido, contrasta con las más conocidas lecturas de Sartre o Camus,
que tienden a centrar su atención en personajes como Ivan Karamazov, Nikolái Stavrogin o el
mismo Raskolnikov. Para Lezama, como para el propio Dostoievski (Frank 132), Sonia, “la
prostituta eslava”, es la encarnación del auténtico rebelde, de aquel que, siguiendo la lógica de la
sobreabundancia, devuelve sin cálculos. Ella vuelve las reglas del sacrificio contra el sacrificio
mismo. Su compasión por el asesino es necesaria no solamente porque hace aún más nítida la
diferencia que hay entre dos maneras de relacionarse con el otro —la que lo sacrifica o la que se
153
En la novela también son varias las veces en que Raskolnikov se pregunta sobre la cordura de Sonia. “Pero
¿quién ha dicho que todavía no ha perdido la razón? ¿Acaso está en su sano juicio? ¿Acaso se puede hablar como
habla ella? ¿Acaso una persona que esté en su juicio puede razonar como razona ella? ¿Acaso es posible permanecer
al borde del hediondo abismo, que ya la atrae, agitar las manos y taparse los oídos cuando le hablan de peligro? ¿No
será que espera un milagro? Seguramente es esto. ¿Acaso no son esos síntomas de locura?” (353).
185
sacrifica por él154—, sino porque muestra que, al igual que “el acto del ethos”, esta devoción
“indescifrable […] engendra un enloquecido apetito de desciframiento” (“La dignidad” 765). 155
rompe con toda finalidad, especialmente con la más básica y al mismo tiempo la más racional de
todas: la de la conservación del ser, la del ahorro, la de la primacía, casi instintiva, de lo Mismo
sobre lo Otro. “No se puede matar. No se puede matar”. Vale la pena citar la descripción que
Lezama hace de ella no sólo porque muestra la importancia de este momento del ensayo, sino
porque al final hace una referencia que considero crucial para captar el alcance de todo su
análisis:
154
Además de su sentido tradicional de “ofrenda a una deidad en señal de homenaje o expiación”, el término
sacrificio (sacrificium) incluye también, como muestra Émile Benveniste en Le vocabulaire des institutions indo-
européenne (1969), el de “desinterés de una acción no recíproca, en la que se da un gasto que se sabe de antemano
que no será compensado. Benveniste incluso resalta que no es casual que digamos ‘ofrecer una comida’, tal como
decimos ‘ofrecer un sacrificio’” (en Rabinovich 188).
155
Comentando también el papel de Sonia en la misma escena de Crimen y castigo, Lévinas describe la relación con
el Otro en términos que recuerdan este “apetito de desciframiento”: “La relation avec Autrui me met en question, me
vide de moi-même et ne cesse de me vider, en me découvrant aussi de ressources toujours nouvelles. Je ne me savais
pas si riche, mais je n’ai plus le droit de rien garde. Le Désir d’Autrui est-il un appétit ou une générosité? Le
Désirable ne comble pas mon Désir, mais le creuse, me nourrissant en quelque manière de nouvelles faims. Le Désir
se révèle bonté. Il y a une scène dans Crime et Châtiment de Dostoïevski où, à propos de Sonia Marmeladova qui
regarde Raskolnikof dans son désespoir, Dostoïevski parle d’‘insatiable compassion’. Il n’est dit pas ‘inépuisable
compassion’. Comme si la compassion qui va de Sonia à Raskolnikof était une faim que la présence de Raskolnikof
nourrissait par-delà de tout saturation, en accroissant à l’infini cet faim” (“La trace” 612-3). Lo que en este
fragmento aparece con el nombre de Deseo en otros textos de Lévinas (y este punto será importante en las próximas
páginas) se llamará “charité” o “responsabilité”, que es “le nom sévère de ce qu’on appelle l’amour du prochain”
(Entre nous 121).
186
Charitas omnia credit, la caridad todo lo cree, el acercamiento de Sonia a Raskolnikov, el
que destruye destruyéndose, la lleva al plano del ordenamiento de la caridad, en esa
última región solo le queda amarrarse al texto paulino de la resurrección, que es el pleno
de la imagen (773-4).
Todo el comentario de Lezama sobre Sonia y Raskolnikov “está amarrado” a una cita bíblica, a
otra más. Se trata de un conocido himno sobre el amor (agape en el griego de san Pablo y caritas
en la Vulgata) incluido en la Primera carta a los Corintios. Sería difícil hacer una lista de las
varios textos en los que Lezama alude a este pasaje. Sin embargo, su recurrencia en algunos de
(1955) como en “Tres visibles” (1956) y en “Pascal y la poesía” (1956) Lezama insiste en
asociar “la silenciosa magnificencia del orden de la caridad” con la poesía (535). Para él el
himno de san Pablo no es únicamente un elogio de la caridad en tanto virtud moral, sino sobre
todo en tanto forma de conocimiento. Aun a riesgo de que la acumulación de citas sea excesiva,
A la luz de estas ideas resulta claro que el alcance del comentario de Lezama sobre Sonia y
187
cuestionamiento a las interpretaciones psicológicas de Dostoievski, ya que pone en evidencia no
la complejidad o las contradicciones del yo, sino su debilidad, su pobreza, sus limitaciones.
“Ahora vemos por espejo, oscuramente”; “ahora conocemos en parte”. Pero Lezama da un paso
más y, siguiendo a san Pablo, lleva hasta sus límites lo que en Dostoievski es en principio una
crítica moral. La noción de caridad o responsabilidad —según Lévinas “le nom sévère de ce
qu’on appelle l’amour du prochain” (Entre nous 121)— desestabiliza las bases de todo
conocimiento. Si no puede ser reclamada por el Sujeto ni contenida por ningún discurso, es
precisamente porque no se trata de un atributo del Ser. (¿Acaso de qué saber puede declararse en
posesión Sonia, la que nada tiene?). Todo lo contrario: la caridad se realiza en el sacrificio e
incluso en la renuncia al saber, que siempre será imperfecto. Lo que la diferencia del suicidio y
de la ignorancia es que el suyo es un movimiento lanzado hacia el otro; en vez de matarlo, morir
castigo culmine en la resurrección: “en esa última región [a Sonia] sólo le queda amarrarse al
otro momento del ensayo, es “la más grande imagen que tal vez pueda existir” (774) e incluso
“la mayor exigencia conocida hecha a la imaginación del hombre” (789). La coherencia a la que
me refiero no tiene que ver simplemente con el hecho de que la resurrección sea uno de los temas
centrales de la novela. En efecto, el pasaje evangélico al que alude Lezama (la resurrección de
Lázaro) aparece de nuevo en el epílogo del libro y sirve para anunciar “una nueva historia”: la
historia “del paso lento de un mundo al otro, a una realidad nueva, hasta entonces desconocida
por completo. Podría constituir el tema de un nuevo relato, pero éste ya ha acabado”
(Dostoievski 601). Si la juzgamos por su última página, Crimen y castigo es una historia de
188
redención cuyo fin es a la vez un comienzo. 156 La redención moral de Raskolnikov, que de modo
Pero la coherencia que deseo subrayar se desprende de algo distinto, aunque también pueda
deducirse del final de la novela. Las palabras finales de Crimen y castigo ponen de manifiesto
vuestra fe es vana” (1Cor, 15 17)— es concebible por la fe, pero es irrepresentable por el
limitación ética. Pues si “tout était en elle [la Resurrección] compréhensible, entreprise
raisonnable, elle rentrerait dans les limites de vie. Elle perdrait le surplus dont elle exalte la vie”
y alentaría “des théodicées confortables, des consolations qui ne coûtent rien et des compassions
sans doleur” (Lévinas, “Poésie et résurrection” 21). Justamente de esto se trata el “profetismo
dostoievskiano”. Crimen y castigo, al igual que Los hermanos Karamazov, no podría terminar de
Ahora bien, aunque la poesía no puede dar completa cuenta de ese “paso lento de un mundo
cuando asegura, como vimos en las primeras páginas de este capítulo, que la poesía es “ce qui
rend le langage possible” (Difficile liberté 177), esto es, una experiencia de lenguaje que dice
pero aún no dice “esto es esto”. 157 En “Poésie et résurrection”, un pequeño ensayo dedicado al
156
Desde esta perspectiva, el final de la novela de Dostoievski guarda una clara semejanza con el final de Paradiso.
“Impulsado por el tintineo [de una cucharilla], Cemí corporizó de nuevo a Oppiano Licario. Las sílabas que oía eran
ahora más lentas, pero también más claras y evidentes. Era la misma voz, pero modulada en otro registro. Volvía a
oír de nuevo: ritmo hesicástico, podemos empezar” (459).
157
Aludo aquí a la diferencia entre el decir (dire) y lo dicho (dit) que Lévinas explica a profundidad en el segundo
capítulo de Autrement qu’être ou au-delà de l’essence (1974). En una entrevista de 1982 el pensador lituano la
sintetizó de la siguiente manera: “J’ai toujours distingué, en effet, dans le discours, le dire et le dit. Que le dire doive
189
escritor judío Shmuel Yosef Agnon, Lévinas es aún más explícito: “La poésie signifie
poétiquement la résurrection que la porte: non pas dans la fable qu’elle chante mais par son
chanter même” (17). Justo en esto consiste el profetismo lezamiano. No se trata de anunciar el
contenido de una revelación futura, sino de hacer posible el lenguaje, saludar al otro,
responderle. En “Mi hermana Eloísa”, uno de sus poemas no recogido en libro (probablemente
escrito en la década de 1960) Lezama describe esto bellamente: “Cada palabra un apeiron de
arcilla, / sostenida por la respiración nocturna […]. Comienzo porque sé que alguien me oye”
(Poesía completa 371).158 La palabra “sin límite” de la poesía —“ce langage du langage, le
Cantique des cantiques” (15)— es un reconocimiento de la presencia del otro pero también de su
alteridad radical: el Otro no puede poseerse, sino cuidarse. Una vez entendida de esta manera,
resulta comprensible que un católico como Lezama asocie poesía y caridad: ambas son una
respuesta al otro; la primera palabra fue desde siempre una respuesta a la súplica del Otro, que
Así como carga de sentido la exhortación de las primeras páginas de “La dignidad” —“No
muertes que tienen lugar en otros de sus textos (la del evangelista Juan en el poema “San Juan de
Patmos ante la Puerta Latina”, el salto al vacío del mulo en “Rapsodia para el mulo” o las
muertes de Andresito y José Ramiro en Paradiso y Oppiano Licario), el análisis que Lezama
hace de la novela de Dostoievski también carga de sentido la segunda parte del ensayo. Al
comporter un dit est une nécessité du même ordre que celle qui impose une société, avec des lois, des institutions et
des relations sociales. Mais le dire, c’est le fait que devant le visage je ne reste pas simplement là à le contempler, je
lui réponds. Le dire est une manière de saluer autrui, mais saluer autrui, c’est déjà répondre de lui. Il est difficile de
sa taire en présence de quelqu’un ; cette difficulté a son fondement ultime dans cette signification propre du dire,
quel que soit le dit. Il faut parler de quelque chose, de la pluie et du beau temps, peu importe, mais parler, répondre à
lui est déjà répondre de lui’’ (92-3).
158
En su Diccionario de filosofía (cuya composición por lo demás se inició en Cuba), José Ferrater Mora dice que
apeiron significa “sin fin”, “sin límite”. Aunque no hay texto que lo compruebe, a quien se le atribuye su primer uso
es a Anaximandro (116).
190
terminar su comentario Lezama parece cambiar de tema para hablar de la figura de poeta como
sacerdote: “El poeta como guardián de la sustancia de lo inexistente, como posibiliter” (774).
Escritas después de la meditación sobre Sonia, la probable lectura romántica de estas palabras se
vuelve imposible. El poeta no es el intermediario entre los hombres y los dioses que Heidegger
creyó ver en Hölderlin (Díaz 28-9). Ser guardián implica, como lo explicó Lévinas, ser
responsable del prójimo. Y a su vez “être gardien de son frère, c’est être son otage” (De Dieu
118).
El poeta es, pues, un rehén del lenguaje, como lo fue Sonia de Raskolnikov, a quien se
encontraba “atada”. En cuanto modelo o “metáfora viviente” del poeta, Sonia se asemeja no al
poeta mártir (otra forma de heroísmo) sino al artesano medieval, al poeta sin nombre que cuida
3. Lezama judío
El hecho de que mi aproximación a “La dignidad de la poesía” haya sido mediada por un filósofo
judío no es gratuito. Emmanuel Lévinas ha sido algo más que un insumo teórico para mi trabajo.
Su pertinencia en él tiene una razón más elemental que, quizás por eso mismo, repercute sobre
Cuatro años mayor que Lezama, el filósofo lituano también se formó intelectualmente en los
agotamiento del proyecto modernizador de Occidente —desde el vitalismo de Bergson hasta las
fueron decisivas tanto para su obra como para su vida como intelectual público. Lévinas y
191
pese a la larga y dolorosa distancia que separa al judaísmo del cristianismo y a América Latina
de Europa, ambos se reconocían como herederos de la espiritualidad bíblica. En esta área ambos
también enfrentaron un problema similar: ¿cómo construir una obra literaria o filosófica que, sin
dejar de ser fiel a sus raíces religiosas, no se convierta en teología? ¿Cómo ser secular y religioso
Cuando esta cuestión no pasó a ser un tema de sus escritos —como es el caso de Lévinas—
misma pregunta que Ze’ev Levy se hace sobre Lévinas: “Is he a theist who employs atheistic
language or an atheist who employs theistic language?” (29). La dificultad para situar a estos
escritores en una determinada parcela discursiva o para asignarles una posición fija en sus
Tal vez el asunto en que mejor se ha visto reflejada la ansiedad que suscita esta
independencia (para usar el término maritaniano) ha sido en las posturas de ambos frente al
Estado judío y al Estado revolucionario, las cuales hasta cierto punto pueden verse como una
prolongación de sus ideas religiosas. De Lévinas sabemos que fue un sionista convencido. Pese a
arte, al pueblo judío por fin le ha llegado la hora de realizar “l’œuvre de sa vie”, escribió en 1951
(Difficile liberté 282). Su entusiasmo es en este sentido similar a la emoción con que Lezama
192
1960, aseguró que “[e]ntre las mejores cosas de la Revolución cubana […] está el haber traído de
nuevo el espíritu de la pobreza irradiante, del pobre sobreabundante por los dones del espíritu”
(838). El eco de su reflexión sobre Crimen y castigo en estas palabras es evidente. “La
Revolución cubana significa que todos los conjuros negativos han sido decapitados […]. Cuando
el pueblo está habitado por una imagen viviente, el estado alcanza su figura. El hombre que
Pero este eco también contiene una advertencia. “L’Etat d’Israël […] sera religieux ou ne
sera pas” (Difficile liberté 283). Lezama pudo haber hecho suyas estas palabras de Lévinas,
quien además distinguió entre “ceux qui cherchent l’Etat pour la justice et ceux qui cherchent la
justice pour assurer la subsistance de l’Etat” (282). “El estado será poético o no será”, habría sido
Según Ze’ev Levy, en el filósofo judío esta advertencia tiene “a secular twist”, ya que su
objetivo no es hacer del judaísmo una religión de estado, sino realizar el sueño de un Estado
basado “on the principles of social justice” (33). Lévinas probablemente habría dicho algo
distinto. Para él ese principio de justicia social, que se desprende de una responsabilidad ética, es
en realidad lo más judío del judaísmo. O dicho de otro modo: el giro secular del que habla Levy
al Estado y por eso mismo puede juzgarlo y recordarle sus límites: “A human being is holier than
the land, even of the holy land, because against a crime that is done to a human being, the holy
land reveals itself in all its nudity of stones and trees” (en Levy 32).
¿Es justo pedirle también a Lezama una teoría del Estado?, ¿exigirle que precise qué hay
detrás de esa idea de un Estado que “alcanza su figura”? No es mi objetivo volver aquí a la
discusión sobre la relación de Lezama con la Revolución cubana, un tema sobre el que ya han
193
escrito Cintio Vitier, Enrico Mario Santí, Rafael Rojas, Duanel Díaz, entre otros. Sólo quiero
anotar que Lezama sí dejó unos parámetros mínimos para imaginar los límites del Estado, y que
esos parámetros fueron esbozados en relación con revoluciones distintas a la cubana y antes de
ella. En 1949, en una nota necrológica sobre el muralista mexicano José Clemente Orozco para
Orígenes, Lezama hizo un comentario sobre la relación de la revolución mexicana con el arte
Estudiar al Lezama antimoderno consiste no sólo en sacar a la luz su participación en una red
intelectual conformada en su mayoría por escritores y revistas católicas, sino además en precisar
las elecciones que tomó como integrante de esa red. Como hemos visto, a los antimodernos los
une un corpus de ideas, incluso de principios, que puede articularse de maneras muy distintas.
Las diferencias entre, por ejemplo, Claudel, Chesterton y Maritain son quizás más importantes
que sus evidentes semejanzas. El objetivo de este capítulo (y en general de esta tesis) ha sido en
parte el de explorar el sentido de esta religión que, sin confundirse con el Estado, resulta
necesaria para que el Estado alcance su plenitud. Mi argumento en estas páginas ha sido que para
Lezama el catolicismo tiene un sentido poético, es decir, que es el lugar en el que convergen
poiesis y ethos. Si la crítica lezamiana le ha prestado menos atención a la parte ética de esta
religiosidad, se debe sobre todo a la dificultad para realizar, en Lezama, ese “secular turn” del
194
que habló Levy a propósito de Lévinas. De hecho, cuando lo ha intentado, ha sido para
Catholicism” de Levinson, o inclusive para reencausarla hacia una aventura política inédita,
como sucede con la infrapolítica de Jaime Rodríguez Mattos, que prepara el lanzamiento de “a
truly an-archic revolution […], which would be the reverse of revolution” (193).
dificulta ese giro. Trabajos como el de Duanel Díaz parten de la premisa de que “semejante
ideario” es necesariamente incompatible con cualquier noción de crítica, pues en “nombre del
(58). Estudios más recientes matizarán este acercamiento pero aun así creerán necesario (y
posible) hacer una distinción nítida entre el cristianismo de Lezama y el cristianismo (Rodríguez
Matos, 154).
En contraste, la distancia religiosa que permite tomar la óptica judía de Lévinas (una mirada
a la vez distante pero familiar) revela que, para Lezama, lo más católico del catolicismo es su
vocación desmitificadora, su sentido de alerta ante cualquier proceso mistificador, ya se trate del
Estado, del Sujeto o la Historia. La tarea religiosa que cumple el profeta no es simplemente la de
ser la consciencia moral del rey (Lévinas, Entre nous 124); su tarea consiste en ser el guardián
del lenguaje; su tarea consiste en decir y desdecir lo dicho, pues el anquilosamiento de la palabra
conduce al aniquilamiento del Otro. En este sentido, aunque hable de esto o aquello, todo poema
que toque la región de “lo primigenio indistinto” aspira a repetir lo mismo: “No se puede matar,
no se puede matar”. No es una simplificación decir que ésta es la única exigencia del profetismo
195
Pero la mediación de Lezama pone de manifiesto una cosa más. A partir de la década de
1950 el intelectual católico, a diferencia de lo que ocurrió con el intelectual judío, dejó de ser un
—que puede tener en el Holocausto una de sus más dolorosas razones— hace más visible la
ausencia del intelectual que se reconoce como católico. La sombra de Lévinas permite ver con
mayor claridad lo que, para los casos de Pellicer, López Velarde y Ponce, ya había señalado
Gabriel Zaid: Lezama también fue parte de una tribu de la que perdimos el contexto. “El sueño
de crear una cultura católica moderna fracasó hasta el punto de que ni siquiera es historiado”
(13). Estas palabras del crítico mexicano no son relevantes solamente para entender la cultura
católica mexicana; pueden extenderse a toda América Latina, incluso a Europa. Restituirle a
Lezama la complejidad de ese contexto perdido es, pues, no sólo una manera de descubrir nuevas
posibilidades en sus textos, sino también una manera de ver con otros ojos la historia intelectual
de América Latina y sus relaciones con la cultura europea durante la primera mitad del siglo XX.
196
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